Hola poringueros y poringueras. Soy Fabián y jamás pensé que una fantasía que queríamos cumplir con Karina, mi esposa terminaría en un hecho policial. Y de la policía, mejor ni hablar.
Mi esposa y yo somos un matrimonio de clase media-alta, ambos profesionales, de 40 años, de físicos bien cuidados. Nos gustan los viajes, los buenos vinos, la música y los deportes.
Hace unos meses empezamos con mi esposa a frecuentar un boliche swinger en Buenos Aires y a descubrir ese mundo donde todo parece amplio y permitido. Ambos mirábamos azorados y excitados todo lo referido al tema; hablamos con parejas de distintas edades, miramos y también nos hemos llegado a masturbar teniendo delante de nuestros ojos tamaño espectáculo.
Así fue que de a poco empezamos a sentir las ganas de experimentar intercambiando pareja con un matrimonio joven que conocimos allí, Franco de 32 y Anabella de 27.
Nuestros preparativos estaban lleno de erotismo, me erotizaba verla peinarse y maquillarse vestida únicamente con lencería erótica negra de estreno.
-Hoy no estoy vestida así para vos mi amor!!! –me dijo cuando me acerqué a ella por detrás y quise meterle mis manos en sus pechos sobre su brassier. Confieso que aquello me descolocó pero le seguí el juego.
Busqué en mi ropa un bóxer de lycra que me marca mi enorme bulto, me lo puse y me empecé a pasear delante de ella simulando perfumarme (lo podría haber hecho en otro lado como si nada). Ella no se resistió más y se acercó a besarme el bulto pero de la misma manera que ella lo había hecho la frené casi con sus mismas palabras.
Ambos estábamos re calientes, como dos adolescentes en celo.
A las 12 de la noche fuimos al boliche a encontrarnos con esta pareja. Al llegar al boliche esta pareja nos saludo efusivamente, casi a los gritos desde la mesa.
Nos acercamos, respondimos los saludos y pedimos unos tragos. Karina, mi esposa, se sentó al lado de él en un sillón mientras que Anabella se me acerca y me invita a bailar en la pista. Desde allí podía ver como Franco le metía mano a mi esposa y se besaban; al recordar las palabras de mi esposa cuando estaba preparándose me puse loco de excitación. Allí mismo en la pista abracé a Anabella y la besé apasionadamente con profundos besos de lenguas y el jugueteo de mis manos que se metían por debajo del corto vestido de ella.
Nos juntamos ambas parejas y al hacerlo pregunté donde íbamos. Mi idea era irnos ambos a un telo, rentar dos suites y allí cada uno hacía la suya, pero Franco nos preguntó si no había problemas de irnos a nuestra casa. Nuestra casa es un lujoso chalet de dos plantas con varias cocheras y pileta climatizada, el lugar era ideal; pero tenía dudas sobre si Victoria, nuestra hija, había ido a bailar o se había quedado en casa.
Karina la llamó y le dijo que estaba con amigas en un boliche de Costanera, fue entonces que nos pusimos de acuerdo, nos subimos a la camioneta y salimos a toda marcha para allá.
Por el espejo retrovisor miraba de reojo como Karina besaba el cuello de Franco, pero notaba que Anabella estaba entre nerviosa y distante.
Al llegar a casa nos acomodamos, busqué un champagne y brindamos por nuestras locas fantasías.
Karina y Franco, semidesnudos, se fueron para hacia afuera; sin embargo Anabella seguía vestida buscando algo en su cartera. Me acerqué a ella muy libidinoso, vestido únicamente con mi bóxer, para dejarle caer los breteles de su vestido; cuando ella se da vuelta y me rocía con un líquido con un perfume extraño.
Hay un lapso en el tiempo en el que no recuerdo nada, como si no hubiera ocurrido, pero al recobrar el sentido la veo a mi esposa sujetada de pies y manos por precintos plásticos, en posición de perrito sobre el sillón con un vibrador en el culo.
-¿Dónde tenés la guita, hijo de puta? –me preguntó Franco con violencia luego de pegarme un cachetazo.
Honestamente no entendía nada, estaba sentado en el piso aún atontado por la droga que me hizo perder la conciencia y más aún con el violento cachetazo que me dio.
-¡Dale pelotudo! ¡Hablás o la hacemos hablar a tu mujer! –retrucó Anabella.
-Vos lo quisiste. Ahora la hacemos hablar a tu mujer. –me increpó Franco.
Mi mujer directamente no estaba amordazada en la boca, solo sujetada con los precintos. Parecía como ida, quizás drogada también. Frente a mi la imagen del culo de mi esposa con ese vibrador metido hasta el fondo en su cola, y ella inmóvil.
-Desatá a la putita esta para que hable. –ordenó Franco a su pareja.
Anabella sacó una sevillana y cortó los precintos que sujetaban a mi esposa.
-Mirá lo que hace la putita de tu mujer. ¡Que fácil no hizo el golpe esta trola! ¡Jajajajaja! – me dijo burlonamente Anabella.
Ella encendió el vibrador que estaba en el culo de mi esposa y pareciera que la hubiera encendido a ella. Empezó a gemir y a moverse como si estuviera gozando de un juego sexual mientras le mamaba el pene a Franco en forma frenética. Anabella me miraba y se tocaba toda por debajo de su corto vestido y se burlaba al ver como mi pene había crecido.
-¡Mirá el pedazo que me voy a perder! ¡Qué lástima papito que estoy por trabajo acá!
Al rato Franco le quitó el vibrador del culo a Karina y la empezó a penetrar el con su propio pene. Karina, lejos de molestarse por la situación lo incentivaba a más.
¡Rompeme toda papito! ¡Ayyy! ¡Rompeme toda! –le decía como alentando a que sea con ella más violento, a darle con más dureza.
Anabella en tanto se entretenía con mi pene y me pajeaba mientras miraba como descolaban a mi esposa. Al rato manchaba la costosísima alfombra, que tanto mezquinaba mi esposa, con un chorro grande de semen. Franco y Anabella reían burlones.
Karina en tanto gozaba casi desentendida de la situación hasta que Franco quitó su pene del ano de ella.
-¡¿Qué hacés?! Metemela, metemela. Por favor. –le imploró mi esposa.
-Mirá putita si la querés volver a sentirla en tu colita me vas a tener que dar la platita. –le respondió el delincuente.
Desnuda y enajenada, dominada por la lujuria mi esposa llevó de la mano a aquel delincuente y le abrió la caja fuerte donde teníamos algunos dólares y joyas.
Mientras Franco le daba masa a mi mujer, Anabella vaciaba la caja fuerte y buscaba más cosas de valor. Mi esposa en tanto expresaba con gritos y gemidos cada uno de los orgasmos que aquel hombre le arrancaba. Poco después le llenaban su agujero del más espeso semen hasta saturarlo.
Una vez que revisaron todo y guardaron en mi camioneta vistieron a mi esposa y la subieron en ella para huir con todas las cosas. Horas más tarde llegaba mi hija y se encontraba con todo el horror. Hicimos la denuncia esa misma madrugada. La policía se comportó muy mal, más adelante contaré las cosas que hicieron con ella. Mi esposa apareció tres meses después en un burdel de lujo en Paraguay mientras le estaban dando masa entre tres hombres de negocios. Nada fue igual para nosotros.
Mi esposa y yo somos un matrimonio de clase media-alta, ambos profesionales, de 40 años, de físicos bien cuidados. Nos gustan los viajes, los buenos vinos, la música y los deportes.
Hace unos meses empezamos con mi esposa a frecuentar un boliche swinger en Buenos Aires y a descubrir ese mundo donde todo parece amplio y permitido. Ambos mirábamos azorados y excitados todo lo referido al tema; hablamos con parejas de distintas edades, miramos y también nos hemos llegado a masturbar teniendo delante de nuestros ojos tamaño espectáculo.
Así fue que de a poco empezamos a sentir las ganas de experimentar intercambiando pareja con un matrimonio joven que conocimos allí, Franco de 32 y Anabella de 27.
Nuestros preparativos estaban lleno de erotismo, me erotizaba verla peinarse y maquillarse vestida únicamente con lencería erótica negra de estreno.
-Hoy no estoy vestida así para vos mi amor!!! –me dijo cuando me acerqué a ella por detrás y quise meterle mis manos en sus pechos sobre su brassier. Confieso que aquello me descolocó pero le seguí el juego.
Busqué en mi ropa un bóxer de lycra que me marca mi enorme bulto, me lo puse y me empecé a pasear delante de ella simulando perfumarme (lo podría haber hecho en otro lado como si nada). Ella no se resistió más y se acercó a besarme el bulto pero de la misma manera que ella lo había hecho la frené casi con sus mismas palabras.
Ambos estábamos re calientes, como dos adolescentes en celo.
A las 12 de la noche fuimos al boliche a encontrarnos con esta pareja. Al llegar al boliche esta pareja nos saludo efusivamente, casi a los gritos desde la mesa.
Nos acercamos, respondimos los saludos y pedimos unos tragos. Karina, mi esposa, se sentó al lado de él en un sillón mientras que Anabella se me acerca y me invita a bailar en la pista. Desde allí podía ver como Franco le metía mano a mi esposa y se besaban; al recordar las palabras de mi esposa cuando estaba preparándose me puse loco de excitación. Allí mismo en la pista abracé a Anabella y la besé apasionadamente con profundos besos de lenguas y el jugueteo de mis manos que se metían por debajo del corto vestido de ella.
Nos juntamos ambas parejas y al hacerlo pregunté donde íbamos. Mi idea era irnos ambos a un telo, rentar dos suites y allí cada uno hacía la suya, pero Franco nos preguntó si no había problemas de irnos a nuestra casa. Nuestra casa es un lujoso chalet de dos plantas con varias cocheras y pileta climatizada, el lugar era ideal; pero tenía dudas sobre si Victoria, nuestra hija, había ido a bailar o se había quedado en casa.
Karina la llamó y le dijo que estaba con amigas en un boliche de Costanera, fue entonces que nos pusimos de acuerdo, nos subimos a la camioneta y salimos a toda marcha para allá.
Por el espejo retrovisor miraba de reojo como Karina besaba el cuello de Franco, pero notaba que Anabella estaba entre nerviosa y distante.
Al llegar a casa nos acomodamos, busqué un champagne y brindamos por nuestras locas fantasías.
Karina y Franco, semidesnudos, se fueron para hacia afuera; sin embargo Anabella seguía vestida buscando algo en su cartera. Me acerqué a ella muy libidinoso, vestido únicamente con mi bóxer, para dejarle caer los breteles de su vestido; cuando ella se da vuelta y me rocía con un líquido con un perfume extraño.
Hay un lapso en el tiempo en el que no recuerdo nada, como si no hubiera ocurrido, pero al recobrar el sentido la veo a mi esposa sujetada de pies y manos por precintos plásticos, en posición de perrito sobre el sillón con un vibrador en el culo.
-¿Dónde tenés la guita, hijo de puta? –me preguntó Franco con violencia luego de pegarme un cachetazo.
Honestamente no entendía nada, estaba sentado en el piso aún atontado por la droga que me hizo perder la conciencia y más aún con el violento cachetazo que me dio.
-¡Dale pelotudo! ¡Hablás o la hacemos hablar a tu mujer! –retrucó Anabella.
-Vos lo quisiste. Ahora la hacemos hablar a tu mujer. –me increpó Franco.
Mi mujer directamente no estaba amordazada en la boca, solo sujetada con los precintos. Parecía como ida, quizás drogada también. Frente a mi la imagen del culo de mi esposa con ese vibrador metido hasta el fondo en su cola, y ella inmóvil.
-Desatá a la putita esta para que hable. –ordenó Franco a su pareja.
Anabella sacó una sevillana y cortó los precintos que sujetaban a mi esposa.
-Mirá lo que hace la putita de tu mujer. ¡Que fácil no hizo el golpe esta trola! ¡Jajajajaja! – me dijo burlonamente Anabella.
Ella encendió el vibrador que estaba en el culo de mi esposa y pareciera que la hubiera encendido a ella. Empezó a gemir y a moverse como si estuviera gozando de un juego sexual mientras le mamaba el pene a Franco en forma frenética. Anabella me miraba y se tocaba toda por debajo de su corto vestido y se burlaba al ver como mi pene había crecido.
-¡Mirá el pedazo que me voy a perder! ¡Qué lástima papito que estoy por trabajo acá!
Al rato Franco le quitó el vibrador del culo a Karina y la empezó a penetrar el con su propio pene. Karina, lejos de molestarse por la situación lo incentivaba a más.
¡Rompeme toda papito! ¡Ayyy! ¡Rompeme toda! –le decía como alentando a que sea con ella más violento, a darle con más dureza.
Anabella en tanto se entretenía con mi pene y me pajeaba mientras miraba como descolaban a mi esposa. Al rato manchaba la costosísima alfombra, que tanto mezquinaba mi esposa, con un chorro grande de semen. Franco y Anabella reían burlones.
Karina en tanto gozaba casi desentendida de la situación hasta que Franco quitó su pene del ano de ella.
-¡¿Qué hacés?! Metemela, metemela. Por favor. –le imploró mi esposa.
-Mirá putita si la querés volver a sentirla en tu colita me vas a tener que dar la platita. –le respondió el delincuente.
Desnuda y enajenada, dominada por la lujuria mi esposa llevó de la mano a aquel delincuente y le abrió la caja fuerte donde teníamos algunos dólares y joyas.
Mientras Franco le daba masa a mi mujer, Anabella vaciaba la caja fuerte y buscaba más cosas de valor. Mi esposa en tanto expresaba con gritos y gemidos cada uno de los orgasmos que aquel hombre le arrancaba. Poco después le llenaban su agujero del más espeso semen hasta saturarlo.
Una vez que revisaron todo y guardaron en mi camioneta vistieron a mi esposa y la subieron en ella para huir con todas las cosas. Horas más tarde llegaba mi hija y se encontraba con todo el horror. Hicimos la denuncia esa misma madrugada. La policía se comportó muy mal, más adelante contaré las cosas que hicieron con ella. Mi esposa apareció tres meses después en un burdel de lujo en Paraguay mientras le estaban dando masa entre tres hombres de negocios. Nada fue igual para nosotros.
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