El día para reintegrarme a mi trabajo se acercaba y todavía no había decidido que hacer con el Ro. Si mi mamá se iba a ocupar de cuidarlo, si lo dejaba en una guardería, la primera alternativa era complicada, mi mamá vive en San Justo y tiene que ocuparse no solo de mi papá sino también de mis hermanos, dos boludos grandotes que pese a estar casados y tener su propia familia, siguen dependiendo de su mamita para casi todo. La segunda alternativa ya de por sí me provocaba bastante rechazo, dejar a mi bebé con gente desconocida cuándo todavía no había cumplido ni siquiera el año, era algo que no contaba con mi mayor simpatía. Sin embargo, y ante la disyuntiva en que me encontraba, tuve que salir a recorrer las guarderías del barrio, para por lo menos disponer de una opción por si fracasaba cualquiera de esas dos alternativas. Así que una mañana cualquiera, agarre al Ro, lo acosté en el cochecito y salimos a ver con que nos encontrábamos. Obvio que con este tema es algo con lo que hay que tener mucho cuidado, quienes trabajan en las guarderías podrán recibirte con la mejor de las sonrisas y demostrar en todo momento que son pura dulzura, pero quizás cuando se quedan solas con nuestros hijos sea totalmente distinto, ¿Cómo saberlo? Todavía está fresco el escándalo con la guardería Tribilín por lo que, por lo menos para mí, el asunto era bastante delicado. Fui a varias hasta animarme a dejarlo en una, para ver si se adaptaba bien a la separación. Fue al tercer día de búsqueda infructuosa que di con el lugar que me pareció propicio para albergar a mi hijo. Luego de conversar largamente con la directora del jardín, de charlarlo con mi marido, y decidirnos por ese sitio en particular, estuvimos de acuerdo en que este era un buen momento para comenzar con el período de adaptación. La primera vez lo deje solo con sus maestras unos pocos minutos, aunque quedándome yo en el edificio, muy cerca de donde él estaba. Ya en las siguientes ocasiones tuve que dejarlo más tiempo. Dos horas por lo menos me dijo una de las maestras, y no solo eso, sino que yo debería irme y volver más tarde, salir del edificio, ya que el período de adaptación también era para mí. No se imaginan lo que sufrí con esa primera separación, salí a la calle y no sabía qué hacer, por lo menos las otras veces el Ro había estado con mi mamá, por lo que me había quedado tranquila, pero ahora era distinto, estaba con gente extraña, que no conocía y en un ambiente que, aunque confortable, le era totalmente ajeno. Estuve deambulando por unos cuantos minutos, mirando a cada rato el reloj, hasta que me detuve frente a una vidriera. En eso escucho una voz tras de mí que me saca de mis disquisiciones:
-Ese conjuntito negro te debe quedar para el infarto-
Recién en ese momento caí en que estaba frente a la vidriera de un local de lencería.
-¿Te parece?- fue lo que salió de mi boca antes de cualquier otra reacción.
El tipo que me había hablado, un morocho imponente de casi dos metros (casi el doble que yo… jaja), se sorprendió tanto como yo al escucharme.
-Por lo menos a mí me daría uno si te lo viera puesto- siguió, aprovechando mi repentina respuesta.
-Ok, gracias- asentí y entre al local.
¿Saben que hice? Sí, me compré el mismo conjuntito negro que aquel desconocido me había recomendado, eso sí, lo compré un talle más chico para que me quede mejor… jaja. Pague con la tarjeta y salí del local con mi coqueta bolsita con la marca de la lencería. El muchacho seguía dando vueltas por ahí haciéndose el que esperaba el colectivo. Me acerque a él y mostrándole la bolsita le dije:
-Ya está, compre el que me dijiste, ahora necesito que alguien me dé el visto bueno-
El flaco me miro de arriba abajo, devorándome con la mirada, y dijo:
-Para eso estoy yo-
-Bueno, pero que no te dé un infarto- me sonreí a la vez que con un gesto le indicaba que me acompañara.
Sin hacerme esperar se salió de la fila de la gente que esperaba el colectivo y me siguió. Eso era lo que necesitaba para sobrellevar la angustia que me provocaba la momentánea separación de mi bebé, ni más ni menos que una pija. Ya se sabe, un buen pijazo cura todos los males, te mejora el ánimo, te levanta la autoestima, en síntesis, te lleva a la Gloria, y en ese momento tan especia, en el que por primera vez me desprendía del fruto de mis entrañas, un bien pijazo era lo único que podría tranquilizarme… bueno, en realidad no uno, sino unos cuantos.
Como estábamos en mi barrio y conozco los telos de la zona mejor que cualquier guía especializada, fui yo la que eligió el lugar. Uno común y corriente, de esos que se encuentran escondidos y casi como en la clandestinidad, a pocas cuadras hay uno 5 estrellas, al que fui varias veces, pero me excitaba la idea de estar con aquel desconocido en un lugar como ese, tan marginal, en el cuál, además, nunca había estado. Sí, créanlo, hay un telo en el que nunca estuve… jaja. Además queda bastante cerca de la guardería, cosa que terminaba y salía volando para allá y en dos minutos estaba.
Entramos, como todo caballero pagó el turno, en efectivo, no vaya a ser que con la tarjeta la esposa lea el resumen y le haga lío, porque sí, era casado, no me lo dijo pero la alianza en el anular izquierdo lo delataba. Mientras caminábamos por el pasillo tenuemente iluminado por una frágil luz rojiza y aromatizado con el típico aroma de todo telo que se precie, me acarició la cola y me susurró al oído:
-Hoy es mi día de suerte-
Le devolví la caricia, palpando lo que portaba entre las piernas y al sentirlo, repliqué:
-Mmm… el mío también-
Ni bien entramos a la habitación, le pedí que se pusiera cómodo y me fui directo al baño. Cerré la puerta para que no espiara, me desnudé por completo y me puse el conjuntito de lencería que había comprado. La verdad que parecía que en vez de un talle, eran dos talles menos, me quedaba súper ajustado, las tetas se me desbordaban por todos lados, y la tirita de la tanga se me metía bien adentro de la concha, como se imaginarán los pendejos florecían por doquier, como si recién hubiera llegado la primavera. Era un Baby Doll de tul y encaje con cinta de raso morada, la verdad un encanto, no se podía decir que el tipo tuviera mal gusto.
Cuando volví a la habitación, él ya estaba en bolas, en la cama, manipulando una erección que confirmaba mi acierto de un rato antes: ese también era mi día de suerte.
-¿Y, que te parece?- le pregunté dando una vueltita cual modelo de lencería erótica.
-Increíble, te queda espectacular- exclamó mirándome fascinado.
-¿En serio? Bueno, es tu gusto-
-Te dije que te iba a quedar para el infarto-
-Sí, pero que no te dé uno justo ahora- bromeé.
.No te preocupes, antes de morirme te voy a pegar una linda cogida- prometió y de un salto vino hacia mí y me abrazó, frotándome su verga por todo el vientre. Como era bastante más alto que yo tenía que agacharse para hacérmela sentir justo ahí.
-¡Mmmm…!- suspiré al sentirlo -¿Me vas a coger mucho?-
-Todo lo que quieras-
-Entonces sí, quiero que me cojas mucho- le aseguré agarrándole la pija con una mano y mientras se la frotaba adelante y atrás, le di un beso cargado de morbo y excitación.
Nos besamos por un largo rato, mordiéndonos los labios, chupándonos las lenguas, sin dejar de tocarnos, disfrutando de las pasionales pulsaciones de nuestros cuerpos. Luego del beso desató la cinta de raso, y deslizó el Baby Doll por sobre mis brazos, disfrutando la radiante y voluptuosa aparición de mis pechos. El conjuntito de lencería cayó al suelo, quedándome solo con la tanga de encaje puesta. Volvió a mirarme de arriba abajo, comiéndome, o mejor dicho, “cogiéndome” con la mirada y metiéndome tremenda mano entre las piernas comenzó a “comerme” en una forma mucho más efectiva. Empezó con mis pechos, a los que brindó una atención especial, a la vez que sus dedos eludían la tanguita y efectuaban su labor ahí abajo. Me pasaba la lengua alrededor de los pezones, me soltaba una escupidita justo sobre el botón y metiéndose buena parte del pecho dentro de la boca, me lo succionaba con frenesí.
-¡Mmm… te sale lechita!- exclamó al sentir el fluido materno vertiéndose en su paladar.
Que un tipo me chupe las tetas, me las mame en esa forma, me puede, por lo que echando la cabeza hacia atrás solté una exhalación de placer, a la vez que lo agarraba de los pelos y lo “obligaba” a seguirme mamando de esa manera. Su respuesta fue meterme los dedos más adentro todavía. Yo seguía aferrada a su verga, como si sostenerme de esa erección dependiera mi vida, por lo que de a poco fui bajando, hasta quedar frente a frente con mi objetivo, de rodillas, casi en absoluta sumisión, dispuesta a entregarle a ese desconocido la prueba de sometimiento más extrema que pueda brindarle una mujer a un hombre. Sin soltarla, comencé a besársela por los lados, evidenciando mi entrega y redención… les cuento, la pija del flaco tenía esa forma de banana, con la comba hacia arriba, lo que le otorga un aspecto mucho mas intimidante, la cabeza sobresalía notoriamente por sobre el resto, colorada, palpitante, brillosa por el líquido preseminal que ya había empezado a fluir. Debido a la dureza que ostentaba, la piel se tensaba al máximo, casi al borde del desgarro. Me encantan esas pijas que exhiben su virilidad en todo su entorno, hasta las bolas se notaban llenas, se las tocaba y las sentía duritas, entumecidas. No pasó mucho para que empezara a chupársela con suma delectación, no soy de las que se hacen de rogar, por lo que sin demora alguna ya le estaba brindando una mamada en toda regla, como semejante obra de arte se merece. Escuchar gemir a un hombre, suspirar, estremecerse por la chupada de pija que le doy es mi mayor recompensa. Nada me reconforta más que esos suspiros, saber que ese hombre está gozando por lo que yo le hago. Y este tipo era por demás demostrativo en ese aspecto, no se guardaba nada. Parecía que convulsionaba por la forma en que se estremecía. Le chupé y lamí las bolas largo rato, sintiendo en ellas la irresistible ebullición del placer. Acto seguido procedió a devolverme atenciones. Me puso de espalda contra el colchón, yo misma me saque la tanguita, preparándome para lo que de inmediato habría de venir. Me abrió de piernas y entró a chuparme la concha con el mismo entusiasmo y frenesí con que yo lo había atendido a él. Me dejo la concha a punto caramelo, temblando de excitación, lista para metérmela, y eso fue precisamente lo que hizo. Se puso un forro, se acomodó encima de mí y apoyando la prominente punta justo en la entrada, entre los labios, me la metió. Solté un ahogado gemido al sentirla adentro, recorriendo con su pronunciada curvatura todo mi caliente y húmedo interior. Me llenó toda con un solo movimiento, y ahí mismo, en la tradicional pose del misionero, empezó a cogerme con un ritmo por demás intenso y sostenido. Yo cerraba mis piernas en torno a su cintura, empujándolo más contra mí, ansiosa por sentir esa curva rasparme el clítoris. A la vez que me cogía, nuestras bocas mantenían su propia batalla, nos besábamos, nos chupábamos, nos lengüeteábamos, nos mordíamos, hasta nos escupíamos, sin dejar de movernos en esa forma que nos aseguraba una penetración plena y absoluta. En cuatro también me hizo sentir esa comba en una forma que me desquiciaba. Me agarraba bien del culo y me la mandaba a guardar toda entera, con empujones firmes y certeros, haciéndomela sentir en toda su extensión. Era alucinante sentirlo entrar con esa fuerza, con ese vigor, con ese poderío, cada ensarte era un golpe al corazón, un mazazo que me repercutía hasta en el alma.
-¡Ahhhhh… sí… así… ahhhh… cogeme… ahhhh… toda… la quiero toda…!- le pedía entre jadeos y espasmos, echando la cola bien para atrás, disfrutando todas y cada una de sus embestidas
Teniéndome ahí de perrita, me la dejo clavada adentro, palpitando furiosamente y arrastrándome con él me puso de costado, para seguir bombeando con más vehemencia todavía.
-¡En el culo… la quiero en el culo…!- alcancé a jadear, con la voz ronca y exaltada.
Me la sacó de la concha y con los mismos fluidos que me salían de adentro, que eran muchos debo decir, me embadurnó el anillo del culo, incluso hasta me metió un dedo adentro para comprobar la elasticidad de la zona. Al darse cuenta que no tendría problema en metérmela, apoyó la cabeza en esa entrada mucho más estrecha y comenzó a empujar, no sé si fue él quien me la metió, o yo la que se la devoré, pero mi culito absorbió casi íntegramente esa pronunciada curvatura con la cual pareció llenarme los intestinos. Sentí sus huevos chocar contra mis nalgas, síntoma más que evidente de que todo el resto ya estaba adentro… bien adentro. Enseguida empezó a moverse, deslizándose en toda su extensión, alcanzando con cada empuje los rincones más alejados. Me estuvo culeando un buen rato, mientras yo me tocaba el clítoris o me pellizcaba los pezones. De a ratos giraba la cabeza y buscaba su boca para besarlo con avidez, sintiendo que cualquier cosa que hiciera no sería suficiente para agradecerle lo mucho que me estaba complaciendo. Aparte de tener una forma exquisita, digna para un cuadro, la pija del tipo tenía un aguante terrible, ya hacía rato que estábamos cogiendo sin parar (…y culeando) y seguía bien parada, con una dureza que me hacía pensar que aquello iba para rato. Sintiendo ya que el culo me ardía de tanta clavada, me hice a un lado, le saque el forro, el cual estaba impregnado por dentro y por fuera con nuestros espesos fluidos, y agarrándosela con las dos manos, se la volví a chupar con fruición y avidez. Le puse otro forro y me le subí encima, a caballito, poniéndole mis pechos justo frente a la cara. Me acomodé yo misma la poronga en la entrada, y fui bajando de a poco, despacito, ensartándome cada pedazo como si fuera la primera vez que lo sentía. Cuando volví a tenerlo todo adentro, grueso, duro, potente, curvado, eché la cabeza hacia atrás, exhalé un profuso suspiro de placer, y empecé a moverme atrás y adelante, atrás y adelante, decidida ahora sí a hacerlo acabar. Desde abajo el tipo me acompañaba agarrándome bien fuerte del culo y chupándome las tetas, mordiéndome los pezones, evidenciando con cada gesto, con cada suspiro, que ya se estaba aproximando al final. Me senté entonces prácticamente en él, y empecé a subir y bajar, intensificando el ritmo con cada sentada, guiándolo cual amazona salvaje hacia un polvo brutal y violentísimo, podía sentir los lechazos golpeando contra la contención del látex, llenando hasta el límite la capacidad del mismo. Nos besamos furiosamente, más que besarnos, nos comíamos las bocas, agradeciéndonos mutuamente el momento vivido… y gozado. Justo en ese momento suena la alarma de mi celular, ya habían pasado dos horas desde que deje al Ro en la guardería. Me levanté a toda prisa, fui al baño y me enjuagué rápidamente las partes íntimas. Salí ya vestida. Él seguía acostado, reponiéndose todavía de la intensa sesión de sexo que habíamos tenido. Llame a la recepción y avise que iba a salir sola, que mi acompañante se quedaría hasta terminar el turno. Le tire un beso desde la puerta, le dije chau y salí. Hice las dos cuadras que me separaban de la guardería con el corazón en la boca. Ahora que había pasado el momento de la excitación, volví a sucumbir ante la angustia, sin embargo cuando llegue, el Ro estaba como si nada, riéndose de lo más divertido con unos juegos que le hacían las maestras. Igual me lo lleve a casa, ya había tenido suficiente adaptación por ese día.
NOTA FINAL: seguramente se preguntarán que pasó con el conjuntito de lencería. Lo deje en la habitación del telo. Aunque era lindo ya había cumplido su cometido.
-Ese conjuntito negro te debe quedar para el infarto-
Recién en ese momento caí en que estaba frente a la vidriera de un local de lencería.
-¿Te parece?- fue lo que salió de mi boca antes de cualquier otra reacción.
El tipo que me había hablado, un morocho imponente de casi dos metros (casi el doble que yo… jaja), se sorprendió tanto como yo al escucharme.
-Por lo menos a mí me daría uno si te lo viera puesto- siguió, aprovechando mi repentina respuesta.
-Ok, gracias- asentí y entre al local.
¿Saben que hice? Sí, me compré el mismo conjuntito negro que aquel desconocido me había recomendado, eso sí, lo compré un talle más chico para que me quede mejor… jaja. Pague con la tarjeta y salí del local con mi coqueta bolsita con la marca de la lencería. El muchacho seguía dando vueltas por ahí haciéndose el que esperaba el colectivo. Me acerque a él y mostrándole la bolsita le dije:
-Ya está, compre el que me dijiste, ahora necesito que alguien me dé el visto bueno-
El flaco me miro de arriba abajo, devorándome con la mirada, y dijo:
-Para eso estoy yo-
-Bueno, pero que no te dé un infarto- me sonreí a la vez que con un gesto le indicaba que me acompañara.
Sin hacerme esperar se salió de la fila de la gente que esperaba el colectivo y me siguió. Eso era lo que necesitaba para sobrellevar la angustia que me provocaba la momentánea separación de mi bebé, ni más ni menos que una pija. Ya se sabe, un buen pijazo cura todos los males, te mejora el ánimo, te levanta la autoestima, en síntesis, te lleva a la Gloria, y en ese momento tan especia, en el que por primera vez me desprendía del fruto de mis entrañas, un bien pijazo era lo único que podría tranquilizarme… bueno, en realidad no uno, sino unos cuantos.
Como estábamos en mi barrio y conozco los telos de la zona mejor que cualquier guía especializada, fui yo la que eligió el lugar. Uno común y corriente, de esos que se encuentran escondidos y casi como en la clandestinidad, a pocas cuadras hay uno 5 estrellas, al que fui varias veces, pero me excitaba la idea de estar con aquel desconocido en un lugar como ese, tan marginal, en el cuál, además, nunca había estado. Sí, créanlo, hay un telo en el que nunca estuve… jaja. Además queda bastante cerca de la guardería, cosa que terminaba y salía volando para allá y en dos minutos estaba.
Entramos, como todo caballero pagó el turno, en efectivo, no vaya a ser que con la tarjeta la esposa lea el resumen y le haga lío, porque sí, era casado, no me lo dijo pero la alianza en el anular izquierdo lo delataba. Mientras caminábamos por el pasillo tenuemente iluminado por una frágil luz rojiza y aromatizado con el típico aroma de todo telo que se precie, me acarició la cola y me susurró al oído:
-Hoy es mi día de suerte-
Le devolví la caricia, palpando lo que portaba entre las piernas y al sentirlo, repliqué:
-Mmm… el mío también-
Ni bien entramos a la habitación, le pedí que se pusiera cómodo y me fui directo al baño. Cerré la puerta para que no espiara, me desnudé por completo y me puse el conjuntito de lencería que había comprado. La verdad que parecía que en vez de un talle, eran dos talles menos, me quedaba súper ajustado, las tetas se me desbordaban por todos lados, y la tirita de la tanga se me metía bien adentro de la concha, como se imaginarán los pendejos florecían por doquier, como si recién hubiera llegado la primavera. Era un Baby Doll de tul y encaje con cinta de raso morada, la verdad un encanto, no se podía decir que el tipo tuviera mal gusto.
Cuando volví a la habitación, él ya estaba en bolas, en la cama, manipulando una erección que confirmaba mi acierto de un rato antes: ese también era mi día de suerte.
-¿Y, que te parece?- le pregunté dando una vueltita cual modelo de lencería erótica.
-Increíble, te queda espectacular- exclamó mirándome fascinado.
-¿En serio? Bueno, es tu gusto-
-Te dije que te iba a quedar para el infarto-
-Sí, pero que no te dé uno justo ahora- bromeé.
.No te preocupes, antes de morirme te voy a pegar una linda cogida- prometió y de un salto vino hacia mí y me abrazó, frotándome su verga por todo el vientre. Como era bastante más alto que yo tenía que agacharse para hacérmela sentir justo ahí.
-¡Mmmm…!- suspiré al sentirlo -¿Me vas a coger mucho?-
-Todo lo que quieras-
-Entonces sí, quiero que me cojas mucho- le aseguré agarrándole la pija con una mano y mientras se la frotaba adelante y atrás, le di un beso cargado de morbo y excitación.
Nos besamos por un largo rato, mordiéndonos los labios, chupándonos las lenguas, sin dejar de tocarnos, disfrutando de las pasionales pulsaciones de nuestros cuerpos. Luego del beso desató la cinta de raso, y deslizó el Baby Doll por sobre mis brazos, disfrutando la radiante y voluptuosa aparición de mis pechos. El conjuntito de lencería cayó al suelo, quedándome solo con la tanga de encaje puesta. Volvió a mirarme de arriba abajo, comiéndome, o mejor dicho, “cogiéndome” con la mirada y metiéndome tremenda mano entre las piernas comenzó a “comerme” en una forma mucho más efectiva. Empezó con mis pechos, a los que brindó una atención especial, a la vez que sus dedos eludían la tanguita y efectuaban su labor ahí abajo. Me pasaba la lengua alrededor de los pezones, me soltaba una escupidita justo sobre el botón y metiéndose buena parte del pecho dentro de la boca, me lo succionaba con frenesí.
-¡Mmm… te sale lechita!- exclamó al sentir el fluido materno vertiéndose en su paladar.
Que un tipo me chupe las tetas, me las mame en esa forma, me puede, por lo que echando la cabeza hacia atrás solté una exhalación de placer, a la vez que lo agarraba de los pelos y lo “obligaba” a seguirme mamando de esa manera. Su respuesta fue meterme los dedos más adentro todavía. Yo seguía aferrada a su verga, como si sostenerme de esa erección dependiera mi vida, por lo que de a poco fui bajando, hasta quedar frente a frente con mi objetivo, de rodillas, casi en absoluta sumisión, dispuesta a entregarle a ese desconocido la prueba de sometimiento más extrema que pueda brindarle una mujer a un hombre. Sin soltarla, comencé a besársela por los lados, evidenciando mi entrega y redención… les cuento, la pija del flaco tenía esa forma de banana, con la comba hacia arriba, lo que le otorga un aspecto mucho mas intimidante, la cabeza sobresalía notoriamente por sobre el resto, colorada, palpitante, brillosa por el líquido preseminal que ya había empezado a fluir. Debido a la dureza que ostentaba, la piel se tensaba al máximo, casi al borde del desgarro. Me encantan esas pijas que exhiben su virilidad en todo su entorno, hasta las bolas se notaban llenas, se las tocaba y las sentía duritas, entumecidas. No pasó mucho para que empezara a chupársela con suma delectación, no soy de las que se hacen de rogar, por lo que sin demora alguna ya le estaba brindando una mamada en toda regla, como semejante obra de arte se merece. Escuchar gemir a un hombre, suspirar, estremecerse por la chupada de pija que le doy es mi mayor recompensa. Nada me reconforta más que esos suspiros, saber que ese hombre está gozando por lo que yo le hago. Y este tipo era por demás demostrativo en ese aspecto, no se guardaba nada. Parecía que convulsionaba por la forma en que se estremecía. Le chupé y lamí las bolas largo rato, sintiendo en ellas la irresistible ebullición del placer. Acto seguido procedió a devolverme atenciones. Me puso de espalda contra el colchón, yo misma me saque la tanguita, preparándome para lo que de inmediato habría de venir. Me abrió de piernas y entró a chuparme la concha con el mismo entusiasmo y frenesí con que yo lo había atendido a él. Me dejo la concha a punto caramelo, temblando de excitación, lista para metérmela, y eso fue precisamente lo que hizo. Se puso un forro, se acomodó encima de mí y apoyando la prominente punta justo en la entrada, entre los labios, me la metió. Solté un ahogado gemido al sentirla adentro, recorriendo con su pronunciada curvatura todo mi caliente y húmedo interior. Me llenó toda con un solo movimiento, y ahí mismo, en la tradicional pose del misionero, empezó a cogerme con un ritmo por demás intenso y sostenido. Yo cerraba mis piernas en torno a su cintura, empujándolo más contra mí, ansiosa por sentir esa curva rasparme el clítoris. A la vez que me cogía, nuestras bocas mantenían su propia batalla, nos besábamos, nos chupábamos, nos lengüeteábamos, nos mordíamos, hasta nos escupíamos, sin dejar de movernos en esa forma que nos aseguraba una penetración plena y absoluta. En cuatro también me hizo sentir esa comba en una forma que me desquiciaba. Me agarraba bien del culo y me la mandaba a guardar toda entera, con empujones firmes y certeros, haciéndomela sentir en toda su extensión. Era alucinante sentirlo entrar con esa fuerza, con ese vigor, con ese poderío, cada ensarte era un golpe al corazón, un mazazo que me repercutía hasta en el alma.
-¡Ahhhhh… sí… así… ahhhh… cogeme… ahhhh… toda… la quiero toda…!- le pedía entre jadeos y espasmos, echando la cola bien para atrás, disfrutando todas y cada una de sus embestidas
Teniéndome ahí de perrita, me la dejo clavada adentro, palpitando furiosamente y arrastrándome con él me puso de costado, para seguir bombeando con más vehemencia todavía.
-¡En el culo… la quiero en el culo…!- alcancé a jadear, con la voz ronca y exaltada.
Me la sacó de la concha y con los mismos fluidos que me salían de adentro, que eran muchos debo decir, me embadurnó el anillo del culo, incluso hasta me metió un dedo adentro para comprobar la elasticidad de la zona. Al darse cuenta que no tendría problema en metérmela, apoyó la cabeza en esa entrada mucho más estrecha y comenzó a empujar, no sé si fue él quien me la metió, o yo la que se la devoré, pero mi culito absorbió casi íntegramente esa pronunciada curvatura con la cual pareció llenarme los intestinos. Sentí sus huevos chocar contra mis nalgas, síntoma más que evidente de que todo el resto ya estaba adentro… bien adentro. Enseguida empezó a moverse, deslizándose en toda su extensión, alcanzando con cada empuje los rincones más alejados. Me estuvo culeando un buen rato, mientras yo me tocaba el clítoris o me pellizcaba los pezones. De a ratos giraba la cabeza y buscaba su boca para besarlo con avidez, sintiendo que cualquier cosa que hiciera no sería suficiente para agradecerle lo mucho que me estaba complaciendo. Aparte de tener una forma exquisita, digna para un cuadro, la pija del tipo tenía un aguante terrible, ya hacía rato que estábamos cogiendo sin parar (…y culeando) y seguía bien parada, con una dureza que me hacía pensar que aquello iba para rato. Sintiendo ya que el culo me ardía de tanta clavada, me hice a un lado, le saque el forro, el cual estaba impregnado por dentro y por fuera con nuestros espesos fluidos, y agarrándosela con las dos manos, se la volví a chupar con fruición y avidez. Le puse otro forro y me le subí encima, a caballito, poniéndole mis pechos justo frente a la cara. Me acomodé yo misma la poronga en la entrada, y fui bajando de a poco, despacito, ensartándome cada pedazo como si fuera la primera vez que lo sentía. Cuando volví a tenerlo todo adentro, grueso, duro, potente, curvado, eché la cabeza hacia atrás, exhalé un profuso suspiro de placer, y empecé a moverme atrás y adelante, atrás y adelante, decidida ahora sí a hacerlo acabar. Desde abajo el tipo me acompañaba agarrándome bien fuerte del culo y chupándome las tetas, mordiéndome los pezones, evidenciando con cada gesto, con cada suspiro, que ya se estaba aproximando al final. Me senté entonces prácticamente en él, y empecé a subir y bajar, intensificando el ritmo con cada sentada, guiándolo cual amazona salvaje hacia un polvo brutal y violentísimo, podía sentir los lechazos golpeando contra la contención del látex, llenando hasta el límite la capacidad del mismo. Nos besamos furiosamente, más que besarnos, nos comíamos las bocas, agradeciéndonos mutuamente el momento vivido… y gozado. Justo en ese momento suena la alarma de mi celular, ya habían pasado dos horas desde que deje al Ro en la guardería. Me levanté a toda prisa, fui al baño y me enjuagué rápidamente las partes íntimas. Salí ya vestida. Él seguía acostado, reponiéndose todavía de la intensa sesión de sexo que habíamos tenido. Llame a la recepción y avise que iba a salir sola, que mi acompañante se quedaría hasta terminar el turno. Le tire un beso desde la puerta, le dije chau y salí. Hice las dos cuadras que me separaban de la guardería con el corazón en la boca. Ahora que había pasado el momento de la excitación, volví a sucumbir ante la angustia, sin embargo cuando llegue, el Ro estaba como si nada, riéndose de lo más divertido con unos juegos que le hacían las maestras. Igual me lo lleve a casa, ya había tenido suficiente adaptación por ese día.
NOTA FINAL: seguramente se preguntarán que pasó con el conjuntito de lencería. Lo deje en la habitación del telo. Aunque era lindo ya había cumplido su cometido.
18 comentarios - Lencería hot
Sos tremenda...escritora y putita...jajaja
Como todos tus relatos me encanto...
Te dejo puntitos y besitos...
Marita querida, me matás con cada relato y con este en particular me hiciste orbitar júpiter.
Me encantó, recomiendo, dejo puntos y toda mi admiración.
]
Almas gemelas, hasta en este detalle aunque por diferentes motivos 🙂
La mejor forma de agradecer es comentando a quien te comenta.
"-¡En el culo… la quiero en el culo…!- alcancé a jadear, con la voz ronca y exaltada."
si te la escucho en vivo y en directo creo que me desmayo 🙂
te mando un beso enorme mi atorranta hermosa .Pierre
P.D muy lindo tu avatar nuevo ¿ hay forma de ver esa foto mas grande?
Te felicito por el relato...y por lo tremenda que sos.
Salen puntines....sos mi favorita 🤤 🤤 🤤 🤤
tremenda paja me hago imaginandote!