A mis 24 años me pregunto si es demasiado pronto para sentenciar que un solo hombre no me alcanza. Quizás sea la furia libidinosa de conocer mi cuerpo y sus debilidades, la necesidad de compartir esa búsqueda y ese encuentro, con otro cuerpo, otras texturas, olores y sabores que se vuelvan un poco parte de lo mío.
Así es que me encuentro con este hombre que no me alcanza, pero me gusta. No me deja satisfecha, pero sí contenta, con una sonrisa que dura hasta la mañana siguiente cuando su pene rosado y dulce se posa en mis nalgas como diciendo “buen día”. Y aunque odio despertarme temprano, aquella sonrisa de la noche precedente alcanza para volverme madrugadora y saludar su falo con apretadas caricias de mis manos.
Uno de los recuerdos más álgidos lo tienen por protagonista. A él, ese hombre casi amigo, casi amante, que cuando es demasiado amigo me gusta, pero cuando se vuelve amante me enloquece.
Apenas nos encontramos, casi ni nos miramos. Yo espero que se fije en algún detalle de mi casa, quizás en la comida, y aprovecho para mirar su cuello. Busco excusas para pasar cerca suyo y olerlo. Y desde ese preciso instante, él distraído e inocente, es blanco de todos los dardos concientes e inconcientes que lanzo invitándolo al placer.
Lo espero siempre provocativa. Uso ropa pequeña, para que intuya mi cuerpo aún sin verlo; o prendas muy grandes, una remera con breteles que resbalen por mis hombros, o un pantalón que deje ver el zigzag de mi cintura hasta la cadera, atravesado por el finísimo lazo lateral de mi ropa interior. Y finjo torpeza, para que me toque, para que me mire, me desee y por fin me posea.
Cuando la invitación es aceptada, me besa y me lame. A veces muerde, y me hace apretar los ojos de placer. Cada respiración es más y más profunda, contengo el aire en mi pecho sin querer… o tal vez queriendo llamar su atención con mis pequeñas montañas y mis grandes pezones, ansiosos de sus dedos firmes pero suaves. Cuando me toca, siento que todo a mi alrededor se hace más ténue, y la saliva que trago es cada vez más pesada y caliente. Suelto un suspiro cuando en mi entrepierna roza su bragueta, hinchada y dura. Mis manos se lanzan por ese camino desesperante del cinto, el botón, el cierre y por fín, la tela fina de su bóxer que casí dibuja los detalles de su glande. Por sobre el algodón siento su humedad, y otro suspiro escapa mientras de un golpe bajo hasta respirar directamente allí. Con mi boca a la altura de su bulto, embisto con lengua y con dientes; él pierde sus dedos en mi cabello y apoya su espalda en la pared, bufando hacia el techo. Mis manos se ocupan de quitar su pantalón. Todavía el bóxer sigue sobre su piel, ajustando sus nalgas carnosas y separándolas de mis dedos frenéticos, mientras por delante mi lengua busca el borde del elástico para dejar escapar por fin, su ansiado miembro.
Lo encuentro con la punta de la lengua y ya sus fluídos me esperan, lo tomo por el tronco con una mano y con la otra busco sus bolas, juego con ellas y sus vellos. Mi lengua todavía tímida no va más allá del glande, lo muerdo cubriendo mis dientes con los labios y accede, penetra mi boca con firmeza, lo siento en mi garganta y casi me ahoga. Me pongo de pié, frente a frente, no dejamos de besarnos, nos tocamos con cada una de nuestras partes. Su pene erecto apunta a mi vagina y se zambuye entre mis labios rebalsados. No me penetra pero es hermoso, se empapa de mi, va y viene desde mi clítoris hasta casi llegar al ano. Me toma por la cintura y en un segundo gira mi cuerpo contra la pared. Sin que lo pida abro mis piernas, las manos rasguñando la pintura, la espalda arqueada y el culo bien parado, todo para él. Entra despacio, dejandome reconocer cada uno de sus pliegues, sus detalles. Después arremete con fuerza, una y otra vez, hasta que mi orgasmo apresurado me hace contraerme y casi cerrar las piernas. Me acaricia para tranquilizarme, ríe contento por su prometedor desempeño, y continúa abriéndose paso en mis entrañas.
Me encanta cuando me habla al oído, desde atrás, y me cuenta lo que hace o lo que ve. Usa palabras obsenas, dice “pija” y me fascina, cierro los ojos y la imagino perdiéndose en mí, sabiendo que aunque no le vea, realmente la siento dentro, toda su pija y su geografía frotándose en mi interior, derritiéndome. Se toma de mis hombros para llegar más profundo, yo siento que me parto y quisiera abrirme aún más. Sus manos bajan y con movimientos circulares abren mis nalgas. Se moja los dedos con la lengua y pasea sus yemas húmedas por mi ano. Va y viene por ese ojal hasta que entra unos de sus dedos como un botón; clavo mis uñas en la pared y mi espalda se vuelve cada vez más sinuosa. Por el tobogán de esa S llega una nueva pequeña muerte. Agradecido, mi culo sigue bien parado y a su disposición.
Cada tanto saca su pija y la frota bien adelante, contra mi clítoris también erecto. Se clava otra vez en mí y me pregunta qué quiero. Él sabe lo que quiero, pero le gusta escucharme, ardiente y atrevida, sumisa, pidiéndole “cojéme por atrás”. Se regodea de calentura, suspira cuando agrego el “por favor” y se roba la humedad de mi vagina para compensar la tensión de mi ano. Su pija… me encanta decir “su pija”… sube y baja por el camino entre mis nalgas. Por momentos topa con el agujero pero no entra, sólo un empujón y resbala hasta mi espalda. Intenta apurarse pero todo esta húmedo y patinoso. Usa sus dedos para reconocer el camino, mete uno, lo saca y lo vuelve a meter. Yo ya no puedo levantar más los muslos, aunque quisiera. Le gusta que le pare el culo, y a mi vuelve loca. Lo empujo. Ya no lo invito ni se lo pido; las palabras son las mismas pero el tono es imperativo: “cojéme por atrás”. Y lo hace. Con una mano abre mis nalgas y con la otra apunta firme su hermosa… hermosísima… su hermosa pija. Un empujón mío y está adentro, “ay, sí, así” le digo. Pero él ya sabe cómo hacerlo. Es suave, me cuida, pero mi culo quiere tragárselo todo de una vez y él cede. Le gusta ceder, porque cuando entra todo lo siento más rígido aún. Se agarra de mis tetas, me aprieta contra su pelvis y se deja caer en una silla. “Me parece que vos querés sentarte”, y sí, quiero. Abro bien las piernas, apoyo mis pies firmes en el suelo y comienzo a subir y bajar, recorriendo con mi esfínter cada centímetro de su preciosa pija. Subo y bajo ya sin escucharlo, sé que está a punto de estallar y no me importa, he tenido tantos orgasmos que mi sonrisa promete durar bastante. Pero para él no es suficiente, me atrapa contra él, me inmoviliza y descansa 3 segundos hasta tomar impulso para tirarme en la cama. Cae sobre mi, ni un instante me quitó la presión de su pija gorda en mi culo. Separa mi piernas, me complace, me coje, me encanta. Cuando creo que va a terminar, me toma por la cintura y me levanta hasta lograr una posición que me permita ser su perra. Dos impactos y otra vez estallo. Contraigo todos mis músculos, creo que lo aprisiono pero consigue salir. En menos de un segundo me gira y baña con su orgasmo. Siento su semen hirviendo sobre mi, hiervo también, y morimos ahí.
Hasta la mañana siguiente.
Así es que me encuentro con este hombre que no me alcanza, pero me gusta. No me deja satisfecha, pero sí contenta, con una sonrisa que dura hasta la mañana siguiente cuando su pene rosado y dulce se posa en mis nalgas como diciendo “buen día”. Y aunque odio despertarme temprano, aquella sonrisa de la noche precedente alcanza para volverme madrugadora y saludar su falo con apretadas caricias de mis manos.
Uno de los recuerdos más álgidos lo tienen por protagonista. A él, ese hombre casi amigo, casi amante, que cuando es demasiado amigo me gusta, pero cuando se vuelve amante me enloquece.
Apenas nos encontramos, casi ni nos miramos. Yo espero que se fije en algún detalle de mi casa, quizás en la comida, y aprovecho para mirar su cuello. Busco excusas para pasar cerca suyo y olerlo. Y desde ese preciso instante, él distraído e inocente, es blanco de todos los dardos concientes e inconcientes que lanzo invitándolo al placer.
Lo espero siempre provocativa. Uso ropa pequeña, para que intuya mi cuerpo aún sin verlo; o prendas muy grandes, una remera con breteles que resbalen por mis hombros, o un pantalón que deje ver el zigzag de mi cintura hasta la cadera, atravesado por el finísimo lazo lateral de mi ropa interior. Y finjo torpeza, para que me toque, para que me mire, me desee y por fin me posea.
Cuando la invitación es aceptada, me besa y me lame. A veces muerde, y me hace apretar los ojos de placer. Cada respiración es más y más profunda, contengo el aire en mi pecho sin querer… o tal vez queriendo llamar su atención con mis pequeñas montañas y mis grandes pezones, ansiosos de sus dedos firmes pero suaves. Cuando me toca, siento que todo a mi alrededor se hace más ténue, y la saliva que trago es cada vez más pesada y caliente. Suelto un suspiro cuando en mi entrepierna roza su bragueta, hinchada y dura. Mis manos se lanzan por ese camino desesperante del cinto, el botón, el cierre y por fín, la tela fina de su bóxer que casí dibuja los detalles de su glande. Por sobre el algodón siento su humedad, y otro suspiro escapa mientras de un golpe bajo hasta respirar directamente allí. Con mi boca a la altura de su bulto, embisto con lengua y con dientes; él pierde sus dedos en mi cabello y apoya su espalda en la pared, bufando hacia el techo. Mis manos se ocupan de quitar su pantalón. Todavía el bóxer sigue sobre su piel, ajustando sus nalgas carnosas y separándolas de mis dedos frenéticos, mientras por delante mi lengua busca el borde del elástico para dejar escapar por fin, su ansiado miembro.
Lo encuentro con la punta de la lengua y ya sus fluídos me esperan, lo tomo por el tronco con una mano y con la otra busco sus bolas, juego con ellas y sus vellos. Mi lengua todavía tímida no va más allá del glande, lo muerdo cubriendo mis dientes con los labios y accede, penetra mi boca con firmeza, lo siento en mi garganta y casi me ahoga. Me pongo de pié, frente a frente, no dejamos de besarnos, nos tocamos con cada una de nuestras partes. Su pene erecto apunta a mi vagina y se zambuye entre mis labios rebalsados. No me penetra pero es hermoso, se empapa de mi, va y viene desde mi clítoris hasta casi llegar al ano. Me toma por la cintura y en un segundo gira mi cuerpo contra la pared. Sin que lo pida abro mis piernas, las manos rasguñando la pintura, la espalda arqueada y el culo bien parado, todo para él. Entra despacio, dejandome reconocer cada uno de sus pliegues, sus detalles. Después arremete con fuerza, una y otra vez, hasta que mi orgasmo apresurado me hace contraerme y casi cerrar las piernas. Me acaricia para tranquilizarme, ríe contento por su prometedor desempeño, y continúa abriéndose paso en mis entrañas.
Me encanta cuando me habla al oído, desde atrás, y me cuenta lo que hace o lo que ve. Usa palabras obsenas, dice “pija” y me fascina, cierro los ojos y la imagino perdiéndose en mí, sabiendo que aunque no le vea, realmente la siento dentro, toda su pija y su geografía frotándose en mi interior, derritiéndome. Se toma de mis hombros para llegar más profundo, yo siento que me parto y quisiera abrirme aún más. Sus manos bajan y con movimientos circulares abren mis nalgas. Se moja los dedos con la lengua y pasea sus yemas húmedas por mi ano. Va y viene por ese ojal hasta que entra unos de sus dedos como un botón; clavo mis uñas en la pared y mi espalda se vuelve cada vez más sinuosa. Por el tobogán de esa S llega una nueva pequeña muerte. Agradecido, mi culo sigue bien parado y a su disposición.
Cada tanto saca su pija y la frota bien adelante, contra mi clítoris también erecto. Se clava otra vez en mí y me pregunta qué quiero. Él sabe lo que quiero, pero le gusta escucharme, ardiente y atrevida, sumisa, pidiéndole “cojéme por atrás”. Se regodea de calentura, suspira cuando agrego el “por favor” y se roba la humedad de mi vagina para compensar la tensión de mi ano. Su pija… me encanta decir “su pija”… sube y baja por el camino entre mis nalgas. Por momentos topa con el agujero pero no entra, sólo un empujón y resbala hasta mi espalda. Intenta apurarse pero todo esta húmedo y patinoso. Usa sus dedos para reconocer el camino, mete uno, lo saca y lo vuelve a meter. Yo ya no puedo levantar más los muslos, aunque quisiera. Le gusta que le pare el culo, y a mi vuelve loca. Lo empujo. Ya no lo invito ni se lo pido; las palabras son las mismas pero el tono es imperativo: “cojéme por atrás”. Y lo hace. Con una mano abre mis nalgas y con la otra apunta firme su hermosa… hermosísima… su hermosa pija. Un empujón mío y está adentro, “ay, sí, así” le digo. Pero él ya sabe cómo hacerlo. Es suave, me cuida, pero mi culo quiere tragárselo todo de una vez y él cede. Le gusta ceder, porque cuando entra todo lo siento más rígido aún. Se agarra de mis tetas, me aprieta contra su pelvis y se deja caer en una silla. “Me parece que vos querés sentarte”, y sí, quiero. Abro bien las piernas, apoyo mis pies firmes en el suelo y comienzo a subir y bajar, recorriendo con mi esfínter cada centímetro de su preciosa pija. Subo y bajo ya sin escucharlo, sé que está a punto de estallar y no me importa, he tenido tantos orgasmos que mi sonrisa promete durar bastante. Pero para él no es suficiente, me atrapa contra él, me inmoviliza y descansa 3 segundos hasta tomar impulso para tirarme en la cama. Cae sobre mi, ni un instante me quitó la presión de su pija gorda en mi culo. Separa mi piernas, me complace, me coje, me encanta. Cuando creo que va a terminar, me toma por la cintura y me levanta hasta lograr una posición que me permita ser su perra. Dos impactos y otra vez estallo. Contraigo todos mis músculos, creo que lo aprisiono pero consigue salir. En menos de un segundo me gira y baña con su orgasmo. Siento su semen hirviendo sobre mi, hiervo también, y morimos ahí.
Hasta la mañana siguiente.
4 comentarios - Por delante y por detrás... Ficción y documental.
Excelente!! Muy bien redactado, muy explícito, bien para imaginar.... Me vi toda la escena y me re calentó...
Gracias por compartir y por expresarlo tan bien...
Besos