Sin pensarlo, se puso a buscar en su guardarropas algo para ponerse el viernes por la noche. Cosa rara, ya que generalmente se quedaba con ropa de entrecasa, pues no lo consideraba una velada social. Jugaban a las cartas y punto. Y maldita la atención que le prestaban a ella…
- Bueno, es el cumpleaños…- pensó
No encontró nada que la conformara. Todo demasiado formal. Al mediodía se vistió y fue al shopping. Buscó y buscó hasta que se quedó con una túnica hindú de seda violeta, que con su piel bronceada quedaba muy bien. Bastante escotada, se ataba debajo de los brazos y a la altura de las caderas, llegando hasta los muslos, como una mini corta. En realidad, dada la estatura de Ana y sus piernas largas, la mini resultaba cortísima, casi escandalosa. Se tendría que poner una tanguita oscura, porque si usaba una blanca, se vería al menor descuido. Era informal y atrevida. Y compró unas sandalias altas que completaban el atuendo.
Volvió a su casa, se vistió y se miró en el espejo. Era un espectáculo.
Esa noche, cuando terminaron de cenar y estaban mirando tele, le dijo a Ernesto
- Me compré una túnica, a ver si te gusta…- fue al dormitorio y se vistió. Quería medir la reacción de su marido, no fuera ser que se escandalizara la noche siguiente.
- Está bien…- fue todo el comentario de él, sin prestarle mucha atención. Ana ya contaba con eso.
El viernes por la mañana fue al acto del colegio, luego despidió a los niños al subir al autobús y volvió a su casa. Se notaba inquieta, sin poder descubrir la razón. Ernesto llegó a eso de las siete. Cerca de las ocho, ordenaron la cena a un restaurante que la traería a las diez, cuando estuvieran todos.
- ¿No te parece que deberíamos vestirnos un poco mejor, ya que es el cumpleaños de Raúl? – preguntó Ana, con tono casual
- ¿Te parece? – Ernesto no parecía muy entusiasmado
- No sé…- ella no quería parecer muy interesada – …yo diría, nada formal, pero algo mejor que un short…
- Sí, tenés razón…- concordó su marido – Me pongo el pantalón azul y la camisa blanca….
- Bueno, yo también buscaré algo…- se hizo la distraída
Se duchó y se puso el conjunto de ropa interior que había elegido previamente. Negro, un sujetador pequeño y una tanga que se hacía una tirita en las caderas, para que no se viera por la abertura lateral de la túnica. Perfume. Disfrutaba con los preparativos. Cuando se terminó de vestir y se miró al espejo, sintió los pezones endurecerse algo por la excitación. Tan hermosa se vio.
Ernesto preparaba la mesa de cartas, y le prestó poca atención, como de costumbre. De todos modos, notó que era la túnica nueva
- Esa es la que compraste ayer…- comentó
- Sí, no es muy formal, pero es linda…- dijo ella con voz neutra, tratando de esconderse detrás de la mesa, no fuera a notar él la falda tan corta.
- Te queda bien…- sonó a cumplido
- Gracias …- fue la fórmula de respuesta. Así era su relación, correcta pero sin pasión.
Sonó el timbre y abrió Ernesto. Eran Andrés y Sonia. Por suerte, ellos también se habían vestido para la ocasión. Los hombres se quedaron conversando en la sala, mientras ellas llevaron las botellas de champagne al frío.
- Anita…¡esa túnica está espectacular, no te la conocía! – se maravilló Sonia
- La tenía guardada…- mintió Ana
- Pues te la deberías haber puesto antes, te queda espléndida – la alabó su amiga – Te hace unas piernas….
Sonó el timbre y llegaron Raúl, el agasajado y los otros dos amigos, Mariano y Marcelo. Como si los viera por primera vez. Nunca había reparado en que los amigos de su marido eran hombres que podían gustar a cualquier mujer.
Raúl y Mariano eran altos, Marcelo un poco más bajo. De rostros agradables los tres, sin llegar a ser lindos. Indudablemente, el hecho de que estuvieran solteros se debía a
su elección, no les debían faltar mujeres.
Movida por una morbosa curiosidad, estudiaba la actitud de Sonia. Nada fuera de lo común. Si no supiera lo que pasaba entre ellos, se diría que no les prestaba atención.
- ¡Feliz cumpleaños! – saludó a Raúl con un beso. Sintió sus manos alrededor de la cintura y se puso tensa.
- Gracias…- contestó él, correspondiendo al saludo.- Espero que no molestemos…
- Por favor…- la fórmula de la cortesía – Es un placer que compartas la noche con nosotros…
- ¿Y dónde lo pasaría mejor? – dijo él con tono zumbón – Mis amigos….y dos bellezas…- todos festejaron con risas la galantería.
Ana miró a Sonia. Ni la más mínima reacción.
- Bueno, si quieren jugar, los dejamos…- insinuó, pensando que estarían ansiosos por iniciar la acostumbrada partida de naipes.
- Es muy temprano – dijo Raúl – Encargué unos bocadillos, si no tienen inconveniente, para que brindemos…- mostrando una caja donde había varias botellas.
- ¡Claro! – Andrés el esposo de Sonia la sorprendió – Total, siempre hay tiempo para quitarles el dinero… – y todos volvieron a reír.
Ana tomó la caja y la llevó a la cocina. Había whisky, vodka y champagne. En cantidades más que generosas.
- Te ayudo…- la voz de su amiga a sus espaldas la sorprendió
- Bueno…- dijo, poniendo las botellas a enfriar – Hay bebida para emborrachar a un regimiento…
- Primero sirvamos whisky como aperitivo – Sonia preparó los vasos con hielo y Ana la siguió con la botella. – ¿Quién bebe?
Todos aceptaron, y se sirvieron medidas más que generosas. Brindaron por el cumpleaños y charlaron animadamente, esperando la llegada de los bocadillos. Consumieron dos vueltas de tragos, y para cuando sonó el timbre, ya el ambiente era muy distendido, las risas brotaban con facilidad y la temperatura de la noche se hacía sentir.
- Mejor es que coman algo – reía Ana, colocando los bocadillos sobre la mesa – O se van a emborrachar…
- Dejá que se emborrachen – reía Ernesto, arrastrando las palabras, con ese acento característico de los mareados – Así les gano…
- ¡Ni te lo pienses! – respondió Mariano – ¡Esta noche los dejo desnudos!
Los bocadillos desaparecieron rápidamente, lo mismo que la botella de whisky. Sonia puso música y se puso a bailar sola en el medio de la sala. Ana retiró las bandejas, dejando lugar en la mesa para que los hombres iniciaran su juego. Al inclinarse para tomar los vasos, sorprendió la mirada de Raúl en su escote. Sin poderlo evitar, sintió el rubor subir a su rostro.
- Bueno, juguemos, o me voy a quedar dormido – apuraba Ernesto, que parecía bastante afectado por la bebida
- ¡Dale, repartí cartas! – aceptó Marcelo y se ubicaron alrededor de la mesa. – ¡Hoy me siento inspirado!.
Reían y hacían bromas bastante soeces, todo producto de la excitación del alcohol. Andrés revolvía torpemente sus fichas y Ernesto se quitó la camisa, diciendo que hacía un calor de locos.
- ¿Alguien toma champagne? – Ana reapareció con las copas y una botella y todos aceptaron con entusiasmo. Mientras se acercaba a la mesa, sintió las miradas de Marcelo y Raúl recorrerla de arriba abajo.
- ¡Qué servicio de lujo! – bromeó este último cuando ella se situó entre él y Mariano para servir la bebida – ¿Me la puedo llevar a mi casa? – preguntó en tono burlón a Ernesto
- Sí, pero no acepto devolución…- contestó éste, y todos festejaron la salida. Ana acarició el cabello moreno y ensortijado de Raúl.
- Aceptá, no te vas a arrepentir…- y miró a Sonia, que no pudo reprimir su sonrisa.
No supo si fue casualidad, pero sintió un roce en la parte baja de sus nalgas. Faltaba una mano de Raúl sobre la mesa, pero la actitud de éste era totalmente normal. Igualmente, pensó que debía apartarse. Pero se quedó allí. Y al inclinarse nuevamente para llenar las copas, la mano subió por su piel…
- ¡Salud! – dijo Marcelo, mientras Ana sentía su corazón golpeándole el pecho. Su respiración se agitó y su espalda se perlaba de sudor.
- ¡Qué calor! – dijo, retirándose de la mesa. Sonia seguía bailando en el centro de la sala.
Llevó la botella vacía a la cocina, y las piernas le temblab
an. Se reconoció con una excitación que nunca había experimentado. Estaba segura de que Raúl le había tocado el culo descaradamente estando todos presentes. ¡Y lo había aceptado!
Se metió en el baño. Frente al espejo, su rostro estaba encendido. Repasó su cuerpo. Sentía calor. No supo porqué, pero decidió quitarse el soutien. Se plantó frente al espejo, notando como los pechos se movían libres debajo de la túnica, sin la presión del sujetador. Estaba más fresca.
- ¡Ana, traé otra botella! – la voz aguardentosa de Ernesto delataba su estado de ebriedad.
- Me parece que nuestros maridos están más que borrachos…- en la cocina, Sonia la miraba fijamente – No creo que aguanten mucho…
- Y bueno…- Ana correspondió con una mirada burlona de sus ojos azules – Se quedarán dormidos…
Los ojos de Sonia se agrandaron, como entendiendo el mensaje. Sonrió y la siguió camino al living.
Ana sentía el movimiento de sus pechos al caminar con la botella hacia la mesa. Los ojos de Raúl parecían dos brasas. Decidió no darle la oportunidad, y esta vez se detuvo entre Mariano y Marcelo. Andrés ya estaba en muy malas condiciones, dando cabezadas y con los ojos entrecerrados. Pero Ernesto, aunque reía y reía, no daba señales de abatimiento.
- ¡Ana, sos un ángel! – le decía Marcelo – Me parece que cuando te vayas con Raúl, me voy con ustedes…
Mientras le llenaba la copa, Ana se dio cuenta de que su marido no reaccionaba a las bromas de sus amigos. Estaba despierto, sí, pero totalmente borracho.
- No creo que me vaya con ustedes…- dijo burlona – Se pueden morir de un infarto, ya están bastante viejitos…
La provocación era evidente. Sonia la miraba con los ojos desmesuradamente abiertos, como admirándola, y los otros festejaban su humorada. Raúl iba a responder, cuando Andrés se derrumbó definitivamente dormido sobre la mesa. Lo miraron riendo.
- Sonia, tu marido se durmió…- Marcelo la miraba – Vas a tener que ocupar su lugar…- y sonriendo descarado – ¿Te animás?
- ¿Tenés plata? – preguntó Mariano, burlón.
- No….pero, si pierdo tengo algunos recursos para pagar…- Sonia se enderezó, caminando provocativa hacia la mesa
- ¡Tengo que ir al baño! – Ernesto pareció despertar de su letargo. Con pasos torpes se metió en el baño.
- ¿Y vos, Anita? – Raúl la miraba fijo – ¿Te vas a animar?
- ¿A qué? – Ana se inclinó sobre la mesa, y su escote era un espectáculo que atrajo la mirada de los tres hombres que estaban despiertos
- Ana…- Ernesto había salido del baño, y era una piltrafa – Me voy a la cama….
- ¿Porqué no lo ayudan y de paso llevan a Andrés? – dijo Sonia, con gesto intencionado.
Marcelo y Raúl cargaron al dormido Andrés no sin dificultad subiendo la escalera, mientras Ana ayudaba a su marido, que tambaleante se apoyaba en ella y en Sonia. Ana se apartó un poco para abrir la puerta que separaba los dormitorios del resto de la casa. La túnica se había deslizado descubriendo bastante piel de uno de sus pechos, y sorprendió la mirada de Raúl fija en ella.
Entraron en el dormitorio y depositaron a los dos maridos en la cama de matrimonio.
- Ustedes bajen, que nosotras los arreglamos…- dijo Sonia, y Raúl y Marcelo volvieron a la sala. Ellas desvistieron a sus maridos y los arroparon.
- Anita, atendé a los muchachos…- fueron las palabras arrastradas de Ernesto antes de quedarse definitivamente dormido.
- Me parece que estos tienen hasta mañana…- insinuó Sonia cuando salían del dormitorio.
Ana casi ni le prestaba atención. Su mente trabajaba febrilmente. Abajo había tres hombres y seguro que Sonia planeaba disfrutarlos. Su pulso se volvió a acelerar.
Sin pensarlo, cerró la puerta de comunicación a los dormitorios con llave. Mientras su amiga descendía delante de ella, alisó su cabello y acomodó su atuendo. Se sentía rara, indecisa. Ella era una mujer decidida, que rara vez actuaba por impulso. Pero ahora no sabía lo que pasaría.
Al pasar por la cocina, vio a Mariano descorchando otra botella. Sonia volvió a poner música, ahora más alta, y se sentó junto a Marcelo. Raúl estaba sentado en el sofá, frente a ellos. Sin camisa. Ana recorrió con la vista el pecho poderoso del amigo de su esposo.
- ¿Van a seguir jugando? – pregunt&oacu
te;, por decir algo, mientras Mariano llenaba las copas y se sentaba en el otro extremo del sofá, dejando un lugar libre entre él y Raúl.
- A las cartas, no creo…- contestó Raúl, sorbiendo su bebida. – ¿Ustedes quieren seguir? – Consultó a los demás.
- No, juguemos a otra cosa…- dijo Sonia, bebiendo también – ¡Dale Ana, sentáte! – la invitó. Ana tomó su copa de la mesita. Al hacerlo, la abertura de su escote se hizo enorme. Ella se dio cuenta pero no hizo nada.
- Bueno…- se sentó entre Mariano y Raúl – ¿A qué jugamos?
- Antes, brindemos por el cumpleaños de Raúl…- dijo Marcelo, levantando su copa
- ¿Quién propone el brindis? – preguntó Sonia, divertida
- Ana, es la anfitriona…- apuntó Mariano, sonriendo.
- ¡Noo!…¿Yo? – se resistió
- Si, vos…- la voz de Raúl era una orden
- Bueno….a ver….- levantó su copa – …brindo por que se te cumpla el deseo que formules….- lo miró fijo. Lo miró a los ojos claros y no pudo dejar de pensar que, sin ser lindo, era muy atractivo.
- ¿Cualquier deseo? – la mirada de él era muy insinuante. – ¿Tengo que decirlo en voz alta?
- Cualquier deseo…- Ana pasó su lengua por los labios – Y no tenés que decirlo…
- ¡Menos mal! – dijo Marcelo, burlón – ¡Vamos todos presos! – todos rieron festejando la ocurrencia.
Bebieron hasta vaciar sus copas. Ana se levantó para ir a buscar la quinta botella. La túnica trepó con el movimiento.
- Anita…¡Qué piernas! – dijo Mariano
- No te atragantes…- ella lo miró burlona y fue a la cocina, volviendo con el champagne. – Te toca abrirla…- se inclinó delante de Raúl, ofreciéndole la botella. Disfrutó viendo como él le miraba los pechos, ya sin disimulo.
- ¡Ana …que culito! – la voz burlona de Sonia la sorprendió. Se dio cuenta de que al inclinarse hacia Raúl, habría ofrecido un buen espectáculo a la pareja sentada en el sillón de enfrente. No pudo evitar la carcajada.
- ¿Se me vio mucho? – preguntó, volviéndose hacia su amiga muerta de risa.
- Marcelo está con taquicardia…- Sonia recostaba la cabeza sobre el pecho de Marcelo, que le acariciaba los hombros sin ocultarlo.
En ese momento, Raúl destapó la botella. El champagne brotó en un chorro y empapó el pecho de Ana. Que se sorprendió y estalló a reír.
- ¡Me bañaste! – decía – ¡Que desperdicio derramar el champagne! – y pasaba su lengua por la túnica, volviendo a sentarse entre Raúl y Mariano.
- ¡Ah nooo! – exclamó éste último entre risotadas – ¡Qué no se pierda! – y descaradamente le pasaba la lengua por el cuello.
- ¡Eh, vivo, no te lo bebas todo! – Sonia se unió a las carcajadas, y arrojándose sobre su amiga, lamía la túnica a la altura de los pechos.
Ana sintió su lengua a través de la fina tela, y muy a pesar suyo, notó que los pezones se le endurecían.
- Mmmm…el champagne sabe mejor así…- descaradamente Mariano seguía lamiéndola, y descendía hacia las tetas él también…..
- ¿Quieren más…? – Raúl enarboló la botella con gesto burlón…
Todos parecían muy divertidos, pero Ana estaba experimentando un sinfín de sensaciones. Sonia había corrido la tela de la túnica, y ya se dedicaba a lamerle un pecho. Ella, su amiga. Y Ana no encontraba fuerzas para oponerse. Por el contrario, quería que continuara….
- Se mancha el tapizado… – atinó a decir, sin mucha convicción.
- Es cierto – aceptó Raúl – Vamos a arruinar el sillón….- La miró a los ojos. Ana sintió crecer un deseo incontrolable dentro suyo.
- Vamos a la cocina…- se oyó decir. Los ojos de Raúl se iluminaron. Sonia la besó en el cuello, produciéndole algo así como una descarga eléctrica. Nunca pensó que el contacto con otra mujer le resultaría tan intenso.
Sin que mediara una palabra, los cinco se levantaron y fueron a la cocina. Sonia, que entró primero, encendió una pequeña luz que había debajo de las alacenas, dejando el ambiente en semipenumbra. Aún así, Ana pudo ver como Marcelo abrazaba a su amiga por detrás y la besaba en el cuello, acariciando sus pechos.
Mariano la guió hasta una silla, donde se sentó, recostando su espalda lo más at
rás que pudo. Los cuatro la rodearon. Como en un ritual, Raúl derramó un largo chorro de champagne en su cuello, sobre su escote.
Ana sintió escurrirse el líquido por su cuerpo. Con sus manos, juntó los pechos, tratando de contenerlo. Pareció que ellos esperaran esa señal, los cuatro se abalanzaron sobre ella.
Sonia retomó el juego con sus pezones, Mariano también le lamía la túnica a la altura de las tetas.
Raúl derramó el resto de la botella sobre su cuerpo. Ana sintió su sexo empapado. No sabía a ciencia cierta si era por la excitación o por el champagne.
Temblaba. Sintió como desataban las tiras de la túnica, bajando la prenda hasta la cintura y cuatro bocas que recorrían sus senos.
- Mmmm…- su respiración ya era un jadeo. Perdió todo pudor, se deshizo de todo prejuicio. Acarició el cabello de Sonia, que chupaba su pezón con maestría – Sonia…- contra todo lo que hubiera esperado, descubrió que deseaba a aquella mujer tanto como a los tres hombres…¡A los tres hombres!
La súbita revelación pareció desencadenar el orgasmo, que la sobrevino arrebatador. Clavó sus uñas en el brazo de alguno de ellos, no sabía quien. Abrió los ojos.
- El champagne está delicioso…- Raúl, sí , era él, susurraba en su oído. Acarició su rostro.
- ¿Solamente el champagne? – preguntó. Le gustaba sentirse deseada.
- Es que el envase es espectacular…- Raúl reía bajito.
Ana suspiró. Se sentía muy bien. Relajada.
- ¿Abro otra botella? – propuso, en tono de intimidad
- Viciosa….- murmuró Sonia – Abramos otra y vayamos a bailar….
Se separaron de ella, que se enderezó en la silla. Su primer impulso fue volverse a colocar la túnica, pero dejó de lado la idea. Se levantó, sólo con la tanguita. Marcelo abrió la puerta del refrigerador, y la luz iluminó su cuerpo semidesnudo por un instante. Todos se dirigieron al living nuevamente.
La luz más intensa de la sala la hizo parpadear un poco.
- Ana….- Raúl la miraba intensamente – Tenés unas tetas espectaculares….
Ella puso sus manos debajo de los pechos y los levantó, sin ningún pudor ya.
- ¿Les gustan? – preguntó provocativa – O es por el champagne….
- Son tan buenas como las de Sonia…- Marcelo volvía a abrazar a su amiga, levantando sus pechos, sin que ella ofreciera resistencia alguna.
- A ver….- Ana miró a su amiga. Sonia se desprendió del abrazo y caminó hacia ella. Se despojó de los tirantes del vestido, que se deslizó cayendo al piso. Quedó parada junto a ella en la sala, con sólo su tanguita roja, tan pequeña como la de Ana. Sus pechos, un poco más pequeños, remataban en dos pezones erectos que apoyó sobre los suyos…
Caminaron con sus copas hasta el lugar donde la luz era más intensa, y mientras bebían comenzaron a moverse al compás de la música, que era lenta pero sensual.
- Putita…- Sonia se le acercó y susurraba en su oído – los tenés muy calientes…
- Yo estoy muy caliente…- Ana sonreía al murmurar – …con vos…
Si se lo hubieran dicho unos días atrás, lo hubiera rechazado hasta con asco. Pero ahora besó a su amiga en plena boca, encontrándose sus lenguas por un momento interminable.
Los tres se les unieron en un múltiple abrazo. Ana no podía precisar quién la besaba, o quién la acariciaba. Como en un torbellino, sintió una mano colarse entre sus piernas, deteniéndose sobre la tanguita empapada. Las separó, y la mano acariciaba los labios de su vagina. Una boca lamía sus pezones.
Abandonó las tetas de Sonia y descendiendo encontró algo sumamente duro debajo de unos pantalones que no se preocupó en averiguar de quién eran. Allí había una verga….
Comenzó a apretarla, hasta que el propietario se decidió a desnudarse. Cuando la sintió apoyada contra su nalga, la tomo con su mano. Era grande….
Ana veía los rostros de sus amantes, pero para ella no tenían nombre ni sexo. Totalmente excitada, con los instintos desbocados, sólo reconocía objetos de placer. Que bajaban su tanguita, dejándola totalmente desnuda. Que acariciaban su concha depiladita, provocándole oleadas de deseo. Que mordían sus pezones, sus labios. Que la recostaron en el sofá y abrían sus piernas
, lamían su clítoris, acelerando su pulso, haciéndola transpirar, jadear.
- ¡Cojéme! – la voz de Sonia – ¡Así, bebé, quiero sentirte dentro mío! – aprovechando que su amiga había parado de chuparle la concha por un instante, Ana abrió los ojos y vio como Raúl la penetraba. Vió los pechos de ella agitarse con los embates de él, y la cara femenina que expresaba todo el placer que experimentaba. Pero no pudo seguir mirando, pues una verga de considerable tamaño se plantó delante de su rostro.
Hermosa. Tentadora. En realidad, hacía muchísimo tiempo que no tenía una visión como ésa. Desde su adolescencia.
Sin pensarlo dos veces, la tomó con una mano, y se la llevó a la boca.
- ¡Golosa! – la voz de Marcelo, el dueño de tan formidable miembro. Se retiró hacia atrás, y ella, en su afán de seguir con la mamada, cambió de posición.
- ¡Miren qué culito! – sintió las manos fuertes de Mariano aferrar sus caderas, y luego acariciar su conchita, mojándose con los jugos que ya resbalaban por sus piernas – ¡Estás toda mojadita!
- ¡Cojéme! – Ana abandonó por un instante la pija de Marcelo para pedirle a Mariano que la penetrara. Ya no podía más. Ya estaba desesperada.
No le importaba que su marido durmiera plácidamente en el piso superior. Quería sentir una verga dentro suyo. Gozar con ella.
- ¡Cojéme, cojéme toda! – repitió el pedido
Sintió la presión sobre la concha, y abrió las piernas, mientras volvía a atacar con vehemencia la pija de Marcelo, chupando y chupando. La verga de Mariano entró. Despacio, pero fácilmente, ayudada por la lubricación de su sexo. No pensó que fuera tan grande. Se sintió totalmente invadida, con todo su vientre ocupado. Como nunca lo había estado.
- ¡Mmmmm! – jadeó, sin abandonar la de Marcelo .- ¡Mmmm…! – Ya sentía los vellos de Mariano rozar sus nalgas, cuando él arremetió brutalmente, penetrándola hasta el fondo – ¡Aaahhh! – no pudo reprimir el grito de placer
- ¡Ana! – la verga de Marcelo parecía a punto de estallar entre sus manos – ¡Me voy!
- ¡Síii! – la voz se le crispaba en un grito contenido – ¡Síi, dame tu lechita en la boquita, papi!¡Dámela toda! – Y sintió su boca inundarse con el líquido agridulce y espeso .
- Asíi, tragátela toda … – Marcelo le acariciaba la cabellera mientras descargaba chorros de semen – ¡Qué puta que sos!
- ¡Ay Raúl, me estás matando de placer! – Sonia susurraba a su lado. Repentinamente tomó conciencia de que era la primera vez que alguien cojía junto a ella. Se volvió justo para ver como la pija de Raúl se perdía dentro de la conchita de su amiga. La visión actuó como disparador. Sintió venir el orgasmo, se aferró con fuerza al cuerpo de Marcelo, mientras soportaba las violentas embestidas de Mariano. Estalló de gozo al tiempo que sentía sus entrañas inundarse con los chorros de semen tibio de su amante.
A su lado, Sonia y Raúl alcanzaban un clímax salvaje, ella clavaba las uñas en los brazos de él, que le enterraba su verga salvajemente, para luego relajarse ambos y quedar tendidos en la alfombra.
Ana cerró los ojos, pensando que nunca había experimentado una sensación como aquella. Nunca se había sentido tan hembra, tan puta. Nunca se había abandonado de esa forma al mandato de los instintos.
Todo su cuerpo temblaba. Tenía la vagina irritada y el ano le dolía. Pero el placer había sido extremo, exquisito.
Se levantó y fue al baño junto con Sonia.
- Te gustó…- Sonia no preguntaba. Ya sabía. Ana no contestó, se limitó a sonreír. Cuando volvían a la sala, pasaron por la cocina y tomaron la última botella de champagne que había.
- Es la última…- parada desnuda en el medio de la sala, Ana enarboló la botella. La destaparon y bebieron hasta terminarla.
Ana se sentía obsesionada por su amiga. Se acercó y la besó descaradamente en la boca. Sonia, lejos de rechazarla, se dedicó a acariciarla. Ana fue descendiendo con su boca por el cuerpo tentador de Sonia. El cuello, los pechos, el abdomen, hasta la conchita. Sonia abría las piernas y acariciaba su cabeza, mientras Ana lamía con placer el sexo de su amiga. Sintió como alguien se colaba por debajo de ella, separando sus piernas, y una
verga apoyarse en su ya húmeda concha.
Con el agridulce sabor de los flujos de Sonia en la boca, Ana cerró los ojos, sintiendo como la penetraba una pija algo mayor que las dos que había tenido antes. Era Raúl. Con razón Sonia parecía disfrutar tanto con él.
Algo se coló en su boca, camino de la vagina de Sonia. Era la verga de Marcelo, que abrazando a su amiga por detrás, comenzaba a penetrarla. Sin amedrentarse, Ana lamía el clítoris y la verga al mismo tiempo, y abría las piernas, sintiendo a Raúl profundamente dentro suyo. De pronto, una presión en su ano. ¿Mariano? Sí, era el que faltaba.
Ana no sabía si podría soportar dos tremendos miembros como aquellos dentro suyo al mismo tiempo. Sentía a Mariano empujarla por detrás, y su verga penetraba centímetro a centímetro en su culo. No sabía si era mayor el dolor o el placer. Clavó las uñas en las nalgas de Sonia, que acarició su cabello.
Ana no quería perderse nada. Sentía los dos hombres dentro de ella, y su boca percibía el ir y venir de la verga de Marcelo en la concha de Sonia. Su mente estalló con la situación, y el orgasmo fue intensísimo, tanto que no pudo contener el grito que delataba su placer tan profundo.
A partir de ese momento todo fue lujuria, casi violencia. Se sintió penetrada hasta lo más hondo, estrujada sin consideración, poseída de la forma más salvaje. Y cuanto más fuertes eran las embestidas, cuanto más profundo sentía las pijas, más se excitaba, gritando, arañando y mordiendo no sabía a quién. Sonia ya jalaba sus cabellos, y Raúl mordía sus pezones, como su fuera una gata salvaje que todos trataban de domar.
Tal era la compenetración, que los cinco parecieron acabar al mismo tiempo, entre gritos de placer, torrentes de semen que inundaron a las dos mujeres, que a su vez sentían sus flujos resbalar por los muslos mezclados con la leche de sus amantes. Un orgasmo general, que nuevamente los dejó tendidos en el piso, exhaustos.
Nunca recordaría lo que habían hablado durante esa noche. Sólo le quedaron grabadas las sensaciones. Como si fueran animales que se comunicaban a través de la piel, los olores y los sentidos.
Nunca supo cuando se fueron ellos, ni cómo se encontró debajo de la ducha. Sonia la ayudó a acomodar la sala y luego se fueron a acostar, cada una en una cama de los chicos.
Aunque estaba rendida, Ana tardó una eternidad en dormirse. Su mente repasaba uno a uno los momentos vividos.
Había cojido salvajemente con tres hombres en su casa, con su marido durmiendo a pocos metros de ella. Había cojido con su mejor amiga. La misma a la cual ella había juzgado duramente una semana antes por haber hecho lo que ella acababa de hacer y disfrutar. Había terminado con toda una vida de represión. Había despertado a una nueva y arrebatadora sexualidad.
Quien sabe que nuevas sorpresas le traería el día siguiente.
- Bueno, es el cumpleaños…- pensó
No encontró nada que la conformara. Todo demasiado formal. Al mediodía se vistió y fue al shopping. Buscó y buscó hasta que se quedó con una túnica hindú de seda violeta, que con su piel bronceada quedaba muy bien. Bastante escotada, se ataba debajo de los brazos y a la altura de las caderas, llegando hasta los muslos, como una mini corta. En realidad, dada la estatura de Ana y sus piernas largas, la mini resultaba cortísima, casi escandalosa. Se tendría que poner una tanguita oscura, porque si usaba una blanca, se vería al menor descuido. Era informal y atrevida. Y compró unas sandalias altas que completaban el atuendo.
Volvió a su casa, se vistió y se miró en el espejo. Era un espectáculo.
Esa noche, cuando terminaron de cenar y estaban mirando tele, le dijo a Ernesto
- Me compré una túnica, a ver si te gusta…- fue al dormitorio y se vistió. Quería medir la reacción de su marido, no fuera ser que se escandalizara la noche siguiente.
- Está bien…- fue todo el comentario de él, sin prestarle mucha atención. Ana ya contaba con eso.
El viernes por la mañana fue al acto del colegio, luego despidió a los niños al subir al autobús y volvió a su casa. Se notaba inquieta, sin poder descubrir la razón. Ernesto llegó a eso de las siete. Cerca de las ocho, ordenaron la cena a un restaurante que la traería a las diez, cuando estuvieran todos.
- ¿No te parece que deberíamos vestirnos un poco mejor, ya que es el cumpleaños de Raúl? – preguntó Ana, con tono casual
- ¿Te parece? – Ernesto no parecía muy entusiasmado
- No sé…- ella no quería parecer muy interesada – …yo diría, nada formal, pero algo mejor que un short…
- Sí, tenés razón…- concordó su marido – Me pongo el pantalón azul y la camisa blanca….
- Bueno, yo también buscaré algo…- se hizo la distraída
Se duchó y se puso el conjunto de ropa interior que había elegido previamente. Negro, un sujetador pequeño y una tanga que se hacía una tirita en las caderas, para que no se viera por la abertura lateral de la túnica. Perfume. Disfrutaba con los preparativos. Cuando se terminó de vestir y se miró al espejo, sintió los pezones endurecerse algo por la excitación. Tan hermosa se vio.
Ernesto preparaba la mesa de cartas, y le prestó poca atención, como de costumbre. De todos modos, notó que era la túnica nueva
- Esa es la que compraste ayer…- comentó
- Sí, no es muy formal, pero es linda…- dijo ella con voz neutra, tratando de esconderse detrás de la mesa, no fuera a notar él la falda tan corta.
- Te queda bien…- sonó a cumplido
- Gracias …- fue la fórmula de respuesta. Así era su relación, correcta pero sin pasión.
Sonó el timbre y abrió Ernesto. Eran Andrés y Sonia. Por suerte, ellos también se habían vestido para la ocasión. Los hombres se quedaron conversando en la sala, mientras ellas llevaron las botellas de champagne al frío.
- Anita…¡esa túnica está espectacular, no te la conocía! – se maravilló Sonia
- La tenía guardada…- mintió Ana
- Pues te la deberías haber puesto antes, te queda espléndida – la alabó su amiga – Te hace unas piernas….
Sonó el timbre y llegaron Raúl, el agasajado y los otros dos amigos, Mariano y Marcelo. Como si los viera por primera vez. Nunca había reparado en que los amigos de su marido eran hombres que podían gustar a cualquier mujer.
Raúl y Mariano eran altos, Marcelo un poco más bajo. De rostros agradables los tres, sin llegar a ser lindos. Indudablemente, el hecho de que estuvieran solteros se debía a
su elección, no les debían faltar mujeres.
Movida por una morbosa curiosidad, estudiaba la actitud de Sonia. Nada fuera de lo común. Si no supiera lo que pasaba entre ellos, se diría que no les prestaba atención.
- ¡Feliz cumpleaños! – saludó a Raúl con un beso. Sintió sus manos alrededor de la cintura y se puso tensa.
- Gracias…- contestó él, correspondiendo al saludo.- Espero que no molestemos…
- Por favor…- la fórmula de la cortesía – Es un placer que compartas la noche con nosotros…
- ¿Y dónde lo pasaría mejor? – dijo él con tono zumbón – Mis amigos….y dos bellezas…- todos festejaron con risas la galantería.
Ana miró a Sonia. Ni la más mínima reacción.
- Bueno, si quieren jugar, los dejamos…- insinuó, pensando que estarían ansiosos por iniciar la acostumbrada partida de naipes.
- Es muy temprano – dijo Raúl – Encargué unos bocadillos, si no tienen inconveniente, para que brindemos…- mostrando una caja donde había varias botellas.
- ¡Claro! – Andrés el esposo de Sonia la sorprendió – Total, siempre hay tiempo para quitarles el dinero… – y todos volvieron a reír.
Ana tomó la caja y la llevó a la cocina. Había whisky, vodka y champagne. En cantidades más que generosas.
- Te ayudo…- la voz de su amiga a sus espaldas la sorprendió
- Bueno…- dijo, poniendo las botellas a enfriar – Hay bebida para emborrachar a un regimiento…
- Primero sirvamos whisky como aperitivo – Sonia preparó los vasos con hielo y Ana la siguió con la botella. – ¿Quién bebe?
Todos aceptaron, y se sirvieron medidas más que generosas. Brindaron por el cumpleaños y charlaron animadamente, esperando la llegada de los bocadillos. Consumieron dos vueltas de tragos, y para cuando sonó el timbre, ya el ambiente era muy distendido, las risas brotaban con facilidad y la temperatura de la noche se hacía sentir.
- Mejor es que coman algo – reía Ana, colocando los bocadillos sobre la mesa – O se van a emborrachar…
- Dejá que se emborrachen – reía Ernesto, arrastrando las palabras, con ese acento característico de los mareados – Así les gano…
- ¡Ni te lo pienses! – respondió Mariano – ¡Esta noche los dejo desnudos!
Los bocadillos desaparecieron rápidamente, lo mismo que la botella de whisky. Sonia puso música y se puso a bailar sola en el medio de la sala. Ana retiró las bandejas, dejando lugar en la mesa para que los hombres iniciaran su juego. Al inclinarse para tomar los vasos, sorprendió la mirada de Raúl en su escote. Sin poderlo evitar, sintió el rubor subir a su rostro.
- Bueno, juguemos, o me voy a quedar dormido – apuraba Ernesto, que parecía bastante afectado por la bebida
- ¡Dale, repartí cartas! – aceptó Marcelo y se ubicaron alrededor de la mesa. – ¡Hoy me siento inspirado!.
Reían y hacían bromas bastante soeces, todo producto de la excitación del alcohol. Andrés revolvía torpemente sus fichas y Ernesto se quitó la camisa, diciendo que hacía un calor de locos.
- ¿Alguien toma champagne? – Ana reapareció con las copas y una botella y todos aceptaron con entusiasmo. Mientras se acercaba a la mesa, sintió las miradas de Marcelo y Raúl recorrerla de arriba abajo.
- ¡Qué servicio de lujo! – bromeó este último cuando ella se situó entre él y Mariano para servir la bebida – ¿Me la puedo llevar a mi casa? – preguntó en tono burlón a Ernesto
- Sí, pero no acepto devolución…- contestó éste, y todos festejaron la salida. Ana acarició el cabello moreno y ensortijado de Raúl.
- Aceptá, no te vas a arrepentir…- y miró a Sonia, que no pudo reprimir su sonrisa.
No supo si fue casualidad, pero sintió un roce en la parte baja de sus nalgas. Faltaba una mano de Raúl sobre la mesa, pero la actitud de éste era totalmente normal. Igualmente, pensó que debía apartarse. Pero se quedó allí. Y al inclinarse nuevamente para llenar las copas, la mano subió por su piel…
- ¡Salud! – dijo Marcelo, mientras Ana sentía su corazón golpeándole el pecho. Su respiración se agitó y su espalda se perlaba de sudor.
- ¡Qué calor! – dijo, retirándose de la mesa. Sonia seguía bailando en el centro de la sala.
Llevó la botella vacía a la cocina, y las piernas le temblab
an. Se reconoció con una excitación que nunca había experimentado. Estaba segura de que Raúl le había tocado el culo descaradamente estando todos presentes. ¡Y lo había aceptado!
Se metió en el baño. Frente al espejo, su rostro estaba encendido. Repasó su cuerpo. Sentía calor. No supo porqué, pero decidió quitarse el soutien. Se plantó frente al espejo, notando como los pechos se movían libres debajo de la túnica, sin la presión del sujetador. Estaba más fresca.
- ¡Ana, traé otra botella! – la voz aguardentosa de Ernesto delataba su estado de ebriedad.
- Me parece que nuestros maridos están más que borrachos…- en la cocina, Sonia la miraba fijamente – No creo que aguanten mucho…
- Y bueno…- Ana correspondió con una mirada burlona de sus ojos azules – Se quedarán dormidos…
Los ojos de Sonia se agrandaron, como entendiendo el mensaje. Sonrió y la siguió camino al living.
Ana sentía el movimiento de sus pechos al caminar con la botella hacia la mesa. Los ojos de Raúl parecían dos brasas. Decidió no darle la oportunidad, y esta vez se detuvo entre Mariano y Marcelo. Andrés ya estaba en muy malas condiciones, dando cabezadas y con los ojos entrecerrados. Pero Ernesto, aunque reía y reía, no daba señales de abatimiento.
- ¡Ana, sos un ángel! – le decía Marcelo – Me parece que cuando te vayas con Raúl, me voy con ustedes…
Mientras le llenaba la copa, Ana se dio cuenta de que su marido no reaccionaba a las bromas de sus amigos. Estaba despierto, sí, pero totalmente borracho.
- No creo que me vaya con ustedes…- dijo burlona – Se pueden morir de un infarto, ya están bastante viejitos…
La provocación era evidente. Sonia la miraba con los ojos desmesuradamente abiertos, como admirándola, y los otros festejaban su humorada. Raúl iba a responder, cuando Andrés se derrumbó definitivamente dormido sobre la mesa. Lo miraron riendo.
- Sonia, tu marido se durmió…- Marcelo la miraba – Vas a tener que ocupar su lugar…- y sonriendo descarado – ¿Te animás?
- ¿Tenés plata? – preguntó Mariano, burlón.
- No….pero, si pierdo tengo algunos recursos para pagar…- Sonia se enderezó, caminando provocativa hacia la mesa
- ¡Tengo que ir al baño! – Ernesto pareció despertar de su letargo. Con pasos torpes se metió en el baño.
- ¿Y vos, Anita? – Raúl la miraba fijo – ¿Te vas a animar?
- ¿A qué? – Ana se inclinó sobre la mesa, y su escote era un espectáculo que atrajo la mirada de los tres hombres que estaban despiertos
- Ana…- Ernesto había salido del baño, y era una piltrafa – Me voy a la cama….
- ¿Porqué no lo ayudan y de paso llevan a Andrés? – dijo Sonia, con gesto intencionado.
Marcelo y Raúl cargaron al dormido Andrés no sin dificultad subiendo la escalera, mientras Ana ayudaba a su marido, que tambaleante se apoyaba en ella y en Sonia. Ana se apartó un poco para abrir la puerta que separaba los dormitorios del resto de la casa. La túnica se había deslizado descubriendo bastante piel de uno de sus pechos, y sorprendió la mirada de Raúl fija en ella.
Entraron en el dormitorio y depositaron a los dos maridos en la cama de matrimonio.
- Ustedes bajen, que nosotras los arreglamos…- dijo Sonia, y Raúl y Marcelo volvieron a la sala. Ellas desvistieron a sus maridos y los arroparon.
- Anita, atendé a los muchachos…- fueron las palabras arrastradas de Ernesto antes de quedarse definitivamente dormido.
- Me parece que estos tienen hasta mañana…- insinuó Sonia cuando salían del dormitorio.
Ana casi ni le prestaba atención. Su mente trabajaba febrilmente. Abajo había tres hombres y seguro que Sonia planeaba disfrutarlos. Su pulso se volvió a acelerar.
Sin pensarlo, cerró la puerta de comunicación a los dormitorios con llave. Mientras su amiga descendía delante de ella, alisó su cabello y acomodó su atuendo. Se sentía rara, indecisa. Ella era una mujer decidida, que rara vez actuaba por impulso. Pero ahora no sabía lo que pasaría.
Al pasar por la cocina, vio a Mariano descorchando otra botella. Sonia volvió a poner música, ahora más alta, y se sentó junto a Marcelo. Raúl estaba sentado en el sofá, frente a ellos. Sin camisa. Ana recorrió con la vista el pecho poderoso del amigo de su esposo.
- ¿Van a seguir jugando? – pregunt&oacu
te;, por decir algo, mientras Mariano llenaba las copas y se sentaba en el otro extremo del sofá, dejando un lugar libre entre él y Raúl.
- A las cartas, no creo…- contestó Raúl, sorbiendo su bebida. – ¿Ustedes quieren seguir? – Consultó a los demás.
- No, juguemos a otra cosa…- dijo Sonia, bebiendo también – ¡Dale Ana, sentáte! – la invitó. Ana tomó su copa de la mesita. Al hacerlo, la abertura de su escote se hizo enorme. Ella se dio cuenta pero no hizo nada.
- Bueno…- se sentó entre Mariano y Raúl – ¿A qué jugamos?
- Antes, brindemos por el cumpleaños de Raúl…- dijo Marcelo, levantando su copa
- ¿Quién propone el brindis? – preguntó Sonia, divertida
- Ana, es la anfitriona…- apuntó Mariano, sonriendo.
- ¡Noo!…¿Yo? – se resistió
- Si, vos…- la voz de Raúl era una orden
- Bueno….a ver….- levantó su copa – …brindo por que se te cumpla el deseo que formules….- lo miró fijo. Lo miró a los ojos claros y no pudo dejar de pensar que, sin ser lindo, era muy atractivo.
- ¿Cualquier deseo? – la mirada de él era muy insinuante. – ¿Tengo que decirlo en voz alta?
- Cualquier deseo…- Ana pasó su lengua por los labios – Y no tenés que decirlo…
- ¡Menos mal! – dijo Marcelo, burlón – ¡Vamos todos presos! – todos rieron festejando la ocurrencia.
Bebieron hasta vaciar sus copas. Ana se levantó para ir a buscar la quinta botella. La túnica trepó con el movimiento.
- Anita…¡Qué piernas! – dijo Mariano
- No te atragantes…- ella lo miró burlona y fue a la cocina, volviendo con el champagne. – Te toca abrirla…- se inclinó delante de Raúl, ofreciéndole la botella. Disfrutó viendo como él le miraba los pechos, ya sin disimulo.
- ¡Ana …que culito! – la voz burlona de Sonia la sorprendió. Se dio cuenta de que al inclinarse hacia Raúl, habría ofrecido un buen espectáculo a la pareja sentada en el sillón de enfrente. No pudo evitar la carcajada.
- ¿Se me vio mucho? – preguntó, volviéndose hacia su amiga muerta de risa.
- Marcelo está con taquicardia…- Sonia recostaba la cabeza sobre el pecho de Marcelo, que le acariciaba los hombros sin ocultarlo.
En ese momento, Raúl destapó la botella. El champagne brotó en un chorro y empapó el pecho de Ana. Que se sorprendió y estalló a reír.
- ¡Me bañaste! – decía – ¡Que desperdicio derramar el champagne! – y pasaba su lengua por la túnica, volviendo a sentarse entre Raúl y Mariano.
- ¡Ah nooo! – exclamó éste último entre risotadas – ¡Qué no se pierda! – y descaradamente le pasaba la lengua por el cuello.
- ¡Eh, vivo, no te lo bebas todo! – Sonia se unió a las carcajadas, y arrojándose sobre su amiga, lamía la túnica a la altura de los pechos.
Ana sintió su lengua a través de la fina tela, y muy a pesar suyo, notó que los pezones se le endurecían.
- Mmmm…el champagne sabe mejor así…- descaradamente Mariano seguía lamiéndola, y descendía hacia las tetas él también…..
- ¿Quieren más…? – Raúl enarboló la botella con gesto burlón…
Todos parecían muy divertidos, pero Ana estaba experimentando un sinfín de sensaciones. Sonia había corrido la tela de la túnica, y ya se dedicaba a lamerle un pecho. Ella, su amiga. Y Ana no encontraba fuerzas para oponerse. Por el contrario, quería que continuara….
- Se mancha el tapizado… – atinó a decir, sin mucha convicción.
- Es cierto – aceptó Raúl – Vamos a arruinar el sillón….- La miró a los ojos. Ana sintió crecer un deseo incontrolable dentro suyo.
- Vamos a la cocina…- se oyó decir. Los ojos de Raúl se iluminaron. Sonia la besó en el cuello, produciéndole algo así como una descarga eléctrica. Nunca pensó que el contacto con otra mujer le resultaría tan intenso.
Sin que mediara una palabra, los cinco se levantaron y fueron a la cocina. Sonia, que entró primero, encendió una pequeña luz que había debajo de las alacenas, dejando el ambiente en semipenumbra. Aún así, Ana pudo ver como Marcelo abrazaba a su amiga por detrás y la besaba en el cuello, acariciando sus pechos.
Mariano la guió hasta una silla, donde se sentó, recostando su espalda lo más at
rás que pudo. Los cuatro la rodearon. Como en un ritual, Raúl derramó un largo chorro de champagne en su cuello, sobre su escote.
Ana sintió escurrirse el líquido por su cuerpo. Con sus manos, juntó los pechos, tratando de contenerlo. Pareció que ellos esperaran esa señal, los cuatro se abalanzaron sobre ella.
Sonia retomó el juego con sus pezones, Mariano también le lamía la túnica a la altura de las tetas.
Raúl derramó el resto de la botella sobre su cuerpo. Ana sintió su sexo empapado. No sabía a ciencia cierta si era por la excitación o por el champagne.
Temblaba. Sintió como desataban las tiras de la túnica, bajando la prenda hasta la cintura y cuatro bocas que recorrían sus senos.
- Mmmm…- su respiración ya era un jadeo. Perdió todo pudor, se deshizo de todo prejuicio. Acarició el cabello de Sonia, que chupaba su pezón con maestría – Sonia…- contra todo lo que hubiera esperado, descubrió que deseaba a aquella mujer tanto como a los tres hombres…¡A los tres hombres!
La súbita revelación pareció desencadenar el orgasmo, que la sobrevino arrebatador. Clavó sus uñas en el brazo de alguno de ellos, no sabía quien. Abrió los ojos.
- El champagne está delicioso…- Raúl, sí , era él, susurraba en su oído. Acarició su rostro.
- ¿Solamente el champagne? – preguntó. Le gustaba sentirse deseada.
- Es que el envase es espectacular…- Raúl reía bajito.
Ana suspiró. Se sentía muy bien. Relajada.
- ¿Abro otra botella? – propuso, en tono de intimidad
- Viciosa….- murmuró Sonia – Abramos otra y vayamos a bailar….
Se separaron de ella, que se enderezó en la silla. Su primer impulso fue volverse a colocar la túnica, pero dejó de lado la idea. Se levantó, sólo con la tanguita. Marcelo abrió la puerta del refrigerador, y la luz iluminó su cuerpo semidesnudo por un instante. Todos se dirigieron al living nuevamente.
La luz más intensa de la sala la hizo parpadear un poco.
- Ana….- Raúl la miraba intensamente – Tenés unas tetas espectaculares….
Ella puso sus manos debajo de los pechos y los levantó, sin ningún pudor ya.
- ¿Les gustan? – preguntó provocativa – O es por el champagne….
- Son tan buenas como las de Sonia…- Marcelo volvía a abrazar a su amiga, levantando sus pechos, sin que ella ofreciera resistencia alguna.
- A ver….- Ana miró a su amiga. Sonia se desprendió del abrazo y caminó hacia ella. Se despojó de los tirantes del vestido, que se deslizó cayendo al piso. Quedó parada junto a ella en la sala, con sólo su tanguita roja, tan pequeña como la de Ana. Sus pechos, un poco más pequeños, remataban en dos pezones erectos que apoyó sobre los suyos…
Caminaron con sus copas hasta el lugar donde la luz era más intensa, y mientras bebían comenzaron a moverse al compás de la música, que era lenta pero sensual.
- Putita…- Sonia se le acercó y susurraba en su oído – los tenés muy calientes…
- Yo estoy muy caliente…- Ana sonreía al murmurar – …con vos…
Si se lo hubieran dicho unos días atrás, lo hubiera rechazado hasta con asco. Pero ahora besó a su amiga en plena boca, encontrándose sus lenguas por un momento interminable.
Los tres se les unieron en un múltiple abrazo. Ana no podía precisar quién la besaba, o quién la acariciaba. Como en un torbellino, sintió una mano colarse entre sus piernas, deteniéndose sobre la tanguita empapada. Las separó, y la mano acariciaba los labios de su vagina. Una boca lamía sus pezones.
Abandonó las tetas de Sonia y descendiendo encontró algo sumamente duro debajo de unos pantalones que no se preocupó en averiguar de quién eran. Allí había una verga….
Comenzó a apretarla, hasta que el propietario se decidió a desnudarse. Cuando la sintió apoyada contra su nalga, la tomo con su mano. Era grande….
Ana veía los rostros de sus amantes, pero para ella no tenían nombre ni sexo. Totalmente excitada, con los instintos desbocados, sólo reconocía objetos de placer. Que bajaban su tanguita, dejándola totalmente desnuda. Que acariciaban su concha depiladita, provocándole oleadas de deseo. Que mordían sus pezones, sus labios. Que la recostaron en el sofá y abrían sus piernas
, lamían su clítoris, acelerando su pulso, haciéndola transpirar, jadear.
- ¡Cojéme! – la voz de Sonia – ¡Así, bebé, quiero sentirte dentro mío! – aprovechando que su amiga había parado de chuparle la concha por un instante, Ana abrió los ojos y vio como Raúl la penetraba. Vió los pechos de ella agitarse con los embates de él, y la cara femenina que expresaba todo el placer que experimentaba. Pero no pudo seguir mirando, pues una verga de considerable tamaño se plantó delante de su rostro.
Hermosa. Tentadora. En realidad, hacía muchísimo tiempo que no tenía una visión como ésa. Desde su adolescencia.
Sin pensarlo dos veces, la tomó con una mano, y se la llevó a la boca.
- ¡Golosa! – la voz de Marcelo, el dueño de tan formidable miembro. Se retiró hacia atrás, y ella, en su afán de seguir con la mamada, cambió de posición.
- ¡Miren qué culito! – sintió las manos fuertes de Mariano aferrar sus caderas, y luego acariciar su conchita, mojándose con los jugos que ya resbalaban por sus piernas – ¡Estás toda mojadita!
- ¡Cojéme! – Ana abandonó por un instante la pija de Marcelo para pedirle a Mariano que la penetrara. Ya no podía más. Ya estaba desesperada.
No le importaba que su marido durmiera plácidamente en el piso superior. Quería sentir una verga dentro suyo. Gozar con ella.
- ¡Cojéme, cojéme toda! – repitió el pedido
Sintió la presión sobre la concha, y abrió las piernas, mientras volvía a atacar con vehemencia la pija de Marcelo, chupando y chupando. La verga de Mariano entró. Despacio, pero fácilmente, ayudada por la lubricación de su sexo. No pensó que fuera tan grande. Se sintió totalmente invadida, con todo su vientre ocupado. Como nunca lo había estado.
- ¡Mmmmm! – jadeó, sin abandonar la de Marcelo .- ¡Mmmm…! – Ya sentía los vellos de Mariano rozar sus nalgas, cuando él arremetió brutalmente, penetrándola hasta el fondo – ¡Aaahhh! – no pudo reprimir el grito de placer
- ¡Ana! – la verga de Marcelo parecía a punto de estallar entre sus manos – ¡Me voy!
- ¡Síii! – la voz se le crispaba en un grito contenido – ¡Síi, dame tu lechita en la boquita, papi!¡Dámela toda! – Y sintió su boca inundarse con el líquido agridulce y espeso .
- Asíi, tragátela toda … – Marcelo le acariciaba la cabellera mientras descargaba chorros de semen – ¡Qué puta que sos!
- ¡Ay Raúl, me estás matando de placer! – Sonia susurraba a su lado. Repentinamente tomó conciencia de que era la primera vez que alguien cojía junto a ella. Se volvió justo para ver como la pija de Raúl se perdía dentro de la conchita de su amiga. La visión actuó como disparador. Sintió venir el orgasmo, se aferró con fuerza al cuerpo de Marcelo, mientras soportaba las violentas embestidas de Mariano. Estalló de gozo al tiempo que sentía sus entrañas inundarse con los chorros de semen tibio de su amante.
A su lado, Sonia y Raúl alcanzaban un clímax salvaje, ella clavaba las uñas en los brazos de él, que le enterraba su verga salvajemente, para luego relajarse ambos y quedar tendidos en la alfombra.
Ana cerró los ojos, pensando que nunca había experimentado una sensación como aquella. Nunca se había sentido tan hembra, tan puta. Nunca se había abandonado de esa forma al mandato de los instintos.
Todo su cuerpo temblaba. Tenía la vagina irritada y el ano le dolía. Pero el placer había sido extremo, exquisito.
Se levantó y fue al baño junto con Sonia.
- Te gustó…- Sonia no preguntaba. Ya sabía. Ana no contestó, se limitó a sonreír. Cuando volvían a la sala, pasaron por la cocina y tomaron la última botella de champagne que había.
- Es la última…- parada desnuda en el medio de la sala, Ana enarboló la botella. La destaparon y bebieron hasta terminarla.
Ana se sentía obsesionada por su amiga. Se acercó y la besó descaradamente en la boca. Sonia, lejos de rechazarla, se dedicó a acariciarla. Ana fue descendiendo con su boca por el cuerpo tentador de Sonia. El cuello, los pechos, el abdomen, hasta la conchita. Sonia abría las piernas y acariciaba su cabeza, mientras Ana lamía con placer el sexo de su amiga. Sintió como alguien se colaba por debajo de ella, separando sus piernas, y una
verga apoyarse en su ya húmeda concha.
Con el agridulce sabor de los flujos de Sonia en la boca, Ana cerró los ojos, sintiendo como la penetraba una pija algo mayor que las dos que había tenido antes. Era Raúl. Con razón Sonia parecía disfrutar tanto con él.
Algo se coló en su boca, camino de la vagina de Sonia. Era la verga de Marcelo, que abrazando a su amiga por detrás, comenzaba a penetrarla. Sin amedrentarse, Ana lamía el clítoris y la verga al mismo tiempo, y abría las piernas, sintiendo a Raúl profundamente dentro suyo. De pronto, una presión en su ano. ¿Mariano? Sí, era el que faltaba.
Ana no sabía si podría soportar dos tremendos miembros como aquellos dentro suyo al mismo tiempo. Sentía a Mariano empujarla por detrás, y su verga penetraba centímetro a centímetro en su culo. No sabía si era mayor el dolor o el placer. Clavó las uñas en las nalgas de Sonia, que acarició su cabello.
Ana no quería perderse nada. Sentía los dos hombres dentro de ella, y su boca percibía el ir y venir de la verga de Marcelo en la concha de Sonia. Su mente estalló con la situación, y el orgasmo fue intensísimo, tanto que no pudo contener el grito que delataba su placer tan profundo.
A partir de ese momento todo fue lujuria, casi violencia. Se sintió penetrada hasta lo más hondo, estrujada sin consideración, poseída de la forma más salvaje. Y cuanto más fuertes eran las embestidas, cuanto más profundo sentía las pijas, más se excitaba, gritando, arañando y mordiendo no sabía a quién. Sonia ya jalaba sus cabellos, y Raúl mordía sus pezones, como su fuera una gata salvaje que todos trataban de domar.
Tal era la compenetración, que los cinco parecieron acabar al mismo tiempo, entre gritos de placer, torrentes de semen que inundaron a las dos mujeres, que a su vez sentían sus flujos resbalar por los muslos mezclados con la leche de sus amantes. Un orgasmo general, que nuevamente los dejó tendidos en el piso, exhaustos.
Nunca recordaría lo que habían hablado durante esa noche. Sólo le quedaron grabadas las sensaciones. Como si fueran animales que se comunicaban a través de la piel, los olores y los sentidos.
Nunca supo cuando se fueron ellos, ni cómo se encontró debajo de la ducha. Sonia la ayudó a acomodar la sala y luego se fueron a acostar, cada una en una cama de los chicos.
Aunque estaba rendida, Ana tardó una eternidad en dormirse. Su mente repasaba uno a uno los momentos vividos.
Había cojido salvajemente con tres hombres en su casa, con su marido durmiendo a pocos metros de ella. Había cojido con su mejor amiga. La misma a la cual ella había juzgado duramente una semana antes por haber hecho lo que ella acababa de hacer y disfrutar. Había terminado con toda una vida de represión. Había despertado a una nueva y arrebatadora sexualidad.
Quien sabe que nuevas sorpresas le traería el día siguiente.
4 comentarios - Los amigos de mi marido (y mi amiga).. 2da parte