Para cuando llegó el atardecer Heidi y Pedro lo hicieron otras cuatro veces, antes de volver a la cabaña del Viejo. Por supuesto, Heidi estaba encantada. Le dolía un poco el culo, pero no importaba, así que le contó todo al Viejo mientras se disponía a vaciarle la polla como todas las noches. Este se alegró por fin de tener colaboración y de que Pedro le hubiera abierto el conducto trasero de la muchacha que ahora él también disfrutaría. De este modo se relajó en su butaca mientras su dulce Heidi se la chupaba. Así pasaba los días Heidi, feliz y contenta, ordeñando a todo bicho viviente que se le pusiera a tiro. Incluso el perro Niebla pasó varias veces por sus manos y naturalmente por sus labios y su lengua. Sin embargo, un día llegó una carta desde Frankfurt. Era del señor Sesseman que volvía a pedir ayuda a Heidi, pues su hija Clara se encontraba muy deprimida y nadie sabía qué le pasaba. Muy apenada por tener que abandonar aquel paraíso, Heidi cogió un tren y se fue a la ciudad para ayudar a su amiga.
En Frankfurt las cosas habían cambiado poco. Ahora el Señor Sesseman pasaba más tiempo en casa y en el servicio seguía Sebastián, aunque éste contaba ahora con dos ayudantes negros que había contratado la Señorita Rotedmeier. Esta, por supuesto, seguía siendo el Ama de Llaves pero ahora se ocupaba más del Señor Sesseman que de Clara. El cambio más importante para Heidi fue, por supuesto, la propia Clara que, con los años, se había convertido en una rubia despampanante. Y sin embargo, Clara estaba triste, no encontraba ninguna satisfacción y se aburría, se aburría mortalmente. Desde el primer momento, Heidi se puso manos a la obra para aliviar el aburrimiento de su amiga, y desde la primera noche se introdujo furtivamente en su habitación y se metió en su cama con la intención de hablar de sus cosas.
El caso es que hablando y hablando, Clara le contó que su mayor problema era su insatisfacción sexual, por lo que Heidi se empeñó en enseñarle el jueguecito que le había enseñado el Viejo de los Alpes, mientras le lamía sus grandes pechos y le enredaba con los dedos en el coño y en su hermoso culo redondo, pero ni por esas. Clara no se corría. La joven agradeció los intentos de Heidi, pero le dijo que le gustaban los hombres y no las mujeres. Clara le confesó que desde hacía tiempo Sebastián la perseguía para follársela pero ella no quería, pues temía que la descubriese la Señorita Rotedmeier que, de hecho, ya se estaba oliendo algo.
Con toda su buena fe, Heidi fue al día siguiente a hablar con el Señor Sesseman sobre el problema de Clara, fue tanta su precipitación que olvidó llamar a la puerta del despacho y entró bruscamente encontrándose algo inesperado. La Señorita Rotedmeier, vestida sólo con un corpiño negro, unos zapatos de tacón y con sus horribles gafas de costumbre le estaba dando de fustazos al Señor Sesseman que se encontraba arrodillado, completamente desnudo y con un collar de perro en el cuello. El Señor Sesseman le estaba comiendo el coño al Ama de Llaves.
- ¡Adelaida!,- dijo la Señorita Rotedmeier con voz de pito.- Me has desobedecido otra vez-. Serás castigada por esto.
De este modo, ese fin de semana el Señor Sesseman y la Señorita Rotedmeier se marcharon a una casa de campo para tener un poco de intimidad, pero no sin antes mandar a Clara a casa de la abuelita, pues no se fiaba de Sebastián. De este modo, Heidi se quedó sola con los tres criados en la casa. Sebastián recibió la orden de castigar a Heidi como se merecía, cosa que hizo de mil amores.
El y los dos criados negros obligaron a Heidi a desnudarse y entonces la obligaron a ponerse una especie de "vestido" hecho de cintas de cuero unidas entre sí con anillos de metal, también le colocaron una mordaza en la boca, un collar de hierro en el cuello y le ataron las manos a la espalda, a una cadena corta que colgaba del collar. Heidi no se resistió mucho, y se dejó atar y amordazar, por los criados. Hecho esto, los tres criados se desnudaron completamente delante de la muchacha a la que ya le caían hilos de saliva por las comisuras de la mordaza. Heidi abrió mucho los ojos al ver tres pollas descomunales como nunca había visto, que además despedían un olor intenso y un poco asqueroso.
Los criados negros le cogieron de los brazos y la obligaron a caminar, siguiendo a Sebastián. El grupo bajó por unas escaleras hasta el sótano. Heidi notaba sobre su piel el frío y humedad tenía la carne de gallina y los pezones erizados, y la excitación le hizo que su entrepierna se mojara tanto que notaba perfectamente las gotas de su líquido vaginal deslizándose por la cara interna de sus muslos. Por fin Sebastián abrió con llave una puerta y entraron en una habitación que olía a humedad que echaba de espaldas. Se trataba de un cuarto secreto al que sólo entraba Sebastián. Cuando éste encendió una antorcha, Heidi empezó a gemir al ver todos los aparatos que había allí dentro. La habitación era lo más parecido a una cámara de tortura de la Inquisición, repleta de instrumentos especialmente diseñados para hacerle "cosquillas" a una tía buena como Heidi. En realidad, Sebastián la había preparado pacientemente para Clara en el caso de que ésta accediera a ser su esclava, pero ahora le venía de perlas, de modo que cuando cerró la puerta de la sala con llave se relamió de gusto al pensar en las largas horas que pasarían los tres verdugos "jugando" con la otrora niña de los Alpes durante todo el fin de semana.
De hecho, hubo tiempo para hacerle un poco de todo allí dentro: latigazos, fustazos, bondage, suspensión, pinzas y pesos en clítoris y pezones, e incluso llegaron a estirar su cuerpo en un potro de tortura medieval. Aparte de esto, a Heidi se la metieron los tres al tiempo por sus tres agujeros una y otra vez. La muchacha perdió la noción del tiempo y de la cantidad de orgasmos que experimentó allí dentro. Cuando por fin la dejaron salir le dolía todo el cuerpo y su piel estaba cubierta de marcas, pero no veía el momento de volver a ser castigada por los criados en aquella sórdida habitación...esta vez en compañía de Clara.
Los días siguientes a su castigo, Heidi volvió a frecuentar la cama de Clara que, lógicamente le preguntó por las marcas de su cuerpo, Heidi le explicó todo lo que había ocurrido en la cámara de tortura mientras la masturbaba y, por fin, Clara se corrió de gusto. Descubierto su lado sado, Heidi convenció a Clara de que la solución a sus problemas era precisamente dar un motivo a la Señorita Rotedmeier para que Sebastián la castigara como había hecho con ella misma. Por eso, al de unos días la Señorita Rotedmeier y el Señor Sesseman fueron sorprendidos en sus "juegos" esta vez por las dos muchachas. Hartos de que las niñas les molestaran continuamente, el Señor Sesseman se marchó con el Ama de Llaves de allí legando la casa y todo lo que había dentro a su hija Clara.
La historia termina así (de una manera ni siquiera planeada por su autor al empezar), con las dos jóvenes convertidas en esclavas sexuales de Sebastián, los dos criados negros, Pedro, el Viejo de los Alpes y Niebla que ya para entonces se estaban matando a pajas añorando a Heidi. Esta y Clara se convirtieron voluntariamente en las criadas de la casa con la obligación de hacer todas sus tareas vestidas sólo con un pequeño delantal y una cofia y bajo la amenaza de visitar la cámara de tortura a la mínima falta..... las dos las cometían a posta constantemente.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
En Frankfurt las cosas habían cambiado poco. Ahora el Señor Sesseman pasaba más tiempo en casa y en el servicio seguía Sebastián, aunque éste contaba ahora con dos ayudantes negros que había contratado la Señorita Rotedmeier. Esta, por supuesto, seguía siendo el Ama de Llaves pero ahora se ocupaba más del Señor Sesseman que de Clara. El cambio más importante para Heidi fue, por supuesto, la propia Clara que, con los años, se había convertido en una rubia despampanante. Y sin embargo, Clara estaba triste, no encontraba ninguna satisfacción y se aburría, se aburría mortalmente. Desde el primer momento, Heidi se puso manos a la obra para aliviar el aburrimiento de su amiga, y desde la primera noche se introdujo furtivamente en su habitación y se metió en su cama con la intención de hablar de sus cosas.
El caso es que hablando y hablando, Clara le contó que su mayor problema era su insatisfacción sexual, por lo que Heidi se empeñó en enseñarle el jueguecito que le había enseñado el Viejo de los Alpes, mientras le lamía sus grandes pechos y le enredaba con los dedos en el coño y en su hermoso culo redondo, pero ni por esas. Clara no se corría. La joven agradeció los intentos de Heidi, pero le dijo que le gustaban los hombres y no las mujeres. Clara le confesó que desde hacía tiempo Sebastián la perseguía para follársela pero ella no quería, pues temía que la descubriese la Señorita Rotedmeier que, de hecho, ya se estaba oliendo algo.
Con toda su buena fe, Heidi fue al día siguiente a hablar con el Señor Sesseman sobre el problema de Clara, fue tanta su precipitación que olvidó llamar a la puerta del despacho y entró bruscamente encontrándose algo inesperado. La Señorita Rotedmeier, vestida sólo con un corpiño negro, unos zapatos de tacón y con sus horribles gafas de costumbre le estaba dando de fustazos al Señor Sesseman que se encontraba arrodillado, completamente desnudo y con un collar de perro en el cuello. El Señor Sesseman le estaba comiendo el coño al Ama de Llaves.
- ¡Adelaida!,- dijo la Señorita Rotedmeier con voz de pito.- Me has desobedecido otra vez-. Serás castigada por esto.
De este modo, ese fin de semana el Señor Sesseman y la Señorita Rotedmeier se marcharon a una casa de campo para tener un poco de intimidad, pero no sin antes mandar a Clara a casa de la abuelita, pues no se fiaba de Sebastián. De este modo, Heidi se quedó sola con los tres criados en la casa. Sebastián recibió la orden de castigar a Heidi como se merecía, cosa que hizo de mil amores.
El y los dos criados negros obligaron a Heidi a desnudarse y entonces la obligaron a ponerse una especie de "vestido" hecho de cintas de cuero unidas entre sí con anillos de metal, también le colocaron una mordaza en la boca, un collar de hierro en el cuello y le ataron las manos a la espalda, a una cadena corta que colgaba del collar. Heidi no se resistió mucho, y se dejó atar y amordazar, por los criados. Hecho esto, los tres criados se desnudaron completamente delante de la muchacha a la que ya le caían hilos de saliva por las comisuras de la mordaza. Heidi abrió mucho los ojos al ver tres pollas descomunales como nunca había visto, que además despedían un olor intenso y un poco asqueroso.
Los criados negros le cogieron de los brazos y la obligaron a caminar, siguiendo a Sebastián. El grupo bajó por unas escaleras hasta el sótano. Heidi notaba sobre su piel el frío y humedad tenía la carne de gallina y los pezones erizados, y la excitación le hizo que su entrepierna se mojara tanto que notaba perfectamente las gotas de su líquido vaginal deslizándose por la cara interna de sus muslos. Por fin Sebastián abrió con llave una puerta y entraron en una habitación que olía a humedad que echaba de espaldas. Se trataba de un cuarto secreto al que sólo entraba Sebastián. Cuando éste encendió una antorcha, Heidi empezó a gemir al ver todos los aparatos que había allí dentro. La habitación era lo más parecido a una cámara de tortura de la Inquisición, repleta de instrumentos especialmente diseñados para hacerle "cosquillas" a una tía buena como Heidi. En realidad, Sebastián la había preparado pacientemente para Clara en el caso de que ésta accediera a ser su esclava, pero ahora le venía de perlas, de modo que cuando cerró la puerta de la sala con llave se relamió de gusto al pensar en las largas horas que pasarían los tres verdugos "jugando" con la otrora niña de los Alpes durante todo el fin de semana.
De hecho, hubo tiempo para hacerle un poco de todo allí dentro: latigazos, fustazos, bondage, suspensión, pinzas y pesos en clítoris y pezones, e incluso llegaron a estirar su cuerpo en un potro de tortura medieval. Aparte de esto, a Heidi se la metieron los tres al tiempo por sus tres agujeros una y otra vez. La muchacha perdió la noción del tiempo y de la cantidad de orgasmos que experimentó allí dentro. Cuando por fin la dejaron salir le dolía todo el cuerpo y su piel estaba cubierta de marcas, pero no veía el momento de volver a ser castigada por los criados en aquella sórdida habitación...esta vez en compañía de Clara.
Los días siguientes a su castigo, Heidi volvió a frecuentar la cama de Clara que, lógicamente le preguntó por las marcas de su cuerpo, Heidi le explicó todo lo que había ocurrido en la cámara de tortura mientras la masturbaba y, por fin, Clara se corrió de gusto. Descubierto su lado sado, Heidi convenció a Clara de que la solución a sus problemas era precisamente dar un motivo a la Señorita Rotedmeier para que Sebastián la castigara como había hecho con ella misma. Por eso, al de unos días la Señorita Rotedmeier y el Señor Sesseman fueron sorprendidos en sus "juegos" esta vez por las dos muchachas. Hartos de que las niñas les molestaran continuamente, el Señor Sesseman se marchó con el Ama de Llaves de allí legando la casa y todo lo que había dentro a su hija Clara.
La historia termina así (de una manera ni siquiera planeada por su autor al empezar), con las dos jóvenes convertidas en esclavas sexuales de Sebastián, los dos criados negros, Pedro, el Viejo de los Alpes y Niebla que ya para entonces se estaban matando a pajas añorando a Heidi. Esta y Clara se convirtieron voluntariamente en las criadas de la casa con la obligación de hacer todas sus tareas vestidas sólo con un pequeño delantal y una cofia y bajo la amenaza de visitar la cámara de tortura a la mínima falta..... las dos las cometían a posta constantemente.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
1 comentarios - Heidi una historia Diferente Parte 2
🙌
Gran relato!