que tal amigos les agradesco a todos por tanto plaser que an compartido conmigo y quiero dejarles un relato que me gusto y me exito mucho espero que les guste
Hacía ya un par de meses que vivía más en casa de Celia que en la mía. Sobre todo dormir, dormía todas las noches con ella. Celia tenía una hija: Paula, de unos 24 años que, por supuesto, estaba al tanto de que su madre y yo follábamos todas las noches y algunas tardes, y nunca había pasado nada. Por eso me extrañó cuando aquella tarde, Celia me dijo:
-Tengo que comentarte una cosa: Paula me ha comentado que muchas noches nos oye cuando hacemos sexo y se excita tanto que tiene que masturbarse.
-¡Vaya! Pues tendremos que ser más silenciosos.
-Sabes que eso para mí es difícil. Además… No es la solución que ella quiere.
-¿Y qué solución propone?
-Verás… Quiere que nos lo hagas a las dos juntas.
-¿¡Que quiere que me acueste con las dos!?
-Sí. ¿No te apetece? ¿No te gusta Paula?
-Bueno, nunca la he mirado como objeto de deseo.
-Ya, porque es mi hija, pero no me negarás que como mujer está que rompe.
-Pues sí, pero tú qué opinas, ¿estarías de acuerdo?
-¡Oh! A mí me encantaría. Sé como follas y sería feliz viendo como le dabas gusto a la niña.
-Bueno, pero si pasa algo raro no me culpéis, la situación me pilla por sorpresa.
-No te preocupes, nosotras nos ocupamos de eso.
-Bien. ¿Y cuando se lo dirás?
-Se lo diremos, esta noche durante la cena, y ya lo hacemos hoy mismo. ¿Para qué esperar?
Me pareció que el asunto estaba más estudiado de lo que me decía.
Paula llegó pasadas las nueve, como cada día, por lo que de inmediato se pusieron madre e hija a poner la mesa para cenar. Apenas habíamos empezado cuando Celia dijo:
-Paula, le he comentado a Jose lo que me dijiste y está de acuerdo.
-¡Oh! ¡Qué bien! ¡Qué ganas tengo de que nos le follemos las dos!
-Pues esta noche ya, cuando nos acostemos, lo hacemos los tres juntos.
-¡Sí, sí! Pero antes tenemos que calentarle bien mientras vemos algo de tele.
-Ja, ja. Bueno, veremos quién es el primero que suplica irse a la cama.
Retiraron la mesa y me dijeron que me sentase en el sofá mientras ellas iban a ponerse algo más cómodo.
La verdad es que estaba algo nervioso, pero no por la excitación, sino por lo, para mí, insólito del caso.
Cuando regresaron comprendí que ponerse algo cómo era, para Celia, aparecer sólo con el tanga y los zapatos; y para Paula un picardías totalmente transparente, esta sin nada de ropa interior. Celia se sentó junto a en el sofá y Paula en el sillón de al lado.
-Paulita –Dijo Celia-¿Tú no has visto la polla de Jose, verdad?
-No, pero lo estoy deseando.
Sin más, Celia me desabrochó el pantalón, me sacó la polla y se puso a acariciarla. Paula empezó a masturbarse sin ningún recato.
-¡Ah, que hermosura de polla! –Dijo Paula-. Me gustaría chuparla un poco. ¿Puedo?
-Bueno –Dijo la madre-, pero no le desgastes mucho que nos tiene que durar… aunque con la lengua que tiene no le hace falta polla para hacerte morir de gusto.
-Sólo se la mamaré un poquito.
Efectivamente, vino hacia mí, se colocó entre mis piernas y empezó a lamerme el pene con fruición. Pero hizo también algo que me sorprendió más: Mientras me la mamaba se puso a tocarle el coño a la madre con gran destreza, tanto que la arrancaba gemidos de placer.
Al final fue la propia Celia la que dijo:
-¡Por favor, no puedo más! ¡Vamos a follar a la cama!
Nos levantamos los tres y fuimos al dormitorio, al parecer todos estábamos deseando lo mismo. Entre las dos me desnudaron y me tiraron sobre la cama. Como si se hubiesen puesto de acuerdo, sus dos bocas se apoderaron de mi polla, juntas o alternativamente, eso cuando no se dedicaban a besarse empleando la lengua a fondo.
-¿Has visto mami? Ya la tiene como un tronco.
-¡Sí, sí! ¡Y yo la necesito en mi coño!
-Pues vamos, fóllatelo.
-No cielo, como es tu primera vez quiero que emplee toda su fuerza contigo. Que te folle primero a ti. Si le cabalgas, a mí me puede comer mientras el chocho, ¡que también me encanta!
Al parecer iban a ser ellas las que llevasen la voz cantante en todo momento.
-Vamos, métesela a la niña como tú sabes.
No tuve que metérsela, se la metió ella sola. Celia se puso con los muslos abiertos sobre mi cara ofreciendo su coño a mi lengua.
-¡Ay joder! ¡Qué gusto tener una polla dentro –Gemía Paula.
-¡Sí mi niña, es lo mejor! ¡Aunque que te coman el coño, uuummmm!
Con el coño y el culo de Celia sobre mi cara, la verdad es que no veía mucho, pero sí lo suficiente para darme cuenta de que aunque las dos iban a lo suyo gozando como locas, no por eso dejaron de darme una lección de bisexualidad de manual. Se besaban, se tocaban las tetas, se las frotaban una contra otra…
Aquello fue una locura. No se las veces que se corrieron; o que dijeron que se corrían; pero sí que cuando yo dije que también me corría, las dos se bajaron como locas para recibir mi leche en sus bocas.
La sesión duró más de 4 horas. Se la metí a las dos por todos lados: el coño, el culo, la boca… Ellas hicieron un bonito 69; mientras yo me recuperaba una de las veces; demostrando que no tenían reparo alguno en chuparse el coño madre e hija.
El problema, los días posteriores, fue que todo cambió en la vida de la casa. La joven no salía más que lo imprescindible. En cuanto podía volvía a casa, siempre con la pretensión de follarme, estuviese la madre o no. Tanto es así que a veces llegaba Celia y gritaba:
-Paula. ¿Dónde estás?
A lo que la chica respondía, también a gritos:
-Mamá, estamos follando –Porque era la verdad.
Y, naturalmente, Celia siempre se unía a la juerga.
Ni que decir tiene que aquello iba a acabar conmigo en poco tiempo. Menos mal que, apreciando mi evidente agotamiento, posteriormente se conformaban a veces con montárselo las dos entre sí, con la única condición de que yo estuviese presente mirándolas, por si se me empinaba, aprovecharlo.
Desde luego, en cuestiones como esta, nunca en mi vida había visto a una madre y una hija tan bien avenidas.
Hacía ya un par de meses que vivía más en casa de Celia que en la mía. Sobre todo dormir, dormía todas las noches con ella. Celia tenía una hija: Paula, de unos 24 años que, por supuesto, estaba al tanto de que su madre y yo follábamos todas las noches y algunas tardes, y nunca había pasado nada. Por eso me extrañó cuando aquella tarde, Celia me dijo:
-Tengo que comentarte una cosa: Paula me ha comentado que muchas noches nos oye cuando hacemos sexo y se excita tanto que tiene que masturbarse.
-¡Vaya! Pues tendremos que ser más silenciosos.
-Sabes que eso para mí es difícil. Además… No es la solución que ella quiere.
-¿Y qué solución propone?
-Verás… Quiere que nos lo hagas a las dos juntas.
-¿¡Que quiere que me acueste con las dos!?
-Sí. ¿No te apetece? ¿No te gusta Paula?
-Bueno, nunca la he mirado como objeto de deseo.
-Ya, porque es mi hija, pero no me negarás que como mujer está que rompe.
-Pues sí, pero tú qué opinas, ¿estarías de acuerdo?
-¡Oh! A mí me encantaría. Sé como follas y sería feliz viendo como le dabas gusto a la niña.
-Bueno, pero si pasa algo raro no me culpéis, la situación me pilla por sorpresa.
-No te preocupes, nosotras nos ocupamos de eso.
-Bien. ¿Y cuando se lo dirás?
-Se lo diremos, esta noche durante la cena, y ya lo hacemos hoy mismo. ¿Para qué esperar?
Me pareció que el asunto estaba más estudiado de lo que me decía.
Paula llegó pasadas las nueve, como cada día, por lo que de inmediato se pusieron madre e hija a poner la mesa para cenar. Apenas habíamos empezado cuando Celia dijo:
-Paula, le he comentado a Jose lo que me dijiste y está de acuerdo.
-¡Oh! ¡Qué bien! ¡Qué ganas tengo de que nos le follemos las dos!
-Pues esta noche ya, cuando nos acostemos, lo hacemos los tres juntos.
-¡Sí, sí! Pero antes tenemos que calentarle bien mientras vemos algo de tele.
-Ja, ja. Bueno, veremos quién es el primero que suplica irse a la cama.
Retiraron la mesa y me dijeron que me sentase en el sofá mientras ellas iban a ponerse algo más cómodo.
La verdad es que estaba algo nervioso, pero no por la excitación, sino por lo, para mí, insólito del caso.
Cuando regresaron comprendí que ponerse algo cómo era, para Celia, aparecer sólo con el tanga y los zapatos; y para Paula un picardías totalmente transparente, esta sin nada de ropa interior. Celia se sentó junto a en el sofá y Paula en el sillón de al lado.
-Paulita –Dijo Celia-¿Tú no has visto la polla de Jose, verdad?
-No, pero lo estoy deseando.
Sin más, Celia me desabrochó el pantalón, me sacó la polla y se puso a acariciarla. Paula empezó a masturbarse sin ningún recato.
-¡Ah, que hermosura de polla! –Dijo Paula-. Me gustaría chuparla un poco. ¿Puedo?
-Bueno –Dijo la madre-, pero no le desgastes mucho que nos tiene que durar… aunque con la lengua que tiene no le hace falta polla para hacerte morir de gusto.
-Sólo se la mamaré un poquito.
Efectivamente, vino hacia mí, se colocó entre mis piernas y empezó a lamerme el pene con fruición. Pero hizo también algo que me sorprendió más: Mientras me la mamaba se puso a tocarle el coño a la madre con gran destreza, tanto que la arrancaba gemidos de placer.
Al final fue la propia Celia la que dijo:
-¡Por favor, no puedo más! ¡Vamos a follar a la cama!
Nos levantamos los tres y fuimos al dormitorio, al parecer todos estábamos deseando lo mismo. Entre las dos me desnudaron y me tiraron sobre la cama. Como si se hubiesen puesto de acuerdo, sus dos bocas se apoderaron de mi polla, juntas o alternativamente, eso cuando no se dedicaban a besarse empleando la lengua a fondo.
-¿Has visto mami? Ya la tiene como un tronco.
-¡Sí, sí! ¡Y yo la necesito en mi coño!
-Pues vamos, fóllatelo.
-No cielo, como es tu primera vez quiero que emplee toda su fuerza contigo. Que te folle primero a ti. Si le cabalgas, a mí me puede comer mientras el chocho, ¡que también me encanta!
Al parecer iban a ser ellas las que llevasen la voz cantante en todo momento.
-Vamos, métesela a la niña como tú sabes.
No tuve que metérsela, se la metió ella sola. Celia se puso con los muslos abiertos sobre mi cara ofreciendo su coño a mi lengua.
-¡Ay joder! ¡Qué gusto tener una polla dentro –Gemía Paula.
-¡Sí mi niña, es lo mejor! ¡Aunque que te coman el coño, uuummmm!
Con el coño y el culo de Celia sobre mi cara, la verdad es que no veía mucho, pero sí lo suficiente para darme cuenta de que aunque las dos iban a lo suyo gozando como locas, no por eso dejaron de darme una lección de bisexualidad de manual. Se besaban, se tocaban las tetas, se las frotaban una contra otra…
Aquello fue una locura. No se las veces que se corrieron; o que dijeron que se corrían; pero sí que cuando yo dije que también me corría, las dos se bajaron como locas para recibir mi leche en sus bocas.
La sesión duró más de 4 horas. Se la metí a las dos por todos lados: el coño, el culo, la boca… Ellas hicieron un bonito 69; mientras yo me recuperaba una de las veces; demostrando que no tenían reparo alguno en chuparse el coño madre e hija.
El problema, los días posteriores, fue que todo cambió en la vida de la casa. La joven no salía más que lo imprescindible. En cuanto podía volvía a casa, siempre con la pretensión de follarme, estuviese la madre o no. Tanto es así que a veces llegaba Celia y gritaba:
-Paula. ¿Dónde estás?
A lo que la chica respondía, también a gritos:
-Mamá, estamos follando –Porque era la verdad.
Y, naturalmente, Celia siempre se unía a la juerga.
Ni que decir tiene que aquello iba a acabar conmigo en poco tiempo. Menos mal que, apreciando mi evidente agotamiento, posteriormente se conformaban a veces con montárselo las dos entre sí, con la única condición de que yo estuviese presente mirándolas, por si se me empinaba, aprovecharlo.
Desde luego, en cuestiones como esta, nunca en mi vida había visto a una madre y una hija tan bien avenidas.
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