-Muy bien Oscar, ¿mantuviste relaciones con hombres alguna vez? ¿Te entraron por la puerta de atrás?"
-¡Por supuesto que no!"
- Bueno, ahora vas a ver lo que se siente
Oscar adoptó la postura indicada por la doctora, aterrado. Intentó distraer su mente y pensó que al menos nadie más sabría de su humillación mas allá de las puertas, cuando entró la recepcionista:
-Hola, Sr. Aranda, ¿cómo va?
Fue la Doctora la que contestó:
-Está muy quejoso, no me está colaborando nada.
-Uy, a ver si vamos a tener que sujetarlo como a los nenitos...
Mientras le guiñaba el ojo, la chica de recepción se dirigió a su compañera:
-¿Vas a necesitar algo?
-Si, andá preparándome un par de Benzetacil y dos de las que vos ya sabés, a ver si así se nos calma un poco.
Oscar no sabiendo ya dónde esconder la cara, oyó cómo la chica de la sonrisa pasaba a la sala de preparación de torturas, pero supuso que iba a por recetas, o algo parecido. Salió de golpe de sus pensamientos cuando notó como la doctora volvía a la ceremonia de ponerse un nuevo par de guantes de latex frente a sus ojos, luego dió la vuelta y volvió a untar su ahora ardiente agujerito con la materia viscosa y fría. Le estaba poniendo una buena cantidad, y repartiéndola bien alrededor cuando un dedo se introdujo en la cavidad. No aguantando la horrible sensación, el paciente no pudo evitar dar un ahogado grito.
-Te avisé... Ya me tenés harta.
La Dra. Nolan saco el dedo y le pegó unos cuantos golpes con la palma de su mano enguantada que lo dejaron algo dolorido, pero le causaron una tremenda erección. La Dra. Nolan volvió a introducir su dedo con menos delicadeza, luego otro y luego un tercer dedo.
-Se acabó la amabilidad con vos...
Comenzó a darle un masaje en la próstata, al principio incómodo y doloroso, pero que fue tornándose en una de las experiencias más placenteras que jamás hubiese sentido el paciente.
Estaba en sus ensoñaciones cuando por fin notó que le liberaban de la intrusión y escuchó la voz de la recepcionista
-¿Le vas a meter el pico de pato?
-Ahá, quiero comprobar que no hay heridas ni desgarros.
De nuevo Oscar notó cómo algo horadaba su más que dilatado agujero. Algo muy frió e incomodo. Empezó a sonar algo así como un "clack" repetidas veces. A cada clack, notaba una punzada en el trasero y como el cacharro metálico iba abriéndole el ano y causándole un dolor que casi terminó en desmayo.
Sintió las miradas de ambas mujeres clavadas en su trasero y el dolor punzante e intenso. La sensación de que lo iban a desgarrar y de cómo le manipulaban sus dedos en su interior llegó a ser agradable. Pero todo eso no hacía más que excitarlo más llegado a este punto.
-Bueno Oscar, parece que todo está bien por la retaguardia. Te estas portando muy bien, nene. Lo que hace un buen cachetazo a tiempo, sea cual sea la edad...
Las dos bromearon cuando la chica de la entrada se dio cuenta de que el paciente tenía el trasero enrojecido y ahora comprendía porqué.
¡No te lo puedo creer! Mirá... ¿le tuviste que pegar unos chirlos?"
-Si, estaba siendo un nene muy malo...
Las dos se rieron y la doctora, mientras descartaba los guantes en un cesto, ordenó
-Date la vuelta y tumbate de espaldas, ahora vamos a revisar el frente.
La Dra. Noa se dirigió a su ayudante y le pidió que le fuera preparando una Sonda Foley calibre 21, lubricante urológico, una jeringa de 10 ml., otra de 60 ml., una botella de suero salino de 500 cc y una bolsa depósito para la orina.
De nuevo volvió a repetir:
-Esto no te va a doler, pero a lo mejor sentís alguna molestia.
Otra vez el paciente humillado se temió lo peor preguntándose el objeto de dicha revisión.
Doctora y asistente separaron las piernas de Oscar y flexionaron un poco sus rodillas, de modo que no entorpecieran sus movimientos. Ahora las dos se calzaron unos nuevos guantes de látex, la doctora tomó una gasa empapada en Pervinox y se dispuso a comenzar. Con una mano tomó su pene y retiró el prepucio hacia atrás, mientras con la otra y blandiendo la gasa comenzó a desinfectar el pene en toda su extensión, prestando especial dedicación en el glande.
Oscar empenzó a sonrojarse, sintió que con las caricias recibidas con la gasa su miembro comenzaba a cambiar de tamaño.
-Lucy mirá. -Dijo la Dra.Nolan- Parece que le gusta a nuestro hombrecito, está empezando a tener una erección.
Las dos se reían a carcajadas poniendo más en ridículo al mortificado Oscar.
-Allá vos, la sonda te va a resultar mucho más molesta cuanto más erección tengas.
Agarró la sonda, la lubricó en toda su longitud y comenzó a introducirla muy despacio por el pequeño y estrecho agujerito. Cuando llevaba aproximadamente la mitad introducida, preguntó:
-Te duele?
A lo que Oscar respondió que no pero sentía ciertas molestias.
El pene de Oscar estaba completamente tieso y había multiplicado su tamaño inicial en longitud y grosor, tanto que no necesitaba ser sujetado ya por la Dra. Una vez toda dentro, colocó una pinza en el extremo para cerrar la evacuación, acopló la bolsa depósito, tomó una jeringa e inyectó su contenido en una de las bocas de la sonda.
-Esto es para hinchar el globo que se encuentra al final de la sonda y no pueda salirse, -explicó- Ahora vamos a realizarte un lavado de la vejiga con suero para prevenir posibles infecciones.
Y empezó a vaciar una botella de suero inyectándolo con una jeringa bastante grande. Cuando ya quedaba poco líquido por inyectar, Oscar suplicó:
-No por favor, más no, estoy lleno y tengo necesidad de ir al baño.
-Aguanta, ya queda poco.
Le contestaron y vaciaron la última jeringa. Masajearon su vientre y retiraron la pinza que impedía la salida de todo el líquido retenido.
-Uffff” -exclamó Oscar- por fin, no podía más.
El líquido vació su vejiga y lleno la bolsa dispuesta para tal efecto. Una vez finalizado el vaciado, la ayudante vació el globo de la sonda y la extrajo tan lentamente como había sido introducida. Ya aliviado, de nuevo su miembro se puso erecto, firme y duro por tanta excitación.
-Gracias Oscar nos facilitas la tarea, -dijo la Dra. Nolan con sonrisa maliciosa y perversa- Ahora necesito una muestra tuya de semen, así que comienza a masturbarte hasta que eyacules y lo haces en este frasquito para su posterior análisis.
-Ah no, esto ya es demasiado para una simple revisión médica, contestó Oscar.
No le dio tiempo a terminar de hablar cuando recibió de una de las manos de la Dra. un apretón en sus testículos. Encogiéndose y llevándose las manos a los mismos,
-De acuerdo, tendrán su muestra.
Y comenzó a masturbarse ante la atenta mirada de la Dra. Nolan y su enfermera, paradas frente a él con las manos enguantadas en los bolsillos de sus guardapolvos blancos dejando sólo a la vista los pulgares. Primero muy lentamente, todavía dolorido por el apretón y luego cada vez más rápido y con más energía, Oscar se masturbaba . Llegado el momento, comenzó a gemir y sentir pequeños espasmos, de su pene comenzaron a brotar pequeños chorros de semen que a duras penas podía acertar para depositarlos en el pequeño recipiente.
-Sos muy torpe, derramaste casi toda la muestra, le dijo la enfermera que sacó las manos de los bolsillos, se acercó a Oscar e intentó ordeñar su miembro y recuperar la cantidad suficiente… “con lo poco que depositaste no es suficiente, así que ya sabés lo que hay que hacer.., te voy a ordeñar hasta que vuelvas a eyacular, y tratá de no demorar mucho.
Lucy se ajustó los guantes de latex y agarró el pene de su paciente con mucha rapidez y energía, lo que hizo que enseguida volviesen los gemidos y espasmos. Esta vez no se derramó ni una sola gota, cayendo todo en el interior del recipiente.
Oscar interrumpió de nuevo humillado y con la cara ardiendo de vergüenza para preguntar si ya estaba todo y se podía incorporar.
-No, mi amor, tumbate así, boca abajo y relajá ése culito. No me gusta nada esa bronquitis que parece que tenés. Me voy a asegurar de que salgas de acá fuerte como un roble. Lucy... ¿Preparaste las inyecciones que te pedí?
¿QUÉ?!?! ¿INYECCIONES? ¡NO! Por eso sí que no pasaba.
-Mire, doctora, creo que ya tuve suficiente por hoy. Porqué no me receta algo que pueda tomar en casa y acabamos de una vez. Tiene que haber gente esperando fuera, porque llevamos mucho tiempo...
No terminó la frase, y ya notó el algodón frió por el alcohol acariciando la piel de su nalga derecha.
-Por favor, no... De verdad, me dan pánico las agujas, por favor!
-Tranquilo, vamos a tratar que no duela mucho, aunque te aviso que el Benzetacil arde bastante.
Lucy ya había dispuesto al lado de la camilla y deliberadamente a la vista de Oscar una mesita con una bandeja metálica con jeringas cargadas, tomó una, la levantó y la puso a trasluz y comprobó como la primera gota salía por la punta de la aguja.
-No, por favor no!
-Oscar, Oscar... no me haga una escenita o vamos a tener que ponerte en vez de dos, cuatro para que aprendas a obedecer...
Lucy le entregó la jeringa a la Dra. Nolan.
-¿2? ¿4? ¿Qué?
Notó sin más preaviso como una aguja iba profundizando bajo su piel y dentro de su músculo lentamente y comenzó a emitir un grito, de un susurro a un :
-AAAAAAAAAAAH! intenso a medida que la aguja se abría camino y el líquido se expandía dentro de su nalga.
En respuesta Lucy se dirigió a la Dra. Nolan:
-¿Le vas a poner las otras, verdad?
-Si, va a aprender a perderle el miedo a las inyecciones.
La doctora sacó la aguja con un movimiento más bien brusco.
-Bueno, Oscar, vamos a por el otro cachete. Si volvés a gritar, te voy a poner 2 más y mucho más grandes. Mostráselas, Lucy...
Con su mano enguantada, la recepcionista levantó el mentón de Oscar para mostrarle un par de jeringas enormes repletas de líquido y con un par de agujas, no sólo gruesas, si no, larguísimas. Oscar lloró.
-Nooo, no, por favor, de verdad... nooooooo.
A estas alturas su cara estaba empapada de lágrimas que no dejaban de brotar y fueron más cuando notó el segundo pinchazo en la nalga contraria. Notó de nuevo la aguja atravesándolo y el horrible ardor del medicamento liberándose dentro de él. Fue inevitable, volvió a gritar sin poder controlarlo.
La Dra. Nolan sacó la aguja, lo limpio con el algodón y acto seguido le suministró otra tanda de chirlos, esta vez más severos y abundantes. Incluso el ruido de los golpes de las manos cubiertas por los guantes de latex de la doctora contra las nalgas de Oscar era intimidatorio. Oscar no podía evitar sentirse como un chico de 10 años siendo castigado por la peor de las madrastras, sin embargo, cada vez notaba su miembro más y más erguido pegado a su estómago.
-Ahora, nene, vamos a hacer algo que no te vas a olvidar en tu vida...
El paciente reconoció la voz de la recepcionista y alzó de nuevo la vista para ver una sonrisa bastante picara entre las lágrimas.
-Vamos, Lucy, las dos a la vez, sé que te gusta jejeje
Doctora y enfermera volvieron a pasar un algodón húmedo por los doloridos y aun inflamados por el medicamento glúteos de Oscar. La doctora volvió a decir:
-Acordate no dejar que se seque el alcohol, así le arde más -y ya dirigiéndose a Oscar- Esto sí que te va a doler... Es agua destilada, algo tan sencillo como eso... Pero vas a sentir tal dolor, que te vas a acabar de gusto.
A la voz de tres, ambas señoritas insertaron las enormes agujas en los glúteos de Oscar muy despacito... El notaba el dolor creciente y la sensación de estar siendo domado por dos perfectas sádicas. Una vez tuvo las agujas bien clavadas, ambas empezaron a empujar el émbolo lentamente, dejando que la solución hiciese el trabajo deseado. Oscar empezó a gemir. Su gemido fue creciendo hasta convertirse en grito, pero aquellas jeringas no acababan nunca de vaciarse. En ese dolor tan punzante, el paciente empezó a discernir un placer como nunca antes había sentido. A mitad de inyección, la doctora hizo que Oscar se pusiese a 4 patas, y Lucy empezó a acariciar su pene lentamente en un vaivén incesante.
Cuando casi todo el agua había pasado del otro lado de las agujas, Lucy se centró en el glande de su paciente, volvió a ajustar sus guantes de latex y lo acarició hasta que el gemido de Oscar pasó de ser un gemido sordo de dolor a una expresión de placer. Se acabó una y mil veces en un orgasmo eterno que hizo que temblase todo su cuerpo.
Una vez retiradas las agujas, la Dra. Nolan volvió a dirigirse a su paciente susurrándole al oído:
-Mi amor, estoy segura que te encantó la revisación. Ahora relajate y vestite mientras te preparo el certificado para la oficina. Podés vestirte cuando quieras...
Después de un considerable reposo, y aún asimilando lo ocurrido, Oscar fue a lavarse y a ponerse su ropa detrás del biombo. Cuando se acercó al escritorio, la Dra. Nolan le extendió dos papeles, uno escrito prolijamente en la computadora y otro de su puño y letra. Ambos se estrecharon la mano y se sonrieron mutuamente.
Al salir del consultorio, ya vacía la sala de espera, Oscar se despidió de la intrusa que se había medio colado en la revisación con un guiño de ojo que ella devolvió con una amplia sonrisa.
Caminó como pudo hasta el auto, abrió la puerta y sintió un tremendo dolor al sentarse. Estuvo un rato inmóvil, esperando a que disminuyese el ardor y pensando en lo ocurrido. Tomó entre sus manos los papeles expedidos por la doctora. El primero, escrito en la computadora y con toda clase de sellos, era un informe bastante sencillo acreditando que el paciente Oscar Aranda reunía todas las capacidades para desempeñar su labor en la empresa, bla, bla, bla...
Tomó el segundo escrito a mano y leyó "Nos hiciste disfrutar bastante, pero la próxima vez, queremos que nos hagas disfrutar todavía mucho más. Podés llamarme cuando quieras y sacar un turno... Apurate amor, estoy deseando clavarte tantas agujas como puedas soportar ¿Qué te parece mañana a la noche?".
continuará...
-¡Por supuesto que no!"
- Bueno, ahora vas a ver lo que se siente
Oscar adoptó la postura indicada por la doctora, aterrado. Intentó distraer su mente y pensó que al menos nadie más sabría de su humillación mas allá de las puertas, cuando entró la recepcionista:
-Hola, Sr. Aranda, ¿cómo va?
Fue la Doctora la que contestó:
-Está muy quejoso, no me está colaborando nada.
-Uy, a ver si vamos a tener que sujetarlo como a los nenitos...
Mientras le guiñaba el ojo, la chica de recepción se dirigió a su compañera:
-¿Vas a necesitar algo?
-Si, andá preparándome un par de Benzetacil y dos de las que vos ya sabés, a ver si así se nos calma un poco.
Oscar no sabiendo ya dónde esconder la cara, oyó cómo la chica de la sonrisa pasaba a la sala de preparación de torturas, pero supuso que iba a por recetas, o algo parecido. Salió de golpe de sus pensamientos cuando notó como la doctora volvía a la ceremonia de ponerse un nuevo par de guantes de latex frente a sus ojos, luego dió la vuelta y volvió a untar su ahora ardiente agujerito con la materia viscosa y fría. Le estaba poniendo una buena cantidad, y repartiéndola bien alrededor cuando un dedo se introdujo en la cavidad. No aguantando la horrible sensación, el paciente no pudo evitar dar un ahogado grito.
-Te avisé... Ya me tenés harta.
La Dra. Nolan saco el dedo y le pegó unos cuantos golpes con la palma de su mano enguantada que lo dejaron algo dolorido, pero le causaron una tremenda erección. La Dra. Nolan volvió a introducir su dedo con menos delicadeza, luego otro y luego un tercer dedo.
-Se acabó la amabilidad con vos...
Comenzó a darle un masaje en la próstata, al principio incómodo y doloroso, pero que fue tornándose en una de las experiencias más placenteras que jamás hubiese sentido el paciente.
Estaba en sus ensoñaciones cuando por fin notó que le liberaban de la intrusión y escuchó la voz de la recepcionista
-¿Le vas a meter el pico de pato?
-Ahá, quiero comprobar que no hay heridas ni desgarros.
De nuevo Oscar notó cómo algo horadaba su más que dilatado agujero. Algo muy frió e incomodo. Empezó a sonar algo así como un "clack" repetidas veces. A cada clack, notaba una punzada en el trasero y como el cacharro metálico iba abriéndole el ano y causándole un dolor que casi terminó en desmayo.
Sintió las miradas de ambas mujeres clavadas en su trasero y el dolor punzante e intenso. La sensación de que lo iban a desgarrar y de cómo le manipulaban sus dedos en su interior llegó a ser agradable. Pero todo eso no hacía más que excitarlo más llegado a este punto.
-Bueno Oscar, parece que todo está bien por la retaguardia. Te estas portando muy bien, nene. Lo que hace un buen cachetazo a tiempo, sea cual sea la edad...
Las dos bromearon cuando la chica de la entrada se dio cuenta de que el paciente tenía el trasero enrojecido y ahora comprendía porqué.
¡No te lo puedo creer! Mirá... ¿le tuviste que pegar unos chirlos?"
-Si, estaba siendo un nene muy malo...
Las dos se rieron y la doctora, mientras descartaba los guantes en un cesto, ordenó
-Date la vuelta y tumbate de espaldas, ahora vamos a revisar el frente.
La Dra. Noa se dirigió a su ayudante y le pidió que le fuera preparando una Sonda Foley calibre 21, lubricante urológico, una jeringa de 10 ml., otra de 60 ml., una botella de suero salino de 500 cc y una bolsa depósito para la orina.
De nuevo volvió a repetir:
-Esto no te va a doler, pero a lo mejor sentís alguna molestia.
Otra vez el paciente humillado se temió lo peor preguntándose el objeto de dicha revisión.
Doctora y asistente separaron las piernas de Oscar y flexionaron un poco sus rodillas, de modo que no entorpecieran sus movimientos. Ahora las dos se calzaron unos nuevos guantes de látex, la doctora tomó una gasa empapada en Pervinox y se dispuso a comenzar. Con una mano tomó su pene y retiró el prepucio hacia atrás, mientras con la otra y blandiendo la gasa comenzó a desinfectar el pene en toda su extensión, prestando especial dedicación en el glande.
Oscar empenzó a sonrojarse, sintió que con las caricias recibidas con la gasa su miembro comenzaba a cambiar de tamaño.
-Lucy mirá. -Dijo la Dra.Nolan- Parece que le gusta a nuestro hombrecito, está empezando a tener una erección.
Las dos se reían a carcajadas poniendo más en ridículo al mortificado Oscar.
-Allá vos, la sonda te va a resultar mucho más molesta cuanto más erección tengas.
Agarró la sonda, la lubricó en toda su longitud y comenzó a introducirla muy despacio por el pequeño y estrecho agujerito. Cuando llevaba aproximadamente la mitad introducida, preguntó:
-Te duele?
A lo que Oscar respondió que no pero sentía ciertas molestias.
El pene de Oscar estaba completamente tieso y había multiplicado su tamaño inicial en longitud y grosor, tanto que no necesitaba ser sujetado ya por la Dra. Una vez toda dentro, colocó una pinza en el extremo para cerrar la evacuación, acopló la bolsa depósito, tomó una jeringa e inyectó su contenido en una de las bocas de la sonda.
-Esto es para hinchar el globo que se encuentra al final de la sonda y no pueda salirse, -explicó- Ahora vamos a realizarte un lavado de la vejiga con suero para prevenir posibles infecciones.
Y empezó a vaciar una botella de suero inyectándolo con una jeringa bastante grande. Cuando ya quedaba poco líquido por inyectar, Oscar suplicó:
-No por favor, más no, estoy lleno y tengo necesidad de ir al baño.
-Aguanta, ya queda poco.
Le contestaron y vaciaron la última jeringa. Masajearon su vientre y retiraron la pinza que impedía la salida de todo el líquido retenido.
-Uffff” -exclamó Oscar- por fin, no podía más.
El líquido vació su vejiga y lleno la bolsa dispuesta para tal efecto. Una vez finalizado el vaciado, la ayudante vació el globo de la sonda y la extrajo tan lentamente como había sido introducida. Ya aliviado, de nuevo su miembro se puso erecto, firme y duro por tanta excitación.
-Gracias Oscar nos facilitas la tarea, -dijo la Dra. Nolan con sonrisa maliciosa y perversa- Ahora necesito una muestra tuya de semen, así que comienza a masturbarte hasta que eyacules y lo haces en este frasquito para su posterior análisis.
-Ah no, esto ya es demasiado para una simple revisión médica, contestó Oscar.
No le dio tiempo a terminar de hablar cuando recibió de una de las manos de la Dra. un apretón en sus testículos. Encogiéndose y llevándose las manos a los mismos,
-De acuerdo, tendrán su muestra.
Y comenzó a masturbarse ante la atenta mirada de la Dra. Nolan y su enfermera, paradas frente a él con las manos enguantadas en los bolsillos de sus guardapolvos blancos dejando sólo a la vista los pulgares. Primero muy lentamente, todavía dolorido por el apretón y luego cada vez más rápido y con más energía, Oscar se masturbaba . Llegado el momento, comenzó a gemir y sentir pequeños espasmos, de su pene comenzaron a brotar pequeños chorros de semen que a duras penas podía acertar para depositarlos en el pequeño recipiente.
-Sos muy torpe, derramaste casi toda la muestra, le dijo la enfermera que sacó las manos de los bolsillos, se acercó a Oscar e intentó ordeñar su miembro y recuperar la cantidad suficiente… “con lo poco que depositaste no es suficiente, así que ya sabés lo que hay que hacer.., te voy a ordeñar hasta que vuelvas a eyacular, y tratá de no demorar mucho.
Lucy se ajustó los guantes de latex y agarró el pene de su paciente con mucha rapidez y energía, lo que hizo que enseguida volviesen los gemidos y espasmos. Esta vez no se derramó ni una sola gota, cayendo todo en el interior del recipiente.
Oscar interrumpió de nuevo humillado y con la cara ardiendo de vergüenza para preguntar si ya estaba todo y se podía incorporar.
-No, mi amor, tumbate así, boca abajo y relajá ése culito. No me gusta nada esa bronquitis que parece que tenés. Me voy a asegurar de que salgas de acá fuerte como un roble. Lucy... ¿Preparaste las inyecciones que te pedí?
¿QUÉ?!?! ¿INYECCIONES? ¡NO! Por eso sí que no pasaba.
-Mire, doctora, creo que ya tuve suficiente por hoy. Porqué no me receta algo que pueda tomar en casa y acabamos de una vez. Tiene que haber gente esperando fuera, porque llevamos mucho tiempo...
No terminó la frase, y ya notó el algodón frió por el alcohol acariciando la piel de su nalga derecha.
-Por favor, no... De verdad, me dan pánico las agujas, por favor!
-Tranquilo, vamos a tratar que no duela mucho, aunque te aviso que el Benzetacil arde bastante.
Lucy ya había dispuesto al lado de la camilla y deliberadamente a la vista de Oscar una mesita con una bandeja metálica con jeringas cargadas, tomó una, la levantó y la puso a trasluz y comprobó como la primera gota salía por la punta de la aguja.
-No, por favor no!
-Oscar, Oscar... no me haga una escenita o vamos a tener que ponerte en vez de dos, cuatro para que aprendas a obedecer...
Lucy le entregó la jeringa a la Dra. Nolan.
-¿2? ¿4? ¿Qué?
Notó sin más preaviso como una aguja iba profundizando bajo su piel y dentro de su músculo lentamente y comenzó a emitir un grito, de un susurro a un :
-AAAAAAAAAAAH! intenso a medida que la aguja se abría camino y el líquido se expandía dentro de su nalga.
En respuesta Lucy se dirigió a la Dra. Nolan:
-¿Le vas a poner las otras, verdad?
-Si, va a aprender a perderle el miedo a las inyecciones.
La doctora sacó la aguja con un movimiento más bien brusco.
-Bueno, Oscar, vamos a por el otro cachete. Si volvés a gritar, te voy a poner 2 más y mucho más grandes. Mostráselas, Lucy...
Con su mano enguantada, la recepcionista levantó el mentón de Oscar para mostrarle un par de jeringas enormes repletas de líquido y con un par de agujas, no sólo gruesas, si no, larguísimas. Oscar lloró.
-Nooo, no, por favor, de verdad... nooooooo.
A estas alturas su cara estaba empapada de lágrimas que no dejaban de brotar y fueron más cuando notó el segundo pinchazo en la nalga contraria. Notó de nuevo la aguja atravesándolo y el horrible ardor del medicamento liberándose dentro de él. Fue inevitable, volvió a gritar sin poder controlarlo.
La Dra. Nolan sacó la aguja, lo limpio con el algodón y acto seguido le suministró otra tanda de chirlos, esta vez más severos y abundantes. Incluso el ruido de los golpes de las manos cubiertas por los guantes de latex de la doctora contra las nalgas de Oscar era intimidatorio. Oscar no podía evitar sentirse como un chico de 10 años siendo castigado por la peor de las madrastras, sin embargo, cada vez notaba su miembro más y más erguido pegado a su estómago.
-Ahora, nene, vamos a hacer algo que no te vas a olvidar en tu vida...
El paciente reconoció la voz de la recepcionista y alzó de nuevo la vista para ver una sonrisa bastante picara entre las lágrimas.
-Vamos, Lucy, las dos a la vez, sé que te gusta jejeje
Doctora y enfermera volvieron a pasar un algodón húmedo por los doloridos y aun inflamados por el medicamento glúteos de Oscar. La doctora volvió a decir:
-Acordate no dejar que se seque el alcohol, así le arde más -y ya dirigiéndose a Oscar- Esto sí que te va a doler... Es agua destilada, algo tan sencillo como eso... Pero vas a sentir tal dolor, que te vas a acabar de gusto.
A la voz de tres, ambas señoritas insertaron las enormes agujas en los glúteos de Oscar muy despacito... El notaba el dolor creciente y la sensación de estar siendo domado por dos perfectas sádicas. Una vez tuvo las agujas bien clavadas, ambas empezaron a empujar el émbolo lentamente, dejando que la solución hiciese el trabajo deseado. Oscar empezó a gemir. Su gemido fue creciendo hasta convertirse en grito, pero aquellas jeringas no acababan nunca de vaciarse. En ese dolor tan punzante, el paciente empezó a discernir un placer como nunca antes había sentido. A mitad de inyección, la doctora hizo que Oscar se pusiese a 4 patas, y Lucy empezó a acariciar su pene lentamente en un vaivén incesante.
Cuando casi todo el agua había pasado del otro lado de las agujas, Lucy se centró en el glande de su paciente, volvió a ajustar sus guantes de latex y lo acarició hasta que el gemido de Oscar pasó de ser un gemido sordo de dolor a una expresión de placer. Se acabó una y mil veces en un orgasmo eterno que hizo que temblase todo su cuerpo.
Una vez retiradas las agujas, la Dra. Nolan volvió a dirigirse a su paciente susurrándole al oído:
-Mi amor, estoy segura que te encantó la revisación. Ahora relajate y vestite mientras te preparo el certificado para la oficina. Podés vestirte cuando quieras...
Después de un considerable reposo, y aún asimilando lo ocurrido, Oscar fue a lavarse y a ponerse su ropa detrás del biombo. Cuando se acercó al escritorio, la Dra. Nolan le extendió dos papeles, uno escrito prolijamente en la computadora y otro de su puño y letra. Ambos se estrecharon la mano y se sonrieron mutuamente.
Al salir del consultorio, ya vacía la sala de espera, Oscar se despidió de la intrusa que se había medio colado en la revisación con un guiño de ojo que ella devolvió con una amplia sonrisa.
Caminó como pudo hasta el auto, abrió la puerta y sintió un tremendo dolor al sentarse. Estuvo un rato inmóvil, esperando a que disminuyese el ardor y pensando en lo ocurrido. Tomó entre sus manos los papeles expedidos por la doctora. El primero, escrito en la computadora y con toda clase de sellos, era un informe bastante sencillo acreditando que el paciente Oscar Aranda reunía todas las capacidades para desempeñar su labor en la empresa, bla, bla, bla...
Tomó el segundo escrito a mano y leyó "Nos hiciste disfrutar bastante, pero la próxima vez, queremos que nos hagas disfrutar todavía mucho más. Podés llamarme cuando quieras y sacar un turno... Apurate amor, estoy deseando clavarte tantas agujas como puedas soportar ¿Qué te parece mañana a la noche?".
continuará...
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