Mi novia se llama Bárbara y le encanta usar minifaldas. Tiene las piernas más hermosas que he visto. Son blancas, largas y torneadas, y su suavidad, al contacto con mis manos, es sobremanera excitante.
Nos gusta ir a lugares públicos, por ejemplo, a algún café al aire libre. Bárbara suele sentarse frente a mí, del lado de la mesa, con las piernas abiertas para mostrar su ropa interior. Me gusta verla coquetear con los chicos, ella se sonríe y me dice lo que ellos hacen o cómo la miran. Mientras, yo aprovecho para mirar sus muslos, su entrepierna y acariciar delicadamente su rodilla. De vez en vez, nos damos un largo beso y yo aprovecho para acariciarla por encima de la ropa interior.
La última vez que hicimos esto, terminamos muy excitados. Así, cuando llegamos al auto, la abracé y nos dimos un largo beso apasionado, mientras mis manos le subían poco a poco la falda y dejaba al descubierto su culito. Lo acariciaba y lo apretaba, mientras los hombres que pasaban la miraban con lujuria y sorpresa.
Estas aventuras son el preludio de sesiones intensas de sexo y pasión. Y si hay algo que me excita de ella, es que es muy sumisa y entregada. Siempre me pide que termine en su boca y a mí me encanta eso. Por lo general, fantaseábamos mucho con tener un trío o con verla poseída por muchos hombres a la vez, y la verdad, nunca nos habíamos atrevido a eso. A los dos nos daba miedo la idea. Sin embargo, hace poco ocurrió algo que cambió el rumbo de las cosas.
Bárbara usa minifaldas mucho muy cortas. De hecho, comenzó a usarlas muy rara vez para complacerme, pero ahora las usa prácticamente diario. Pues sucedió que un sábado, decidimos salir a jugar desde temprano. Más o menos, ya habíamos comentado lo que haríamos aquella ocasión. Nuestro destino era el metro de la ciudad. Bárbara se puso una minifalda azul de mezclilla muy ajustada que apenas le cubría el culo, zapatos de tacón abiertos con la suela cerrada, una blusa blanca y ropa interior de color blanco.
Salimos de casa alrededor del medio día. No nos llevamos el coche, así que caminamos hasta la avenida principal. Abordamos un taxi y le pedimos que nos llevara a la estación del metro más cercana. Durante el trayecto, Bárbara y yo nos besábamos apasionadamente. Ella iba sentada con las piernas muy abiertas y yo le acariciaba sus muslos y su vagina por encima de la ropa interior. De vez en vez, Bárbara no pudo evitar emitir un suspiro de excitación. Estaba mucho muy húmeda. Ella no se daba cuenta, o al menos eso fingía, pero en repetidas ocasiones, el taxista se giraba para verle las piernas. Aquello me excitó muchísimo.
Entramos a los andenes del metro. Sabíamos lo que teníamos que hacer. Ella se apartó de mí y cuando entramos al vagón, Bárbara lo hizo por una puerta y yo por otra. Se sentó. Las miradas de los hombres se posaron sobre sus muslos y los que iban en frente de ella, pudieron ver su ropa interior, ya que la falda era mucho muy corta, además ella se sentó con las piernas ligeramente abiertas. Me hubiera gustado verla así de frente pero el plan era otro. Así pues, cuando entré al vagón me senté junto a ella y los dos fingimos ser dos desconocidos.
La verdad es que yo estaba muy excitado al verla expuesta delante de varios hombres y ver sus miradas me provocaba aún más deseo por ella. Sus muslos desnudos brillaban y pedían ser acariciados. Después supe que todos aquellos ojos sobre tu ropa interior la hicieron sentir muy excitada.
Las primeras dos estaciones, nos fuimos en silencio. De pronto, ella se giró hacia mí y, en voz un poco alta para que nos escucharan toda la conversación, me preguntó:
–Disculpa, ¿sabes cómo llego a la Avenida Patria?
–Tienes que irte a la estación del Loro –dije señalando el mapa del metro pegado en la pared–. Ahí te bajas y transbordas hacia Constitución. Son como tres estaciones más.
–Ah, ok.
–De hecho, yo bajo en la estación del Loro, si gustas te acompaño.
–Sí, claro, muchas gracias –dijo ella sonriendo coqueta, con ternura.
Bárbara giró su cabeza al lado contrario de donde yo estaba y aproveché para mirarle los muslos. Estaba muy excitado.
–¿Buscas una dirección en particular? –Pregunté.
–No –respondió ella–, quedé de verme con mi novio ahí afuera del metro.
–Seguro que te encontrará con facilidad –dije mirándole las piernas. Bárbara se rió. Yo extendí la mano y me presenté–. Me llamo Arturo.
–Bárbara –dijo ella, correspondiendo mi saludo.
Guardamos silencio un rato. Ella miraba hacia el otro lado. Yo veía sus muslos desnudos y casi ya no podía contenerme. Además, Bárbara iba con las piernas abiertas, por lo que los hombres que estaban sentados en frente de ella, le miraban con toda indiscreción su ropa interior de color blanco. Entonces me decidí. Comencé a deslizar mi mano derecha hacia abajo. Miraba a los hombres frente a ella. Ellos me miraban con sorpresa. Con mi dedo índice rocé el muslo de Bárbara. Seguro que algo de ellos, excitado también, pensó que se armaría un escándalo o que ella me daría una bofetada. Para su sorpresa, no ocurrió nada de eso. Despacio y con suavidad, coloqué mi mano completa sobre el muslo de Bárbara y comencé a acariciarlo. Ella no hizo nada, sólo siguió mirando hacia el otro lado y sonrió con ternura. Los hombres frente a ella estaban sorprendidos. Yo continué con mis caricias hasta que llegamos a la estación donde bajaríamos.
–Es aquí –le dije.
–Vamos –respondió ella con una sonrisa. Cuando se levantó, abrió las piernas y todos ellos se sorprendieron más. La dejé pasar y le puse mi mano en sus nalgas, apretando ligeramente. Ella volvió a sonreír.
Nos bajamos del tren y comenzamos a caminar. Cuando se alejó por completo nos abrazamos, compartiendo risas y besos.
–Estuvo delicioso –dijo ella.
–Tú estuviste deliciosa –le dije y nos dimos un largo y tierno beso. Entonces, comenzamos el camino hacia nuestra próxima aventura.
Cuando estuvimos en los andenes indicados, nos detuvimos donde se acumulaba más número de personas, hombres principalmente. Llegó el metro, entramos y quedamos prácticamente en medio de todos ellos. Algunos no podían evitar bajar los ojos para mirarle las piernas, pero la verdad es que íbamos tan apretados que incluso era difícil verla con claridad. A nosotros no nos importó. Casi de inmediato, ella rodeó mi cuello con sus manos, yo la abracé por la cintura y comenzamos a besarnos, primero tiernos, suaves, de esos besos que erizan la piel; luego, abrimos la boca y comenzamos a intercambiar caricias con nuestras lenguas. Entonces, bajé mi mano derecha hacia los muslos y sentí su suave piel sobre mis dedos. Los acaricié, deslicé mi mano por debajo de su falda y comencé a tocar su vagina por encima de su tanga. Apreté un poco. Estaba muy húmeda. Con movimientos ligeros, fui estimulándola. Bárbara tenía los ojos cerrados y una expresión de placer en su rostro que no pudo ocultar. Bajé más mi mano, removí su ropa interior hacia un lado y comencé a meterle los dedos. La sensación era de humedad, de calor, de lujuria, excitados por completo ante la presencia de tantas personas. Bárbara no pudo evitar pegarse a mi oído y emitir un gemido de placer.
Con mi otra mano, la que tenía abrazada a mi novia, acaricié y apreté sus nalgas. Bárbara me besó y en un tono como de súplica me susurró:
–Hazlo, hazlo.
Yo sabía a qué se refería.
Sin dejar de manosearla, deslicé hacia arriba la minifalda de Bárbara hasta dejar al descubierto su hermoso y redondo culo, tapado únicamente por su tanga blanca. Bárbara se pegó más a mí y gimió. Durante unos minutos, le acaricié las nalgas y entonces, ella me besó. La abracé por la cintura, dejando su culito al aire y continué masturbándola, cuando de pronto, Bárbara abrió mucho los ojos y me miró sorprendida. Dejó de moverse, acercó su boca a mi oreja y me dijo:
–Amor… alguien más… está acariciándome las nalgas.
Con tanta gente, yo no podía ver de quién se trataba. Bárbara hizo un intento por moverse, pero yo apreté mi abrazo para indicarle que no lo hiciera. Entonces, rápidamente, la besé y continué tocando su vagina por encima de la ropa interior. Ella acercó su boca a mi oído:
–Está removiendo mi tanga…
En cada frase, yo la apretaba para que no se moviera y hacía más rápidos mis movimientos en su sexo. Mientras tanto, la mano extraña hizo a un lado la parte trasera de la tanga que vestía mi novia. Entonces, Bárbara me miró cono ojos de súplica, pero no para que la apartada de ahí; la súplica era para dejarlo continuar.
–Hazlo, nena –le dije, mirándola a los ojos.
Entonces, mi novia cedió y con movimientos no muy bruscos, separó sus piernas para ayudarle al intruso. De pronto, uno de esos dedos comenzó a hacer presión sobre su ano. Bárbara se aferró a mi cuello, cerró los ojos y dejó su boca muy cerca de mi oreja.
Por un momento, ella dejó de sentir la presión. Al cabo de unos segundos, el dedo regresó pero esta vez, Bárbara lo sintió húmedo, por lo que dedujo que el sujeto se lo había llevado a su boca. La insistencia fue mayor. Bárbara comenzó a suspirar y poco a poco, los suspiros se volvieron gemidos. El tipo aquel la estaba penetrando. Mi novia y yo nos abrazamos más fuerte. Yo me dediqué a darle equilibrio para que no tropezara con el movimiento del metro. Ella se dedicó a gozar. Yo estaba muy excitado al saber que alguien más le estaba metiendo el dedo en el ano a mi mujer y de que ella lo estaba gozando. Bárbara separó un poco más las piernas. Hizo un gesto ligero de dolor y aferrando su boca a mi hombro, gritó con un gemido de placer total. El sujeto la estaba dedeando a profundidad y al parecer incrementaba la velocidad de sus movimientos. Bárbara no dejó de gemir y se entregó por completo a esa ola de excitación. De pronto, Bárbara, agitada, me susurró:
–Me vengo, amor, me vengo…
–Vente, nena, así, así…
–¡Ay, me vengo!
–Sí, sí…
–¡Aaaaahhhhhh!
Aquello fue lo más excitante que había visto. Mi novia Bárbara acababa de ser penetratada en el ano por los dedos de un desconocido y no sólo eso, acababa de tener un orgasmo delicioso.
Al principio, las piernas de Bárbara temblaban, pero poco a poco, mi novia se fue relajando y el dedo intruso se salió. La ayudé a acomodarse la minifalda y la miré a los ojos.
–¿Estás bien? –pregunté.
–Sí –dijo ella, sonriendo. Entonces, me besó con ternura.
Llegamos a la siguiente estación y de inmediato, empezamos a mirar a los hombres alrededor. En realidad, nunca supimos quién de ellos había sido. Sin embargo, de los sujetos que descendieron hubo uno, delgado, bajito y de cierta edad avanzada que antes de bajarse, chupaba suavemente uno de sus dedos.
Bárbara y yo nos miramos y sin decir palabra, nos dimos un largo beso, tierno y apasionado.
En la siguiente estación descendimos del tren, pero antes de hacerlo, le pregunté:
–¿Quieres ir al café y continuar con nuestro juego?
Ella, sonriendo, me dijo que sí.
La aventura, en realidad, apenas estaba por comenzar.si les gusto comenten y pasen por mis otros posts http://www.poringa.net/mjavi78/posts 😀 😀 😀 😀 😀
Nos gusta ir a lugares públicos, por ejemplo, a algún café al aire libre. Bárbara suele sentarse frente a mí, del lado de la mesa, con las piernas abiertas para mostrar su ropa interior. Me gusta verla coquetear con los chicos, ella se sonríe y me dice lo que ellos hacen o cómo la miran. Mientras, yo aprovecho para mirar sus muslos, su entrepierna y acariciar delicadamente su rodilla. De vez en vez, nos damos un largo beso y yo aprovecho para acariciarla por encima de la ropa interior.
La última vez que hicimos esto, terminamos muy excitados. Así, cuando llegamos al auto, la abracé y nos dimos un largo beso apasionado, mientras mis manos le subían poco a poco la falda y dejaba al descubierto su culito. Lo acariciaba y lo apretaba, mientras los hombres que pasaban la miraban con lujuria y sorpresa.
Estas aventuras son el preludio de sesiones intensas de sexo y pasión. Y si hay algo que me excita de ella, es que es muy sumisa y entregada. Siempre me pide que termine en su boca y a mí me encanta eso. Por lo general, fantaseábamos mucho con tener un trío o con verla poseída por muchos hombres a la vez, y la verdad, nunca nos habíamos atrevido a eso. A los dos nos daba miedo la idea. Sin embargo, hace poco ocurrió algo que cambió el rumbo de las cosas.
Bárbara usa minifaldas mucho muy cortas. De hecho, comenzó a usarlas muy rara vez para complacerme, pero ahora las usa prácticamente diario. Pues sucedió que un sábado, decidimos salir a jugar desde temprano. Más o menos, ya habíamos comentado lo que haríamos aquella ocasión. Nuestro destino era el metro de la ciudad. Bárbara se puso una minifalda azul de mezclilla muy ajustada que apenas le cubría el culo, zapatos de tacón abiertos con la suela cerrada, una blusa blanca y ropa interior de color blanco.
Salimos de casa alrededor del medio día. No nos llevamos el coche, así que caminamos hasta la avenida principal. Abordamos un taxi y le pedimos que nos llevara a la estación del metro más cercana. Durante el trayecto, Bárbara y yo nos besábamos apasionadamente. Ella iba sentada con las piernas muy abiertas y yo le acariciaba sus muslos y su vagina por encima de la ropa interior. De vez en vez, Bárbara no pudo evitar emitir un suspiro de excitación. Estaba mucho muy húmeda. Ella no se daba cuenta, o al menos eso fingía, pero en repetidas ocasiones, el taxista se giraba para verle las piernas. Aquello me excitó muchísimo.
Entramos a los andenes del metro. Sabíamos lo que teníamos que hacer. Ella se apartó de mí y cuando entramos al vagón, Bárbara lo hizo por una puerta y yo por otra. Se sentó. Las miradas de los hombres se posaron sobre sus muslos y los que iban en frente de ella, pudieron ver su ropa interior, ya que la falda era mucho muy corta, además ella se sentó con las piernas ligeramente abiertas. Me hubiera gustado verla así de frente pero el plan era otro. Así pues, cuando entré al vagón me senté junto a ella y los dos fingimos ser dos desconocidos.
La verdad es que yo estaba muy excitado al verla expuesta delante de varios hombres y ver sus miradas me provocaba aún más deseo por ella. Sus muslos desnudos brillaban y pedían ser acariciados. Después supe que todos aquellos ojos sobre tu ropa interior la hicieron sentir muy excitada.
Las primeras dos estaciones, nos fuimos en silencio. De pronto, ella se giró hacia mí y, en voz un poco alta para que nos escucharan toda la conversación, me preguntó:
–Disculpa, ¿sabes cómo llego a la Avenida Patria?
–Tienes que irte a la estación del Loro –dije señalando el mapa del metro pegado en la pared–. Ahí te bajas y transbordas hacia Constitución. Son como tres estaciones más.
–Ah, ok.
–De hecho, yo bajo en la estación del Loro, si gustas te acompaño.
–Sí, claro, muchas gracias –dijo ella sonriendo coqueta, con ternura.
Bárbara giró su cabeza al lado contrario de donde yo estaba y aproveché para mirarle los muslos. Estaba muy excitado.
–¿Buscas una dirección en particular? –Pregunté.
–No –respondió ella–, quedé de verme con mi novio ahí afuera del metro.
–Seguro que te encontrará con facilidad –dije mirándole las piernas. Bárbara se rió. Yo extendí la mano y me presenté–. Me llamo Arturo.
–Bárbara –dijo ella, correspondiendo mi saludo.
Guardamos silencio un rato. Ella miraba hacia el otro lado. Yo veía sus muslos desnudos y casi ya no podía contenerme. Además, Bárbara iba con las piernas abiertas, por lo que los hombres que estaban sentados en frente de ella, le miraban con toda indiscreción su ropa interior de color blanco. Entonces me decidí. Comencé a deslizar mi mano derecha hacia abajo. Miraba a los hombres frente a ella. Ellos me miraban con sorpresa. Con mi dedo índice rocé el muslo de Bárbara. Seguro que algo de ellos, excitado también, pensó que se armaría un escándalo o que ella me daría una bofetada. Para su sorpresa, no ocurrió nada de eso. Despacio y con suavidad, coloqué mi mano completa sobre el muslo de Bárbara y comencé a acariciarlo. Ella no hizo nada, sólo siguió mirando hacia el otro lado y sonrió con ternura. Los hombres frente a ella estaban sorprendidos. Yo continué con mis caricias hasta que llegamos a la estación donde bajaríamos.
–Es aquí –le dije.
–Vamos –respondió ella con una sonrisa. Cuando se levantó, abrió las piernas y todos ellos se sorprendieron más. La dejé pasar y le puse mi mano en sus nalgas, apretando ligeramente. Ella volvió a sonreír.
Nos bajamos del tren y comenzamos a caminar. Cuando se alejó por completo nos abrazamos, compartiendo risas y besos.
–Estuvo delicioso –dijo ella.
–Tú estuviste deliciosa –le dije y nos dimos un largo y tierno beso. Entonces, comenzamos el camino hacia nuestra próxima aventura.
Cuando estuvimos en los andenes indicados, nos detuvimos donde se acumulaba más número de personas, hombres principalmente. Llegó el metro, entramos y quedamos prácticamente en medio de todos ellos. Algunos no podían evitar bajar los ojos para mirarle las piernas, pero la verdad es que íbamos tan apretados que incluso era difícil verla con claridad. A nosotros no nos importó. Casi de inmediato, ella rodeó mi cuello con sus manos, yo la abracé por la cintura y comenzamos a besarnos, primero tiernos, suaves, de esos besos que erizan la piel; luego, abrimos la boca y comenzamos a intercambiar caricias con nuestras lenguas. Entonces, bajé mi mano derecha hacia los muslos y sentí su suave piel sobre mis dedos. Los acaricié, deslicé mi mano por debajo de su falda y comencé a tocar su vagina por encima de su tanga. Apreté un poco. Estaba muy húmeda. Con movimientos ligeros, fui estimulándola. Bárbara tenía los ojos cerrados y una expresión de placer en su rostro que no pudo ocultar. Bajé más mi mano, removí su ropa interior hacia un lado y comencé a meterle los dedos. La sensación era de humedad, de calor, de lujuria, excitados por completo ante la presencia de tantas personas. Bárbara no pudo evitar pegarse a mi oído y emitir un gemido de placer.
Con mi otra mano, la que tenía abrazada a mi novia, acaricié y apreté sus nalgas. Bárbara me besó y en un tono como de súplica me susurró:
–Hazlo, hazlo.
Yo sabía a qué se refería.
Sin dejar de manosearla, deslicé hacia arriba la minifalda de Bárbara hasta dejar al descubierto su hermoso y redondo culo, tapado únicamente por su tanga blanca. Bárbara se pegó más a mí y gimió. Durante unos minutos, le acaricié las nalgas y entonces, ella me besó. La abracé por la cintura, dejando su culito al aire y continué masturbándola, cuando de pronto, Bárbara abrió mucho los ojos y me miró sorprendida. Dejó de moverse, acercó su boca a mi oreja y me dijo:
–Amor… alguien más… está acariciándome las nalgas.
Con tanta gente, yo no podía ver de quién se trataba. Bárbara hizo un intento por moverse, pero yo apreté mi abrazo para indicarle que no lo hiciera. Entonces, rápidamente, la besé y continué tocando su vagina por encima de la ropa interior. Ella acercó su boca a mi oído:
–Está removiendo mi tanga…
En cada frase, yo la apretaba para que no se moviera y hacía más rápidos mis movimientos en su sexo. Mientras tanto, la mano extraña hizo a un lado la parte trasera de la tanga que vestía mi novia. Entonces, Bárbara me miró cono ojos de súplica, pero no para que la apartada de ahí; la súplica era para dejarlo continuar.
–Hazlo, nena –le dije, mirándola a los ojos.
Entonces, mi novia cedió y con movimientos no muy bruscos, separó sus piernas para ayudarle al intruso. De pronto, uno de esos dedos comenzó a hacer presión sobre su ano. Bárbara se aferró a mi cuello, cerró los ojos y dejó su boca muy cerca de mi oreja.
Por un momento, ella dejó de sentir la presión. Al cabo de unos segundos, el dedo regresó pero esta vez, Bárbara lo sintió húmedo, por lo que dedujo que el sujeto se lo había llevado a su boca. La insistencia fue mayor. Bárbara comenzó a suspirar y poco a poco, los suspiros se volvieron gemidos. El tipo aquel la estaba penetrando. Mi novia y yo nos abrazamos más fuerte. Yo me dediqué a darle equilibrio para que no tropezara con el movimiento del metro. Ella se dedicó a gozar. Yo estaba muy excitado al saber que alguien más le estaba metiendo el dedo en el ano a mi mujer y de que ella lo estaba gozando. Bárbara separó un poco más las piernas. Hizo un gesto ligero de dolor y aferrando su boca a mi hombro, gritó con un gemido de placer total. El sujeto la estaba dedeando a profundidad y al parecer incrementaba la velocidad de sus movimientos. Bárbara no dejó de gemir y se entregó por completo a esa ola de excitación. De pronto, Bárbara, agitada, me susurró:
–Me vengo, amor, me vengo…
–Vente, nena, así, así…
–¡Ay, me vengo!
–Sí, sí…
–¡Aaaaahhhhhh!
Aquello fue lo más excitante que había visto. Mi novia Bárbara acababa de ser penetratada en el ano por los dedos de un desconocido y no sólo eso, acababa de tener un orgasmo delicioso.
Al principio, las piernas de Bárbara temblaban, pero poco a poco, mi novia se fue relajando y el dedo intruso se salió. La ayudé a acomodarse la minifalda y la miré a los ojos.
–¿Estás bien? –pregunté.
–Sí –dijo ella, sonriendo. Entonces, me besó con ternura.
Llegamos a la siguiente estación y de inmediato, empezamos a mirar a los hombres alrededor. En realidad, nunca supimos quién de ellos había sido. Sin embargo, de los sujetos que descendieron hubo uno, delgado, bajito y de cierta edad avanzada que antes de bajarse, chupaba suavemente uno de sus dedos.
Bárbara y yo nos miramos y sin decir palabra, nos dimos un largo beso, tierno y apasionado.
En la siguiente estación descendimos del tren, pero antes de hacerlo, le pregunté:
–¿Quieres ir al café y continuar con nuestro juego?
Ella, sonriendo, me dijo que sí.
La aventura, en realidad, apenas estaba por comenzar.si les gusto comenten y pasen por mis otros posts http://www.poringa.net/mjavi78/posts 😀 😀 😀 😀 😀
2 comentarios - preste a mi novia en la estacion de tren
ufffs !! cuanto morbo, me has puesto burrísimo con esta historia !!!