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adultera

Mi nombre es Virginia, tengo 35 arios. Soy contadora, tengo mi estudio en el barrio de Capital, casada y con una hija de trece arios. Mi marido es un cornudo, yo soy muy atorranta, desde no hace mucho tengo bien asumido ese aspecto de mi personalidad y me encanta coger con otros hombres, ahora sin culpas ni remordimientos de ninguna clase. Para presentarme les cuento: Soy alta, tengo muy buena cola, a mis amantes les encanta chuparla y morderla, me dicen que es muy sabrosa. Mis tetas no son enormes, pero sí bien duritas y levantadas. Mi piel es muy blanca y me encanta el color rojo para mis uñas y labios. Una calurosa tarde de verano yo estaba terminando algunos trabajos en mi estudio y no quería llegar pronto a
ca,a, porque la noche de una mujer casada suele ser aburrida. Ya saben: Lavar, hacer las compras y cocinar. Luego a la cama y ser culeada mecánicamente por el mismo hombre que ya llevaba catorce años conmigo. No sabía qué hacer. Estaba con las hormonas revueltas, calentándome con el pensamiento, mientras terminaba de asentar en un libro unos comprobantes y decidí decirle a la empleada que se fuera. Después llamé a varias amigas, de las cuales no encontré a ninguna. Con cierto hastío decidí salir a caminar, para enfriarme un poco o, si se daba, levantarme un tipo que valiera la pena para sacarme de una vez la calentura que ninguna masturbación podía aliviarme. Enfilé por avenida Olazábal hasta
Triunvirato, ahí me largué a andar por la avenida. Llevaba un pantalón negro muy ceñido, y arriba una remera al tono, tacos altos y mi cartera. Durante la primera cuadra me bañaron de miradas los hombres que estaban acompañados por sus parejas, y recién en la segunda vi a un tipo solo de unos cuarenta arios, que estaba bastante bien, en realidad más que muy bien. Como se fijó en mí al salir de un cajero automático, inmediatamente me detuve en una vidriera haciéndome que miraba cosas, levantando la cola discreta pero sensualmente. No tardó en pasar por detrás, bien cerca de mí, indudablemente mirándome el culo y con un tono varonil que me erizó la espalda, me dijo bajito: -Las cosas que te haría ahí...- Y yo pensaba: "Las que te haría a vos, no sabés con que clase de hembra te encontraste". Me puse a caminar casi a su par, con una sonrisa inequívoca y meneando mis nalgas. El hombre me acompañó un trayecto, noté que estaba nervioso, entonces aproveché para atacarlo: -¿,En serio me harías muchas cosas o es nada más que una amenaza sin fundamento?- Le dije. -En esa dirección está mi esposa con mi hijo- Dijo. -Vayamos hacia el otro lado- Le dije y nos volvimos en dirección contraria. Mi cabecita estaba urdiendo el plan de asalto, no le daría tiempo a pensar ni a nada. -¿Tomamos un café por allá?- Preguntó. -No, demos una vuelta manzana...- Lo llevé por mi camino hacia el estudio. No se imaginaba la sorpresa que le tenía preparada. Al llegar a la altura del estudio, saqué las llaves y muy rápidamente abrí. -Pasá- Le dije -Es la casa de mi madre y ella está durmiendo arriba, así que estaremos un rato acá abajo en el pasillo-Entramos, y al entrar tiré la cartera al
pie de las escaleras; Comencé a moverme al ritmo de una música inaudible, moviendo mi colita caliente, acariciándome por arriba del pantalón. Me deslicé la remera y la saqué por encima de mi cabeza. Cuando iba a darme vuelta, él ya me agarraba de atrás y yo sentía su pija durísima frotándose contra la raya de mi culo. Comencé a bajarme el pantalón y ya desnuda me senté en la escalera de madera, bien abierta de piernas, mirándolo cautivadoramente. Se agachó para chuparme las tetas, y luego bajó hasta mi concha para saborear mis jugos libidinosamente. Me mojaba a raudales cada vez que me frotaba el clítoris con su lengua desenfrenada. Era mi presa sexual, y lo usaría a más no poder... Estaba tan caliente que no tardé en subírmelo encima. Ahí nomás, en la escalera, entraba y salía con ímpetu, era un marido insatisfecho que se apuraba para gozarme como seguramente no gozaría a su mujer. Y yo lo disfrutaba como su puta hambrienta... Me encanta esa sensación de ser la puta de un desconocido. -¡Acabo!- Me dijo después de un buen rato de cogerme con fuerza. Yo le respondí que aún no, y lo saqué de adentro de golpe, cortándole el polvo. Me puse de rodillas en la escalera, me metí su pija en la boca y se la chupé dándole un pequeño concierto de lengua durante un par de minutos. Después me di vuelta, me agaché y le ofrecí mi enorme orto para que se sacara toda su leche al instante. Me penetró con fuerza y en ese instante me sentí bien perversa, cosa que me encanta, yo una mujer casada cogiendo por el culo con un desconocido... El marido de otra. Dos casados insatisfechos sacándose las ganas cometiendo adulterio, sexo impúdico y en esa circunstancia, en la escalera de entrada a una casa. La sensación era súper morbosa. Mi amante desconocido, que además estaba poderosamente dotado, me pegó una serruchada infernal, que me hizo doler como nunca, a pesar de que ya era toda una experta en coger por el culo, después acabó como un animal, inundándome toda. Yo perdí la cuenta de los orgasmos. Casi sin hablarnos, me vestí y él se acomodó las ropas, me dio su teléfono, y le dije que lo tendría en cuenta para otra de mis calenturas. Le conté que yo también era casada, nos dimos un beso apasionado, largo y con mucha lengua y lo dejé ir. Subí al estudio y archivé el teléfono en un lugar secreto, donde guardo mi diario de aventuras. Me higienicé en el baño, no fuera que al llegar a casa se viera mi pantalón manchado a la altura de la cola. Me miré en el espejo del botiquín, y me dije: "Buen polvo te echaste, atoiranta. Ahora a casa a simular." Llamé un taxi que llegó en diez minutos. Mientras llegaba a mi casa pensaba en la excitante sensación de entrar sabiendo que había cogido con un tipo y que tenía los intestinos llenos de su leche. -Hola querida- Me saludó mi esposo - Se te ve cansada...- -Sí, estoy muy cansada, agotadísima de trabajar, así que no cuentes conmigo para nada hoy...- -Quedate tranquila, estuve pensando
en vos y ya encargué la comida, además de haber mandado la ropa al lavadero--No sabés cómo te lo agradezco...- Le dije mientras iba en dirección al bario, a lavarme nuevamente, porque sentía que la leche de aquel hombre aún manaba de mi cola maltrecha pero feliz... -¿Pensaste en mí, querida?- Me preguntó desde el comedor... -Si, mi amor... Toda la tarde pensé en vos- Le dije, mientras me volvía a calentar reviviendo los furiosos embates de aquel bombón desconocido.

fuente:revista atraccion

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