Estimado Lector - PARTE VII
“El dinero solo trae problemas, por eso os animo a que me lo deis.”
Proverbio popular español.
Estimado lector, sé que confías plenamente en el cabal sentido de la responsabilidad que Daniela te ha demostrado hasta aquí. Sabes perfectamente bien que ella no es una jovencita improvisada respecto a sus obligaciones académicas, por lo cual, apenas unos sesenta minutos extra de estudio no cambiaría las cosas para ella.
Por el contrario, y si la suerte la acompaña, una hora sería un tiempo prudente en el cual podría hacer una módica diferencia económica que le permitiría llegar con más oxígeno a cumplir con sus obligaciones contractuales y así satisfacer plenamente su arraigado sentido de la responsabilidad.
No voy a negar que sea una decisión práctica y juiciosa, aunque… Nunca podrás estar completamente seguro, estimado lector. Nunca sabrás de qué lado caerá la moneda hasta que ella no se detenga definitivamente
Daniela estaba tranquila y segura de sí misma respecto del examen. Lo que verdaderamente le atormentaba era la idea de llegar al día lunes sin el dinero suficiente para pagar el alquiler.
Una hora más... una hora menos... Al fin y al cabo todavía quedaban dos cajas repletas de mercadería por acomodar en los estantes del sótano. Eso la ayudaría a matar el tiempo hasta las nueve de la noche si es que la suerte no cambiaba.
Pero la suerte cambió.
Ocho y cuarto de la noche entró una señora que se llevó dos juegos de ropa interior y pagó todo al contado y en efectivo. Si bien eran prendas de la línea económica, Daniela alentó sus expectativas.
Luego pasó media hora más... y nada. Ya había terminado con una de las cajas y fue el sótano en busca de la última.
Mientras subía las escaleras cargada con la mercadería pensó que quizás no sería mala idea reclamarle a la propietaria algún extra por la tarea realizada. La dueña le había sugerido que podía acomodar las nuevas prendas si tenía tiempo, pero esa no era su tarea. De cualquier manera sabía que la generosidad no era la principal característica de aquella mujer.
Daniela dejó la caja de cartón sobre el suelo, junto a los probadores, cuando advirtió que un hombre de piloto negro la miraba desde al mostrador.
- Pensé que no había nadie.- Le dijo el tipo casi a modo de regaño. -Estaba por llamar a la policía....
Daniela se sintió culpable por haber abandonado el local abierto por unos minutos. Alguien podría haber tenido tiempo de entrar y llevarse la magra recaudación del día; hasta incluso algunas prendas. Se sintió una chiquilina de pueblo.
-Disculpeseñor, bajé un momento al depósito y...- Se excusaba mientras avanzaba a toda prisa hacia el lado interno del mostrador.
-No te preocupes, linda... Me alegra que esté todo bien. Hay cada loco últimamente que uno se imagina cualquier cosa.- Era un hombre mayor, de unos cincuenta y tantos. Llevaba el cabello entrecano todavía húmedo por la lluvia.
Daniela sintió natural simpatía por el tono indulgente del caballero.
-Pensé que ya no vendría nadie más. Usted es la segunda persona que veo en toda la tarde.
-No me extraña. La gente se espanta con esta lluvia.
No era habitual que ingresaran hombres a la lencería, pero tampoco era algo absolutamente extraño. Muchos venían a buscar regalos, generalmente para sus parejas. O por lo menos eso decían. Por lo general se sentían bastante incómodos, aunque este no parecía el caso. De cualquier manera, un cliente hombre era una buena señal. Si bien representaban un porcentaje claramente menor, un hombre era igual a una venta. Las mujeres entraban a mirar; los hombres entraban a comprar.
-Bien… ¿En qué puedo ayudarlo entonces?
-Antes que nada. ¿Trabajás con American Express?
-Si, señor. Trabajamos con todas las tarjetas.
-Bien.- El hombre extrajo una billetera de cuero del bolsillo trasero de su pantalón y la apoyó sobre el mostrador; luego dio un suspiro como dando a entender que lo que seguía a continuación no iba a ser un trámite sencillo. –Te cuento brevemente: Mi hija vive en España y yo viajo a visitarla una vez por año. Como te imaginarás, en cada viaje me obliga a llevarle un encargo de cosas de Buenos Aires. El año pasado fueron los alfajores y el dulce de leche.... Una valija llena de potes de dulce de leche. Y este año... ¿A que no adivinás con qué tengo que llenar la valija?
Daniela se quedó de piedra. Si el tipo le caía en gracia, ahora estaba a punto de abrazarlo.
-¿De… ropa?- Dijo con timidez.
- De ropa no. ¡De lencería! ¿Podés creerlo? Primero le dije que no. Pero después terminé cediendo... Es imposible lidiar con ella. Sangre de mi sangre.
-Debe ser un buen padre.- Dijo Daniela por decir algo; para controlar la euforia.
-Me pidió más de diez conjuntos de ropa interior... ¡Diez conjuntos! Y a ella no le gusta cualquier cosa, noooo. Sólo usa ropa de marca. ¿Puede ser… Caro Cuore, o algo así?
-Si, señor. De hecho es una de las marcas nacionales más exclusivas... Pero hay otras muy buenas que también…
-¡Ni lo sueñes! - La cortó en seco. –¡Me mata si le llevo otra cosa! Ella quiere todo de esa marca. Los diez conjuntos. Fue lo único que me recalcó: “El dulce de leche es Chimbote; y las bombachas y los corpiños, Caro Cuore. ¿ok?”
Daniela hizo una rápida cuenta mental de cuanto dinero costarían, en promedio, diez conjuntos Caro Cuore. Cuando el número llegó a su cabeza se le aflojaron las rodillas y tuvo que apoyarse disimuladamente sobre el mostrador para no perder la estabilidad.
-Te agradezco por preocuparte, pero el precio es lo de menos. El asunto es que, cómo te imaginarás, no tengo idea del tema y por lo que veo… –el tipo se dio vuelta y miró a su alrededor con cara de desaliento- …hay una variedad infinita.
Daniela intentó no hacer excesivamente visible su entusiasmo y le dijo al tipo que se despreocupara, que ella iba a ayudarlo. Comenzó por preguntarle que edad tenía su hija y cuáles eran sus medidas.
-Tiene veintitrés. Y no tengo las más remota idea sobre sus medidas… Es delgada como vos... Aunque con menos... –El tipo le clavó la vista en las tetas sin ningún pudor y la sostuvo allí por más tiempo del que exige cualquier cálculo comparativo. Daniela, al sentirse intimidad, se adelantó a su cliente.
-¿Con menos busto?
-Precisamente. Eso estaba pensando. –Confirmó el tipo levantando lentamente la mirada.
Daniela optó por presentarle un catálogo con fotos de modelos luciendo distintas colecciones de la marca que el cliente había solicitado. Iban desde las más formales hasta las más informales, pasando por las más discretas hasta las más sexys. El hombre preguntaba sobre las telas y los colores y ella iba apuntando en una libreta los conjuntos que eran de su preferencia. A cada momento solicitaba su opinión y Daniela le daba consejo. Se comportaba como una verdadera profesional.
-¿Porqué algunas vienen tan chiquitas de atrás?
-La mayoría de los conjuntos se pueden combinar con tanga, colaless o bikini mediana, señor. Eso queda a su gusto.
Al cabo de unos quince minutos, después de haber analizado exhaustivamente el catálogo, Daniela tomó la lista que había confeccionado e hizo un recorrido por los exhibidores del local recogiendo más de treinta conjuntos en total. Luego desplegó toda la mercadería preseleccionada sobre el mostrador para presentarle al cliente cada prenda. Aun restaba decidir cuáles eran los diez conjuntos que finalmente le llevaría a su hija.
Entre tanto, y como ya habían pasado las nueve de la noche, Daniela había decidido echarle llave a la puerta del local.
-Creo que con estos estamos bien.- Dijo finalmente el cliente que ya parecía haber perdido totalmente el interés en lo referente a telas, estampados, terminación y todo cuanto Daniela se esmeraba en explicar con lujo de detalle.
Entonces la joven hizo el recuento final. Eran dieciséis conjuntos en total. Tomó la calculadora y comenzó a sumar. La cuenta ascendía a más de cuatro mil pesos. Con la comisión de aquella única venta ya tenía asegurada la mitad de la paga del próximo alquiler.
El hombre la consideró una suma razonable. Sacó su American Express Platinum de la billetera y la apoyó sobre el mostrador.
Elijo este momento para hacer una pausa en la historia, estimado lector, con el solo fin de que puedas contagiarte del fervor y el entusiasmo que siente Daniela en este momento por haberse aferrado a tu mano invisible y haberse dejado llevar hasta aquí. Pero también, para que no creas que lo que sigue a continuación es únicamente obra del destino.
-Solo restaría resolver el tema de los talles....- Dijo el hombre con indiferencia mientras tomaba su celular de la cintura.
-¿Perdón..?- Daniela se sintió desconcertada y levemente frustrada aunque intentó disimular: -Como usted dijo que su hija tenía mi mismo talle pensé que… Quiero decir, seleccioné todas las prendas de mi talle... Bueno... Excepto de arriba... que son dos números menos.
-Te agradezco. Fuiste muy amable.- El tipo empleó un tono arrogante que no había usado hasta ahora. Daniela supuso que se debía a la fatiga. –De cualquier manera no voy a hacer una compra por este monto sin estar totalmente seguro de algo tan elemental como el talle. Tampoco hay muchas posibilidades de cambio desde España, ¿no?
Daniela supuso que estaba en lo cierto y se sintió torpe una vez más. Se culpó por haber estado tan pendiente de su comisión y no haber pensado antes en asegurar la cuestión de los talles. Si lo que le hija del hombre decía no coincidía con los talles que Daniela había imaginado, tendría que tomarse un buen rato en hacer todos los cambios. Y ya eran más de las nueve y media de la noche.
Afuera la lluvia había cesado hacía más de una hora, pero aquel hombre canoso y elegante aun permanecía con su piloto puesto dentro del local. Se lo veía maldecir entre dientes mientras se paseaba entre las exhibidores. Hacía un buen rato que intentaba comunicarse a través de su celular pero parecía no tener éxito.
Daniela, que unos minutos antes creía haber tocado el cielo con las manos, comenzó a sentir la presión de la ansiedad sobre su pecho. Se dispuso a doblar las prendas sobre el mostrador por la mera necesidad de hacer algo con sus manos.
-Imposible comunicarme con España.- Dijo finalmente el hombre con evidente fastidio.
-¿Ocupado?
–Directamente me dice que no se puede establecer la comunicación. ¡Teléfonos de mierda..!
Se lo veía irritado. La chica optó por guardar silencio. El tipo hizo un nuevo intento... pero no hubo éxito. Entonces se acercó nuevamente hacia la vendedora y le dijo que no había caso, que lo sentía pero...
Entonces Daniela, que sentía su ilusión de tranquilidad económica escurrirse entre sus manos sin poder hacer nada, se aferró a ella con todas sus fuerzas y probó una última carta.
-Señor. No quiero insistirle, pero los talles de las bombachas vienen únicamente en “S” y “M”. Yo soy S, small. Si su hija es delgada como yo, no tendría problemas en... –Pero el tipo la interrumpió con vehemencia:
-¡Una lógica impecable! ¿Pero me estás sugiriendo que gaste cuatro mil dólares a ciegas? ¿Sin saber si sirve como ropa interior o como trapo de piso? –En su tono había impaciencia explícita y furia controlada. Y aunque no era con ella, Daniela sintió que podía volverse contra ella en cualquier momento. Pero... ¿qué más daba? La suerte se estaba torciendo definitivamente hacia el lado equivocado y ella iba a intentar evitarlo a toda costa.
-Tranquilicesé. Yo solo le quiero ayudar. Solo quería decirle que no hay muchas posibilidades de error. Y si ella es como yo... –Pero el tipo volvió a interrumpirla.
-¡Ya te dije que es como vos! ¡Ya te lo dije! ¡Pero no voy a confiar en una vendedora que quiere salvar el mes a costa mía! ¿Cómo voy a estar seguro si me estás dando el talle correcto? ¿O acaso vas a probarte vos las prendas?- El hombre había elevado el tono casi al borde del grito. Daniela se sintió intimidada y guardó silencio. Entonces el tipo continuó: –Perdón. Es que no puedo creer el tiempo que me hiciste perder por no haberme preguntado a tiempo el tema del talle. –Mientras decía esto cogió su billetera y su tarjeta plateada y se dirigió hacia la puerta con intención de marcharse.
Daniela no podía evitar sentirse culpable por más injusto que fuera el reclamo. ¡Maldita educación judeo-cristiana!
-Lo siento. ¡No se vaya, por favor! Si eso lo tranquiliza, puedo probármelas...
-¿Perdón?- El tipo se detuvo en seco y se volteó para mirarla.
-Usted me dijo que... quiero decir: No me molestaría probarme algún conjunto, si eso le basta para estar seguro. Para mi también es tarde y… ha sido engorroso todo esto.
-¿Te probarías las prendas para mi? –Preguntó con incredulidad.
Ante la inquisitiva, Daniela comenzó a dudar en lo descabellado de su propuesta.
-Bueno... Una o dos. No más.
-Con dos estará bien.
Las cartas ya estaba echadas y el tipo del piloto negro volvía a acercarse hacia el mostrador con renovado entusiasmo. Daniela había empezado a hurgar con nerviosismo entre las prendas. No podía creer lo que acababa de hacer. Revisó una por una y finalmente extrajo un juego de lencería negra de microfibra compuesta por una bikini mediana y un corpiño triangular, sin aro. Todo muy sobrio. Podía pasar perfectamente como traje de baño. Quería evitar algo pequeño de abajo y demasiado armado de arriba.
Cuando se dispuso a buscar el segundo conjunto, el hombre le recordó con impaciencia que ya había permanecido demasiado tiempo dentro del local como para seguir esperando. Entonces Daniela optó por saltarse este paso y se dirigió al probador con el conjunto negro.
-Espéreme acá, por favor. Ya regreso.
El tipo no respondió. Si hizo algún gesto no pudo advertirlo porque estaba a sus espaldas mientras ella se dirigía presurosa al probador.
El trayecto le resultó interminable. Sentía que el tipo le clavaba la mirada desde atrás. ¿Qué carajo estoy por hacer? Se preguntó internamente. Vas a pagar el alquiler con tu trabajo, se respondió, justo antes de penetrar probadoe de un metro cuadrado y cerrar la cortina tras de sí.
Había elegido el último, el más lejano, el que quedaba oculto a la vista desde el mostrador.
Quería hacer todo con suma prisa: Se quitó las sandalias, se levantó la falda y se bajó la bombacha. Por suerte no llevaba medias. Se calzó la prenda nueva con torpeza: Primero una pierna, después la otra. Luego se miró al espejo y el corazón le dio un vuelco:
-¡Mierda!- Dijo entre dientes.
Había tomado el recaudo de evitar una tanga o un colaless; pero la tela de la prenda, totalmente lisa de atrás, de frente llevaba una trama calada que dejaba ver perfectamente el delicado bello de su pubis.
Temía enfrentarse a aquel tipo pero ya era tarde para más dilaciones. Se bajó la falda cubriendo su impúdica vellosidad. Se quitó la blusa blanca y el corpiño. Pero al ajustarse la nueva prenda surgió un nuevo imprevisto: Sus redondos y juveniles pechos blancos no cabían cómodamente dentro de un sostén dos números más pequeño.
-¿Qué estoy haciendo acá? Si tendría que estar en mi casa estudiando...- susurró casi sin poder evitarlo.
Parecía un juego de ingenio: Si lograba calzarlos de abajo, brotaban por los costados. Si intentaba cubrirlos del lado externo, la piel rosada del pezón asomaba por el lado interno... Se estaba poniendo nerviosa y había comenzado a sudar:
-¡No puedo cree estar haciendo esto! –Se odiaba a sí misma.
Después de una breve y totalmente infructuosa contienda, optó por dejarlos asomar un poco por debajo y cubrir las partes más púdicas. Se volvió a poner la camisa y la cerró con sus manos aunque sin abotonar.
Se miró en el espejo y se preguntó una vez más por qué mierda le tenía que estar pasando esto a ella. Pero no se dio tiempo a responder. No había tiempo para dudas. Volteó; con una mano contuvo su camisa y con la otra abrió la cortina.
Se sobresaltó cuando vió a su cliente allí, a tres metros de distancia, frente a frente. Estaba sentado en el probador opuesto con la cortina abierta.
-¿Me hiciste esperar para verte con la misma ropa?- Dijo con una sonrisa. Parecía más calmo.
Daniela bajó la guardia al ver que su actitud de enfado había cambiado. Pero el tipo la intimidaba. Se sentía vulnerable.
-Tengo puesto el conjunto... Pero la verdad es que no me gusta esto... – No pudo evitar decirlo y la pálida piel de su rostro se tornó de un rosa intenso. Daniela percibió el calor en sus pómulos y se sintió como una niña estúpida. Miró hacia abajo y reparó en sus pies desnudos.
Cuando levantó la vista, el hombre del piloto negro estaba de pie frente a ella.
-Está todo bien. –Dijo con aire paternal. -¿Cuál es tu nombre?
-Daniela.- Respondió. Pero su vista volvió a sus pies. Sus pies desnudos que ahora se enfrentaban a unos zapatos de cuero negro muy bien lustrados.
-¿Cuántos años tenés, Daniela?
-Veinte.
-Podrías ser mi hija... –Y le acarició delicadamente el cabello.
Daniela sintió que se le erizaba la piel de la nuca.
-Vamos. Mostrame la mercadería de una vez que voy a perder el avión. Estoy seguro que todo va a salir bien.
Pero en lugar de alejarse y dejarla hacer, pasó la mano por detrás de ella y bajó el cierre de su falda. Daniela, que seguía con la cabeza gacha, vio como sus propios pies descalzos eran cubiertos por la tela azul de su pollera al desplomarse súbitamente sobre ellos. Luego, los zapatos negros se marcharon.
Sentía que todo se le había ido de las manos. Que ya no podría controlar nada de aquí en más. Sentía miedo, pero tomó coraje y levantó la vista.
El hombre se había vuelto a colocar en su butaca preferencial del probador de enfrente y la observaba con creciente interés.
-Bueno... es un poco... sugerente, podría decirse. Pero tengo que reconocer que definitivamente es el talle. ¿Podrías darte una vueltita para ver la parte posterior?
Daniela giró sobre sus talones sin decir nada. Ahora podía verlo a través del espejo estudiándole meticulosamente cada contorno del culo.
-¿Podrías acercarte unos pasos?- Pidió el caballero con un respeto solemne. –Creo que hay una falla en la tela...
Daniela liberó la pollera de sus tobillos y retrocedió unos pasos hasta acercarse a unos cincuenta centímetros del tipo. Ya casi había ingresado al probador que ocupaba el cliente. El corazón le palpitaba con fuerza. Se sentía esclava de una situación que la había superado. Lo único que quería era que se terminara cuanto antes. Que pagara y se fuera de una buena vez. O tan solo que se fuera.
El hombre extendió su mano y rozó con uno de sus dedos la tela sintética que cubría una de sus nalgas. Daniela dió un brinco al percibir el contacto, pero el tipo habló primero:
-No. No está roto. De lejos parecía una falla. –Sentenció finalmente. –Pero... qué piel blanca que tenés, Daniela. Parece de porcelana.
-¿Ya está bien, señor?- Preguntó cortante, sacando coraje de donde ya no había.
-No. Todavía no termino.
Luego enganchó un dedo en el elástico. Daniela pensó que le iba a quitar la prenda sin más y no se animó a dar un solo paso.
El hombre solo quería medir la presión que este ejercía sobre su cintura, luego lo dejó estar.
Daniela respiró aliviada pero en seguida notó unas manos que se posaban sobre sus caderas.
-Ahora date la vuelta.- Pidió.
Ella giró tratando de poner su mente en blanco. Giró y dejó, justo a la altura de su vista, la osada transparencia que evidenciaba su apenas rizado bello púbico.
-¡Ah! ¡Pero qué prenda más sugerente! Supongo que a mi hija le va a gustar. A todas les gusta verse un poco putas, ¿no?... –Daniela no dijo nada y el tipo no esperaba una respuesta. Quería seguir dirigiendo la situación a su antojo:
-Ahora mostrame lo de arriba que es un poco más complicado.
Daniela se abrió la ya desabotonada camisa blanca y pudo ver la imagen que le devolvía el espejo. Era algo realmente exuberante. El tamaño de sus pechos era generoso; pero la prenda, notoriamente más pequeña, aumentaba la sensación de incontinencia.
-Bueno. Es difícil ser objetivo... ¿Pensás que dos números menos es lo correcto?
Daniela apostó a que el tipo estuviera realmente interesado por la prenda. Quería pensar eso, lo deseaba. Entonces respondió:
-Si ella es como yo de espalda y tiene menos busto, un noventa y cinco va a estar bien.- Trató de parecer tranquila, pero quería llorar. Ella miraba al frente. Se miraba a si misma mientras hablaba. Él estaba sentado y observaba a través del espejo como la carne blanca y tersa de la base de sus tetas se tensaba y desbordaba ente la presión de la prenda.
Hubo unos segundos interminables de silencio. Ni siquiera se escuchaba el ruido de la calle. Entonces Daniela intentó recuperar el valor:
-Creo que ya es suficiente exposición innecesaria, señor. ¿Le parece si terminamos la operación?- Sugirió, mientras se cerraba la camisa ocultando semejante espectáculo. Su tono solemne fue disonante con la escena y el hombre la imitó con magistral ironía.
-Nuestro trato fue dos prendas, señorita. Espero que lo recuerde. ¡Ah! Y, para ahorrarnos tiempo, me tomé el atrevimiento de elegir el segundo modelo por usted. Espero que no le moleste...- Y le extendió otro conjunto de ropa interior que extrajo del bolsillo de su piloto.
-Son del mismo talle. –Dijo Daniela -No tiene sentido volver a...
-El trato fueron dos prendas. Quiero ver el otro modelo. –Su tono era sereno pero severamente autoritario.
Daniela le arrebató las prendas de la mano y transitó los escasos pasos que la separaban del probador de enfrente. Luego cerró la cortina con violencia.
Sintió un odio visceral al ver la prenda. El muy hijo de puta había elegido la tanga más chica de los dieciséis conjuntos. Era una tanga púrpura que tenía apenas un pequeño triángulo adelante; el resto de la prenda consistía en un delgado cordel.
El tipo la estaban humillando. Pero también se sentía enfadada con sigo misma por haber llegado hasta aquella situación. ¡No era más que una puta venta! Si hubiera cerrado el local a tiempo nada de esto hubiera sucedido.
Los ojos se le pusieron vidriosos pero sólo derramo una única lágrima. Pensó que aquella última humillación sería el precio justo que debía pagar por haber tomado el camino incorrecto; por haberse dejado llevar por la ambición.
Cuando se calzó la prenda, el delgado cordel púrpura de su colaless desapareció devorado por sus nalgas blancas. Pensó que nada podría superar aquello hasta que vio el sostén: Era del mismo tono violáceo, pero totalmente transparente. Además de ser igual de pequeño que el que ya llevaba.
Decidió que ese era su límite. No se lo pondría aunque eso echara todo por la borda y el hombre se fuera sin dejar un solo centavo.
Este último pensamiento le devolvió algo de su horadada confianza. Entonces abrió la cortina del probador con decisión para enfrentarse por última vez a su perverso cliente:
-¡Usted no tiene derecho a...! -Pero el hombre ya no estaba allí. El probador de enfrente estaba vacío.
Lo próximo que sintió fue una mano que la amordazaba desde atrás y que la obligaba a girar y a ponerse de bruces contra el espejo de su propio vestidor. Tuvo que apoyar las manos contra el vidrio para no lastimarse el rostro. Por un instante vio por el reflejo que el hombre se había quitado el piloto. Después ya no vio nada más porque su propia respiración empañó completamente el espejo.
Muchos años después, Daniela seguiría teniendo pesadillas con ese pequeño probador de un metro cuadrado donde aquel monstruo la violó por primera vez.
Todo pasó con una velocidad inusitada. Con una mano le bajó la tanga diminuta hasta la mitad de los muslos y con un único y brutal movimiento de caderas penetró salvajemente su sexo. La mano que la amordazaba contuvo el profundo alarido de dolor. Las lágrimas llegaron inmediatamente cegándola aun más.
Daniela sentía la respiración agitada y caliente del tipo sobre su cuello. Aquella masa de carne endurecida había penetrado en su cuerpo y aguardaba inmóvil dentro de ella. A través de la distorsionada imagen que le devolvía el espejo en sus ojos nublados, Daniela apenas pudo imaginar con bastante precisión la expresión lasciva de su violador.
-Nunca me había tocado una vendedora tan increíblemente puta como vos. Nunca. Por fin tenés lo que tanto querías, nena ¿Estas contenta ahora?
Daniela estaba de pie con la tanga púrpura entreverada en sus muslos. El tipo la empujaba desde atrás y ella soportaba su peso sosteniéndose con las palmas de sus manos contra el espejo. Antes de quitarle la mano de la boca el violador le advirtió al oído que si gritaba la iba a pasar mucho peor. Cuando por fin se liberó de aquella mano asfixiante inhaló una intensa bocanada de aire y sintió un efímero alivio. Muy efímero. Aquello que tenía en su interior estaba quieto pero le quemaba.
El tipo, ahora con sus dos mano libres, la tomó de las caderas y comenzó a sacudirse con violentas estocadas. El sable se salía de su vaina apretada y volvía a penetrarla. Daniela sintió un dolor muy intenso, mucho mayor que el de su primera vez allá en el pueblo...
-¡Dejame! ¡Por favor..! Me duele mucho... Me estás lastimando.- Pudo hilvanar entre sollozos, pero cuidándose de no levantar la voz.
-Tranquila... tranquila... ya le vas a encontrar el gustito, vas a ver...
El violador la penetraba cada vez más fuerte y más profundo mientras observaba a través del reflejo el estupendo espectáculo que daba su camisa abierta y sus hermosas tetas bamboleantes.
Daniela no oponía resistencia más allá de sus ruegos. Una parte de su mente trataba de convencerse de que no era ella quién estaba allí; quien estaba viviendo aquella pesadilla. La otra parte, la de su pensamiento práctico que siempre la tranquilizaba, le aconsejaba esperar a que todo termine; no prolongar inútilmente aquella situación irreversible con inútiles pataleos.
-Ya está por terminar.- Pensó cuando el tipo comenzó a jadear.
Y en parte tenía razón, sólo en parte.
El violador dio sus últimas dos estocadas antes de rugir como un león herido; luego apretó su pesado cuerpo contra el de Daniela y descargó todo su veneno en lo más profundo de aquel cuerpo virginal. La empujaba con tanta fuerza contra el espejo que la estaba dejando sin respiración.
-Acá te dejo el regalito...- Le susurró entre dientes, mientras bombeaba en su interior los últimas disparos de su semilla. –El que más les gusta a las putitas como vos.
Entonces la presionó desde atrás, contra el espejo, con tanta rudeza que Daniela sintió que se quedaba sin oxígeno. Sus brazos cedieron y sus pechos se aplastaron con violencia contra el frío vidrio del espejo. Fue entonces cuando sintió que el mundo perdía real consistencia a su alrededor. No podía respirar. Los jadeos lascivos de su verdugo comenzaron a ser cada vez más lejanos, más débiles. Unos segundos después se desvaneció.
Estimado lector, debes estar de una pieza y no quisiera estar en tus zapatos en este momento. Imagino como debes sentirte por haber llevado a tan joven y pura criatura hacia un destino tan cruel y despiadado. Lamentablemente la pesadilla de Daniela aun no ha terminado. Créeme, quisiera evitar que continúes con la lectura, pero es mi obligación llevarte hasta el final de la historia.
Cuando despertó estaba recostada boca abajo sobre un sofá. Estaba en el depósito de la lencería. En el sótano.
Un segundo antes de abrir los ojos se aferró con fuerza a aquel pensamiento de autoconservación que le decía que todo había sido una horrible pesadilla. Pero había dos sensaciones que aun persistían durante la vigilia: el contacto con el aire frío y húmedo de aquel sótano sobre su cuerpo desnudo; y el dolor sobre sus hombros y muñecas provocado por la cinta que le amarraba las manos por detrás de la espalda inmovilizándola.
Cuando hubo tomado plena conciencia de su penosa situación, pero antes de poder reaccionar de algún modo, una mano áspera, gruesa y asquerosamente invasiva, comenzó a frotar su intimidad. El reflejo instantáneo fue gritar. Pero nada salió de su boca. Una cinta adhesiva parar embalaje la amordazaba completamente. Estaba inmovilizada y amordazada. Estaba aterrorizada y comenzaba a emitir sonidos guturales, histéricos.
-Tranquila. No hay porque temer. Si no tomo un taxi en media hora voy a perder el vuelo.- Ella podía escuchar su voz pero no alcanzaba a verlo. Sus ataduras y aquella mano metida entre sus piernas le impedían voltearse. Él continuó.- Por suerte conseguí un poco de mayonesa. Es un poco precario, pero es lo único que había y no deja de ser un lubricante... Por lo que pude ver, tenés un culito blanquito, hermoso, pero bastante cerrado. ¿Me equivoco si pienso que nunca lo compartiste con nadie?
Cuando escuchó esto abrió lo ojos como platos y comenzó a moverse como una culebra sobre el sofá.
-Bueno. Parece que ya estás bien despierta.
Entonces Daniela sintió que una mano la aferraba del cabello y la obligaba a ponerse de pie. Sus ojos lloraban desconsolados. Nada de lo que había sucedido parecía tan desesperante como lo que vendría.
El hombre la aferró por sus hombros y la condujo hacia la parte posterior del sofá; la tomó por el cuello y bajó su cabeza por encima del respaldo hasta hacerle flexionar completamente su torso hacia delante. En esta posición su cabeza entró en contacto con el ancho apoya brazo del sillón y su cadera quedó trabada contra el respaldo, dejando así, expuesta toda su intimidad a quién estuviera detrás.
El violador se divirtió un rato dándole unas bofetadas intensas sobre las nalgas. La marca roja de los dedos quedaba tatuada en la pálida piel de Daniela.
-No lo tomes como un castigo. Me lo vas a agradecer, yo se lo que te digo.
¡PLAF!
-¡Mmmm!- Articulaba Daniela a través de su mordaza.
-Te va a ayudar a que se relaje la zona.- Mientras le propinaba otra fuerte cachetada sobre la nalga derecha.- Hace que se irrigue mejor, eso te va a ayudar a dilatar.
¡PLAF!
--¡MMMMmmm!
-Menos mal que vas a tener esta primera experiencia conmigo. Después le podés enseñar a tu novio. Bueno. Vamos a ver como está ese agujerito.
Daniela sintió un chorro de algo frío y viscoso entre sus nalgas y dio un respingo. A partir de aquel día, nunca jamás pudo siquiera volver a sentir el olor a la mayonesa.
Luego, el tipo con uno de sus dedos comenzó a masajearle el ano describiendo movimientos circulares sobre él.
Primero tensó sus glúteos con fuerza, pero esto no mejoraba las cosas para ella. Al contrario, sus piernas comenzaron a entumecerse. Comenzaba a sentir un hormigueo en sus muslos. Sus músculos parecían ignorar las órdenes del cerebro.
El dedo violador finalmente se abrió camino hacia su interior. Nunca había sentido nada igual. Apretó lo ojos y trató de contener la respiración.
-¿Ves? – Dijo el hombre con entusiasmo. –Ya tenemos una entrada donde antes había solo una salida.- Y retiró el dedo de golpe.
Pero un dedo no era lo mismo que la verga hinchada de aquel animal. Después de varios intentos infructuosos de penetrarla por detrás, se resignó a acceder por la vía más directa. Redireccionó la punta de su verga y, de una sola estocada limpia y violenta, ya estaba dentro de su sexo nuevamente.
La violo durante más de quince minutos por allí, y a cada rato le recordaba lo estrecho que tenía el culo. Que sería una verdadera pena abandonarlo virgen. Pero que no le quedaba mucho más tiempo.
Daniela sentía que, de tanto en tanto, algo volvía a empujar contra el acceso prohibido de su retaguardia. Sabía que era una cuestión de tiempo hasta que finalmente cediera. Y así fue. Primero fue la cabeza y luego, poco a poco, el tronco. Milímetro a milímetro hasta el final.
-Es el mejor culo que hice en toda mi vida, Dani. Espero que lo estés disfrutando tanto como yo.- Decía con entusiasmo, mientras vulneraba una y otra vez la pudorosa virginidad de la chica.
Daniela tenía el cuerpo entumecido y la mente en blanco. Ya no sentía dolor; no sentía miedo; no sentía humillación. Ya no sentía nada y dudaba volver a sentir algo alguna vez.
De lo que siguió aquella noche solo ha conservado algunos registros fragmentarios en su mente afiebrada.
A pesar de tener su cuerpo adormecido desde la cintura hacia abajo, ella intuía que el violador la penetraba alternativamente por una y otra cavidad. Lo más vívido que conservó su mente de aquella parte fue el desenlace. Una vez más volvió a inyectar su esperma dentro del cuerpo inocente de la jovencita. Otra vez fue en su sexo. Otra vez en lo más profundo.
-Ahhhh... Eso… Ahh… Ahí tenés… Bien adentro. Bien limpito. Como cuando te coge tu novio- Esa fue la última vez que escuchó su voz.
Si mi voluntad fuese juzgarte, estimado lector, diría que ha sido tu ambición lo que ha conducido a la pobre Daniela a tan traumático destino. ¿Pero qué sentido tendría? Confío en que has hecho lo que considerabas correcto. Al fin y al cabo, el azar es siempre impredecible.
Si quieres saber, más no sea por pena, qué ha sucedido con la joven Daniela de aquí en adelante, te dejo estas breves líneas a modo de epílogo.
El sábado al mediodía cuando la dueña abrió el comercio, encontró a Daniela encerrada en el depósito completamente desnuda. Más tarde se enteró que el delincuente también se había robado más de quince prendas.
La dueña, a solas con Daniela, la interrogó sobre la posibilidad de que ella haya coqueteado con el hombre provocando tal penosa situación. Después le aconsejó que no diera parte a la policía de lo sucedido. Su situación laboral no era regular y podía generarle mayores complicaciones además de las económicas ocasionadas por la mercadería faltante.
-¡Y lo último que necesito en este momento es un problema con la policía! ¡Todavía no se cómo voy a pagar toda la ropa que se llevó este hijo de puta! –La mujer estaba histérica:
-Después vamos a tener que hablar, Dani, para ver cómo hacemos con eso. Yo puedo volver a confiar en vos y no despedirte, pero vas a tener que ajustarte un poco hasta que podamos pagar la mercadería perdida.
Daniela la escuchaba en silencio. Sabía que no volvería a entrar jamás a aquel lugar. Cuando se fue ni siquiera reclamó su paga por el tiempo trabajado.
Por supuesto, Daniela nunca rindió su examen ni tampoco concursó para el cargo de ayudante rentada. Tampoco llegó nunca a la cita con Marcos quien jamás volvió a saber de ella.
Decidió alejarse un tiempo de Buenos Aires y volver a casa de sus padres.
Dos meses más tarde, ya instalada en el pueblo, no le quedó más remedio que asumir como un hecho lo que hacía días sospechaba: estaba embarazada. Desesperada y sin saber a quién recurrir, viajó a Buenos Aires y se contactó con Carla en busca de ayuda.
Sin demasiados detalles sobre cómo había sucedido, Daniela le contó su problema y ella le consiguió la dirección de un médico que le practicó un aborto de forma clandestina. Carla pagó los costos de la operación y la alojó en su departamento hasta que se repuso físicamente.
Durante su estadía en la ciudad se enteró que su amiga estaba abandonando parcialmente el negocio de acompañante porque había conseguido un cargo de ayudante rentada en la facultad.
Cuando Daniela se repuso de sus dolencias accedió a atender a algunos clientes de su amiga hasta cubrir su deuda; luego regresó al pueblo, a casa de sus padres. Nunca más visitó Buenos Aires ni la universidad.
Allí comenzó a trabajar en un club nocturno a la vera de la ruta provincial. Fundamentalmente como camarera, aunque de vez en cuando hacía algunos billetes extra brindando servicios sexuales a clientes de paso. Lo suficiente como para sobrevivir en los duros años noventa.
FIN
“El dinero solo trae problemas, por eso os animo a que me lo deis.”
Proverbio popular español.
Estimado lector, sé que confías plenamente en el cabal sentido de la responsabilidad que Daniela te ha demostrado hasta aquí. Sabes perfectamente bien que ella no es una jovencita improvisada respecto a sus obligaciones académicas, por lo cual, apenas unos sesenta minutos extra de estudio no cambiaría las cosas para ella.
Por el contrario, y si la suerte la acompaña, una hora sería un tiempo prudente en el cual podría hacer una módica diferencia económica que le permitiría llegar con más oxígeno a cumplir con sus obligaciones contractuales y así satisfacer plenamente su arraigado sentido de la responsabilidad.
No voy a negar que sea una decisión práctica y juiciosa, aunque… Nunca podrás estar completamente seguro, estimado lector. Nunca sabrás de qué lado caerá la moneda hasta que ella no se detenga definitivamente
Daniela estaba tranquila y segura de sí misma respecto del examen. Lo que verdaderamente le atormentaba era la idea de llegar al día lunes sin el dinero suficiente para pagar el alquiler.
Una hora más... una hora menos... Al fin y al cabo todavía quedaban dos cajas repletas de mercadería por acomodar en los estantes del sótano. Eso la ayudaría a matar el tiempo hasta las nueve de la noche si es que la suerte no cambiaba.
Pero la suerte cambió.
Ocho y cuarto de la noche entró una señora que se llevó dos juegos de ropa interior y pagó todo al contado y en efectivo. Si bien eran prendas de la línea económica, Daniela alentó sus expectativas.
Luego pasó media hora más... y nada. Ya había terminado con una de las cajas y fue el sótano en busca de la última.
Mientras subía las escaleras cargada con la mercadería pensó que quizás no sería mala idea reclamarle a la propietaria algún extra por la tarea realizada. La dueña le había sugerido que podía acomodar las nuevas prendas si tenía tiempo, pero esa no era su tarea. De cualquier manera sabía que la generosidad no era la principal característica de aquella mujer.
Daniela dejó la caja de cartón sobre el suelo, junto a los probadores, cuando advirtió que un hombre de piloto negro la miraba desde al mostrador.
- Pensé que no había nadie.- Le dijo el tipo casi a modo de regaño. -Estaba por llamar a la policía....
Daniela se sintió culpable por haber abandonado el local abierto por unos minutos. Alguien podría haber tenido tiempo de entrar y llevarse la magra recaudación del día; hasta incluso algunas prendas. Se sintió una chiquilina de pueblo.
-Disculpeseñor, bajé un momento al depósito y...- Se excusaba mientras avanzaba a toda prisa hacia el lado interno del mostrador.
-No te preocupes, linda... Me alegra que esté todo bien. Hay cada loco últimamente que uno se imagina cualquier cosa.- Era un hombre mayor, de unos cincuenta y tantos. Llevaba el cabello entrecano todavía húmedo por la lluvia.
Daniela sintió natural simpatía por el tono indulgente del caballero.
-Pensé que ya no vendría nadie más. Usted es la segunda persona que veo en toda la tarde.
-No me extraña. La gente se espanta con esta lluvia.
No era habitual que ingresaran hombres a la lencería, pero tampoco era algo absolutamente extraño. Muchos venían a buscar regalos, generalmente para sus parejas. O por lo menos eso decían. Por lo general se sentían bastante incómodos, aunque este no parecía el caso. De cualquier manera, un cliente hombre era una buena señal. Si bien representaban un porcentaje claramente menor, un hombre era igual a una venta. Las mujeres entraban a mirar; los hombres entraban a comprar.
-Bien… ¿En qué puedo ayudarlo entonces?
-Antes que nada. ¿Trabajás con American Express?
-Si, señor. Trabajamos con todas las tarjetas.
-Bien.- El hombre extrajo una billetera de cuero del bolsillo trasero de su pantalón y la apoyó sobre el mostrador; luego dio un suspiro como dando a entender que lo que seguía a continuación no iba a ser un trámite sencillo. –Te cuento brevemente: Mi hija vive en España y yo viajo a visitarla una vez por año. Como te imaginarás, en cada viaje me obliga a llevarle un encargo de cosas de Buenos Aires. El año pasado fueron los alfajores y el dulce de leche.... Una valija llena de potes de dulce de leche. Y este año... ¿A que no adivinás con qué tengo que llenar la valija?
Daniela se quedó de piedra. Si el tipo le caía en gracia, ahora estaba a punto de abrazarlo.
-¿De… ropa?- Dijo con timidez.
- De ropa no. ¡De lencería! ¿Podés creerlo? Primero le dije que no. Pero después terminé cediendo... Es imposible lidiar con ella. Sangre de mi sangre.
-Debe ser un buen padre.- Dijo Daniela por decir algo; para controlar la euforia.
-Me pidió más de diez conjuntos de ropa interior... ¡Diez conjuntos! Y a ella no le gusta cualquier cosa, noooo. Sólo usa ropa de marca. ¿Puede ser… Caro Cuore, o algo así?
-Si, señor. De hecho es una de las marcas nacionales más exclusivas... Pero hay otras muy buenas que también…
-¡Ni lo sueñes! - La cortó en seco. –¡Me mata si le llevo otra cosa! Ella quiere todo de esa marca. Los diez conjuntos. Fue lo único que me recalcó: “El dulce de leche es Chimbote; y las bombachas y los corpiños, Caro Cuore. ¿ok?”
Daniela hizo una rápida cuenta mental de cuanto dinero costarían, en promedio, diez conjuntos Caro Cuore. Cuando el número llegó a su cabeza se le aflojaron las rodillas y tuvo que apoyarse disimuladamente sobre el mostrador para no perder la estabilidad.
-Te agradezco por preocuparte, pero el precio es lo de menos. El asunto es que, cómo te imaginarás, no tengo idea del tema y por lo que veo… –el tipo se dio vuelta y miró a su alrededor con cara de desaliento- …hay una variedad infinita.
Daniela intentó no hacer excesivamente visible su entusiasmo y le dijo al tipo que se despreocupara, que ella iba a ayudarlo. Comenzó por preguntarle que edad tenía su hija y cuáles eran sus medidas.
-Tiene veintitrés. Y no tengo las más remota idea sobre sus medidas… Es delgada como vos... Aunque con menos... –El tipo le clavó la vista en las tetas sin ningún pudor y la sostuvo allí por más tiempo del que exige cualquier cálculo comparativo. Daniela, al sentirse intimidad, se adelantó a su cliente.
-¿Con menos busto?
-Precisamente. Eso estaba pensando. –Confirmó el tipo levantando lentamente la mirada.
Daniela optó por presentarle un catálogo con fotos de modelos luciendo distintas colecciones de la marca que el cliente había solicitado. Iban desde las más formales hasta las más informales, pasando por las más discretas hasta las más sexys. El hombre preguntaba sobre las telas y los colores y ella iba apuntando en una libreta los conjuntos que eran de su preferencia. A cada momento solicitaba su opinión y Daniela le daba consejo. Se comportaba como una verdadera profesional.
-¿Porqué algunas vienen tan chiquitas de atrás?
-La mayoría de los conjuntos se pueden combinar con tanga, colaless o bikini mediana, señor. Eso queda a su gusto.
Al cabo de unos quince minutos, después de haber analizado exhaustivamente el catálogo, Daniela tomó la lista que había confeccionado e hizo un recorrido por los exhibidores del local recogiendo más de treinta conjuntos en total. Luego desplegó toda la mercadería preseleccionada sobre el mostrador para presentarle al cliente cada prenda. Aun restaba decidir cuáles eran los diez conjuntos que finalmente le llevaría a su hija.
Entre tanto, y como ya habían pasado las nueve de la noche, Daniela había decidido echarle llave a la puerta del local.
-Creo que con estos estamos bien.- Dijo finalmente el cliente que ya parecía haber perdido totalmente el interés en lo referente a telas, estampados, terminación y todo cuanto Daniela se esmeraba en explicar con lujo de detalle.
Entonces la joven hizo el recuento final. Eran dieciséis conjuntos en total. Tomó la calculadora y comenzó a sumar. La cuenta ascendía a más de cuatro mil pesos. Con la comisión de aquella única venta ya tenía asegurada la mitad de la paga del próximo alquiler.
El hombre la consideró una suma razonable. Sacó su American Express Platinum de la billetera y la apoyó sobre el mostrador.
Elijo este momento para hacer una pausa en la historia, estimado lector, con el solo fin de que puedas contagiarte del fervor y el entusiasmo que siente Daniela en este momento por haberse aferrado a tu mano invisible y haberse dejado llevar hasta aquí. Pero también, para que no creas que lo que sigue a continuación es únicamente obra del destino.
-Solo restaría resolver el tema de los talles....- Dijo el hombre con indiferencia mientras tomaba su celular de la cintura.
-¿Perdón..?- Daniela se sintió desconcertada y levemente frustrada aunque intentó disimular: -Como usted dijo que su hija tenía mi mismo talle pensé que… Quiero decir, seleccioné todas las prendas de mi talle... Bueno... Excepto de arriba... que son dos números menos.
-Te agradezco. Fuiste muy amable.- El tipo empleó un tono arrogante que no había usado hasta ahora. Daniela supuso que se debía a la fatiga. –De cualquier manera no voy a hacer una compra por este monto sin estar totalmente seguro de algo tan elemental como el talle. Tampoco hay muchas posibilidades de cambio desde España, ¿no?
Daniela supuso que estaba en lo cierto y se sintió torpe una vez más. Se culpó por haber estado tan pendiente de su comisión y no haber pensado antes en asegurar la cuestión de los talles. Si lo que le hija del hombre decía no coincidía con los talles que Daniela había imaginado, tendría que tomarse un buen rato en hacer todos los cambios. Y ya eran más de las nueve y media de la noche.
Afuera la lluvia había cesado hacía más de una hora, pero aquel hombre canoso y elegante aun permanecía con su piloto puesto dentro del local. Se lo veía maldecir entre dientes mientras se paseaba entre las exhibidores. Hacía un buen rato que intentaba comunicarse a través de su celular pero parecía no tener éxito.
Daniela, que unos minutos antes creía haber tocado el cielo con las manos, comenzó a sentir la presión de la ansiedad sobre su pecho. Se dispuso a doblar las prendas sobre el mostrador por la mera necesidad de hacer algo con sus manos.
-Imposible comunicarme con España.- Dijo finalmente el hombre con evidente fastidio.
-¿Ocupado?
–Directamente me dice que no se puede establecer la comunicación. ¡Teléfonos de mierda..!
Se lo veía irritado. La chica optó por guardar silencio. El tipo hizo un nuevo intento... pero no hubo éxito. Entonces se acercó nuevamente hacia la vendedora y le dijo que no había caso, que lo sentía pero...
Entonces Daniela, que sentía su ilusión de tranquilidad económica escurrirse entre sus manos sin poder hacer nada, se aferró a ella con todas sus fuerzas y probó una última carta.
-Señor. No quiero insistirle, pero los talles de las bombachas vienen únicamente en “S” y “M”. Yo soy S, small. Si su hija es delgada como yo, no tendría problemas en... –Pero el tipo la interrumpió con vehemencia:
-¡Una lógica impecable! ¿Pero me estás sugiriendo que gaste cuatro mil dólares a ciegas? ¿Sin saber si sirve como ropa interior o como trapo de piso? –En su tono había impaciencia explícita y furia controlada. Y aunque no era con ella, Daniela sintió que podía volverse contra ella en cualquier momento. Pero... ¿qué más daba? La suerte se estaba torciendo definitivamente hacia el lado equivocado y ella iba a intentar evitarlo a toda costa.
-Tranquilicesé. Yo solo le quiero ayudar. Solo quería decirle que no hay muchas posibilidades de error. Y si ella es como yo... –Pero el tipo volvió a interrumpirla.
-¡Ya te dije que es como vos! ¡Ya te lo dije! ¡Pero no voy a confiar en una vendedora que quiere salvar el mes a costa mía! ¿Cómo voy a estar seguro si me estás dando el talle correcto? ¿O acaso vas a probarte vos las prendas?- El hombre había elevado el tono casi al borde del grito. Daniela se sintió intimidada y guardó silencio. Entonces el tipo continuó: –Perdón. Es que no puedo creer el tiempo que me hiciste perder por no haberme preguntado a tiempo el tema del talle. –Mientras decía esto cogió su billetera y su tarjeta plateada y se dirigió hacia la puerta con intención de marcharse.
Daniela no podía evitar sentirse culpable por más injusto que fuera el reclamo. ¡Maldita educación judeo-cristiana!
-Lo siento. ¡No se vaya, por favor! Si eso lo tranquiliza, puedo probármelas...
-¿Perdón?- El tipo se detuvo en seco y se volteó para mirarla.
-Usted me dijo que... quiero decir: No me molestaría probarme algún conjunto, si eso le basta para estar seguro. Para mi también es tarde y… ha sido engorroso todo esto.
-¿Te probarías las prendas para mi? –Preguntó con incredulidad.
Ante la inquisitiva, Daniela comenzó a dudar en lo descabellado de su propuesta.
-Bueno... Una o dos. No más.
-Con dos estará bien.
Las cartas ya estaba echadas y el tipo del piloto negro volvía a acercarse hacia el mostrador con renovado entusiasmo. Daniela había empezado a hurgar con nerviosismo entre las prendas. No podía creer lo que acababa de hacer. Revisó una por una y finalmente extrajo un juego de lencería negra de microfibra compuesta por una bikini mediana y un corpiño triangular, sin aro. Todo muy sobrio. Podía pasar perfectamente como traje de baño. Quería evitar algo pequeño de abajo y demasiado armado de arriba.
Cuando se dispuso a buscar el segundo conjunto, el hombre le recordó con impaciencia que ya había permanecido demasiado tiempo dentro del local como para seguir esperando. Entonces Daniela optó por saltarse este paso y se dirigió al probador con el conjunto negro.
-Espéreme acá, por favor. Ya regreso.
El tipo no respondió. Si hizo algún gesto no pudo advertirlo porque estaba a sus espaldas mientras ella se dirigía presurosa al probador.
El trayecto le resultó interminable. Sentía que el tipo le clavaba la mirada desde atrás. ¿Qué carajo estoy por hacer? Se preguntó internamente. Vas a pagar el alquiler con tu trabajo, se respondió, justo antes de penetrar probadoe de un metro cuadrado y cerrar la cortina tras de sí.
Había elegido el último, el más lejano, el que quedaba oculto a la vista desde el mostrador.
Quería hacer todo con suma prisa: Se quitó las sandalias, se levantó la falda y se bajó la bombacha. Por suerte no llevaba medias. Se calzó la prenda nueva con torpeza: Primero una pierna, después la otra. Luego se miró al espejo y el corazón le dio un vuelco:
-¡Mierda!- Dijo entre dientes.
Había tomado el recaudo de evitar una tanga o un colaless; pero la tela de la prenda, totalmente lisa de atrás, de frente llevaba una trama calada que dejaba ver perfectamente el delicado bello de su pubis.
Temía enfrentarse a aquel tipo pero ya era tarde para más dilaciones. Se bajó la falda cubriendo su impúdica vellosidad. Se quitó la blusa blanca y el corpiño. Pero al ajustarse la nueva prenda surgió un nuevo imprevisto: Sus redondos y juveniles pechos blancos no cabían cómodamente dentro de un sostén dos números más pequeño.
-¿Qué estoy haciendo acá? Si tendría que estar en mi casa estudiando...- susurró casi sin poder evitarlo.
Parecía un juego de ingenio: Si lograba calzarlos de abajo, brotaban por los costados. Si intentaba cubrirlos del lado externo, la piel rosada del pezón asomaba por el lado interno... Se estaba poniendo nerviosa y había comenzado a sudar:
-¡No puedo cree estar haciendo esto! –Se odiaba a sí misma.
Después de una breve y totalmente infructuosa contienda, optó por dejarlos asomar un poco por debajo y cubrir las partes más púdicas. Se volvió a poner la camisa y la cerró con sus manos aunque sin abotonar.
Se miró en el espejo y se preguntó una vez más por qué mierda le tenía que estar pasando esto a ella. Pero no se dio tiempo a responder. No había tiempo para dudas. Volteó; con una mano contuvo su camisa y con la otra abrió la cortina.
Se sobresaltó cuando vió a su cliente allí, a tres metros de distancia, frente a frente. Estaba sentado en el probador opuesto con la cortina abierta.
-¿Me hiciste esperar para verte con la misma ropa?- Dijo con una sonrisa. Parecía más calmo.
Daniela bajó la guardia al ver que su actitud de enfado había cambiado. Pero el tipo la intimidaba. Se sentía vulnerable.
-Tengo puesto el conjunto... Pero la verdad es que no me gusta esto... – No pudo evitar decirlo y la pálida piel de su rostro se tornó de un rosa intenso. Daniela percibió el calor en sus pómulos y se sintió como una niña estúpida. Miró hacia abajo y reparó en sus pies desnudos.
Cuando levantó la vista, el hombre del piloto negro estaba de pie frente a ella.
-Está todo bien. –Dijo con aire paternal. -¿Cuál es tu nombre?
-Daniela.- Respondió. Pero su vista volvió a sus pies. Sus pies desnudos que ahora se enfrentaban a unos zapatos de cuero negro muy bien lustrados.
-¿Cuántos años tenés, Daniela?
-Veinte.
-Podrías ser mi hija... –Y le acarició delicadamente el cabello.
Daniela sintió que se le erizaba la piel de la nuca.
-Vamos. Mostrame la mercadería de una vez que voy a perder el avión. Estoy seguro que todo va a salir bien.
Pero en lugar de alejarse y dejarla hacer, pasó la mano por detrás de ella y bajó el cierre de su falda. Daniela, que seguía con la cabeza gacha, vio como sus propios pies descalzos eran cubiertos por la tela azul de su pollera al desplomarse súbitamente sobre ellos. Luego, los zapatos negros se marcharon.
Sentía que todo se le había ido de las manos. Que ya no podría controlar nada de aquí en más. Sentía miedo, pero tomó coraje y levantó la vista.
El hombre se había vuelto a colocar en su butaca preferencial del probador de enfrente y la observaba con creciente interés.
-Bueno... es un poco... sugerente, podría decirse. Pero tengo que reconocer que definitivamente es el talle. ¿Podrías darte una vueltita para ver la parte posterior?
Daniela giró sobre sus talones sin decir nada. Ahora podía verlo a través del espejo estudiándole meticulosamente cada contorno del culo.
-¿Podrías acercarte unos pasos?- Pidió el caballero con un respeto solemne. –Creo que hay una falla en la tela...
Daniela liberó la pollera de sus tobillos y retrocedió unos pasos hasta acercarse a unos cincuenta centímetros del tipo. Ya casi había ingresado al probador que ocupaba el cliente. El corazón le palpitaba con fuerza. Se sentía esclava de una situación que la había superado. Lo único que quería era que se terminara cuanto antes. Que pagara y se fuera de una buena vez. O tan solo que se fuera.
El hombre extendió su mano y rozó con uno de sus dedos la tela sintética que cubría una de sus nalgas. Daniela dió un brinco al percibir el contacto, pero el tipo habló primero:
-No. No está roto. De lejos parecía una falla. –Sentenció finalmente. –Pero... qué piel blanca que tenés, Daniela. Parece de porcelana.
-¿Ya está bien, señor?- Preguntó cortante, sacando coraje de donde ya no había.
-No. Todavía no termino.
Luego enganchó un dedo en el elástico. Daniela pensó que le iba a quitar la prenda sin más y no se animó a dar un solo paso.
El hombre solo quería medir la presión que este ejercía sobre su cintura, luego lo dejó estar.
Daniela respiró aliviada pero en seguida notó unas manos que se posaban sobre sus caderas.
-Ahora date la vuelta.- Pidió.
Ella giró tratando de poner su mente en blanco. Giró y dejó, justo a la altura de su vista, la osada transparencia que evidenciaba su apenas rizado bello púbico.
-¡Ah! ¡Pero qué prenda más sugerente! Supongo que a mi hija le va a gustar. A todas les gusta verse un poco putas, ¿no?... –Daniela no dijo nada y el tipo no esperaba una respuesta. Quería seguir dirigiendo la situación a su antojo:
-Ahora mostrame lo de arriba que es un poco más complicado.
Daniela se abrió la ya desabotonada camisa blanca y pudo ver la imagen que le devolvía el espejo. Era algo realmente exuberante. El tamaño de sus pechos era generoso; pero la prenda, notoriamente más pequeña, aumentaba la sensación de incontinencia.
-Bueno. Es difícil ser objetivo... ¿Pensás que dos números menos es lo correcto?
Daniela apostó a que el tipo estuviera realmente interesado por la prenda. Quería pensar eso, lo deseaba. Entonces respondió:
-Si ella es como yo de espalda y tiene menos busto, un noventa y cinco va a estar bien.- Trató de parecer tranquila, pero quería llorar. Ella miraba al frente. Se miraba a si misma mientras hablaba. Él estaba sentado y observaba a través del espejo como la carne blanca y tersa de la base de sus tetas se tensaba y desbordaba ente la presión de la prenda.
Hubo unos segundos interminables de silencio. Ni siquiera se escuchaba el ruido de la calle. Entonces Daniela intentó recuperar el valor:
-Creo que ya es suficiente exposición innecesaria, señor. ¿Le parece si terminamos la operación?- Sugirió, mientras se cerraba la camisa ocultando semejante espectáculo. Su tono solemne fue disonante con la escena y el hombre la imitó con magistral ironía.
-Nuestro trato fue dos prendas, señorita. Espero que lo recuerde. ¡Ah! Y, para ahorrarnos tiempo, me tomé el atrevimiento de elegir el segundo modelo por usted. Espero que no le moleste...- Y le extendió otro conjunto de ropa interior que extrajo del bolsillo de su piloto.
-Son del mismo talle. –Dijo Daniela -No tiene sentido volver a...
-El trato fueron dos prendas. Quiero ver el otro modelo. –Su tono era sereno pero severamente autoritario.
Daniela le arrebató las prendas de la mano y transitó los escasos pasos que la separaban del probador de enfrente. Luego cerró la cortina con violencia.
Sintió un odio visceral al ver la prenda. El muy hijo de puta había elegido la tanga más chica de los dieciséis conjuntos. Era una tanga púrpura que tenía apenas un pequeño triángulo adelante; el resto de la prenda consistía en un delgado cordel.
El tipo la estaban humillando. Pero también se sentía enfadada con sigo misma por haber llegado hasta aquella situación. ¡No era más que una puta venta! Si hubiera cerrado el local a tiempo nada de esto hubiera sucedido.
Los ojos se le pusieron vidriosos pero sólo derramo una única lágrima. Pensó que aquella última humillación sería el precio justo que debía pagar por haber tomado el camino incorrecto; por haberse dejado llevar por la ambición.
Cuando se calzó la prenda, el delgado cordel púrpura de su colaless desapareció devorado por sus nalgas blancas. Pensó que nada podría superar aquello hasta que vio el sostén: Era del mismo tono violáceo, pero totalmente transparente. Además de ser igual de pequeño que el que ya llevaba.
Decidió que ese era su límite. No se lo pondría aunque eso echara todo por la borda y el hombre se fuera sin dejar un solo centavo.
Este último pensamiento le devolvió algo de su horadada confianza. Entonces abrió la cortina del probador con decisión para enfrentarse por última vez a su perverso cliente:
-¡Usted no tiene derecho a...! -Pero el hombre ya no estaba allí. El probador de enfrente estaba vacío.
Lo próximo que sintió fue una mano que la amordazaba desde atrás y que la obligaba a girar y a ponerse de bruces contra el espejo de su propio vestidor. Tuvo que apoyar las manos contra el vidrio para no lastimarse el rostro. Por un instante vio por el reflejo que el hombre se había quitado el piloto. Después ya no vio nada más porque su propia respiración empañó completamente el espejo.
Muchos años después, Daniela seguiría teniendo pesadillas con ese pequeño probador de un metro cuadrado donde aquel monstruo la violó por primera vez.
Todo pasó con una velocidad inusitada. Con una mano le bajó la tanga diminuta hasta la mitad de los muslos y con un único y brutal movimiento de caderas penetró salvajemente su sexo. La mano que la amordazaba contuvo el profundo alarido de dolor. Las lágrimas llegaron inmediatamente cegándola aun más.
Daniela sentía la respiración agitada y caliente del tipo sobre su cuello. Aquella masa de carne endurecida había penetrado en su cuerpo y aguardaba inmóvil dentro de ella. A través de la distorsionada imagen que le devolvía el espejo en sus ojos nublados, Daniela apenas pudo imaginar con bastante precisión la expresión lasciva de su violador.
-Nunca me había tocado una vendedora tan increíblemente puta como vos. Nunca. Por fin tenés lo que tanto querías, nena ¿Estas contenta ahora?
Daniela estaba de pie con la tanga púrpura entreverada en sus muslos. El tipo la empujaba desde atrás y ella soportaba su peso sosteniéndose con las palmas de sus manos contra el espejo. Antes de quitarle la mano de la boca el violador le advirtió al oído que si gritaba la iba a pasar mucho peor. Cuando por fin se liberó de aquella mano asfixiante inhaló una intensa bocanada de aire y sintió un efímero alivio. Muy efímero. Aquello que tenía en su interior estaba quieto pero le quemaba.
El tipo, ahora con sus dos mano libres, la tomó de las caderas y comenzó a sacudirse con violentas estocadas. El sable se salía de su vaina apretada y volvía a penetrarla. Daniela sintió un dolor muy intenso, mucho mayor que el de su primera vez allá en el pueblo...
-¡Dejame! ¡Por favor..! Me duele mucho... Me estás lastimando.- Pudo hilvanar entre sollozos, pero cuidándose de no levantar la voz.
-Tranquila... tranquila... ya le vas a encontrar el gustito, vas a ver...
El violador la penetraba cada vez más fuerte y más profundo mientras observaba a través del reflejo el estupendo espectáculo que daba su camisa abierta y sus hermosas tetas bamboleantes.
Daniela no oponía resistencia más allá de sus ruegos. Una parte de su mente trataba de convencerse de que no era ella quién estaba allí; quien estaba viviendo aquella pesadilla. La otra parte, la de su pensamiento práctico que siempre la tranquilizaba, le aconsejaba esperar a que todo termine; no prolongar inútilmente aquella situación irreversible con inútiles pataleos.
-Ya está por terminar.- Pensó cuando el tipo comenzó a jadear.
Y en parte tenía razón, sólo en parte.
El violador dio sus últimas dos estocadas antes de rugir como un león herido; luego apretó su pesado cuerpo contra el de Daniela y descargó todo su veneno en lo más profundo de aquel cuerpo virginal. La empujaba con tanta fuerza contra el espejo que la estaba dejando sin respiración.
-Acá te dejo el regalito...- Le susurró entre dientes, mientras bombeaba en su interior los últimas disparos de su semilla. –El que más les gusta a las putitas como vos.
Entonces la presionó desde atrás, contra el espejo, con tanta rudeza que Daniela sintió que se quedaba sin oxígeno. Sus brazos cedieron y sus pechos se aplastaron con violencia contra el frío vidrio del espejo. Fue entonces cuando sintió que el mundo perdía real consistencia a su alrededor. No podía respirar. Los jadeos lascivos de su verdugo comenzaron a ser cada vez más lejanos, más débiles. Unos segundos después se desvaneció.
Estimado lector, debes estar de una pieza y no quisiera estar en tus zapatos en este momento. Imagino como debes sentirte por haber llevado a tan joven y pura criatura hacia un destino tan cruel y despiadado. Lamentablemente la pesadilla de Daniela aun no ha terminado. Créeme, quisiera evitar que continúes con la lectura, pero es mi obligación llevarte hasta el final de la historia.
Cuando despertó estaba recostada boca abajo sobre un sofá. Estaba en el depósito de la lencería. En el sótano.
Un segundo antes de abrir los ojos se aferró con fuerza a aquel pensamiento de autoconservación que le decía que todo había sido una horrible pesadilla. Pero había dos sensaciones que aun persistían durante la vigilia: el contacto con el aire frío y húmedo de aquel sótano sobre su cuerpo desnudo; y el dolor sobre sus hombros y muñecas provocado por la cinta que le amarraba las manos por detrás de la espalda inmovilizándola.
Cuando hubo tomado plena conciencia de su penosa situación, pero antes de poder reaccionar de algún modo, una mano áspera, gruesa y asquerosamente invasiva, comenzó a frotar su intimidad. El reflejo instantáneo fue gritar. Pero nada salió de su boca. Una cinta adhesiva parar embalaje la amordazaba completamente. Estaba inmovilizada y amordazada. Estaba aterrorizada y comenzaba a emitir sonidos guturales, histéricos.
-Tranquila. No hay porque temer. Si no tomo un taxi en media hora voy a perder el vuelo.- Ella podía escuchar su voz pero no alcanzaba a verlo. Sus ataduras y aquella mano metida entre sus piernas le impedían voltearse. Él continuó.- Por suerte conseguí un poco de mayonesa. Es un poco precario, pero es lo único que había y no deja de ser un lubricante... Por lo que pude ver, tenés un culito blanquito, hermoso, pero bastante cerrado. ¿Me equivoco si pienso que nunca lo compartiste con nadie?
Cuando escuchó esto abrió lo ojos como platos y comenzó a moverse como una culebra sobre el sofá.
-Bueno. Parece que ya estás bien despierta.
Entonces Daniela sintió que una mano la aferraba del cabello y la obligaba a ponerse de pie. Sus ojos lloraban desconsolados. Nada de lo que había sucedido parecía tan desesperante como lo que vendría.
El hombre la aferró por sus hombros y la condujo hacia la parte posterior del sofá; la tomó por el cuello y bajó su cabeza por encima del respaldo hasta hacerle flexionar completamente su torso hacia delante. En esta posición su cabeza entró en contacto con el ancho apoya brazo del sillón y su cadera quedó trabada contra el respaldo, dejando así, expuesta toda su intimidad a quién estuviera detrás.
El violador se divirtió un rato dándole unas bofetadas intensas sobre las nalgas. La marca roja de los dedos quedaba tatuada en la pálida piel de Daniela.
-No lo tomes como un castigo. Me lo vas a agradecer, yo se lo que te digo.
¡PLAF!
-¡Mmmm!- Articulaba Daniela a través de su mordaza.
-Te va a ayudar a que se relaje la zona.- Mientras le propinaba otra fuerte cachetada sobre la nalga derecha.- Hace que se irrigue mejor, eso te va a ayudar a dilatar.
¡PLAF!
--¡MMMMmmm!
-Menos mal que vas a tener esta primera experiencia conmigo. Después le podés enseñar a tu novio. Bueno. Vamos a ver como está ese agujerito.
Daniela sintió un chorro de algo frío y viscoso entre sus nalgas y dio un respingo. A partir de aquel día, nunca jamás pudo siquiera volver a sentir el olor a la mayonesa.
Luego, el tipo con uno de sus dedos comenzó a masajearle el ano describiendo movimientos circulares sobre él.
Primero tensó sus glúteos con fuerza, pero esto no mejoraba las cosas para ella. Al contrario, sus piernas comenzaron a entumecerse. Comenzaba a sentir un hormigueo en sus muslos. Sus músculos parecían ignorar las órdenes del cerebro.
El dedo violador finalmente se abrió camino hacia su interior. Nunca había sentido nada igual. Apretó lo ojos y trató de contener la respiración.
-¿Ves? – Dijo el hombre con entusiasmo. –Ya tenemos una entrada donde antes había solo una salida.- Y retiró el dedo de golpe.
Pero un dedo no era lo mismo que la verga hinchada de aquel animal. Después de varios intentos infructuosos de penetrarla por detrás, se resignó a acceder por la vía más directa. Redireccionó la punta de su verga y, de una sola estocada limpia y violenta, ya estaba dentro de su sexo nuevamente.
La violo durante más de quince minutos por allí, y a cada rato le recordaba lo estrecho que tenía el culo. Que sería una verdadera pena abandonarlo virgen. Pero que no le quedaba mucho más tiempo.
Daniela sentía que, de tanto en tanto, algo volvía a empujar contra el acceso prohibido de su retaguardia. Sabía que era una cuestión de tiempo hasta que finalmente cediera. Y así fue. Primero fue la cabeza y luego, poco a poco, el tronco. Milímetro a milímetro hasta el final.
-Es el mejor culo que hice en toda mi vida, Dani. Espero que lo estés disfrutando tanto como yo.- Decía con entusiasmo, mientras vulneraba una y otra vez la pudorosa virginidad de la chica.
Daniela tenía el cuerpo entumecido y la mente en blanco. Ya no sentía dolor; no sentía miedo; no sentía humillación. Ya no sentía nada y dudaba volver a sentir algo alguna vez.
De lo que siguió aquella noche solo ha conservado algunos registros fragmentarios en su mente afiebrada.
A pesar de tener su cuerpo adormecido desde la cintura hacia abajo, ella intuía que el violador la penetraba alternativamente por una y otra cavidad. Lo más vívido que conservó su mente de aquella parte fue el desenlace. Una vez más volvió a inyectar su esperma dentro del cuerpo inocente de la jovencita. Otra vez fue en su sexo. Otra vez en lo más profundo.
-Ahhhh... Eso… Ahh… Ahí tenés… Bien adentro. Bien limpito. Como cuando te coge tu novio- Esa fue la última vez que escuchó su voz.
Si mi voluntad fuese juzgarte, estimado lector, diría que ha sido tu ambición lo que ha conducido a la pobre Daniela a tan traumático destino. ¿Pero qué sentido tendría? Confío en que has hecho lo que considerabas correcto. Al fin y al cabo, el azar es siempre impredecible.
Si quieres saber, más no sea por pena, qué ha sucedido con la joven Daniela de aquí en adelante, te dejo estas breves líneas a modo de epílogo.
El sábado al mediodía cuando la dueña abrió el comercio, encontró a Daniela encerrada en el depósito completamente desnuda. Más tarde se enteró que el delincuente también se había robado más de quince prendas.
La dueña, a solas con Daniela, la interrogó sobre la posibilidad de que ella haya coqueteado con el hombre provocando tal penosa situación. Después le aconsejó que no diera parte a la policía de lo sucedido. Su situación laboral no era regular y podía generarle mayores complicaciones además de las económicas ocasionadas por la mercadería faltante.
-¡Y lo último que necesito en este momento es un problema con la policía! ¡Todavía no se cómo voy a pagar toda la ropa que se llevó este hijo de puta! –La mujer estaba histérica:
-Después vamos a tener que hablar, Dani, para ver cómo hacemos con eso. Yo puedo volver a confiar en vos y no despedirte, pero vas a tener que ajustarte un poco hasta que podamos pagar la mercadería perdida.
Daniela la escuchaba en silencio. Sabía que no volvería a entrar jamás a aquel lugar. Cuando se fue ni siquiera reclamó su paga por el tiempo trabajado.
Por supuesto, Daniela nunca rindió su examen ni tampoco concursó para el cargo de ayudante rentada. Tampoco llegó nunca a la cita con Marcos quien jamás volvió a saber de ella.
Decidió alejarse un tiempo de Buenos Aires y volver a casa de sus padres.
Dos meses más tarde, ya instalada en el pueblo, no le quedó más remedio que asumir como un hecho lo que hacía días sospechaba: estaba embarazada. Desesperada y sin saber a quién recurrir, viajó a Buenos Aires y se contactó con Carla en busca de ayuda.
Sin demasiados detalles sobre cómo había sucedido, Daniela le contó su problema y ella le consiguió la dirección de un médico que le practicó un aborto de forma clandestina. Carla pagó los costos de la operación y la alojó en su departamento hasta que se repuso físicamente.
Durante su estadía en la ciudad se enteró que su amiga estaba abandonando parcialmente el negocio de acompañante porque había conseguido un cargo de ayudante rentada en la facultad.
Cuando Daniela se repuso de sus dolencias accedió a atender a algunos clientes de su amiga hasta cubrir su deuda; luego regresó al pueblo, a casa de sus padres. Nunca más visitó Buenos Aires ni la universidad.
Allí comenzó a trabajar en un club nocturno a la vera de la ruta provincial. Fundamentalmente como camarera, aunque de vez en cuando hacía algunos billetes extra brindando servicios sexuales a clientes de paso. Lo suficiente como para sobrevivir en los duros años noventa.
FIN
0 comentarios - Estimado Lector - Parte 7 (4to. final)