La madrugada acorralaba mi impaciencia y desalentaba cualquier intento de fuga. La llovizna persistente y el frío terminaron por vencerme y me serví un whisky. Caminé por la habitación que se hacía cada vez más pequeña. No había parado un segundo desde mi llegada a Aeroparque, salvo por una fugaz pasada al hotel para luego entrevistar a varias personas en el microcentro. El día pesaba horrores, pero aun así era incapaz de dormir. Levante el celular y envié un mail: “no puedo pegar un ojo…”
Me arrepentí inmediatamente de hacerlo, pensando que cuando despertaras y lo vieras pensarías (con cierta razón) que era un histérico, o algo peor. Más que grata fue la sorpresa cuando al cabo de dos minutos recibí respuesta: “relajate y descansa, ya falta poco”. Tuve el impulso de contestar, de servirme otro trago, de caminar desnudo por la calle…
Al final me tiré en la cama sin los zapatos y con la misma ropa que llegué a Buenos Aires esa mañana.
Eran las 2:30 y encontré la forma de seguir tu consejo: no pensar en vos y concentrarme en el trabajo que tenía por delante en la mañana. Luego de repasar mi agenda varias veces caí sin darme cuenta en el divague de nuestra historia.
Comenzamos chateando en un sitio de trampas. Cuando la conversación se hizo más interesante, intercambiamos correos y la situación se volvió más íntima, aunque siempre manteniendo un velo delicado e impersonal. La discreción fue un compromiso mutuo para que los momentos compartidos fueran como un bálsamo a las presiones diarias.
El trato era cálido, como de personas que se conocen de años.Las charlas iban de lo trivial a lo ocasionalmente erótico, con la seguridad de fantasear a más de mil kilómetros sin conocer siquiera nuestras voces.
Tras un par de meses se presentó una oportunidad gracias a un viaje de trabajo. Tendría que entrevistar a posibles inversores para un complejo turístico. Dos o tres días a lo sumo, pero con el firme propósito de concretar cita al primero, ocultando el hecho de disponer de más tiempo.
Habíamos arreglado encontrarnos por la tarde a tomar algo. Si todo salía bien te invitaría a mi hotel.
Pero el día estuvo difícil y la tarde peor. Un mail a eso de las 18:30 empezó a sepultar mis expectativas: “Estoy complicada, disculpame. Más tarde hablamos. Besos”. El clima no acompañaba y estaba empezando a gotear. Murmurando maldiciones, pare a tomar un café y a esperar.
Cuando terminaba de cenar recibo otro mensaje. -“Te pido mil disculpas, de verdad”
Estaba agotado y desilusionado - “No hay problema. Igual me quedo hasta mañana por lo menos…”-
-“Que bueno, dejame armar algo para la tarde”-
Casi por reflejo envié el teléfono del hotel y número de habitación. Volví caminando y al pedir la llave el recepcionista me avisa que habían llamado pero no dejaron mensaje.
Ya recostado mirando televisión y espiando el cielo por la ventana buscaba alguna excusa para levantarme de la cama. Necesitaba una ducha en forma urgente. Sorpresivamente sonó el teléfono y por primera vez escuchaba tu voz. Estaba cautivado por ella y mientras hablaba no podía dejar de imaginarte. Luego de 40 minutos me dijiste que tenías que cortar. Eran casi las 11 y nada había cambiado excepto mi humor.
Con el correr del tiempo la ansiedad comenzó a consumirme, acosándome con mis propias inseguridades. Te sentí tan mujer que temía decepcionarte de alguna forma…
Al sonar el despertador estaba profundamente dormido. Sin demorar tome el baño pendiente y luego de desayunar deje el hotel para las entrevistas del día. Por fortuna pude completarlas durante la mañana y después de almorzar volví a descansar.
Entro un mail: “Todo ok para la tarde. ¿Conoces Palermo Viejo? Te espero a las 6 en un bar llamado PROLOGO” adjuntando dirección y teléfono del mismo.
“Por las dudas, soy el tipo con cara de ansioso” -bromee, intentando asegurar el encuentro-
“No te aflijas, te voy a ubicar. Besos”.
Salí media hora antes y la ciudad era un caos. Seguía nublado y lloviznaba intermitentemente. El taxi me esperaba en la puerta y me preocupe creyendo que llegaría tarde, pero el viaje de 25 solo duro 15 minutos y arribé puntual.
En el bar estaban dos parejas y un mozo con cara de aburrido. Subí al entrepiso para estar solo y más a la vista.
Pedí un capuchino y el mozo me pregunto si esperaba a alguien. Asentí con la cabeza. Al servir me dijo que habían dejado un recado en la barra. Me dirigí a la caja, atendida por una mujer de mirada cómplice. Cuando pensé que eras vos me dijo: “Te dejaron un teléfono”. No alcancé a pensar “otra vez se pudrió todo” cuando me alcanzo un celular encendido: “Ni se te ocurra robármelo”, me dijiste y me volvió el alma al cuerpo. Pagué, le di las gracias con un beso y en línea seguí las indicaciones que me llevarían, por fin, a conocerte.
A la vuelta del bar estaba la dirección que me diste y entre por el portón del costado que daba a un patio.
Se abrió una puerta y asomaste como la respuesta a todos mis deseos.
Cabello suelto, camisa de seda blanca, pollera tubo y stilettos negros. Al sentir la brisa te cubriste los hombros con un chal. Avance unos pasos y me pare frente a vos:”Disculpame, pero tengo que cortar. Tengo una cita con una mujer hermosa y no quiero hacerla esperar…”
Sin decir palabra me abrazaste a la vez que besabas mis mejillas.
“Pasa por favor, dame tu abrigo…”
El estar era amplio, con un hogar que daba a la galería. Dejaste el sobretodo en un perchero y fuiste a la barra
“¿Qué tomas?” – “Lo mismo que vos”-dije y serviste dos copas de un cognac añejo, ideal para relajar el clima previo.
Nos sentamos en un confortable sofá con enormes almohadones. De fondo sonaba algo de jazz.
“Me agrada que compartamos ciertos gustos” - comenté. Tomaste mi mano y conversamos un rato.
Me encontraba perfectamente distendido y aun así no estaba seguro de cómo avanzar sin romper el particular encanto que envolvía la situación. Como adivinando, me invitaste a bailar.
Con el control remoto seleccionaste un tema y nos fuimos acercando cada vez más, hasta compartir el mismo aire.
El roce expuso mi excitación ya indisimulable, cuando tanta ansiedad contenida estallo en beso profundo que no parecía extinguirse. Volcamos sobre el sofá y desabrochaste mi camisa, acariciando y besando mi pecho, mientras liberaba el cierre de tu pollera. Recorriendo tus rodillas hacia tus muslos, descubrí que las medias terminaban en un delicado portaligas. El viaje se interrumpió por culpa de tu boca generosa y complaciente que ya asaltaba mi intimidad.
Subyugado y tratando de corresponder tanta entrega, tome una de tus manos y la acaricie con mi rostro, besando cada línea, mordisqueando dedos y dibujando fantasías con tus uñas surcando mi costado.
Tanto asedio traiciono mi voluntad y sin culpa mi placer escapo insolente en tu garganta. Continuaste, a pesar de todo.
Entonces recogí tus cabellos por debajo de la nuca y en un movimiento suave pero firme te atraje hacia mi pecho.
Me alcanzaste una copa y di un pequeño sorbo. Luego, con idéntica avidez terminaste su contenido exhalando sugestivamente. Volví a besarte con desenfreno, arrancado tu camisa como si los botones no existieran. Decidido a recorrerte, mi boca partió al encuentro de tu espalda, mientras mis manos acechaban pechos y entrepierna.
Sutiles movimientos me guiaban a tus deseos, los cuales, me esmeraba en satisfacer. Todo concluyo en el exacto momento de poseerte.
La cálida humedad de tu interior acompaño mi desliz, cada vez más profundo. Leves gemidos brotaron al unísono. Tus labios convulsionaban perversos, incitantes, insaciables.
Desconocía los límites de mi cuerpo, amalgamado en el tuyo. Tus piernas rodeaban mi cintura previniendo una distancia que nunca quise tomar. Mi torso se elevó al estirar los brazos, a la vez que tu espalda acompañaba flotando sobre la alfombra. Te observé por un segundo y volví a sumergirme en tus pechos coronados por pezones deliciosamente erectos. Giramos y logré recostarme en el sofá. Mientras tu pubis danzaba frenéticamente sobre el mío, mis manos aferraban tus muñecas colgadas del vacío.
La pausa llegó entre almohadones y una manta que apareció por un oportuno conjuro.
“No te arriesgaste demasiado, sin conocerme, traerme a tu casa… ?”
Sonreíste y me di cuenta que todo estaba pensado al detalle.
“Tampoco somos desconocidos” - lo cual tenía cierto grado de verdad –
“La casa y el bar es de mi amiga - la mujer de la barra-. El negocio tiene cámaras IP y pude verte desde que entraste. Consulte con Paula y ella con Don Francisco (el mozo), quien tiene décadas de ver gente y no equivocarse.
Recién con la aprobación de ambos te invite. Si no me hubieses gustado te alcanzaba ahí, tomábamos un café y te despedía con un beso en la frente.”
Instintivamente busque de reojo algún rincón sospechoso, algún mueble con la puerta abierta…
“No te preocupes, nadie está mirando”
“Mejor, porque me inhibo…”–dije tratando de recomponerme a la estrategia de mi anfitriona- y me lancé a los placeres de su cuerpo que aún restaban descubrir.
Mis labios tomaron la iniciativa siguiendo las curvas que iban apareciendo en su deambular. Tu universo inspiraba besos lascivos y recurrentes; espasmos delatores me encausaban a tu aprobación.
En un minucioso recorrido llegue a los tobillos, para masajear tus pies con mis dedos. Alentado por tus suspiros resultaba imposible detenerse. Abrumado por tanto estímulo, tomé tus manos y las aprisioné bajo de tu vientre.
Descendí por tu espalda hasta esa exquisita línea que divide tus piernas. Me situé a la par delatando mis intenciones de abordarte por detrás. Tu respuesta no se hizo esperar y con paulatino énfasis te hice mía una vez más. De nuevo, la espontánea sinfonía de amantes consumidos en deseos que no pueden esperar la mañana.
Se estaba haciendo tarde. Recién entonces percibí tu primer vacilación -“¿Pod… querés quedarte a pasar la noche…?” - Con una suave caricia cerré tus ojos y te bese en el cuello hasta llegar a susurrarte al oído: “Me encantaría”
En un ligero movimiento te apartaste y cubriste a medias tu cuerpo con el chal. A contraluz, el resplandor del hogar grabó en mis retinas la deseable silueta.
“Enseguida vuelvo”.
Supuse que debías hablar por teléfono y aproveché tu ausencia para hacer lo propio.
Acercaste una bandeja con la botella de cognac ,chocolates y fresas. También agua, para compensar el sudoroso ajetreo que habíamos llevado.
Pasada la medianoche y con los sentidos algo aturdidos, nos dormimos abrazados, como náufragos a la deriva.
Desperté de madrugada, agregue unos leños al hogar y apague algunas velas que permanecían encendidas.
Cuando intentaba encontrar mi ropa en la penumbra tus ojos me iluminaron atrayéndome de manera irresistible. Hicimos el amor otra vez, casi con ternura, pero sin palabras.
Luego de arrullarte hasta lograr dormirte emprendí mi partida. El frío me recibió ya sin llovizna. Se podían divisar algunas estrellas brillando clandestinamente. Pasé por el hotel y apenas levante mi equipaje me dirigí a Aeroparque. Por fortuna el vuelo partió puntual y ya en el aire me acomodé en la butaca intentando dormir. Aun antes de cerrar los ojos tu imagen se hacía presente y deslizaba los dedos sobre mi pecho rescatando rastros de tu esencia.
La azafata me cubrió el regazo con una manta, con cierto pudor ante una accidental prominencia. Empezaba a desvanecer cuando agradecía a la vida por semejante obsequio y en ese momento caí en cuenta de un importante detalle: todavía no sabía tu nombre.
Sentí un cosquilleo el bolsillo del pantalón y descubrí que no había devuelto el celular.
El mensaje decía: “Te perdono lo del celu. Tráelo la próxima. A propósito: Paula quiere participar. Besos”
Mi instinto no había fallado al sentirme observado. Ya al borde de la inconciencia alcancé a contestar:
“Todo bien. Pero de Don Francisco ni hablar… !”
Quizás no estuve tan mal después de todo, pensé embebido en falsa modestia. Cerré los ojos y desconecté el mundo definitivamente. El vuelo no duraría demasiado y quería dedicarle ese tiempo solo a soñar con tu piel.
link: https://youtu.be/Lb9X5YQ1f30
Me arrepentí inmediatamente de hacerlo, pensando que cuando despertaras y lo vieras pensarías (con cierta razón) que era un histérico, o algo peor. Más que grata fue la sorpresa cuando al cabo de dos minutos recibí respuesta: “relajate y descansa, ya falta poco”. Tuve el impulso de contestar, de servirme otro trago, de caminar desnudo por la calle…
Al final me tiré en la cama sin los zapatos y con la misma ropa que llegué a Buenos Aires esa mañana.
Eran las 2:30 y encontré la forma de seguir tu consejo: no pensar en vos y concentrarme en el trabajo que tenía por delante en la mañana. Luego de repasar mi agenda varias veces caí sin darme cuenta en el divague de nuestra historia.
Comenzamos chateando en un sitio de trampas. Cuando la conversación se hizo más interesante, intercambiamos correos y la situación se volvió más íntima, aunque siempre manteniendo un velo delicado e impersonal. La discreción fue un compromiso mutuo para que los momentos compartidos fueran como un bálsamo a las presiones diarias.
El trato era cálido, como de personas que se conocen de años.Las charlas iban de lo trivial a lo ocasionalmente erótico, con la seguridad de fantasear a más de mil kilómetros sin conocer siquiera nuestras voces.
Tras un par de meses se presentó una oportunidad gracias a un viaje de trabajo. Tendría que entrevistar a posibles inversores para un complejo turístico. Dos o tres días a lo sumo, pero con el firme propósito de concretar cita al primero, ocultando el hecho de disponer de más tiempo.
Habíamos arreglado encontrarnos por la tarde a tomar algo. Si todo salía bien te invitaría a mi hotel.
Pero el día estuvo difícil y la tarde peor. Un mail a eso de las 18:30 empezó a sepultar mis expectativas: “Estoy complicada, disculpame. Más tarde hablamos. Besos”. El clima no acompañaba y estaba empezando a gotear. Murmurando maldiciones, pare a tomar un café y a esperar.
Cuando terminaba de cenar recibo otro mensaje. -“Te pido mil disculpas, de verdad”
Estaba agotado y desilusionado - “No hay problema. Igual me quedo hasta mañana por lo menos…”-
-“Que bueno, dejame armar algo para la tarde”-
Casi por reflejo envié el teléfono del hotel y número de habitación. Volví caminando y al pedir la llave el recepcionista me avisa que habían llamado pero no dejaron mensaje.
Ya recostado mirando televisión y espiando el cielo por la ventana buscaba alguna excusa para levantarme de la cama. Necesitaba una ducha en forma urgente. Sorpresivamente sonó el teléfono y por primera vez escuchaba tu voz. Estaba cautivado por ella y mientras hablaba no podía dejar de imaginarte. Luego de 40 minutos me dijiste que tenías que cortar. Eran casi las 11 y nada había cambiado excepto mi humor.
Con el correr del tiempo la ansiedad comenzó a consumirme, acosándome con mis propias inseguridades. Te sentí tan mujer que temía decepcionarte de alguna forma…
Al sonar el despertador estaba profundamente dormido. Sin demorar tome el baño pendiente y luego de desayunar deje el hotel para las entrevistas del día. Por fortuna pude completarlas durante la mañana y después de almorzar volví a descansar.
Entro un mail: “Todo ok para la tarde. ¿Conoces Palermo Viejo? Te espero a las 6 en un bar llamado PROLOGO” adjuntando dirección y teléfono del mismo.
“Por las dudas, soy el tipo con cara de ansioso” -bromee, intentando asegurar el encuentro-
“No te aflijas, te voy a ubicar. Besos”.
Salí media hora antes y la ciudad era un caos. Seguía nublado y lloviznaba intermitentemente. El taxi me esperaba en la puerta y me preocupe creyendo que llegaría tarde, pero el viaje de 25 solo duro 15 minutos y arribé puntual.
En el bar estaban dos parejas y un mozo con cara de aburrido. Subí al entrepiso para estar solo y más a la vista.
Pedí un capuchino y el mozo me pregunto si esperaba a alguien. Asentí con la cabeza. Al servir me dijo que habían dejado un recado en la barra. Me dirigí a la caja, atendida por una mujer de mirada cómplice. Cuando pensé que eras vos me dijo: “Te dejaron un teléfono”. No alcancé a pensar “otra vez se pudrió todo” cuando me alcanzo un celular encendido: “Ni se te ocurra robármelo”, me dijiste y me volvió el alma al cuerpo. Pagué, le di las gracias con un beso y en línea seguí las indicaciones que me llevarían, por fin, a conocerte.
A la vuelta del bar estaba la dirección que me diste y entre por el portón del costado que daba a un patio.
Se abrió una puerta y asomaste como la respuesta a todos mis deseos.
Cabello suelto, camisa de seda blanca, pollera tubo y stilettos negros. Al sentir la brisa te cubriste los hombros con un chal. Avance unos pasos y me pare frente a vos:”Disculpame, pero tengo que cortar. Tengo una cita con una mujer hermosa y no quiero hacerla esperar…”
Sin decir palabra me abrazaste a la vez que besabas mis mejillas.
“Pasa por favor, dame tu abrigo…”
El estar era amplio, con un hogar que daba a la galería. Dejaste el sobretodo en un perchero y fuiste a la barra
“¿Qué tomas?” – “Lo mismo que vos”-dije y serviste dos copas de un cognac añejo, ideal para relajar el clima previo.
Nos sentamos en un confortable sofá con enormes almohadones. De fondo sonaba algo de jazz.
“Me agrada que compartamos ciertos gustos” - comenté. Tomaste mi mano y conversamos un rato.
Me encontraba perfectamente distendido y aun así no estaba seguro de cómo avanzar sin romper el particular encanto que envolvía la situación. Como adivinando, me invitaste a bailar.
Con el control remoto seleccionaste un tema y nos fuimos acercando cada vez más, hasta compartir el mismo aire.
El roce expuso mi excitación ya indisimulable, cuando tanta ansiedad contenida estallo en beso profundo que no parecía extinguirse. Volcamos sobre el sofá y desabrochaste mi camisa, acariciando y besando mi pecho, mientras liberaba el cierre de tu pollera. Recorriendo tus rodillas hacia tus muslos, descubrí que las medias terminaban en un delicado portaligas. El viaje se interrumpió por culpa de tu boca generosa y complaciente que ya asaltaba mi intimidad.
Subyugado y tratando de corresponder tanta entrega, tome una de tus manos y la acaricie con mi rostro, besando cada línea, mordisqueando dedos y dibujando fantasías con tus uñas surcando mi costado.
Tanto asedio traiciono mi voluntad y sin culpa mi placer escapo insolente en tu garganta. Continuaste, a pesar de todo.
Entonces recogí tus cabellos por debajo de la nuca y en un movimiento suave pero firme te atraje hacia mi pecho.
Me alcanzaste una copa y di un pequeño sorbo. Luego, con idéntica avidez terminaste su contenido exhalando sugestivamente. Volví a besarte con desenfreno, arrancado tu camisa como si los botones no existieran. Decidido a recorrerte, mi boca partió al encuentro de tu espalda, mientras mis manos acechaban pechos y entrepierna.
Sutiles movimientos me guiaban a tus deseos, los cuales, me esmeraba en satisfacer. Todo concluyo en el exacto momento de poseerte.
La cálida humedad de tu interior acompaño mi desliz, cada vez más profundo. Leves gemidos brotaron al unísono. Tus labios convulsionaban perversos, incitantes, insaciables.
Desconocía los límites de mi cuerpo, amalgamado en el tuyo. Tus piernas rodeaban mi cintura previniendo una distancia que nunca quise tomar. Mi torso se elevó al estirar los brazos, a la vez que tu espalda acompañaba flotando sobre la alfombra. Te observé por un segundo y volví a sumergirme en tus pechos coronados por pezones deliciosamente erectos. Giramos y logré recostarme en el sofá. Mientras tu pubis danzaba frenéticamente sobre el mío, mis manos aferraban tus muñecas colgadas del vacío.
La pausa llegó entre almohadones y una manta que apareció por un oportuno conjuro.
“No te arriesgaste demasiado, sin conocerme, traerme a tu casa… ?”
Sonreíste y me di cuenta que todo estaba pensado al detalle.
“Tampoco somos desconocidos” - lo cual tenía cierto grado de verdad –
“La casa y el bar es de mi amiga - la mujer de la barra-. El negocio tiene cámaras IP y pude verte desde que entraste. Consulte con Paula y ella con Don Francisco (el mozo), quien tiene décadas de ver gente y no equivocarse.
Recién con la aprobación de ambos te invite. Si no me hubieses gustado te alcanzaba ahí, tomábamos un café y te despedía con un beso en la frente.”
Instintivamente busque de reojo algún rincón sospechoso, algún mueble con la puerta abierta…
“No te preocupes, nadie está mirando”
“Mejor, porque me inhibo…”–dije tratando de recomponerme a la estrategia de mi anfitriona- y me lancé a los placeres de su cuerpo que aún restaban descubrir.
Mis labios tomaron la iniciativa siguiendo las curvas que iban apareciendo en su deambular. Tu universo inspiraba besos lascivos y recurrentes; espasmos delatores me encausaban a tu aprobación.
En un minucioso recorrido llegue a los tobillos, para masajear tus pies con mis dedos. Alentado por tus suspiros resultaba imposible detenerse. Abrumado por tanto estímulo, tomé tus manos y las aprisioné bajo de tu vientre.
Descendí por tu espalda hasta esa exquisita línea que divide tus piernas. Me situé a la par delatando mis intenciones de abordarte por detrás. Tu respuesta no se hizo esperar y con paulatino énfasis te hice mía una vez más. De nuevo, la espontánea sinfonía de amantes consumidos en deseos que no pueden esperar la mañana.
Se estaba haciendo tarde. Recién entonces percibí tu primer vacilación -“¿Pod… querés quedarte a pasar la noche…?” - Con una suave caricia cerré tus ojos y te bese en el cuello hasta llegar a susurrarte al oído: “Me encantaría”
En un ligero movimiento te apartaste y cubriste a medias tu cuerpo con el chal. A contraluz, el resplandor del hogar grabó en mis retinas la deseable silueta.
“Enseguida vuelvo”.
Supuse que debías hablar por teléfono y aproveché tu ausencia para hacer lo propio.
Acercaste una bandeja con la botella de cognac ,chocolates y fresas. También agua, para compensar el sudoroso ajetreo que habíamos llevado.
Pasada la medianoche y con los sentidos algo aturdidos, nos dormimos abrazados, como náufragos a la deriva.
Desperté de madrugada, agregue unos leños al hogar y apague algunas velas que permanecían encendidas.
Cuando intentaba encontrar mi ropa en la penumbra tus ojos me iluminaron atrayéndome de manera irresistible. Hicimos el amor otra vez, casi con ternura, pero sin palabras.
Luego de arrullarte hasta lograr dormirte emprendí mi partida. El frío me recibió ya sin llovizna. Se podían divisar algunas estrellas brillando clandestinamente. Pasé por el hotel y apenas levante mi equipaje me dirigí a Aeroparque. Por fortuna el vuelo partió puntual y ya en el aire me acomodé en la butaca intentando dormir. Aun antes de cerrar los ojos tu imagen se hacía presente y deslizaba los dedos sobre mi pecho rescatando rastros de tu esencia.
La azafata me cubrió el regazo con una manta, con cierto pudor ante una accidental prominencia. Empezaba a desvanecer cuando agradecía a la vida por semejante obsequio y en ese momento caí en cuenta de un importante detalle: todavía no sabía tu nombre.
Sentí un cosquilleo el bolsillo del pantalón y descubrí que no había devuelto el celular.
El mensaje decía: “Te perdono lo del celu. Tráelo la próxima. A propósito: Paula quiere participar. Besos”
Mi instinto no había fallado al sentirme observado. Ya al borde de la inconciencia alcancé a contestar:
“Todo bien. Pero de Don Francisco ni hablar… !”
Quizás no estuve tan mal después de todo, pensé embebido en falsa modestia. Cerré los ojos y desconecté el mundo definitivamente. El vuelo no duraría demasiado y quería dedicarle ese tiempo solo a soñar con tu piel.
link: https://youtu.be/Lb9X5YQ1f30
17 comentarios - Piel (lectura ligera para el fin de semana)
Volveré cuando tenga los puntos que merece....
Gracias por pasar.
El mensaje decía: “Te perdono lo del celu. Tráelo la próxima. A propósito: Paula quiere participar. Besos” Mi instinto no había fallado al sentirme observado.
Un maestro.. Espero con ansias el 2do encuentro con Pauli..
Gracias por tu comentario, amigo 🙂
Muchas gracias 👍
👍
Gracias, gracias, gracias... (no se que mas decir ☺️ )
'besos!
Excelente relato amigo @FurtivoAC... nos encanta leerte porque nos hacés vivir cada una de tus escritos 🙌
_PUNTOS x VOS 🎅
Ya estoy preparando material para el 2015.