Mediodía en el centro. Había utilizado mi hora de almuerzo para visitar una librería perteneciente a una conocida cadena por la calle Florida cuando me debatía que libro debía comprar.
Ya se me había acercado uno de los vendedores para ver si podía ayudarme al que despaché sin remordimientos. Había dos vendedoras de símiles físicos: morochas bajitas, algo rellenitas y de cabellos revueltos como si acabaran de tener sexo en el depósito.
Parecían intelectuales. Una de ellas se me acercó para ver si podía despejarme las dudas. También la despaché. Al alejarse noté que sobre el pantalón un triángulo invertido se dibujaba hasta la mitad de su cola; perdiéndose en las profundidades de sus glúteos. Minutos después, cerca de la zona de libros de bolsillo, volvió a acercárseme.
-¿Seguro que no puedo ayudarte?- Dijo sorprendiéndome.
-Si seguro, pero si llego a necesitar algo te aviso.- Respondí con una sonrisa amable.
-¿Te gusta Bukowski?- Preguntó al ver uno de los libros que sostenía.
-Si. La verdad que no mucho.- Dije. -Es un posible regalo para un amigo. Prefiero, en el caso del reviente, a Burroughs.
-Ah; entiendo. Putito.
-¿Qué?
-Gay. Que preferís a los hombres. No te molesto más.
Supuse que a la vendedora le faltaban un par de jugadores; así que la seguí para preguntarle que escritor de reviente podría aconsejarme. Me habló de Houellebecq. Le señalé que también es bastante putito.
-Todos tenemos un costado homosexual.- Me confesó en voz baja como si se tratara de un secreto.
-Eso no es noticia.
-¿Te gustan los hombres?
-No tanto como a vos.
Sonrió con evidente incomodidad.
-¿Eso es un si?- Me preguntó.
-Es un si.
-¡Qué desperdicio!
-No es lo único que me gusta. En realidad, me gusta todo.
-Yo conozco a alguien que se moriría por estar con vos.
-¿Estar conmigo?
-En una camucha.
-¿Y quien es esa persona?
-Mi compañero de allá.- Dijo señalando con carpa a un empleado del local.
-No esta mal.- Confesé. -Pero no es mi tipo de hombre.
-¿Y cuál es tu tipo de hombre?
-¿Y si me preguntás cuál es mi tipo de mujer?
-Eso ya lo sé.
¿Si? ¿Cuál?
-Yo.
Quedé bastante sorprendido. Me dijo que salía a las cuatro de la tarde. Tremendo problema ya que yo trabajo hasta las siete; pero no pareció importarle cuando se lo dije. Quedamos encontrarnos a las siete y media en una esquina cercana a Retiro, alejada tanto de su trabajo como del mío. Esa tarde se comlicó y terminé saliendo casi siete y media. Pensé que no estaría esperándome y se me cruzó por la cabeza no pasar por el lugar acordado. Afortunadamente lo hice, para mi sorpresa allí estaba. Caminamos unas cuadras que aprovechamos para charlar. Se llamaba Verónica. Me contó que tenía una hija de cinco años, que estaba separada, que hacía ocho meses que no cogía y se moría por una verga. Afortunadamente conocía un telo no muy lejos de esa zona, en un pasaje cerca de Plaza San Martín. Fuimos para allá.
Entramos, dos parejas claramente de trampa esperaban su turno para se atendidas. Verónica aprovechó para besarme, introdujo su lengua juguetona en mi boca y recorrió cada rincón. Después de veinte minutos llegó nuestro turno. Pasamos a la habitación que nos habían dado y Vero parecía no poder contenerse. Desabotoné su camisa. Saqué sus tetas por encima de su corpiño para poder moderle uno de sus oscuros pezones y volví a sus besos.
-Dame un minuto que necesito ir al baño.- Le dije sacándome su lengua de mi boca.
-Te acompaño.- Dijo decidida. -¿Qué es lo que vas a hacer?
-Necesito hacer pis.
-No hagas pis en el inodoro, es un desperdicio. Aguantá que me desnude y vamos a la ducha así me meas a mi.
-¿Qué? Para para para... ¿Querés que te haga pis a vos?
-Se llama lluvia dorada.
-No creo que eso me excite.
-Meame y vas a ver como te excitas.- Me aseguró con cierta mirada pícara.
Verónica se las ingenió para evitar que orine en el inodoro, fuimos a la ducha y se arrodilló en el piso frente mío. No podía orinar y se lo dije.
-Por favor meame mi amor.- Pedía mientras se acariciaba las tetas.
Un chorro amarillo se dibujó en el aire y se estrelló en su cuerpo.
-¡Mmmmm! ¡Que rico! Esta tibiecita.- Exclamó mientras se dispersaba mi orina por el cuerpo.
Cuando parecía debilitarse, tomo mi pene e intentó beber de él las últimas gotas que quedaban por salir. No sé si lo logró.
-Haceme todo lo que quieras.- Me pidió, parecía poseída.
-Duchemonos un toque.
-Quedémonos así, me encanta el olor a bolas.
Me sentía levemente intimidado.
-¿Qué te gusta hacer además de que te meen encima?
-Me gusta todo.
La tomé de la mano y me la llevé hasta la cama, donde me acosté boca abajo.
-Quiero que me comas la cola.- Ordené.
-Yo te voy a chupar ese culito.- Contestó.
Me pidió que levante un poco la cola para poder sacar mi pene por debajo dejándolo hacia atrás. Su lengua se paseaba por mi tronco y mi ano haciendo escala en mis huevos. Estaba tan bueno que me puse en cuatro para que ella pueda llegar mas facil a todas mis zonas sensibles. Minutos mas tarde se deslizó por debajo e hicimos un sesenta y nueve perfecto. Me incorporé con fuerza y le dije que era hora de que se la ponga. Primero fue ella abajo. Mientras la bombeaba le pedí que abra la boca, escupí dentro y se la tapé con mi mano. Sus acciones reveleron que le había gustado. Cada tanto abría su boca y sacaba la lengua para que pueda escupirle dentro.
Después la hice dar vuelta y le di de espalda, de perrito, cucharita, y otras posiciones que no tienen nombre. Lo hicimos de parado, sentados, ella arriba, en el piso, la halcé y apoyándola contra la pared le di hasta donde mis brazos y piernas aguantaron. Cuando no pude mas la hice poner en cuatro sobre la cama y la penetré desde atrás. Mostro mucha actitud cuando tomó mi pene de su vagina y tras sacarla de allí se la introdujo en su estrecho ano. La bombeaba con brutalidad, me apretaba tanto la verga que no tarde en eyacular.
El tiempo había pasado volando, nos llamaraon para avisarnos que nuestro turno se terminaba y Veronica quería un poco más. Me recosté boca arriba con las piernas flexionadas hacia arriba, sosteniéndolas con mis brazos mientras ella chupaba mi verga alternando con lamidas de ano. De a poco lo fue dilatando hasta que llegó a meteme dos dedos y, pajeándome, me hizo volver a acabar.
Quedamos en vernos alguna otra vez, me pidió que pase por la librería para arreglar.
Ahora ya no trabajo más por el microcentro, me quiero morir.
Ya se me había acercado uno de los vendedores para ver si podía ayudarme al que despaché sin remordimientos. Había dos vendedoras de símiles físicos: morochas bajitas, algo rellenitas y de cabellos revueltos como si acabaran de tener sexo en el depósito.
Parecían intelectuales. Una de ellas se me acercó para ver si podía despejarme las dudas. También la despaché. Al alejarse noté que sobre el pantalón un triángulo invertido se dibujaba hasta la mitad de su cola; perdiéndose en las profundidades de sus glúteos. Minutos después, cerca de la zona de libros de bolsillo, volvió a acercárseme.
-¿Seguro que no puedo ayudarte?- Dijo sorprendiéndome.
-Si seguro, pero si llego a necesitar algo te aviso.- Respondí con una sonrisa amable.
-¿Te gusta Bukowski?- Preguntó al ver uno de los libros que sostenía.
-Si. La verdad que no mucho.- Dije. -Es un posible regalo para un amigo. Prefiero, en el caso del reviente, a Burroughs.
-Ah; entiendo. Putito.
-¿Qué?
-Gay. Que preferís a los hombres. No te molesto más.
Supuse que a la vendedora le faltaban un par de jugadores; así que la seguí para preguntarle que escritor de reviente podría aconsejarme. Me habló de Houellebecq. Le señalé que también es bastante putito.
-Todos tenemos un costado homosexual.- Me confesó en voz baja como si se tratara de un secreto.
-Eso no es noticia.
-¿Te gustan los hombres?
-No tanto como a vos.
Sonrió con evidente incomodidad.
-¿Eso es un si?- Me preguntó.
-Es un si.
-¡Qué desperdicio!
-No es lo único que me gusta. En realidad, me gusta todo.
-Yo conozco a alguien que se moriría por estar con vos.
-¿Estar conmigo?
-En una camucha.
-¿Y quien es esa persona?
-Mi compañero de allá.- Dijo señalando con carpa a un empleado del local.
-No esta mal.- Confesé. -Pero no es mi tipo de hombre.
-¿Y cuál es tu tipo de hombre?
-¿Y si me preguntás cuál es mi tipo de mujer?
-Eso ya lo sé.
¿Si? ¿Cuál?
-Yo.
Quedé bastante sorprendido. Me dijo que salía a las cuatro de la tarde. Tremendo problema ya que yo trabajo hasta las siete; pero no pareció importarle cuando se lo dije. Quedamos encontrarnos a las siete y media en una esquina cercana a Retiro, alejada tanto de su trabajo como del mío. Esa tarde se comlicó y terminé saliendo casi siete y media. Pensé que no estaría esperándome y se me cruzó por la cabeza no pasar por el lugar acordado. Afortunadamente lo hice, para mi sorpresa allí estaba. Caminamos unas cuadras que aprovechamos para charlar. Se llamaba Verónica. Me contó que tenía una hija de cinco años, que estaba separada, que hacía ocho meses que no cogía y se moría por una verga. Afortunadamente conocía un telo no muy lejos de esa zona, en un pasaje cerca de Plaza San Martín. Fuimos para allá.
Entramos, dos parejas claramente de trampa esperaban su turno para se atendidas. Verónica aprovechó para besarme, introdujo su lengua juguetona en mi boca y recorrió cada rincón. Después de veinte minutos llegó nuestro turno. Pasamos a la habitación que nos habían dado y Vero parecía no poder contenerse. Desabotoné su camisa. Saqué sus tetas por encima de su corpiño para poder moderle uno de sus oscuros pezones y volví a sus besos.
-Dame un minuto que necesito ir al baño.- Le dije sacándome su lengua de mi boca.
-Te acompaño.- Dijo decidida. -¿Qué es lo que vas a hacer?
-Necesito hacer pis.
-No hagas pis en el inodoro, es un desperdicio. Aguantá que me desnude y vamos a la ducha así me meas a mi.
-¿Qué? Para para para... ¿Querés que te haga pis a vos?
-Se llama lluvia dorada.
-No creo que eso me excite.
-Meame y vas a ver como te excitas.- Me aseguró con cierta mirada pícara.
Verónica se las ingenió para evitar que orine en el inodoro, fuimos a la ducha y se arrodilló en el piso frente mío. No podía orinar y se lo dije.
-Por favor meame mi amor.- Pedía mientras se acariciaba las tetas.
Un chorro amarillo se dibujó en el aire y se estrelló en su cuerpo.
-¡Mmmmm! ¡Que rico! Esta tibiecita.- Exclamó mientras se dispersaba mi orina por el cuerpo.
Cuando parecía debilitarse, tomo mi pene e intentó beber de él las últimas gotas que quedaban por salir. No sé si lo logró.
-Haceme todo lo que quieras.- Me pidió, parecía poseída.
-Duchemonos un toque.
-Quedémonos así, me encanta el olor a bolas.
Me sentía levemente intimidado.
-¿Qué te gusta hacer además de que te meen encima?
-Me gusta todo.
La tomé de la mano y me la llevé hasta la cama, donde me acosté boca abajo.
-Quiero que me comas la cola.- Ordené.
-Yo te voy a chupar ese culito.- Contestó.
Me pidió que levante un poco la cola para poder sacar mi pene por debajo dejándolo hacia atrás. Su lengua se paseaba por mi tronco y mi ano haciendo escala en mis huevos. Estaba tan bueno que me puse en cuatro para que ella pueda llegar mas facil a todas mis zonas sensibles. Minutos mas tarde se deslizó por debajo e hicimos un sesenta y nueve perfecto. Me incorporé con fuerza y le dije que era hora de que se la ponga. Primero fue ella abajo. Mientras la bombeaba le pedí que abra la boca, escupí dentro y se la tapé con mi mano. Sus acciones reveleron que le había gustado. Cada tanto abría su boca y sacaba la lengua para que pueda escupirle dentro.
Después la hice dar vuelta y le di de espalda, de perrito, cucharita, y otras posiciones que no tienen nombre. Lo hicimos de parado, sentados, ella arriba, en el piso, la halcé y apoyándola contra la pared le di hasta donde mis brazos y piernas aguantaron. Cuando no pude mas la hice poner en cuatro sobre la cama y la penetré desde atrás. Mostro mucha actitud cuando tomó mi pene de su vagina y tras sacarla de allí se la introdujo en su estrecho ano. La bombeaba con brutalidad, me apretaba tanto la verga que no tarde en eyacular.
El tiempo había pasado volando, nos llamaraon para avisarnos que nuestro turno se terminaba y Veronica quería un poco más. Me recosté boca arriba con las piernas flexionadas hacia arriba, sosteniéndolas con mis brazos mientras ella chupaba mi verga alternando con lamidas de ano. De a poco lo fue dilatando hasta que llegó a meteme dos dedos y, pajeándome, me hizo volver a acabar.
Quedamos en vernos alguna otra vez, me pidió que pase por la librería para arreglar.
Ahora ya no trabajo más por el microcentro, me quiero morir.
3 comentarios - La psicópata intelectual.
Muy bien relatado...
Gracias por compartir!
Beso