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crónica de un consentimiento Parte 1

Concentidor

Conocí a María el verano de 1991; Dirigía yo entonces un curso de verano en la facultad y ella era una de las alumnas recién licenciadas que se había matriculado a última hora, casi fuera de plazo, lo cual me había dado la oportunidad de conocer las razones que la traían a mi curso. Entonces tenía veintiún años y yo acababa de cumplir treinta y cuatro; Era una chica alegre, espontánea, segura de si misma o al menos lo aparentaba muy bien; hermosa, fresca, con una elegancia natural que la hacia mas atractiva ante la ausencia de sofisticación y la nula intención de presumir de una figura perfecta. Alta, morena, de ojos profundos y oscuros, delgada sin perder la formas, piernas largas, espalda muy recta que, cuando llevaba su largo pelo negro recogido en un moño le daba un aire de bailarina de ballet… estas cosas pensaba mientras ella desgranaba ante mi los motivos por los que no quería dejar pasar la oportunidad de realizar este curso, como si en ello le fuese la vida. Su apasionamiento bien modulado por una madurez no frecuente en las chicas de su edad hizo que me tomara en serio sus argumentos y que, finalmente, hiciese una llamada a la secretaria del departamento para interceder por ella.
En las semanas que pasaron desde aquel encuentro hasta que comenzó el curso no volví a recordarla, pero en cuanto entró en el aula, aquella mañana de inicio del curso, de nuevo sus ojos negros me produjeron la misma desazón que había sentido días atrás, una sensación vergonzante que me hacía sentir pueril, como un adolescente en su primera cita y que decidí neutralizar ridiculizándolo mentalmente fustigándome con un argumento imbatible: "a mis años…".
A mis años, a mis recién cumplidos treinta y cuatro años estaba todavía adaptándome a vivir solo. Tres años de divorcio no habían conseguido que me aclimatase a ser uno y no dos. Los diecinueve días y quinientas noches de Sabina se habían transformado en tres años de tránsito inacabado desde una vida de matrimonio estable y confortable hacia otro lugar que aun no avistaba. Tránsito que se había enquistado hasta constituir una normalidad crónica de una situación temporal. Seguía aun con las maletas a medio hacer, o a medio deshacer; mi lugar no era mi lugar sino una etapa hacia… donde?
Mi tiempo diario se distribuía entre la facultad y el gimnasio al que dedicaba dos horas cada tarde, era una especie de excusa para mantener ocupado el tiempo, un objetivo que me hiciese creer que tenía objetivos. Podía haber caído en drogas peores, el juego, el alcohol… así que el gimnasio me parecía una dependencia menor.
Los fines de semana huía a la casa que mis padres compraron en la Sierra cuando yo era un chaval y que apenas se usaba por la familia, mi ilusión era quedarme definitivamente con ella y por eso la falta de interés de mis hermanos por la casa me hacían ver un futuro en el que sería mía y la adaptaría a mis gustos.
El curso transcurrió con la normalidad propia de las convocatorias de verano en las que la puntualidad no suele ser un bien apreciado y el relajo veraniego se nota en el ritmo de las personas. Tan solo María aparecía cada día quince minutos antes de que comenzase la clase y eso es un detalle que, como profesor, siempre he valorado. Me acostumbré a charlar durante ese tiempo de espera con ella y así fui conociendo algunos de sus gustos y aficiones, fui familiarizándome con sus muletillas y sus gestos y poco a poco surgió una especie de comunicación que, durante las clases me hacía a veces dirigirme a ella como si no hubiese nadie mas en el aula.
Una mañana, mientras exponía el tema del día, mis ojos se cruzaron con las piernas semiabiertas de María que, sentada en primera fila, no había caído en la cuenta de que los pupitres no tenían frontal y había relajado la clásica postura de piernas-férreamente-pegadas que suelen adoptar las chicas en casos como éste. Aparté la vista como si me hubiese quemado pero en la siguiente vuelta de mi lento paseo a lo ancho del aula mis ojos, como si tuviesen vida propia, se clavaron durante un eterno segundo en la breve tela blanca que se mostraba al fondo de sus largos muslos. Mientras seguía hablando, mi mente me crucificaba en un juicio sumarísimo donde los cargos en mi contra eran inapelables. Pero mis ojos no atendían a razones y a cada vuelta volvían como a un imán y captaban cualquier cambio de postura que María, ajena a mi tortura, realizaba sin pudor. Mi mente luchaba con aquella falta de voluntad mientras se dedicaba a percibir volúmenes, tonalidades de blanco y surcos en la fina tela. Aquella sesión fue la más inconexa y balbuceante que puedo recordar en toda mi carrera y al final de la clase di gracias a ese Dios en quien no creo por no permitir que María me descubriera en aquella actividad furtiva. Aquella tarde no dejé de pensar en lo que hubiera sucedido si alguien se hubiera dado cuenta de la causa de mis titubeos y vacilaciones.
Pero al día siguiente, cuando estaba de camino a la facultad, deseaba que María volviera con esa minifalda playera que había lucido otras veces antes de que yo descubriese mi inédita condición de voyeur, y rogué porque se sentase, como siempre, en primera fila y no le diera por irse mas atrás. Y cuando era consciente de estos deseos me enfadaba conmigo, pero no conseguía acallar al deseo.
Durante esa penúltima semana de curso descubrí clandestinamente los diferentes colores, texturas y transparencias de la ropa interior de María, durante esa semana perdí parte del ritmo del curso hasta que aprendí a no luchar con esa parte de mi y dediqué esa energía a dos cosas: no ser descubierto y sublimar mi excitación en pasión por el tema del curso. El nivel del curso volvió a subir, contagié mi pasión a mis alumnos y las discusiones ganaron en calidad. También las conversaciones con María al inicio de las clases se convirtieron en un debate profundo, ahí descubrí la calidad de la profesional que iba a ser en unos años, pero también comenzó a nacer algo mas, algo que he detectado infinidad de veces y que siempre he sabido como manejar: admiración profesional de la alumna hacia el profesor, pero esta vez sabía desde el primer momento que no era igual que otras veces.
Y llegó el viernes; María argumentaba con convicción y buenos datos casi al final de la clase pero no parecía que el resto de los alumnos estuviese en la misma onda y pronto vi los signos de impaciencia propios de quienes deseaban acabar y marcharse de fin de semana. Con sutileza para no minusvalorar sus argumentos cerré la sesión y despedí hasta el lunes a todo el mundo. Mientras iban saliendo yo recogía mis apuntes y los guardaba en la cartera cuando oí a María a mi lado atacando de nuevo apasionadamente con sus argumentos. Me sorprendí diciendo "si quieres continuamos la discusión frente a una buena ensalada". ¿Era yo quien había dicho eso? María aceptó instantáneamente y disfrutamos de una estupenda conversación durante la comida en la que hablamos de tantas y tantas cosas que, cuando ya nos echaban del restaurante ambos sabíamos que aun no habíamos terminado. Seguimos nuestra charla en una terraza cercana a la facultad hasta las ocho de la tarde.
La semana siguiente, última del curso, ambos provocábamos la excusa al final de la clase para quedarnos rezagados mientras los demás se marchaban, luego nos dirigíamos a algún restaurante cercano o tomábamos el autobús hasta Moncloa y allí elegíamos casi al azar un lugar donde almorzar mientras intercambiábamos algo mas que ideas.
En Enero María se mudó a mi casa y dos años mas tarde, una vez vencidas las resistencias familiares ante nuestra diferencia de edad, nos casamos.
Nuestra vida en común fue fácil desde el inicio, ninguno de los dos tuvimos que afrontar grandes problemas de adaptación y en pocas semanas parecía como si llevásemos viviendo juntos toda la vida. Yo seguí en la Universidad y María afrontó un par de años de master y cursos de postgrado antes de comenzar a trabajar en una clínica privada. Aquel periodo en el que yo fui el sostén económico de la pareja fue asumido por ambos como algo lógico para su consolidación profesional.
Sentimentalmente nos encontrábamos tan felices y apasionados como el primer día; me sorprendía la espontaneidad de María, su forma casi ingenua de plantear gestos o conductas altamente eróticas que en cualquier otra persona hubieran podido parecer obscenas. Disfrutaba con pequeños riesgos y no se avergonzaba fácilmente. Yo por mi parte encontré en ella mi alter ego, mi cómplice en mil y una fantasías que, una vez expuestas, aceptaba con ilusión casi infantil. Se inició en el top less en aquellas playas en las que iba siendo habitual, disfrutando del morbo que por aquella época producía.
Durante los cinco años siguientes, nos dedicamos a consolidar nuestra posición profesional, Yo acabé abandonando la universidad ahogado por la falta de iniciativas y de apoyo para la investigación. La docencia, mi otra pasión, comenzó a no ser suficiente argumento para continuar por lo que pasé a la práctica privada de mi profesión. Fueron años de estudio para María y de mucho trabajo para mí, eso nos hizo posponer sine die la decisión de tener niños, algo por lo que ninguno de los dos habíamos demostrado tener una ilusión desbordante. Fueron años duros que no consiguieron aplacar nuestra ilusión por el otro, nuestras ganas de jugar, de amarnos y de sentirnos.
Se acercaba nuestro quinto aniversario de boda y, como cada año, esa noche nos dimos un homenaje en uno de los mejores restaurantes de Madrid para a continuación marcharnos a bailar. Esta era una noche para nosotros y nunca en todos estos años hemos querido compañía para esta celebración.
Cuando llegamos al local conseguimos una mesa cerca de la pista de baile y enfrente de una de las barras, afortunadamente el nivel de sonido del local era aceptable y pudimos alternar la charla con algunas piezas de baile. Estábamos charlando cuando la insistencia de las miradas hacia mi mujer por parte de unos chicos de la barra me hizo darme cuenta de que no eran casuales. Nunca me ha molestado que la miren, estoy acostumbrado a que sea el centro de las miradas allá donde entramos y no solo no me molesta sino que me halaga, pero en esta ocasión creí percibir algo en esas miradas que no me gustó. Aprovechando la excusa del retraso en servirnos las bebidas que habíamos pedido me dirigí a la barra para ejecutar un rito tan ancestral como la vida: El macho dominante haciendo frente a los machos jóvenes que le disputan la hembra, todo muy sofisticado y sublimado pero al fin y al cabo la mirada clavada en sus ojos, los hombros extendidos y la forma decidida de caminar hacia ellos tenía ese sentido, un sentido que se percibe no con la razón sino con las partes mas primitivas de nuestro cerebro.
Ellos captaron el mensaje y se volvieron hacia la barra, dando la espalda a nuestra mesa. Reclamé las bebidas y mientras esperaba me volví a mirar a María; estaba hermosa con ese vestido rojo ceñido a su espléndido cuerpo que realzaba su figura, con sus hombros desnudos y anudado al cuello dejaba toda su espalda al aire, su escote en pico marcaba perfectamente la forma de sus pechos. Y entonces descubrí el motivo de las insistentes miradas de los tres hombres que estaban a mi lado en la barra: María forzaba su postura para mirar hacia su izquierda a la pista de baile y descuidadamente tenía sus piernas lo suficientemente separadas como para dejar a la vista el encaje blanco de su ligerísimo tanga dejando entrever la oscuridad de su vello púbico, recortado "a la brasileña" y mostrando incluso la insinuación de sus labios, la breve falda se había subido mas de la cuenta al estar sentada en aquellas butacas tan bajas. Durante unos segundos me quedé enganchado a esa imagen, una postura nada obscena, era evidente la falta de intencionalidad de María y me quedé embobado recordando otras escenas semejantes durante el lejano curso de verano del 91. La diferencia es que en esta ocasión eran otros quienes disimuladamente se perdían entre los muslos de mi mujer, pero la excitación que sentía al ser espectador de esta escena era tan arrolladora como cuando yo fui el mirón clandestino de mi alumna.
Debí olvidarme de las bebidas y marchar hacia la mesa para advertirla, debí darme por enterado de las miradas que habían vuelto a mi mujer, pero no lo hice, en cambio disimulé, hice como que no veía lo que veía y me quede paralizado fingiendo mirar a la pista de baile cuando en realidad estaba mirando el sexo de María, percibiendo de nuevo su forma, su volumen, el pliegue vertical de la braguita pegándose a sus labios… miré hasta la saciedad la línea oscura de vello que se mostraba a través del amplio calado del encaje y de la liviandad del tejido mientras veía de reojo como aquellos hombres miraban lo mismo que yo y sentían lo mismo que yo.
El camarero me hizo reaccionar, recogí las bebidas y me dirigí hacia ella sin apartar la mirada de su sexo, dándome perfecta cuenta de que a corta distancia el detalle era aun mas claro. Me senté de nuevo a su lado, la razón me instaba a decirle que cambiase su postura pero algo me detenía, un segundo mas, me decía a mi mismo, solo un segundo más, luego otro más antes de romper este hechizo, pero siempre me callaba y me concedía más tiempo.
Charlábamos mientras por el rabillo del ojo captaba las miradas que se dirigían a ella, "un poco mas, solo un poco mas" repetía mi mente. Me dedicaba a cazar a los nuevos mirones que al pasar cerca se perdían en el interior de la breve falda de María. Ella, ajena a mi perversión, continuaba charlando conmigo en un monólogo apenas salpicado por breves contestaciones mías.
Logré romper mi bloqueo cuando sonó una de nuestras canciones preferidas, una balada que a ambos nos traía recuerdos hermosos de nuestros primeros años juntos, me levanté y la saqué a bailar, al pasar cerca de los mirones de la barra, vi por el rabillo del ojo la expresión de deseo animal con que la miraban, yo ya no era una amenaza puesto que, o estaba ajeno a sus miradas o bien rehuía el enfrentamiento y eso les daba alas. Bailamos esa pieza y encadenamos con otras dos lentas, María tenía sus brazos enlazados a mi cuello mientras mis manos la sujetaban por la espalda. Empecé a espiar a mi alrededor intentando captar si había mas miradas hacia ella. Siempre las había pero esta vez yo no era el muro contra el que se diluían sino que fingía no ver para que se mantuvieran. Cada mirada que cazaba me disparaba una descarga de excitación que desconocía. No entendía qué me estaba sucediendo pero lo cierto es que me excitaba que mirasen a mi mujer con ojos de deseo, era algo que se había disparado antes, al ver como miraban su pubis casi desnudo y que ahora intentaba volver a sentir en la pista de baile. Pero no era igual.
Sin pensarlo, mis manos se desplazaron lentamente desde sus caderas hacia la parte más alta de sus muslos y luego retrocedieron hacia el inicio de sus nalgas. María separó su rostro lo suficiente como para encararse conmigo y vi en ella esa expresión traviesa que tan bien conozco, me sonrió y me susurró al oído "¿quieres jugar eh?", y sin esperar contestación se pegó a mi mucho mas de lo que estaba antes y comenzó a marcar levemente con su caderas el ritmo de la balada de una forma muy sensual. A medida que girábamos en la pista, mis ojos escrutaban a cada hombre que estaba cerca de nosotros y encontraba otros ojos dirigidos a mis manos en su culo, a sus piernas, a sus movimientos felinos en el límite de la procacidad. Y mi excitación comenzó a crecer y, como en una borrachera, empecé a perder el sentido de los límites. Subí mi mano izquierda hasta su hombro desnudo, haciendo círculos con mis dedos en su piel mientras mi mano derecha se deslizaba mas abajo aun, cubriendo sin disimulo su nalga. María ronroneaba en mi oído y seguía moviéndose sensualmente, con elegancia y clase, lo cual la convertía en aun mas deseable. Mi mano izquierda recorrió el camino hasta su axila, con dos dedos acariciaba su sensible piel trazando círculos, arcos, lazos desde su hombro, por su axila hasta el nacimiento de su pecho, retrocediendo a su espalda desnuda, volviendo a marcar con mis dedos el camino que deseaba que recorrieran los ojos de los hombres que nos miraban, escuchando su respiración alterada en mi oído y cazando las miradas de deseo de otros hombres. "estamos dando un espectáculo cariño" – me susurró al oído, a lo que simplemente le contesté "sí"; noté su sonrisa en mi mejilla al elevarse su pómulo.
Miré disimuladamente a la barra y confirmé lo que suponía: nuestros primeros mirones estaban observando nuestro baile, haciendo comentarios entre ellos que sin duda se referían a mi mujer. Miraban mi mano en su nalga y deseaban ser ellos los afortunados. Pero era yo quien acariciaba ese cuerpo y también era yo quien se excitaba no tanto por las caricias sino por saber que otros hombres la miraban mientras la tocaba.
Volvimos a la mesa y deliberadamente busqué un camino que nos hiciera pasar muy cerca de los hombres que habían estado deleitándose con su pubis apenas cubierto, quería que la tuviesen cerca, que casi la oliesen, que sintieran su presencia sensual. Y yo quería notar la atracción que les producía su cercanía.
Nos sentamos y desee que de nuevo la poca altura de las butacas la obligase a dejar sus piernas semiabiertas, entonces me di cuenta horrorizado: deseaba que la vieran desnuda.
Llegábamos del baile excitados ambos y me besó en la boca, yo la rodee con mi brazo y la hice reclinarse en la butaca intentando forzar que sus muslos no se pudieran mantener pegados, con el rabillo del ojo vigilaba sus piernas y veía como la estrecha falda apenas cubría el tercio superior de sus hermosos muslos, la volví a besar y un latido mas fuerte me golpeó en el pecho cuando observé como sus muslos se relajaban y se abría una brecha entre ellos. Miré por el rabillo del ojo a la barra y ahí estaban los tres cazadores absortos en mi mujer. Puse una mano en su muslo y acompañé mi beso con una caricia que intentó colarse entre ellos antes de que María reaccionase y me dijera "estas loco!".
Si, estaba loco, borracho perdido de un placer desconocido, siendo espectador del asedio que otros hombres lanzaban contra mi esposa.
Aquella madrugada, de regreso en casa, hicimos el amor con una intensidad inusual y aun después, cuando María dormía a mi lado, yo no era capaz de conciliar el sueño bombardeado por las imágenes de lo sucedido aquella noche.
Los días siguientes atravesé por tantos estados de animo tan encontrados y opuestos que me tenían confundido: la vergüenza, la rabia, el deseo, la sensatez y el compromiso de olvidar lo sucedido se sucedían unos a los otros, pero cada noche al acostarnos y verla desnuda a mi lado volvía a ver los ojos de aquellos hombres clavados en mi mujer y me excitaba como nunca, tanto que María lo notó y mas de una vez me preguntó, feliz, que era lo que me pasaba.
Comencé a imaginar situaciones en las que éramos sorprendidos por otros hombres y en los que María aparecía desnuda o haciendo el amor conmigo. Y de nuevo me encontré masturbándome como un chaval.
Pocas semanas después, acudimos un sábado a un centro comercial para elegir ropa de temporada, me encontraba probándome un pantalón cuando surgió en mi mente, como un fogonazo una idea descabellada. Cuando le tocó el turno a María de elegir y probarse ropa nos dirigimos a un probador con varias faldas y blusas, esperé fuera inspeccionando la forma de la cortinilla, su caída, el roce con la barra, cualquier detalle que me permitiera poner en práctica mi plan. Los probadores eran un pequeño cuadrado de cuatro compartimentos en el centro de la planta, cerrados por cortinas, yo me solía quedar cerca para ver la ropa que se probaba y para sustituir modelos o tallas sin que tuviera que salir del probador. A veces simplemente metía mi cabeza por la cortina y daba mi opinión. Esta vez mi conducta tenía una estrategia preconcebida. Cuando corrió la cortina para probarse, calculé el tiempo necesario para despojarse de la ropa y abrí la cortina levemente para preguntarle si ya estaba lista, me la encontré como esperaba, tan solo con la ropa interior, María no le dio mas importancia y sonrió al ver que me quedaba mirando como elegía la blusa que iba a ponerse en primer lugar, con la cortina algo descorrida. La dejé poniéndose la blusa pero no corregí la posición de la cortina que ahora dejaba un resquicio abierto a la curiosidad de quien pasase cerca. Me sentía como si fuera un enfermo, sabía que no era normal mi conducta, pero esa rendija abierta a las miradas de la gente era una poderosa inyección de excitación en mis venas.
María me mostró algunos modelos y cada vez que volvía a entrar cerraba la cortina y a continuación me asomaba a decirle algo y dejaba la cortina lo suficientemente abierta para que se la pudiese ver pero no tanto como para que se alarmase, aun así alguna vez terminó de cerrarla ella.
Camino de casa, me sentía avergonzado y preocupado por mi actitud.
Pero aquella noche, mientras hacíamos el amor, yo imaginaba que los hombres del baile la miraban en el probador semidesnuda; Y la poseí con furor.
En nuestros momentos de intimidad incorporábamos juegos y fantasías como cualquier pareja, eran condimentos que ayudaban a elevar la excitación; una noche, sin haberlo pensado antes, añadí a nuestros juegos aquello que tanto me excitaba y le pedí que imaginase que alguien nos miraba mientras hacíamos el amor. María sonrió y aceptó el juego como lo que era: un juego; En dçias sucesivos comencé a plantearle escenas que brotaban incesantemente de mi cabeza y conseguí que su excitación fuera aumentando de tal modo que en poco tiempo pasó de una escucha pasiva a lanzar sus propias fantasías en la historia a tres que imaginábamos muchas noches. Tal era la excitación que alcanzábamos que mas de una vez me preocupé ante la posibilidad de depender de estas imágenes para conseguir el mismo nivel.
Una noche, exhaustos tras una intensa sesión de sexo, lancé la pregunta que cambiaría nuestra vida.
- "Cielo, ¿cuál es la fantasía mas fuerte que has tenido, la que jamás me confesarías?"
María pareció extrañada por la pregunta y eludió el tema.
- "No hay nada que no puedas saber cariño"
Pero ambos sabíamos que no era cierto, nuestra profesión nos hacía conscientes de que todos tenemos un lugar secreto en nuestra mente, un punto oculto a todos donde reposan las ideas y los pensamientos que a veces ni nosotros mismos nos atrevemos a aceptar. No me hizo falta argumentarle, bastó mi mirada para que María llegase a esa misma conclusión, sonrió e inconscientemente apartó por un segundo la mirada. Estaba desnuda a mi lado pero en ese momento se sintió aun mas desnuda pues sabía bien que la comunicación no verbal era una de mis especialidades profesionales.
Me incorporé de la cama lo suficiente para apoyarme en un codo y con la otra mano comencé a acariciar suavemente su vientre y su estómago.
"¿Vas a decirme que no hay ninguna fantasía perversa en esa cabecita?" – insistí mientras mi dedos rozaban ya la delgada línea de vello púbico.
Nueva sonrisa, esta vez sus ojos se volvieron hacia mi cargados de erotismo y de deseo, hubo una pausa que a mi me pareció eterna y respondió.
"La mente es libre de imaginar, cielo, lo sabes bien" – intentaba escaparse de mi asedio, pero yo no estaba dispuesto a ceder terreno, mi dedo medio comenzó a dibujar el surco de sus labios, sin apretar, apenas rozando, mientras volvía a la carga.
"¿Y que es lo que esa mente tuya imagina cuando estas en la bañera, o cuando hacemos el amor, dime" – mi dedo se hundía sin esfuerzo en el canal inundado de su sexo y, como un pincel, dibujaba formas en su vientre con la humedad que había recogido; Una y otra vez volvía sin prisas, despacio, a recolectar su humedad para seguir pintando en su vientre plano y duro. María cerraba los ojos cada vez que mi dedo invadía su sexo, entonces detecté la lucha interior que libraba, se mordió el labio inferior, me miró y estuvo a punto de pronunciar algo, pero se detuvo e inició la retirada; había estado a punto de abrirme sus mas íntimos deseos y yo no iba a dejar pasar esta oportunidad. Mi dedo seguía hurgando en su interior, cada vez mas tiempo, recorriendo cada pliegue, acercándome a su clítoris, explorando sus labios y su oquedad.
"Quiero saberlo amor, quiero que te desnudes aun mas para mi" – notaba como su respiración iba cambiando el ritmo, sabía que no debía presionar, que debía darle su tiempo, pero la excitación me dominaba, no quería ceder terreno. María abrió los ojos de nuevo y me miró en silencio muy profundamente, como queriendo adivinar el efecto que su secreto tendría en mí; Le sonreí y esperé. Vaciló y comenzó a hablar, con pausas, con dudas, eligiendo cuidadosamente las palabras.
"¿Sabes? A veces, cuando estoy excitada, quiero decir cuando estamos asi, como ahora, pienso… no se, es una tontería eh? No vayas a creer… - Dudaba, casi se excusaba de lo aun no dicho, pero yo seguía acariciando levemente su sexo sin decir palabra, mirándola a los ojos. – "En fin, que alguna vez se me ha venido a la cabeza como sería…" – bajó la vista, parecía una niña cogida en falta y eso la hacía mas hermosa, casi vulnerable – "…como sería estar con varios hombres, ya sabes, hacerlo con varios a la vez, no de uno en uno, a la vez" – esta última frase había salido a borbotones, de un tirón, como si fuese incapaz de pronunciarla si la pensaba demasiado. Se quedó callada, con la vista clavada en mi mano que la acariciaba, creí ver cierto rubor en sus mejillas.
Yo callé, mantuve un silencio estudiado que pretendía avivar la tensión del momento. Entonces le dije – "¿Y como lo imaginas?" – María no esperaba esto, creyó que con su confesión se acababa todo, cuando en realidad solo era el principio para mí.
Poco a poco conseguí que se fuera relajando, una vez que se disiparon las dudas que podía tener sobre mi reacción María fue tomando las riendas de la fantasía que, según me contó, había elaborado a lo largo de los últimos años. Su rostro, a medida que avanzaba en el relato, iba tomando esa expresión de profundo erotismo que me cautiva en ella y su voz se tornó mas grave.
Según avanzaba en su relato observé asombrado como María se transformaba, iba abandonando las expresiones moderadas, pubis, pene, hacer el amor, y comenzaba progresivamente a hablar de polla, coño, tetas, follar, mamada… De pronto la vi mirarme fijamente sonriendo, ante mi sorpresa desvió divertida la mirada hacia abajo, yo seguí sus ojos y comprobé que mi erección era tan intensa que apenas se separaba de mi vientre. Siguió desvelándome sus deseos ocultos, se descubrió ante mi una mujer sorprendente, inesperada, su fantasía se localizaba unas veces en una cabaña en la playa, otras en un hotel barato, ella se encontraba tendida en una cama y un hombre entraba, la poseía, la follaba y sin darle descanso era sustituido por otro y por otro y por otro mas. En otras versiones estaba en la habitación de un caserón, rodeada de hombres que la desnudaban y comenzaban a acariciarla y a tocarla por todas partes, muchas manos en su cuerpo, muchas sensaciones que la impedían dedicarse a alguien en particular, y luego mientras uno de ellos la follaba, otro le introducía su verga en la boca mientras ella masturbaba a otros dos y los demás tocaban, besaban, acariciaban… En otra versión ella era sorprendida en la oscuridad de una playa y era violada por varios hombres, esa versión violenta, en la que incluso era inmovilizada y abofeteada me sorprendió enormemente puesto que jamás en nuestros juegos había habido ninguna insinuación que me diera a entender que le apetecía sexo duro.
A partir de aquellas confidencias se creó un clima de morbo y erotismo continuo entre nosotros; el Messenger, que manteníamos abierto en nuestros despachos para comunicarnos con facilidad, fue el vehículo para nuestras conversaciones calientes. En cualquier momento, cuando menos me lo esperaba, aparecía en el Messenger la luz intermitente que indicaba un mensaje nuevo; si estaba ocupado con alguien no contestaba y ella entendía; Si estaba solo, interrumpía cualquier actividad para leer lo que esta nueva María me mandaba, normalmente algún mensaje tórrido que daba pie a un dialogo cada vez mas desinhibido, cada vez mas fuerte. Otras veces era yo quien de pronto me acordaba de ella y le mandaba mensajes del tipo "¿Cómo tienes las bragas de mojadas?"; María, si podía contestar, entraba a la provocación y comenzaba un dialogo obsceno que nos llenaba de excitación.
Muchas veces en aquella época calculaba el riesgo que suponía mantener continuamente tan alto grado de excitación, temía que nos pudiera llegar a saber a poco una relación sin Messenger, sin fantasías, sin "terceros virtuales". Deseché la idea pensando que, como todas la cosas, ésta remitiría y no sería sino una etapa mas de nuestro matrimonio. Infravaloré lo que por mi profesión debía haber tenido en cuenta y que se podía aplicar perfectamente a nuestro caso: el efecto de la habituación a la dosis obliga al drogadicto a elevar cada vez mas la cantidad necesaria de droga para obtener el mismo efecto.

1 comentarios - crónica de un consentimiento Parte 1

Si-Nombre +1
Waaaaaaaooooooo simplemente espectacular que bien manejado el tema
Esta a otro nivel pero está ubicado en la realidad y como puede ser super ardiente también nos puede quemar
Muy bien Post gracias por compartir