El jueves por la noche sonó mi teléfono celular. Era Fernando, uno de los abogados del estudio para los que comenzaría a trabajar el siguiente lunes. Me invitó a cenar el sábado. Yo, un poco por timidez, y otro poco porque él comenzaría a ser mi nuevo jefe, acepté. Quedamos en que me pasaría a buscar a las nueve de la noche.
Tuve un pequeño dilema, llegado el caso que Fernando intentara tener algo de intimidad conmigo, yo debería casi por obligación acceder a ello, él sería mi jefe, si bien podría usarse esto último como denuncia de extorción o acoso, tampoco quería perder mi trabajo antes de comenzar a trabajar. Además él es alto y parece tener el cuerpo trabajado, tiene el pelo un poco largo, lo suficiente como para entrelazar mis dedos. No lo miré mucho más, solo lo había visto hasta el momento dos veces, en las dos entrevistas laborales que hice delante del grupo de abogados.
El sábado por la tarde comencé a prepararme. Primero una depilación notable, en mi zona pública dejé un pequeño triángulo prolijamente cortado, bañé mis rubios vellos con sales aromatizadas y me puse crema en las piernas, glúteos, pechos, bueno, todo el cuerpo. Luego me di una ducha, utilizando el jabón que rejuvenece la piel y la deja más suave y ayuda también a combatir las arrugas. Me hice un baño de crema en mi larga cabellera rubia, y mientras dejaba que la crema actúe los diez minutos que dice el envase acaricié un poco y con suavidad mi clítoris, siempre me masturbo cuando me baño. Todas lo hacemos, hasta es por una cuestión de higiene. El orgasmo no fue la gran cosa, fue chiquito y a las apuradas.
Mientras me estaba maquillando, aun desnuda solo cubierta con una toalla enganchada en mis senos y otra envolviendo mis pelos, el timbre de mi casa sonó. Miré la hora, eran apenas ocho y media, pero el cabrón se adelanto, supongo que a propósito, en su horario de pasar a buscarme.
No tuve otra alternativa que ir a abrir la puerta en esas condiciones, sujetando con una de mis manos la parte delantera de la toalla para que no se desate el nudo, abrí. Él sonrió y pareció sorprendido. Le dije que me disculpe, que todavía no estaba lista, que me espere sentado en el sillón mientras yo terminaba de vestirme. Me respondió que me tomara mi tiempo, que no teníamos apuro.
Por supuesto que lo hice esperar. Salí de mi habitación pasadas las nueve y media. Ofrecí las disculpas pertinentes, argumentando que soy mujer y que en una cita siempre hay que hacer esperar a los hombres.
- Ah, ¿esto es una cita? – preguntó él con un extraño tono en su voz.
Rayos, metí la pata antes de que la cita comenzara. Quizás él solo quería hablar conmigo de trabajo, explicarme bien como se manejaban, pero vamos, eso podría haberlo hecho en la oficina.
Me vestí con una camisa apretada, casi pegada al cuerpo de color rosa oscuro con un escote redondo bastante pronunciado, me colgué un pequeña cruz que caía directamente entre mis pechos, no me puse corpiño, me gusta que se marquen levemente los pezones, elegí una minifalda violeta claro, apenas tapaba mis muslos, mi ropa interior era del mismo color, cuando se usa pollera tan corta es aconsejable para que no se distinga el color para los mirones. Como calzado usé mis tacos altos, así mis piernas y mi cola se verían beneficiadas. Uso poco maquillaje, apenas los labios con brillo, muy poco los ojos y un leve rubor en las mejillas.
Cuando nos dirigíamos a la salida él se detiene, mira fijo la foto y sujeta el portarretrato. Lanzó una carcajada al aire, pues estaba mirando detenidamente la foto donde Camila está de espaldas agachada mostrando su trasero mirando a la cámara sacando la lengua, y de frente estoy yo agachada sujetándome los pechos, sacando la lengua cerca de la lengua de ella. Estamos las dos vestidas, fue en un viaje que hicimos juntas al norte, y esa foto fue solo un chiste del momento.
- Es Camila – digo tartamudeando y queriendo que la tierra me trague – La amiga con la que vivo.
Por suerte fue caballero y no hizo más comentarios, como si la carcajada hubiese sido poco, engreído, que se cree reírse así de mí.
Al salir me posa la mano por encima del hombro y me acompaña caminando hasta su lujoso auto. Tiene manos grandes, dedos fuertes. No pude evitar pensar si sabría cómo utilizar esos dedos dentro de una mujer. Abrió la puerta de su auto y me invitó a pasar con un gesto. Me preguntó que tipo de música me gusta. Le dije que rock internacional de los sesenta. Sonrió con una especie de sorpresa. Se abalanzó sobre mí para poder buscar en la guantera un disco. Vi como me miró de reojo los senos, encontró el cd que buscaba y mientras cerraba la guantera volvió a mirarme los pechos y comencé a dudar si había sido o no buena idea no llevar corpiño, mis pezones se pusieron duros y estaban más marcados que nunca, haciéndome poner colorada.
- ¿Sos creyente? – preguntó.
- ¿Cómo?
- Por la cruz que llevás colgada, digo, si sos creyente.
- Ah sí, es de familia…
No sé bien por qué dije eso.
Él pidió permiso y acercó su mano hacia mi cuello, sujetó la cadena y la levantó hasta quedar con la cruz en la mano.
- Es una cruz pagana – dijo.
- Ah…
- ¿Sos pagana?
- Solo me pareció una cruz bonita.
- Bueno, entonces dejémosla donde estaba, mejor lugar que ese no debe existir.
Dejó caer la cruz con suavidad para que volviera a ocupar su cálido lugar entre mis pechos.
- ¿The Doors? – dijo.
- ¿El qué? – a esa altura yo ya estaba haciendo un papelón terrible.
- Si The Doors te parece bien para escuchar durante el viaje.
Le dije que sí, no solo porque me gustan, sino porque ya no tenía ganas de abrir la boca, cada palabra que pronunciaba me hacía quedar como una tonta.
Durante el viaje me comentó como le gustaría que trabajara. Me aconsejó la forma de vestirme para no hacer enojar a los abogados más viejos. Los posibles problemas con los que me podría llegar a encontrar. Pero… si me hablaba de trabajo durante el viaje, ¿de qué me hablaría en la cena? Llegamos al restorán, el más caro de la ciudad.
La recepcionista del lugar es una chica conocida, iba al mismo colegio secundario que yo, pero deben tener orden de no saludar a conocidos y amigos, porque me trató de señorita y usted. El mozo fue también muy educado, tratándome de usted. Fernando notó mi incomodidad y me preguntó que me pasaba.
- Trabajé de camarera mucho tiempo, se lo que es…
Si hay algo que odio es que me sirvan en la copa, yo tengo manos, puedo hacerlo sola, y en todo caso que lo haga la persona que me invitó. Le hice notar esto a Fernando cuando él llamó al mozo para que llenara su copa. El mozo vio que la mía estaba vacía y trató de servirme, pero Fernando se interpuso.
- Si no es molestia, la señorita gustaría que sea yo quien le sirva. Y a pedido de ella también queremos decirle que ya no se preocupe por nosotros, a ella le incomoda que la traten como una reina, a pesar de serlo.
El mozo asintió con una sonrisa y se retiró.
- ¿Qué fue eso? – pregunté.
- Hay que decirle la verdad al mozo, si el gerente ve que no nos atiende le va a preguntar por qué.
Le pregunté para qué me había invitado.
- Bueno, tu curriculum dice que sos soltera, yo soy soltero, no veo por qué no podemos salir.
- Entonces sí era una cita al final de todo – bromeé.
Él sonrió y ambos, o al menos yo, me relajé mucho.
Mientras lo observaba me preguntaba varias cosas, si sabría como besar, si sería brusco con su lengua, si mordería, si haría jadeos mientras besa. Me lo imaginé desnudo, ¿tendría pelos en el pecho? ¿se depilaría por completo? Y lo más importante, rogué que su tamaño viril sea bueno, porque estaba decidida a acostarme con él si se presentaba la oportunidad. Pensé que tipo de papel adoptar, si ser sumisa a todo lo que él hiciera y pidiera o yo mostraría lo mío convirtiéndome en una guerrera.
- ¿En qué pensás? – me interrumpió.
- Cosas de mujeres – dije entre risitas pícaras.
Ofreció darme el helado en a boca, yo ya estaba algo mareada por el vino, y acepté. Abrí la boca y saqué levemente la lengua, mirándolo a los ojos, ojos encendidos. Metió la cuchara y yo presioné los labios. Tragué el helado y los limpié con mi lengua, sin dejar de mirarlo a los ojos.
- ¿Siempre mirás así? – me preguntó.
- Si la situación lo exige sí.
Pidió la cuenta, dejó una notable propina y salimos caminando, él abrazándome por la cintura. Nos detuvimos de pie frente al auto, y mientras me abría la puerta me hizo una pregunta.
- ¿Entonces?
No sé que habrá querido decir con eso, pero yo interpreté que si íbamos a hacer algo ya no deberíamos dar más vueltas. Por lo tanto me puse en puntas de pie porque a pesar de mis tacos todavía no llegaba con comodidad a sus labios. Lo sujeté del cuello y lo besé.
Su instinto hizo que bajara sus manos hasta mis caderas, presionándome contra su cuerpo. Noté como su miembro incrementaba su tamaño y se endurecía a cada caricia de lengua que nos dábamos. También el instinto hizo que comenzara a acariciarme en círculo mis glúteos. Yo acariciaba su nuca y enredaba mis dedos entre sus cabellos. Sus labios son tibios y los abre con lentitud, los separa e introduce su lengua en mi boca, con pequeños movimientos su lengua acaricia la mía, es carnosa y larga, la imagino lamiéndome allí abajo y no puedo evitar jadear, cierra los labios, tomamos aire y arremetemos otra vez con las caricias de lengua. Los besos de lengua pasan a besos de solo labios, y mueren en pequeños picos hasta separarnos. Mantengo mis ojos cerrados, sé que me está mirando, me gusta que me mire, que sepa que lo disfruté, me gusta sentir sus manos en mis nalgas y su erecto miembro sobre mi vientre apoyándome, me gusta apoyarle los pechos. Abro los ojos, él está sonriendo. Yo sonrío y subo al auto.
Al sentarme noto que mi bombacha ya está húmeda, mientras el camina alrededor del auto para subir, en un rápido movimiento me toco para ver que tan grande es la humedad, y me doy cuenta que estoy completamente empapada, toda mojada, chorreando flujos producto de la excitación. Fernando sube al auto y me pregunta si está todo bien.
- Mirá lo que me hiciste – le digo.
Al decirle eso le sujeto una de sus manos y la llevo lentamente hasta mi zona íntima, hago que acaricie la bombacha húmeda, luego corro la tela hacia un costado y hago que introduzca un dedo para que vea lo mojada que estoy. Me acaricia el clítoris que está muy sensible y gimo. Lo abrazo y dejo que me masturbe unos momentos, mientras mueve sus dedos dentro de mí yo le jadeo al oído y le digo que no se detenga, que me está dando mucho placer, que siga en ese ritmo que estoy por alcanzar el climax. Lanzo un jadeo poco sonoro por timidez a la hora de llegar al orgasmo, aunque tenía ganas de gemir fuerte.
Saca la mano de mi vagina e introduce uno de los dedos en su boca, limpiándolo. Me besa, su lengua ahora tiene el sabor a mi acabada. Me mira e introduce en mi boca otro de sus dedos, se lo limpio lo mejor que puedo. Vuelve a besarme, y al separarnos un hilo de flujo queda colgando entre nosotros. Me acaricia con su mano limpia el pelo y me dice que ya es hora de irnos.
- ¿La formalidad de mi casa o la informalidad de un hotel? – me pregunta.
- Prefiero un hotel.
A la casa de un hombre la primera noche es algo que siempre traté de evitar.
Se recuesta sobre su asiento, miro su entrepierna y allí está, el tubo perfecto recostado sobre su muslo derecho, apretado por la tela de su pantalón, duro, por suerte parece largo, siento deseos de tocarlo, de agarrarlo entre mis manos, de besarlo, lamerlo, quiero tenerlo dentro de mi boca para luego tenerlo dentro de mi cuerpo por otros orificios. Me muerdo el labio y respiro profundo. Lo miro a los ojos, él me está mirando, le gusta que le esté mirando su miembro. Me ruborizo. El auto arranca.
El hotel tenía todo lo que un hotel debe tener. Espejo en el techo, espejo grande en la pared, bañadera, algunos juguetes. Él se estaba quitando el saco, aflojaba su corbata y me decía que me tomara mi tiempo. Yo me senté en la cama, con una ganas terribles de comenzar, mis ganas eran tantas que no sabía por dónde comenzar, quería hacerle sexo oral, pero necesitaba que me penetre cuanto antes.
Se sentó a mi lado, me besó el cuello e hizo que mi piel se estremeciera. Lamió mi oreja haciéndome cosquillas. Me recostó para besar el otro lado de mi cuello y se posó sobre mí, apoyando bien la dureza de su pene sobre mí. Mi minifalda ya se había levantado tanto que ya no servía para nada, mis piernas estaban desnudas y levemente abiertas, por lo que mi vagina podía sentir de lleno su miembro, solo nos separaban unas telas.
Comenzó a desabrocharme la camisa, de golpe quedé desnuda de torso, ya que no llevaba corpiño le dejé mis pechos a su disposición. Mis pezones estaban tan duros que me dolían, pero él los calmó con su lengua. Me chupó las tetas un buen rato, de todas las formas que se puedan imaginar, besó los alrededores del pezón, introdujo su lengua entre ambos, lamió en círculos por toda la piel, pellizcaba mi pezón derecho mientras lamía el izquierdo, luego cambiaba, siempre de alguna forma estimulaba ambos pezones, presionaba con fuerza mi seno mientras mordía el otro, el maldito estaba jugando conmigo, me estaba provocando. Yo respondía con suaves jadeos y respiración agitada, y levantaba mi cadera en movimientos pélvicos para encontrar su pene que ya parecía explotar por encima del pantalón.
Él se arrodilla en la cama y comienza a desvestirse. Yo solo tuve que quitarme la pollera y la bombacha que salieron juntas. Quedé desnuda antes que Fernando, por eso pude ayudarle a quitarle el pantalón. Primero aflojé el cinto, luego desabroche unos botones que tenía hasta poder bajar el cierre. Bajé el jean hasta las rodillas, él se lo quitó poniéndose de pie a un lado de la cama, y yo, desesperada como nunca, me puse en cuatro patas en la cama y lo traje hacia mí, bajé su bóxer lo suficiente para dejar su verga al aire libre, era un miembro hermoso. Gordo, grande, largo, por suerte bien depilado en su totalidad, tanto el vello público como sus testículos. Acaricié esa carne un poco, se le marcaban las venas a un lado, se doblaba hacia arriba y levemente hacia la derecha, lo masturbé un poco, lamí la palma de mi mano y jugué un poco en su cabeza. Besé la base del tronco mientras estimulaba los testículos con la otra mano. Pasé la lengua desde la base hasta la punta, hice lo mismo descendiendo. Me agaché un poco y lamí sus bolas, le pasé la lengua, luego introduje uno de sus testículos en mi boca, después el otro, subí y al llegar a la punta introduje, por fin, la mitad del pene dentro de mi boca, él lanzó un gemido excitante. Subí y bajé por ese pene con suavidad, con más fuerza, siempre acariciándolo con mi lengua por dentro. Levanté la vista para verlo, estaba con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. La introduje toda, haciendo un garganta profunda y él me miró, yo estaba con su miembro en mi boca, observándolo con cara de niña, esa misma cara y misma mirada que había hecho apenas un rato antes con la cuchara. Me sujetó por la nuca, agarrándome fuerte de los pelos, como para no dejarme ir, y comenzó a hacerle el amor a mi cara, moviéndose hacia atrás y hacia adelante. Su penetración era profunda, tocaba el fondo de mi garganta, sentí ganas de hacer arcadas, pero me resistí. Clavé mis manos en sus glúteos y así permanecimos un tiempo, yo enganchada allí, en cuatro patas, mostrándole mi culo, con él gimiendo y yo apenas pudiendo respirar.
Sus glúteos se tensaron y el lanzó un jadeo seco, acto seguido mi boca se lleno de semen, se chorreó por un lado y un poco se deslizó por mi garganta, tragándomela. Él seguía moviéndose y sujetándome de la nuca, yo sentía el calor del semen deslizarse por mi pera y colgar en el vacío. La punta de su pene continuaba despidiendo chorros cada vez menos potentes en el interior de mi boca. Finalmente se detuvo y yo chupé unos segundos más su pene hasta que él se arrodilló en el borde de la cama, quedando cara a cara, mirándome con mi boca llena de su néctar, limpió mi pera, y se acercó a besarme, no lo podía creer, me besaba de lengua a pesar de que mi lengua estaba llena de semen, lo intercambiamos, en un momento el tenía su propia acabada en su boca, luego nos besábamos y la leche regresaba a mí. Finalmente me ordenó que se la mostrara con la boca abierta, y también ordenó que me la tragara. Obedecí.
Se recostó sobre la cama y me hizo un gesto para que lo montara, iba a pedirle que se pusiera un preservativo, pero a esa altura ya no importaba.
Me arrodille sobre él, con una pierna a cada lado, bajé un poco y sentí el contacto de su piel caliente y mojada, yo ya estaba bien lubricada. Jugué un poco con la punta en la entrada de mi orificio vaginal, los flujos hicieron ruido, un chasquido que me excitó más. Me senté suavemente introduciendo en mí apenas la punta y salí, realicé ese movimiento un par de veces y me di cuenta que su verga era más grande de lo que me imaginaba, haciendo un poco de fuerza la introduje hasta la mitad del tronco y salí, me moví en círculos varias veces para que la cavidad se acostumbrara al tamaño ese. Fernando me sujetó de las caderas, y a la vez que me sentó sobre con fuerzas movió su pelvis hacia arriba, metiéndomela toda, prácticamente hasta los huevos. Yo lancé un grito, mitad placer, mitad dolor. Me recosté sobre él asimilando que lo tenía dentro de mí, lo besé mientras él realizaba movimientos más suaves pero no había caso, mi vagina no se acostumbraba, tenerlo dentro era un ardor permanente, pero yo debía hacer mi trabajo de amante sin presentar quejas.
Me incorporé quedando sentada encima suyo, sin apoyarme con las manos sobre nada, ni contra el respaldo de la cama ni contra su pecho. Subí y bajé de varias formas, la más simple hacia arriba y hacia abajo, moviéndome en círculos hacia adelante y hacia atrás para que él sienta más el interior de mis paredes vaginales, en círculos como un reloj, así sentía más yo su miembro rasparme por todo mi interior. Mis muslos comenzaron a arder y tuve que buscar apoyo, me incliné hacia atrás y apoyé mis manos sobre sus muslos para ayudarme, me moví hacia arriba y hacia abajo, él levantó la cabeza, y dada la pose que estábamos practicando supe que estaba viendo como su carne rompía con la mía, entrando y saliendo al ritmo que yo misma marcaba.
Me incliné hacia adelante, apoyando las manos a los lados de su cabeza y me senté, reposando, dejando que sea él quien marque el ritmo de los movimientos por un rato mientras yo recuperaba algo de oxigeno y mis muslos descansaban un poco. Fernando me daba penetraciones profundas y suaves, introducía su miembro bien lento hasta el fondo, y una vez que estaba todo adentro forzaba un poco más hacia arriba, generándome ardor y placer, cada embestida me la metía más adentro. Luego para sacarla también lo hacía con suavidad, y la sacaba prácticamente toda, solo dejaba apoyada la punta en la entrada de mi vagina como para no tener que andar acomodando con la mano a cada rato. El hombre sabía lo que estaba haciendo. Cada vez que ingresaba en mi cuerpo yo jadeaba, cuando presionaba hacia adentro me hacía gritar, y cuando me la sacaba yo gemía de placer. Él era un jadeo constante. La habitación se lleno de música, nuestros gemidos.
Con el aire recuperado me reincorporé. Comencé a moverme con cierta brutalidad, él continuaba con sus movimientos. Ahora nos estábamos dando placer mutuamente, a lo primero yo le mostré lo que sabía hacer en la cama, luego fue su turno de enseñarme sus movimientos; ahora ninguno mostraba nada, nos estábamos cogiendo entre los dos. Los gemidos se intensificaron.
- ¿Vas a acabar? – le pregunté con la voz entre cortada por la agitación.
- Sí.
- Esperame – dije – Acabemos juntos.
Me incliné un poco hacia adelante para ayudarme con mis manos, cerré los ojos para concentrarme y tratar de llegar al orgasmo, le susurré al oído que me esperara, que quería gozar junto a él, me dijo que ya estaba próximo a eyacular, yo quería acabar y comencé a moverme más veloz, mis muslos no daban más, me ardían, me costaba respirar y volví a pedirle que me esperara. Él jadeó y me clavó las manos en los glúteos y supe que ya no podía esperarme más, en un intento desesperado de mi parte comencé a saltar cada vez más fuerte sobre él, hasta que por fin sentí bajar por mi estómago las cosquillas que anuncian el orgasmo. Se lo hice saber.
- Ah, ah, acabo, acabo… - jadeé como pude.
Él gritó y se quedó quieto. Yo grité y tiré mi cabeza hacia atrás. Su pene latía en mi interior y lanzaba chorros de semen, chorreándome por mis muslos internos. Mi vagina se contraía con pequeños espasmos producto del orgasmo.
Caí rendida a su lado. Totalmente exhausta. Miré su panza, manchada con gotas de semen que continuaba saliendo de su verga. Yo tenía mis muslos llenos de ese flujo tibio, un poco de semen, un poco producto de mis propios flujos. Me tomé el atrevimiento de apoyar la cabeza sobre su hombro y abrazarlo. Por suerte él respondió al abrazo. Pasé una pierna por encima suyo y juntos permanecimos así unos minutos hasta recuperar por completo el aire. Él me acariciaba la nuca con ternura, y yo estaba a punto de dormirme. Tenía las piernas dormidas.
Pasados unos minutos él comenzó con suaves caricias en la espalda. Me besó las mejillas, el cuellos, besó mis pezones y lentamente volvió a estimular mi clítoris, sin dejar de besarme acariciaba mi vello púbico, enredando sus dedos en ellos. Bajó a besar mis pechos, dándole pequeños mordiscos a mis pezones. Presionando mis senos continuó descendiendo, introdujo su lengua en mi ombligo, bajó aun más y sentí como aspiraba el aroma de mi vagina. No tardó en llegar la lamida de mi rayita, siempre presionando mis pechos. Me lamía la raja como lame un perro. Comencé a separar mis piernas y a levantar mis muslos, sentí como mis labios vaginales se separaban y la temperatura me subía. Con dos de sus dedos abrió por completo los labios, dejando el clítoris a su disposición. Hizo con él lo que tuvo ganas, lo estimuló con sus dedos, la lamió, lo chupó, lo besó, lo escupió, lo sopló, yo era un sinfín de jadeos y gemidos, arqueaba la espalda a más no poder, gritaba de placer como pocas veces. Sin darme cuenta estaba acariciando su nuca. Percatándome que ya estaba por subir le pedí que siguiera un poco más, él obedeció y me regaló un orgasmo perfecto.
- Ahora me toca trabajar a mí – dijo.
Apenas terminó de decir esas palabras se subió encima de mí. Separó mis piernas y me las flexionó con sus brazos. Sin utilizar las manos introdujo su pene de una, sin juego previo, gemí y cerré los ojos. Él me sujetaba desde la nuca, sentía su aliento tibio jadear sobre mí. Su forma de moverse era única. Al introducir su verga se movía hacia abajo, abriendo bien el orificio de mi vagina, una vez todo adentro presionaba hasta el fondo, y para sacarla se movía hacia arriba, raspando mis paredes internas. La sacaba toda y volvía a arremeter de una. También se movía de esa forma, metía todo su miembro hasta el fondo y lo retiraba por completo, yo sentía el aire ingresar en mi agujero, luego el agujero se tapaba.
Llegó la hora de la penetración profunda y dura. Colocó mis piernas sobre sus hombros y se acostó encima de mí, yo estaba inmóvil por la posición, con mis manos clavadas en su nuca solo podía mirar su cara de pervertido bombeándome con potencia, sus ojos encendidos, su boca una risa siniestra de la que salían jadeos. Cada vez que se metía en mí sus testículos golpeaban la entrada de mi ano, generando un chasquido muy erótico. Su miembro me desgarraba cada vez que arremetía contra mi interior. Yo gritaba, a esa altura ya no era capaz de mantener la compostura, estaba sin frenos, gritaba y gemía como ni yo misma pensé que podía hacerlo. La transpiración hizo que el maquillaje de mis ojos se corriera, el brillo de mis labios se había ido, mis pelos eran un nido, y sentía las sábanas pegadas bajo mi espalda. Bajó las manos para tocarle las nalgas, empapadas en sudor. Le doy un chirlo y como si fuese un caballo intensificó sus movimientos, increíblemente gemí más fuerte, le di otra nalgada con más fuerza y su penetración fue más fuerte. Clavé mis uñas en sus glúteos y los presionaba con fuerza, para traerlo cada vez más adentro mío. A esa altura mis piernas estaban completamente dormidas por la incómoda posición, y mi vagina dormida por el placer, aún así mi clítoris la estaba pasando de mil maravillas. Él comenzó a jadear más fuerte, noté como sus nalgas se contrajeron y supe que la eyaculación estaba próxima. Cayó desplomado sobre mí, vencido, dejando su pene en mi interior. Yo pude librar mis piernas y recostarlas. Acaricié su espalda, totalmente mojada de sudor. Respiramos profundo los dos. Yo exhausta, rogando que él no tuviese más ganas de nada, pero no.
- Todavía falta ponerte en cuatro – dijo con picardía mientras se recostaba a mi lado con las manos en la nuca.
Yo retrocedí, volví a apoyar mi cabeza en su pecho y le hablé con cara de nenita.
- Ya no puedo más yo, estoy muy cansada. Sos mucho macho para mí.
Él besó mi frente y sonrió. Descansamos unos minutos. Fue el primero en bañarse, mientras lo hacía yo me dormí completamente adolorida, ni siquiera cuando me desvirgaron sentí tanto ardor en mi vagina. Luego me bañé yo y él tuvo la amabilidad de llevarme hasta mi casa.
El lunes comencé a trabajar, y ambos hicimos de cuenta que no había ocurrido nada. Yo lo trataba de usted, y él a mí de señorita.
Tuve un pequeño dilema, llegado el caso que Fernando intentara tener algo de intimidad conmigo, yo debería casi por obligación acceder a ello, él sería mi jefe, si bien podría usarse esto último como denuncia de extorción o acoso, tampoco quería perder mi trabajo antes de comenzar a trabajar. Además él es alto y parece tener el cuerpo trabajado, tiene el pelo un poco largo, lo suficiente como para entrelazar mis dedos. No lo miré mucho más, solo lo había visto hasta el momento dos veces, en las dos entrevistas laborales que hice delante del grupo de abogados.
El sábado por la tarde comencé a prepararme. Primero una depilación notable, en mi zona pública dejé un pequeño triángulo prolijamente cortado, bañé mis rubios vellos con sales aromatizadas y me puse crema en las piernas, glúteos, pechos, bueno, todo el cuerpo. Luego me di una ducha, utilizando el jabón que rejuvenece la piel y la deja más suave y ayuda también a combatir las arrugas. Me hice un baño de crema en mi larga cabellera rubia, y mientras dejaba que la crema actúe los diez minutos que dice el envase acaricié un poco y con suavidad mi clítoris, siempre me masturbo cuando me baño. Todas lo hacemos, hasta es por una cuestión de higiene. El orgasmo no fue la gran cosa, fue chiquito y a las apuradas.
Mientras me estaba maquillando, aun desnuda solo cubierta con una toalla enganchada en mis senos y otra envolviendo mis pelos, el timbre de mi casa sonó. Miré la hora, eran apenas ocho y media, pero el cabrón se adelanto, supongo que a propósito, en su horario de pasar a buscarme.
No tuve otra alternativa que ir a abrir la puerta en esas condiciones, sujetando con una de mis manos la parte delantera de la toalla para que no se desate el nudo, abrí. Él sonrió y pareció sorprendido. Le dije que me disculpe, que todavía no estaba lista, que me espere sentado en el sillón mientras yo terminaba de vestirme. Me respondió que me tomara mi tiempo, que no teníamos apuro.
Por supuesto que lo hice esperar. Salí de mi habitación pasadas las nueve y media. Ofrecí las disculpas pertinentes, argumentando que soy mujer y que en una cita siempre hay que hacer esperar a los hombres.
- Ah, ¿esto es una cita? – preguntó él con un extraño tono en su voz.
Rayos, metí la pata antes de que la cita comenzara. Quizás él solo quería hablar conmigo de trabajo, explicarme bien como se manejaban, pero vamos, eso podría haberlo hecho en la oficina.
Me vestí con una camisa apretada, casi pegada al cuerpo de color rosa oscuro con un escote redondo bastante pronunciado, me colgué un pequeña cruz que caía directamente entre mis pechos, no me puse corpiño, me gusta que se marquen levemente los pezones, elegí una minifalda violeta claro, apenas tapaba mis muslos, mi ropa interior era del mismo color, cuando se usa pollera tan corta es aconsejable para que no se distinga el color para los mirones. Como calzado usé mis tacos altos, así mis piernas y mi cola se verían beneficiadas. Uso poco maquillaje, apenas los labios con brillo, muy poco los ojos y un leve rubor en las mejillas.
Cuando nos dirigíamos a la salida él se detiene, mira fijo la foto y sujeta el portarretrato. Lanzó una carcajada al aire, pues estaba mirando detenidamente la foto donde Camila está de espaldas agachada mostrando su trasero mirando a la cámara sacando la lengua, y de frente estoy yo agachada sujetándome los pechos, sacando la lengua cerca de la lengua de ella. Estamos las dos vestidas, fue en un viaje que hicimos juntas al norte, y esa foto fue solo un chiste del momento.
- Es Camila – digo tartamudeando y queriendo que la tierra me trague – La amiga con la que vivo.
Por suerte fue caballero y no hizo más comentarios, como si la carcajada hubiese sido poco, engreído, que se cree reírse así de mí.
Al salir me posa la mano por encima del hombro y me acompaña caminando hasta su lujoso auto. Tiene manos grandes, dedos fuertes. No pude evitar pensar si sabría cómo utilizar esos dedos dentro de una mujer. Abrió la puerta de su auto y me invitó a pasar con un gesto. Me preguntó que tipo de música me gusta. Le dije que rock internacional de los sesenta. Sonrió con una especie de sorpresa. Se abalanzó sobre mí para poder buscar en la guantera un disco. Vi como me miró de reojo los senos, encontró el cd que buscaba y mientras cerraba la guantera volvió a mirarme los pechos y comencé a dudar si había sido o no buena idea no llevar corpiño, mis pezones se pusieron duros y estaban más marcados que nunca, haciéndome poner colorada.
- ¿Sos creyente? – preguntó.
- ¿Cómo?
- Por la cruz que llevás colgada, digo, si sos creyente.
- Ah sí, es de familia…
No sé bien por qué dije eso.
Él pidió permiso y acercó su mano hacia mi cuello, sujetó la cadena y la levantó hasta quedar con la cruz en la mano.
- Es una cruz pagana – dijo.
- Ah…
- ¿Sos pagana?
- Solo me pareció una cruz bonita.
- Bueno, entonces dejémosla donde estaba, mejor lugar que ese no debe existir.
Dejó caer la cruz con suavidad para que volviera a ocupar su cálido lugar entre mis pechos.
- ¿The Doors? – dijo.
- ¿El qué? – a esa altura yo ya estaba haciendo un papelón terrible.
- Si The Doors te parece bien para escuchar durante el viaje.
Le dije que sí, no solo porque me gustan, sino porque ya no tenía ganas de abrir la boca, cada palabra que pronunciaba me hacía quedar como una tonta.
Durante el viaje me comentó como le gustaría que trabajara. Me aconsejó la forma de vestirme para no hacer enojar a los abogados más viejos. Los posibles problemas con los que me podría llegar a encontrar. Pero… si me hablaba de trabajo durante el viaje, ¿de qué me hablaría en la cena? Llegamos al restorán, el más caro de la ciudad.
La recepcionista del lugar es una chica conocida, iba al mismo colegio secundario que yo, pero deben tener orden de no saludar a conocidos y amigos, porque me trató de señorita y usted. El mozo fue también muy educado, tratándome de usted. Fernando notó mi incomodidad y me preguntó que me pasaba.
- Trabajé de camarera mucho tiempo, se lo que es…
Si hay algo que odio es que me sirvan en la copa, yo tengo manos, puedo hacerlo sola, y en todo caso que lo haga la persona que me invitó. Le hice notar esto a Fernando cuando él llamó al mozo para que llenara su copa. El mozo vio que la mía estaba vacía y trató de servirme, pero Fernando se interpuso.
- Si no es molestia, la señorita gustaría que sea yo quien le sirva. Y a pedido de ella también queremos decirle que ya no se preocupe por nosotros, a ella le incomoda que la traten como una reina, a pesar de serlo.
El mozo asintió con una sonrisa y se retiró.
- ¿Qué fue eso? – pregunté.
- Hay que decirle la verdad al mozo, si el gerente ve que no nos atiende le va a preguntar por qué.
Le pregunté para qué me había invitado.
- Bueno, tu curriculum dice que sos soltera, yo soy soltero, no veo por qué no podemos salir.
- Entonces sí era una cita al final de todo – bromeé.
Él sonrió y ambos, o al menos yo, me relajé mucho.
Mientras lo observaba me preguntaba varias cosas, si sabría como besar, si sería brusco con su lengua, si mordería, si haría jadeos mientras besa. Me lo imaginé desnudo, ¿tendría pelos en el pecho? ¿se depilaría por completo? Y lo más importante, rogué que su tamaño viril sea bueno, porque estaba decidida a acostarme con él si se presentaba la oportunidad. Pensé que tipo de papel adoptar, si ser sumisa a todo lo que él hiciera y pidiera o yo mostraría lo mío convirtiéndome en una guerrera.
- ¿En qué pensás? – me interrumpió.
- Cosas de mujeres – dije entre risitas pícaras.
Ofreció darme el helado en a boca, yo ya estaba algo mareada por el vino, y acepté. Abrí la boca y saqué levemente la lengua, mirándolo a los ojos, ojos encendidos. Metió la cuchara y yo presioné los labios. Tragué el helado y los limpié con mi lengua, sin dejar de mirarlo a los ojos.
- ¿Siempre mirás así? – me preguntó.
- Si la situación lo exige sí.
Pidió la cuenta, dejó una notable propina y salimos caminando, él abrazándome por la cintura. Nos detuvimos de pie frente al auto, y mientras me abría la puerta me hizo una pregunta.
- ¿Entonces?
No sé que habrá querido decir con eso, pero yo interpreté que si íbamos a hacer algo ya no deberíamos dar más vueltas. Por lo tanto me puse en puntas de pie porque a pesar de mis tacos todavía no llegaba con comodidad a sus labios. Lo sujeté del cuello y lo besé.
Su instinto hizo que bajara sus manos hasta mis caderas, presionándome contra su cuerpo. Noté como su miembro incrementaba su tamaño y se endurecía a cada caricia de lengua que nos dábamos. También el instinto hizo que comenzara a acariciarme en círculo mis glúteos. Yo acariciaba su nuca y enredaba mis dedos entre sus cabellos. Sus labios son tibios y los abre con lentitud, los separa e introduce su lengua en mi boca, con pequeños movimientos su lengua acaricia la mía, es carnosa y larga, la imagino lamiéndome allí abajo y no puedo evitar jadear, cierra los labios, tomamos aire y arremetemos otra vez con las caricias de lengua. Los besos de lengua pasan a besos de solo labios, y mueren en pequeños picos hasta separarnos. Mantengo mis ojos cerrados, sé que me está mirando, me gusta que me mire, que sepa que lo disfruté, me gusta sentir sus manos en mis nalgas y su erecto miembro sobre mi vientre apoyándome, me gusta apoyarle los pechos. Abro los ojos, él está sonriendo. Yo sonrío y subo al auto.
Al sentarme noto que mi bombacha ya está húmeda, mientras el camina alrededor del auto para subir, en un rápido movimiento me toco para ver que tan grande es la humedad, y me doy cuenta que estoy completamente empapada, toda mojada, chorreando flujos producto de la excitación. Fernando sube al auto y me pregunta si está todo bien.
- Mirá lo que me hiciste – le digo.
Al decirle eso le sujeto una de sus manos y la llevo lentamente hasta mi zona íntima, hago que acaricie la bombacha húmeda, luego corro la tela hacia un costado y hago que introduzca un dedo para que vea lo mojada que estoy. Me acaricia el clítoris que está muy sensible y gimo. Lo abrazo y dejo que me masturbe unos momentos, mientras mueve sus dedos dentro de mí yo le jadeo al oído y le digo que no se detenga, que me está dando mucho placer, que siga en ese ritmo que estoy por alcanzar el climax. Lanzo un jadeo poco sonoro por timidez a la hora de llegar al orgasmo, aunque tenía ganas de gemir fuerte.
Saca la mano de mi vagina e introduce uno de los dedos en su boca, limpiándolo. Me besa, su lengua ahora tiene el sabor a mi acabada. Me mira e introduce en mi boca otro de sus dedos, se lo limpio lo mejor que puedo. Vuelve a besarme, y al separarnos un hilo de flujo queda colgando entre nosotros. Me acaricia con su mano limpia el pelo y me dice que ya es hora de irnos.
- ¿La formalidad de mi casa o la informalidad de un hotel? – me pregunta.
- Prefiero un hotel.
A la casa de un hombre la primera noche es algo que siempre traté de evitar.
Se recuesta sobre su asiento, miro su entrepierna y allí está, el tubo perfecto recostado sobre su muslo derecho, apretado por la tela de su pantalón, duro, por suerte parece largo, siento deseos de tocarlo, de agarrarlo entre mis manos, de besarlo, lamerlo, quiero tenerlo dentro de mi boca para luego tenerlo dentro de mi cuerpo por otros orificios. Me muerdo el labio y respiro profundo. Lo miro a los ojos, él me está mirando, le gusta que le esté mirando su miembro. Me ruborizo. El auto arranca.
El hotel tenía todo lo que un hotel debe tener. Espejo en el techo, espejo grande en la pared, bañadera, algunos juguetes. Él se estaba quitando el saco, aflojaba su corbata y me decía que me tomara mi tiempo. Yo me senté en la cama, con una ganas terribles de comenzar, mis ganas eran tantas que no sabía por dónde comenzar, quería hacerle sexo oral, pero necesitaba que me penetre cuanto antes.
Se sentó a mi lado, me besó el cuello e hizo que mi piel se estremeciera. Lamió mi oreja haciéndome cosquillas. Me recostó para besar el otro lado de mi cuello y se posó sobre mí, apoyando bien la dureza de su pene sobre mí. Mi minifalda ya se había levantado tanto que ya no servía para nada, mis piernas estaban desnudas y levemente abiertas, por lo que mi vagina podía sentir de lleno su miembro, solo nos separaban unas telas.
Comenzó a desabrocharme la camisa, de golpe quedé desnuda de torso, ya que no llevaba corpiño le dejé mis pechos a su disposición. Mis pezones estaban tan duros que me dolían, pero él los calmó con su lengua. Me chupó las tetas un buen rato, de todas las formas que se puedan imaginar, besó los alrededores del pezón, introdujo su lengua entre ambos, lamió en círculos por toda la piel, pellizcaba mi pezón derecho mientras lamía el izquierdo, luego cambiaba, siempre de alguna forma estimulaba ambos pezones, presionaba con fuerza mi seno mientras mordía el otro, el maldito estaba jugando conmigo, me estaba provocando. Yo respondía con suaves jadeos y respiración agitada, y levantaba mi cadera en movimientos pélvicos para encontrar su pene que ya parecía explotar por encima del pantalón.
Él se arrodilla en la cama y comienza a desvestirse. Yo solo tuve que quitarme la pollera y la bombacha que salieron juntas. Quedé desnuda antes que Fernando, por eso pude ayudarle a quitarle el pantalón. Primero aflojé el cinto, luego desabroche unos botones que tenía hasta poder bajar el cierre. Bajé el jean hasta las rodillas, él se lo quitó poniéndose de pie a un lado de la cama, y yo, desesperada como nunca, me puse en cuatro patas en la cama y lo traje hacia mí, bajé su bóxer lo suficiente para dejar su verga al aire libre, era un miembro hermoso. Gordo, grande, largo, por suerte bien depilado en su totalidad, tanto el vello público como sus testículos. Acaricié esa carne un poco, se le marcaban las venas a un lado, se doblaba hacia arriba y levemente hacia la derecha, lo masturbé un poco, lamí la palma de mi mano y jugué un poco en su cabeza. Besé la base del tronco mientras estimulaba los testículos con la otra mano. Pasé la lengua desde la base hasta la punta, hice lo mismo descendiendo. Me agaché un poco y lamí sus bolas, le pasé la lengua, luego introduje uno de sus testículos en mi boca, después el otro, subí y al llegar a la punta introduje, por fin, la mitad del pene dentro de mi boca, él lanzó un gemido excitante. Subí y bajé por ese pene con suavidad, con más fuerza, siempre acariciándolo con mi lengua por dentro. Levanté la vista para verlo, estaba con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. La introduje toda, haciendo un garganta profunda y él me miró, yo estaba con su miembro en mi boca, observándolo con cara de niña, esa misma cara y misma mirada que había hecho apenas un rato antes con la cuchara. Me sujetó por la nuca, agarrándome fuerte de los pelos, como para no dejarme ir, y comenzó a hacerle el amor a mi cara, moviéndose hacia atrás y hacia adelante. Su penetración era profunda, tocaba el fondo de mi garganta, sentí ganas de hacer arcadas, pero me resistí. Clavé mis manos en sus glúteos y así permanecimos un tiempo, yo enganchada allí, en cuatro patas, mostrándole mi culo, con él gimiendo y yo apenas pudiendo respirar.
Sus glúteos se tensaron y el lanzó un jadeo seco, acto seguido mi boca se lleno de semen, se chorreó por un lado y un poco se deslizó por mi garganta, tragándomela. Él seguía moviéndose y sujetándome de la nuca, yo sentía el calor del semen deslizarse por mi pera y colgar en el vacío. La punta de su pene continuaba despidiendo chorros cada vez menos potentes en el interior de mi boca. Finalmente se detuvo y yo chupé unos segundos más su pene hasta que él se arrodilló en el borde de la cama, quedando cara a cara, mirándome con mi boca llena de su néctar, limpió mi pera, y se acercó a besarme, no lo podía creer, me besaba de lengua a pesar de que mi lengua estaba llena de semen, lo intercambiamos, en un momento el tenía su propia acabada en su boca, luego nos besábamos y la leche regresaba a mí. Finalmente me ordenó que se la mostrara con la boca abierta, y también ordenó que me la tragara. Obedecí.
Se recostó sobre la cama y me hizo un gesto para que lo montara, iba a pedirle que se pusiera un preservativo, pero a esa altura ya no importaba.
Me arrodille sobre él, con una pierna a cada lado, bajé un poco y sentí el contacto de su piel caliente y mojada, yo ya estaba bien lubricada. Jugué un poco con la punta en la entrada de mi orificio vaginal, los flujos hicieron ruido, un chasquido que me excitó más. Me senté suavemente introduciendo en mí apenas la punta y salí, realicé ese movimiento un par de veces y me di cuenta que su verga era más grande de lo que me imaginaba, haciendo un poco de fuerza la introduje hasta la mitad del tronco y salí, me moví en círculos varias veces para que la cavidad se acostumbrara al tamaño ese. Fernando me sujetó de las caderas, y a la vez que me sentó sobre con fuerzas movió su pelvis hacia arriba, metiéndomela toda, prácticamente hasta los huevos. Yo lancé un grito, mitad placer, mitad dolor. Me recosté sobre él asimilando que lo tenía dentro de mí, lo besé mientras él realizaba movimientos más suaves pero no había caso, mi vagina no se acostumbraba, tenerlo dentro era un ardor permanente, pero yo debía hacer mi trabajo de amante sin presentar quejas.
Me incorporé quedando sentada encima suyo, sin apoyarme con las manos sobre nada, ni contra el respaldo de la cama ni contra su pecho. Subí y bajé de varias formas, la más simple hacia arriba y hacia abajo, moviéndome en círculos hacia adelante y hacia atrás para que él sienta más el interior de mis paredes vaginales, en círculos como un reloj, así sentía más yo su miembro rasparme por todo mi interior. Mis muslos comenzaron a arder y tuve que buscar apoyo, me incliné hacia atrás y apoyé mis manos sobre sus muslos para ayudarme, me moví hacia arriba y hacia abajo, él levantó la cabeza, y dada la pose que estábamos practicando supe que estaba viendo como su carne rompía con la mía, entrando y saliendo al ritmo que yo misma marcaba.
Me incliné hacia adelante, apoyando las manos a los lados de su cabeza y me senté, reposando, dejando que sea él quien marque el ritmo de los movimientos por un rato mientras yo recuperaba algo de oxigeno y mis muslos descansaban un poco. Fernando me daba penetraciones profundas y suaves, introducía su miembro bien lento hasta el fondo, y una vez que estaba todo adentro forzaba un poco más hacia arriba, generándome ardor y placer, cada embestida me la metía más adentro. Luego para sacarla también lo hacía con suavidad, y la sacaba prácticamente toda, solo dejaba apoyada la punta en la entrada de mi vagina como para no tener que andar acomodando con la mano a cada rato. El hombre sabía lo que estaba haciendo. Cada vez que ingresaba en mi cuerpo yo jadeaba, cuando presionaba hacia adentro me hacía gritar, y cuando me la sacaba yo gemía de placer. Él era un jadeo constante. La habitación se lleno de música, nuestros gemidos.
Con el aire recuperado me reincorporé. Comencé a moverme con cierta brutalidad, él continuaba con sus movimientos. Ahora nos estábamos dando placer mutuamente, a lo primero yo le mostré lo que sabía hacer en la cama, luego fue su turno de enseñarme sus movimientos; ahora ninguno mostraba nada, nos estábamos cogiendo entre los dos. Los gemidos se intensificaron.
- ¿Vas a acabar? – le pregunté con la voz entre cortada por la agitación.
- Sí.
- Esperame – dije – Acabemos juntos.
Me incliné un poco hacia adelante para ayudarme con mis manos, cerré los ojos para concentrarme y tratar de llegar al orgasmo, le susurré al oído que me esperara, que quería gozar junto a él, me dijo que ya estaba próximo a eyacular, yo quería acabar y comencé a moverme más veloz, mis muslos no daban más, me ardían, me costaba respirar y volví a pedirle que me esperara. Él jadeó y me clavó las manos en los glúteos y supe que ya no podía esperarme más, en un intento desesperado de mi parte comencé a saltar cada vez más fuerte sobre él, hasta que por fin sentí bajar por mi estómago las cosquillas que anuncian el orgasmo. Se lo hice saber.
- Ah, ah, acabo, acabo… - jadeé como pude.
Él gritó y se quedó quieto. Yo grité y tiré mi cabeza hacia atrás. Su pene latía en mi interior y lanzaba chorros de semen, chorreándome por mis muslos internos. Mi vagina se contraía con pequeños espasmos producto del orgasmo.
Caí rendida a su lado. Totalmente exhausta. Miré su panza, manchada con gotas de semen que continuaba saliendo de su verga. Yo tenía mis muslos llenos de ese flujo tibio, un poco de semen, un poco producto de mis propios flujos. Me tomé el atrevimiento de apoyar la cabeza sobre su hombro y abrazarlo. Por suerte él respondió al abrazo. Pasé una pierna por encima suyo y juntos permanecimos así unos minutos hasta recuperar por completo el aire. Él me acariciaba la nuca con ternura, y yo estaba a punto de dormirme. Tenía las piernas dormidas.
Pasados unos minutos él comenzó con suaves caricias en la espalda. Me besó las mejillas, el cuellos, besó mis pezones y lentamente volvió a estimular mi clítoris, sin dejar de besarme acariciaba mi vello púbico, enredando sus dedos en ellos. Bajó a besar mis pechos, dándole pequeños mordiscos a mis pezones. Presionando mis senos continuó descendiendo, introdujo su lengua en mi ombligo, bajó aun más y sentí como aspiraba el aroma de mi vagina. No tardó en llegar la lamida de mi rayita, siempre presionando mis pechos. Me lamía la raja como lame un perro. Comencé a separar mis piernas y a levantar mis muslos, sentí como mis labios vaginales se separaban y la temperatura me subía. Con dos de sus dedos abrió por completo los labios, dejando el clítoris a su disposición. Hizo con él lo que tuvo ganas, lo estimuló con sus dedos, la lamió, lo chupó, lo besó, lo escupió, lo sopló, yo era un sinfín de jadeos y gemidos, arqueaba la espalda a más no poder, gritaba de placer como pocas veces. Sin darme cuenta estaba acariciando su nuca. Percatándome que ya estaba por subir le pedí que siguiera un poco más, él obedeció y me regaló un orgasmo perfecto.
- Ahora me toca trabajar a mí – dijo.
Apenas terminó de decir esas palabras se subió encima de mí. Separó mis piernas y me las flexionó con sus brazos. Sin utilizar las manos introdujo su pene de una, sin juego previo, gemí y cerré los ojos. Él me sujetaba desde la nuca, sentía su aliento tibio jadear sobre mí. Su forma de moverse era única. Al introducir su verga se movía hacia abajo, abriendo bien el orificio de mi vagina, una vez todo adentro presionaba hasta el fondo, y para sacarla se movía hacia arriba, raspando mis paredes internas. La sacaba toda y volvía a arremeter de una. También se movía de esa forma, metía todo su miembro hasta el fondo y lo retiraba por completo, yo sentía el aire ingresar en mi agujero, luego el agujero se tapaba.
Llegó la hora de la penetración profunda y dura. Colocó mis piernas sobre sus hombros y se acostó encima de mí, yo estaba inmóvil por la posición, con mis manos clavadas en su nuca solo podía mirar su cara de pervertido bombeándome con potencia, sus ojos encendidos, su boca una risa siniestra de la que salían jadeos. Cada vez que se metía en mí sus testículos golpeaban la entrada de mi ano, generando un chasquido muy erótico. Su miembro me desgarraba cada vez que arremetía contra mi interior. Yo gritaba, a esa altura ya no era capaz de mantener la compostura, estaba sin frenos, gritaba y gemía como ni yo misma pensé que podía hacerlo. La transpiración hizo que el maquillaje de mis ojos se corriera, el brillo de mis labios se había ido, mis pelos eran un nido, y sentía las sábanas pegadas bajo mi espalda. Bajó las manos para tocarle las nalgas, empapadas en sudor. Le doy un chirlo y como si fuese un caballo intensificó sus movimientos, increíblemente gemí más fuerte, le di otra nalgada con más fuerza y su penetración fue más fuerte. Clavé mis uñas en sus glúteos y los presionaba con fuerza, para traerlo cada vez más adentro mío. A esa altura mis piernas estaban completamente dormidas por la incómoda posición, y mi vagina dormida por el placer, aún así mi clítoris la estaba pasando de mil maravillas. Él comenzó a jadear más fuerte, noté como sus nalgas se contrajeron y supe que la eyaculación estaba próxima. Cayó desplomado sobre mí, vencido, dejando su pene en mi interior. Yo pude librar mis piernas y recostarlas. Acaricié su espalda, totalmente mojada de sudor. Respiramos profundo los dos. Yo exhausta, rogando que él no tuviese más ganas de nada, pero no.
- Todavía falta ponerte en cuatro – dijo con picardía mientras se recostaba a mi lado con las manos en la nuca.
Yo retrocedí, volví a apoyar mi cabeza en su pecho y le hablé con cara de nenita.
- Ya no puedo más yo, estoy muy cansada. Sos mucho macho para mí.
Él besó mi frente y sonrió. Descansamos unos minutos. Fue el primero en bañarse, mientras lo hacía yo me dormí completamente adolorida, ni siquiera cuando me desvirgaron sentí tanto ardor en mi vagina. Luego me bañé yo y él tuvo la amabilidad de llevarme hasta mi casa.
El lunes comencé a trabajar, y ambos hicimos de cuenta que no había ocurrido nada. Yo lo trataba de usted, y él a mí de señorita.
5 comentarios - Con el Abogado
va a ser una novela creo
besito
Muuy calente!
Gracias por compartir
sos muy perseverante y eso se nota relato a relato!!!
😘
Me encanto el relato...
Besitos...