La experiencia vivida con Chiquita abrió todo un nuevo panorama de posibilidades. Un adolescente, aprendiz de depredador, que descubría que tenía la carne en la madriguera. Eso era más de lo que uno hubiera soñado o deseado.
Chiquita era toda para mí; cada antojo sería satisfecho y se convertiría en la mujer de mi vida. Por lo menos eso pensaba en ese momento. ¿a quién no le pasó de pensar que su primera relación sería su mujer de por vida?
La verdad es que pasaron varios días antes de encontrarme a solas con mi dócil y voluptuosa amiga; durante el almuerzo, como quien comenta al pasar algo intrascendente, dije que esa tarde cepillaría mi caballo antes de salir a ejercitarlo.
Dicha la propuesta, esa tarde caminé hasta las caballerizas y procedí a cepillar a mi picazo maicero. No pasaron ni quince minutos que Chiquita entro y cerró el portón. Caminó hacia su tordillo preferido y comenzó a cepillarlo.
La mutua y aparente indiferencia duró unos minutos; por sobre el lomo de los caballos nuestras miradas se encontraron y fue una declaración de intenciones sin palabras. Nos sonreímos y eso bastó para que dejáramos los cepillos y camináramos como autómatas uno hacia la otra.
Nos besamos apasionadamente. Su dulce lengua jugueteaba con la mía mientras mis manos estrujaban pechos y cola. Nada de su cuerpo quedaba ajeno a mis caricias; yo buscaba estimularla, pero eso fue en un todo innecesario, sin decir nada cayó de rodillas y comenzó a hurgar mi bragueta. El oculto prisionero saltó como un resorte al ser liberado.
Chiquita me miró sonriente y se llevó el pene a la boca. Lamía suavemente la piel de la cabeza mientras su mano frotaba todo el tronco. Yo la miraba embelesado, agradeciendo las atenciones que su lengua daba a mi amigo. La lengua puntiaguda y juguetona parecía querer entrar en el pequeño orificio o jugueteaba deliciosamente en el frenillo.
Llegó un punto en que ya no quería mas, el placer era insoportable y solo quería cogerla. En un movimiento fluido la levanté, le desabroché y baje los pantalones; quedé extasiado unos instantes mirando esa hendidura rosada y brillante. Chiquita buscaba apoyo en la pared de la gatera, mientras yo apoyaba la cabeza de mi pene en su cálida humedad.
El pene se afianzó con firmeza y, lentamente, comenzó a deslizarse muy adentro. Chiquita arqueaba la espalda y giraba la cabeza para mirarme. Yo solo veía lujuria y placer en su rostro,
Yo la tomaba por las caderas casi desesperadamente, mientras sentía abrirse sus nalgas ante cada embestida. Toda la cuadra parecía vibrar por la excitación del momento; una trémula energía repicaba en movimientos y gemidos.
Yo me sentía un rey, penetrando una dócil sierva que me llenaba el pene de jugos abrasadores; entonces vi su rostro sudado mirando hacia el costado. Vi que el picazo percibía la enorme energía sexual y se excitaba al punto de extender toda una enorme erección. Chiquita no dejaba de mirarlo.
Por eso, mezcla de bronca y envidia le dije; -así que te gustan grandes?
Sin pensarlo dos veces saque el pene de su vagina y lo encaminé al pequeño orificio entre las rotundas nalgas. Chiquita dio un grito y se mordió los labios. El pedazo bien lubricado se abria paso hacia sus entrañas.
Solo hicieron falta unas cuantas firmes embestidas para que chiquita recibiera en sus tripas un aluvión de leche.
Tardamos un rato en recuperar el aliento y secar el sudo. Con el tufo de mis descargas y sus jugos salimos y cabalgamos por horas.
Esa noche después de la cena, Chiquita volvió a mi cuarto e hicimos el amor como desesperados. Esta vez nada de nuestras cuerpor quedo olvidado. Chiquita había gritado como perra en celo, arañado y mordido.
Despues de habernos saturado uno al otro; entre abrazos y besos que solo buscan reposo. Hablamos en la oscuridad.
``Lili se la pasa hablando de vos.
--Lili tiene dieciocho y estaría caliente con cualquiera, le dije
-No, está caliente con vos. Y si haces todo lo que yo te diga va a ser tuya para lo que quieras.
Esa noche hice el juramento, nada piadoso, que Lili sería mía, Por eso escuche a chiquita y arme mi estrategia.,
Continuará
Chiquita era toda para mí; cada antojo sería satisfecho y se convertiría en la mujer de mi vida. Por lo menos eso pensaba en ese momento. ¿a quién no le pasó de pensar que su primera relación sería su mujer de por vida?
La verdad es que pasaron varios días antes de encontrarme a solas con mi dócil y voluptuosa amiga; durante el almuerzo, como quien comenta al pasar algo intrascendente, dije que esa tarde cepillaría mi caballo antes de salir a ejercitarlo.
Dicha la propuesta, esa tarde caminé hasta las caballerizas y procedí a cepillar a mi picazo maicero. No pasaron ni quince minutos que Chiquita entro y cerró el portón. Caminó hacia su tordillo preferido y comenzó a cepillarlo.
La mutua y aparente indiferencia duró unos minutos; por sobre el lomo de los caballos nuestras miradas se encontraron y fue una declaración de intenciones sin palabras. Nos sonreímos y eso bastó para que dejáramos los cepillos y camináramos como autómatas uno hacia la otra.
Nos besamos apasionadamente. Su dulce lengua jugueteaba con la mía mientras mis manos estrujaban pechos y cola. Nada de su cuerpo quedaba ajeno a mis caricias; yo buscaba estimularla, pero eso fue en un todo innecesario, sin decir nada cayó de rodillas y comenzó a hurgar mi bragueta. El oculto prisionero saltó como un resorte al ser liberado.
Chiquita me miró sonriente y se llevó el pene a la boca. Lamía suavemente la piel de la cabeza mientras su mano frotaba todo el tronco. Yo la miraba embelesado, agradeciendo las atenciones que su lengua daba a mi amigo. La lengua puntiaguda y juguetona parecía querer entrar en el pequeño orificio o jugueteaba deliciosamente en el frenillo.
Llegó un punto en que ya no quería mas, el placer era insoportable y solo quería cogerla. En un movimiento fluido la levanté, le desabroché y baje los pantalones; quedé extasiado unos instantes mirando esa hendidura rosada y brillante. Chiquita buscaba apoyo en la pared de la gatera, mientras yo apoyaba la cabeza de mi pene en su cálida humedad.
El pene se afianzó con firmeza y, lentamente, comenzó a deslizarse muy adentro. Chiquita arqueaba la espalda y giraba la cabeza para mirarme. Yo solo veía lujuria y placer en su rostro,
Yo la tomaba por las caderas casi desesperadamente, mientras sentía abrirse sus nalgas ante cada embestida. Toda la cuadra parecía vibrar por la excitación del momento; una trémula energía repicaba en movimientos y gemidos.
Yo me sentía un rey, penetrando una dócil sierva que me llenaba el pene de jugos abrasadores; entonces vi su rostro sudado mirando hacia el costado. Vi que el picazo percibía la enorme energía sexual y se excitaba al punto de extender toda una enorme erección. Chiquita no dejaba de mirarlo.
Por eso, mezcla de bronca y envidia le dije; -así que te gustan grandes?
Sin pensarlo dos veces saque el pene de su vagina y lo encaminé al pequeño orificio entre las rotundas nalgas. Chiquita dio un grito y se mordió los labios. El pedazo bien lubricado se abria paso hacia sus entrañas.
Solo hicieron falta unas cuantas firmes embestidas para que chiquita recibiera en sus tripas un aluvión de leche.
Tardamos un rato en recuperar el aliento y secar el sudo. Con el tufo de mis descargas y sus jugos salimos y cabalgamos por horas.
Esa noche después de la cena, Chiquita volvió a mi cuarto e hicimos el amor como desesperados. Esta vez nada de nuestras cuerpor quedo olvidado. Chiquita había gritado como perra en celo, arañado y mordido.
Despues de habernos saturado uno al otro; entre abrazos y besos que solo buscan reposo. Hablamos en la oscuridad.
``Lili se la pasa hablando de vos.
--Lili tiene dieciocho y estaría caliente con cualquiera, le dije
-No, está caliente con vos. Y si haces todo lo que yo te diga va a ser tuya para lo que quieras.
Esa noche hice el juramento, nada piadoso, que Lili sería mía, Por eso escuche a chiquita y arme mi estrategia.,
Continuará
1 comentarios - Memorias de campo 2