¡Quieta! Cerrá los ojos. A ver... La tengo. ¡Pedí un deseo!
Me mostraba entusiasmado una pestaña atrapada entre índice y pulgar, elevándola orgulloso por encima de mi vista. Un deseo...
-. Y no me lo digas, ¿eh?, que si no, no se cumple.
Un deseo...
Mal momento para pedir un deseo. Se me venían tantos a la cabeza que no podría concretar. ¿Uno nada más?
Desearía haberte sido fiel siempre. No, antes que eso; desearía no haber sentido nunca la necesidad de serte infiel, ni la curiosidad por experimentar esa pasión desenfrenada que se desgastó entre nosotros, porque una vez roída, lo demás viene solo. ¿Inevitable? Nunca lo sabremos...
Hay quien dice que una infidelidad a tiempo reconstruye una relación marchita. Visto así, a lo mejor mi deseo sería que te enteraras. Que supieras cómo surgió, cómo no pude negarme, cómo lo disfruté y cómo -en nuestro caso-, no ha servido para nada. En ese sentido, mi deseo sería que vos lo supieras, a ver si así nos servía para algo... a los dos, me refiero.
No tendría por qué entrar en detalles salvo que me los pidieras. ¿Me los pedirías? ¿Y si me preguntás si me gustó? ¿Y si te contestara que me gustó más que con vos? Sé que empezarías con preguntas inocentes: ¿cuánto duró?, ¿dónde le conociste? Y hasta ahí no tendría problema en contestar. Duró. Duró bastante, al menos para mí. No sé si él diría lo mismo, pero a mí me entró por el ojo desde el primer momento. Lo que pasa es que no resultaba fácil; una situación complicada. Pero si te referís estrictamente a la infidelidad carnal, esa no duró tanto. Una vez fue suficiente. Suficiente para él. Suficiente para darnos cuenta de que la situación no era sostenible. ¿Mejor así? No lo sé.
Lo conocí en el colegio de Miguel. Marzo, con el comienzo del curso. Primera reunión de padres. Vos no viniste porque estabas de viaje. En realidad, apenas tuviste ocasión de verlo alguna vez. Quizás ni te hayas fijado. Una vez fuimos a buscar a Miguel. Venía de excursión. El Planetario, creo recordar... ¡Bah!, no te acordarías. Él estaba allí. Te lo presenté. "Mirá, Ramón, este es Alejandro…" Pero vos estabas más pendiente de Miguel que de otra cosa. Con razón, claro, porque hacía como una semana que no veías a nuestro hijo despierto. Un apretón de manos distraído fue todo el contacto que mantuviste. Para nada fue una situación tensa. No había nada que ocultar.
Aunque tengas un pobre recuerdo de él, bastarán esos datos para alimentar tu curiosidad, quién sabe si tu ira. Entonces querrás saber más. ¿Quién empezó?
Quién empezó... si te dijera que empecé yo pensarás que lo busqué. Si te dijera que empezó él me vas a preguntar por qué dejé que pasara. Empezamos los dos y seguimos los dos. Dejémoslo así. Nadie lo forzó, nadie se opuso. Surgió y ya. Espontáneo, inapropiado, inoportuno... imparable.
Lo más probable es que llegados a este punto yo ya estuviera arrepentida de haberte contado nada. Me arrancaría otra pestaña, otro puñado de pestañas, y pediría mil veces el mismo deseo: no haberte contado nada, dar marcha atrás en la máquina del tiempo. Veinte minutos, no más.
Pero seguro que en ese momento no te detendrías todo bucólico a buscar una pestaña inerte en mi mejilla para ofrecerme un segundo deseo. En ese momento sólo querrías saber más.
¿Dónde, cómo? Horror... detalles no. Ante mi silencio temporal y mi gesto de circunstancias tu memoria me sacaría de apuros. Sí, eso es. Vacaciones de invierno en la nieve. No me creerás, pero te juro que en un primer momento sólo pensé en que era buena idea por Miguel. Sabés que me da pánico que vaya de viaje, así que o iba con él o no lo hubiera dejado ir. Pasaron una circular pidiendo colaboración a los padres. Te lo comenté y te pareció buena idea. Total, vos ibas a estar afuera también. Luego me enteré de que Alejandro era uno de los tutores asignados a la excursión. Y me alegré, claro que me alegré.
Me dolería que pensaras que lo tenía todo planeado porque no es verdad. Sin embargo, admito que congeniamos muy bien desde el primer momento y aquella coincidencia nos brindaba la ocasión perfecta. Sí, claro que venían otros miembros de la Asociación de Padres y otros profesores. Había buen ambiente, lo pasamos bien.
Estoy segura de que me preguntarías si Miguel se dio cuenta... Ni Miguel ni nadie. Todo el viaje transcurrió en armonía y nuestros deseos en la más absoluta discreción. Discreción que contribuyó en buena parte a acrecentar nuestra complicidad. No quisiera insistir en ello porque soy consciente de que eso sería raspar la herida. Esos recuerdos me los guardo para mí solita. Chispas. Saltaban chispas en cada mirada. Era evidente que entre nosotros había química.
Llegamos al hotel y apenas hubo tiempo para cenar. El viaje había sido largo, con una parada para el almuerzo y poco más. Hablar, hablar y hablar, eso sí. A la mañana siguiente madrugábamos, así que nadie propuso plan nocturno. No, nadie. Pero debés saber que no me habría negado... Incluso, -no me importa admitirlo-, sentí algo de decepción.
Por la mañana me dio algunas nociones de esquí mientras los chicos estaban en el cursillo. No recuerdo haberlo pasado tan bien en mucho tiempo. Risas, bromas, caídas, revolcones en la nieve... Nos quedamos últimos. Me senté fatigada sobre una piedra, apoyando mi espalda contra el tronco de un árbol. Un cruce de miradas terminó en el primer encuentro de nuestras lenguas.
¿Culpable? No, no me sentí culpable. Lo deseaba. Ni se lo impedí, ni me resistí. Creeme, en ese momento no existía ni la piedra que se me estaba clavando en las nalgas.
No hubo palabras pero tampoco dudas.
Por la noche, después de cenar, un poco de charla y guitarra y los chicos se fueron a sus habitaciones. Estaban agotados los pobres y quedaba un día y el viaje de regreso por delante. Los mayores tomamos una copa en el propio hotel, al calor de la chimenea. Fue realmente agradable. El grupo, encantador. Alejandro el que más.
A la mañana siguiente como si nada. Desayuno y vuelta. Fin de la historia.
Ojalá... fin de la historia, ojalá. Fin de mi historia. Pero vos, como siempre, querrás saber más.
¿En tu habitación? ¿En la suya?
En la mía.
¿Vino él? O sea... ¡lo dejaste entrar!
Lo dejé entrar.
Pero...
¿Pero qué? No creo que sea buena idea entrar en detalles.
Comprendé que necesito saber. ¿Necesitás? No necesitás. Sabes lo esencial, no seas perverso, no escarbés en pormenores dañinos, datos superfluos.
Saber, saber... ¿Saber qué? ¿La postura? ¿Cómo la tiene? ¿Cuánto me gustó? ¿Cuántas veces acabé? ¿Cuántas él? ¿Si se la chupé? ¿...si se puso forro? Todo. ¡Todo! Querrás saberlo todo y me harás relatarte cada detalle, cada sensación, cada deseo de los que con vos no encuentro. Será tu arma para hacerme sentir mal, como si yo no lo recordara por mí misma, para mí misma...
De nuevo nos quedamos últimos. Esta vez frente a la chimenea. Enseguida surgió la necesidad de retomar el beso que en la nieve acabó prematuramente a sabiendas de que sería una buena forma de continuar alimentando nuestra más íntima complicidad, sobreentendida más que probada. Ambos estuvimos de acuerdo en que, si bien era el lugar más sugerente, la discreción no se sentaría nunca en el sofá de al lado a vigilar si alguien tenía insomnio, así que optamos por encerrarnos en mi habitación.
Me sentía tan cómoda con él, tan a gusto... Me miraba a los ojos mientras hablábamos, me hacía preguntas, me escuchaba atentamente. Hacía tiempo que no me había sentido tan atrapada por una sensación. Más que un simple coqueteo; habría estado hablando horas y horas, pero consciente de que pasadas esas horas quizás no habría tiempo de más, opté por dejarme caer en las redes del deseo, atrapada como un insecto en una telaraña zarandeada por el viento.
Cerró la puerta tras de sí dejando al otro lado del picaporte todos los compromisos, los prejuicios, las ataduras morales, las normas no escritas. Apoyó su espalda contra la madera rústica de la puerta para impedir que algún remordimiento pudiera colarse entre las bisagras desencajadas. Sólo penumbra, sólo nuestras respiraciones inquietas.
Nuestros cuerpos se fundieron en un cálido envoltorio de brazos y manos egoístas, acaparadoras. Nuestras lenguas en un nido de serpientes enloquecidas exigiendo más y más territorio. Me desabotoné la camisa, me quité el corpiño.
Sí, yo. Yo me lo quité. No preguntarás de qué habíamos estado hablando antes. Eso es lo de menos. Eso no tiene importancia.
También su torso quedó desnudo. Nos lamimos, nos saboreamos la piel. Restregamos nuestros cuerpos, sentimos la calidez y el tacto de lo tantas veces perseguido con miradas, de lo anhelado a escondidas. Disfrutamos de cada caricia, de cada roce.
Bajó por mi pecho hasta encontrar a tientas la tela del pantalón, atravesando mi vientre con un rastro de saliva, apretando mis nalgas por fuera y luego por dentro de la tela. Acarició mi bombacha, mordisqueó mis nalgas. Me acostó desnuda sobre la cama y se despojó de la ropa que aún llevaba puesta.
Dos cuerpos desnudos, cinco horas por delante. Todo el deseo del mundo acorralado entre cuatro paredes, esparcido por el suelo, la alfombra y las sábanas.
En esos momentos no pensás en nada más que en sentir. Quizás recordar lo que has olvidado, quizás descubrir lo desconocido, porque siempre será distinto: distintas circunstancias, distintas personas, distintas vidas. Y no pensás en nada más..., en nada menos. Coger. Hacer el amor... llamalo como quieras. Sexo. Sólo sexo. Confortable sexo. Sexo pactado y prohibido. Sexo ansiado. Sexo desenfrenado, aunque acotado. Sin expectativas, sin después, sin hasta otra. Ni próxima, ni siguiente... Sexo porque sí. Porque te lo pide el cuerpo, porque te lo ofrece la vida.
Su lengua y sus dedos anduvieron entretenidos entre mis piernas, buscando placer, encontrando humedad. Suspiros, gemidos, súplicas. Éxtasis en el morbo de lo inusual. Gozo, satisfacción, deleite por esculpir a base de cachetes consentidos.
Te parecerá que exagero. Ojalá. Harás de la negación tu refugio, tu coartada.
¿Su pija? ¡Por supuesto que se la chupé, no me lo iba a perder! Pero aunque lo recuerde mejor que cualquier otro detalle, por favor, no me pidas que te cuente cómo fue, cómo gemía de placer, cómo la timidez de las primeras caricias me transformó en la puta enloquecida que siempre ha querido cogerte. Se salía de tu guión...
Sí, me la tragué toda. Mi lengua ha degustado su dulce, espeso y grumoso semen, mi garganta lo ha tragado, mis manos lo han palpado, mis pechos lo han sentido derramarse como riachuelos de lava. ¿Querías detalles, no? Ahí los tenés. Masticalos, vomitalos después.
Lo cabalgué lentamente, sintiendo su rigurosa hombría clavarse en mi moral desinhibida. En cada embestida su verga se abría camino entre promesas forzadas, excusas sin sentido y retazos de futuro incierto. Jadeante, sudorosa,... me enraizaba en sus hombros y me apuntalaba en su pecho apenas consciente de la inmadurez de mis actos. Pidiendo más, rogando más... temiendo tras cada espasmo abrir de nuevo los ojos para descubrir que era su cuerpo y no el que debiera ser.
Luego fue más rápido, más salvaje. Voraz.
No sé cuántas. Tres, cuatro... No sabría decirte. El placer era continuo, como un reloj de arena al que das vuelta tantas veces como quieras, en ocasiones sin dejar pasar todo su contenido de extremo a extremo, interrumpiéndolo a tu antojo para retomarlo después. El límite lo marcó el reloj. El de verdad. El de pulsera que procuró no olvidar en la mesita.
Y lloraré. Y llorarás. Y cuando crea que has terminado, que te das por satisfecho, por lastimado y vencido, -quién sabe si vencedor-, entonces seguirán surgiendo como grietas en una vieja casa las preguntas más indiscretas, las más insignificantes, las más inesperadas.
¿Por detrás? Dudo que me preguntaras si también dejé que me cogiera por el culo. ¿O reclamarías acaso lo que nunca fue tuyo?
Y no satisfecho con el dolor emocional, herido también por lo que no te cuente y te obligues a imaginar, harás sangrar mi conciencia con una última ronda de preguntas, esta vez profundas, trascendentales, reflexivas, como las que hacen los abogados a los delincuentes confesos. Una vuelta más de tuerca.
¿Me arrepiento? Siento que haya tenido que pasar, no que haya pasado.
¿Cómo puedo confiar en vos ahora? ¿Te das cuenta de lo que esto significa? ¿Lo repetirías si tuvieras la oportunidad?
...¿Lo repetirías si tuvieras la oportunidad? ¿Lo repetirías si...
- Vamos, que es un deseo... Sólo un deseo, no las últimas voluntades.
- Sí, ya. Ya está.
Y espanté la pestaña de un soplido. Pero el soplido sólo se llevó la pestaña.
fuente y autor:reservados
Me mostraba entusiasmado una pestaña atrapada entre índice y pulgar, elevándola orgulloso por encima de mi vista. Un deseo...
-. Y no me lo digas, ¿eh?, que si no, no se cumple.
Un deseo...
Mal momento para pedir un deseo. Se me venían tantos a la cabeza que no podría concretar. ¿Uno nada más?
Desearía haberte sido fiel siempre. No, antes que eso; desearía no haber sentido nunca la necesidad de serte infiel, ni la curiosidad por experimentar esa pasión desenfrenada que se desgastó entre nosotros, porque una vez roída, lo demás viene solo. ¿Inevitable? Nunca lo sabremos...
Hay quien dice que una infidelidad a tiempo reconstruye una relación marchita. Visto así, a lo mejor mi deseo sería que te enteraras. Que supieras cómo surgió, cómo no pude negarme, cómo lo disfruté y cómo -en nuestro caso-, no ha servido para nada. En ese sentido, mi deseo sería que vos lo supieras, a ver si así nos servía para algo... a los dos, me refiero.
No tendría por qué entrar en detalles salvo que me los pidieras. ¿Me los pedirías? ¿Y si me preguntás si me gustó? ¿Y si te contestara que me gustó más que con vos? Sé que empezarías con preguntas inocentes: ¿cuánto duró?, ¿dónde le conociste? Y hasta ahí no tendría problema en contestar. Duró. Duró bastante, al menos para mí. No sé si él diría lo mismo, pero a mí me entró por el ojo desde el primer momento. Lo que pasa es que no resultaba fácil; una situación complicada. Pero si te referís estrictamente a la infidelidad carnal, esa no duró tanto. Una vez fue suficiente. Suficiente para él. Suficiente para darnos cuenta de que la situación no era sostenible. ¿Mejor así? No lo sé.
Lo conocí en el colegio de Miguel. Marzo, con el comienzo del curso. Primera reunión de padres. Vos no viniste porque estabas de viaje. En realidad, apenas tuviste ocasión de verlo alguna vez. Quizás ni te hayas fijado. Una vez fuimos a buscar a Miguel. Venía de excursión. El Planetario, creo recordar... ¡Bah!, no te acordarías. Él estaba allí. Te lo presenté. "Mirá, Ramón, este es Alejandro…" Pero vos estabas más pendiente de Miguel que de otra cosa. Con razón, claro, porque hacía como una semana que no veías a nuestro hijo despierto. Un apretón de manos distraído fue todo el contacto que mantuviste. Para nada fue una situación tensa. No había nada que ocultar.
Aunque tengas un pobre recuerdo de él, bastarán esos datos para alimentar tu curiosidad, quién sabe si tu ira. Entonces querrás saber más. ¿Quién empezó?
Quién empezó... si te dijera que empecé yo pensarás que lo busqué. Si te dijera que empezó él me vas a preguntar por qué dejé que pasara. Empezamos los dos y seguimos los dos. Dejémoslo así. Nadie lo forzó, nadie se opuso. Surgió y ya. Espontáneo, inapropiado, inoportuno... imparable.
Lo más probable es que llegados a este punto yo ya estuviera arrepentida de haberte contado nada. Me arrancaría otra pestaña, otro puñado de pestañas, y pediría mil veces el mismo deseo: no haberte contado nada, dar marcha atrás en la máquina del tiempo. Veinte minutos, no más.
Pero seguro que en ese momento no te detendrías todo bucólico a buscar una pestaña inerte en mi mejilla para ofrecerme un segundo deseo. En ese momento sólo querrías saber más.
¿Dónde, cómo? Horror... detalles no. Ante mi silencio temporal y mi gesto de circunstancias tu memoria me sacaría de apuros. Sí, eso es. Vacaciones de invierno en la nieve. No me creerás, pero te juro que en un primer momento sólo pensé en que era buena idea por Miguel. Sabés que me da pánico que vaya de viaje, así que o iba con él o no lo hubiera dejado ir. Pasaron una circular pidiendo colaboración a los padres. Te lo comenté y te pareció buena idea. Total, vos ibas a estar afuera también. Luego me enteré de que Alejandro era uno de los tutores asignados a la excursión. Y me alegré, claro que me alegré.
Me dolería que pensaras que lo tenía todo planeado porque no es verdad. Sin embargo, admito que congeniamos muy bien desde el primer momento y aquella coincidencia nos brindaba la ocasión perfecta. Sí, claro que venían otros miembros de la Asociación de Padres y otros profesores. Había buen ambiente, lo pasamos bien.
Estoy segura de que me preguntarías si Miguel se dio cuenta... Ni Miguel ni nadie. Todo el viaje transcurrió en armonía y nuestros deseos en la más absoluta discreción. Discreción que contribuyó en buena parte a acrecentar nuestra complicidad. No quisiera insistir en ello porque soy consciente de que eso sería raspar la herida. Esos recuerdos me los guardo para mí solita. Chispas. Saltaban chispas en cada mirada. Era evidente que entre nosotros había química.
Llegamos al hotel y apenas hubo tiempo para cenar. El viaje había sido largo, con una parada para el almuerzo y poco más. Hablar, hablar y hablar, eso sí. A la mañana siguiente madrugábamos, así que nadie propuso plan nocturno. No, nadie. Pero debés saber que no me habría negado... Incluso, -no me importa admitirlo-, sentí algo de decepción.
Por la mañana me dio algunas nociones de esquí mientras los chicos estaban en el cursillo. No recuerdo haberlo pasado tan bien en mucho tiempo. Risas, bromas, caídas, revolcones en la nieve... Nos quedamos últimos. Me senté fatigada sobre una piedra, apoyando mi espalda contra el tronco de un árbol. Un cruce de miradas terminó en el primer encuentro de nuestras lenguas.
¿Culpable? No, no me sentí culpable. Lo deseaba. Ni se lo impedí, ni me resistí. Creeme, en ese momento no existía ni la piedra que se me estaba clavando en las nalgas.
No hubo palabras pero tampoco dudas.
Por la noche, después de cenar, un poco de charla y guitarra y los chicos se fueron a sus habitaciones. Estaban agotados los pobres y quedaba un día y el viaje de regreso por delante. Los mayores tomamos una copa en el propio hotel, al calor de la chimenea. Fue realmente agradable. El grupo, encantador. Alejandro el que más.
A la mañana siguiente como si nada. Desayuno y vuelta. Fin de la historia.
Ojalá... fin de la historia, ojalá. Fin de mi historia. Pero vos, como siempre, querrás saber más.
¿En tu habitación? ¿En la suya?
En la mía.
¿Vino él? O sea... ¡lo dejaste entrar!
Lo dejé entrar.
Pero...
¿Pero qué? No creo que sea buena idea entrar en detalles.
Comprendé que necesito saber. ¿Necesitás? No necesitás. Sabes lo esencial, no seas perverso, no escarbés en pormenores dañinos, datos superfluos.
Saber, saber... ¿Saber qué? ¿La postura? ¿Cómo la tiene? ¿Cuánto me gustó? ¿Cuántas veces acabé? ¿Cuántas él? ¿Si se la chupé? ¿...si se puso forro? Todo. ¡Todo! Querrás saberlo todo y me harás relatarte cada detalle, cada sensación, cada deseo de los que con vos no encuentro. Será tu arma para hacerme sentir mal, como si yo no lo recordara por mí misma, para mí misma...
De nuevo nos quedamos últimos. Esta vez frente a la chimenea. Enseguida surgió la necesidad de retomar el beso que en la nieve acabó prematuramente a sabiendas de que sería una buena forma de continuar alimentando nuestra más íntima complicidad, sobreentendida más que probada. Ambos estuvimos de acuerdo en que, si bien era el lugar más sugerente, la discreción no se sentaría nunca en el sofá de al lado a vigilar si alguien tenía insomnio, así que optamos por encerrarnos en mi habitación.
Me sentía tan cómoda con él, tan a gusto... Me miraba a los ojos mientras hablábamos, me hacía preguntas, me escuchaba atentamente. Hacía tiempo que no me había sentido tan atrapada por una sensación. Más que un simple coqueteo; habría estado hablando horas y horas, pero consciente de que pasadas esas horas quizás no habría tiempo de más, opté por dejarme caer en las redes del deseo, atrapada como un insecto en una telaraña zarandeada por el viento.
Cerró la puerta tras de sí dejando al otro lado del picaporte todos los compromisos, los prejuicios, las ataduras morales, las normas no escritas. Apoyó su espalda contra la madera rústica de la puerta para impedir que algún remordimiento pudiera colarse entre las bisagras desencajadas. Sólo penumbra, sólo nuestras respiraciones inquietas.
Nuestros cuerpos se fundieron en un cálido envoltorio de brazos y manos egoístas, acaparadoras. Nuestras lenguas en un nido de serpientes enloquecidas exigiendo más y más territorio. Me desabotoné la camisa, me quité el corpiño.
Sí, yo. Yo me lo quité. No preguntarás de qué habíamos estado hablando antes. Eso es lo de menos. Eso no tiene importancia.
También su torso quedó desnudo. Nos lamimos, nos saboreamos la piel. Restregamos nuestros cuerpos, sentimos la calidez y el tacto de lo tantas veces perseguido con miradas, de lo anhelado a escondidas. Disfrutamos de cada caricia, de cada roce.
Bajó por mi pecho hasta encontrar a tientas la tela del pantalón, atravesando mi vientre con un rastro de saliva, apretando mis nalgas por fuera y luego por dentro de la tela. Acarició mi bombacha, mordisqueó mis nalgas. Me acostó desnuda sobre la cama y se despojó de la ropa que aún llevaba puesta.
Dos cuerpos desnudos, cinco horas por delante. Todo el deseo del mundo acorralado entre cuatro paredes, esparcido por el suelo, la alfombra y las sábanas.
En esos momentos no pensás en nada más que en sentir. Quizás recordar lo que has olvidado, quizás descubrir lo desconocido, porque siempre será distinto: distintas circunstancias, distintas personas, distintas vidas. Y no pensás en nada más..., en nada menos. Coger. Hacer el amor... llamalo como quieras. Sexo. Sólo sexo. Confortable sexo. Sexo pactado y prohibido. Sexo ansiado. Sexo desenfrenado, aunque acotado. Sin expectativas, sin después, sin hasta otra. Ni próxima, ni siguiente... Sexo porque sí. Porque te lo pide el cuerpo, porque te lo ofrece la vida.
Su lengua y sus dedos anduvieron entretenidos entre mis piernas, buscando placer, encontrando humedad. Suspiros, gemidos, súplicas. Éxtasis en el morbo de lo inusual. Gozo, satisfacción, deleite por esculpir a base de cachetes consentidos.
Te parecerá que exagero. Ojalá. Harás de la negación tu refugio, tu coartada.
¿Su pija? ¡Por supuesto que se la chupé, no me lo iba a perder! Pero aunque lo recuerde mejor que cualquier otro detalle, por favor, no me pidas que te cuente cómo fue, cómo gemía de placer, cómo la timidez de las primeras caricias me transformó en la puta enloquecida que siempre ha querido cogerte. Se salía de tu guión...
Sí, me la tragué toda. Mi lengua ha degustado su dulce, espeso y grumoso semen, mi garganta lo ha tragado, mis manos lo han palpado, mis pechos lo han sentido derramarse como riachuelos de lava. ¿Querías detalles, no? Ahí los tenés. Masticalos, vomitalos después.
Lo cabalgué lentamente, sintiendo su rigurosa hombría clavarse en mi moral desinhibida. En cada embestida su verga se abría camino entre promesas forzadas, excusas sin sentido y retazos de futuro incierto. Jadeante, sudorosa,... me enraizaba en sus hombros y me apuntalaba en su pecho apenas consciente de la inmadurez de mis actos. Pidiendo más, rogando más... temiendo tras cada espasmo abrir de nuevo los ojos para descubrir que era su cuerpo y no el que debiera ser.
Luego fue más rápido, más salvaje. Voraz.
No sé cuántas. Tres, cuatro... No sabría decirte. El placer era continuo, como un reloj de arena al que das vuelta tantas veces como quieras, en ocasiones sin dejar pasar todo su contenido de extremo a extremo, interrumpiéndolo a tu antojo para retomarlo después. El límite lo marcó el reloj. El de verdad. El de pulsera que procuró no olvidar en la mesita.
Y lloraré. Y llorarás. Y cuando crea que has terminado, que te das por satisfecho, por lastimado y vencido, -quién sabe si vencedor-, entonces seguirán surgiendo como grietas en una vieja casa las preguntas más indiscretas, las más insignificantes, las más inesperadas.
¿Por detrás? Dudo que me preguntaras si también dejé que me cogiera por el culo. ¿O reclamarías acaso lo que nunca fue tuyo?
Y no satisfecho con el dolor emocional, herido también por lo que no te cuente y te obligues a imaginar, harás sangrar mi conciencia con una última ronda de preguntas, esta vez profundas, trascendentales, reflexivas, como las que hacen los abogados a los delincuentes confesos. Una vuelta más de tuerca.
¿Me arrepiento? Siento que haya tenido que pasar, no que haya pasado.
¿Cómo puedo confiar en vos ahora? ¿Te das cuenta de lo que esto significa? ¿Lo repetirías si tuvieras la oportunidad?
...¿Lo repetirías si tuvieras la oportunidad? ¿Lo repetirías si...
- Vamos, que es un deseo... Sólo un deseo, no las últimas voluntades.
- Sí, ya. Ya está.
Y espanté la pestaña de un soplido. Pero el soplido sólo se llevó la pestaña.
fuente y autor:reservados
9 comentarios - Querrás saber más
no entendi lo de "fuente y autor: reservados", el relato no lo escribiste vos pero no podés decir quién fue?
Tremendo Relato!!!