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Mi poesía erótica I

Nenes y nenas de Poringa, luego de haberme deleitado anónimamente en infinitas ocasiones con sus relatos, fotografias y videos, decidí compartir un poco de mi poesía erótica con todos ustedes.
El siguiente relato forma parte de un librillo que publique hace algunos años, espero que sea de vuestro agrado. Por mi parte los seguiré observandolos desde el brillo helado de mi monitor mientras acaricio las zonas más tibias de mi cuerpo….





La fiesta


Despierto en medio de la noche, sobresaltado por los gritos y gemidos que se escuchan detrás de mi puerta.
Doy una mirada a mi alrededor y no logro recordar dónde me encuentro.
Hay dos mujeres y un muchacho tumbados a mis costados, miro sus caras y no logro identificarlos.
Me levanto de la cama y un punzante dolor de cabeza me mantiene inmóvil durante unos segundos.
Camino hasta un gran espejo que está amurado en una de las paredes de la habitación, me paro frente a él y observo mis piernas desnudas, tan desnudas como mi torso y mi pubis. Definitivamente ese del espejo si soy yo, lo cual me tranquiliza un poco.
Tomo un candelabro y enciendo las siete candelas, tomo una bata de lino rojo, tan roja como mi sangre, me la coloco sobre los hombros.
Salgo tímidamente de la habitación y descubro hordas de mujeres que corren desnudas en distintas direcciones a través de lo que parece ser un pasillo infinito.
Escucho un gruñido y un ladrido y siento un líquido tibio y ligeramente espeso que salpica mi pierna, en medio de un extraño letargo miro hacia abajo y veo dos perros sarnosos que devoran los restos de lo que una vez fue un hermoso gato siamés. Me invade la repulsión y no logro contener el vómito que escapa con especial violencia de mi boca y salpica al más robusto de los asquerosos animales, el perro lanza un tarascón tratando de encontrar mi pierna, lo evado, y atizo furiosamente el pesado candelabro dorado una y otra y otra vez sobre su cabeza hasta dejarlo completamente inconsciente, o completamente muerto, da igual.
Las candelas se apagaron, pero logro distinguir en el brillo de los ojos del segundo perro cierto grado de agradecimiento.
Comienzo a caminar a oscuras por los pasillos, chocando bruscamente contra histéricos cuerpos desnudos.
Llego a un espléndido salón de fiestas iluminado por gigantescas arañas de cristal.
Me acerco a la colosal mesa redonda de oscura madera, ubicada en el centro del salón. Sobre la mesa, dos ancianos llenan delicadas copas de cristal con un extraño brebaje. Levanto una copa y la vacío de un sorbo, tomo una segunda copa y repito el procedimiento, la tercera copa la llevo hacia un rincón en el cual se encuentra una estupenda mujer. Trato de hablarle pero ella lleva su dedo índice a mi boca, silenciando mi intento de comunicación, inmediatamente se pega a mi cuerpo y me besa apasionadamente, intento abrazarla, tocarla, pero me empuja hacia un costado y se abre paso entre la gente dirigiéndose hacia la mesa redonda.
Miro a mi alrededor, imagen funesta de sexo y delirio: tres mujeres gigantes, obesas, cubiertas de cuero negro flagelan brutalmente a una hermosa muchacha no mayor de quince años, acarician sus pequeños senos, tironean de sus pezones, salivan en su ombligo, besan su pubis y la sodomizan con violencia. La sangre recorre el blanquísimo cuerpo de la muchacha, desde su frágil cuello hasta esos delicadísimos pies que parecen de porcelana.
Gritos.
Entran en escena tres figuras en zancos, no estoy seguro, pero creo que son dos hombres y una mujer. El que va en el medio lleva una antorcha encendida, la que parece ser mujer lleva una botella a su boca y su compañero le acerca la antorcha al rostro, si, es una mujer, una mujer de rostro angelical, el ángel escupe una gigantesca bola de fuego azul.
La mística música de cítaras y violines inunda la habitación, los zancudos empiezan su baile, dando saltos y giros por todo el salón.
La estupenda mujer que me besara momentos atrás se acerca a mi, trae dos copas en sus manos, me da una, la vacío de un sorbo, sigo sin poder definir que es el amargo líquido que contienen las copas.
Con un gracioso movimiento la mujer deja caer la túnica de seda blanca que hasta el momento llevaba puesta para quedar completamente desnuda. Luego, con un movimiento casi imperceptible me despoja de mi bata roja.
Comienzo a marearme, todo gira a mi alrededor, la música de violines se torna frenética, los zancudos bailan y escupen fuego azul, la niña grita mientras es sodomizada por uno de los ancianos, la mujer, la mujer hermosa, el ángel del infierno se abalanza sobre mi, caemos al piso, golpeo mi cabeza, no siento dolor, luchamos, damos vueltas, la penetro con una fuerte estocada, la lucha continúa y me monto sobre su espalda, vuelvo a penetrarla, me derramo dentro de ella, un orgasmo para el ángel y otro para mí, dos más para ella y otros tres para mí. Un nuevo brindis por los excesos, otro brindis por mi alma y un último brindis por todas tus quimeras, oscuro lector.
Quedo inconsciente, pero no sin darme cuenta que al despertar quiero estar aquí una vez más....

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