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Mensajes en el supermercado

Acudí a comprar como todas las tardes, como un trámite, pensando en mis asuntos.

Al doblar unas de las calles del supermercado alcancé a ver al final de la misma una parte de la espalda y trasero de una mujer, que prometían verse hechas justicia por el resto de su cuerpo. Tontamente recorrí los productos sin prestarles demasiada atención y más rápido de la habitual, deseando llegar a tiempo de ver a quien pertenecían aquellas sugerentes formas. No fué así, y a pesar de dar alguna vuelta más de lo normal no conseguí verla de nuevo. Tras coger las cosas que había ido a buscar me dirigí a la caja, dándo aquella silueta por perdida y volviendo a mis pensamientos. Sin embargo cuando estaba a punto de ser atendido por la chica de la caja, ví llegar a la mujer que supe que completaba lo adivinado anteriormente. tendría unos 50 años, y era muy bonita, con ojos negros de fuego y el pelo ondulado de color caoba y muy cuidado, y unas curvas de impresión realzadas por una ropa muy bien elegida por quien sabe lo que es ya la impresión que puede y quiere producir en sí misma y en los demás. Desde luego no era delgada ni falta que le hacía, la forma de sus caderas hacía pensar en un pandero tremendo, y sus pechos eran grandes, gloriosos, desbordantes y con una caida totalmente natural que dejaban espacio a un canalillo de infarto. Su color de piel más bien moreno no hacía sino realzar todas aquellas maravillas.

Ni siquiera levantó la vista al situarse detrás de mí, no parecía demasiado interesada en lo que ocurría a su alrededor. Mientras pagaba y recojía mis bolsas pude escuchar su voz al saludar a la cajera, con algún comentario picaro y una voz muy calmada y sensual, que demostraba una gran seguridad en sí misma. Como ya no podía aguantar allí parado más sin salir, tuve que dirigirme hacia la calle. Al volver a casa me giré un par de veces, pero no debía venir en mi dirección porque ya no la ví.

2 días después, y sintiéndome un poco ridículo, porque no necesitaba realmente comprar de nuevo, volví al supermercado, en realidad, deseando volver a ver aquella mujer, pero no sucedió.

Nunca en mi vida he ido con tanta frecuencia, de hecho creo que llamé la atención de la chica joven de la casa, que pareció ponerme ojillos en alguna ocasión. SIn embargo, y a pesar de ser atractiva físicamente, me resultaba un tanto

insulsa, y sólo esperaba ver aparecer de nuevo al principal motivo de aquellas excursiones al hiper.

Al quinto día estaba en la cola de la carnicería y oí unos tacones llegar y detenerse a mi espalda. Un pequeño escalofrío me recorrió la espalda y me giré de manera un tanto tensa, para encontrarme cara a cara con una mujer en toda su

plenitud, mirándome ahora sí tranquila y fíjamente durante unos 2 segundos, que fué lo máximo que pude aguantar su mirada. Me pareció ver una leve sonrisa en la comisura de sus labios a modo de pequeño saludo a un desconocido que es el

último en la cola a la que te incorporas. Me pareció un tanto descortés volverme descaradamente, pero estuve girado a medias durante el tiempo que pasó hasta ser atendido. Para ser sincero no pude pensar en nada más, tratando de adivinar todos los atractivos que aquella mujer poseía.
Al ser atendido por el carnicero resulto que se me había ido el santo al cielo y no había pensado ni lo que quería, así que como pude musité de manera ridícula que un par de pechugas de pollo, que fue lo primero que se me vino a la

cabeza. Después no volví a verla hasta salir del supermercado.

Un par de días después sucedió algo parecido, pero en esta ocasión era ella quien ya estaba en la cola de la frutería y yo quien hizo cola tras ella. De esta forma pude observarla a mi gusto, confirmando y superando todas mis

expectativas. Aquel día estaba realmente espectacular, su ropa resaltaba todas sus curvas. Me pareció que mientras esperaba también estaba medio girada, pero salvo en el momento en que le pedí vez, en que de nuevo ví aquella deliciosa

sonrisa, en ningún momento volvió a mirarme directamente. Cuando llegó su turno, ví como el frutero, un chico joven, la llamó por su nombre, Pili, y flirteó descaradamente con ella, haciendo algún comentario pícaro, y para mi disgusto con cierta gracia sobre frutas tropicales y afrodisíacas que debía llevarse para disfrutar de la vida. La mujer le contestó de manera aún más divertida, y sin embargo dejándole claro que no estaba interesada en seguir ningún juego. A esas alturas yo estaba atraído sin remisión por todo en aquella maravilla de mujer.

Todos los días me acordaba en algún momento de ella, pero no me veía capaz de entrar en contacto de manera agradable sin meter la pata, me parecía alguien que no aceptaría cumplidos fáciles de cualquier idiota.

Así pasaron algunas semanas en las que nos fuimos encontrando habitualmente, yo la veía en diferentes posturas, que siempre me parecían tremendamente sensuales, lo cual quería decir que me atraía irremisiblemente, porque para ser

sinceros, ella podía estar simplemente agachada, inclinada, echada hacia atrás, de puntillas, etc… para alcanzar mejor algún producto. De alguna manera ella había percibido mi presencia, porque casi imperceptiblemente su pequeña

sonrisa al cruzarnos, estorbarnos o compartir una cola, parecía irse ampliando, normalmente acompañado por un gesto de quitarse el pelo de la cara, que he de decir que me en ella me llamaba la atención muy especialmente. También pude

darme cuenta de que su perfume era fresco y delicado, hasta el punto de hacerme sentir mal porque yo iba al salir del trabajo, y supongo que oliendo a trabajo.

A aquellas alturas yo me había convertido en el cliente número uno del supermercado, vivía allí, y me conocía las estanterías mejor que los reponedores.
Finalmente un día coincidimos en un pasillo y yo me incliné hacia la sección delos yogures de frutas, sintiendo en ese momento aquel perfume que ya podía reconocer y el contacto con algo que resultó ser un hombro, bien tonificado, y

perteneciente a quien podéis adivinar. Tras sonreirnos, y supongo que por mi parte poner cara de besuguín, le ofrecí aquel yogur, dándome cuenta inmediatamente que allí había yogures para todo el barrio y que mi caballeroso sacrificio no

era tan necesario. Su sonrisa pareción produndizarse, y a mis ojos se transformó en un gesto increíblemente seductor, que aumentó cuando con una voz irresistible dijo que si alguna vez quedaban pocas unidades de un producto podía

esconderlas en otra zona para asegurarlas para otro día. No era un comentario especialmente sensual, pero creedme que para mí lo fué, y pensaba para mí que de lo que quedaban pocas unidades era de mujeres como ella. Probablemnte

por fortuna no fuí capaz de vocalizar aquel pensamiento, pero por inspiración divina, me vino a la mente y le conté algo que hacían una pareja de amigos míos. Cuando se estaban comenzando a conozcer, al ir en momentos distintos al

supermercado por tener distintos horarios de trabajo, se dejaban mensajes acordados previamente por el método de dejar ciertos productos en ciertas estanterías distintas a la que les correspondía, muchas de las veces por supuesto con connotaciones sensuales. Para mi sorpresa, la historia pareció interesante a Pili, y me pareció que su lenguage gestual comenzaba a cambiar hasta convertirse en tremendamente seductor. En algunos momentos tenía los brazos en jarras, en otros la mano en su estómago remarcando aquellas tremendas curvas de encima. Me agarraba del brazo para decirme bajándo la voz que aquello podía ser un bonito juego entre desconocidos, y que no fuera tan listillo de dejar unas pechugas de pollo en un lugar sin refrigeración. EL comentario me pareció atrevido, y pelín vulgar para lo que la había idealizado, pero a decir verdad me encantó. Con una risa irresistible se alejó dejandome en el sitio,

completamente excitado y sin capacidad de reacción.

Poco a poco todo pareció irse haciendo mucho más fácil. Fue ella quien me guió en el juego con su seguridad habitual, cada vez que concidíamos en un pasillo, ella cogía un producto y en lugar de dejarlo en su carro, lo llevaba hasta otro lugar. Dejo a vuestra imaginación las combinaciones que se nos ocurrieron. En mi mente todos los productos que ella elegía representaban su lado femenino, y los lugares donde los depositaba mi lado masculino. A veces era yo quien me adelantaba en el juego. Era increíblemente excitante. Tras muchos minutos así, finalmente nos acercabamos a alguna cola, y nos colocábamos uno a continuación del otro, a veces en un orden y otras en el contrario, provocando pequeños contactos físicos, que eran en cierto modo una delicia y en otros momentos una pequeña tortura. A veces charlábamos intrascendentemente pero siempre de forma divertida, y apenas pude saber nada más de ella salvo que vivía sóla como yo. A pesar de no ser capaz de estar atento al resto de lo que ocurriá a nuestro alrededor, me pareció que poco a poco nos convertíamos en la comidilla de las chicas del

supermercado.

En una ocasión, en el tablón de anuncios del supermercado cuando nadie me veía puse el siguiente anuncio: “Chico con gustos tropicales busca mujer sensual y frutícola para macedonia”, una tontería cada vez que lo pienso.
Cuando las chicas del supermercado lo detectaron, se formó un barullo de risas alrededor, que provocó que ella también se acercara a verlo. Desde dentro del supermercado pude ver su sonrisa y cómo se ruborizaba, lo que hasta ahora no había sucedido. Me sentí más atraído que nunca por ella.

Finalmente apenas un día después, tras las picardías habituales, pero sin decirnos palabra, al dirigirse ella a la caja decidí que había llegado el momento. Ella no se dió la vuelta, pero sus gestos me dijeron que estaba preparada. Llevaba más bolsas que nunca y se retrasó un poco en salir a la calle, así que el terminar yo de ser atendido, y aún delante de las chicas, que no pudieron evitar una sonrisa, me ofrecí a ayudarla. Ella me lo agradeció con una sonrisa una vez más deliciosa, salimos a la calle aún sin hablar, nos dirigimos hacia su casa, y ya en el ascensor sucedió mucho de lo que tanto habíamos deseado. Apenas consiguió separarse de mí para abrir su puerta y me agarró fuertemente del brazo para introducirme dentro, donde sucedió el resto. Su seguridad y sus curvas de mujer hecha hicieron el resto, yo no podía estar más feliz. El resto lo contaré en alguna otra ocasión, pero seguimos dejándonos mensajes en las estanterías del supermercado.

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