Bienvenidos a mi primer post, espero que disfruten del relato y que dejen su comentario o su recomendación
El hall del aeropuerto estaba lleno de gente, las llegadas se anunciaban con una de esas voces femeninas impersonales y en cuatro idiomas, por lo que la megafonía era un sonido constante.
Sentada en un banco de la zona de llegadas, me aislé completamente del bullicio y dejé vagar mi mente libremente en una sucesión de pensamientos inconexos. Los altavoces del recinto habían anunciado la llegada del vuelo hacía diez minutos, por lo que todavía tenía tiempo de decidir si me quedaba a afrontar la realidad de una cita inmediata y tanto tiempo soñada o bien, salía corriendo de ese lugar para continuar con la monotonía de mi vida.
A pesar del miedo visceral que me invadía, opté por permanecer sentada donde estaba y enfrentar los acontecimientos que tuvieran lugar con serenidad, tranquilidad y convencimiento. Los cambios que se habían producido en mi vida en el pasado inmediato condicionaban mis actos, pero ya era tiempo de dar un nuevo rumbo a mi vida.
Solo sabía que se llamaba Javier, que era de Madrid y que trabajaba en una empresa de informática. Todo ello salido directamente de su boca, aunque en las largas conversaciones telefónicas que habíamos mantenido, pude averiguar otras cosas. Hablaba inglés, lo había comprobado en alguna ocasión. A veces resulta mas fácil decir en otro idioma las cosas que no te atreves a decir en el propio. Se notaba que estaba acostumbrado a tratar con personas desconocidas por el modo en que fácilmente sabía dar la respuesta oportuna en un diálogo. Tenía una voz masculina, profunda, madura y muy sensual que me producía estremecimientos sólo con oírla.
Habíamos hablado largamente de este encuentro y hasta el más mínimo detalle había quedado dicho. Nos encontraríamos en el aeropuerto, yo estaría sentada en un banco de la zona de llegadas y debería esperar su llamada telefónica.
Una vez más comprobé que el teléfono tuviera cobertura suficiente, que no se hubiera acabado la batería y que no estuviera conectado el modo de silencio. El nerviosismo del momento me tenía completamente absorbida y no podía pensar en nada más que en encuentro.
Sonó mi teléfono y contesté.
-Hola, ya he llegado—dijo él.
-Hola—dije yo–estoy en el lugar acordado--.
Me dijo--¿Ves la columna que hay al lado de el mostrador de facturación número uno?, nos encontraremos allí--.
Como movida por un resorte me levanté antes de que el pudiera terminar la frase. Sentí como un ligero mareo de excitación, su provocativa voz ejercía un influjo sobre mi muy placentero. Oí su respiración pausada a través de la línea, y yo, en un vano esfuerzo por controlarme efectué una inspiración profunda antes de dar el primer paso.
--Te estoy viendo—oí su voz que me susurraba al oído—y me gusta lo que estoy viendo--.
También habíamos hablado previamente de nuestra vestimenta para el encuentro. Yo llevaría pollera negra y camisa roja y él un traje color tostado. No se exactamente el porqué había salido el tema a colación en una de las últimas conversaciones, pero lo cierto es que no tenía demasiada importancia, ya que en cualquier aeropuerto a esa hora, con la cantidad de personas que transitaban por el, era casi imposible encontrarse dos personas sólo por el tipo y color de su ropa.
Me esforcé para mantener la vista en mi objetivo, la columna cercana a los mostradores, sin buscar su rostro por lado alguno. Quería y no quería verle, la incertidumbre del momento me estaba matando, y ese querer y no querer me obsesionaba hasta tal punto que dejé de oír los sonidos del entorno concentrándome sólo en su voz que me decía:
--Estoy más cerca de ti de lo que imaginas, ahora cierra los ojos, confía en mí—
Dicho esto, sentí una mano que rodeaba mi cintura, otra que retiraba de mi oreja el teléfono, y una voz cálida y penetrante que me susurraba:
—tranquila, soy yo. No abras los ojos, dejate guiar—.
Al sentir su presencia tan cerca, pegada a mi cuerpo desaparecieron todos mis miedos, dejando paso a una incertidumbre mezclada con anhelos que aumentada a cada latido de mi corazón.
Así, ciega por voluntad, me dejé llevar por su abrazo poderoso a través de la multitud, mientras nos desplazábamos al exterior.
--Llegaremos en pocos minutos, me gustaría que permanecieras así, con los ojos cerrados—dijo mientras me introducía en el asiento posterior de un taxi. Al cerrar la puerta el motor arrancó alejándonos del lugar de nuestra primera cita rumbo hacia lo desconocido al menos para mí.
El trayecto me pareció corto, aunque no sabría precisar cuanto tiempo pasó de tan a gusto que me sentía entre aquellos brazos que no dejaban de rodearme. Recosté mi cabeza contra su pecho tocando con mi mejilla su camisa de hilo de algodón, en un afán de escuchar los latidos de su corazón. Mientras estaba así apoyada, él con una voz casi inaudible empezó a cantar “Ella” de Rata Blanca. El sonido de su voz, el aroma de ropa recién planchada, la textura de su ropa y la calidez que emanaba de su pecho me transportaron a mi niñez, dónde el entorno nos parece siempre totalmente confiable. Y en ese momento decidí quemar todas mis naves y aceptar gustosa y sin prejuicios todo lo que él quisiera ofrecerme.
Llegamos a destino, era un edificio en Puerto Madero, subimos en el ascensor y nunca dejó de abrazarme. Una vez dentro de loft y sin mediar palabra me soltó y sentí una gran pérdida, y cuando hice el gesto de abrir la boca para protestar por la falta de contacto, tocó con sus dedos mi boca a la vez que dijo:
—no digas nada, será solo un momento—.
La protesta quedó relegada al olvido en el instante en que el pasó su mano por mi mejilla a modo de corta despedida.
En el instante siguiente acompañada por su mano, me tendí en una cama de tamaño desconocido. Percibí que el se acostaba a mi lado, pero sin tocarme y oí su voz muy cerca de mi cara.
--Ahora haremos lo mismo que hacemos por teléfono, pero aquí, tendidos uno al lado del otro, sin tocarnos—.
Empezamos la conversación tal y como tantas veces lo habíamos hecho por teléfono, imaginando cosas que nos gustaría poner en práctica, contando nuestras fantasías e incluso a veces explicando alguna anécdota de nuestra vida.
Todo parecía irreal sin contacto, sólo el sonido de nuestras voces, como otras veces, caldeaba el ambiente, hablamos mientras nuestros cuerpos respondían a los estímulos de nuestra imaginación. Besos, caricias, todo imaginado pero ahora realizable.
Sentí que mis pechos se inflamaban y que sus puntas adquirían turgencia. Siseos internos de placer empezaban a recorrer mi cuerpo mientras que un gran deseo por él humedecía mi organismo. La tensión sensual aumentaba rápidamente y empecé a respirar profundamente, acompasando mi respiración al deseo creciente.
La culminación llegó con rapidez y me dejó convulsa unos instantes con esa lasitud y calidez que invade todo el cuerpo.
Entonces él, aprovechando mis instantes de debilidad, me quitó la ropa rápidamente y entró el mí en un solo movimiento. Mi cuerpo no le puso ningún impedimento preparado como estaba para recibirle.
Así permanecimos unos instantes hasta que dijo sólo una palabra.
—mírame—.
y abrí los ojos lentamente.
Lo primero que vi fueron sus labios entreabiertos, luego el contorno de su nariz, la configuración de sus mejillas y por último el negro cabello que enmarcaba su rostro de trazos muy masculinos.
Empezó a moverse dentro de mí y yo acompasé mis movimientos a los suyos. Sus ojos que miraban fijamente diciendo sin palabras cuanto me deseaba. Nuestra respiración se aceleró, queríamos más. Llena completamente de él mi respiración se aceleraba al mismo ritmo que la suya. El placer era intenso e iba aumentando con mucha rapidez. Su fuerza y sus ganas aumentaban las mías. Un gemido salía desde el fondo de mi garganta, incontrolable. Necesitaba más. Traspasé mi cuerpo y me fundí completamente en el de él. Mis gemidos eran sus gemidos, mi respiración la suya, el placer era compartido. Llegamos juntos al clímax liberando toda la tensión retenida durante tanto tiempo. Fuimos uno.
Despacio y saboreando el momento, retornamos a la realidad. Nuestros cuerpos sudorosos no querían separarse. Él aún dentro de mí, podía notar los estremecimientos incontrolados que todavía recorrían mi cuerpo prolongando así el placer. Me besó los ojos dulcemente, casi un roce de labios, y una sonrisa de plenitud se dibujó en toda mi cara. Me sentía feliz, satisfecha, saciada.
Ahora, una vez saciada el hambre imperiosa del otro, podríamos empezar a conocer nuestros cuerpos para dejar una marca indeleble en la conciencia de cada uno de nosotros.
El hall del aeropuerto estaba lleno de gente, las llegadas se anunciaban con una de esas voces femeninas impersonales y en cuatro idiomas, por lo que la megafonía era un sonido constante.
Sentada en un banco de la zona de llegadas, me aislé completamente del bullicio y dejé vagar mi mente libremente en una sucesión de pensamientos inconexos. Los altavoces del recinto habían anunciado la llegada del vuelo hacía diez minutos, por lo que todavía tenía tiempo de decidir si me quedaba a afrontar la realidad de una cita inmediata y tanto tiempo soñada o bien, salía corriendo de ese lugar para continuar con la monotonía de mi vida.
A pesar del miedo visceral que me invadía, opté por permanecer sentada donde estaba y enfrentar los acontecimientos que tuvieran lugar con serenidad, tranquilidad y convencimiento. Los cambios que se habían producido en mi vida en el pasado inmediato condicionaban mis actos, pero ya era tiempo de dar un nuevo rumbo a mi vida.
Solo sabía que se llamaba Javier, que era de Madrid y que trabajaba en una empresa de informática. Todo ello salido directamente de su boca, aunque en las largas conversaciones telefónicas que habíamos mantenido, pude averiguar otras cosas. Hablaba inglés, lo había comprobado en alguna ocasión. A veces resulta mas fácil decir en otro idioma las cosas que no te atreves a decir en el propio. Se notaba que estaba acostumbrado a tratar con personas desconocidas por el modo en que fácilmente sabía dar la respuesta oportuna en un diálogo. Tenía una voz masculina, profunda, madura y muy sensual que me producía estremecimientos sólo con oírla.
Habíamos hablado largamente de este encuentro y hasta el más mínimo detalle había quedado dicho. Nos encontraríamos en el aeropuerto, yo estaría sentada en un banco de la zona de llegadas y debería esperar su llamada telefónica.
Una vez más comprobé que el teléfono tuviera cobertura suficiente, que no se hubiera acabado la batería y que no estuviera conectado el modo de silencio. El nerviosismo del momento me tenía completamente absorbida y no podía pensar en nada más que en encuentro.
Sonó mi teléfono y contesté.
-Hola, ya he llegado—dijo él.
-Hola—dije yo–estoy en el lugar acordado--.
Me dijo--¿Ves la columna que hay al lado de el mostrador de facturación número uno?, nos encontraremos allí--.
Como movida por un resorte me levanté antes de que el pudiera terminar la frase. Sentí como un ligero mareo de excitación, su provocativa voz ejercía un influjo sobre mi muy placentero. Oí su respiración pausada a través de la línea, y yo, en un vano esfuerzo por controlarme efectué una inspiración profunda antes de dar el primer paso.
--Te estoy viendo—oí su voz que me susurraba al oído—y me gusta lo que estoy viendo--.
También habíamos hablado previamente de nuestra vestimenta para el encuentro. Yo llevaría pollera negra y camisa roja y él un traje color tostado. No se exactamente el porqué había salido el tema a colación en una de las últimas conversaciones, pero lo cierto es que no tenía demasiada importancia, ya que en cualquier aeropuerto a esa hora, con la cantidad de personas que transitaban por el, era casi imposible encontrarse dos personas sólo por el tipo y color de su ropa.
Me esforcé para mantener la vista en mi objetivo, la columna cercana a los mostradores, sin buscar su rostro por lado alguno. Quería y no quería verle, la incertidumbre del momento me estaba matando, y ese querer y no querer me obsesionaba hasta tal punto que dejé de oír los sonidos del entorno concentrándome sólo en su voz que me decía:
--Estoy más cerca de ti de lo que imaginas, ahora cierra los ojos, confía en mí—
Dicho esto, sentí una mano que rodeaba mi cintura, otra que retiraba de mi oreja el teléfono, y una voz cálida y penetrante que me susurraba:
—tranquila, soy yo. No abras los ojos, dejate guiar—.
Al sentir su presencia tan cerca, pegada a mi cuerpo desaparecieron todos mis miedos, dejando paso a una incertidumbre mezclada con anhelos que aumentada a cada latido de mi corazón.
Así, ciega por voluntad, me dejé llevar por su abrazo poderoso a través de la multitud, mientras nos desplazábamos al exterior.
--Llegaremos en pocos minutos, me gustaría que permanecieras así, con los ojos cerrados—dijo mientras me introducía en el asiento posterior de un taxi. Al cerrar la puerta el motor arrancó alejándonos del lugar de nuestra primera cita rumbo hacia lo desconocido al menos para mí.
El trayecto me pareció corto, aunque no sabría precisar cuanto tiempo pasó de tan a gusto que me sentía entre aquellos brazos que no dejaban de rodearme. Recosté mi cabeza contra su pecho tocando con mi mejilla su camisa de hilo de algodón, en un afán de escuchar los latidos de su corazón. Mientras estaba así apoyada, él con una voz casi inaudible empezó a cantar “Ella” de Rata Blanca. El sonido de su voz, el aroma de ropa recién planchada, la textura de su ropa y la calidez que emanaba de su pecho me transportaron a mi niñez, dónde el entorno nos parece siempre totalmente confiable. Y en ese momento decidí quemar todas mis naves y aceptar gustosa y sin prejuicios todo lo que él quisiera ofrecerme.
Llegamos a destino, era un edificio en Puerto Madero, subimos en el ascensor y nunca dejó de abrazarme. Una vez dentro de loft y sin mediar palabra me soltó y sentí una gran pérdida, y cuando hice el gesto de abrir la boca para protestar por la falta de contacto, tocó con sus dedos mi boca a la vez que dijo:
—no digas nada, será solo un momento—.
La protesta quedó relegada al olvido en el instante en que el pasó su mano por mi mejilla a modo de corta despedida.
En el instante siguiente acompañada por su mano, me tendí en una cama de tamaño desconocido. Percibí que el se acostaba a mi lado, pero sin tocarme y oí su voz muy cerca de mi cara.
--Ahora haremos lo mismo que hacemos por teléfono, pero aquí, tendidos uno al lado del otro, sin tocarnos—.
Empezamos la conversación tal y como tantas veces lo habíamos hecho por teléfono, imaginando cosas que nos gustaría poner en práctica, contando nuestras fantasías e incluso a veces explicando alguna anécdota de nuestra vida.
Todo parecía irreal sin contacto, sólo el sonido de nuestras voces, como otras veces, caldeaba el ambiente, hablamos mientras nuestros cuerpos respondían a los estímulos de nuestra imaginación. Besos, caricias, todo imaginado pero ahora realizable.
Sentí que mis pechos se inflamaban y que sus puntas adquirían turgencia. Siseos internos de placer empezaban a recorrer mi cuerpo mientras que un gran deseo por él humedecía mi organismo. La tensión sensual aumentaba rápidamente y empecé a respirar profundamente, acompasando mi respiración al deseo creciente.
La culminación llegó con rapidez y me dejó convulsa unos instantes con esa lasitud y calidez que invade todo el cuerpo.
Entonces él, aprovechando mis instantes de debilidad, me quitó la ropa rápidamente y entró el mí en un solo movimiento. Mi cuerpo no le puso ningún impedimento preparado como estaba para recibirle.
Así permanecimos unos instantes hasta que dijo sólo una palabra.
—mírame—.
y abrí los ojos lentamente.
Lo primero que vi fueron sus labios entreabiertos, luego el contorno de su nariz, la configuración de sus mejillas y por último el negro cabello que enmarcaba su rostro de trazos muy masculinos.
Empezó a moverse dentro de mí y yo acompasé mis movimientos a los suyos. Sus ojos que miraban fijamente diciendo sin palabras cuanto me deseaba. Nuestra respiración se aceleró, queríamos más. Llena completamente de él mi respiración se aceleraba al mismo ritmo que la suya. El placer era intenso e iba aumentando con mucha rapidez. Su fuerza y sus ganas aumentaban las mías. Un gemido salía desde el fondo de mi garganta, incontrolable. Necesitaba más. Traspasé mi cuerpo y me fundí completamente en el de él. Mis gemidos eran sus gemidos, mi respiración la suya, el placer era compartido. Llegamos juntos al clímax liberando toda la tensión retenida durante tanto tiempo. Fuimos uno.
Despacio y saboreando el momento, retornamos a la realidad. Nuestros cuerpos sudorosos no querían separarse. Él aún dentro de mí, podía notar los estremecimientos incontrolados que todavía recorrían mi cuerpo prolongando así el placer. Me besó los ojos dulcemente, casi un roce de labios, y una sonrisa de plenitud se dibujó en toda mi cara. Me sentía feliz, satisfecha, saciada.
Ahora, una vez saciada el hambre imperiosa del otro, podríamos empezar a conocer nuestros cuerpos para dejar una marca indeleble en la conciencia de cada uno de nosotros.
20 comentarios - El aeropuerto
besos bonita!
gracias por compartir
esperamos los proximos y pq no alguna imagen 😉
besos
Se viene otro relato!!
Gracias a tod@s!!
Gracias por compartir
Yo pase por tu Post y comente, vos pasaste por el mío? Comentaste?