Lanzarote era para nosotros un refugio en el que desconectábamos de todo lo que nos pudiera recordar nuestro ritmo de vida durante el resto del año; Siempre dejábamos que la sensualidad traspasara los límites férreos que la sociedad impone, pero nunca habíamos llegado demasiado lejos; Aquel ambiente libre, donde nadie nos conocía, me daba la opción de proponer fantasías cada vez más atrevidas que mi esposa aceptaba tarde o temprano; Lanzarote había sido el lugar donde María se habituó al top less no solo en las playas sino en las piscinas del hotel ; Más tarde Lanzarote fue el banco de pruebas donde María experimentó lo que se sentía viviendo a diario sin ropa interior, caminando entre la gente, comiendo, paseando, comprando, desnuda bajo su falda y su camiseta… en fin, haciendo norma de algo absolutamente transgresor; En Lanzarote ella se desinhibía para darme placer, para concederme mis más profundos deseos; pero paulatinamente, a lo largo de dos o tres años, había dejado de ser una concesión para convertirse en su propio morbo urgiéndola a vivir con intensidad y pasión momentos de erotismo impensables en Madrid.
Aquel año yo marchaba decidido a convertir esos quince días en los más intensos que jamás habíamos vivido, debía cuidar el tempo, no forzar ni adelantarme al ritmo de María, dejar que las sucesivas oleadas de sexo y excitación hicieran su trabajo hasta conseguir que entrase en mis propuestas sin sentirse obligada.
Como cada año, unos días antes de nuestra partida nos fuimos de compras: bronceadores, bikinis, camisetas, faldas… María disfrutaba como una niña y yo era feliz viéndola disfrutar.
Ese año, intenté influir mas vivamente en las compras, aunque siempre buscaba el bikini más pequeño, la camiseta más ligera, la falda más corta, normalmente no forzaba demasiado. Pero esta vez estaba decidido a que su vestuario en Lanzarote fuera mucho más atrevido.
María recibió mis presiones con bromas y risas, acusándome de pervertido y de corruptor, yo mantenía la presión y no me dejaba llevar del aire bromista de sus quejas. Mi intención era clara y sabía cómo moldear su respuesta para que, sin sentirse presionada, aceptase mis indicaciones. Su primera negativa a comprar un vestido excesivamente corto con un escote imposible obtuvo como respuesta un cambio de actitud por mi parte, una sutil indiferencia, un desinterés por las compras, un cierto amago de aburrimiento, un cambio del tono desenfadado por un aire neutro, siempre sin caer en excesos, sin denotar enfado ni frustración, algo casi subliminal que, no obstante, hizo efecto en ella.
María me mostraba un modelo tras otro, pero su insistencia quedó sin respuesta una y otra vez hasta que decidí volver a probarla; propuse una minifalda vaquera más propia de una quinceañera, su objeción me pareció más suave que la anterior, insistí una sola vez y consintió en probársela pero ya en el probador decidió que no se la llevaría, arqueé las cejas y volví a mi postura de indiferencia ante cada modelo que me mostraba. María estaba inquieta, no podía estar segura de que mi reacción estuviera provocada por su negativa, sin embargo, de alguna manera lo intuía.
Pasamos a la sección de baño y apenas presté atención a dos bikinis que había elegido, noté que comenzaba a desilusionarse y decidí no apretar mas, me moví por las estanterías y elegí un bikini minúsculo, casi tanga, de una tela muy ligera anudado a los lados, lo cogí en mis manos y fui a dárselo; entonces, de una manera algo teatral, hice como que me arrepentía y lo volví a dejar en la estantería.
"¿Te gusta ese?" – supe en aquel momento que María había caído en la red, fingí indiferencia y contesté.
"Si… bueno pero ya imagino que tu… no…" – María se acercó y lo cogió inspeccionándolo
"Es muy pequeño, no?"
"Claro, por eso me gusta" – María me miró sonriendo.
"¿Tú crees que me puedo poner esto?" dijo estirando entre sus manos la pequeña braguita.
"En Lanzarote, por qué no?" – María dudaba con el bikini aun en la mano, entonces forcé un poco más la situación, se lo cogí e hice el ademan de devolverlo al estante – "es igual, no te ibas a sentir cómoda" – María se rebeló ante mi juicio por el cual la consideraba incapaz y me detuvo.
"¿Estás tonto? ¿Crees que soy una mojigata?" – mi reacción, calculada, fue un refuerzo a su decisión, mi sonrisa, mi forma de apretarla hacia mí por los hombros se convirtió en el premio que reforzaba su conducta.
Volvimos por la zona de los vestidos y de nuevo me detuve a ver el que antes había rechazado, un vestido estampado que apenas le cubriría medio muslo, vaporoso, ligero, con un escote pronunciado y una sisa que estaba seguro dejaría a la vista parte de sus pechos al menor movimiento; Se acercó mientras yo lo miraba.
"Te has quedado enganchado con ese vestido eh?" – le sonreí.
"Debes estar increíble con el" – María hizo un gesto que simulaba una rendición.
"Vale, me lo pruebo, aunque creo que no me pega"
Como yo suponía, aquel vestido dejaba poco margen a la imaginación, sus pechos desnudos vibraban bajo la fina tela dejando que el escote se abriera entre ellos; al levantar un brazo para arreglarse el cabello vi como la naciente curva de su pecho se mostraba por la amplia sisa; María se miraba en el espejo y escrutaba mi rostro que mostraba deseo, ilusión, alegría.
¿Y dónde me voy a poder poner esto? – comenzaba a rendirse.
"Cualquier noche que vayamos a bailar, cielo" –le dije mientras la besaba.
El contenido de su maleta para aquel viaje fue sensiblemente diferente a la de otros años, yo sabía que había hecho algo más que doblegar su decisión sobre la ropa, en algún sentido la había moldeado. María ahora empezaba a reaccionar de manera inconsciente a una serie de señales a las que antes no respondía; si ante una decisión suya yo mostraba desinterés, aburrimiento o indiferencia era probable que cambiase su opción sin darse cuenta de que lo hacía automáticamente esperando mi recompensa.
Los días en Lanzarote fueron un trabajo de precisión, un delicado ejercicio por mi parte para no poner en evidencia mis intenciones y lograr que María se fuera habituando a exhibirse más de lo habitual. Yo sabía que la paciencia era mi mejor aliada. No fue hasta la segunda semana cuando le propuse que se pusiera el minivestido una noche para salir a bailar, ella venía preparada para afrontar mi petición en los primeros días pero la ausencia de cualquier mención al vestido la había producido una cierta disonancia, como si la resistencia que estaba dispuesta a plantear, al no verse contrarrestada por mi presión, la lanzase hacia delante. El día que le propuse ponérselo apenas puso trabas.
Aquella noche estaba hermosa, terriblemente sensual y provocativa, volvíamos de tomar unas copas tras la cena en la que además había caído una botella de un excelente vino e improvisé la propuesta de salir a bailar que ella aceptó inmediatamente; cuando subíamos en el ascensor para cambiarnos le pedí que se pusiera el vestido, mis manos acariciaban su culo y mi boca mordía su cuello.
"Será como si fuese desnuda" – dijo por todo argumento.
"Por eso quiero vértelo puesto"
"¿Quieres que me vean así?"
"¿Te da vergüenza?" – se revolvió
"¿Eso crees? ¿has visto que me de vergüenza hacer top less en la piscina?" – la besé.
"No, creo que te gusta ver cómo te miran las tetas"
Cuando salió del baño con el vestido, el pelo recogido en un moño y las sandalias de tacón alto me quedé impresionado, el efecto del vestido sobre su cuerpo era aun mas provocador de lo que yo recordaba, sus pechos parecían más voluminosos por la manera en la que la ligera tela se amoldaba a su forma; al moverse, se balanceaban cimbreantes; sus muslos apenas cubiertos imprimían al andar un movimiento al vestido que los dejaba mas desnudos aun. Antes de salir de la habitación noté que dudó por un segundo, entonces respiró profundamente y salimos.
El efecto que causaba a su paso era más de lo que yo estaba preparado para asumir. Las miradas apenas se contenían y yo intentaba caminar a su lado como si no pasase nada. Noté sus mejillas encendidas por un intenso rubor producto de la excitación sin duda.
La discoteca a la que íbamos estaba muy cerca del hotel y allí de nuevo las miradas de los hombres eran directas, sin disimulos; De pronto la vi reflejada en un espejo de la discoteca y fue entonces cuando realmente me di cuenta del efecto que les causaba ver a aquella hermosa mujer, alta, esbelta, semidesnuda; Eso es lo que les impedía actuar con la mínima prudencia.
La inicial prevención de María pronto se convirtió en placer, se sentía segura a mi lado y las miradas, que al principio la incomodaban, comenzaron a provocarle una tenue excitación que se delataba en su mirada, en su sonrisa, en su forma de bailar, en la manera natural y relajada con la que caminaba a mi lado al entrar o salir de la pista, dejándose mirar como si se sintiera acariciada. El alcohol estaba haciendo su efecto y cada vez la notaba mas desinhibida, mas despreocupada al cruzar sus piernas o al inclinarse para tomar su copa de la mesa; Sin perder en absoluto su clase, sin caer en un exhibicionismo vulgar, María se movía como un felino, con precisión cruzaba sus piernas sin traspasar el límite de lo chabacano, se inclinaba hacia mí para decirme algo al oído y al hacerlo su muslo cruzado arrastraba la tela dejándolo desnudo en toda su extensión, reía mi ocurrencias ocultando su boca con la mano en un gesto coqueto, inclinándose hacia delante, dejando que su pelo cayera sobre sus ojos y permitiendo que el profundo escote se abriera mostrando sus pechos hasta el límite de sus pezones durante un brevísimo segundo, lo suficiente para capturar diez, quince pares de ojos hambrientos que, habiendo pasado cerca de nosotros, se quedaban rondando cerca como lobos al acecho de su presa, como machos atraídos por el olor de la hembra.
Cerca de las cuatro de la madrugada salimos de la discoteca, el golpe de aire fresco y la ausencia de ruido nos despejó lo suficiente como para que fuéramos conscientes de la carga de alcohol que llevábamos; Caminamos hacia el hotel, despacio, saboreando la noche.
"¿Quieres que demos un paseo por la playa?"
"Es muy tarde, estoy cansada" – no insistí, entramos en el hotel y cuando íbamos hacia los ascensores le dije.
"Vamos a las piscinas, me da pena meterme ya en la habitación, con la noche que hace" – María estuvo a punto de negarse pero en el último momento asintió con la cabeza y salimos hacia la zona de piscinas.
No había nadie; el rumor de las depuradoras, inaudible durante el día, era un murmullo agradable que rompía el silencio. Caminamos sin rumbo cogidos por la cintura hasta acabar en la balaustrada que daba al acantilado sobre el que estaba construido el hotel; al fondo las luces de Fuerteventura; en el mar a lo lejos un pequeño punto de luz se movía lentamente de izquierda a derecha.
Mi mano derecha acariciaba su hombro desnudo, la miré de reojo, estaba hermosa, con la mirada perdida en el oscuro mar, sintiendo la brisa en la cara; bajé mis ojos y pude observar con claridad sus pechos a través del escote que se abría generosamente, ¿Cuántos hombres la habían visto de esta manera hoy? Comencé a sentir mi sexo reaccionar, bajé mi mano lentamente desde su hombro hasta su clavícula y luego mi dedos comenzaron a rozar la elevación de su pecho, María volvió su rostro hacia mí con una sonrisa tierna, la besé mientras mi mano traspasaba los límites del escote buscando su pezón izquierdo, su beso se hizo más intenso y mi mano mas golosa se trasladó hacia su pecho derecho, mis dedos desplazaron sin dificultad la tela que lo cubría y, desnudo ya ante mí, rocé con las yemas de mis dedos el pezón endurecido por el frescor de la madrugada.
"¿Me vas a desnudar aquí?" – me dijo en un susurro al oído que me puso la piel de gallina
"¿Me lo impedirías?" – sonrió y se volvió hacia mi rodeando mi cuello con sus brazos, su pecho había quedado descubierto y ni ella ni yo hicimos nada por cubrirlo, era mi mano izquierda la que ahora rozaba su pecho, sin apretar dibujando florituras en mi palma con su puntiagudo pezón, provocando un placer extremo en ambos, mi mano derecha hacia tiempo que había abandonado su cintura para reposar en su nalga. Bajo la fina tela del vestido notaba su glúteo desnudo, busqué el borde del tanga y jugué con el siguiendo su forma con mis dedos hasta hundirme entre sus nalgas arrastrando el vestido.
"Estate quieto" – ambos sabíamos que aquella era una petición estéril, seguí acariciando su culo, dejando que su vestido quedara prisionero entre sus nalgas mientras con la otra mano desnudaba ambos pechos. Ella se apartó un poco y se dejó mirar por mí, siguiendo el rumbo frenético de mi mirada que vagaba de un pecho al otro.
Fue entonces cuando lo sentí; no fue un ruido ni un movimiento, simplemente sentí la presencia a mi derecha, sentado en unas tumbonas de la piscina un hombre con un vaso en la mano nos miraba inmóvil.
La tensión provocada por la sorpresa y la aceleración de mi pulso no pasaron desapercibidos para María.
"¿Qué pasa?" –
¿Quería yo romper ese momento? Tras la inicial sorpresa, un brote de placer acompañaba a la idea de estar siendo observados
"Nada" – seguí acariciándola, besando su cuello y desplazando aun más la tela de su escote para dejar su pecho completamente libre.
Me sentía embriagado por la escena, era algo utópico, un sueño que se convertía en realidad, alguien nos miraba mientras yo le metía mano descaradamente a mi mujer, recordé su vestido metido por sus nalgas y mi polla reaccionó de un salto, con mis dedos averigüé hasta donde le tapaba el vestido, apenas le llegaba al límite de las nalgas, sus brazos elevados a mi cuello y la tela enganchada entre sus nalgas habían reducido sensiblemente su longitud. Calculé cómo y cuánto girar para dejar a la vista del mirón su pecho desnudo sin delatarle, en una fracción de segundo decidí que girando hacia la izquierda de María ésta quedaría de perfil hacia nuestro espectador y como yo besaba su cuello en ese mismo lado no podría girar el rostro. Me observaba a mi mismo hacer estos cálculos y una parte de mi se avergonzaba por el grado de manipulación al que estaba llegando.
Lentamente fui girando, mi besos en su cuello la tenían entregada y mis caricias en su pezón la hacían gemir bajito, mi excitación crecía a medida que giraba y que comprendía que estaba exhibiendo el pecho desnudo de María, manoseado por mí, en una circunstancia tan excepcional que nada tenía que ver con el top less en la piscina; aquí se trataba de algo profundamente sexual.
Mire de reojo y comprobé que no apartaba su mirada de nosotros; yo estaba loco, embriagado de alcohol y de lujuria, con la mano que acariciaba sus nalgas comencé a arrastrar el vestido hacia arriba, buscando su carne bajo su ropa, me acordé de Pablo y cómo ella no se lo había impedido. Ahora María también se dejaba hacer dominada por la excitación, la falda estaba arrugada en mi mano, quería dejar su culo a la vista.
¿Cuándo parar?¿Cómo parar? Había arrastrado toda su falda hasta la cintura y jugaba con el pequeño triangulo del tanga, yo me moría de placer, tenía todo su culo desnudo ante él y su pecho en mi mano sin cubrirlo para que fuera lo más visible posible.
¿Cuánto duró? Apenas dos o tres minutos, los que tardó María en reaccionar y darse cuenta del estado de su vestido.
"Vámonos a la cama cariño, si no vamos a acabar haciéndolo aquí" –la idea, expresada por ella, levantó imágenes imposibles en mi cabeza que provocaron aun mas excitación; Era imposible, si, pero la idea de despojarla del vestido allí mismo, bajarle el tanga y dejarla desnuda tan solo con sus sandalias me provocó un latigazo de placer que me llevó a besarla con fuerza mientras ella me retiraba la mano de la cintura y se alisaba el vestido por detrás, luego se recompuso el escote.
Entonces sentí la urgencia de ocultar la situación, de evitar que María supiese que había sido espiada por un hombre y que yo había consentido en ello, estaba seguro de que, por encima del morbo de lo prohibido, dominaría el enfado al sentirse engañada.
Como pude, conseguí que diéramos un rodeo que nos alejó de nuestro espectador y nos llevó hacia la entrada del hotel bordeando las piscinas en lugar de cruzarlas, subimos a la habitación e hicimos el amor con furia.
María no supo lo que había sucedido esa noche hasta varios años después, pero para mi aquella noche supuso la ruptura de un límite mas, por primera vez había colaborado activamente para desnudar a mi esposa ante un extraño.
Aquel año yo marchaba decidido a convertir esos quince días en los más intensos que jamás habíamos vivido, debía cuidar el tempo, no forzar ni adelantarme al ritmo de María, dejar que las sucesivas oleadas de sexo y excitación hicieran su trabajo hasta conseguir que entrase en mis propuestas sin sentirse obligada.
Como cada año, unos días antes de nuestra partida nos fuimos de compras: bronceadores, bikinis, camisetas, faldas… María disfrutaba como una niña y yo era feliz viéndola disfrutar.
Ese año, intenté influir mas vivamente en las compras, aunque siempre buscaba el bikini más pequeño, la camiseta más ligera, la falda más corta, normalmente no forzaba demasiado. Pero esta vez estaba decidido a que su vestuario en Lanzarote fuera mucho más atrevido.
María recibió mis presiones con bromas y risas, acusándome de pervertido y de corruptor, yo mantenía la presión y no me dejaba llevar del aire bromista de sus quejas. Mi intención era clara y sabía cómo moldear su respuesta para que, sin sentirse presionada, aceptase mis indicaciones. Su primera negativa a comprar un vestido excesivamente corto con un escote imposible obtuvo como respuesta un cambio de actitud por mi parte, una sutil indiferencia, un desinterés por las compras, un cierto amago de aburrimiento, un cambio del tono desenfadado por un aire neutro, siempre sin caer en excesos, sin denotar enfado ni frustración, algo casi subliminal que, no obstante, hizo efecto en ella.
María me mostraba un modelo tras otro, pero su insistencia quedó sin respuesta una y otra vez hasta que decidí volver a probarla; propuse una minifalda vaquera más propia de una quinceañera, su objeción me pareció más suave que la anterior, insistí una sola vez y consintió en probársela pero ya en el probador decidió que no se la llevaría, arqueé las cejas y volví a mi postura de indiferencia ante cada modelo que me mostraba. María estaba inquieta, no podía estar segura de que mi reacción estuviera provocada por su negativa, sin embargo, de alguna manera lo intuía.
Pasamos a la sección de baño y apenas presté atención a dos bikinis que había elegido, noté que comenzaba a desilusionarse y decidí no apretar mas, me moví por las estanterías y elegí un bikini minúsculo, casi tanga, de una tela muy ligera anudado a los lados, lo cogí en mis manos y fui a dárselo; entonces, de una manera algo teatral, hice como que me arrepentía y lo volví a dejar en la estantería.
"¿Te gusta ese?" – supe en aquel momento que María había caído en la red, fingí indiferencia y contesté.
"Si… bueno pero ya imagino que tu… no…" – María se acercó y lo cogió inspeccionándolo
"Es muy pequeño, no?"
"Claro, por eso me gusta" – María me miró sonriendo.
"¿Tú crees que me puedo poner esto?" dijo estirando entre sus manos la pequeña braguita.
"En Lanzarote, por qué no?" – María dudaba con el bikini aun en la mano, entonces forcé un poco más la situación, se lo cogí e hice el ademan de devolverlo al estante – "es igual, no te ibas a sentir cómoda" – María se rebeló ante mi juicio por el cual la consideraba incapaz y me detuvo.
"¿Estás tonto? ¿Crees que soy una mojigata?" – mi reacción, calculada, fue un refuerzo a su decisión, mi sonrisa, mi forma de apretarla hacia mí por los hombros se convirtió en el premio que reforzaba su conducta.
Volvimos por la zona de los vestidos y de nuevo me detuve a ver el que antes había rechazado, un vestido estampado que apenas le cubriría medio muslo, vaporoso, ligero, con un escote pronunciado y una sisa que estaba seguro dejaría a la vista parte de sus pechos al menor movimiento; Se acercó mientras yo lo miraba.
"Te has quedado enganchado con ese vestido eh?" – le sonreí.
"Debes estar increíble con el" – María hizo un gesto que simulaba una rendición.
"Vale, me lo pruebo, aunque creo que no me pega"
Como yo suponía, aquel vestido dejaba poco margen a la imaginación, sus pechos desnudos vibraban bajo la fina tela dejando que el escote se abriera entre ellos; al levantar un brazo para arreglarse el cabello vi como la naciente curva de su pecho se mostraba por la amplia sisa; María se miraba en el espejo y escrutaba mi rostro que mostraba deseo, ilusión, alegría.
¿Y dónde me voy a poder poner esto? – comenzaba a rendirse.
"Cualquier noche que vayamos a bailar, cielo" –le dije mientras la besaba.
El contenido de su maleta para aquel viaje fue sensiblemente diferente a la de otros años, yo sabía que había hecho algo más que doblegar su decisión sobre la ropa, en algún sentido la había moldeado. María ahora empezaba a reaccionar de manera inconsciente a una serie de señales a las que antes no respondía; si ante una decisión suya yo mostraba desinterés, aburrimiento o indiferencia era probable que cambiase su opción sin darse cuenta de que lo hacía automáticamente esperando mi recompensa.
Los días en Lanzarote fueron un trabajo de precisión, un delicado ejercicio por mi parte para no poner en evidencia mis intenciones y lograr que María se fuera habituando a exhibirse más de lo habitual. Yo sabía que la paciencia era mi mejor aliada. No fue hasta la segunda semana cuando le propuse que se pusiera el minivestido una noche para salir a bailar, ella venía preparada para afrontar mi petición en los primeros días pero la ausencia de cualquier mención al vestido la había producido una cierta disonancia, como si la resistencia que estaba dispuesta a plantear, al no verse contrarrestada por mi presión, la lanzase hacia delante. El día que le propuse ponérselo apenas puso trabas.
Aquella noche estaba hermosa, terriblemente sensual y provocativa, volvíamos de tomar unas copas tras la cena en la que además había caído una botella de un excelente vino e improvisé la propuesta de salir a bailar que ella aceptó inmediatamente; cuando subíamos en el ascensor para cambiarnos le pedí que se pusiera el vestido, mis manos acariciaban su culo y mi boca mordía su cuello.
"Será como si fuese desnuda" – dijo por todo argumento.
"Por eso quiero vértelo puesto"
"¿Quieres que me vean así?"
"¿Te da vergüenza?" – se revolvió
"¿Eso crees? ¿has visto que me de vergüenza hacer top less en la piscina?" – la besé.
"No, creo que te gusta ver cómo te miran las tetas"
Cuando salió del baño con el vestido, el pelo recogido en un moño y las sandalias de tacón alto me quedé impresionado, el efecto del vestido sobre su cuerpo era aun mas provocador de lo que yo recordaba, sus pechos parecían más voluminosos por la manera en la que la ligera tela se amoldaba a su forma; al moverse, se balanceaban cimbreantes; sus muslos apenas cubiertos imprimían al andar un movimiento al vestido que los dejaba mas desnudos aun. Antes de salir de la habitación noté que dudó por un segundo, entonces respiró profundamente y salimos.
El efecto que causaba a su paso era más de lo que yo estaba preparado para asumir. Las miradas apenas se contenían y yo intentaba caminar a su lado como si no pasase nada. Noté sus mejillas encendidas por un intenso rubor producto de la excitación sin duda.
La discoteca a la que íbamos estaba muy cerca del hotel y allí de nuevo las miradas de los hombres eran directas, sin disimulos; De pronto la vi reflejada en un espejo de la discoteca y fue entonces cuando realmente me di cuenta del efecto que les causaba ver a aquella hermosa mujer, alta, esbelta, semidesnuda; Eso es lo que les impedía actuar con la mínima prudencia.
La inicial prevención de María pronto se convirtió en placer, se sentía segura a mi lado y las miradas, que al principio la incomodaban, comenzaron a provocarle una tenue excitación que se delataba en su mirada, en su sonrisa, en su forma de bailar, en la manera natural y relajada con la que caminaba a mi lado al entrar o salir de la pista, dejándose mirar como si se sintiera acariciada. El alcohol estaba haciendo su efecto y cada vez la notaba mas desinhibida, mas despreocupada al cruzar sus piernas o al inclinarse para tomar su copa de la mesa; Sin perder en absoluto su clase, sin caer en un exhibicionismo vulgar, María se movía como un felino, con precisión cruzaba sus piernas sin traspasar el límite de lo chabacano, se inclinaba hacia mí para decirme algo al oído y al hacerlo su muslo cruzado arrastraba la tela dejándolo desnudo en toda su extensión, reía mi ocurrencias ocultando su boca con la mano en un gesto coqueto, inclinándose hacia delante, dejando que su pelo cayera sobre sus ojos y permitiendo que el profundo escote se abriera mostrando sus pechos hasta el límite de sus pezones durante un brevísimo segundo, lo suficiente para capturar diez, quince pares de ojos hambrientos que, habiendo pasado cerca de nosotros, se quedaban rondando cerca como lobos al acecho de su presa, como machos atraídos por el olor de la hembra.
Cerca de las cuatro de la madrugada salimos de la discoteca, el golpe de aire fresco y la ausencia de ruido nos despejó lo suficiente como para que fuéramos conscientes de la carga de alcohol que llevábamos; Caminamos hacia el hotel, despacio, saboreando la noche.
"¿Quieres que demos un paseo por la playa?"
"Es muy tarde, estoy cansada" – no insistí, entramos en el hotel y cuando íbamos hacia los ascensores le dije.
"Vamos a las piscinas, me da pena meterme ya en la habitación, con la noche que hace" – María estuvo a punto de negarse pero en el último momento asintió con la cabeza y salimos hacia la zona de piscinas.
No había nadie; el rumor de las depuradoras, inaudible durante el día, era un murmullo agradable que rompía el silencio. Caminamos sin rumbo cogidos por la cintura hasta acabar en la balaustrada que daba al acantilado sobre el que estaba construido el hotel; al fondo las luces de Fuerteventura; en el mar a lo lejos un pequeño punto de luz se movía lentamente de izquierda a derecha.
Mi mano derecha acariciaba su hombro desnudo, la miré de reojo, estaba hermosa, con la mirada perdida en el oscuro mar, sintiendo la brisa en la cara; bajé mis ojos y pude observar con claridad sus pechos a través del escote que se abría generosamente, ¿Cuántos hombres la habían visto de esta manera hoy? Comencé a sentir mi sexo reaccionar, bajé mi mano lentamente desde su hombro hasta su clavícula y luego mi dedos comenzaron a rozar la elevación de su pecho, María volvió su rostro hacia mí con una sonrisa tierna, la besé mientras mi mano traspasaba los límites del escote buscando su pezón izquierdo, su beso se hizo más intenso y mi mano mas golosa se trasladó hacia su pecho derecho, mis dedos desplazaron sin dificultad la tela que lo cubría y, desnudo ya ante mí, rocé con las yemas de mis dedos el pezón endurecido por el frescor de la madrugada.
"¿Me vas a desnudar aquí?" – me dijo en un susurro al oído que me puso la piel de gallina
"¿Me lo impedirías?" – sonrió y se volvió hacia mi rodeando mi cuello con sus brazos, su pecho había quedado descubierto y ni ella ni yo hicimos nada por cubrirlo, era mi mano izquierda la que ahora rozaba su pecho, sin apretar dibujando florituras en mi palma con su puntiagudo pezón, provocando un placer extremo en ambos, mi mano derecha hacia tiempo que había abandonado su cintura para reposar en su nalga. Bajo la fina tela del vestido notaba su glúteo desnudo, busqué el borde del tanga y jugué con el siguiendo su forma con mis dedos hasta hundirme entre sus nalgas arrastrando el vestido.
"Estate quieto" – ambos sabíamos que aquella era una petición estéril, seguí acariciando su culo, dejando que su vestido quedara prisionero entre sus nalgas mientras con la otra mano desnudaba ambos pechos. Ella se apartó un poco y se dejó mirar por mí, siguiendo el rumbo frenético de mi mirada que vagaba de un pecho al otro.
Fue entonces cuando lo sentí; no fue un ruido ni un movimiento, simplemente sentí la presencia a mi derecha, sentado en unas tumbonas de la piscina un hombre con un vaso en la mano nos miraba inmóvil.
La tensión provocada por la sorpresa y la aceleración de mi pulso no pasaron desapercibidos para María.
"¿Qué pasa?" –
¿Quería yo romper ese momento? Tras la inicial sorpresa, un brote de placer acompañaba a la idea de estar siendo observados
"Nada" – seguí acariciándola, besando su cuello y desplazando aun más la tela de su escote para dejar su pecho completamente libre.
Me sentía embriagado por la escena, era algo utópico, un sueño que se convertía en realidad, alguien nos miraba mientras yo le metía mano descaradamente a mi mujer, recordé su vestido metido por sus nalgas y mi polla reaccionó de un salto, con mis dedos averigüé hasta donde le tapaba el vestido, apenas le llegaba al límite de las nalgas, sus brazos elevados a mi cuello y la tela enganchada entre sus nalgas habían reducido sensiblemente su longitud. Calculé cómo y cuánto girar para dejar a la vista del mirón su pecho desnudo sin delatarle, en una fracción de segundo decidí que girando hacia la izquierda de María ésta quedaría de perfil hacia nuestro espectador y como yo besaba su cuello en ese mismo lado no podría girar el rostro. Me observaba a mi mismo hacer estos cálculos y una parte de mi se avergonzaba por el grado de manipulación al que estaba llegando.
Lentamente fui girando, mi besos en su cuello la tenían entregada y mis caricias en su pezón la hacían gemir bajito, mi excitación crecía a medida que giraba y que comprendía que estaba exhibiendo el pecho desnudo de María, manoseado por mí, en una circunstancia tan excepcional que nada tenía que ver con el top less en la piscina; aquí se trataba de algo profundamente sexual.
Mire de reojo y comprobé que no apartaba su mirada de nosotros; yo estaba loco, embriagado de alcohol y de lujuria, con la mano que acariciaba sus nalgas comencé a arrastrar el vestido hacia arriba, buscando su carne bajo su ropa, me acordé de Pablo y cómo ella no se lo había impedido. Ahora María también se dejaba hacer dominada por la excitación, la falda estaba arrugada en mi mano, quería dejar su culo a la vista.
¿Cuándo parar?¿Cómo parar? Había arrastrado toda su falda hasta la cintura y jugaba con el pequeño triangulo del tanga, yo me moría de placer, tenía todo su culo desnudo ante él y su pecho en mi mano sin cubrirlo para que fuera lo más visible posible.
¿Cuánto duró? Apenas dos o tres minutos, los que tardó María en reaccionar y darse cuenta del estado de su vestido.
"Vámonos a la cama cariño, si no vamos a acabar haciéndolo aquí" –la idea, expresada por ella, levantó imágenes imposibles en mi cabeza que provocaron aun mas excitación; Era imposible, si, pero la idea de despojarla del vestido allí mismo, bajarle el tanga y dejarla desnuda tan solo con sus sandalias me provocó un latigazo de placer que me llevó a besarla con fuerza mientras ella me retiraba la mano de la cintura y se alisaba el vestido por detrás, luego se recompuso el escote.
Entonces sentí la urgencia de ocultar la situación, de evitar que María supiese que había sido espiada por un hombre y que yo había consentido en ello, estaba seguro de que, por encima del morbo de lo prohibido, dominaría el enfado al sentirse engañada.
Como pude, conseguí que diéramos un rodeo que nos alejó de nuestro espectador y nos llevó hacia la entrada del hotel bordeando las piscinas en lugar de cruzarlas, subimos a la habitación e hicimos el amor con furia.
María no supo lo que había sucedido esa noche hasta varios años después, pero para mi aquella noche supuso la ruptura de un límite mas, por primera vez había colaborado activamente para desnudar a mi esposa ante un extraño.
3 comentarios - Entregando a mi esposa -Crónica de un consentimiento Prt 10