Estaba en estado de shock. A duras penas lograba concentrarse en el tránsito del sábado por la tarde manejando camino a su casa. Ana no dejaba de repasar mentalmente la conversación con Sonia, y apenas podía creerlo. Nunca lo hubiera imaginado, siquiera. Iba contra todos sus principios, y no lograba comprender como su amiga, una mujer como ella, de clase, con una familia constituida, que parecía tenerlo todo, había llegado tan bajo.
Y lo peor es que no estaba arrepentida. Por el contrario, parecía contenta. Después de lo que había pasado. ¡Como podía ser tan puta! Volvió a recordar, como buscando algún hecho que le permitiera aceptar lo sucedido y poder seguir mirándola a la cara. Sonia la había llamado ese mediodía.
- ¡Ana! – parecía nerviosa – ¿Estás sola?
- ¡Claro! – contestó extrañada. Ernesto, su marido, había ido a jugar golf con Andrés, el marido de Sonia. – ¡Si Ernesto está con tu marido!
- Ah, bueno, entonces venite para casa a tomar un café – su amiga parecía no escucharla – ¡Tengo que contarte algo!
En realidad, no tenía muchas ganas de ir, pero accedió. Sonia era su mejor amiga. Los dos matrimonios eran muy unidos, porque también los hombres se conocían desde la adolescencia. Y los chicos compartían el colegio y el club. Ana tenía un varón de doce años y una nena de diez. Sonia tenía una nena de doce y un varón de diez. Los cuatro eran muy amigos. Ese fin de semana habían ido de campamento con otros niños del club.
- Bueno…- respondió – En media hora estoy por allí… No se molestó en cambiarse, fue con el jogging que tenía puesto. Usó el auto, ya que Ernesto había ido en el de Andrés al club.
- ¡Hola! – besó a su amiga que le abría la puerta de su casa, un suntuoso chalet – ¿Cómo estás?
- ¡Bien! – Sonia parecía excitada. Sus movimientos eran nerviosos, iba y venía sirviendo el café – ¡Muy bien!
Era raro verla tan exultante. En realidad, casi siempre era de un carácter algo apagado. Ana siempre lo había atribuido al tipo de vida que ambas llevaban. Totalmente dedicadas a la casa, a atender a sus maridos, a reuniones sociales aburridas, en fin, una vida de clase media burguesa. Eso sí, con una posición económica holgada, que les permitía darse gustos caros, buena ropa, tiempo libre, gimnasio, instituto de belleza y todo lo demás. Eran éstas las principales gratificaciones que se permitían. Verse bien. Casi espectaculares. Ana era pelirroja, alta, de ojos celestes y un cuerpo de proporciones impresionantes. Realmente llamaba la atención de los hombres, con unos pechos portentosos y una cola que se mantenía firme a sus treinta y ocho años, a fuerza de ejercicios. Y Sonia también estaba muy bien. Algo más baja, rubia y con un cuerpo muy trabajado. A veces se preguntaban para qué. Si sus maridos prestaban más atención a un partido de fútbol que a su ropa interior, por más atrevida que ésta fuera. Y ni qué hablar de sus amigos. Las reuniones de póquer de los viernes por la noche eran sagradas, completando el quinteto con otros tres. Claro, que los otros eran diferentes. Tres atorrantes, solterones, que se la pasaban viajando por negocios (eso decían ellos). Eran más divertidos que sus maridos, siempre hacían bromas, pero nadie le quitaba de la cabeza que eran una mala influencia.
- ¿Y qué tal anoche? – preguntó, refiriéndose a la partida de los viernes, que se había llevado a cabo en casa de Sonia. Ernesto no había podido concurrir, muy a pesar suyo, pues una reunión en el trabajo lo mantuvo ocupado hasta tarde. – ¿Quién ocupó la quinta silla?
- Yo…- contestó Sonia, con un brillo de picardía en la mirada – Te tengo que contar…- parecía ansiosa, y al mismo tiempo dubitativa
- ¡Ganaste! – se alegró de antemano Ana
- Mmmm…- Sonia tenía una sonrisa enigmática – Dinero…no….
- ¿Entones? – Ana se sintió picada por la curiosidad.
- ¡Pero me tenés que prometer que no me vas a juzgar! – algo importante debía ser, para que Sonia tomara tantos recaudos. Algo muy transgresor. Ana se puso tensa.
- ¿Tan malo es? – presionó a su amiga para que le contara.
- No…malo no…- Sonia la estudiaba – Para mí es genial…
- ¡Dale! – apuró – ¡Contáme!
- Antes la promesa…- Sonia quería estar segura.
- ¡Bueno, está bien, te lo prometo! – se impacientó.
Sonia se acomodó a su lado en el sofá del living. Su tono de voz se hizo bajo, profundo, con un dejo de complicidad.
- Bueno, como Ernesto no vino – comenzó, con un brillo en la mirada – y les faltaba uno, me dijeron que me sentara a jugar…- continuó – …¡te imaginás!…yo estaba aburrida, de modo que acepté. Al principio, no ganaba una mano ni de casualidad, se reían los cuatro de mí….- parecía entusiasmada por el relato
- ¡Qué cretinos! – Ana imaginaba a su amiga siendo blanco de las bromas de los cuatro hombres, incluido su marido – ¿No te daba rabia?
- ¡Noo, al contrario! – reía Sonia – Me divertía…Ya sabés como son Mariano, Raúl y Marcelo, me moría de risa. Me decían que me iban a dejar desnuda si seguía así, que iba a tener que pagar con mi cuerpo….
- ¿Y Andrés? – se extrañó Ana – ¿No se enojaba?
- No, qué va, estaba divertidísimo – explicaba Sonia – Entre la bebida y las bromas nos divertíamos una barbaridad…
- ¿Y perdiste mucho dinero? – preguntó Ana, pensando que ése sería el problema que su amiga le quería contar
- No, después empecé a recuperar, me venían unas cartas bárbaras – se entusiasmaba Sonia – Al rato era yo la que les decía que los iba a dejar en bolas….
- Ah, entonces no te fue tan mal… – Ana quería saber más.
- No…bueno, el asunto es que entre broma y broma nos bebimos una botella entera de wisky y seguimos con champagne …- contaba Sonia
- ¡Menuda borrachera! – exclamó Ana, segura de que ésa era la cuestión.
- ¡Síii, no sabés! – se iluminó el rostro de su amiga – Al rato ya nos reíamos de cualquier cosa, lo pasábamos fenomenal – parecía realmente excitada.
- Me imagino… – en realidad, Ana sintió algo de envidia. Le hubiera gustado compartir una velada algo zafada, fuera de los esquemas habituales. -¿Y ..? – quería seguir escuchando, si es que había algo más interesante por contar.
- Ah, bueno, en un momento, Mariano dijo que suspendiéramos un poco el juego, que tenía que ir a hacer pis.. – continuó Sonia – Yo, fui al otro baño, y cuando volví, Andrés estaba desparramado en el sillón, totalmente dormido por la “curda” – reía. – Los otros me decían que era un flojo, que no soportaba la bebida….
- Bueno, algo de razón tienen…- concordó Ana. Ambas sabían que tanto Andrés como Ernesto se dormían muy fácilmente….
- ¡Claro! – reía Sonia – Yo les pedí que me ayudaran a llevarlo a la cama, y ellos lo alzaron entre los tres, lo desnudaron y lo arroparon, muertos de risa. Me decían que ya me habían acomodado al bebé…
- Y se fueron….- Ana ya sabía el final
- La verdad, yo estaba tan divertida que les dije que no se fueran…- ahora su tono se hizo más grave – y nos quedamos bebiendo, no daba para seguir jugando a las cartas. Yo estaba muy borracha. Y ellos también. Empezamos a bailar, primero bailaba con Marcelo, luego con los otros, hasta que bailamos los cuatro juntos…
- ¿Y cómo hacían para bailar los cuatro? – preguntó Ana
- ¡Qué se yo, me abrazaban por todos lados! – reía Sonia – Uno por detrás, el otro por delante….
- ¡Nena, te querían hacer una fiestita…! – bromeó Ana
- ¡Y qué fiestita! – Ana abrió la boca sorprendida al escuchar a su amiga – Primero fue un besito en la mejilla, después me rozaban el culo como al pasar, alguno me tocó una teta…
- ¡Sonia! – Ana no cabía en sí de la sorpresa
- Yo estaba muy borracha….- Sonia la miraba fijo – Y me gustaba ese juego…Me fui excitando, y me empezaron a besar más, me acariciaban….¡No te podés imaginar lo que es sentir que tres tipos te acarician al mismo tiempo!…
- ¡Pero! – Ana no atinaba a decir palabra
- ¡Ay, Anita! – continuó su amiga – Entre la borrachera, el calor, y todo lo demás, me fueron desnudando….
- ¡Y vos los dejaste! – Ana estaba totalmente escandalizada
- ¡Me moría de ganas! – se confesó Sonia, en voz baja – ¡Estaba recalient
e, nunca me sentí así! – seguía – ¡Me sentí una diosa, me hicieron sentir una diosa!
- ¿Y…? – preguntó Ana, con curiosidad morbosa, pero no muy segura de querer escuchar la continuación del relato
- ¿Me prometés no contar nada?- Ahora Ana sabía que lo que iba a escuchar no le iba a gustar, pero algo la obligaba a seguir, una malsana curiosidad…
- ¡Ya te prometí! – se impacientó
- ¡Ay , Ana, no sabés! – Sonia estaba totalmente excitada con el relato, el rostro sonrosado, se pasaba la lengua por los labios – ¡No sabés cómo me cojieron! ¡Me volvieron loca!
- ¡¿Los tres?! – Ana no podía escuchar lo que oía – ¿Te cojieron los tres? – Por alguna razón su corazón le golpeaba el pecho.
- Si, no sabés – Sonia parecía revivir todo aquello, y disfrutarlo – Primero, cuando estuve desnuda, Mariano me chupaba la conchita. Nunca me la habían chupado así. Y Raúl las tetas…. – su rostro estaba encendido – Y Marcelo me puso la pija enfrente de la boca, era enorme….- bajó la mirada – Y yo, que estaba tan caliente, se la mamé….
- ¡Nena!…- Ana sentía el sudor correr por su espalda. Debería sentirse enojada, pensó, pero en cambio quería seguir escuchando. Al cambiar de posición en el sillón, percibió la humedad de su sexo…
- Mariano me la puso, y yo lo arañaba, pero no para librarme….- continuaba Sonia – y Raúl me penetró por el culo…
- ¡Los dos juntos! – Ahora, definitivamente, Ana no sabía lo que sentía. Su mente pareció cerrarse, como no aceptando lo que escuchaba, el placer con que su amiga le relataba una orgía que se prolongó casi hasta el amanecer. Y negando la excitación que el relato le producía.
- Me dolía todo…- Sonia finalizaba – Me di una ducha y me acosté, pero estaba muy bien
- ¡Sonia, qué me decís! – reaccionó Ana – ¡Te violaron!
- ¡No! – reía ella – ¡Me cojieron! ¡Y muy bien! – le tomó la mano -¡ Nunca me cojieron tan bien! – de pronto pareció darse cuenta de la actitud de Ana – Te escandalizaste….
- No…para nada…- trató de disimular Ana
- Ana, por favor, …
- Te digo que está bien…- la tranquilizó – Si para vos está bien….
- Deberías probar…- Ana tuvo que contenerse. ¡Lo único que faltaba!. Encima de comportarse como una puta reventada, quería convencerla a ella…
- No, gracias, estoy bien así….- trató de que su voz pareciera neutra. No quería discutir con Sonia. Apreciaba su amistad por encima de todo. Aún de esto….
Ana guardó el auto en la cochera al llegar a su casa. Eran las siete y media de la tarde. Ernesto estaría por llegar. Se duchó y se puso una solera elegante. Esa noche estaban solos.
Escuchó a su marido bromear con Andrés al despedirse en la puerta. El viernes siguiente la partida de póquer allí. Pensó que no sabía como reaccionaría al ver a los amigos de ellos.
Durante la cena, no podía concentrarse en la conversación con su marido. El relato de Sonia le daba vueltas en la cabeza. La intranquilizaba.
Miraron algo de televisión y luego se fueron a la cama. Ana se despojó del solero y lucía un conjunto de ropa interior que había elegido especialmente. El soutien destacaba sus pechos, descubriendo una buena porción, y la tanguita era más que sugestiva. Apenas cubría su mata de vello púbico, y eso que ella lo recortaba prolijamente.
Ernesto no parecía muy dispuesto a ninguna locura erótica. Nunca lo estaba. Ella insistió e insistió, hasta que logró algún avance. Todo rutina. Tanto, que cuando él finalmente se subió encima suyo, y comenzaba a penetrarla, la mente de Ana ya volaba por otros pensamientos.
No podía evitar de imaginar a su amiga en brazos de los tres amigos. Sentía el miembro de su marido penetrarla, y se encontró deseando algo más, algo que verdaderamente la excitara…”Me volvieron loca” había relatado Sonia….¿Cómo sería? ….
Sintió a su marido terminar dentro de ella. Casi sin palabras, se separaron. Ella se quedó mirando al cielorraso y él se fue al baño.
- ¿Estás bien? – preguntó Ernesto al volver del baño
- S-…si …- contestó Ana con un hilo de voz. Se metió en el baño y limpió el semen que se escurría entre sus piernas. Se miró
al espejo. Y sin querer, comparó su rostro con el rostro radiante que mostraba Sonia esa tarde.
Cuando regresó a la cama, Ernesto roncaba. Lo empujó suavemente para que cambiara de posición, se acostó a su lado y procuró dormir. Tardó bastante en lograrlo.
El domingo transcurrió tranquilo, almuerzo en casa de sus suegros, y al atardecer los chicos regresaron del campamento. Ana, más tranquila, los atendió mecánicamente, preparando sus cosas para el colegio. Era la última semana de clases.
Lunes. Como tantos otros. Los chicos al colegio. A media mañana debía ir al centro a realizar un trámite. A fines de la primavera, hacía bastante calor. Se puso un vestidito de algodón, algo escotado y bastante corto. Casi nunca lo usaba, era bastante atrevido. Se lo habían regalado. Y con el día caluroso que se avecinaba, decidió que no importaba si la miraban, quería ir fresca.
Antes de salir se miró al espejo. Y le gustó lo que vio.
Ya en el autobús, podía sentir las miradas masculinas puestas en ella mientras sacaba el boleto. Generalmente la fastidiaban esos babosos, pero ese día estaba de un humor distinto. Se sintió complacida. Cosas de mujeres.
Descendió del bus para tomar el metro. El trayecto era bastante largo hasta el centro, de modo que rogó encontrar un asiento. Para su sorpresa, la estación estaba atestada de gente.
- ¿Qué pasa? – preguntó a un señor, entre empujones. No era la hora pico, de modo que todo resultaba bastante extraño
- Hubo una mini huelga sorpresiva – le aclaró el hombre, que transpiraba copiosamente – Yo estoy hace una hora y media…
- ¡No! – dijo Ana – ¡Que mala suerte! – ya pensaba en volver a su casa, cuando por el altoparlante de la estación, anunciaron que el conflicto se había solucionado y que el primer tren partiría en cinco minutos. Ana pensó que ya que había salido, no tenía sentido perder la mañana, y decidió seguir hacia el centro. Claro que el viaje sería bastante incómodo.
Tal como había imaginado, en cuanto se abrieron las puertas del tren, una verdadera marea humana la lanzó dentro del vagón.
- ¡Que incivilizados! – pensó, mientras conseguía aferrarse con su mano izquierda de un pasamanos, sosteniendo precariamente la carpeta y su cartera con la otra. Quedó apretada entre varias personas, casi sin poder moverse. Las puertas del tren se cerraron y éste arrancó. Ya era tarde para arrepentirse. Y el viaje duraría por lo menos cuarenta y cinco minutos.
Primero fue un roce. Pensó que sería casualidad, o consecuencia del apretujamiento. Pero luego de dos minutos, pudo sentir claramente la palma de una mano recorriendo sus nalgas. Con un atrevimiento descarado.
-¡Lo único que me faltaba! – Ana estaba furiosa. No era nada nuevo, le pasaba a menudo.
La mano acariciaba su culo con maestría, se ve que el degenerado también lo hacía a menudo. Para colmo, como la tanguita que se había puesto era pequeña, podía sentir el roce de aquella piel.
Normalmente, hubiera tratado de cambiar de lugar, alejarse. Era lo que siempre hacía. Pero, quizás por lo atestado del vagón, decidió quedarse.
- ¡Divertíte todo lo que quieras, cretino! – pensó, y la mano se colaba audazmente por dentro de su tanguita. ¡Aquel tipo era un caradura!
Se volvió, no sin dificultad, dispuesta a enfrentar al abusador. Seguro era un vejete verde. Dudaba si armarle un escándalo, o simplemente ignorarlo. Grande fue su sorpresa cuando vio detrás suyo a un joven alto, moreno, de cabello rizado y tez bronceada, que la miró con gesto burlón y un destello de picardía en sus ojos verdes. Se quedó parada sin saber que hacer hasta que un barquinazo del vagón la apretó contra el pecho del muchacho.
Desapareció todo su enojo como por arte de magia. Sin reconocerse, se lo quedó mirando fijamente, mientras la gente a su alrededor la apretaba más contra aquel cuerpo poderoso.
De nuevo la mano , esta vez sobre su pierna.
El se agarraba con la derecha del mismo pasamanos del cual se sostenía ella. Sintió como le apretaba la mano mientras la otra subía por su pierna y descaradamente se detenía sobre su pubis, por encima de la tanguita. Ni un gesto en la cara.
Como llevada por un impulso diabólico que no pudo explicarse, Ana separó las piernas. Una imperceptible sonrisa pareció distender los labios del joven, que levantó las c
ejas.
La mano experta se coló por dentro de la tanguita. Ana sintió como un hábil dedo recorría los labios de su vagina y se entretenía con el clítoris, mientras el sudor humedecía su espalda. Pasó la lengua por sus labios, al tiempo que flexionaba algo las piernas, como si aceptara la caricia. El joven se inclinó sobre su hombro
- Sos una puta divina…- le oyó susurrar en su oído. Ya su sexo estaba totalmente empapado, y un dedo entraba y salía de su vagina, provocándole un sinfín de sensaciones. Las piernas se aflojaban. Cerró los ojos, y supo que le sobrevendría un orgasmo terrible, arrebatador. Se mordió el labio inferior para no jadear ni gritar. Y cerró las piernas, atrapando la mano de él.
- Mmmm…- fue su susurro inaudible. Aflojó las piernas y él aprovechó para retirar la mano
- Si te depilaras la conchita, no me cansaría de acariciártela….- la voz profunda en su oído la estremeció.
El tren se detuvo en la estación y el caradura se apartó de ella y se bajó, sin agregar una palabra. Ana no atinaba a reaccionar. El tren arrancó nuevamente.
Miró a su alrededor. Nadie parecía prestarle atención, pero se sintió desnuda entre la muchedumbre. Juntó las piernas y pudo notar que sus jugos se escurrían hacia abajo. No sabía qué hacer. Debía salir de allí.
El trayecto hasta la estación siguiente le pareció eterno. Por fin, las puertas se abrieron y se bajó rápidamente. Aferrando la carpeta y la cartera, subió las escaleras y salió a la calle. Necesitaba un baño. Urgente.
En la esquina había una confitería. Entró y se dirigió derecho al toilette de damas. Por suerte no había nadie. Y era limpio.
Ana procuró serenarse. Se miró al espejo, el rostro brillante, los labios húmedos. Nada delataba la experiencia por la que acababa de pasar. Por suerte.
Con papel higiénico secó sus piernas. Se quitó la tanguita, que estaba perdidamente empapada. Pensó en enjuagarla y volvérsela a poner. Pero le mojaría el vestido, y se notaría. Volvió a mirarse en el espejo, y no pudo evitar una sonrisa. ¡Qué situación!
Finalmente, se decidió y, envolviendo la tanguita con el pañuelo, la guardó en su cartera. Se acomodó el cabello y salió al salón. Se sentó en una mesa, pidiendo una gaseosa y se relajó.
Ya tranquila, mientras bebía su gaseosa, no pudo reprimir una sonrisa. Si lo contara, nadie lo creería. Ella, una señora de su casa, se había hecho masturbar por un desconocido en un subte repleto de gente. Y había tenido un orgasmo sensacional, como hacía mucho tiempo no experimentaba.
Y ahora estaba sentada sin ropa interior en una confitería elegante. Bah, sin ropa interior, no…todavía llevaba puesto el sujetador….
Pensó que debería ser excitante caminar en el centro casi desnuda, con sólo el vestidito de algodón…..y…¿Por qué no?…Total, no se enteraría nadie….
Aún sin poderlo creer, se encontró de nuevo en el baño, quitándose el sujetador. Quiso comprobar en el espejo si no resultaba algo demasiado escandaloso. No, podía pasar, aunque su andar resultaba terriblemente insinuante, con los pechos bamboleándose al compás de sus pasos. Decidió salir antes de que entrara alguien y la tomara por loca.
No había llegado a la mesa cuando pudo notar la mirada de su vecino. Se sintió bien, admirada, deseada….
Era una sensación totalmente nueva para ella. Arrebatadora.
Pagó la cuenta, y salió, notando como la mirada del mozo la siguió por todo el salón. Y la de su vecino.
Sentía la piel erizada de placer cuando bajó al metro nuevamente y en todo el trayecto a su destino. Los pezones, erectos, se marcaban en la tela del vestido. No pasaba un hombre que no le dijera alguna barbaridad.
El empleado de la financiera la atendió con exagerada amabilidad, los ojos le brillaban.
El trayecto de regreso fue un continuo disfrutar de sensaciones. Tan excitada estaba cuando descendió del metro, que decidió tomar un taxi en lugar del autobús para el último tramo hasta su casa. Sentada en el asiento trasero del vehículo, debió realizar un esfuerzo enorme para no acariciarse. Pero ya dentro de casa, corrió al baño y, desnudándose, se acariciaba los pechos y terminó
; introduciéndose dos dedos en la vagina, en una salvaje masturbación que la llevó a un nuevo orgasmo, el segundo del día.
Se duchó, se puso un short y una camiseta de tirantes y esperó a los chicos, que ya debían estar por volver del colegio.
Por la noche, sola en la cocina después de lavar los platos, tomaba un café y recordaba lo sucedido ese día. Contra todo lo esperable, no sintió vergüenza, ni arrepentimiento. Había disfrutado. Debía reconocerlo, las sensaciones que había experimentado eran extraordinarias. No es que pensara repetirlo, pero había estado bien….
Y, a decir verdad, lo mejor de todo había sido la trasgresión, lo prohibido, el riesgo.
Contenta por haberse animado, feliz consigo misma, apagó la luz y se durmió.
Martes, la rutina. A media mañana, sola en casa, decidió tomar sol. Cuando iba a ponerse la bikini, clásica, de señora, recordó las palabras del caradura del metro…
- “Si te depilaras…” – la tentación era muy grande. Se vistió y marchó al instituto de belleza. La atendió la empleada de siempre, que la conocía desde varios años.
- ¡Ana! – la saludó – ¿Cómo estás?
- Bien, vengo a que me hagas algo especial…
- Decíme….
- ¿Te parece….- se detuvo por un instante, dudando – …que me depile?
- Pero te depilé hace poco…- la mujer la había atendido la última vez
- No…digo…completamente – dijo Ana, remarcando la última palabra. La mujer la miró con cierto aire de complicidad.
- ¿El pubis ….completo? – preguntó con tono profesional
- Eeeeh…si…..- admitió – ¿Te parece? – preguntó con ansiedad. La empleada volvió a mirarla a los ojos.
- ¡Claro! – sonrió – Está de moda, es cómodo…- y en voz baja – …y a la mayoría los vuelve locos…
- ¡Noo…no es por eso! – sonrió Ana, sintiendo el rubor en su rostro – Es que con este calor….
- Claro, el calor….- sonreía la empleada – Bueno, acomodáte….
No demoró más de media hora.
De vuelta en su casa, Ana no pudo resistir la tentación, y se quitó la ropa, parándose frente al espejo desnuda. Su sexo depilado le gustó. No pudo evitar pensar en el joven del metro.
Desistió de vestirse y anduvo desnuda el resto de la mañana, tomando sol en el jardín y nadando en la pileta. Experimentaba una deliciosa sensación de libertad. Sus grandes pechos, rematados en unos pezones oscuros, de casi diez centímetros de diámetro, se broncearon levemente, lo mismo que sus nalgas.
Por la tarde, se vistió y cuando llegaron sus hijos, estaba radiante.
Esa noche, le costó dormirse. Fantaseando en la oscuridad del dormitorio, con Ernesto tendido a su lado, roncando, pensó en que por la mañana podría ir a viajar en el metro, a ver si aparecía su anónimo galán. La idea la excitó. Durante un rato le dio vueltas al asunto, pero no. Ella era una señora, y no podía permitirse esos deslices…
El miércoles fue especial. Cuando Ernesto y los chicos se fueron, se quedó en la cocina tomando café. Estaba intranquila, desasosegada.
Parecía que le faltaba algo a su vida. Ya la rutina no la conformaba. Sus pensamientos fueron derivando hasta que se encontró sin querer pensando en Sonia. Había sido muy dura con ella. Al fin y al cabo, no podía juzgarla. Y era su amiga de toda la vida.
La llamó por teléfono.
- ¡Anita, qué alegría! – la reconoció
- ¡Bien, en casa, sola! – no se animó a preguntarle por su relación con los amigos de sus esposos.
- Yo tengo que ir al shopping a comprar unas cosas…- dijo Sonia -…¿Querés que nos encontremos?
- Bueno…- aceptó – ¿A la una está bien?
- Si, nos vemos a la una…- y cortó.
Se encontraron y charlaron de generalidades durante un rato. Pero Ana quería saber algo en concreto.
- Y…- la miró fijo, con cautela – ¿Los volviste a ver?
- No…- Sonia sabía a quienes se refería -…¿por?
- No…por nada…- dudaba – …pensé que como estabas tan enamorada, tendrías urgencia de volver a ellos…
- Ana…- su amiga sonreía – …¡no estoy enamorada!…-la miraba como tratando de hacerle entender -…Esto es sólo un juego….¿Cómo te explico? …Es sexo, solamente sexo…
- Ah, yo pensé…- Ana parecía desorientada
- Solo me divierte, no quiero meterme en ningún lío… – Sonia, en cambio, parecía muy segura de lo que quería. – …Y no quiero que se entere nadie, excepto vos, que sos mi amiga….
Ana pensó en contarle su propia experiencia, pero inmediatamente desistió. Y en cierta forma, envidió a su amiga por tener las cosas más claras que ella.
Volviendo a su casa, pensaba que debía imitar a Sonia. Al fin y al cabo, si nadie se enteraba, ella podría vivir alguna aventura y romper la monotonía que la agobiaba. Algo estaba cambiando dentro de ella, y nadie parecía darse cuenta. Mejor.
Cuando los chicos regresaron del colegio, dijeron que el viernes, por ser el último día de clases, habría un acto por la mañana, y por la tarde partirían con el colegio al tradicional viaje de fin de curso. Ana tomó mentalmente nota, ya que al día siguiente tendría que prepararles el equipaje.
Roberto llegó al anochecer y le avisó que la partida de cartas de ese viernes la harían en casa, y que aprovecharían para festejar el cumpleaños de Raúl.
- ¿Viene Sonia? – preguntó Ana
- ¡Por supuesto! – le contestó su marido – Así pueden charlar…
El jueves, preparó los bolsos que los chicos llevarían al viaje. Pero su mente estaba puesta en la noche del viernes. Se preguntaba cómo se manejaría Sonia con sus tres amantes estando su marido…
CONTINUARA…
Y lo peor es que no estaba arrepentida. Por el contrario, parecía contenta. Después de lo que había pasado. ¡Como podía ser tan puta! Volvió a recordar, como buscando algún hecho que le permitiera aceptar lo sucedido y poder seguir mirándola a la cara. Sonia la había llamado ese mediodía.
- ¡Ana! – parecía nerviosa – ¿Estás sola?
- ¡Claro! – contestó extrañada. Ernesto, su marido, había ido a jugar golf con Andrés, el marido de Sonia. – ¡Si Ernesto está con tu marido!
- Ah, bueno, entonces venite para casa a tomar un café – su amiga parecía no escucharla – ¡Tengo que contarte algo!
En realidad, no tenía muchas ganas de ir, pero accedió. Sonia era su mejor amiga. Los dos matrimonios eran muy unidos, porque también los hombres se conocían desde la adolescencia. Y los chicos compartían el colegio y el club. Ana tenía un varón de doce años y una nena de diez. Sonia tenía una nena de doce y un varón de diez. Los cuatro eran muy amigos. Ese fin de semana habían ido de campamento con otros niños del club.
- Bueno…- respondió – En media hora estoy por allí… No se molestó en cambiarse, fue con el jogging que tenía puesto. Usó el auto, ya que Ernesto había ido en el de Andrés al club.
- ¡Hola! – besó a su amiga que le abría la puerta de su casa, un suntuoso chalet – ¿Cómo estás?
- ¡Bien! – Sonia parecía excitada. Sus movimientos eran nerviosos, iba y venía sirviendo el café – ¡Muy bien!
Era raro verla tan exultante. En realidad, casi siempre era de un carácter algo apagado. Ana siempre lo había atribuido al tipo de vida que ambas llevaban. Totalmente dedicadas a la casa, a atender a sus maridos, a reuniones sociales aburridas, en fin, una vida de clase media burguesa. Eso sí, con una posición económica holgada, que les permitía darse gustos caros, buena ropa, tiempo libre, gimnasio, instituto de belleza y todo lo demás. Eran éstas las principales gratificaciones que se permitían. Verse bien. Casi espectaculares. Ana era pelirroja, alta, de ojos celestes y un cuerpo de proporciones impresionantes. Realmente llamaba la atención de los hombres, con unos pechos portentosos y una cola que se mantenía firme a sus treinta y ocho años, a fuerza de ejercicios. Y Sonia también estaba muy bien. Algo más baja, rubia y con un cuerpo muy trabajado. A veces se preguntaban para qué. Si sus maridos prestaban más atención a un partido de fútbol que a su ropa interior, por más atrevida que ésta fuera. Y ni qué hablar de sus amigos. Las reuniones de póquer de los viernes por la noche eran sagradas, completando el quinteto con otros tres. Claro, que los otros eran diferentes. Tres atorrantes, solterones, que se la pasaban viajando por negocios (eso decían ellos). Eran más divertidos que sus maridos, siempre hacían bromas, pero nadie le quitaba de la cabeza que eran una mala influencia.
- ¿Y qué tal anoche? – preguntó, refiriéndose a la partida de los viernes, que se había llevado a cabo en casa de Sonia. Ernesto no había podido concurrir, muy a pesar suyo, pues una reunión en el trabajo lo mantuvo ocupado hasta tarde. – ¿Quién ocupó la quinta silla?
- Yo…- contestó Sonia, con un brillo de picardía en la mirada – Te tengo que contar…- parecía ansiosa, y al mismo tiempo dubitativa
- ¡Ganaste! – se alegró de antemano Ana
- Mmmm…- Sonia tenía una sonrisa enigmática – Dinero…no….
- ¿Entones? – Ana se sintió picada por la curiosidad.
- ¡Pero me tenés que prometer que no me vas a juzgar! – algo importante debía ser, para que Sonia tomara tantos recaudos. Algo muy transgresor. Ana se puso tensa.
- ¿Tan malo es? – presionó a su amiga para que le contara.
- No…malo no…- Sonia la estudiaba – Para mí es genial…
- ¡Dale! – apuró – ¡Contáme!
- Antes la promesa…- Sonia quería estar segura.
- ¡Bueno, está bien, te lo prometo! – se impacientó.
Sonia se acomodó a su lado en el sofá del living. Su tono de voz se hizo bajo, profundo, con un dejo de complicidad.
- Bueno, como Ernesto no vino – comenzó, con un brillo en la mirada – y les faltaba uno, me dijeron que me sentara a jugar…- continuó – …¡te imaginás!…yo estaba aburrida, de modo que acepté. Al principio, no ganaba una mano ni de casualidad, se reían los cuatro de mí….- parecía entusiasmada por el relato
- ¡Qué cretinos! – Ana imaginaba a su amiga siendo blanco de las bromas de los cuatro hombres, incluido su marido – ¿No te daba rabia?
- ¡Noo, al contrario! – reía Sonia – Me divertía…Ya sabés como son Mariano, Raúl y Marcelo, me moría de risa. Me decían que me iban a dejar desnuda si seguía así, que iba a tener que pagar con mi cuerpo….
- ¿Y Andrés? – se extrañó Ana – ¿No se enojaba?
- No, qué va, estaba divertidísimo – explicaba Sonia – Entre la bebida y las bromas nos divertíamos una barbaridad…
- ¿Y perdiste mucho dinero? – preguntó Ana, pensando que ése sería el problema que su amiga le quería contar
- No, después empecé a recuperar, me venían unas cartas bárbaras – se entusiasmaba Sonia – Al rato era yo la que les decía que los iba a dejar en bolas….
- Ah, entonces no te fue tan mal… – Ana quería saber más.
- No…bueno, el asunto es que entre broma y broma nos bebimos una botella entera de wisky y seguimos con champagne …- contaba Sonia
- ¡Menuda borrachera! – exclamó Ana, segura de que ésa era la cuestión.
- ¡Síii, no sabés! – se iluminó el rostro de su amiga – Al rato ya nos reíamos de cualquier cosa, lo pasábamos fenomenal – parecía realmente excitada.
- Me imagino… – en realidad, Ana sintió algo de envidia. Le hubiera gustado compartir una velada algo zafada, fuera de los esquemas habituales. -¿Y ..? – quería seguir escuchando, si es que había algo más interesante por contar.
- Ah, bueno, en un momento, Mariano dijo que suspendiéramos un poco el juego, que tenía que ir a hacer pis.. – continuó Sonia – Yo, fui al otro baño, y cuando volví, Andrés estaba desparramado en el sillón, totalmente dormido por la “curda” – reía. – Los otros me decían que era un flojo, que no soportaba la bebida….
- Bueno, algo de razón tienen…- concordó Ana. Ambas sabían que tanto Andrés como Ernesto se dormían muy fácilmente….
- ¡Claro! – reía Sonia – Yo les pedí que me ayudaran a llevarlo a la cama, y ellos lo alzaron entre los tres, lo desnudaron y lo arroparon, muertos de risa. Me decían que ya me habían acomodado al bebé…
- Y se fueron….- Ana ya sabía el final
- La verdad, yo estaba tan divertida que les dije que no se fueran…- ahora su tono se hizo más grave – y nos quedamos bebiendo, no daba para seguir jugando a las cartas. Yo estaba muy borracha. Y ellos también. Empezamos a bailar, primero bailaba con Marcelo, luego con los otros, hasta que bailamos los cuatro juntos…
- ¿Y cómo hacían para bailar los cuatro? – preguntó Ana
- ¡Qué se yo, me abrazaban por todos lados! – reía Sonia – Uno por detrás, el otro por delante….
- ¡Nena, te querían hacer una fiestita…! – bromeó Ana
- ¡Y qué fiestita! – Ana abrió la boca sorprendida al escuchar a su amiga – Primero fue un besito en la mejilla, después me rozaban el culo como al pasar, alguno me tocó una teta…
- ¡Sonia! – Ana no cabía en sí de la sorpresa
- Yo estaba muy borracha….- Sonia la miraba fijo – Y me gustaba ese juego…Me fui excitando, y me empezaron a besar más, me acariciaban….¡No te podés imaginar lo que es sentir que tres tipos te acarician al mismo tiempo!…
- ¡Pero! – Ana no atinaba a decir palabra
- ¡Ay, Anita! – continuó su amiga – Entre la borrachera, el calor, y todo lo demás, me fueron desnudando….
- ¡Y vos los dejaste! – Ana estaba totalmente escandalizada
- ¡Me moría de ganas! – se confesó Sonia, en voz baja – ¡Estaba recalient
e, nunca me sentí así! – seguía – ¡Me sentí una diosa, me hicieron sentir una diosa!
- ¿Y…? – preguntó Ana, con curiosidad morbosa, pero no muy segura de querer escuchar la continuación del relato
- ¿Me prometés no contar nada?- Ahora Ana sabía que lo que iba a escuchar no le iba a gustar, pero algo la obligaba a seguir, una malsana curiosidad…
- ¡Ya te prometí! – se impacientó
- ¡Ay , Ana, no sabés! – Sonia estaba totalmente excitada con el relato, el rostro sonrosado, se pasaba la lengua por los labios – ¡No sabés cómo me cojieron! ¡Me volvieron loca!
- ¡¿Los tres?! – Ana no podía escuchar lo que oía – ¿Te cojieron los tres? – Por alguna razón su corazón le golpeaba el pecho.
- Si, no sabés – Sonia parecía revivir todo aquello, y disfrutarlo – Primero, cuando estuve desnuda, Mariano me chupaba la conchita. Nunca me la habían chupado así. Y Raúl las tetas…. – su rostro estaba encendido – Y Marcelo me puso la pija enfrente de la boca, era enorme….- bajó la mirada – Y yo, que estaba tan caliente, se la mamé….
- ¡Nena!…- Ana sentía el sudor correr por su espalda. Debería sentirse enojada, pensó, pero en cambio quería seguir escuchando. Al cambiar de posición en el sillón, percibió la humedad de su sexo…
- Mariano me la puso, y yo lo arañaba, pero no para librarme….- continuaba Sonia – y Raúl me penetró por el culo…
- ¡Los dos juntos! – Ahora, definitivamente, Ana no sabía lo que sentía. Su mente pareció cerrarse, como no aceptando lo que escuchaba, el placer con que su amiga le relataba una orgía que se prolongó casi hasta el amanecer. Y negando la excitación que el relato le producía.
- Me dolía todo…- Sonia finalizaba – Me di una ducha y me acosté, pero estaba muy bien
- ¡Sonia, qué me decís! – reaccionó Ana – ¡Te violaron!
- ¡No! – reía ella – ¡Me cojieron! ¡Y muy bien! – le tomó la mano -¡ Nunca me cojieron tan bien! – de pronto pareció darse cuenta de la actitud de Ana – Te escandalizaste….
- No…para nada…- trató de disimular Ana
- Ana, por favor, …
- Te digo que está bien…- la tranquilizó – Si para vos está bien….
- Deberías probar…- Ana tuvo que contenerse. ¡Lo único que faltaba!. Encima de comportarse como una puta reventada, quería convencerla a ella…
- No, gracias, estoy bien así….- trató de que su voz pareciera neutra. No quería discutir con Sonia. Apreciaba su amistad por encima de todo. Aún de esto….
Ana guardó el auto en la cochera al llegar a su casa. Eran las siete y media de la tarde. Ernesto estaría por llegar. Se duchó y se puso una solera elegante. Esa noche estaban solos.
Escuchó a su marido bromear con Andrés al despedirse en la puerta. El viernes siguiente la partida de póquer allí. Pensó que no sabía como reaccionaría al ver a los amigos de ellos.
Durante la cena, no podía concentrarse en la conversación con su marido. El relato de Sonia le daba vueltas en la cabeza. La intranquilizaba.
Miraron algo de televisión y luego se fueron a la cama. Ana se despojó del solero y lucía un conjunto de ropa interior que había elegido especialmente. El soutien destacaba sus pechos, descubriendo una buena porción, y la tanguita era más que sugestiva. Apenas cubría su mata de vello púbico, y eso que ella lo recortaba prolijamente.
Ernesto no parecía muy dispuesto a ninguna locura erótica. Nunca lo estaba. Ella insistió e insistió, hasta que logró algún avance. Todo rutina. Tanto, que cuando él finalmente se subió encima suyo, y comenzaba a penetrarla, la mente de Ana ya volaba por otros pensamientos.
No podía evitar de imaginar a su amiga en brazos de los tres amigos. Sentía el miembro de su marido penetrarla, y se encontró deseando algo más, algo que verdaderamente la excitara…”Me volvieron loca” había relatado Sonia….¿Cómo sería? ….
Sintió a su marido terminar dentro de ella. Casi sin palabras, se separaron. Ella se quedó mirando al cielorraso y él se fue al baño.
- ¿Estás bien? – preguntó Ernesto al volver del baño
- S-…si …- contestó Ana con un hilo de voz. Se metió en el baño y limpió el semen que se escurría entre sus piernas. Se miró
al espejo. Y sin querer, comparó su rostro con el rostro radiante que mostraba Sonia esa tarde.
Cuando regresó a la cama, Ernesto roncaba. Lo empujó suavemente para que cambiara de posición, se acostó a su lado y procuró dormir. Tardó bastante en lograrlo.
El domingo transcurrió tranquilo, almuerzo en casa de sus suegros, y al atardecer los chicos regresaron del campamento. Ana, más tranquila, los atendió mecánicamente, preparando sus cosas para el colegio. Era la última semana de clases.
Lunes. Como tantos otros. Los chicos al colegio. A media mañana debía ir al centro a realizar un trámite. A fines de la primavera, hacía bastante calor. Se puso un vestidito de algodón, algo escotado y bastante corto. Casi nunca lo usaba, era bastante atrevido. Se lo habían regalado. Y con el día caluroso que se avecinaba, decidió que no importaba si la miraban, quería ir fresca.
Antes de salir se miró al espejo. Y le gustó lo que vio.
Ya en el autobús, podía sentir las miradas masculinas puestas en ella mientras sacaba el boleto. Generalmente la fastidiaban esos babosos, pero ese día estaba de un humor distinto. Se sintió complacida. Cosas de mujeres.
Descendió del bus para tomar el metro. El trayecto era bastante largo hasta el centro, de modo que rogó encontrar un asiento. Para su sorpresa, la estación estaba atestada de gente.
- ¿Qué pasa? – preguntó a un señor, entre empujones. No era la hora pico, de modo que todo resultaba bastante extraño
- Hubo una mini huelga sorpresiva – le aclaró el hombre, que transpiraba copiosamente – Yo estoy hace una hora y media…
- ¡No! – dijo Ana – ¡Que mala suerte! – ya pensaba en volver a su casa, cuando por el altoparlante de la estación, anunciaron que el conflicto se había solucionado y que el primer tren partiría en cinco minutos. Ana pensó que ya que había salido, no tenía sentido perder la mañana, y decidió seguir hacia el centro. Claro que el viaje sería bastante incómodo.
Tal como había imaginado, en cuanto se abrieron las puertas del tren, una verdadera marea humana la lanzó dentro del vagón.
- ¡Que incivilizados! – pensó, mientras conseguía aferrarse con su mano izquierda de un pasamanos, sosteniendo precariamente la carpeta y su cartera con la otra. Quedó apretada entre varias personas, casi sin poder moverse. Las puertas del tren se cerraron y éste arrancó. Ya era tarde para arrepentirse. Y el viaje duraría por lo menos cuarenta y cinco minutos.
Primero fue un roce. Pensó que sería casualidad, o consecuencia del apretujamiento. Pero luego de dos minutos, pudo sentir claramente la palma de una mano recorriendo sus nalgas. Con un atrevimiento descarado.
-¡Lo único que me faltaba! – Ana estaba furiosa. No era nada nuevo, le pasaba a menudo.
La mano acariciaba su culo con maestría, se ve que el degenerado también lo hacía a menudo. Para colmo, como la tanguita que se había puesto era pequeña, podía sentir el roce de aquella piel.
Normalmente, hubiera tratado de cambiar de lugar, alejarse. Era lo que siempre hacía. Pero, quizás por lo atestado del vagón, decidió quedarse.
- ¡Divertíte todo lo que quieras, cretino! – pensó, y la mano se colaba audazmente por dentro de su tanguita. ¡Aquel tipo era un caradura!
Se volvió, no sin dificultad, dispuesta a enfrentar al abusador. Seguro era un vejete verde. Dudaba si armarle un escándalo, o simplemente ignorarlo. Grande fue su sorpresa cuando vio detrás suyo a un joven alto, moreno, de cabello rizado y tez bronceada, que la miró con gesto burlón y un destello de picardía en sus ojos verdes. Se quedó parada sin saber que hacer hasta que un barquinazo del vagón la apretó contra el pecho del muchacho.
Desapareció todo su enojo como por arte de magia. Sin reconocerse, se lo quedó mirando fijamente, mientras la gente a su alrededor la apretaba más contra aquel cuerpo poderoso.
De nuevo la mano , esta vez sobre su pierna.
El se agarraba con la derecha del mismo pasamanos del cual se sostenía ella. Sintió como le apretaba la mano mientras la otra subía por su pierna y descaradamente se detenía sobre su pubis, por encima de la tanguita. Ni un gesto en la cara.
Como llevada por un impulso diabólico que no pudo explicarse, Ana separó las piernas. Una imperceptible sonrisa pareció distender los labios del joven, que levantó las c
ejas.
La mano experta se coló por dentro de la tanguita. Ana sintió como un hábil dedo recorría los labios de su vagina y se entretenía con el clítoris, mientras el sudor humedecía su espalda. Pasó la lengua por sus labios, al tiempo que flexionaba algo las piernas, como si aceptara la caricia. El joven se inclinó sobre su hombro
- Sos una puta divina…- le oyó susurrar en su oído. Ya su sexo estaba totalmente empapado, y un dedo entraba y salía de su vagina, provocándole un sinfín de sensaciones. Las piernas se aflojaban. Cerró los ojos, y supo que le sobrevendría un orgasmo terrible, arrebatador. Se mordió el labio inferior para no jadear ni gritar. Y cerró las piernas, atrapando la mano de él.
- Mmmm…- fue su susurro inaudible. Aflojó las piernas y él aprovechó para retirar la mano
- Si te depilaras la conchita, no me cansaría de acariciártela….- la voz profunda en su oído la estremeció.
El tren se detuvo en la estación y el caradura se apartó de ella y se bajó, sin agregar una palabra. Ana no atinaba a reaccionar. El tren arrancó nuevamente.
Miró a su alrededor. Nadie parecía prestarle atención, pero se sintió desnuda entre la muchedumbre. Juntó las piernas y pudo notar que sus jugos se escurrían hacia abajo. No sabía qué hacer. Debía salir de allí.
El trayecto hasta la estación siguiente le pareció eterno. Por fin, las puertas se abrieron y se bajó rápidamente. Aferrando la carpeta y la cartera, subió las escaleras y salió a la calle. Necesitaba un baño. Urgente.
En la esquina había una confitería. Entró y se dirigió derecho al toilette de damas. Por suerte no había nadie. Y era limpio.
Ana procuró serenarse. Se miró al espejo, el rostro brillante, los labios húmedos. Nada delataba la experiencia por la que acababa de pasar. Por suerte.
Con papel higiénico secó sus piernas. Se quitó la tanguita, que estaba perdidamente empapada. Pensó en enjuagarla y volvérsela a poner. Pero le mojaría el vestido, y se notaría. Volvió a mirarse en el espejo, y no pudo evitar una sonrisa. ¡Qué situación!
Finalmente, se decidió y, envolviendo la tanguita con el pañuelo, la guardó en su cartera. Se acomodó el cabello y salió al salón. Se sentó en una mesa, pidiendo una gaseosa y se relajó.
Ya tranquila, mientras bebía su gaseosa, no pudo reprimir una sonrisa. Si lo contara, nadie lo creería. Ella, una señora de su casa, se había hecho masturbar por un desconocido en un subte repleto de gente. Y había tenido un orgasmo sensacional, como hacía mucho tiempo no experimentaba.
Y ahora estaba sentada sin ropa interior en una confitería elegante. Bah, sin ropa interior, no…todavía llevaba puesto el sujetador….
Pensó que debería ser excitante caminar en el centro casi desnuda, con sólo el vestidito de algodón…..y…¿Por qué no?…Total, no se enteraría nadie….
Aún sin poderlo creer, se encontró de nuevo en el baño, quitándose el sujetador. Quiso comprobar en el espejo si no resultaba algo demasiado escandaloso. No, podía pasar, aunque su andar resultaba terriblemente insinuante, con los pechos bamboleándose al compás de sus pasos. Decidió salir antes de que entrara alguien y la tomara por loca.
No había llegado a la mesa cuando pudo notar la mirada de su vecino. Se sintió bien, admirada, deseada….
Era una sensación totalmente nueva para ella. Arrebatadora.
Pagó la cuenta, y salió, notando como la mirada del mozo la siguió por todo el salón. Y la de su vecino.
Sentía la piel erizada de placer cuando bajó al metro nuevamente y en todo el trayecto a su destino. Los pezones, erectos, se marcaban en la tela del vestido. No pasaba un hombre que no le dijera alguna barbaridad.
El empleado de la financiera la atendió con exagerada amabilidad, los ojos le brillaban.
El trayecto de regreso fue un continuo disfrutar de sensaciones. Tan excitada estaba cuando descendió del metro, que decidió tomar un taxi en lugar del autobús para el último tramo hasta su casa. Sentada en el asiento trasero del vehículo, debió realizar un esfuerzo enorme para no acariciarse. Pero ya dentro de casa, corrió al baño y, desnudándose, se acariciaba los pechos y terminó
; introduciéndose dos dedos en la vagina, en una salvaje masturbación que la llevó a un nuevo orgasmo, el segundo del día.
Se duchó, se puso un short y una camiseta de tirantes y esperó a los chicos, que ya debían estar por volver del colegio.
Por la noche, sola en la cocina después de lavar los platos, tomaba un café y recordaba lo sucedido ese día. Contra todo lo esperable, no sintió vergüenza, ni arrepentimiento. Había disfrutado. Debía reconocerlo, las sensaciones que había experimentado eran extraordinarias. No es que pensara repetirlo, pero había estado bien….
Y, a decir verdad, lo mejor de todo había sido la trasgresión, lo prohibido, el riesgo.
Contenta por haberse animado, feliz consigo misma, apagó la luz y se durmió.
Martes, la rutina. A media mañana, sola en casa, decidió tomar sol. Cuando iba a ponerse la bikini, clásica, de señora, recordó las palabras del caradura del metro…
- “Si te depilaras…” – la tentación era muy grande. Se vistió y marchó al instituto de belleza. La atendió la empleada de siempre, que la conocía desde varios años.
- ¡Ana! – la saludó – ¿Cómo estás?
- Bien, vengo a que me hagas algo especial…
- Decíme….
- ¿Te parece….- se detuvo por un instante, dudando – …que me depile?
- Pero te depilé hace poco…- la mujer la había atendido la última vez
- No…digo…completamente – dijo Ana, remarcando la última palabra. La mujer la miró con cierto aire de complicidad.
- ¿El pubis ….completo? – preguntó con tono profesional
- Eeeeh…si…..- admitió – ¿Te parece? – preguntó con ansiedad. La empleada volvió a mirarla a los ojos.
- ¡Claro! – sonrió – Está de moda, es cómodo…- y en voz baja – …y a la mayoría los vuelve locos…
- ¡Noo…no es por eso! – sonrió Ana, sintiendo el rubor en su rostro – Es que con este calor….
- Claro, el calor….- sonreía la empleada – Bueno, acomodáte….
No demoró más de media hora.
De vuelta en su casa, Ana no pudo resistir la tentación, y se quitó la ropa, parándose frente al espejo desnuda. Su sexo depilado le gustó. No pudo evitar pensar en el joven del metro.
Desistió de vestirse y anduvo desnuda el resto de la mañana, tomando sol en el jardín y nadando en la pileta. Experimentaba una deliciosa sensación de libertad. Sus grandes pechos, rematados en unos pezones oscuros, de casi diez centímetros de diámetro, se broncearon levemente, lo mismo que sus nalgas.
Por la tarde, se vistió y cuando llegaron sus hijos, estaba radiante.
Esa noche, le costó dormirse. Fantaseando en la oscuridad del dormitorio, con Ernesto tendido a su lado, roncando, pensó en que por la mañana podría ir a viajar en el metro, a ver si aparecía su anónimo galán. La idea la excitó. Durante un rato le dio vueltas al asunto, pero no. Ella era una señora, y no podía permitirse esos deslices…
El miércoles fue especial. Cuando Ernesto y los chicos se fueron, se quedó en la cocina tomando café. Estaba intranquila, desasosegada.
Parecía que le faltaba algo a su vida. Ya la rutina no la conformaba. Sus pensamientos fueron derivando hasta que se encontró sin querer pensando en Sonia. Había sido muy dura con ella. Al fin y al cabo, no podía juzgarla. Y era su amiga de toda la vida.
La llamó por teléfono.
- ¡Anita, qué alegría! – la reconoció
- ¡Bien, en casa, sola! – no se animó a preguntarle por su relación con los amigos de sus esposos.
- Yo tengo que ir al shopping a comprar unas cosas…- dijo Sonia -…¿Querés que nos encontremos?
- Bueno…- aceptó – ¿A la una está bien?
- Si, nos vemos a la una…- y cortó.
Se encontraron y charlaron de generalidades durante un rato. Pero Ana quería saber algo en concreto.
- Y…- la miró fijo, con cautela – ¿Los volviste a ver?
- No…- Sonia sabía a quienes se refería -…¿por?
- No…por nada…- dudaba – …pensé que como estabas tan enamorada, tendrías urgencia de volver a ellos…
- Ana…- su amiga sonreía – …¡no estoy enamorada!…-la miraba como tratando de hacerle entender -…Esto es sólo un juego….¿Cómo te explico? …Es sexo, solamente sexo…
- Ah, yo pensé…- Ana parecía desorientada
- Solo me divierte, no quiero meterme en ningún lío… – Sonia, en cambio, parecía muy segura de lo que quería. – …Y no quiero que se entere nadie, excepto vos, que sos mi amiga….
Ana pensó en contarle su propia experiencia, pero inmediatamente desistió. Y en cierta forma, envidió a su amiga por tener las cosas más claras que ella.
Volviendo a su casa, pensaba que debía imitar a Sonia. Al fin y al cabo, si nadie se enteraba, ella podría vivir alguna aventura y romper la monotonía que la agobiaba. Algo estaba cambiando dentro de ella, y nadie parecía darse cuenta. Mejor.
Cuando los chicos regresaron del colegio, dijeron que el viernes, por ser el último día de clases, habría un acto por la mañana, y por la tarde partirían con el colegio al tradicional viaje de fin de curso. Ana tomó mentalmente nota, ya que al día siguiente tendría que prepararles el equipaje.
Roberto llegó al anochecer y le avisó que la partida de cartas de ese viernes la harían en casa, y que aprovecharían para festejar el cumpleaños de Raúl.
- ¿Viene Sonia? – preguntó Ana
- ¡Por supuesto! – le contestó su marido – Así pueden charlar…
El jueves, preparó los bolsos que los chicos llevarían al viaje. Pero su mente estaba puesta en la noche del viernes. Se preguntaba cómo se manejaría Sonia con sus tres amantes estando su marido…
CONTINUARA…
1 comentarios - Los amigos de mi marido (y mi amiga).. 1ra parte