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todo queda en familia

Les traigo un muy buen relato que encontré


Mi madre jugó toda su vida, hasta tenerme, al hockey. Era su vida, su pasión. Frustrada por no poder seguir debido a la responsabilidad de ser madre soltera y todo lo que esto conlleva, decidió un día, a mis 6 años, traspasarme su locura e inscribirme en, incluso, el mismo club al que ella iba. Indefectiblemente, se volvió mi pasión también. Se ve que lo llevaba muy en la sangre, y desde ese primer día de entrenamiento, me esforcé por ser la mejor jugadora.
Los años pasaron y mi cuerpo fue cambiando. Este deporte, sin dudas, colaboró en mi formación. Mis piernas y mi cola eran mis mejores atributos, y algunos rollitos decoraban mi abdomen.
A mis 18 años, ya había terminado el secundario y me disponía a seguir en la universidad. Abogacía era la que más llamaba mi atención. Mi madre no quiso que me inscriba en la estatal, pues los tiempos de estudio que ésta requiere son muchos y no quería que me impidieran seguir con hockey. Y así fue como me encontré estudiando en la Universidad privada. Mis notas no eran de las mejores, pero al menos avanzaba en la carrera.
Fue una noche de invierno, previa a las mesas de finales, que decidimos con Maite ir a estudiar a su casa. Ella vivía con su madre, una hermana de 12 y un hermano de 24. La mesa de la sala estaba a nuestra entera y única disposición. Por suerte su casa es grande y no molestábamos demasiado al resto de la familia.
Era aproximadamente la una de la madrugada, cuando apareció su hermano a pedirle no sé qué, me mira, me sonríe, me saluda con un “hola” de lejos y se va. Sabía que esa sonrisa sería la culpable de mi distracción el resto de la noche.
Las horas pasaban, nosotras con una sobredosis de hojas, libros, resaltadores y café. Maite con los párpados por la mitad.
-No aguanto más el sueño… ¿vamos a dormir? – me pregunta entre bostezos.
-No, yo todavía estoy bien, el café me despabila mucho y me acelera. Si me acuesto ahora va a ser una pérdida de tiempo en la cama. Anda vos, si queres, que yo me quedo leyendo un rato más. Si me da sueño, subo.
-Bueno, lo mismo pongo el despertador a las diez… necesito al menos cuatro horas para reponerme – me dice, mientras se despedía con un beso.
-Dale… hasta mañana Mai…
Fui hasta la cocina a calentar un poco de agua para rellenar el termo para los mates, aproveché para ir al baño a lavarme la cara y tratar de despabilarme un poco. Mientras esperaba el agua, escucho la puerta de entrada de la casa que se abre, un ruido de llaves. “Debe ser el hermano que recién llega”, me dije a mí misma. Efectivamente, era él. Me hago la tonta y sigo preparando el equipo de mate.
-Ey, ¿todavía están despiertas? – me pregunta, con la lengua un tanto enredada. Al parecer, estaba algo ebrio.
-Sí, yo nomas, Maite se fue a dormir hace un ratito porque estaba cansada. Yo quise quedarme un rato más a leer… – dije un tanto tímida.
-Estabas por tomar mates, por lo que veo.
-Sí, a ver si me ayudan a despabilarme un poco… ¿querés?
-Bueno, dale… a ver si se me va un poco el pedo que me cargo.
Nos fuimos a la sala, quise poner las cosas sobre la mesa, pero me indicó que fuésemos al sillón. Era inmenso, así que se recostó sobre él. Yo atiné a sentarme en el individual, pero corrió las piernas para darme un espacio y me invitó a sentarme junto a él.
Entre charlas y charlas, él se incorporaba más a mí, alguna que otra vez una mano se amigaba con mi pierna, acariciaba mi pelo, con excusas tales como “qué lindo pelo tenés”. No sé bien en qué momento, nos estábamos besando. Sus manos continuaban acariciándome por algunos sectores. Mi cuerpo comenzaba a tomar temperatura, y a perder un poco el control, o, quizás, dejarme llevar.
Recostada, él sobre mí, mientras continuaba besándome, su mano descendía por mi cuello, mi pecho, desabrochaba los botones de mi camperita blanca de hilo y separaba las telas una a cada lado. Los pezones de mis pequeños senos se erectaron por el tacto de la palma de su mano, que seguía deslizándose al sur, acariciando, ahora, mi cintura. Continuaba su rumbo. Yo flexione una de mis piernas, como dándole el permiso, y casi pidiéndole que me tocara. Él seguía en mi cintura, mis pechos… mi sexo, mientras, ardía en llamas. Su lengua dibujaba, con la punta, el contorno de mis labios. No aguante más, tome con mi mano su mano para hacerla traspasar la barrera del elástico de mi jogging y, luego, el de mi ropa interior. Su dedo alcanzó a posicionarse en un extremo de mi sexo.
-Apa… qué calorcito que hace por acá – dijo mirando la zona de mi entrepierna.
-Mhmm… tocame… tocame… – le respondo, trayéndolo con mi lengua nuevamente hacia mi boca.
Sin demoras, sus dedos pasaron rozando mis labios mayores, por fuera. La humedad ya había alcanzado esa zona, llegando incluso a mis muslos. Traspasó esa barrera y llegó a los menores. Los tomó, dando suaves pellizcos, a modo de roces, sin apretar demasiado. Mi cuerpo estaba muy extasiado. Por momentos me desesperaba y se lo hacía saber con mi boca. Siguió jugando, entrando entre mis labios menores y acariciando la entrada de mi vagina. Movía mis caderas hacia arriba, intentando que los introdujera. Me hizo desear durante unos segundos y los hundió en mi interior. Mi cuerpo se relajó un momento, pero enseguida volvó a estremecerse. Mi espalda se arqueaba y empezaba a gemir ahogadamente, perdiendo el control sobre el movimiento de mis piernas. Gemía, casi a modo de pequeños grititos. No podía estar quieta. Mi cadera se movía al ritmo de sus manos, dejando que entrara más profundo en mi interior.
Cuando sentí que no podía más, lo agarré con ambos brazos, incrusté los dedos de una de mis manos en su espalda y lo llevé más hacia mí. Con la otra, sostuve su muñeca, presionándola más, mientras estallaba de placer. Introdujo su lengua en mi boca en ese mismo momento, impidiendo que liberase mis labios, viéndome obligada a gemir contra los suyos.
Vencida por el agobio y el calor, permanecimos recostados uno encima del otro en el sillón por algunos minutos.



si les gusto le traigo la otra parte


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