Tendría unos 18 años, recién regresado del servicio militar, es decir, con la leche acumulada de meses de cautiverio, cuando regreso un franco a mi casa y encuentro una empleada doméstica nueva. Durante años tuvimos una más fea que pisar un sorete descalzo, pero esta nueva empleada tenía sus atractivos. En especial, porque siempre me gustaron las mujeres maduras, y estimo que esta rondaba las cinco décadas.
Era paraguaya, de físico tirando a gordita, una sonrisa muy bonita y pelo negro azabache. Debajo de su delantal (así la ví la primera vez cuando llegué de la colimba), se notaba que portaba un buen par de tetas y un culo más que decente. Hasta allí llegaron mis conjeturas. Tampoco soy un adivino ni tengo vista de rayos equis...
De entrada nos caímos bien. Mi mamá le explicó que yo era "el único caballero" de la casa -soy hijo único y mi madre enviudó hace cinco años- y por lo tanto había que tratarme muy bien. Ella asintió y prometió delante de ella atenderme en todo lo que necesite.
Pasaron las semanas y con Catalina (así se llamaba), comenzamos a conversar de nuestras vidas privadas. Me contó que había llegado hace un año de Asunción, escapando de su marido que le daba unas golpizas tremendas cada vez que vivía. Y como hacía treinta años que había contraído matrimonio, Catalina se cansó de ser un catálogo de golpes y patadas por parte de un cabrón. Así que agarró un día sus pilchas y se vino para Buenos Aires. No habían tenido hijos -el marido no podía- y a esta altura de su vida no le interesaba andar cambiando pañales. Como soy curioso y mi pregunta tenía un claro objetivo, le dije si no tenía novio. A lo que me respondió que desde que llegó a la ciudad no había estado con ningún hombre. En mi cabeza se dibujaron mil y una películas. Así que comencé a urdir un plan para fruncirme a la dama en cuestión.
Si bien yo no era un Adonis, gracias al constante ejercicio al pedo del servicio militar, había desarrollado un cuerpo musculoso, y pese a medir poco más de 1,70 m. era más alto -por una cabeza- que Catalina. El primer paso de mi plan fue comenzar a pasearme temprano en boxer (una vez que mi mamá se iba al trabajo), por la casa, inclusive, con el torso desnudo. Desayunaba así y noté que Catalina no se hacía ningún problema por ello. Es más, producto de la energía matinal del recién despierto, en más de una ocasión mi pija estaba en estado "morcilloso" dentro del boxer... y se notaba a la vista. Otro punto de mi plan fue dejar un par de revistas XXX en mi mesa de luz, cosa que al limpiar mi habitación, Catalina las vea y les eche una hojeada. Parecía que mi plan iba viento en popa por dos detalles: 1. Luego de limpiar mi habitación, Catalina guardaba las revistas en el primer cajón de mi mesa de luz. 2. Cuando desayunaba, con cualquier excusa, Catalina se agachaba muy cerca mío y dejaba a mi vista su espectacular culazo, digno de ocupar el 100 % de una silla normal. Y no sé si era mi impresión (o calentura), noté que su delantal le quedaba más ceñido, como si lo hubiese entallado para que marque más su cuerpo.
Pasaban los días y no me atrevía a dar el gran paso. Algo tenía que hacer para provocarla sin duda alguna. Sin embargo Catalina me sorprendió porque fue ella la que tomó la iniciativa. Un día, mientras desayunaba y ya se había agachado una decena de veces delante de mi cara -cosa que me había puesto la pija a mil- me pidió que la acompañe a su cuarto porque quería mover la cama para limpiar la habitación y le resultaba muy pesada. A ciencia cierta, creo que jamás había visitado el cuarto de la empleada doméstica de mi casa, así que todo era un misterio para mí, y confieso que creí que el pedido de ayuda era fundamentado.
Menuda sorpresa me llevé al comprobar que la cama era más liviana que una pluma. Es más, a simple vista se notaba que su madera era barata y el colchón no pesaba nada. Y pensé... es ahora o nunca. Fue cuando ocurrió lo siguiente:
- Mire qué pesada es -dijo mientras se agachaba delante mío y hacía un falso esfuerzo de mover la cama. Ahora su culo estaba a 30 cms. de mi gorda pija.
- A ver, dejame probar -respondí y le apoyé la pija entre las nalgas. Catalina no dijo nada. Aproveché para moverme un poco, como tratando de levantar la cama por encima de ella. Ni corta ni perezosa, Catalina comenzó a empujar su culo para atrás.
- Vió que pesaba mucho, ni usted puede moverla... siga intentándolo.
- Por supuesto... -y seguí empujándole la pija entre las nalgas a la empleada, que ahora sin descaro se movía al ritmo de mis embates. No lo podía creer, qué bien que ella se movía, pensé que la pija me iba a estallar en cualquier momento. Fue cuando dijo...
- Creo que esto no va a funcionar y hace mucho calor acá, uffffff... me cansé -y luego se dio vuelta y echó en la cama, como descansando, con las piernas abiertas de par en par. Y lo mejor de todo, Catalina se quedó observando mi bulto, que a esta altura del partido era inocultable. Presa de la calentura, de observar esa mujer en la cama, dispuesta a todo, comencé a sobarme el bulto sobre el boxer, sin decir palabra.
Fue cuando Catalina se comenzó a desabrochar lentamente su delantal y para mi sorpresa no llevaba ropa interior. Al verla desnuda noté que tenía dos melones impresionantes. Una tetas hermosas, maduras, caídas hacia los costados, con pezones grandes y oscuros. Pero lo que más me asombró fue su concha perfectamente depilada, y a la vista, profusamente mojada. El flujo de su concha brillaba pese a la débil luz del cuarto.
Entonces me agaché y le comencé a chupar la concha. Ella me agarraba del pelo y con sus manos marcaba el ritmo de mi lengua en su clítoris. Al cabo de un minuto comenzó a gemir más fuerte y tuvo su primer orgasmo. Luego de descansar un segundo, donde tomó aire, se incorporó y de un solo movimiento me bajó el boxer. Mi pija salió disparada como por un resorte. Pensé que me iba a pegar la chupada del siglo, pero ocurrió lo contrario. Me acostó en la cama, se puso de espalda hacia mí y con su mano ubicó la cabeza de mi pija en la entrada de su culo. ¡No lo podía creer! ¡Catalina quería culear!!!!! Luego, se sentó despacio hasta que su ojete tragó mi pija hasta los huevos, y posteriormente, me comenzó a cabalgar de espaldas a un ritmo frenético. Pensé que me iba a arrancar la pija ya que su ojete apretaba como si fuese una mano, y movía el culo como una licuadora. No habrán pasado tres minutos cuando agarrando sus nalgas y mirando como mi pistón de carne entraba y salía brillando de ese ojete oscuro, le llené las tripas de leche caliente. Catalina, con cada uno de los latidos de mi cabeza escupiendo semen en su culo, gritaba de placer. Al cabo de un rato, se detuvo, lentamente se paró y mi pija salió más muerta que viva de ese agujero negro, me dio un beso en la boca y se fue a duchar.
Observando que Catalina se fue sin más preámbulos, también subí a mi habitación para ducharme. A la media hora llegó mi madre y le sorprendió verme tan cansado. Me dijo que a mi edad no era bueno estar tan desganado y que capaz debía tomar vitaminas. Obviamente, asentí con mi cabeza. No le iba a contar lo ocurrido...
Esa noche, durante la cena, mientras Catalina nos servía los platos, noté que me apoyaba su concha en el codo, sin que mi madre lo note. Y me di cuenta que a partir de ese día, cosa que no me equivoqué, no tendría que buscar novia ni putas para hacer el amor. Porque en mi casa, tenía a una hembra caliente y dispuesta a satisfacer todo mis más oscuros deseos.
Era paraguaya, de físico tirando a gordita, una sonrisa muy bonita y pelo negro azabache. Debajo de su delantal (así la ví la primera vez cuando llegué de la colimba), se notaba que portaba un buen par de tetas y un culo más que decente. Hasta allí llegaron mis conjeturas. Tampoco soy un adivino ni tengo vista de rayos equis...
De entrada nos caímos bien. Mi mamá le explicó que yo era "el único caballero" de la casa -soy hijo único y mi madre enviudó hace cinco años- y por lo tanto había que tratarme muy bien. Ella asintió y prometió delante de ella atenderme en todo lo que necesite.
Pasaron las semanas y con Catalina (así se llamaba), comenzamos a conversar de nuestras vidas privadas. Me contó que había llegado hace un año de Asunción, escapando de su marido que le daba unas golpizas tremendas cada vez que vivía. Y como hacía treinta años que había contraído matrimonio, Catalina se cansó de ser un catálogo de golpes y patadas por parte de un cabrón. Así que agarró un día sus pilchas y se vino para Buenos Aires. No habían tenido hijos -el marido no podía- y a esta altura de su vida no le interesaba andar cambiando pañales. Como soy curioso y mi pregunta tenía un claro objetivo, le dije si no tenía novio. A lo que me respondió que desde que llegó a la ciudad no había estado con ningún hombre. En mi cabeza se dibujaron mil y una películas. Así que comencé a urdir un plan para fruncirme a la dama en cuestión.
Si bien yo no era un Adonis, gracias al constante ejercicio al pedo del servicio militar, había desarrollado un cuerpo musculoso, y pese a medir poco más de 1,70 m. era más alto -por una cabeza- que Catalina. El primer paso de mi plan fue comenzar a pasearme temprano en boxer (una vez que mi mamá se iba al trabajo), por la casa, inclusive, con el torso desnudo. Desayunaba así y noté que Catalina no se hacía ningún problema por ello. Es más, producto de la energía matinal del recién despierto, en más de una ocasión mi pija estaba en estado "morcilloso" dentro del boxer... y se notaba a la vista. Otro punto de mi plan fue dejar un par de revistas XXX en mi mesa de luz, cosa que al limpiar mi habitación, Catalina las vea y les eche una hojeada. Parecía que mi plan iba viento en popa por dos detalles: 1. Luego de limpiar mi habitación, Catalina guardaba las revistas en el primer cajón de mi mesa de luz. 2. Cuando desayunaba, con cualquier excusa, Catalina se agachaba muy cerca mío y dejaba a mi vista su espectacular culazo, digno de ocupar el 100 % de una silla normal. Y no sé si era mi impresión (o calentura), noté que su delantal le quedaba más ceñido, como si lo hubiese entallado para que marque más su cuerpo.
Pasaban los días y no me atrevía a dar el gran paso. Algo tenía que hacer para provocarla sin duda alguna. Sin embargo Catalina me sorprendió porque fue ella la que tomó la iniciativa. Un día, mientras desayunaba y ya se había agachado una decena de veces delante de mi cara -cosa que me había puesto la pija a mil- me pidió que la acompañe a su cuarto porque quería mover la cama para limpiar la habitación y le resultaba muy pesada. A ciencia cierta, creo que jamás había visitado el cuarto de la empleada doméstica de mi casa, así que todo era un misterio para mí, y confieso que creí que el pedido de ayuda era fundamentado.
Menuda sorpresa me llevé al comprobar que la cama era más liviana que una pluma. Es más, a simple vista se notaba que su madera era barata y el colchón no pesaba nada. Y pensé... es ahora o nunca. Fue cuando ocurrió lo siguiente:
- Mire qué pesada es -dijo mientras se agachaba delante mío y hacía un falso esfuerzo de mover la cama. Ahora su culo estaba a 30 cms. de mi gorda pija.
- A ver, dejame probar -respondí y le apoyé la pija entre las nalgas. Catalina no dijo nada. Aproveché para moverme un poco, como tratando de levantar la cama por encima de ella. Ni corta ni perezosa, Catalina comenzó a empujar su culo para atrás.
- Vió que pesaba mucho, ni usted puede moverla... siga intentándolo.
- Por supuesto... -y seguí empujándole la pija entre las nalgas a la empleada, que ahora sin descaro se movía al ritmo de mis embates. No lo podía creer, qué bien que ella se movía, pensé que la pija me iba a estallar en cualquier momento. Fue cuando dijo...
- Creo que esto no va a funcionar y hace mucho calor acá, uffffff... me cansé -y luego se dio vuelta y echó en la cama, como descansando, con las piernas abiertas de par en par. Y lo mejor de todo, Catalina se quedó observando mi bulto, que a esta altura del partido era inocultable. Presa de la calentura, de observar esa mujer en la cama, dispuesta a todo, comencé a sobarme el bulto sobre el boxer, sin decir palabra.
Fue cuando Catalina se comenzó a desabrochar lentamente su delantal y para mi sorpresa no llevaba ropa interior. Al verla desnuda noté que tenía dos melones impresionantes. Una tetas hermosas, maduras, caídas hacia los costados, con pezones grandes y oscuros. Pero lo que más me asombró fue su concha perfectamente depilada, y a la vista, profusamente mojada. El flujo de su concha brillaba pese a la débil luz del cuarto.
Entonces me agaché y le comencé a chupar la concha. Ella me agarraba del pelo y con sus manos marcaba el ritmo de mi lengua en su clítoris. Al cabo de un minuto comenzó a gemir más fuerte y tuvo su primer orgasmo. Luego de descansar un segundo, donde tomó aire, se incorporó y de un solo movimiento me bajó el boxer. Mi pija salió disparada como por un resorte. Pensé que me iba a pegar la chupada del siglo, pero ocurrió lo contrario. Me acostó en la cama, se puso de espalda hacia mí y con su mano ubicó la cabeza de mi pija en la entrada de su culo. ¡No lo podía creer! ¡Catalina quería culear!!!!! Luego, se sentó despacio hasta que su ojete tragó mi pija hasta los huevos, y posteriormente, me comenzó a cabalgar de espaldas a un ritmo frenético. Pensé que me iba a arrancar la pija ya que su ojete apretaba como si fuese una mano, y movía el culo como una licuadora. No habrán pasado tres minutos cuando agarrando sus nalgas y mirando como mi pistón de carne entraba y salía brillando de ese ojete oscuro, le llené las tripas de leche caliente. Catalina, con cada uno de los latidos de mi cabeza escupiendo semen en su culo, gritaba de placer. Al cabo de un rato, se detuvo, lentamente se paró y mi pija salió más muerta que viva de ese agujero negro, me dio un beso en la boca y se fue a duchar.
Observando que Catalina se fue sin más preámbulos, también subí a mi habitación para ducharme. A la media hora llegó mi madre y le sorprendió verme tan cansado. Me dijo que a mi edad no era bueno estar tan desganado y que capaz debía tomar vitaminas. Obviamente, asentí con mi cabeza. No le iba a contar lo ocurrido...
Esa noche, durante la cena, mientras Catalina nos servía los platos, noté que me apoyaba su concha en el codo, sin que mi madre lo note. Y me di cuenta que a partir de ese día, cosa que no me equivoqué, no tendría que buscar novia ni putas para hacer el amor. Porque en mi casa, tenía a una hembra caliente y dispuesta a satisfacer todo mis más oscuros deseos.
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