Vivimos en un edificio con ammenities desde hace un par de meses. A mí nunca me gustó socializar mucho con los vecinos, no me gusta que se entrometan en mi vida o en mi intimidad. Pero mi marido insistió en que fuéramos al asado que organizaba el vecino del 5 B. Íbamos a ser pocos invitados y así nuestros hijos podrían interactuar con otros y hacer amigos. A las mujeres siempre nos convencen por ese lado? los hijos. Así fue que ese sábado a la tardecita, fuimos al SUM del edificio y había algunas parejas conversando animadamente. Me presenté con todos y en poco tiempo, mis hijos estaban divirtiéndose e integrados. Yo no me siento muy cómoda metida en las conversaciones de mujeres, mucho shopping, siliconas, pilates y otras superficialidades que me aburren enormemente.
Salí al balcón terraza y había una escalerita bastante angosta que daba al entrepiso entre el SUM y la piscina, donde estaba el famoso vecino del 5 B. Decidí subir y presentarme. Estaba solo. Rondaba los cincuenta años, tenía muy buen aspecto, vestido informalmente pero a la moda, con algunas canas en sus sienes y ojos color almendra. El deporte al aire libre había curtido su piel y se veía saludable. Algunas gotas de transpiración humedecían su mejilla y pude sentir el contraste con mi piel y la rugosidad de su incipiente barba cuando nos saludamos.
Me invitó una copa de vino tinto y nos pusimos a conversar sobre nuestras ocupaciones. Empecé a husmear en la parrilla y le dije que no tenía idea cómo se hacía un asado. Me comentó que era muy fácil y que con gusto el podría explicarme. Así fue que nos ubicamos uno muy cerca del otro y la conversación se empezó a encender, como los carbones que chasqueaban sobre la loza caliente.
El fuego tiene que ser parejo?. Fijate como los chorizos no se reducen y lucen jugosos y dorados y las morcillas están firmes por fuera y bien suaves por dentro?. La carne tiene que cocinarse con el calor de las brasas, yo uso sal parrillera y tengo un secreto de una preparación especial de condimentos que la hacen saber al gusto del asado del mejor restaurant de Buenos Aires. Cada vez se acercaba más, entre palabra y palabra y empezaba a rozar su cuerpo con el mío desde atrás, apoyándome por algunos instantes para que pudiera sentir su dureza y para medir mi reacción. Me volteé, como para exigirle que se alejara, pero me di cuenta de que olía bien, mezcla de perfume, almizcle y ahumado de la parrilla, el bello de sus brazos estaba dorado por el sol y su cuerpo era firme y fibroso, me acercó rodeándome por la cintura y me besó. Su boca caliente explotó contra mis labios que sabían a vino y cigarrillo y su lengua atravesó mis barreras hasta encontrar la mía. Me comía con sus besos y me aferraba de las nalgas contra su verga firme, mientras trataba de subirme la minifalda hasta dejar expuesta mi bombacha. De un tirón, introdujo los bordes de mi tanga entre los labios de mi concha y empezó a moverla rítmicamente, hasta incrustarla, mientras pellizcaba mi clítoris. Me apoyó contra el costado de la parrilla y de un salto, me sentó sobre la mesa de mármol, corriendo las bandejas y volcando las copas de vino. Se abrió la bragueta mientras me besaba, me empujó hacia atrás y me corrió la tanga. Así me penetró. Se movía rítmicamente, llegando profundo y luego alejándose casi al punto de sacar su verga de mis entrañas y luego, empujaba fuertemente otra vez. Yo estaba empapada y sentía como me hinchaba y me mojaba, lubricándolo y alentándolo a hacerlo aún más intenso y fuerte. Corrí mi corpiño y con su lengua fogosa empezó a saborearme y a morderme los pezones que se endurecían como puños furiosos en cada embate. No duramos mucho, explotábamos de calentura y yo tuve un orgasmo inmenso. Sacó su verga brillante, cubierta de mis fluidos y me la mostró orgulloso, como un estandarte. Yo me bajé, me arrodillé en el piso y lo invité a que entrara en mi boca, agarrándolo de los huevos y saboreándolo con la punta de mi lengua, su glande estaba empapado con mis jugos y siguió hinchándose. En la segunda mirada que cruzamos, su leche comenzó a inundar mi garganta. Me agarró de los pelos y la metió más al fondo, hasta casi atragantarme con su leche y su verga enorme. Me levanté después, al mismo tiempo que el último rayo de sol languidecía en el horizonte y limpié la comisura de mis labios, corrí mi bombacha, tragué un sorbo de vino que todavía quedaba en la copa volcada y bajé rápidamente por las escaleras. Estaba nerviosa, pensaba que todos se habían dado cuenta, pero al cabo de unos minutos, me di cuenta de que nada de eso había pasado.
El tiempo pasó rápido, una hora y media más tarde mientras terminábamos de cenar mi marido pidió un aplauso para el asador? honestamente, se lo merecía.
fuente:contactos
autor:eroticamente
Salí al balcón terraza y había una escalerita bastante angosta que daba al entrepiso entre el SUM y la piscina, donde estaba el famoso vecino del 5 B. Decidí subir y presentarme. Estaba solo. Rondaba los cincuenta años, tenía muy buen aspecto, vestido informalmente pero a la moda, con algunas canas en sus sienes y ojos color almendra. El deporte al aire libre había curtido su piel y se veía saludable. Algunas gotas de transpiración humedecían su mejilla y pude sentir el contraste con mi piel y la rugosidad de su incipiente barba cuando nos saludamos.
Me invitó una copa de vino tinto y nos pusimos a conversar sobre nuestras ocupaciones. Empecé a husmear en la parrilla y le dije que no tenía idea cómo se hacía un asado. Me comentó que era muy fácil y que con gusto el podría explicarme. Así fue que nos ubicamos uno muy cerca del otro y la conversación se empezó a encender, como los carbones que chasqueaban sobre la loza caliente.
El fuego tiene que ser parejo?. Fijate como los chorizos no se reducen y lucen jugosos y dorados y las morcillas están firmes por fuera y bien suaves por dentro?. La carne tiene que cocinarse con el calor de las brasas, yo uso sal parrillera y tengo un secreto de una preparación especial de condimentos que la hacen saber al gusto del asado del mejor restaurant de Buenos Aires. Cada vez se acercaba más, entre palabra y palabra y empezaba a rozar su cuerpo con el mío desde atrás, apoyándome por algunos instantes para que pudiera sentir su dureza y para medir mi reacción. Me volteé, como para exigirle que se alejara, pero me di cuenta de que olía bien, mezcla de perfume, almizcle y ahumado de la parrilla, el bello de sus brazos estaba dorado por el sol y su cuerpo era firme y fibroso, me acercó rodeándome por la cintura y me besó. Su boca caliente explotó contra mis labios que sabían a vino y cigarrillo y su lengua atravesó mis barreras hasta encontrar la mía. Me comía con sus besos y me aferraba de las nalgas contra su verga firme, mientras trataba de subirme la minifalda hasta dejar expuesta mi bombacha. De un tirón, introdujo los bordes de mi tanga entre los labios de mi concha y empezó a moverla rítmicamente, hasta incrustarla, mientras pellizcaba mi clítoris. Me apoyó contra el costado de la parrilla y de un salto, me sentó sobre la mesa de mármol, corriendo las bandejas y volcando las copas de vino. Se abrió la bragueta mientras me besaba, me empujó hacia atrás y me corrió la tanga. Así me penetró. Se movía rítmicamente, llegando profundo y luego alejándose casi al punto de sacar su verga de mis entrañas y luego, empujaba fuertemente otra vez. Yo estaba empapada y sentía como me hinchaba y me mojaba, lubricándolo y alentándolo a hacerlo aún más intenso y fuerte. Corrí mi corpiño y con su lengua fogosa empezó a saborearme y a morderme los pezones que se endurecían como puños furiosos en cada embate. No duramos mucho, explotábamos de calentura y yo tuve un orgasmo inmenso. Sacó su verga brillante, cubierta de mis fluidos y me la mostró orgulloso, como un estandarte. Yo me bajé, me arrodillé en el piso y lo invité a que entrara en mi boca, agarrándolo de los huevos y saboreándolo con la punta de mi lengua, su glande estaba empapado con mis jugos y siguió hinchándose. En la segunda mirada que cruzamos, su leche comenzó a inundar mi garganta. Me agarró de los pelos y la metió más al fondo, hasta casi atragantarme con su leche y su verga enorme. Me levanté después, al mismo tiempo que el último rayo de sol languidecía en el horizonte y limpié la comisura de mis labios, corrí mi bombacha, tragué un sorbo de vino que todavía quedaba en la copa volcada y bajé rápidamente por las escaleras. Estaba nerviosa, pensaba que todos se habían dado cuenta, pero al cabo de unos minutos, me di cuenta de que nada de eso había pasado.
El tiempo pasó rápido, una hora y media más tarde mientras terminábamos de cenar mi marido pidió un aplauso para el asador? honestamente, se lo merecía.
fuente:contactos
autor:eroticamente
4 comentarios - un aplauso para el asador
Muy bueno el relato !!!
Gracias por compartir.
Besos y Lamiditas !!!
Yo comenté tu post, vos comentaste el mío?
Compartamos, comentemos, apoyemos, hagamos cada vez mejor esta maravillosa Comunidad !!!