de nuevo, como tantas otras veces, sentía las caricias de mi esposo iniciándose desde la parte inferior de mi espalda, para luego ascender lenta pero eficazmente, siempre hacia arriba, hasta apoderarse de mis tetas. Entonces me las apretaba y pellizcaba a su entero gusto, despertándome de una manera terriblemente deliciosa. En esos momentos, si tiraba la colita hacía atrás podía sentir y hasta palpar con mis nalgas la robusta erección que ya acusaba. Así se despierta siempre, al palo, y la única forma para que se le baje era cogiendo, por supuesto. Y como sabe que mi conchita esta siempre dispuesta para recibirlo, me
coge, casi dormida, despertándome a veces con los profundos pijazos con que me atiende. El polvo mañanero es lo más, se los aseguro rotundamente, y con conocimiento de causa. A la noche estamos cansados luego de una extenuante jornada laboral, nos duchamos, comemos y al sobre, casi no hay margen para nada más. En cambio por la mañana, antes de levantarnos, estamos frescos y con las energías renovadas, con ganas de todo, y ese es el momento que mi marido aprovecha para dármela en la forma que tanto me gusta. Apenas lo siento, separo las piernas, casi instintivamente, permitiéndole acomodarse en la forma adecuada,
brindándole así el espacio justo para enfilar su ya erecta poronga hacia su tan ansiado objetivo. Mi cuerpo se estremece al comprobar la eminente dureza que posee. Entonces, siempre de costado, me la acomoda en la conchita y mediante movimientos a la vez suaves aunque precisos, me la va metiendo hasta lo más profundo, llenando con su carne el profundo abismo de mi sexo. Cuándo lo siento penetrándome, los gemidos fluyen de mi garganta como una melodiosa sinfonía, elaborando con los suyos propios un dueto apasionado y cadencioso. Ahora ya soy dueña de mi cuerpo, él me coge plenamente, envainándose
r
por completo dentro de mí, dándomela toda entera, hasta los huevos, brindándome esa deleitable satisfacción que se filtraba por todo mi cuerpo como un torrente vivo e inapelable. Lo sentía dentro de mí y ardía de placer, entregándome por completo a esa lujuria marital que me consumía sin posibilidad alguna de redención. -¡Así... dámela toda!- Le reclamaba entre sueños, empujando mi colita hacia atrás para sentirlo con mayor precisión. Casi ni era necesario que se lo dijera, él me la daba toda, llenándome hasta lo más profundo con ese volumen descomunal que manejaba con una habilidad insuperable. A diferencia de otras parejas, lo nuestro había comenzado al revés, primero cogimos y después nos enamoramos. Y aún hoy, después de cinco años juntos, seguimos como entonces, cogiendo casi todos los días, sin evidenciar jamás ni un solo síntoma de desgaste. Y ahora, como tantas otras veces, lo tenía tras de mí, bombeándome con
esa reconocida energía que solía emplear en una forma única e inigualable, como ningún otro amante que haya tenido jamás. Y entonces, tras haberme surtido lo suficiente, me la saca de un solo tirón y sin demora alguna me la vuelve a enfilar, pero ahora por detrás, por el culo, sin previa lubricación ni nada, ya que me gusta sentirlo así, en seco, ya saben, un poco de dolor de vez en cuándo no viene nada mal. Y así me da también por el ojete, arrancándome un polvo anal de esos que no vienen nada mal para comenzar el día. Luego nos duchamos juntos, desayunamos y él se va a trabajar, antes que yo, ya que entra mucho más temprano. Yo todavía me quedo un rato más en casa, haciendo la cama y adelantando un poco de la limpieza. Y en ocasiones, recibo la visita de Marcos, mi hermano, un par de arios mayor que yo y con quién me une una relación muy especial, mucho más íntima e intensa que los meros lazos fraternales que nos unen. Ustedes me entienden. Por eso es que este relato
va en la sección de incesto. Lo primero que hace mi hermano ni bien le abro la puerta es abrazarme, y agarrarme de las nalgas, apretándomelas con enérgico frenesí. Ese solo contacto es suficiente para que se le ponga como un tronco. -¿Cómo está el mejor culo de Buenos Aires?- Me pregunta entonces. -Más roto que nunca- Le contesto, mitad en j oda, mitad en serio. Y así, cargándome en upa, me lleva hacia el dormitorio, con unos fines más que evidentes. -Acabo de coger con Diego- Le advierto previamente. -Me encanta oler el polvo de otro hombre en tu cuerpo- Me dice, y tirándome sobre la cama, se me echa encima y comienza a desnudarme mientras se refriega contra mi cuerpo nuevamente exaltado. Como por arte de magia, su pija emerge de entre sus ropas, deliciosamente empinada, soltando ya a través del orificio de la punta espesas gotitas perladas de ese fluido previo a la leche que resulta igualmente tan delicioso. Así queagarrándosela con mis dos manos, me metí la cabeza, o debería decir cabezota, ya que la tiene enorme, dentro de la boca y se la chupé con desesperación, como a él tanto le gusta, masajeándole al mismo tiempo las pelotas, esas pelotas con las cuáles ya de chica había aprendido a jugar. El incesto siempre había sido nuestro juego predilecto, e incluso en la actualidad, estando ambos casados y con nuestras respectivas familias ya formadas, no podemos dejarlo, es más fuerte que nosotros dos juntos y que cualquier resistencia que quisiéramos oponerle. Somos hermanos y amantes, y con eso nos basta. No podríamos dejarlo ni aunque quisiéramos, y las verdad es que ninguno de los dos quiere. Su pija me hace falta como el aire mismo, sin ella la vida ya no sería la misma, tendría un color distinto, menos atractivo. Tras chupársela con todas mis ganas, me desnudo por completo y me tiendo de espalda sobre la cama, en esa misma cama en donde un rato antes cogí con mi marido. Ahora
cogería con mi propio hermano, y el solo pensar en tal situación, me estremece hasta las fibras más íntimas de mi cuerpo. El placer que siento al estar con él es muy distinto al que puedo sentir estando con mi esposo, con él puedo liberar a la puta reventada que vive dentro de mí, y expresarme en una forma plena y sin restricciones. Y por su parte, él también puede hacerme cosas que jamás le podría hacer a su esposa. De esa manera ambos nos complementamos a la perfección, sin complejos de culpa ni cargos de conciencia. Hace rato que lo hacemos, de modo que esa etapa la superamos hace bastante tiempo ya. Y una de las cosas que más le gusta hacerme, es darme por atrás y por adelante, en forma alternada e indiscriminada, sacándomela de un agujero para metérmela en el otro, así hasta distenderme las paredes casi hasta su mismo rompimiento. Y es en este punto que debo aclarar que mi hermano esta mucho mejor dotado que mi marido, sacándole varios cuerpos de ventaja en ese aspecto, o
debería decir pijas, para ser más específica. Gorda, larga y venosa, con una cabeza que se inflama majestuosa y rebosante y unas pelotas que parecieran contener dentro de ellas la leche del mundo, mi hermano ostenta, hasta ahora, el bien ganado título de ser el poseedor de la pija más grande de todos los tipos que estuve hasta el momento. Y aún en la actualidad, conociendo hasta el mínimo detalle de su excelsa poronga, me descose cuándo me coge. Y eso le encanta. Le gusta que grite de dolor y placer a la vez, que llore de calentura, y a mí también me gusta que me rompa de esa manera tan brutal que a él tanto parece agradarle. La violencia lo estimula, una de las tantas cosas que no puede hacer con su aburrida y conservadora esposa. Él mismo me decía que no podía pegarle ni siquiera un chirlito en la cola, en cambio conmigo se sacaba esas ganas, pegándome unos terribles sopapos en las nalgas, de un lado y del otro, hasta dejármelas coloradas de tanto azote. Y yo le pedía más, quería que medesgarrara la piel a puro golpe. Y lloraba y pataleaba, y hacía como que me resistía pese a que me gustaba, a que me enloquecía que me tratara de esa forma, como si me estuviera violando. Siempre jugábamos así, en el límite, aunque cuidándonos de no pasar esa delgada línea que en cualquier momento podía ponernos en una posición de lo más incómoda. Todavía recuerdo cuándo de pendejos y habiéndonos iniciado ya en esos incestuosos jueguitos, me dejó un ojo morado en más de una oportunidad. Ahora sabía controlarse, no se excedía, aunque siempre se situaba en esa cima riesgosa en donde cualquier movimiento mal calculado podía hacerlo desbarrancar. De nuevo me volvía a echar un polvo mañanero, esta vez con mi propio hermano, fundiéndome junto con él en un orgasmo vibrante y consuetudinario. Pero a diferencia de mi marido, a quién le gusta acabarme en el culo, a Marcos le gusta empaparme con su leche, por eso es que unos segundo antes del inevitable derrame, me la saca de adentro, y
colocándose en posición de ataque, con la pija apuntando palpitante hacia mi cuerpo, descarga sobre mi ansiosa humanidad un torrente tras otro de guasca recién elaborada, caliente y espesa leche de macho, la caliente y espesa leche de mi hermano. En esos momentos tan húmedos yo sé perfectamente que hacer, apoyada sobre mis codos, con la boca abierta, la lengua afuera y mis manos agarrando mis tetas, como ofreciéndoselas, espero con suma ansiedad el tan anhelado y tonificante estallido. Y es ahí que me gusta ver como la leche le sale a borbotones, salpicándome toda con su deliciosa pegajosidad. Y como si fuera un inagotable surtidor de placer, se la sacude fieramente, apuntando a un lado ya otro, para asegurarse de que cada poro de mi piel que completamente cubierto con la cremosa esencia. Una parte acaba sobre mi cuerpo, y otra, también muy abundante, en mi boca, en la palma de mi lengua, la cuál saboreo con una delectación que solo a él y a nadie más que a él le puedo dispensar, ya
que se trata de mi propia sangre, de mi propia vida, de mi propia persona. Somos hermanos, pero en esos instantes de extática lujuria somos amantes, dos bestias en celo cuyo único propósito es aparearse hasta el agotamiento, hasta que ya no somos capaces de hacer ni un solo movimiento más. Luego nos duchamos juntos, enjabonándonos mutuamente, dulce ceremonia que clausura una vez más el plácido incesto al cuál sometemos no solo a nuestros cuerpos, sino también a nuestras almas. Generosa ha sido la vida para conmigo en el aspecto sexual, ya que no solo tengo a mi marido, un experto acróbata en la cama, sino también a mi hermano, la pija más grande que haya tenido jamás y que el sabe manejar con una habilidad incomparable, sometiéndome a los placeres más brutales y salvajes que imaginarse puedan. De esa forma tengo lo mejor de ambos mundos, la dulzura de mi marido y la violencia de mi hermano ¿Acaso podría pedir algo más?
fuente: revista atraccion fatal autor:desconocido
coge, casi dormida, despertándome a veces con los profundos pijazos con que me atiende. El polvo mañanero es lo más, se los aseguro rotundamente, y con conocimiento de causa. A la noche estamos cansados luego de una extenuante jornada laboral, nos duchamos, comemos y al sobre, casi no hay margen para nada más. En cambio por la mañana, antes de levantarnos, estamos frescos y con las energías renovadas, con ganas de todo, y ese es el momento que mi marido aprovecha para dármela en la forma que tanto me gusta. Apenas lo siento, separo las piernas, casi instintivamente, permitiéndole acomodarse en la forma adecuada,
brindándole así el espacio justo para enfilar su ya erecta poronga hacia su tan ansiado objetivo. Mi cuerpo se estremece al comprobar la eminente dureza que posee. Entonces, siempre de costado, me la acomoda en la conchita y mediante movimientos a la vez suaves aunque precisos, me la va metiendo hasta lo más profundo, llenando con su carne el profundo abismo de mi sexo. Cuándo lo siento penetrándome, los gemidos fluyen de mi garganta como una melodiosa sinfonía, elaborando con los suyos propios un dueto apasionado y cadencioso. Ahora ya soy dueña de mi cuerpo, él me coge plenamente, envainándose
r
por completo dentro de mí, dándomela toda entera, hasta los huevos, brindándome esa deleitable satisfacción que se filtraba por todo mi cuerpo como un torrente vivo e inapelable. Lo sentía dentro de mí y ardía de placer, entregándome por completo a esa lujuria marital que me consumía sin posibilidad alguna de redención. -¡Así... dámela toda!- Le reclamaba entre sueños, empujando mi colita hacia atrás para sentirlo con mayor precisión. Casi ni era necesario que se lo dijera, él me la daba toda, llenándome hasta lo más profundo con ese volumen descomunal que manejaba con una habilidad insuperable. A diferencia de otras parejas, lo nuestro había comenzado al revés, primero cogimos y después nos enamoramos. Y aún hoy, después de cinco años juntos, seguimos como entonces, cogiendo casi todos los días, sin evidenciar jamás ni un solo síntoma de desgaste. Y ahora, como tantas otras veces, lo tenía tras de mí, bombeándome con
esa reconocida energía que solía emplear en una forma única e inigualable, como ningún otro amante que haya tenido jamás. Y entonces, tras haberme surtido lo suficiente, me la saca de un solo tirón y sin demora alguna me la vuelve a enfilar, pero ahora por detrás, por el culo, sin previa lubricación ni nada, ya que me gusta sentirlo así, en seco, ya saben, un poco de dolor de vez en cuándo no viene nada mal. Y así me da también por el ojete, arrancándome un polvo anal de esos que no vienen nada mal para comenzar el día. Luego nos duchamos juntos, desayunamos y él se va a trabajar, antes que yo, ya que entra mucho más temprano. Yo todavía me quedo un rato más en casa, haciendo la cama y adelantando un poco de la limpieza. Y en ocasiones, recibo la visita de Marcos, mi hermano, un par de arios mayor que yo y con quién me une una relación muy especial, mucho más íntima e intensa que los meros lazos fraternales que nos unen. Ustedes me entienden. Por eso es que este relato
va en la sección de incesto. Lo primero que hace mi hermano ni bien le abro la puerta es abrazarme, y agarrarme de las nalgas, apretándomelas con enérgico frenesí. Ese solo contacto es suficiente para que se le ponga como un tronco. -¿Cómo está el mejor culo de Buenos Aires?- Me pregunta entonces. -Más roto que nunca- Le contesto, mitad en j oda, mitad en serio. Y así, cargándome en upa, me lleva hacia el dormitorio, con unos fines más que evidentes. -Acabo de coger con Diego- Le advierto previamente. -Me encanta oler el polvo de otro hombre en tu cuerpo- Me dice, y tirándome sobre la cama, se me echa encima y comienza a desnudarme mientras se refriega contra mi cuerpo nuevamente exaltado. Como por arte de magia, su pija emerge de entre sus ropas, deliciosamente empinada, soltando ya a través del orificio de la punta espesas gotitas perladas de ese fluido previo a la leche que resulta igualmente tan delicioso. Así queagarrándosela con mis dos manos, me metí la cabeza, o debería decir cabezota, ya que la tiene enorme, dentro de la boca y se la chupé con desesperación, como a él tanto le gusta, masajeándole al mismo tiempo las pelotas, esas pelotas con las cuáles ya de chica había aprendido a jugar. El incesto siempre había sido nuestro juego predilecto, e incluso en la actualidad, estando ambos casados y con nuestras respectivas familias ya formadas, no podemos dejarlo, es más fuerte que nosotros dos juntos y que cualquier resistencia que quisiéramos oponerle. Somos hermanos y amantes, y con eso nos basta. No podríamos dejarlo ni aunque quisiéramos, y las verdad es que ninguno de los dos quiere. Su pija me hace falta como el aire mismo, sin ella la vida ya no sería la misma, tendría un color distinto, menos atractivo. Tras chupársela con todas mis ganas, me desnudo por completo y me tiendo de espalda sobre la cama, en esa misma cama en donde un rato antes cogí con mi marido. Ahora
cogería con mi propio hermano, y el solo pensar en tal situación, me estremece hasta las fibras más íntimas de mi cuerpo. El placer que siento al estar con él es muy distinto al que puedo sentir estando con mi esposo, con él puedo liberar a la puta reventada que vive dentro de mí, y expresarme en una forma plena y sin restricciones. Y por su parte, él también puede hacerme cosas que jamás le podría hacer a su esposa. De esa manera ambos nos complementamos a la perfección, sin complejos de culpa ni cargos de conciencia. Hace rato que lo hacemos, de modo que esa etapa la superamos hace bastante tiempo ya. Y una de las cosas que más le gusta hacerme, es darme por atrás y por adelante, en forma alternada e indiscriminada, sacándomela de un agujero para metérmela en el otro, así hasta distenderme las paredes casi hasta su mismo rompimiento. Y es en este punto que debo aclarar que mi hermano esta mucho mejor dotado que mi marido, sacándole varios cuerpos de ventaja en ese aspecto, o
debería decir pijas, para ser más específica. Gorda, larga y venosa, con una cabeza que se inflama majestuosa y rebosante y unas pelotas que parecieran contener dentro de ellas la leche del mundo, mi hermano ostenta, hasta ahora, el bien ganado título de ser el poseedor de la pija más grande de todos los tipos que estuve hasta el momento. Y aún en la actualidad, conociendo hasta el mínimo detalle de su excelsa poronga, me descose cuándo me coge. Y eso le encanta. Le gusta que grite de dolor y placer a la vez, que llore de calentura, y a mí también me gusta que me rompa de esa manera tan brutal que a él tanto parece agradarle. La violencia lo estimula, una de las tantas cosas que no puede hacer con su aburrida y conservadora esposa. Él mismo me decía que no podía pegarle ni siquiera un chirlito en la cola, en cambio conmigo se sacaba esas ganas, pegándome unos terribles sopapos en las nalgas, de un lado y del otro, hasta dejármelas coloradas de tanto azote. Y yo le pedía más, quería que medesgarrara la piel a puro golpe. Y lloraba y pataleaba, y hacía como que me resistía pese a que me gustaba, a que me enloquecía que me tratara de esa forma, como si me estuviera violando. Siempre jugábamos así, en el límite, aunque cuidándonos de no pasar esa delgada línea que en cualquier momento podía ponernos en una posición de lo más incómoda. Todavía recuerdo cuándo de pendejos y habiéndonos iniciado ya en esos incestuosos jueguitos, me dejó un ojo morado en más de una oportunidad. Ahora sabía controlarse, no se excedía, aunque siempre se situaba en esa cima riesgosa en donde cualquier movimiento mal calculado podía hacerlo desbarrancar. De nuevo me volvía a echar un polvo mañanero, esta vez con mi propio hermano, fundiéndome junto con él en un orgasmo vibrante y consuetudinario. Pero a diferencia de mi marido, a quién le gusta acabarme en el culo, a Marcos le gusta empaparme con su leche, por eso es que unos segundo antes del inevitable derrame, me la saca de adentro, y
colocándose en posición de ataque, con la pija apuntando palpitante hacia mi cuerpo, descarga sobre mi ansiosa humanidad un torrente tras otro de guasca recién elaborada, caliente y espesa leche de macho, la caliente y espesa leche de mi hermano. En esos momentos tan húmedos yo sé perfectamente que hacer, apoyada sobre mis codos, con la boca abierta, la lengua afuera y mis manos agarrando mis tetas, como ofreciéndoselas, espero con suma ansiedad el tan anhelado y tonificante estallido. Y es ahí que me gusta ver como la leche le sale a borbotones, salpicándome toda con su deliciosa pegajosidad. Y como si fuera un inagotable surtidor de placer, se la sacude fieramente, apuntando a un lado ya otro, para asegurarse de que cada poro de mi piel que completamente cubierto con la cremosa esencia. Una parte acaba sobre mi cuerpo, y otra, también muy abundante, en mi boca, en la palma de mi lengua, la cuál saboreo con una delectación que solo a él y a nadie más que a él le puedo dispensar, ya
que se trata de mi propia sangre, de mi propia vida, de mi propia persona. Somos hermanos, pero en esos instantes de extática lujuria somos amantes, dos bestias en celo cuyo único propósito es aparearse hasta el agotamiento, hasta que ya no somos capaces de hacer ni un solo movimiento más. Luego nos duchamos juntos, enjabonándonos mutuamente, dulce ceremonia que clausura una vez más el plácido incesto al cuál sometemos no solo a nuestros cuerpos, sino también a nuestras almas. Generosa ha sido la vida para conmigo en el aspecto sexual, ya que no solo tengo a mi marido, un experto acróbata en la cama, sino también a mi hermano, la pija más grande que haya tenido jamás y que el sabe manejar con una habilidad incomparable, sometiéndome a los placeres más brutales y salvajes que imaginarse puedan. De esa forma tengo lo mejor de ambos mundos, la dulzura de mi marido y la violencia de mi hermano ¿Acaso podría pedir algo más?
fuente: revista atraccion fatal autor:desconocido
Comentarios Destacados
y para tu informacion a veces un relato calienta mas que un chongo desnudo o una mina en bolas.aparte puse fuente, yo solo subo el relato, queres imagenes anda al sector imagenes.-
5 comentarios - mañanero por dos