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A veces las más calladas son las peores

18 años. Intelectual. La preferida de los profesores y celada por sus compañeros de curso. Con un metro sesenta y cinco de estatura, su cuerpo era envidiable. Sus pechos, si bien eran pequeños, tenían una forma ideal, al igual que su parte trasera. A pesar de esto, parte de su encanto se perdía por el uniforme y su actitud de ‘sabelotoda’. Su último año estaba siendo infalible acorde a sus notas, pero había algo que faltaba: Alguien que satisficiera sus deseos y su imaginación.

Había una cosa que predominaba en la mente de Mía. Sexo. Desde que lo había probado no se había cansado de él. No podía sacárselo de la cabeza y hacia seis meses que había terminado su relación. Estaba deseosa de algo nuevo. Había experimentado con vibradores y había notado que le ayudaban a concentrarse. Era, ahora, hábito suyo el colocarse su preferido, uno azul, pequeño y potente, y tener el control remoto en su mochila, escondido pero accesible.

Esta historia se sitúa en un día particular de Septiembre. Marcos, el chico popular, vago, e insoportable estaba riéndose nuevamente. Junto con él, el grupo de chicas cegadas por su evidente atractivo hacía lo mismo. A Mía siempre le había parecido simplemente un inmaduro más, aunque siempre había admitido el atractivo sexual de su compañero. Deslizó su mano hasta el fondo de su mochila y apretó el signo +. Inmediatamente sintió como un placer exquisito se abría camino a través de su entrepierna y le recorría el cuerpo, haciéndola olvidar de sus molestos compañeros. Tomó nota de lo que se decía en clase y el tiempo comenzó a transcurrir más deprisa. Todo iba perfecto hasta que la profesora anunció que se iría diez minutos y abandonó el aula, dejándolos solos. En ese momento notó que su silla tenía menor peso. Girando, vio como Marcos tomaba la mochila y la arrojaba lejos de ella.

-Ve por ella NerdiMía.

Debía hacerlo. No por complacerlo pero allí estaba su control, y si alguien lo descubría sería el final para ella. Bufó, levantándose. No le costaba caminar, la intensidad era leve y la excitación controlable. Llegó hasta donde estaban tiradas sus cosas, recogiéndolas con rapidez y no tardó en darse cuenta que algo faltaba. Un pequeño y redondo aparatejo que ahora se encontraba en la mano de Marcos. Este, como si supiera de lo que se trataba lo mantenía escondido y una sonrisa maligna se había instalado en su rostro.

Tranquila. Él no lo sabe. No es tan inteligente. Solo actúa normal.

Se levantó y caminó hasta la silla justo cuando volvía la profesora. Con un par de gritos logró que todos se sentaran y guardaran silencio. Colocó un problema en el pizarrón y llamó a Mía para que lo resolviera. Con una diminuta sonrisa de satisfacción se incorporó y comenzó a caminar. Fue allí cuando lo sintió.

Una ola repentina de placer que hizo que le temblaran las piernas y sus pezones se endurecieran. Un sonrojo invadió sus mejillas a medida que el vibrador ganaba velocidad y se hundía en su interior cada vez más. Describía pequeños círculos dentro de ella. Lo que quedaba del lado de afuera se encargaba de rozar su clítoris con maldad, como si tuviera inteligencia propia. La dejaba rogando por más.

Todo había sucedido en un segundo y nadie había notado nada. Nadie más que ella y Marcos, el actual dueño del control remoto. Reprimiendo un gemido siguió avanzando. No podía levantar sospechas. Con rapidez resolvió el problema y apuró el paso para volver a sentarse. Pero antes de que pudiera dar un paso para volver, la mano de Marcos se alzó en el aire y con una sonrisa diabólica preguntó:

-Profesora, no entiendo el procedimiento, ¿Podría Mía explicarlo?



-Me parece una gran idea. ¿Mía?



Con alivio sintió como el vibrador bajaba la velocidad, aunque esto no significó que el sudor no bajase por su nuca o que no tuviese que poner sus brazos en posiciones muy incomodas para que nadie notara sus erectos pezones. Se mordió el labio unos segundos y haciendo una prueba de cómo estaba su voz comenzó a explicar. Apenas era consciente de lo que decía. Su excitación iba creciendo y parte de ella deseaba que el vibrador comenzara a funcionar nuevamente. Su mirada se concentraba en Marcos quien le sonría muy amistosamente y le devolvía fija la mirada. No se le escapaba que su mano se cernía sobre el control. Llegando al final de la explicación, y cuando se comenzaba a relajar nuevamente, él lo hizo funcionar otra vez. Salvo que ahora estaba a la máxima intensidad lo que la hizo caer de rodillas causando conmoción entre los alumnos.

Era demasiado. Los flujos vaginales se derramaban imperceptibles por sus muslos. El sudor le causaba cosquilleos agradables cuando la brisa le pasaba por al lado. El saber que alguien más estaba en control de ese placer tan enorme y tan atrapante solo aumentaba su excitación. Pero se debía controlar. Se levantó, con dificultad y alegó su caída a un leve mareo. Volvió a tomar asiento completamente pendiente de lo que ocurría abajo en su cuerpo. El vibrador ya no era sutil. Ahora tocaba el clítoris sin piedad. Lo apretaba ligeramente y cuando lo soltaba arremetía contra las paredes internas. Describía círculos precisos y devastadores. La enloquecía. Empezó a desear algo más. Quería a un hombre. Lo necesitaba. Su cabeza volaba. Imaginaba el tacto de unas manos alrededor de sus pechos. Sentía la lengua lamiendo sus pezones y los dientes mordisqueándolos. Anhelaba el calor de un cuerpo masculino y cuando ese cuerpo al fin tomó forma definitiva, no se sorprendió al ver a Marcos. Con el torso desnudo, incitándola a tocarlo. Tomando su cuerpo y alzándola con ayuda de la pared. Penetrándola con la fuerza de un animal salvaje. Sus yemas acariciando sus muslos. Sus dedos pellizcando las zonas más sensibles de ella.

Se tomó el pelo intentando controlarse, aún sabiendo que sería imposible. Ya no ocultaba su sonrojo. Apenas podía reprimir sus jadeos y gemidos. Y no perdía de vista a Marcos quien se divertía observando sus reacciones. Cuando ya no le faltaba demasiado para acabar, el vibrador se detuvo súbitamente. Su boca se abrió en protesta y fulminó con la mirada a Marcos. Ya no tenía que fingir. Ambos sabían lo que ese control hacía. El simplemente se limitó a alzar las cejas a modo de interrogación y desviar la mirada.

El timbre sonó un segundo más tarde.

Todos se levantaban pues era la hora de irse, pero ella no era capaz. Tenía miedo de que sus fluidos se deslizaran hasta el piso si lo hacía. Se atrasó. Marcos hizo lo mismo. Tampoco se levantaba. Cuando quedaban solo un par de chicos, les dijo que se adelantaran, que debía hablar con la profesora. Cualquiera que prestase atención notaría que estaba mintiendo, la profesora había sido la primera en irse. Pero ellos lo aceptaron y desaparecieron. En cuanto lo hicieron, él cerró la puerta y cruzó de brazos observando fijamente a Mía. Un bulto sobresalía en sus pantalones.

-¿Quién lo diría? Mía es una pervertida.



No pasó desapercibido que había abandonado el sobrenombre, cosa que nunca había hecho.

-Tuviste tu diversión. Ahora entrégalo.



Ambos sabían que no quería eso. Lo que quería era que siguiera jugando con ella. Por eso activó el vibrador otra vez, a velocidad media y se acercó a ella. Ya sin nadie en el aula, se permitió jadear levemente. Alentado por esto, la acercó a él.

Sus manos atraparon sus pechos. Muy lentamente, para tortura de Mía, deslizó sus dedos hacia abajo. Llegando a la cintura los introdujo por debajo de la camisa, dejando que las yemas recorrieran la piel. El cuerpo sensible de Mía lo recibió felizmente, dejando escapar pequeñas contracciones donde los dedos se colocaban. Ella se dejaba hacer y cuando se desprendió su camisa supo que tenía que hacer.

Rodeó el cuello de Marcos con sus brazos y se acercó a su lóbulo, mordiéndolo. El aire salió disparado de su nariz y dio con el cuello de ella, enloqueciéndola todavía más. Sus manos expertas fueron con rapidez a su pantalón. Por arriba del elástico acarició la piel expuesta. Sabía que en cualquiera era una zona sensible y no se equivocaba. Su erección, ya visible, era cada vez más prominente. Su lengua se concentró en su oreja, lamiéndola y pasó luego a su cuello, mordisqueándolo levemente.

Las manos de Marcos habían abandonado sus pechos y se concentraban en sus muslos. Acariciaban las caras internas y externas dejando atrás un leve cosquilleo. Mía, por su parte, estaba jugando con la ropa interior. Introducía sus dedos, rozando el vello que encontraba a su paso. Por la respiración agitada de su acompañante, lo disfrutaba. No pudo evitar notar que estaba recortado y se prometió preguntar luego. Miró a los ojos de Marcos. Él hizo lo mismo. No perdieron más tiempo y aprovechando la puerta cerrada arrojó a Mía contra los pupitres juntos. Se deshizo de la camisa y la pollera con rapidez, dejando su cuerpo en ropa interior. Se detuvo tan solo unos momentos para observarla. Nunca había notado el buen cuerpo que tenía. Aún sabiendo que Mía deseaba que la penetrasen, no lo haría. No todavía.

Retiró la tela que la cubría y atacó con su boca sus pezones. Los mordía con hambre y su lengua recorría las aureolas. Su mano se apresuró a capturar el pequeño aparto dentro de ella y retirarlo. Lo reemplazó con dos de sus dedos que realizaban movimientos de tijera dentro de ella. El pulgar presionaba ese botón suyo tan sensible hasta hacerla enloquecer. Ya no podía seguir soportándolo. Arqueó sus caderas, conteniendo un grito de placer mientras sentía un profundo orgasmo que recorría su cuerpo entero y revitalizaba sus células.

Esa sensación. La había extrañado demasiado. Sí, había sentido orgasmos, pero no por la mano de alguien más. No en mucho tiempo. Y lo había extrañado. Cuando por fin pudo recuperar su respiración, se levantó y miró fijamente a los ojos de Marcos. Él, que ya había retirado su mano se dedicaba a lamer los dedos para disfrute de Mía.

-¿Puedes seguir?



-¿Por quien me tomas?



Y dicho esto, lo agarró del cuello de su camisa y lo acercó a ella. Con rapidez cambió de posición y lo obligó a recostarse sobre la madera de los pupitres. Dos movimientos bastaron para que sus pantalones se encontraran en el piso junto con sus boxers. Sin despegar la mirada de sus ojos, se inclinó, lamiendo su glande. Un profundo gemido se abrió paso por la garganta de Marcos. Alentada por esto, engulló su miembro completamente. No era la primera vez que lo hacía y tenía experiencia así que le resultó sencillo y no tardó en comenzar a recorrerlo con su lengua y sostenerlo con una de sus manos. En ningún momento perdió de vista sus ojos y cuando notó que no faltaba mucho para que acabase se separó, logrando un quejido de frustración satisfactorio.

-No acabarás. No antes de penetrarme.



Si quedaba algún rastro de pudor en ambos, desapareció con eso. Mía se colocó sobre él, penetrándose lentamente. Marcos, enloquecido como estaba, no podía esperar más y en cuanto comenzó a estar dentro de ella, la tomó por la cintura, penetrándola profundamente. Un jadeo mutuo se escapó de sus gargantas. Adoptaron un ritmo frenético, sus manos se recorrían los cuerpos y los ojos brillaban con el deseo.

Marcos empujaba hasta el fondo y mientras lo hacía una mano pellizcaba su clítoris. Con la ayuda de Mía lograba explorar su cuerpo con su miembro. Varias veces había rozado intencionalmente esa parte que la haría explotar completamente pero lo estaba reservando. A su vez, tenía que controlarse pues Mía lo había dejado cerca del orgasmo y cada vez se acercaba más y más.

Mía ya estaba completamente enloquecida y nada podía pararla. Arremetía con fuerza cada vez que su cuerpo caía hacia abajo y su cintura había pasado a tener mente propia. Se apoyaba en el pecho de él para realizar movimientos circulares con su cuerpo y contraer las paredes vaginales.

Cuando él sintió que ya no podía más, uso lo último que podía hacer para llevarla hasta el máximo de placer. Mía se había alzado y se preparaba para caer nuevamente. Se acomodo y cuando sintió que volvía a penetrarla presionó su punto G.

No se lo esperaba. Su espalda se arqueó con la sensación de un nuevo orgasmo. Su mente se desconectó completamente y las endorfinas comenzaron a ser liberadas a montones. Perdió la noción del tiempo, tampoco le importaba. Su mente se encontraba en blanco sin poder escapar, sin poder pensar, solo sentir. Sentir placer. Mucho placer.

Cuando volvió en sí estaba sudorosa y completamente cansada, junto con su compañero, quien también había acabado.

No se preocuparon por el hecho de que haya acabado dentro, ambos sabían que podían solucionarlo con una pastilla, por lo que simplemente se levantaron y vistieron. Intentaron disimular el desastre hecho pero era imposible. Lo mejor era disimular y actuar como si nada hubiese pasado.

Cuando todo estaba guardado salieron del aula sintiéndose refrescados. A la salida del colegio se despidieron con una sonrisa. No dijeron una palabra al día siguiente pero al final de la clase, Mía se acercó a él y le entregó algo. Cuando observó hacia abajo vio que era un pequeño aparato de color azul oscuro con cuatro botones. Quiso decir algo, pero al levantar la mirada, ella ya se había ido.

4 comentarios - A veces las más calladas son las peores

pupylon
Muy lindo relato, gracias por compartir.
ana1doc
impecable relato me hizo exitar
sorrocuco
...me recuerda a Marcelo y Laura...
marino388
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