Para cualquiera sería difícil entender cómo pudo pasarme, cómo pude enamorarme de mi hermana. Yo, sólo intentaré justificarme .Ella es mayor que yo y, aunque eso no es impedimento, lo hubiera entendido mejor si hubiera sido al contrario.
Desde que recuerdo, siempre fue mi hermana querida, me cuidaba, jugaba conmigo, mi madre me contaba que la ayudaba a darme biberones y cambiarme pañales a pesar de ser sólo tres años mayor que yo. Creo que fui su muñeco, uno de verdad con el que jugar.
Con el paso de los años, siempre me demostró un cariño enorme, no sé si normal o no, pero siempre estuvo pendiente de mi, de mis cosas… de todo. Contado así, parece hasta lógico que acabara de esta forma.
Marta es preciosa, al menos para mí. Es muy guapa de cara, mucho, con el pelo castaño claro muy largo, hasta la cintura. De ojos verdes y nariz recta. Tiene una sonrisa ideal, con los dientes perfectos.
Además, tiene un tipazo, con la única pega (para mí) de tener el pecho un poco grande. Para otros, es una de sus grandes virtudes. Tuvo problemas cuando era adolescente, le crecieron las tetas sin parar hasta llegar a ser un grave problema de salud. La tuvieron que operar para reducirle el tamaño y le dejaron una delantera de impresión.
Pero es que era my simpática con todos, muy extrovertida, a veces un poco caprichosa, pero jamás conmigo. Viéndola en casa se me caía la baba.
Conforme fui creciendo, más me fui convenciendo de mi realidad, más fui consciente de lo absurdo de mis sentimientos y, aun siendo contradictorio, quise separarme de ella; lo nuestro no tenía futuro, yo jamás iba a atreverme a decirle absolutamente nada y la convivencia se iba convirtiendo en un infierno para mí, un continuo querer y no poder.
Acababa de terminar la selectividad, mi intención era irme a la universidad pero eso no me iba a separar de Marta, mis padres no me iban a mandar a otro sitio a estudiar. No sabía qué hacer, tenía que irme de casa o me volvería loco. Cuando empezó una relación con un chico, supe que había llegado el momento de levantar el vuelo, no lo iba a soportar ni un día más.
Después de mucho cavilar, sólo encontré una solución, o me iba al ejército o me iba a un seminario. Me decidí por lo primero. Llamé a la delegación del ministerio de defensa y pedí hora para hacer las pruebas de ingreso para el siguiente ciclo.
No tuve ningún problema en pasar las médicas y físicas, consiguiendo una buena nota en las psicotécnicas. Era seguro que conseguiría plaza en la primera opción que había pedido, enla IIIbandera paracaidista en Murcia. Así me iría bastante lejos de casa.
Todo el proceso lo había llevado en secreto, nadie sabía que me iba. El día de mi partida, sin decir nada, me fui de casa dejando una carta encima de la cama de mi hermana. En ella le decía lo que me pasaba, le declaraba todo mi amor, cómo era incapaz de decírselo a la cara, que nunca podría olvidarla y que el ejército sería mi hogar, sin especificar dónde iba destinado.
Era primeros de septiembre cuando me incorporé al acuartelamiento Sta Bárbara, en Javalí Nuevo, cerca de Alcantarilla. Tras los trámites iniciales me destinaron la 2ª cía del batallón de instrucción paracaidista. Fueron 2 meses de locura, si uno no lo ha vivido, es difícil de explicar. Calor, dureza, sueño, disciplina, todo a la puta carrera… Todas las mañanas el famoso “¡Tercien ARMAS! ¡De frente paso ligero! ¡AR!” que me ponía de los nervios; empezaban a tocar los tambores de la banda iniciando otro día de locura. Vivía en una tensión permanente.
Durante este tiempo, cada día se iban aspirantes que no eran capaces de aguantar, hasta las maniobras finales. Después de superado ese período, firmamos el contrato definitivo y juramos bandera los que habíamos quedado, esto ya nos ligaba al ejército durante los próximos dos años, sin posibilidad de renuncia. Nos quedaba otro mes de especialidad más el curso paracaidista en la escuela de Alcantarilla.
La especialidad (infantería ligera), no me supuso mayores dificultades, reseñar los cinco kilos de músculo que me había echado encima. Durante el curso paracaidista el ambiente fue mucho más relajado en cuanto a disciplina. Fuimos a una base del Ejército del Aire donde nos trataban como a personas, el cambio era brutal.
Después de una semana de instrucción y preparación (acabé con el culo hecho polvo y sin poder prácticamente sentarme a base de culadas para aprender a caer), estuvimos dispuestos para, a partir del lunes siguiente, empezar la serie de saltos en los que obtendríamos el título de cazador paracaidista y el correspondiente rokiski (las alitas).
Ese fin de semana estaba totalmente acojonado pensando en lo que se avecinaba, eso de tirarte al vacío desde un avión en marcha con un pedazo de tela como única defensa, daba que pensar… (Con el referente de que no había montado nunca en avión)
En fin, el domingo por la tarde me armé de valor (o perdí todo el que tenía) y, desde una cabina, llamé por teléfono a mi casa. Si contamos que el motivo de irme había sido mi amor imposible por mi hermana, mis padres no tenían culpa de nada y había sido incapaz de hablar con ellos en todo este tiempo (No tenía ni móvil).
Después de unos cuantos timbrazos, me respondió la voz que, a la vez, más y menos quería oír.
-¿Diga? – Contestó mi hermana por el auricular.
Se me hizo un nudo en la garganta (el del estómago era continuo)…
-Hola Marta, soy Carlos… ¿Están los papás? – Respondí. Mi voz temblaba…
-¡Carlos! ¡Eres tú! ¿Estás bien? ¿Dónde estás? – Marta hablaba atropelladamente –¿Por qué te fuiste? Tenías que haber hablado conmigo, lo hubiera entendido, algo hubiéramos hecho… Te echo tanto de menos…-
Permanecí en silencio un momento, incapaz de decirle nada. Ella sabía lo que yo sentía ¿Cómo podría haber hablado con ella? Era imposible. Sin embargo, estando al otro lado del teléfono me sentía más seguro, por lo menos no le veía la cara.
-¿Carlos? –
-Si Marta, sigo aquí. Entiéndeme, no podía decirte lo que siento a la cara, me hubiera muerto de vergüenza – Le dije
-Pero yo lo hubiera entendido o lo habría intentado. No te puedes imaginar cómo lo hemos pasado, los papás y yo, sin tener noticias tuyas en más de dos meses. Y yo no podía decirles el motivo – Contestó Marta.
¡No les había dicho nada de la carta a mis padres! Era un alivio.
-Bueno Marta, mira, mañana empiezo a saltar en paracaídas, supongo que no pasará nada pero siempre hay algún accidente… Me gustaría hablar con ellos, aunque sea para disculparme –
Oí a mi madre gritar de fondo “¿Es Carlos? Ay, Dios mío, ay, Dios mío”
Se me pusieron de corbata de la congoja que me entró. Pobre mamá, vaya disgusto le había dado.
-¡Carlos, hijo mío! ¿cómo estás? ¿dónde estás? Mi niño, ¿cómo no hablaste con tu madre? ¿por qué te fuiste? Si sabes que eres lo que más queremos. ¿No confías en tus padres? Si tenías algún problema, nos lo deberías haber contado, siempre te hemos apoyado, hijo – Mi madre estaba llorando de emoción y yo con la lengua fuera sólo de escucharla.
-Estoy bien, mamá, estoy bien. Ya le he dicho a Marta que mañana salto en paracaídas. Quería despedirme por si me pasaba algo y pediros perdón a todos por haberme ido de casa sin decir nada.
-¡Hijo! ¿En paracaídas? ¡Estás loco! – Mamá no lo podía creer, debía de pensar que su hijito del alma estaba como una cabra
-Bueno mamá, os quiero mucho a todos, dale un beso muy fuerte a papá – Y colgué. Si hubiera seguido hablando me hubiera puesto a llorar como una magdalena. Vaya pinta de paraca tenía.
Volví al cuartel, anímicamente estaba hecho polvo. Es curioso, pero ese día la capilla estaba a rebosar.
Al día siguiente, temprano por la mañana, después de diana y fajina, formamos por patrullas en la zona de carga. Nos dieron unos paracaídas de instrucción naranjas, con una pinta un tanto vieja. Esto no contribuía a tranquilizarnos, precisamente.
Una vez bien puesto el atalaje, bien sujeto el paracaídas de pecho, bien revisados por el sargento instructor, subimos a un Aviocar los 14 tíos de la patrulla sentándonos en los bancos corridos a ambos lados del fuselaje. El olor a keroseno me estaba revolviendo el estómago.
Despegamos enseguida, cogiendo altura rápidamente, sobrevolando en círculo la zona de salto. Cada vez estábamos más alto y más acojonados. Aunque a más altura hay más seguridad, la sensación que me producía era la contraria.
Íbamos todos pálidos, alguno intentaba hacer alguna broma, algún otro tenía la tripa suelta y apestaba…Me estaba poniendo malo… ¿Y si no salto? ¿Y si me rajo? ¡Ni de coña!
Antes de pensar nada más, nos hicieron la seña de 10 minutos. No habían pasado ni cinco cuando se encendió la lucecita roja situada encima de la puerta mientras sonaba una chicharra. ¿Ya? ¡Ay mamá! Nos mandaron poner en pie esperando instrucciones. A una orden, enganchamos la cinta extractora en el cable, revisamos al compañero situado delante y le dimos un golpe en el casco indicando que estaba dispuesto.
El jefe de salto puso al primero agarrado a los lados de la puerta listo para saltar. El acojone era mayúsculo, yo era incapaz de mirar hacia afuera y solo veía el casco de mi compañero de delante.
Sonó otra vez la chicharra encendiéndose la lucecita verde. Sentí una sacudida en el cable de enganche de las cintas, el casco de delante se movió y, antes de darme cuenta, vi la cara desencajada del jefe de salto gritando ¡Salta! ¡Salta! ¡Salta!, la puerta del avión, el cielo, el suelo y…
Y casi me muero del susto. En las prácticas que había hecho, uno siempre se lanzaba hacia delante e iba hacia delante. Al saltar del avión, hice lo mismo. Lo que no esperaba es que el azote del aire me llevara de lado levantándome patas arriba.
Cerré los ojos con fuerza muerto de miedo mientras notaba las sacudidas de los precintos al romperse. Luego, un tirón más fuerte y la sensación de quedar colgado. Abrí los ojos y… ¡Oh, maravilla!
Estaba bien sujeto de mi paracaídas, verifiqué la campana comprobando que se había abierto bien, miré alrededor viendo a mis compañeros flotando como yo, y la vista más alucinante que se pudiera ver.
Un sentimiento de alegría me invadió, grité de gozo, era maravilloso. Menos de un minuto después estaba poniendo en práctica lo de las culadas mientras me daba un buen talegazo contra el suelo. La cuestión es que parece que falta bastante para llegar cuando te das la hostia contra la tierra. Es una ilusión óptica que me habían contado pero a la que no había hecho ni caso.
Tras recoger el paracaídas reglamentariamente, nos dirigimos todos al punto de reunión a dar novedades. Nos sentíamos héroes, vivíamos en una nube. Supongo que la cantidad de adrenalina soltada había sido mucha.
Después de pasar un día vacilando de lo machotes que éramos (chicas incluidas), volvimos al siguiente a por el segundo salto. Ya no me acordaba de lo bonito que había sido, de lo bien que me sentí… Solo me acordaba del susto que me llevé al salir por la puerta.
Pasé más miedo que el día anterior. Ya no iba acojonado, iba aterrorizado. Creo que fue uno de los peores días de mi vida hasta que verifiqué la campana y estaba colgado del paracaídas en el aire. Volví a gritar de gozo y a sentirme feliz.
El resto de días fueron mejor, le íbamos cogiendo el tranquillo. Sólo mencionar el cuarto salto en el que nos cambiaron el tipo de paracaídas y te da un poco de yuyu y el último, en el que saltábamos con todo el equipo (mochila, fusil, cargadores, etc).
Al final lo conseguí, me dieron el diploma, el rokiski y 15 días de permiso antes de incorporarme a mi destino definitivo. No sabía qué hacer, no tenía sitio donde estar durante estos 15 días ni dinero suficiente. Gracias a Dios nos habían pagado los meses de instrucción más la prima por terminar.
Echándole todo el valor que me quedaba, cogí un autobús en Alcantarilla con destino Madrid. Creo que llevaba más acojone que si fuera a saltar. ¿Que me dirían mis padres? Supongo que les hará mucha ilusión verme ¿Y Marta? No había dejado de pensar en ella en los tres meses pasados fuera.
Era primeros de diciembre y, por casualidad, mi hermana estaba de viaje con unas compañeras de universidad. Para mi fue una pequeña decepción a la par que una suerte. No verla significaba no tener que enfrentarme y no tener que dar explicaciones.
A mis padres les dije que me fui por culpa de una chica, un mal de amores, lo cual era totalmente cierto. Ellos lo entendieron, pero consideraron que iba a perder un par de años por una tontería amorosa.
Pasé mi permiso sin más vicisitudes, después de los 15 días volví a Murcia a mi destino definitivo en la 11 cía dela IIIbandera, sección de fusiles. La verdad es que el trabajo era chunguísimo, palizas físicas, maniobras con un frío alucinante o un calor abrasador…
Así fueron pasando los meses, escribía de vez en cuando, llamaba muy poco e idealizaba a mi hermana cada vez más. Nos mandaron de misión como estaba previsto durante 6 meses. Fue la hostia, pero no me hizo olvidar a Marta, todo lo contrario.
Estaba llegando el tiempo del fin de mi compromiso y debía decidir si me licenciaba o quería seguir allí. También tenía la posibilidad de presentarme a las academias de oficiales o suboficiales. El ejército se me daba mejor de lo que hubiera pensado y no era descabellado continuar.
Pero lo fundamental era mi hermana. Si me fui por un amor imposible hacia ella, ahora era peor. La tenía en un pedestal, durante estos casi dos años, no había salido con ninguna chica, me guardaba para ella aún sabiendo que nunca sería mía.
Sabía por mis padres que Marta no tenía novio desde hacía tiempo, me aliviaba, no quería a nadie cerca de ella, pero no me daba más ánimos.
Un día de principios de verano recibí una carta de mi hermana. Me había escrito pocas veces por lo que fue una grata sorpresa. En las anteriores sólo me preguntaba por mi salud, compañeros, vida en general, era cariñosa sin excederse… Esta última fue distinta, apenas tenía una frase…
<>
¡A intentarlo! ¿Intentar qué? ¿Enrollarse conmigo? ¿Después de casi dos años? No me lo creía, no lo podía creer, no lo quería creer ¡Mi hermana!
Pedí prestado a un compañero su móvil para mandarla un mensaje. Le decía que, si quería, podía venir a verme el siguiente fin de semana. Podríamos quedar en una cafetería céntrica. Pensé que si realmente tenía ganas, si estaba dispuesta a algo, haría el esfuerzo de venir hasta aquí.
Pasé la semana como un flan, desde mi binomio hasta mi jefe de pelotón se dieron cuenta. Al final, si venía, nos veríamos el viernes por la tarde en la cafetería que le había indicado.
Llegado el día, acudí a la cita todo nervioso. No la había visto en casi dos años, ni sabía si había cambiado de aspecto. Me senté en una mesita apartada tomándome una cerveza con los nervios a flor de piel. Pensaba en que yo si había cambiado, el pelo rapado, la piel muy tostada por el sol…
La vi venir, el corazón me dio un vuelco, el mundo se eclipsó, ella era la única luz. Era preciosa, no podía imaginar a alguien más hermosa (qué cursi). Si había alguna duda de lo que pudiera sentir por ella, se disipó al instante.
Miraba desde la entrada buscándome entre la gente, era evidente que no me veía… Me levanté e hice una seña con la mano llamando su atención. Al acercarse, seguida por la mirada de cuantos varones allí había, me miraba extrañada. Repentinamente, resplandeció al reconocerme.
-¡Carlos! – Exclamó tirándose encima de mí, abrazándome con todas sus ganas.
Notaba cómo sus lágrimas empapaban mi camisa, cómo sus pechos se aplastaban en el mío, cómo todo el amor que sentía por ella me desbordaba…
Fue un abrazo eterno, me hubiera quedado para siempre así, quise decirle lo que sentía con un beso… Busqué su boca con mis labios, su lengua con la mía, sus dientes, sus suspiros… Nunca besé ni me besaron así. Sólo el carraspeo de un oficial llamándome la atención hizo que nos separáramos.
Se sentó a mi lado dándome la mano, me miraba arrebolada, jamás había visto una mirada así, con tanto cariño, con tanta ternura, con tanto amor…
-No te había reconocido – Me dijo muy sonriente – Has cambiado, estás mucho mejor, más fuerte, más mayor…
Ya había cumplido veinte años, ella tenía veintitrés. Marta estaba prácticamente igual, su pelo largo, sus ojos verdes, sus dientes perfectos…
-Cómo te he echado de menos – Continuó –Siempre me he sentido un poco culpable de que te fueras, no sabía que me querías, si me lo hubieras dicho…
-¿Cómo te lo iba a decir? Es más ¿Cómo te lo digo ahora? Somos hermanos, Marta, no debo enamorarme de ti. Y si no podía evitarlo, lo mejor era irme. ¿Qué hubieras dicho si me llego a declarar? – Le hablaba bajito con mucha vehemencia – Me hubieras dicho que estaba loco, o que era tu hermano, o te hubieras reído, no se… Lo que está claro es que no podías haberlo aceptado nunca.
-Pues ahora sí, ha pasado mucho tiempo, he tardado en darme cuenta de que no puedo estar sin ti. Cuando esperaba que volvieras, mamá me dijo que igual te quedabas aquí. No lo pude soportar, me lo tuve que reconocer a mí misma, te necesito a mi lado como siempre has estado, eres mío, eres mi niño, mío y de nadie más...
¡Joder! Esto sí que era una declaración en toda regla.
Nos fuimos de la cafetería, me dijo que había cogido una habitación en un hotel de allí.
-Si te apetece o tienes tiempo, me acompañas a mi habitación. – Sus ojos me miraron con una mezcla de timidez y picardía. Me estaba invitando, sólo de pensarlo mi miembro reaccionó al instante.
A pesar de la excitación que me causaba, de las ganas que tenía de estar con ella, de la necesidad física de hacerle el amor, me contuve, tenía que estar seguro de que Marta quería.
-Vamos a dar un paseo –Le dije –Necesito que me cuentes cosas de casa, de los papás… ¿Cómo han dejado que vinieras sola?
-En cuanto comenté que quería venir a verte les faltó tiempo para darme permiso. Además, tengo veintitrés años, no soy una cría
Seguimos paseando de la mano, hablando, riéndonos… No pude soportar más y nos encaminamos hacia su hotel. Subimos a su habitación bajo la mirada recelosa del conserje.
Una tele pequeña, dos camas juntas y un escritorio con su silla, era todo el mobiliario que había. Me senté en la silla, bastante nervioso, expectante y asustado. Volvía a ser el hermanito pequeño…
Se sentó en la cama frente a mí, sonriéndome. Se me estaba secando la boca, después de años imaginándolo, me sentía incapaz de dar el primer paso, tenía más miedo que vergüenza. Mucho caballero legionario paracaidista pero, a la hora de la verdad, me estaba rajando como un pistolo.
Tuvo que ser ella ¿quién si no? La que se acercara a mí. Intenté levantarme pero no me dejó se sentó a horcajadas en mis rodillas, me sujetó la cara mirándome profundamente a los ojos…
-Oye, Marta…
-Calla. Calla y bésame – Me dijo posando sus labios sobre los míos.
Su lengua holló mi boca, sus dientes me mordieron suavemente, nuestras salivas se mezclaron… Sólo con esto ya me encontraba en la gloria.
Unos cuantos morreos después, ella debía de notar cómo mi pene presionaba contra su monte de venus. Se levantó y a mí con ella. Me quitó la camiseta, me besó las tetillas, me acarició todo el pecho y los abdominales… Dos años de ejercicio físico diario me habían puesto muy cachas.
Le acariciaba la espalda y el pelo mientras seguía besándome. Soltó el botón de mis vaqueros y los botones de la bragueta, me ayudó a sacarme los pantalones por los pies. Estaba en calzoncillos marcando una buena erección que ella acarició por encima.
Me llevó a la cama, tenía la iniciativa en todo momento. Con coquetería, se fue desnudando poco a poco. Camiseta, pantalones, zapatillas… su ropa interior, negra con puntillas en los bordes, le hacía un tipo espectacular. Se tumbó a mi lado, sus dedos recorrieron suavemente el contorno de mi cara, mi boca mi nariz…
Estaba como un flan, mi experiencia se reducía a algún rollete en el instituto, no sabía nada de mujeres, ni siquiera había visto mucho porno, ni me conectaba al ordenador que teníamos en el club de la compañía… De vez en cuando, un compañero de camareta que tenía un portátil me enseñaba a navegar.
-Marta, nunca he estado con una mujer así, nunca me he acostado con ninguna…
Me miró con sorpresa
-¿Y eso? Eres un chico muy guapo – Me dijo besándome los labios –Tienes que tenerlas a montones.
-Me reservaba para ti.
Se sintió íntimamente conmovida y alagada, me miró con dulzura y volvió a besarme con más pasión. Me acarició el miembro por dentro de la ropa interior y me corrí sin remisión, me puse perdido.
Sonrió con sorpresa volviéndome a besar.
-Estabas a puntito ¿Eh?
-Si, perdona – Me puse totalmente colorado.
-No te preocupes, si no has estado con nadie es normal
Ella misma me quitó el calzoncillo y lo utilizó para limpiarse la mano. Se soltó el sujetador dejando a la vista las tetas más alucinantes que se pudieran ver. Eran naturales pero operadas (sin silicona), el cirujano había hecho un trabajo excelente.
Se inclinó sobre mi, me besó el pecho, la tripa… Cogió mi miembro aún pringoso, se lo metió en la boca y lo chupó mientras se deshinchaba.
La erección volvió rápidamente, me mataba de gusto…
-Marta, por Dios… -Le dije totalmente excitado. Me alucinaba verla con mi polla en la boca. Me volví a correr sin avisar, en el fondo de la garganta.
Hizo ademán de sacársela pero le sujetaba la nuca con las manos, tensando mucho las piernas. No hizo más fuerza para soltarse y acabó tragándoselo todo.
No me regañó, sé que no le había hecho gracia que la sujetara pero no me dijo nada. Se izó hacia mí, se tumbó encima clavándome sus tetas en mi pecho besándome con pasión (y pasándome la mitad de mi semen).
Puaj, no me gustó nada; pero si ella se lo había tragado sin chistar, no pude menos que portarme igual.
Todavía no la había acariciado casi, llevé mis manos a sus senos, los amasé… Eran la locura. Pellizqué los pezones, repasé las areolas con los pulgares… Parecía gustarle mucho, se restregaba contra mí rozando su monte de venus contra mi muslo.
Acaricié su cintura, sus caderas, me perdí en la tersura de sus piernas… Después de las manos iban mis labios, recorrí su cuerpo, lo besé desde la cabeza a los pies… Estaba en un mar de sensaciones nunca experimentadas, había valido la pena esperar.
Me ayudó a bajarle las bragas levantando el culo y ahí lo ví por primera vez, el coño (qué basto suena), su monte, su más recóndito tesoro… Casi totalmente depilado con láser, una pequeña mata de vellos remataba su parte superior.
Hundí la cabeza entre sus piernas besando la cara interna de los muslos, besé sus ingles produciéndole pequeños escalofríos… Con la nariz fui separando los labios mayores seguido de mi lengua.
Intenté introducírsela lo más posible, jugar con ella… Marta me acariciaba la cabeza, de vez en cuando decía un “mmm, que bien” bajito, yo seguía chupando sin desfallecer.
Al cabo de un buen rato de jugar con su hoyito, se me estaba casi desencajando la mandíbula, quise subir a besarle las tetas, la boca… Nada más comenzar el recorrido me encontré con un pequeño nódulo, al chuparlo mi hermana dio un respingo y un MMMM mucho más fuerte.
Visto el resultado decidí dedicarle un tratamiento especial, Marta subía las caderas apretándose contra mi boca, se había desatado totalmente. Le metí un dedo en la vagina frotando su parte superior, tratando de encontrar una zona que un colega, experto en estas lides, me había comentado.
Empezó a moverse mucho más fuerte, como si me follara la cara, gimió de forma distinta, pasando del “mmmm” al “aaahhhh”. Seguí un ratito más y se corrió o eso creo. Se tensó, se quedó con las caderas levantadas, me apretó mucho la cabeza con las piernas, dejándose caer repentinamente.
Siguió moviéndose mucho más suave mientras me incorporaba hacia ella, me miró muy sonriente, tenía los ojos luminosos, el pelo alborotado, la cara colorada… Me besó con muchísimo cariño… Hundí la cara en su cuello abrazándola fortísimo, no me salían las palabras, no sabía que pudiera querer tanto.
Me tumbó boca arriba, se puso encima de mí a caballito, fue bajando con su boca a lo largo de mi cuerpo hasta los pies, me estaba matando de excitación. Hizo el camino inverso, deteniéndose en mi miembro. Lo estimuló con la mano introduciéndoselo en la boca. Jugueteaba con la lengua en mi glande, me recorría desde la punta hasta las pelotas… Mi hermana era divina. Siguió hacia arriba por mi tripa y pecho, cuello, orejas, ojos, boca…
Empecé a notar que ella misma se introducía mi virilidad en su cueva, jamás había tenido una sensación parecida, era alucinante, era la leche. Poco a poco, moviéndose dentro fuera, consiguió introducirse todo mi miembro hasta el corvejón.
Cuando estuvo toda dentro se paró, me besó como nunca, le devolví los besos con la misma pasión… Se frotaba contra mi vello púbico, me encantaba sentir sus tetas en mi pecho… Mientras seguía frotándose fui dando golpes de cadera, cada vez más rápidos.
Cuando se incorporaba un poco sus senos rebotaban al son de mis acometidas, cada vez gemía más, cada vez le daba más fuerte… Cuando me dio un abrazo que casi me ahoga y hundió su pelvis con fuerza, supongo que debió de tener otro orgasmo, muy intenso, muy placentero…
Se quedó derrengada encima de mí, me estaba encantando sentir su peso… Sin embargo me incorporé, me quedé sentado en la cama con ella bien ensartada, ya no le daba besos, le mordía el cuello, las orejas…
Ahora estaba aguantando bastante, así podía disfrutar bien del tremendo polvazo que nos estábamos echando. La tumbé, la incorporé, la puse a cuatro patas, nos pusimos de lado… Así, en esa postura, yo detrás de ella, no corrimos los dos, la llené con el semen que me quedaba después de haberme corrido tres veces.
Poco a poco mi erección fue decayendo. Yo le besaba suavemente la espalda, los hombros, le acariciaba el pecho con delicadeza. Ella me sujetaba la mano.
Se dio la vuelta a mirarme de frente ¡qué guapa estaba! ¡cómo la quería! Si a los dieciocho años me fui de casa, ahora me tiraba de un avión sin paracaídas si me lo pedía.
Estuvimos todo el fin de semana juntos en el hotel, salíamos para comer, para pasear como los enamorados que éramos, pero rápidamente volvíamos para hacer el amor, no solo follar.
Lloramos cómo niños cundo cogió el autobús el domingo por la tarde, ya habíamos hablado, si queríamos estar juntos yo tenía que volver, ella no había terminado la carrera. Pero ir a casa de mis padres, sin oficio ni beneficio, no era plan.
Decidí seguir en el ejército, cuando acabara mi contrato inicial pediría traslado a otra bandera, las demás tenían su base en Paracuellos, cerca de Madrid. No nos costaría alquilar un piso pequeño para nosotros, sabríamos esperar.
Ya han pasado unos meses, tengo el pasaporte para irme a la 1ª bandera, estoy preparando el petate y ya me he despedido de los mandos de la compañía. Sé que mañana la veré, volveré a estar con ella, me estará esperando.
No sé que nos deparará la vida, solo sé que quiero pasarla con ella y ella conmigo. Nada ni nadie podrá separarnos, de momento.
Desde que recuerdo, siempre fue mi hermana querida, me cuidaba, jugaba conmigo, mi madre me contaba que la ayudaba a darme biberones y cambiarme pañales a pesar de ser sólo tres años mayor que yo. Creo que fui su muñeco, uno de verdad con el que jugar.
Con el paso de los años, siempre me demostró un cariño enorme, no sé si normal o no, pero siempre estuvo pendiente de mi, de mis cosas… de todo. Contado así, parece hasta lógico que acabara de esta forma.
Marta es preciosa, al menos para mí. Es muy guapa de cara, mucho, con el pelo castaño claro muy largo, hasta la cintura. De ojos verdes y nariz recta. Tiene una sonrisa ideal, con los dientes perfectos.
Además, tiene un tipazo, con la única pega (para mí) de tener el pecho un poco grande. Para otros, es una de sus grandes virtudes. Tuvo problemas cuando era adolescente, le crecieron las tetas sin parar hasta llegar a ser un grave problema de salud. La tuvieron que operar para reducirle el tamaño y le dejaron una delantera de impresión.
Pero es que era my simpática con todos, muy extrovertida, a veces un poco caprichosa, pero jamás conmigo. Viéndola en casa se me caía la baba.
Conforme fui creciendo, más me fui convenciendo de mi realidad, más fui consciente de lo absurdo de mis sentimientos y, aun siendo contradictorio, quise separarme de ella; lo nuestro no tenía futuro, yo jamás iba a atreverme a decirle absolutamente nada y la convivencia se iba convirtiendo en un infierno para mí, un continuo querer y no poder.
Acababa de terminar la selectividad, mi intención era irme a la universidad pero eso no me iba a separar de Marta, mis padres no me iban a mandar a otro sitio a estudiar. No sabía qué hacer, tenía que irme de casa o me volvería loco. Cuando empezó una relación con un chico, supe que había llegado el momento de levantar el vuelo, no lo iba a soportar ni un día más.
Después de mucho cavilar, sólo encontré una solución, o me iba al ejército o me iba a un seminario. Me decidí por lo primero. Llamé a la delegación del ministerio de defensa y pedí hora para hacer las pruebas de ingreso para el siguiente ciclo.
No tuve ningún problema en pasar las médicas y físicas, consiguiendo una buena nota en las psicotécnicas. Era seguro que conseguiría plaza en la primera opción que había pedido, enla IIIbandera paracaidista en Murcia. Así me iría bastante lejos de casa.
Todo el proceso lo había llevado en secreto, nadie sabía que me iba. El día de mi partida, sin decir nada, me fui de casa dejando una carta encima de la cama de mi hermana. En ella le decía lo que me pasaba, le declaraba todo mi amor, cómo era incapaz de decírselo a la cara, que nunca podría olvidarla y que el ejército sería mi hogar, sin especificar dónde iba destinado.
Era primeros de septiembre cuando me incorporé al acuartelamiento Sta Bárbara, en Javalí Nuevo, cerca de Alcantarilla. Tras los trámites iniciales me destinaron la 2ª cía del batallón de instrucción paracaidista. Fueron 2 meses de locura, si uno no lo ha vivido, es difícil de explicar. Calor, dureza, sueño, disciplina, todo a la puta carrera… Todas las mañanas el famoso “¡Tercien ARMAS! ¡De frente paso ligero! ¡AR!” que me ponía de los nervios; empezaban a tocar los tambores de la banda iniciando otro día de locura. Vivía en una tensión permanente.
Durante este tiempo, cada día se iban aspirantes que no eran capaces de aguantar, hasta las maniobras finales. Después de superado ese período, firmamos el contrato definitivo y juramos bandera los que habíamos quedado, esto ya nos ligaba al ejército durante los próximos dos años, sin posibilidad de renuncia. Nos quedaba otro mes de especialidad más el curso paracaidista en la escuela de Alcantarilla.
La especialidad (infantería ligera), no me supuso mayores dificultades, reseñar los cinco kilos de músculo que me había echado encima. Durante el curso paracaidista el ambiente fue mucho más relajado en cuanto a disciplina. Fuimos a una base del Ejército del Aire donde nos trataban como a personas, el cambio era brutal.
Después de una semana de instrucción y preparación (acabé con el culo hecho polvo y sin poder prácticamente sentarme a base de culadas para aprender a caer), estuvimos dispuestos para, a partir del lunes siguiente, empezar la serie de saltos en los que obtendríamos el título de cazador paracaidista y el correspondiente rokiski (las alitas).
Ese fin de semana estaba totalmente acojonado pensando en lo que se avecinaba, eso de tirarte al vacío desde un avión en marcha con un pedazo de tela como única defensa, daba que pensar… (Con el referente de que no había montado nunca en avión)
En fin, el domingo por la tarde me armé de valor (o perdí todo el que tenía) y, desde una cabina, llamé por teléfono a mi casa. Si contamos que el motivo de irme había sido mi amor imposible por mi hermana, mis padres no tenían culpa de nada y había sido incapaz de hablar con ellos en todo este tiempo (No tenía ni móvil).
Después de unos cuantos timbrazos, me respondió la voz que, a la vez, más y menos quería oír.
-¿Diga? – Contestó mi hermana por el auricular.
Se me hizo un nudo en la garganta (el del estómago era continuo)…
-Hola Marta, soy Carlos… ¿Están los papás? – Respondí. Mi voz temblaba…
-¡Carlos! ¡Eres tú! ¿Estás bien? ¿Dónde estás? – Marta hablaba atropelladamente –¿Por qué te fuiste? Tenías que haber hablado conmigo, lo hubiera entendido, algo hubiéramos hecho… Te echo tanto de menos…-
Permanecí en silencio un momento, incapaz de decirle nada. Ella sabía lo que yo sentía ¿Cómo podría haber hablado con ella? Era imposible. Sin embargo, estando al otro lado del teléfono me sentía más seguro, por lo menos no le veía la cara.
-¿Carlos? –
-Si Marta, sigo aquí. Entiéndeme, no podía decirte lo que siento a la cara, me hubiera muerto de vergüenza – Le dije
-Pero yo lo hubiera entendido o lo habría intentado. No te puedes imaginar cómo lo hemos pasado, los papás y yo, sin tener noticias tuyas en más de dos meses. Y yo no podía decirles el motivo – Contestó Marta.
¡No les había dicho nada de la carta a mis padres! Era un alivio.
-Bueno Marta, mira, mañana empiezo a saltar en paracaídas, supongo que no pasará nada pero siempre hay algún accidente… Me gustaría hablar con ellos, aunque sea para disculparme –
Oí a mi madre gritar de fondo “¿Es Carlos? Ay, Dios mío, ay, Dios mío”
Se me pusieron de corbata de la congoja que me entró. Pobre mamá, vaya disgusto le había dado.
-¡Carlos, hijo mío! ¿cómo estás? ¿dónde estás? Mi niño, ¿cómo no hablaste con tu madre? ¿por qué te fuiste? Si sabes que eres lo que más queremos. ¿No confías en tus padres? Si tenías algún problema, nos lo deberías haber contado, siempre te hemos apoyado, hijo – Mi madre estaba llorando de emoción y yo con la lengua fuera sólo de escucharla.
-Estoy bien, mamá, estoy bien. Ya le he dicho a Marta que mañana salto en paracaídas. Quería despedirme por si me pasaba algo y pediros perdón a todos por haberme ido de casa sin decir nada.
-¡Hijo! ¿En paracaídas? ¡Estás loco! – Mamá no lo podía creer, debía de pensar que su hijito del alma estaba como una cabra
-Bueno mamá, os quiero mucho a todos, dale un beso muy fuerte a papá – Y colgué. Si hubiera seguido hablando me hubiera puesto a llorar como una magdalena. Vaya pinta de paraca tenía.
Volví al cuartel, anímicamente estaba hecho polvo. Es curioso, pero ese día la capilla estaba a rebosar.
Al día siguiente, temprano por la mañana, después de diana y fajina, formamos por patrullas en la zona de carga. Nos dieron unos paracaídas de instrucción naranjas, con una pinta un tanto vieja. Esto no contribuía a tranquilizarnos, precisamente.
Una vez bien puesto el atalaje, bien sujeto el paracaídas de pecho, bien revisados por el sargento instructor, subimos a un Aviocar los 14 tíos de la patrulla sentándonos en los bancos corridos a ambos lados del fuselaje. El olor a keroseno me estaba revolviendo el estómago.
Despegamos enseguida, cogiendo altura rápidamente, sobrevolando en círculo la zona de salto. Cada vez estábamos más alto y más acojonados. Aunque a más altura hay más seguridad, la sensación que me producía era la contraria.
Íbamos todos pálidos, alguno intentaba hacer alguna broma, algún otro tenía la tripa suelta y apestaba…Me estaba poniendo malo… ¿Y si no salto? ¿Y si me rajo? ¡Ni de coña!
Antes de pensar nada más, nos hicieron la seña de 10 minutos. No habían pasado ni cinco cuando se encendió la lucecita roja situada encima de la puerta mientras sonaba una chicharra. ¿Ya? ¡Ay mamá! Nos mandaron poner en pie esperando instrucciones. A una orden, enganchamos la cinta extractora en el cable, revisamos al compañero situado delante y le dimos un golpe en el casco indicando que estaba dispuesto.
El jefe de salto puso al primero agarrado a los lados de la puerta listo para saltar. El acojone era mayúsculo, yo era incapaz de mirar hacia afuera y solo veía el casco de mi compañero de delante.
Sonó otra vez la chicharra encendiéndose la lucecita verde. Sentí una sacudida en el cable de enganche de las cintas, el casco de delante se movió y, antes de darme cuenta, vi la cara desencajada del jefe de salto gritando ¡Salta! ¡Salta! ¡Salta!, la puerta del avión, el cielo, el suelo y…
Y casi me muero del susto. En las prácticas que había hecho, uno siempre se lanzaba hacia delante e iba hacia delante. Al saltar del avión, hice lo mismo. Lo que no esperaba es que el azote del aire me llevara de lado levantándome patas arriba.
Cerré los ojos con fuerza muerto de miedo mientras notaba las sacudidas de los precintos al romperse. Luego, un tirón más fuerte y la sensación de quedar colgado. Abrí los ojos y… ¡Oh, maravilla!
Estaba bien sujeto de mi paracaídas, verifiqué la campana comprobando que se había abierto bien, miré alrededor viendo a mis compañeros flotando como yo, y la vista más alucinante que se pudiera ver.
Un sentimiento de alegría me invadió, grité de gozo, era maravilloso. Menos de un minuto después estaba poniendo en práctica lo de las culadas mientras me daba un buen talegazo contra el suelo. La cuestión es que parece que falta bastante para llegar cuando te das la hostia contra la tierra. Es una ilusión óptica que me habían contado pero a la que no había hecho ni caso.
Tras recoger el paracaídas reglamentariamente, nos dirigimos todos al punto de reunión a dar novedades. Nos sentíamos héroes, vivíamos en una nube. Supongo que la cantidad de adrenalina soltada había sido mucha.
Después de pasar un día vacilando de lo machotes que éramos (chicas incluidas), volvimos al siguiente a por el segundo salto. Ya no me acordaba de lo bonito que había sido, de lo bien que me sentí… Solo me acordaba del susto que me llevé al salir por la puerta.
Pasé más miedo que el día anterior. Ya no iba acojonado, iba aterrorizado. Creo que fue uno de los peores días de mi vida hasta que verifiqué la campana y estaba colgado del paracaídas en el aire. Volví a gritar de gozo y a sentirme feliz.
El resto de días fueron mejor, le íbamos cogiendo el tranquillo. Sólo mencionar el cuarto salto en el que nos cambiaron el tipo de paracaídas y te da un poco de yuyu y el último, en el que saltábamos con todo el equipo (mochila, fusil, cargadores, etc).
Al final lo conseguí, me dieron el diploma, el rokiski y 15 días de permiso antes de incorporarme a mi destino definitivo. No sabía qué hacer, no tenía sitio donde estar durante estos 15 días ni dinero suficiente. Gracias a Dios nos habían pagado los meses de instrucción más la prima por terminar.
Echándole todo el valor que me quedaba, cogí un autobús en Alcantarilla con destino Madrid. Creo que llevaba más acojone que si fuera a saltar. ¿Que me dirían mis padres? Supongo que les hará mucha ilusión verme ¿Y Marta? No había dejado de pensar en ella en los tres meses pasados fuera.
Era primeros de diciembre y, por casualidad, mi hermana estaba de viaje con unas compañeras de universidad. Para mi fue una pequeña decepción a la par que una suerte. No verla significaba no tener que enfrentarme y no tener que dar explicaciones.
A mis padres les dije que me fui por culpa de una chica, un mal de amores, lo cual era totalmente cierto. Ellos lo entendieron, pero consideraron que iba a perder un par de años por una tontería amorosa.
Pasé mi permiso sin más vicisitudes, después de los 15 días volví a Murcia a mi destino definitivo en la 11 cía dela IIIbandera, sección de fusiles. La verdad es que el trabajo era chunguísimo, palizas físicas, maniobras con un frío alucinante o un calor abrasador…
Así fueron pasando los meses, escribía de vez en cuando, llamaba muy poco e idealizaba a mi hermana cada vez más. Nos mandaron de misión como estaba previsto durante 6 meses. Fue la hostia, pero no me hizo olvidar a Marta, todo lo contrario.
Estaba llegando el tiempo del fin de mi compromiso y debía decidir si me licenciaba o quería seguir allí. También tenía la posibilidad de presentarme a las academias de oficiales o suboficiales. El ejército se me daba mejor de lo que hubiera pensado y no era descabellado continuar.
Pero lo fundamental era mi hermana. Si me fui por un amor imposible hacia ella, ahora era peor. La tenía en un pedestal, durante estos casi dos años, no había salido con ninguna chica, me guardaba para ella aún sabiendo que nunca sería mía.
Sabía por mis padres que Marta no tenía novio desde hacía tiempo, me aliviaba, no quería a nadie cerca de ella, pero no me daba más ánimos.
Un día de principios de verano recibí una carta de mi hermana. Me había escrito pocas veces por lo que fue una grata sorpresa. En las anteriores sólo me preguntaba por mi salud, compañeros, vida en general, era cariñosa sin excederse… Esta última fue distinta, apenas tenía una frase…
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¡A intentarlo! ¿Intentar qué? ¿Enrollarse conmigo? ¿Después de casi dos años? No me lo creía, no lo podía creer, no lo quería creer ¡Mi hermana!
Pedí prestado a un compañero su móvil para mandarla un mensaje. Le decía que, si quería, podía venir a verme el siguiente fin de semana. Podríamos quedar en una cafetería céntrica. Pensé que si realmente tenía ganas, si estaba dispuesta a algo, haría el esfuerzo de venir hasta aquí.
Pasé la semana como un flan, desde mi binomio hasta mi jefe de pelotón se dieron cuenta. Al final, si venía, nos veríamos el viernes por la tarde en la cafetería que le había indicado.
Llegado el día, acudí a la cita todo nervioso. No la había visto en casi dos años, ni sabía si había cambiado de aspecto. Me senté en una mesita apartada tomándome una cerveza con los nervios a flor de piel. Pensaba en que yo si había cambiado, el pelo rapado, la piel muy tostada por el sol…
La vi venir, el corazón me dio un vuelco, el mundo se eclipsó, ella era la única luz. Era preciosa, no podía imaginar a alguien más hermosa (qué cursi). Si había alguna duda de lo que pudiera sentir por ella, se disipó al instante.
Miraba desde la entrada buscándome entre la gente, era evidente que no me veía… Me levanté e hice una seña con la mano llamando su atención. Al acercarse, seguida por la mirada de cuantos varones allí había, me miraba extrañada. Repentinamente, resplandeció al reconocerme.
-¡Carlos! – Exclamó tirándose encima de mí, abrazándome con todas sus ganas.
Notaba cómo sus lágrimas empapaban mi camisa, cómo sus pechos se aplastaban en el mío, cómo todo el amor que sentía por ella me desbordaba…
Fue un abrazo eterno, me hubiera quedado para siempre así, quise decirle lo que sentía con un beso… Busqué su boca con mis labios, su lengua con la mía, sus dientes, sus suspiros… Nunca besé ni me besaron así. Sólo el carraspeo de un oficial llamándome la atención hizo que nos separáramos.
Se sentó a mi lado dándome la mano, me miraba arrebolada, jamás había visto una mirada así, con tanto cariño, con tanta ternura, con tanto amor…
-No te había reconocido – Me dijo muy sonriente – Has cambiado, estás mucho mejor, más fuerte, más mayor…
Ya había cumplido veinte años, ella tenía veintitrés. Marta estaba prácticamente igual, su pelo largo, sus ojos verdes, sus dientes perfectos…
-Cómo te he echado de menos – Continuó –Siempre me he sentido un poco culpable de que te fueras, no sabía que me querías, si me lo hubieras dicho…
-¿Cómo te lo iba a decir? Es más ¿Cómo te lo digo ahora? Somos hermanos, Marta, no debo enamorarme de ti. Y si no podía evitarlo, lo mejor era irme. ¿Qué hubieras dicho si me llego a declarar? – Le hablaba bajito con mucha vehemencia – Me hubieras dicho que estaba loco, o que era tu hermano, o te hubieras reído, no se… Lo que está claro es que no podías haberlo aceptado nunca.
-Pues ahora sí, ha pasado mucho tiempo, he tardado en darme cuenta de que no puedo estar sin ti. Cuando esperaba que volvieras, mamá me dijo que igual te quedabas aquí. No lo pude soportar, me lo tuve que reconocer a mí misma, te necesito a mi lado como siempre has estado, eres mío, eres mi niño, mío y de nadie más...
¡Joder! Esto sí que era una declaración en toda regla.
Nos fuimos de la cafetería, me dijo que había cogido una habitación en un hotel de allí.
-Si te apetece o tienes tiempo, me acompañas a mi habitación. – Sus ojos me miraron con una mezcla de timidez y picardía. Me estaba invitando, sólo de pensarlo mi miembro reaccionó al instante.
A pesar de la excitación que me causaba, de las ganas que tenía de estar con ella, de la necesidad física de hacerle el amor, me contuve, tenía que estar seguro de que Marta quería.
-Vamos a dar un paseo –Le dije –Necesito que me cuentes cosas de casa, de los papás… ¿Cómo han dejado que vinieras sola?
-En cuanto comenté que quería venir a verte les faltó tiempo para darme permiso. Además, tengo veintitrés años, no soy una cría
Seguimos paseando de la mano, hablando, riéndonos… No pude soportar más y nos encaminamos hacia su hotel. Subimos a su habitación bajo la mirada recelosa del conserje.
Una tele pequeña, dos camas juntas y un escritorio con su silla, era todo el mobiliario que había. Me senté en la silla, bastante nervioso, expectante y asustado. Volvía a ser el hermanito pequeño…
Se sentó en la cama frente a mí, sonriéndome. Se me estaba secando la boca, después de años imaginándolo, me sentía incapaz de dar el primer paso, tenía más miedo que vergüenza. Mucho caballero legionario paracaidista pero, a la hora de la verdad, me estaba rajando como un pistolo.
Tuvo que ser ella ¿quién si no? La que se acercara a mí. Intenté levantarme pero no me dejó se sentó a horcajadas en mis rodillas, me sujetó la cara mirándome profundamente a los ojos…
-Oye, Marta…
-Calla. Calla y bésame – Me dijo posando sus labios sobre los míos.
Su lengua holló mi boca, sus dientes me mordieron suavemente, nuestras salivas se mezclaron… Sólo con esto ya me encontraba en la gloria.
Unos cuantos morreos después, ella debía de notar cómo mi pene presionaba contra su monte de venus. Se levantó y a mí con ella. Me quitó la camiseta, me besó las tetillas, me acarició todo el pecho y los abdominales… Dos años de ejercicio físico diario me habían puesto muy cachas.
Le acariciaba la espalda y el pelo mientras seguía besándome. Soltó el botón de mis vaqueros y los botones de la bragueta, me ayudó a sacarme los pantalones por los pies. Estaba en calzoncillos marcando una buena erección que ella acarició por encima.
Me llevó a la cama, tenía la iniciativa en todo momento. Con coquetería, se fue desnudando poco a poco. Camiseta, pantalones, zapatillas… su ropa interior, negra con puntillas en los bordes, le hacía un tipo espectacular. Se tumbó a mi lado, sus dedos recorrieron suavemente el contorno de mi cara, mi boca mi nariz…
Estaba como un flan, mi experiencia se reducía a algún rollete en el instituto, no sabía nada de mujeres, ni siquiera había visto mucho porno, ni me conectaba al ordenador que teníamos en el club de la compañía… De vez en cuando, un compañero de camareta que tenía un portátil me enseñaba a navegar.
-Marta, nunca he estado con una mujer así, nunca me he acostado con ninguna…
Me miró con sorpresa
-¿Y eso? Eres un chico muy guapo – Me dijo besándome los labios –Tienes que tenerlas a montones.
-Me reservaba para ti.
Se sintió íntimamente conmovida y alagada, me miró con dulzura y volvió a besarme con más pasión. Me acarició el miembro por dentro de la ropa interior y me corrí sin remisión, me puse perdido.
Sonrió con sorpresa volviéndome a besar.
-Estabas a puntito ¿Eh?
-Si, perdona – Me puse totalmente colorado.
-No te preocupes, si no has estado con nadie es normal
Ella misma me quitó el calzoncillo y lo utilizó para limpiarse la mano. Se soltó el sujetador dejando a la vista las tetas más alucinantes que se pudieran ver. Eran naturales pero operadas (sin silicona), el cirujano había hecho un trabajo excelente.
Se inclinó sobre mi, me besó el pecho, la tripa… Cogió mi miembro aún pringoso, se lo metió en la boca y lo chupó mientras se deshinchaba.
La erección volvió rápidamente, me mataba de gusto…
-Marta, por Dios… -Le dije totalmente excitado. Me alucinaba verla con mi polla en la boca. Me volví a correr sin avisar, en el fondo de la garganta.
Hizo ademán de sacársela pero le sujetaba la nuca con las manos, tensando mucho las piernas. No hizo más fuerza para soltarse y acabó tragándoselo todo.
No me regañó, sé que no le había hecho gracia que la sujetara pero no me dijo nada. Se izó hacia mí, se tumbó encima clavándome sus tetas en mi pecho besándome con pasión (y pasándome la mitad de mi semen).
Puaj, no me gustó nada; pero si ella se lo había tragado sin chistar, no pude menos que portarme igual.
Todavía no la había acariciado casi, llevé mis manos a sus senos, los amasé… Eran la locura. Pellizqué los pezones, repasé las areolas con los pulgares… Parecía gustarle mucho, se restregaba contra mí rozando su monte de venus contra mi muslo.
Acaricié su cintura, sus caderas, me perdí en la tersura de sus piernas… Después de las manos iban mis labios, recorrí su cuerpo, lo besé desde la cabeza a los pies… Estaba en un mar de sensaciones nunca experimentadas, había valido la pena esperar.
Me ayudó a bajarle las bragas levantando el culo y ahí lo ví por primera vez, el coño (qué basto suena), su monte, su más recóndito tesoro… Casi totalmente depilado con láser, una pequeña mata de vellos remataba su parte superior.
Hundí la cabeza entre sus piernas besando la cara interna de los muslos, besé sus ingles produciéndole pequeños escalofríos… Con la nariz fui separando los labios mayores seguido de mi lengua.
Intenté introducírsela lo más posible, jugar con ella… Marta me acariciaba la cabeza, de vez en cuando decía un “mmm, que bien” bajito, yo seguía chupando sin desfallecer.
Al cabo de un buen rato de jugar con su hoyito, se me estaba casi desencajando la mandíbula, quise subir a besarle las tetas, la boca… Nada más comenzar el recorrido me encontré con un pequeño nódulo, al chuparlo mi hermana dio un respingo y un MMMM mucho más fuerte.
Visto el resultado decidí dedicarle un tratamiento especial, Marta subía las caderas apretándose contra mi boca, se había desatado totalmente. Le metí un dedo en la vagina frotando su parte superior, tratando de encontrar una zona que un colega, experto en estas lides, me había comentado.
Empezó a moverse mucho más fuerte, como si me follara la cara, gimió de forma distinta, pasando del “mmmm” al “aaahhhh”. Seguí un ratito más y se corrió o eso creo. Se tensó, se quedó con las caderas levantadas, me apretó mucho la cabeza con las piernas, dejándose caer repentinamente.
Siguió moviéndose mucho más suave mientras me incorporaba hacia ella, me miró muy sonriente, tenía los ojos luminosos, el pelo alborotado, la cara colorada… Me besó con muchísimo cariño… Hundí la cara en su cuello abrazándola fortísimo, no me salían las palabras, no sabía que pudiera querer tanto.
Me tumbó boca arriba, se puso encima de mí a caballito, fue bajando con su boca a lo largo de mi cuerpo hasta los pies, me estaba matando de excitación. Hizo el camino inverso, deteniéndose en mi miembro. Lo estimuló con la mano introduciéndoselo en la boca. Jugueteaba con la lengua en mi glande, me recorría desde la punta hasta las pelotas… Mi hermana era divina. Siguió hacia arriba por mi tripa y pecho, cuello, orejas, ojos, boca…
Empecé a notar que ella misma se introducía mi virilidad en su cueva, jamás había tenido una sensación parecida, era alucinante, era la leche. Poco a poco, moviéndose dentro fuera, consiguió introducirse todo mi miembro hasta el corvejón.
Cuando estuvo toda dentro se paró, me besó como nunca, le devolví los besos con la misma pasión… Se frotaba contra mi vello púbico, me encantaba sentir sus tetas en mi pecho… Mientras seguía frotándose fui dando golpes de cadera, cada vez más rápidos.
Cuando se incorporaba un poco sus senos rebotaban al son de mis acometidas, cada vez gemía más, cada vez le daba más fuerte… Cuando me dio un abrazo que casi me ahoga y hundió su pelvis con fuerza, supongo que debió de tener otro orgasmo, muy intenso, muy placentero…
Se quedó derrengada encima de mí, me estaba encantando sentir su peso… Sin embargo me incorporé, me quedé sentado en la cama con ella bien ensartada, ya no le daba besos, le mordía el cuello, las orejas…
Ahora estaba aguantando bastante, así podía disfrutar bien del tremendo polvazo que nos estábamos echando. La tumbé, la incorporé, la puse a cuatro patas, nos pusimos de lado… Así, en esa postura, yo detrás de ella, no corrimos los dos, la llené con el semen que me quedaba después de haberme corrido tres veces.
Poco a poco mi erección fue decayendo. Yo le besaba suavemente la espalda, los hombros, le acariciaba el pecho con delicadeza. Ella me sujetaba la mano.
Se dio la vuelta a mirarme de frente ¡qué guapa estaba! ¡cómo la quería! Si a los dieciocho años me fui de casa, ahora me tiraba de un avión sin paracaídas si me lo pedía.
Estuvimos todo el fin de semana juntos en el hotel, salíamos para comer, para pasear como los enamorados que éramos, pero rápidamente volvíamos para hacer el amor, no solo follar.
Lloramos cómo niños cundo cogió el autobús el domingo por la tarde, ya habíamos hablado, si queríamos estar juntos yo tenía que volver, ella no había terminado la carrera. Pero ir a casa de mis padres, sin oficio ni beneficio, no era plan.
Decidí seguir en el ejército, cuando acabara mi contrato inicial pediría traslado a otra bandera, las demás tenían su base en Paracuellos, cerca de Madrid. No nos costaría alquilar un piso pequeño para nosotros, sabríamos esperar.
Ya han pasado unos meses, tengo el pasaporte para irme a la 1ª bandera, estoy preparando el petate y ya me he despedido de los mandos de la compañía. Sé que mañana la veré, volveré a estar con ella, me estará esperando.
No sé que nos deparará la vida, solo sé que quiero pasarla con ella y ella conmigo. Nada ni nadie podrá separarnos, de momento.
9 comentarios - Por amor a mi hermana
Muy buen relato...!!!
Atrapante y apasionante la historia...
Me imagino a tu hermana como una hermosa mujer...!!!
Gracias por compartir tu historia...!!!
te felicido Th4bIgBoS encerio! te dejo mis puntos!
no tengo ni palabras...
fue increible leer tu relato, no podia dejarlo, fue increible...
necesito la continuación de este relato....
animo mi amigo...
esta muy bueno el post...