Habíamos decidido salir los dos solos una noche, por lo que dejamos a la gorda en lo de su abuela temprano, como para tener tiempo de prepararnos para la salida, con tranquilidad. La noche estaba linda, no calor ni frío, esas noches de noviembre en las que da gusto andar por la calle, por lo que decidimos que el auto estaba de más. Salimos caminando rumbo al centro y a buscar algún lugar donde tomar algo y cenar. Entre las vueltas que dimos para salir no me había percatado de tu ropa. Recién cuando cruzamos la puerta de casa y te vi bajando la escalera delante de mí noté como el corto vestido que llevabas marcaba ese culo que tanto me gusta y me caliente. Mientras terminaba de bajar la escalera vos giraste abajo y pude ver el escote que llevabas. La noche recién arrancaba y yo ya estaba a mil.
La cena fue tranqui, entre recuerdos, risas, chistes y algunas cervezas yo no dejaba de mirarte el escote. Como se movían esas tetas mientras reías o hablabas, me ponía de la cabeza. Después de un rato decidimos ir a bailar a Mentecato. Fue como esas primeras noches, mucho roce en el baile, insinuaciones y besos apasionados. Los dos estábamos para explotar. La noche transcurrió de esa manera, hasta que decidimos salir de ahí. Volviendo Salimos del boliche y entre besos te fui llevando por donde sabía que el camino era menos transitado. La calle Rioja no se veía con mucho movimiento, todavía era de noche y las luces no eran muchas. Cualquier punto de poca luz era bueno para parar y besarnos con pasión. Pero uno fue el mejor de todos.
En uno de esas detenciones para besarnos note que estábamos ante una casa vacía, y que detrás nuestro no había más que negocios vacíos y un árbol que sería cómplice. Te llevé contra la pared y mi mano izquierda comenzó a acariciar tu cuerpo. Pasaba por tus muslos y subía por tu espalda hasta tomarte de la nuca. Soltaste un suspiro y ví la oportunidad para que mi otra mano fuera debajo de tu vestido y alcanzará tu concha que pare esa altura estaba más que húmeda. Mi mano se apoyó en ella y soltaste otro gemido mientras apretabas la pierna. Continúe besándote y presionándote con mi cuerpo contra la pared, como para que no intentaras sacarte. Estaba dispuesto a darte placer ahí mismo. Vos lo querías, lo noté, pues ni intentaste moveré, y la presión sobre las piernas fueron más con la intención de que mi mano se queda ahí, de que para que salga. Comencé a mover mis dedos mientras mi boca recorría tu cuello. Tu respiración se aceleró cada vez más. Bastaron unas pocas caricias para que soltaras un leve gemido, y tus piernas se aflojaran. Te miré a la cara y pude ver como despacio abrías los ojos y sonreías. Te besé despacio y me sonreíste. Llevaste tu mano a mi pija, pero nunca llegó. “Vamos”, te dije y me miraste como sin entender que pasaba. La noche recién empezaba.
Acá mis relatos anteriores
La cena fue tranqui, entre recuerdos, risas, chistes y algunas cervezas yo no dejaba de mirarte el escote. Como se movían esas tetas mientras reías o hablabas, me ponía de la cabeza. Después de un rato decidimos ir a bailar a Mentecato. Fue como esas primeras noches, mucho roce en el baile, insinuaciones y besos apasionados. Los dos estábamos para explotar. La noche transcurrió de esa manera, hasta que decidimos salir de ahí. Volviendo Salimos del boliche y entre besos te fui llevando por donde sabía que el camino era menos transitado. La calle Rioja no se veía con mucho movimiento, todavía era de noche y las luces no eran muchas. Cualquier punto de poca luz era bueno para parar y besarnos con pasión. Pero uno fue el mejor de todos.
En uno de esas detenciones para besarnos note que estábamos ante una casa vacía, y que detrás nuestro no había más que negocios vacíos y un árbol que sería cómplice. Te llevé contra la pared y mi mano izquierda comenzó a acariciar tu cuerpo. Pasaba por tus muslos y subía por tu espalda hasta tomarte de la nuca. Soltaste un suspiro y ví la oportunidad para que mi otra mano fuera debajo de tu vestido y alcanzará tu concha que pare esa altura estaba más que húmeda. Mi mano se apoyó en ella y soltaste otro gemido mientras apretabas la pierna. Continúe besándote y presionándote con mi cuerpo contra la pared, como para que no intentaras sacarte. Estaba dispuesto a darte placer ahí mismo. Vos lo querías, lo noté, pues ni intentaste moveré, y la presión sobre las piernas fueron más con la intención de que mi mano se queda ahí, de que para que salga. Comencé a mover mis dedos mientras mi boca recorría tu cuello. Tu respiración se aceleró cada vez más. Bastaron unas pocas caricias para que soltaras un leve gemido, y tus piernas se aflojaran. Te miré a la cara y pude ver como despacio abrías los ojos y sonreías. Te besé despacio y me sonreíste. Llevaste tu mano a mi pija, pero nunca llegó. “Vamos”, te dije y me miraste como sin entender que pasaba. La noche recién empezaba.
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