Después de estar manejando durante varias horas Daniel sintió
la necesidad de aliviar la carga de su vejiga, de manera que en la primera
estación de servicio que apareció en la ruta decidió hacer un alto. Aminoró la
velocidad y desvió su carro hacia al sector de estacionamiento, pero al
aproximarse observó que todos los sitios a resguardo del sol estaban ocupados.
Aunque su parada iba a ser breve el muchacho prefería dejar
el vehículo a la sombra, y con esa idea recorrió unos metros hasta un grupo de
árboles para estacionarlo junto a un camión. Arrimó su carro a la derecha del
enorme rodado, lo acomodó en una sola maniobra y luego apagó el motor.
Ante de bajarse se le ocurrió que también podía comprarse
algo para comer, y mientras buscaba su billetera para vio pasar frente a él al
conductor del camión. Era un tipo joven, de entre treinta y treinta y cinco
años, de estatura media, delgado. Tenía el cabello y los ojos oscuros, barba de
un par de días, y vestía un jean gastado y una remera con las mangas muy cortas
que dejaban ver unos buenos brazos.
Daniel observó por unos segundos al hombre mientras se
alejaba, un poco atraído por la masculinidad que irradiaba el tipo y otro poco
motivado por sus propias fantasías (como las de muchos) sobre los mitos
relacionados con los camioneros. Después sonrió, sintiéndose un tanto ridículo
ante sus morbosos pensamientos, y terminando de recoger sus cosas bajó del
automóvil y cerró con llave. El hecho de ponerse de pie sumado a la leve
erección provocada por sus pensamientos acerca del camionero aumentaron la
presión en su vejiga, y eso le recordó dolorosamente el principal motivo de su
parada. Entonces se encaminó con paso firme hacia el baño, ubicado a un costado
del local de comidas de la estación.
Entró al sanitario, y se encontró con dos compartimentos con
inodoro y una fila con tres mingitorios. Los compartimentos estaban ocupados,
uno con la puerta cerrada y otro con un hombre orinando con la puerta abierta. Y
de los tres mingitorios, sólo estaba libre el del medio. En un extremo había un
señor mayor, y en el otro estaba el camionero que había visto pasar momentos
antes. Obviamente, Daniel no tenía más remedio que ocupar el lugar del medio . .
. y así lo hizo. Se desabrochó la bragueta, sacó su pene y comenzó a orinar, y
el placer de alivianar su dolorida vejiga le causó una satisfacción tan grande
que por unos instantes cerró los ojos y se olvidó de todo. Fueron unos segundos,
nada más. Porque cuando los abrió de nuevo, inconscientemente los desvió hacia
la verga del camionero . . . y ya no pudo sacarlos de allí.
Evidentemente el tipo recién había terminado de orinar,
porque con movimientos suaves sacudía su miembro. Daniel notó que aunque la mano
del hombre tenía un tamaño normal, la cabeza del falo sobresalía unos cuantos
centímetros de los dedos doblados que sostenían el tronco. La masa del apéndice
viril se veía gruesa, palpitante, y el contorno de la cabeza triangular se
dibujaba nítidamente debajo de la piel. Gruesas venas recorrían el mástil a lo
largo, y un manojo oscuro de vellos sobresalía de la bragueta.
Sin duda, era una tranca absolutamente deseable.
Temiendo generar alguna sospecha en el camionero, Daniel sólo
echaba miradas furtivas a la tentadora reata del tipo. Tampoco quería llamar la
atención de los otros hombres, ganándose el rótulo tácito de "el puto que
fisgonea en los baños". Pero entonces notó que el camionero había cambiado
la posición de la mano, y que con movimientos más suaves y lentos había
comenzado a masajearse la verga. Sus dedos jugaban con el extremo de la polla,
subiendo y bajando la piel del glande para cubrir y descubrir la cabeza, alzando
el tronco levemente hacia arriba cada tanto.
Daniel tragó duro. Era evidente que el hombre le estaba
ofreciendo un espectáculo, porque aunque mantenía la vista fija en su verga
sonreía, como demostrando plena conciencia de la mirada deseosa de su vecino de
mingitorio.
Algo nervioso, Daniel se dio cuenta que su polla había
empezado a endurecerse, estimulada por la incitante demostración a la que estaba
asistiendo. Su corazón palpitaba más rápido, y el temor de quedar en evidencia
lo hacía sudar. Pero sus ojos no podían desviarse de esa tranca ajena que se iba
poniendo cada vez más morcillona, y sus pies se negaban a dar un paso para
alejarse de allí. Y mientras tanto, aprovechando la ausencia de gente en el
baño, el camionero proseguía con total desparpajo su ceremonia exhibicionista.
Cada tanto deslizaba su mano hasta la base de la verga y la sacudía suavemente,
como ofreciéndola a los anhelantes ojos de su espectador. Y en un momento dado
descubrió por completo la cabeza de la picha y con una increíble precisión dejó
caer un espeso chorro de saliva sobre el glande. Después comenzó a masajearla
nuevamente, extendiendo la baba por toda la cabeza hasta dejarla brillante y
satinada.
Como nunca antes, Daniel se sintió al borde la corrida. Su
respiración estaba muy agitada, y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no
estirar su mano y apoderarse de ese garrote enorme que ahora se sacudía desde la
raíz de tan duro que estaba. Pero su agonía no duró mucho más, porque de repente
el camionero guardó su endurecida tranca, se subió el cierre de la bragueta y se
separó del mingitorio. Aún parado junto a Daniel el camionero se acarició la
entrepierna, como acomodando la verga que abultaba notoriamente, y sin dedicarle
ni una mirada salió del baño.
Sintiéndose estúpido, con una dolorosa frustración latiendo
en los huevos, Daniel notó como su polla comenzaba a ablandarse ante el
desenlace de la situación. Con desencanto comprendió que el tipo no era más que
un exhibicionista, alguien que disfrutaba haciendo desear a los putos con su
apetitosa verga, pero sin llegar a nada más.
Mascando su decepción Daniel esperó unos segundos más, guardo
su miembro, se acomodó la ropa y salió. Había perdido las ganas de comer, y algo
fastidiado caminó hacia su carro para largarse de allí. Pero al acercarse al
automóvil vio que el camionero estaba en la cabina del camión, con la puerta del
lado del conductor cerrada y la otra (la que estaba del lado de su carro),
abierta.
Daniel apuró inconscientemente el paso. Llegó junto a su
vehículo y sin poder contenerse, con una mezcla de bronca y deseo, miró hacia el
interior del camión. Parecía que era justo lo que el camionero estaba esperando,
porque entonces apartó un suéter que estaba sobre el asiento . . . y así Daniel
pudo ver que tipo tenía la verga totalmente fuera del pantalón.
El miembro estaba duro, crecido, mucho más que en el baño.
Con movimientos lentos el hombre acariciaba el grueso tronco, y cada tanto le
daba suaves apretones que aumentaban el tamaño de la cabeza y la ponían de un
intenso color morado.
Como hipnotizado, Daniel se acercó lentamente al camión, se
paró junto a la puerta abierta, y se quedó contemplando el nuevo espectáculo que
le estaba siendo brindado.
Al igual que antes, el tipo sonreía satisfecho de su éxito,
orgulloso por la dedicada atención de la que era objeto su endurecido miembro.
Pero está vez hubo un cambio. Porque esta vez el hombre miró a Daniel y le hizo
un leve movimiento de cabeza, como alentándolo a subir al vehículo.
Como invitándolo a comerle la polla.
Y Daniel no dudo ni por un instante. Casi de un salto se
encaramó en la cabina, cerró la puerta, y con ansia apenas contenida llevó su
babeante boca a esa masa de carne palpitante, y la engulló. Lo recibió un sabor
fuerte, casi conocido, que invadió sus fauces y sus fosas nasales excitándolo
más de lo que estaba.
Dominado por el deseo, Daniel entrecerró los ojos y comenzó a
recorrer con sus labios ese falo enorme, sintiendo en su lengua las rugosidades
de las latientes venas. Con deleite se dedicó a saborear la babosa mezcla que
rezumaba la cabeza, a jugar con la piel del prepucio y a mordisquear con
suavidad el tronco, sintiendo como la verga del hombre se ponía cada vez más
dura e hinchada.
"Uhhh!! Sí, puto, así!!".
Cada tanto, el camionero le ponía la mano en la nuca y le
hacía tragarse la verga hasta la raíz, obligándolo a permanecer así por varios
segundos. Entonces Daniel sentía como la cabeza del pollón rozaba su garganta,
provocándole arcadas que contenía casi con lágrimas en los ojos.
Durante unos cuantos minutos el muchacho continuó afanándose
en su húmeda labor sobre esa golosina de carne y sangre que ocupaba por completo
su boca. De vez en cuando llevaba su mirada hacia el rostro del camionero, y en
cada ocasión se encontraba con una mueca de placer y una sonrisa sobradora del
tipo que lo hacían sentir terriblemente puto. Pero no le molestaba. Al
contrario, se sentía entregado a los deseos de un verdadero hombre, sometido a
la voluntad de un auténtico macho que lo estaba follando por la boca casi sin
decir palabra. Y eso lo excitaba terriblemente.
Por fin, el masaje llevó al silencioso camionero al clímax, y
los latidos en el miembro del tipo anunciaron su inminente corrida. Daniel
intentó interrumpir la mamada pero su cogedor se lo impidió, y tomándolo
fuertemente de la nuca lo retuvo dejándole media verga adentro de la boca.
"Shh!! Quietito ahí, que quiero que le tragues toda!!".
Y casi al instante, la durísima polla empezó a escupir
andanadas de lefa caliente, arrancándole gemidos sofocados a su dueño. Parecía
que el tipo sabía muy bien lo que hacía, porque había estancado su verga a la
distancia justa para que los trallazos dieran directo en la garganta de Daniel o
cayeran en su lengua.
El muchacho sintió como el líquido espeso y ardiente inundaba
su boca, impregnando con su intenso sabor todas sus papilas gustativas. Con cada
descarga gemía, sumando sus quejidos de gozo a los del camionero. Su propia
picha latía furiosamente hasta que en un momento dado ya no pudo contenerse más,
y mientras la verga incrustada en su boca seguía derramando semen se corrió sin
tocarse, sintiendo como su propia guasca empastaba su ropa interior.
Cuando por fin la feroz tranca dio el último estertor el
camionero comenzó a sacarla lentamente de la boca de Daniel, como para dejar que
el muchacho disfrutase un poco más de su miembro. Los labios del joven apretaban
ese mástil aún duro a medida que salía de sus fauces, como tratando de retenerlo
en su interior . . . haciendo que su follador sonriese complacido nuevamente.
Por fin, toda la verga estuvo fuera de la boca de Daniel.
Sintiendo como aún el espeso jugo escurría por su garganta, el muchacho se
acomodó la ropa y se bajó del camión. Entonces el camionero le guiñó un ojo,
encendió el motor, y luego maniobró el enorme rodado enfilando para la ruta.
Minutos después, Daniel puso en marcha su automóvil y salió
siguiendo al camión. No le costó mucho alcanzarlo, pero cuando lo hizo no lo
sobrepasó: se mantuvo detrás, marchando a la misma velocidad.
Porque, quien sabe; la ruta era larga y solitaria, y tal vez
el camionero tuviese ganas de hacer otra parada en el camino
la necesidad de aliviar la carga de su vejiga, de manera que en la primera
estación de servicio que apareció en la ruta decidió hacer un alto. Aminoró la
velocidad y desvió su carro hacia al sector de estacionamiento, pero al
aproximarse observó que todos los sitios a resguardo del sol estaban ocupados.
Aunque su parada iba a ser breve el muchacho prefería dejar
el vehículo a la sombra, y con esa idea recorrió unos metros hasta un grupo de
árboles para estacionarlo junto a un camión. Arrimó su carro a la derecha del
enorme rodado, lo acomodó en una sola maniobra y luego apagó el motor.
Ante de bajarse se le ocurrió que también podía comprarse
algo para comer, y mientras buscaba su billetera para vio pasar frente a él al
conductor del camión. Era un tipo joven, de entre treinta y treinta y cinco
años, de estatura media, delgado. Tenía el cabello y los ojos oscuros, barba de
un par de días, y vestía un jean gastado y una remera con las mangas muy cortas
que dejaban ver unos buenos brazos.
Daniel observó por unos segundos al hombre mientras se
alejaba, un poco atraído por la masculinidad que irradiaba el tipo y otro poco
motivado por sus propias fantasías (como las de muchos) sobre los mitos
relacionados con los camioneros. Después sonrió, sintiéndose un tanto ridículo
ante sus morbosos pensamientos, y terminando de recoger sus cosas bajó del
automóvil y cerró con llave. El hecho de ponerse de pie sumado a la leve
erección provocada por sus pensamientos acerca del camionero aumentaron la
presión en su vejiga, y eso le recordó dolorosamente el principal motivo de su
parada. Entonces se encaminó con paso firme hacia el baño, ubicado a un costado
del local de comidas de la estación.
Entró al sanitario, y se encontró con dos compartimentos con
inodoro y una fila con tres mingitorios. Los compartimentos estaban ocupados,
uno con la puerta cerrada y otro con un hombre orinando con la puerta abierta. Y
de los tres mingitorios, sólo estaba libre el del medio. En un extremo había un
señor mayor, y en el otro estaba el camionero que había visto pasar momentos
antes. Obviamente, Daniel no tenía más remedio que ocupar el lugar del medio . .
. y así lo hizo. Se desabrochó la bragueta, sacó su pene y comenzó a orinar, y
el placer de alivianar su dolorida vejiga le causó una satisfacción tan grande
que por unos instantes cerró los ojos y se olvidó de todo. Fueron unos segundos,
nada más. Porque cuando los abrió de nuevo, inconscientemente los desvió hacia
la verga del camionero . . . y ya no pudo sacarlos de allí.
Evidentemente el tipo recién había terminado de orinar,
porque con movimientos suaves sacudía su miembro. Daniel notó que aunque la mano
del hombre tenía un tamaño normal, la cabeza del falo sobresalía unos cuantos
centímetros de los dedos doblados que sostenían el tronco. La masa del apéndice
viril se veía gruesa, palpitante, y el contorno de la cabeza triangular se
dibujaba nítidamente debajo de la piel. Gruesas venas recorrían el mástil a lo
largo, y un manojo oscuro de vellos sobresalía de la bragueta.
Sin duda, era una tranca absolutamente deseable.
Temiendo generar alguna sospecha en el camionero, Daniel sólo
echaba miradas furtivas a la tentadora reata del tipo. Tampoco quería llamar la
atención de los otros hombres, ganándose el rótulo tácito de "el puto que
fisgonea en los baños". Pero entonces notó que el camionero había cambiado
la posición de la mano, y que con movimientos más suaves y lentos había
comenzado a masajearse la verga. Sus dedos jugaban con el extremo de la polla,
subiendo y bajando la piel del glande para cubrir y descubrir la cabeza, alzando
el tronco levemente hacia arriba cada tanto.
Daniel tragó duro. Era evidente que el hombre le estaba
ofreciendo un espectáculo, porque aunque mantenía la vista fija en su verga
sonreía, como demostrando plena conciencia de la mirada deseosa de su vecino de
mingitorio.
Algo nervioso, Daniel se dio cuenta que su polla había
empezado a endurecerse, estimulada por la incitante demostración a la que estaba
asistiendo. Su corazón palpitaba más rápido, y el temor de quedar en evidencia
lo hacía sudar. Pero sus ojos no podían desviarse de esa tranca ajena que se iba
poniendo cada vez más morcillona, y sus pies se negaban a dar un paso para
alejarse de allí. Y mientras tanto, aprovechando la ausencia de gente en el
baño, el camionero proseguía con total desparpajo su ceremonia exhibicionista.
Cada tanto deslizaba su mano hasta la base de la verga y la sacudía suavemente,
como ofreciéndola a los anhelantes ojos de su espectador. Y en un momento dado
descubrió por completo la cabeza de la picha y con una increíble precisión dejó
caer un espeso chorro de saliva sobre el glande. Después comenzó a masajearla
nuevamente, extendiendo la baba por toda la cabeza hasta dejarla brillante y
satinada.
Como nunca antes, Daniel se sintió al borde la corrida. Su
respiración estaba muy agitada, y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no
estirar su mano y apoderarse de ese garrote enorme que ahora se sacudía desde la
raíz de tan duro que estaba. Pero su agonía no duró mucho más, porque de repente
el camionero guardó su endurecida tranca, se subió el cierre de la bragueta y se
separó del mingitorio. Aún parado junto a Daniel el camionero se acarició la
entrepierna, como acomodando la verga que abultaba notoriamente, y sin dedicarle
ni una mirada salió del baño.
Sintiéndose estúpido, con una dolorosa frustración latiendo
en los huevos, Daniel notó como su polla comenzaba a ablandarse ante el
desenlace de la situación. Con desencanto comprendió que el tipo no era más que
un exhibicionista, alguien que disfrutaba haciendo desear a los putos con su
apetitosa verga, pero sin llegar a nada más.
Mascando su decepción Daniel esperó unos segundos más, guardo
su miembro, se acomodó la ropa y salió. Había perdido las ganas de comer, y algo
fastidiado caminó hacia su carro para largarse de allí. Pero al acercarse al
automóvil vio que el camionero estaba en la cabina del camión, con la puerta del
lado del conductor cerrada y la otra (la que estaba del lado de su carro),
abierta.
Daniel apuró inconscientemente el paso. Llegó junto a su
vehículo y sin poder contenerse, con una mezcla de bronca y deseo, miró hacia el
interior del camión. Parecía que era justo lo que el camionero estaba esperando,
porque entonces apartó un suéter que estaba sobre el asiento . . . y así Daniel
pudo ver que tipo tenía la verga totalmente fuera del pantalón.
El miembro estaba duro, crecido, mucho más que en el baño.
Con movimientos lentos el hombre acariciaba el grueso tronco, y cada tanto le
daba suaves apretones que aumentaban el tamaño de la cabeza y la ponían de un
intenso color morado.
Como hipnotizado, Daniel se acercó lentamente al camión, se
paró junto a la puerta abierta, y se quedó contemplando el nuevo espectáculo que
le estaba siendo brindado.
Al igual que antes, el tipo sonreía satisfecho de su éxito,
orgulloso por la dedicada atención de la que era objeto su endurecido miembro.
Pero está vez hubo un cambio. Porque esta vez el hombre miró a Daniel y le hizo
un leve movimiento de cabeza, como alentándolo a subir al vehículo.
Como invitándolo a comerle la polla.
Y Daniel no dudo ni por un instante. Casi de un salto se
encaramó en la cabina, cerró la puerta, y con ansia apenas contenida llevó su
babeante boca a esa masa de carne palpitante, y la engulló. Lo recibió un sabor
fuerte, casi conocido, que invadió sus fauces y sus fosas nasales excitándolo
más de lo que estaba.
Dominado por el deseo, Daniel entrecerró los ojos y comenzó a
recorrer con sus labios ese falo enorme, sintiendo en su lengua las rugosidades
de las latientes venas. Con deleite se dedicó a saborear la babosa mezcla que
rezumaba la cabeza, a jugar con la piel del prepucio y a mordisquear con
suavidad el tronco, sintiendo como la verga del hombre se ponía cada vez más
dura e hinchada.
"Uhhh!! Sí, puto, así!!".
Cada tanto, el camionero le ponía la mano en la nuca y le
hacía tragarse la verga hasta la raíz, obligándolo a permanecer así por varios
segundos. Entonces Daniel sentía como la cabeza del pollón rozaba su garganta,
provocándole arcadas que contenía casi con lágrimas en los ojos.
Durante unos cuantos minutos el muchacho continuó afanándose
en su húmeda labor sobre esa golosina de carne y sangre que ocupaba por completo
su boca. De vez en cuando llevaba su mirada hacia el rostro del camionero, y en
cada ocasión se encontraba con una mueca de placer y una sonrisa sobradora del
tipo que lo hacían sentir terriblemente puto. Pero no le molestaba. Al
contrario, se sentía entregado a los deseos de un verdadero hombre, sometido a
la voluntad de un auténtico macho que lo estaba follando por la boca casi sin
decir palabra. Y eso lo excitaba terriblemente.
Por fin, el masaje llevó al silencioso camionero al clímax, y
los latidos en el miembro del tipo anunciaron su inminente corrida. Daniel
intentó interrumpir la mamada pero su cogedor se lo impidió, y tomándolo
fuertemente de la nuca lo retuvo dejándole media verga adentro de la boca.
"Shh!! Quietito ahí, que quiero que le tragues toda!!".
Y casi al instante, la durísima polla empezó a escupir
andanadas de lefa caliente, arrancándole gemidos sofocados a su dueño. Parecía
que el tipo sabía muy bien lo que hacía, porque había estancado su verga a la
distancia justa para que los trallazos dieran directo en la garganta de Daniel o
cayeran en su lengua.
El muchacho sintió como el líquido espeso y ardiente inundaba
su boca, impregnando con su intenso sabor todas sus papilas gustativas. Con cada
descarga gemía, sumando sus quejidos de gozo a los del camionero. Su propia
picha latía furiosamente hasta que en un momento dado ya no pudo contenerse más,
y mientras la verga incrustada en su boca seguía derramando semen se corrió sin
tocarse, sintiendo como su propia guasca empastaba su ropa interior.
Cuando por fin la feroz tranca dio el último estertor el
camionero comenzó a sacarla lentamente de la boca de Daniel, como para dejar que
el muchacho disfrutase un poco más de su miembro. Los labios del joven apretaban
ese mástil aún duro a medida que salía de sus fauces, como tratando de retenerlo
en su interior . . . haciendo que su follador sonriese complacido nuevamente.
Por fin, toda la verga estuvo fuera de la boca de Daniel.
Sintiendo como aún el espeso jugo escurría por su garganta, el muchacho se
acomodó la ropa y se bajó del camión. Entonces el camionero le guiñó un ojo,
encendió el motor, y luego maniobró el enorme rodado enfilando para la ruta.
Minutos después, Daniel puso en marcha su automóvil y salió
siguiendo al camión. No le costó mucho alcanzarlo, pero cuando lo hizo no lo
sobrepasó: se mantuvo detrás, marchando a la misma velocidad.
Porque, quien sabe; la ruta era larga y solitaria, y tal vez
el camionero tuviese ganas de hacer otra parada en el camino
4 comentarios - Saboreando al camionero
🙌 excelenteee 🙌
gracias por compartir semejante relato, me has dejao en órbita 🔥 (5)