“Alguno va para el lado de la casa de Maia, que hay que mandarle unos sobres?”, preguntó mi jefe. Gracías a dios nunca tuve problemas con alcohol, pero me sentí como aquellos que después de un largo y doloroso tratamiento se toparan por primera vez con una copa de vino.
Maia y yo habíamos trabajado juntos en esa oficina correspondiente a un Ministerio de la Provincia de Buenos Aires (no quiero dar más datos), durante 4 años, en la que yo la amé día tras día, informe tras informe, fotocopia tras fotocopia hasta que me dolieron huesos. Soñaba con ella, dormido y despierto, llegó a quitarme el sueño y el hambre. Enamorarse y no ser correspondido duele, pero se pasa, pero cuando uno está obligado a ver a esa persona cada día, oler su perfume, escuchar sus penas y sus triunfos, esa pasión se alimenta cada día.
Entramos a trabajar el mismo día, no por casualidad, porque nuestro ingreso se dio tras una convocatoria del Ministerio en la que los pasantes fuimos muchos, algunos de los cuales son hoy todavía mis compañeros, pero a los que nunca me animé a contarles sobre esa brasa encendida en mi estómago. En aquel entonces los dos teníamos 23 años habíamos terminado los estudios y queríamos empezar a despegar de nuestros viejos. Yo no tenía en mis planes de ninguna manera enamorarme, la estaba pasando bárbaro. Entraba en un trbajo piola, iba a ganar mis primeros mangos, un grupo de amigos aceitado y algunas modestas conquistas casi aseguradas por fin de semana.
Ella tampoco lo tenía en los planes, más bien ya estaba enamorada, de novia hacía un par de años con un chico un poco más grande, del que nos hablaba todo el tiempo, Gastón se llamaba, era abogado y empezaba a juntar monedas en grande. Pero mis planes de vivir la vida loca se esfumaron en cuanto la vi por primera vez. No muy alta, estatura mediana dirían en TV si la estuvieran buscando, pelo oscuro y ensortijado, ojos celeste intenso. La parte que más le interesa a los lectores del género masculino tiene una sola manera de describirse: tetona y culona, pero en proporciones justas, nada de más, nada de menos y bastante gym para reforzar. Yo, un chico normal.
En los años en que trabajamos juntos nuestra relación se fue afianzando y ella terminó por ser mi mejor “amiga” dentro de la oficina. El encomillado indica que no creo el la amistad MH y mucho menos con una hembra de semejante porte. Nos convertimos en compinches y hasta confidentes en los momentos difíciles y también jugadores de ese juego peligroso de los dobles sentidos y los roces no tan casuales. Si hubiera sido una chica que solo me gustaba me hubiera ido a mi casa todos los días con dolor de huevos, pero con ella era diferente, los roces ni siquiera me despertaban erecciones, más bien dolor de panza. Amor creo que le dicen.
Durante estos años de relación mantuve mi gimnasia semanal de enganchar alguna cachorrita y hasta entablé alguna relación más o menos seria, que hoy, visto con el cristal de las cosas que nos pasaron, creo que lo hacía más para tener algo que contarle a ella y ver, infaltilmente, si le provocaba alguna clase de celos.
Yo notaba que a través del tiempo su relación con su novio se iba desgastando, al tiempo que nuestros chistes y cargadas iban tomando forma de realidad. Cada día me sentía un poco más cerca de ella y me iba a mi casa con un poco menos de dolor y un poco más de esperanza.
Hace 5 meses me di cuenta que su noviazgo con Gastón estaba estaba estancado, habían empezado de muy jóvenes y la notaba a ella tenía ganas de divertirse y de a ratos me parecía que tenía ganas de mí. Un día entre los días la charla se hizo más intensa y ella terminó soltando algunas lágrimas. El horario de trabajo estaba llegando a su fin y por primera vez después de tres años y medio de “vivir juntos” me animé a dar un paso más.
-“No me gustaría que te vayas así a tu casa, toda llorosa. Vamos a algún bar, y nos tomamos unas birras hasta que se te pase”.
-“Dale, a mí tampoco me gustaría llegar y que mi mamá se de cuenta que estuve llorando, prefiero que piense que estuve tomando”, largó casi con una risita.
Fuimos a un bar cercano, donde por suerte no había nadie de la oficina, y se siguío despachando a gusto. Era tan obvio que nos sentíamos bien juntos que mi beso no la sorerprendió. Duró poco, pero lo justo para no ser sólo un arrebato.
-“Te amo, Maia”, le dije temblando. Sabía que estaba ganando una larga batalla.
-“Sabés que me parece que yo también?”, me repondió llorando y riendo al mismo tiempo.
El diálogo que siguió es de la cursilería más barata, por lo que no voy a reproducirlo, pero los dos estabamos felices. La llevé a su casa, nos besamos apenas en mi 147, para que nadie de su barrio la viera y yo le di un tiempo, digamos una semana, para poner las cosas en claro con su novio y no dejar cabos sin atar. Estaba tan contento que ni se me pasó por la cabeza la idea de coger, ella no era solo eso para mí. Ella se bajó del auto casi feliz. En lo que a mí concernía, ella era legalmente mi novia, la mujer que amaba y con la que iba a vivir mi vida.
La semana fue pasando entre la ansiedad y la alegría, los guiños cómplices en la oficina y algún roce cada vez menos casual. Cerca de la fecha que habíamos puesto como límite su ánimo se empezó a hacer más sombrío hasta terminar esquivándome el día que tenía que darme el sí. El horario de oficina terminó y tuve que agarrala de un brazo para que no huyera escaleras abajo.
-“Maia, no me vas a decir nada”, le dije y me detuve. En sus ojos celeste profundo estallaron lágrimas como de tormenta.
-“Estoy embarazada, me caso en un mes, así que mejor no te me acerques”, alcanzó a decir antes de soltarse de mi brazo y está vez si echarse escaleras abajo.
Esa fue la última vez que la vi, hasta el día de su casamiento, exactamente un mes después. Su renuncia la envió al día siguiente por un familiar, quien fue también el encargado de distribuir las invitaciones entre los compañeros.
Es obvio que no debería haber ido, pero fui. Estaba hermosa en la iglesia y yo me sentí como un boludo. Ella me había visto, así que si no iba a la fiesta, además de cómo boludo iba a quedar como cobarde. Me las arreglé para no llevar a nadie desde la iglesia hasta el salón, trayecto que hice llorando como un nene. En la fiesta procuré “mamarme” rápido para que la noche transcurriera lo más pronto posible. Para la hora del vals tenía tal “pedo” que hasta me animé a bailarlo, apretandola más de lo usual y hasta terminé dando unos pasos de baile con el propio Gastón.
El tiempo fue pasando y el hecho de no tener que verla todos los días hizo que la herida cicatrizara medianamente pronto. Ella ya estaría panzona, pensando en su bebé y en su marido, las ecografías, la cuna, cosas que no me resultaban en absoluto estimulantes. Con un poco de suerte, la vida no me la pondría nunca más en el camino.
Por eso, cuando el jefe dijo: “alguno va para el lado de la casa de Maia, que hay que mandarle unos sobres?” hasta mi me llamó la atención escuchar mi propia vos que dijo “sí, yo”.
Acá está el link con el texto completohttp://www.poringa.net/posts/relatos/2198744/Historia-de-amor-y-morbo---Completa.html
Maia y yo habíamos trabajado juntos en esa oficina correspondiente a un Ministerio de la Provincia de Buenos Aires (no quiero dar más datos), durante 4 años, en la que yo la amé día tras día, informe tras informe, fotocopia tras fotocopia hasta que me dolieron huesos. Soñaba con ella, dormido y despierto, llegó a quitarme el sueño y el hambre. Enamorarse y no ser correspondido duele, pero se pasa, pero cuando uno está obligado a ver a esa persona cada día, oler su perfume, escuchar sus penas y sus triunfos, esa pasión se alimenta cada día.
Entramos a trabajar el mismo día, no por casualidad, porque nuestro ingreso se dio tras una convocatoria del Ministerio en la que los pasantes fuimos muchos, algunos de los cuales son hoy todavía mis compañeros, pero a los que nunca me animé a contarles sobre esa brasa encendida en mi estómago. En aquel entonces los dos teníamos 23 años habíamos terminado los estudios y queríamos empezar a despegar de nuestros viejos. Yo no tenía en mis planes de ninguna manera enamorarme, la estaba pasando bárbaro. Entraba en un trbajo piola, iba a ganar mis primeros mangos, un grupo de amigos aceitado y algunas modestas conquistas casi aseguradas por fin de semana.
Ella tampoco lo tenía en los planes, más bien ya estaba enamorada, de novia hacía un par de años con un chico un poco más grande, del que nos hablaba todo el tiempo, Gastón se llamaba, era abogado y empezaba a juntar monedas en grande. Pero mis planes de vivir la vida loca se esfumaron en cuanto la vi por primera vez. No muy alta, estatura mediana dirían en TV si la estuvieran buscando, pelo oscuro y ensortijado, ojos celeste intenso. La parte que más le interesa a los lectores del género masculino tiene una sola manera de describirse: tetona y culona, pero en proporciones justas, nada de más, nada de menos y bastante gym para reforzar. Yo, un chico normal.
En los años en que trabajamos juntos nuestra relación se fue afianzando y ella terminó por ser mi mejor “amiga” dentro de la oficina. El encomillado indica que no creo el la amistad MH y mucho menos con una hembra de semejante porte. Nos convertimos en compinches y hasta confidentes en los momentos difíciles y también jugadores de ese juego peligroso de los dobles sentidos y los roces no tan casuales. Si hubiera sido una chica que solo me gustaba me hubiera ido a mi casa todos los días con dolor de huevos, pero con ella era diferente, los roces ni siquiera me despertaban erecciones, más bien dolor de panza. Amor creo que le dicen.
Durante estos años de relación mantuve mi gimnasia semanal de enganchar alguna cachorrita y hasta entablé alguna relación más o menos seria, que hoy, visto con el cristal de las cosas que nos pasaron, creo que lo hacía más para tener algo que contarle a ella y ver, infaltilmente, si le provocaba alguna clase de celos.
Yo notaba que a través del tiempo su relación con su novio se iba desgastando, al tiempo que nuestros chistes y cargadas iban tomando forma de realidad. Cada día me sentía un poco más cerca de ella y me iba a mi casa con un poco menos de dolor y un poco más de esperanza.
Hace 5 meses me di cuenta que su noviazgo con Gastón estaba estaba estancado, habían empezado de muy jóvenes y la notaba a ella tenía ganas de divertirse y de a ratos me parecía que tenía ganas de mí. Un día entre los días la charla se hizo más intensa y ella terminó soltando algunas lágrimas. El horario de trabajo estaba llegando a su fin y por primera vez después de tres años y medio de “vivir juntos” me animé a dar un paso más.
-“No me gustaría que te vayas así a tu casa, toda llorosa. Vamos a algún bar, y nos tomamos unas birras hasta que se te pase”.
-“Dale, a mí tampoco me gustaría llegar y que mi mamá se de cuenta que estuve llorando, prefiero que piense que estuve tomando”, largó casi con una risita.
Fuimos a un bar cercano, donde por suerte no había nadie de la oficina, y se siguío despachando a gusto. Era tan obvio que nos sentíamos bien juntos que mi beso no la sorerprendió. Duró poco, pero lo justo para no ser sólo un arrebato.
-“Te amo, Maia”, le dije temblando. Sabía que estaba ganando una larga batalla.
-“Sabés que me parece que yo también?”, me repondió llorando y riendo al mismo tiempo.
El diálogo que siguió es de la cursilería más barata, por lo que no voy a reproducirlo, pero los dos estabamos felices. La llevé a su casa, nos besamos apenas en mi 147, para que nadie de su barrio la viera y yo le di un tiempo, digamos una semana, para poner las cosas en claro con su novio y no dejar cabos sin atar. Estaba tan contento que ni se me pasó por la cabeza la idea de coger, ella no era solo eso para mí. Ella se bajó del auto casi feliz. En lo que a mí concernía, ella era legalmente mi novia, la mujer que amaba y con la que iba a vivir mi vida.
La semana fue pasando entre la ansiedad y la alegría, los guiños cómplices en la oficina y algún roce cada vez menos casual. Cerca de la fecha que habíamos puesto como límite su ánimo se empezó a hacer más sombrío hasta terminar esquivándome el día que tenía que darme el sí. El horario de oficina terminó y tuve que agarrala de un brazo para que no huyera escaleras abajo.
-“Maia, no me vas a decir nada”, le dije y me detuve. En sus ojos celeste profundo estallaron lágrimas como de tormenta.
-“Estoy embarazada, me caso en un mes, así que mejor no te me acerques”, alcanzó a decir antes de soltarse de mi brazo y está vez si echarse escaleras abajo.
Esa fue la última vez que la vi, hasta el día de su casamiento, exactamente un mes después. Su renuncia la envió al día siguiente por un familiar, quien fue también el encargado de distribuir las invitaciones entre los compañeros.
Es obvio que no debería haber ido, pero fui. Estaba hermosa en la iglesia y yo me sentí como un boludo. Ella me había visto, así que si no iba a la fiesta, además de cómo boludo iba a quedar como cobarde. Me las arreglé para no llevar a nadie desde la iglesia hasta el salón, trayecto que hice llorando como un nene. En la fiesta procuré “mamarme” rápido para que la noche transcurriera lo más pronto posible. Para la hora del vals tenía tal “pedo” que hasta me animé a bailarlo, apretandola más de lo usual y hasta terminé dando unos pasos de baile con el propio Gastón.
El tiempo fue pasando y el hecho de no tener que verla todos los días hizo que la herida cicatrizara medianamente pronto. Ella ya estaría panzona, pensando en su bebé y en su marido, las ecografías, la cuna, cosas que no me resultaban en absoluto estimulantes. Con un poco de suerte, la vida no me la pondría nunca más en el camino.
Por eso, cuando el jefe dijo: “alguno va para el lado de la casa de Maia, que hay que mandarle unos sobres?” hasta mi me llamó la atención escuchar mi propia vos que dijo “sí, yo”.
Acá está el link con el texto completohttp://www.poringa.net/posts/relatos/2198744/Historia-de-amor-y-morbo---Completa.html
3 comentarios - Historia de amor y morbo
Gracias por compartir.
Angie te deja Besos y Lamiditas !!!
La mejor forma de agradecer la buena onda que se recibe es comentando, al menos al que te comenta. Yo comenté tu post, vos comentaste el mío?
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