11
Por la mañana Lucía se levantó a las tantas, se vistió y salió a correr. Hoy ya no vio a los chicos en el jardín, así que no pudo saludar a su querido Fran, le dio algo de pena pues ya hacía dos días que no lo veía. Así que siguió corriendo un buen rato, hasta que sudorosa volvió a su casa para ducharse y salió a almorzar al centro.
La tarde la pasó en el cine y paseando por las orillas del río. Hacía calor y multitud de turistas y chicos jóvenes se apostaban en sus orillas. Ella casi siempre iba sola, con el paso del tiempo las amigas que tenía las había ido perdiendo, pues ya apenas iba a la universidad y cuando iba se daba cuenta de que aquel ya no era su ambiente. En su anterior ciudad tenía alguna amiga de "la profesión", pero también se llevó algún que otro disgusto, por celos injustificados y disputas a causa de los mejores clientes, así que en esta ciudad estaba casi sola. Bueno tenía a Ángeles, a Fran, a Pedro y ahora a Lucrecia, poco a poco su círculo íntimo... nunca mejor dicho se iba expandiendo.
Pero en momentos como hoy se sentía algo sola entre tanta gente. Sin duda podía haberse acercado a cualquier grupo de chicos y hubiese ligado, eso estaba muy a su alcance con su cuerpazo y belleza, pero no era eso lo que buscaba. Así que ya entrada la noche volvió a casa, sola como de costumbre.
Pero hoy decidió llamar a Ángeles, quería su compañía cuando volviese. Ésta se mostró un poco sorprendida por la llamada pero en seguida se alegró de volver a tener noticias suyas. Le ofreció cenar en su casa pues iba de camino y ésta aceptó encantada, así que decidió pasar por un restaurante chino y encargó comida para llevar.
Al llegar recogió un poco, se duchó y vistió poniéndose un cómodo pantalón y una camiseta ajustada, que le marcaba su vientre plano, cintura de avispa y pechos pequeños y redonditos. No es que se arreglase especialmente, es que así estaba cómoda. Llamó a sus vecinos y estos subieron al instante.
Se saludaron alegremente, abrazó tanto a la madre como al hijo, como si no los hubiese visto en años y pasaron al salón. Disfrutaron de la comida china, que era una de las preferidas de Lucía y que le ayudaba a mantener su linea y conversaron alegremente sobre lo que habían hecho durante el día. Fran le contó que ahora estaban en un jardín un poco más lejos y que allí su madre lo recogía cuando volvía del trabajo, por eso no estaba ya aquella mañana en el jardín como de costumbre.
Al terminar de cenar Ángeles le dijo a Fran que se bajase y se fuera acostando, de esa forma se quedaron a solas ella y Lucía. Ésta intuyó que quería contarle algo, pues le pareció que despidió a Fran un poco pronto, así que esperó a que llegara el momento de sincerarse.
- ¡Verás Lucía, anoche me ocurrió algo terrible con Fran! -le espetó cuando se sentaron.
- Venga mujer, si es un sol -replicó Lucía quitándole hierro al asunto antes de escucharla.
- Si, ya lo sé, pero es que últimamente está "desatado", me refiero en cuanto a sus hormonas. Ayer llegó y estuvo toda la tarde conmigo. Estuvimos de compra semanal en el hipermercado y resulta que encontré sujetadores, que me hacían falta, pues con las pechugas que gasto, no me gusta que encima tengan relleno y los otros son difíciles de encontrar. Total que los cogí y me decidí a probármelos, pero claro, otras veces me pasa que dejo a Fran sólo unos minutos y comienza a impacientarse y termina yéndose del sitio y me cuesta recorrerme medio hypermercado para encontrarlo. Así que decidí que él también entrase al probador. Así que pasamos y lo típico, me desvisto y con las tetas ya fuera me pongo el nuevo, veo que me queda un poco apretado, así que me lo quito y me pongo el siguiente -le explicaba Ángeles con todo lujo de detalles-. Pues nada chica que en esto que yo estaba concentrada en lo mío y veo que Fran me observaba, pero con una mirada muy atenta, vamos que se me quedaba mirando a las tetas descaradamente y se sonreía. Me hizo sentir un poco incómoda la verdad, pero no le di mucha importancia, hasta que intentó acariciarme una, fue una caricia leve me la sujetó un momento, pero los suficiente para que me terminase de inquietar, entonces me fijé en su pantalón y no veas lo empalmado que se puso el pobre.
- Bueno mujer, el muchacho no es de piedra y si te vio allí con los pechos fuera pues se excitó un poco supongo -lo excusó Lucía.
- Hombre si, lo pensé después, pero en ese momento me hizo gracia, total que le di unos toquecitos ahí en sus partes y le dije que: "vaya te ha crecido el pajarito eh cariño..." -le confesó-. El se reía y yo allí con mis pechos fuera delante suyo. Pues nada que él también se dedicó a darme palmaditas en los pechos, con la mano puesta hacia arriba como sujetándomelas y luego dejándolas caer sobre sus manos. Hasta le pregunté que si le gustaban los pechos de mamá...
- ¿Y qué te dijo? -interpeló Lucía sorprendida.
- Pues que las tenía muy blanditas -contestó Ángeles provocando la risa en ambas.
- ¡Qué pillo! ¿No?
- Pues ya ves, total que me vestí de nuevo y no le di más importancia al "jueguecito". Luego volvimos a casa y le dije que se duchara mientras preparaba la cena. Total que como tardaba pasé a ver qué le quedaba y entonces vi que se estaba sentado encima de la taza del váter, desnudo, y empalmado completamente. Me quedé mirándolo y vi cómo se estaba tocando el pito, como intentando masturbarse. Al verme me sonrió y me pidió que le hiciera cosquillas... ¡allí, en la pito!
- ¡Jo mujer! ¿El pobre estaba intentando masturbarse? ¿Y sabía hacerlo? -se interesó con gran curiosidad Lucía, que acordándose de la paja que le hizo cayó en la cuenta de que el chico había aprendido la lección y la estaba poniendo en práctica.
- No se hija, el caso es que se tocaba la punta con los dedos pulgar e índice y se la movía suavemente arriba y abajo. Yo me quedé pasmada y bueno... me acerqué a ver lo que hacía. No sé ni en qué estaba pensando, ¿sabes? Pero lo hice, entonces más de cerca, me agaché y cogí su mano, quería enseñarlo a masturbarse, ¡se me ocurrió de repente! -exclamó Ángeles un tanto impresionada recordándolo.
Lucía esperó a que Ángeles se recompusiera, pues al confesarle esto se puso visiblemente nerviosa y ella tampoco supo qué decirle.
- Pues nada le cogí la mano y se la puse en la base y con la mía encima le expliqué eso... cómo tenía que movérsela, y se lo hice arriba y abajo para que él comprendiera.
- ¿Si, y aprendió? -preguntó Lucía interesada por la excitante confesión.
- Más o menos, le costaba trabajo pero seguía bien mis instrucciones. El caso es que... ¡nunca antes me había fijado en lo gorda que tenía la polla mi niño! -exclamó Ángeles tapándose la boca al final cuando dijo "polla", mostrándose escandalizada por su desliz.
- No te avergüences mujer, te entiendo perfectamente, después de todo fui yo la que te sugerí que a lo mejor tú podías ayudarlo en este aspecto.
- Si ya, es que no puedo evitarlo. Pues después de un rato meneándosela y viendo lo gorda que la tenía... me puse cachonda, entre los nervios y la situación. Total que se me fue la cabeza y le aparté la mano que tan torpemente movía él, se la cogí directamente con mis propias manos manos y comencé a meneársela yo misma, pero con ganas vamos -le espetó Ángeles.
- ¿En serio? ¡Qué valiente fuiste, por fin te decidiste a masturbarlo! -exclamó Lucía animándola en su confesión.
- Pues eso hija, que se la meneé a toda velocidad. Acabé arrodillándome ante él y moviéndosela con las dos manos, hasta que sin esperármelo estalló como una fuente y los chorros de leche comenzaron a salir por todos lados y acabaron por salpicarme.
Lucía terminó por reírse y su risa contagió a Ángeles que acabó relajándose mientras lo contaba.
- No te quiero contar como me puso el condenado, me calló leche en el pelo, en el vestido, en los brazos, ¡hasta en las tetas y se me coló por el canalillo!
- Me lo imagino, ¡debió ser cómico! -siguió riéndose Lucía-. Entonces bien, ¿no?
- Bueno si, él pobre se ve que disfrutó mucho aunque al verme manchada le dio un poco de reparo, pero le dije que no pasaba nada. Lo sequé con la toalla y le dije que fuese a vestirse y se sentara para cenar.
- Y tu aprovechaste para limpiarte, ¿no? -le preguntó Lucía.
- Pues si, qué iba ha hacer ya. El caso es que cuando me quité la ropa y tenía tanta leche en el pelo que decidí lavármelo y ducharme. Y mientras lo hacía.... -hizo una pausa en el relato que ya contaba acelerádamente-, me noté tan cachonda Lucía que me dio mucho cargo de conciencia sentirme así por masturbar a mi hijo.
- Mujer, no te tortures por eso es comprensible y yo creo que actuaste bien. Después de todo desde cuando no echas un polvo.
- ¡Uy, pues ya no recuerdo lo que era eso! -exclamó Ángeles riéndose-. Bueno yo me masturbo, ¿sabes? Tengo un consolador de esos y me va bien con él.
- Si claro, haces bien -asintió Lucía.
- Pues al final lo hice -dijo rotundamente-, me masturbé en la ducha hasta que me corrí y eso luego me dio más cargos de conciencia todavía ya por la noche.
- No tienes que pensar en eso mujer, tú hijo te necesitaba y tú le ayudaste, ya está. Y de paso por el camino también te diste tú un "gustito".
- Tú lo pintas tan bien, que parece de lo más natural hija -admitió Ángeles escandalizada por contarle aquellas cosas.
- Pues es así como debes pensar -continuó animándola Lucía-. Entonces ya no te ha vuelto a molestar, ¿no?
- Desde ayer no, luego cenamos y tan ricamente. La verdad es que necesitaba desahogarme contigo y contártelo, para no llevar yo sola esta carga sobre mi conciencia.
- Gracias por confiar en mi -le dijo Lucía y acercándose a ella le dio un beso en la mejilla y la abrazó.
Después de todo ambas eran mujeres solitarias y se necesitaban la una a la otra, por eso tal vez habían congeniado tan bien.
Cuando la despidió Lucía se quedó un rato más viendo la tele en el salón y estuvo recapacitando sobre lo que le había contado Ángeles, se la imaginó allí arrodillada frente al pollón de su hijo, cómo este se corría literalmente en su cara y cómo ella luego se masturbaba en la ducha y le excitó tanto la idea que terminó masturbándose en el sofá. Después de todo era bueno mantenerse en forma también en ese aspecto...
12
Ya era jueves, y Lucía, que era un animal de costumbres se levantó tarde y como siempre salió ha hacer algo de deporte, tras devorar un cuenco con leche y cereales. Correr la hacía sentirse bien consigo misma y las mañanas de aquella primavera también invitaban a salir y tomar el sol.
Llegó asta el parque y se sentó en un banco, allí descubrió que estaba siendo observada por un viejo en un banco contiguo, el hombre la miraba de reojo y al parecer le gustaba, que veía pues no paraba de echarle miradas. Ella decidió seguirle el juego y adoptó poses un tanto forzadas en el banco, deslizando sus manos sensualmente por sus muslos y por sus pechos. En el fondo le divertía excitar a aquel viejo, hasta se preguntó si conseguiría provocarle una erección. Pues sabía que con la edad la masculinidad "decrece".
El hombre, que rondaría los sesenta años no se amedrentó y ni corto ni perezoso se levantó y con su periódico se cambió de banco, sentándose al lado de aquella provocativa y sudorosa jovencita.
- Buenos días -la saludó.
- Buenos días "abuelo" -contestó ella un poco irónicamente.
- Hace un tiempo estupendo, ¿verdad? -siguió el hombre sin achantarse.
- ¡Oh si, aquí se está super bien! Hace mucho calorcito -agregó Lucía divertida por la situación.
- Si se ve que has corrido mucho, ¿verdad?
- Bastante, salgo a correr todos los días, eso me relaja mucho.
- Yo ya no corro, las únicas corridas que hago son leyendo el periódico -se jactó el anciano picaronamente.
- Eso será porque no entrena diariamente -contestó Lucía.
- Pues si, va a ser la falta de costumbre. A lo mejor con un poco de ayuda me podía volver a poner en forma. Desde luego con tu ayuda ya tendría suficiente motivación para toda la jubilación... je je -se rió el viejo.
- ¡Oh, pues si! Aunque me daría miedo marcarle un ritmo demasiado alto para usted.
Lucía se retrepó en el banco descaradamente mostrando su busto como si de un trofeo se tratase, arqueando su espalda como un arco a punto de disparar su flecha.
- Hombre hija, en ese caso tendrías que tener cuidado conmigo que ya no soy lo que era.
- Bueno, eso lo tendrá que ver usted, porque yo estoy llena de energía.
- Eso se ve a la legua chiquilla, se nota que te cuidas. Yo creo que tú estás fuera del alcance de este pobre prejubilado, qué mas me gustaría a mi poder "entrenar" con una jovencita como tú.
- Pues quien sabe, todo depende de lo que estuviese dispuesto a sacrificarse por conseguir este cuerpecito, ¿hasta donde estaría dispuesto a llegar?
- No se, no tengo mucha idea de esos temas la verdad, aunque desde luego sería la mejor inversión de los últimos tiempos para mi.
- Eso está bien, lo veo con espíritu aventurero, hágame una oferta generosa que no me insulte y seguiremos hablando.
- Desde luego una paga sería un precio muy alto para mi, y no se si podría permitírmelo.
- Bueno, hágame una oferta y sea generoso a ver lo que se puede hacer -le propuso la joven con descaro.
El viejo se acercó a su oído y pronunció una cifra entre susurros.
- ¡Vamos abuelo, con eso no tiene ni para un entrenamiento suave! -exclamó la chica molesta por la oferta.
- No, si yo con el entrenamiento creo que ya iría servido de sobra je je -se rió el viejo.
- Pues entonces que sea el doble y trato hecho.
El viejo se lo pensó unos momentos y entonces concluyó...
- Está bien, pero tengo que ir un momento al cajero entonces -le confesó.
- Vale, no hay problema, vaya usted sólo, yo esperaré cinco minutos, si no vuelve me marcharé "desilusionada" a casa. ¡Ah y pase por la farmacia, que no llevo "gomitas" encima también, por favor!
- ¡En seguida vuelvo! -replicó.
El viejo se levantó y puso pies el polvorosa, como es de suponer ofertas de jovencitas como Lucía no se las hacían todos los días. En el fondo le cayó bien a Lucía y le dio morbo tirarse a aquel viejo. Mientras esperaba siguió tomando el sol en aquel banco del parque, respirando el aire puro y fresco de la mañana.
Cuando volvió observó que su respiración estaba entrecortada, sin duda se había pegado una buena carrera.
- ¡Vaya cariño, qué rápido has venido! -le dijo sonriéndole con todas sus perlas blancas.
- Pues si hija, ya te he dicho que necesito entrenamiento, ya estoy mayor para estas cosas -dijo el hombre entre jadeos.
- ¿Tienes la pasta y las gomitas? -preguntó sin cortarse un pelo.
- Claro que sí, aquí mismo, dijo el señor señalándose el bolsillo interior de su americana. Lo único que me inquieta es dónde lo vamos ha hacer, en mi casa no puede ser, mi mujer podría llegar de la compra en cualquier momento -le explicó.
- Bueno para una mamadita, yo creo que podemos apañárnoslas en algún rincón del parque, ¿no te parece? -le propuso morbosamente la chiquilla.
- Bueno, espero que no nos vea ninguna vecina, vamos a ver si encontramos algún sitio.
- ¡Vale! -exclamó Lucía levantándose de un brinco.
Se cogió al brazo del anciano y comenzaron un agradable paseo por el parque, como si fuera su nietecita que había salido con su anciano abuelito a pasear. Algunos viejos se quedaban mirándolos con los ojos como platos, incluso alguno lo saludó con la mano, no siendo capaz de articular palabra, se veía que lo conocían y el hombre los saludó, igualmente con la mano sin decirles nada tampoco, pero con una sonrisa de oreja a oreja. Sin duda estaba orgulloso de llevar a aquel bellezón de su brazo, ya tendría conversación para los próximos seis meses en la partida de dominó matutina.
Llegaron cerca de la circunvalación, había un puente por donde pasaban las aguas que bajaban de un barranco cercano, allí buscaron la intimidad que requerían. Los coches pasaban por encima por la transitada autovía, cuando la chica y el anciano se pegaron a una pared de hormigón decorada con pintadas y grafitis un tanto obscenos, que dada la situación acompañaban bastante bien en la escena.
Allí Lucía se tomó la libertad de meterle la mano al viejo en la americana y sacó la caja de condones de 3 unidades y el fajo de billetes. Este se sorprendió un poco pero dejó hacer a la muchacha.
- Vaya abuelo, sólo tres, realmente no piensas gastar muchos, ¿no? Le dijo mientras se guardaba el dinero en el escote bajo su sujetador.
- Bueno hija, ¿para qué quería más? -respondió el hombre encogiéndose de hombros.
- La verdad es que si, con uno nos bastará... y los otros 2 para su parienta -le dijo Lucía mientras se arrodillaba ante él y le sonreía de oreja a oreja.
Desabrochó su bragueta y metiendo la mano extrajo su pene, algo flácido la verdad, no como ella esperaba, entonces lo tomó en sus manos y escupiéndose en ellas lo cogió y comenzó a frotarlo con su saliva. Esto último podía parecer algo un poco asqueroso, pero en aquellas circunstancias Lucía sabía que era el lubricante más eficaz. Lo descapulló y frotó con las palmas, hasta que mágicamente revitalizó el oxidado miembro viril.
Finalmente tomó el condón que se había guardado junto al dinero y extrajo el lubricado preservativo de su envoltorio, colocándolo en su boca se aproximó a su glande y apretando con fuerza con sus labios lo desenrolló con con ella sobre la polla del anciano, que extasiado miraba a la joven y bella muchacha arrodillada a sus pies, contempló atónito la pericia que demostró aquella joven descarada al poner el condón de forma tan sensual.
- Abuelo, esto te va a gustar, espero que mucho.
- ¡Oh si hija, creo que me va a encantar! -le confesó el anciano que aún sólo había visto el principio-. Pero hija antes de seguir, me podrías enseñar tu coño un poco, ¿no? Aunque no vayamos a follar -le propuso.
- ¿Enseñártelo, te contentas sólo con eso?
- ¡Claro, claro, sólo quiero vértelo y bueno ya que estás si me enseñas las tetitas, ¡pues también me gustarían mucho mujer! -exclamó el anciano a modo de ruego.
- Ves ya decía yo que esto no me iba a ser rentable -dijo sonriendo-, está bien abuelo, esto es "por cuenta de la casa".
Y tras decir esto la chica se incorporó, se subió la fina camiseta amarilla con una estampación de las "super nenas" y se bajó su sujetador, mostrando sus tetas limoneras al anciano y seguidamente se bajó su pantaloncito corto de color rosa, mostrando su coño depilado cuidadosamente.
El viejo se quedó extasiado mirándola mientras Lucía le mostraba sus encantos juveniles y le sonreía con sus dientes blancos nacarados.
- ¿Qué te parece abuelo, "valgo lo que cuesto"? -le preguntó con descaro.
- ¡Ya lo creo hija! Qué tetitas tan deliciosas y que coñito tan precioso, si pareces una niña, mi nietecita querida... -afirmó el anciano, quien instintivamente llevó sus manos a los pechos de la joven.
- ¡No te pases! -exclamó juguetona-. Has dicho sólo mirar -agregó.
- Pero hija es que estás tan buena, ¿no podrías dejarme tocar un poco el género? Después de todo no vamos a follar, ¿no?
- Bueno, ya sabía yo que me querrías tocar el coño, pero que conste que no te llega para follar -añadió socarronamente.
El viejo llevó primero sus manos a los pechos de Lucía, palpando ambos a la vez, recorriendo con sus gordos dedos sus aureolas sonrosadas y excitando sus pezoncillos ocultos bajo la piel, que florecieron como los cuernos del caracol cuando sale el sol. A Lucía le hizo cosquillas y le sonrió mientras lo hacía, mostrando una cara de sensual excitación sobreactuada.
Luego, tembloroso, bajó una mano hasta contactar con su monte de venus, tan depilado como el coñito de una adolescente. Palpó levemente, rozándolo con sus yemas únicamente. Luego bajó y palpó sus labios externos hasta meterle su dedo corazón cerca de su ano, atravesando su rajita de parte a parte. Apoyado la palma de su mano sobre sus labios, que sobresalían levemente de su piel, dibujando un chochito delicioso en palabras del anciano.
- Tienes un coñito delicioso hija. No querrás hacer pipí, verdad, me encantaría ver cómo lo haces.
Aquello era el colmo, el tío ahora quería verla mear allí mismo. Y lo cierto es que Lucía, con tanta carrera y con el tiempo que llevaba en la calle cayó en la cuenta de que tenía ganas.
- Jo tío, pues sí que me pides cosas, mira porque me has caído bien y porque me hago piss, te voy a complacer.
La chica se puso en cuclillas y el viejo se agachó para no perderse detalle. Cuando el chorrito rubio comenzó a caer con el arco característico, el viejo sonrió al verlo aparecer.
- ¡Que bonito, qué precioso! -exclamó al verlo.
- Eres rarito, ¿eh? -contestó Lucía divertida.
- Pues si hija, a mi edad ya nos excitan pocas cosas, ¡pero esto siempre! Ahora no me dejarías tocártelo de nuevo, ¿verdad?
- ¡Pero tío, eso es una guarrada!
- Si ya lo se, soy un viejo sucio y guarro, pero eso me haría muy feliz, ¿puedo si?
Lucía ya estaba un poco harta pero hasta cierto punto le sorprendía aquel hombre mayor, las cosas que le estaba pidiendo no eran habituales y lo cierto es que el viejo cogió carrerilla y adelantándose a su respuesta le colocó la mano con la palma hacia arriba justo bajo sus labios vaginales, así que se dejó hacer...
Palpo su coño aún mojado por el pipí y moviéndole suavemente sus labios lubricados por el caldo caliente que había salido de allí.
- ¡Um qué suave que lo tienes hija, qué maravilla! ¿Puedes chupármela ahora? Pero me gustaría que lo hicieras así destapada, si no te importa.
- Bueno, está bien, pero que conste que esto no era lo pactado, ¡anda y acabemos ya! -le espetó Lucía volviendo a su posición inicial a los pies del anciano.
El hombre se incorporó y Lucía tuvo que recuperar parcialmente la erección del viejo que había desaparecido, quedando su polla flácida medio enfundada en el condón. Se la chupó y meneó así hasta que volvió a conseguir una erección más decente, una vez aquí continuó con el juego de boca, manos y lengua en un juego que ya conocía de magistral ejecución.
Mientras lo hacía miraba al viejo desde abajo y este cerraba los ojos y de vez en cuando la miraba a ella. Algo que le dio más asco que cuando descubrió que aquel hombre se chupó los dedos de la mano con que le tocó el coño mojando por el pipí antes, sin duda éstos aún conservaban el pipí derramado por su coñito sobre ellos.
Aunque esta fue la primera impresión, luego pensó que el viejo era todo un cachondo y que tenía que estar realmente caliente para hacer aquello, en el fondo se sintió, en cierta medida alagada por aquel tío que se había lamido su pipí. Sin duda para él todo un manjar.
El viejo fue duro de pelar, aquella polla no terminaba de empalmarse del todo y tubo que emplearse a fondo con ambas manos y boca, hasta que consiguió que se corriese, echando unos tímidos chorritos de leche en el condón. Después de todo le costó trabajo conseguir sacar el orgasmo a aquel abuelo. Le apuró la corrida, mientras este literalmente temblaba de placer y finalmente la hizo salir de su boca.
Se vistió y mientras el señor hacía lo propio, quitándose el condón antes, le agradeció los servicios prestados y le preguntó si otro día podía "repetir". Ella le dijo que si, que ya se encontrarían por el parque, ya que solía correr por allí. Y tal como se conocieron, Lucía emprendió de nuevo su footing de vuelta a casa y se despidieron.
El viejo se quedó mirándole el culo, ciertamente respingón, y satisfecho con la inversión se fue caminando tranquilamente tras ella.
Por la mañana Lucía se levantó a las tantas, se vistió y salió a correr. Hoy ya no vio a los chicos en el jardín, así que no pudo saludar a su querido Fran, le dio algo de pena pues ya hacía dos días que no lo veía. Así que siguió corriendo un buen rato, hasta que sudorosa volvió a su casa para ducharse y salió a almorzar al centro.
La tarde la pasó en el cine y paseando por las orillas del río. Hacía calor y multitud de turistas y chicos jóvenes se apostaban en sus orillas. Ella casi siempre iba sola, con el paso del tiempo las amigas que tenía las había ido perdiendo, pues ya apenas iba a la universidad y cuando iba se daba cuenta de que aquel ya no era su ambiente. En su anterior ciudad tenía alguna amiga de "la profesión", pero también se llevó algún que otro disgusto, por celos injustificados y disputas a causa de los mejores clientes, así que en esta ciudad estaba casi sola. Bueno tenía a Ángeles, a Fran, a Pedro y ahora a Lucrecia, poco a poco su círculo íntimo... nunca mejor dicho se iba expandiendo.
Pero en momentos como hoy se sentía algo sola entre tanta gente. Sin duda podía haberse acercado a cualquier grupo de chicos y hubiese ligado, eso estaba muy a su alcance con su cuerpazo y belleza, pero no era eso lo que buscaba. Así que ya entrada la noche volvió a casa, sola como de costumbre.
Pero hoy decidió llamar a Ángeles, quería su compañía cuando volviese. Ésta se mostró un poco sorprendida por la llamada pero en seguida se alegró de volver a tener noticias suyas. Le ofreció cenar en su casa pues iba de camino y ésta aceptó encantada, así que decidió pasar por un restaurante chino y encargó comida para llevar.
Al llegar recogió un poco, se duchó y vistió poniéndose un cómodo pantalón y una camiseta ajustada, que le marcaba su vientre plano, cintura de avispa y pechos pequeños y redonditos. No es que se arreglase especialmente, es que así estaba cómoda. Llamó a sus vecinos y estos subieron al instante.
Se saludaron alegremente, abrazó tanto a la madre como al hijo, como si no los hubiese visto en años y pasaron al salón. Disfrutaron de la comida china, que era una de las preferidas de Lucía y que le ayudaba a mantener su linea y conversaron alegremente sobre lo que habían hecho durante el día. Fran le contó que ahora estaban en un jardín un poco más lejos y que allí su madre lo recogía cuando volvía del trabajo, por eso no estaba ya aquella mañana en el jardín como de costumbre.
Al terminar de cenar Ángeles le dijo a Fran que se bajase y se fuera acostando, de esa forma se quedaron a solas ella y Lucía. Ésta intuyó que quería contarle algo, pues le pareció que despidió a Fran un poco pronto, así que esperó a que llegara el momento de sincerarse.
- ¡Verás Lucía, anoche me ocurrió algo terrible con Fran! -le espetó cuando se sentaron.
- Venga mujer, si es un sol -replicó Lucía quitándole hierro al asunto antes de escucharla.
- Si, ya lo sé, pero es que últimamente está "desatado", me refiero en cuanto a sus hormonas. Ayer llegó y estuvo toda la tarde conmigo. Estuvimos de compra semanal en el hipermercado y resulta que encontré sujetadores, que me hacían falta, pues con las pechugas que gasto, no me gusta que encima tengan relleno y los otros son difíciles de encontrar. Total que los cogí y me decidí a probármelos, pero claro, otras veces me pasa que dejo a Fran sólo unos minutos y comienza a impacientarse y termina yéndose del sitio y me cuesta recorrerme medio hypermercado para encontrarlo. Así que decidí que él también entrase al probador. Así que pasamos y lo típico, me desvisto y con las tetas ya fuera me pongo el nuevo, veo que me queda un poco apretado, así que me lo quito y me pongo el siguiente -le explicaba Ángeles con todo lujo de detalles-. Pues nada chica que en esto que yo estaba concentrada en lo mío y veo que Fran me observaba, pero con una mirada muy atenta, vamos que se me quedaba mirando a las tetas descaradamente y se sonreía. Me hizo sentir un poco incómoda la verdad, pero no le di mucha importancia, hasta que intentó acariciarme una, fue una caricia leve me la sujetó un momento, pero los suficiente para que me terminase de inquietar, entonces me fijé en su pantalón y no veas lo empalmado que se puso el pobre.
- Bueno mujer, el muchacho no es de piedra y si te vio allí con los pechos fuera pues se excitó un poco supongo -lo excusó Lucía.
- Hombre si, lo pensé después, pero en ese momento me hizo gracia, total que le di unos toquecitos ahí en sus partes y le dije que: "vaya te ha crecido el pajarito eh cariño..." -le confesó-. El se reía y yo allí con mis pechos fuera delante suyo. Pues nada que él también se dedicó a darme palmaditas en los pechos, con la mano puesta hacia arriba como sujetándomelas y luego dejándolas caer sobre sus manos. Hasta le pregunté que si le gustaban los pechos de mamá...
- ¿Y qué te dijo? -interpeló Lucía sorprendida.
- Pues que las tenía muy blanditas -contestó Ángeles provocando la risa en ambas.
- ¡Qué pillo! ¿No?
- Pues ya ves, total que me vestí de nuevo y no le di más importancia al "jueguecito". Luego volvimos a casa y le dije que se duchara mientras preparaba la cena. Total que como tardaba pasé a ver qué le quedaba y entonces vi que se estaba sentado encima de la taza del váter, desnudo, y empalmado completamente. Me quedé mirándolo y vi cómo se estaba tocando el pito, como intentando masturbarse. Al verme me sonrió y me pidió que le hiciera cosquillas... ¡allí, en la pito!
- ¡Jo mujer! ¿El pobre estaba intentando masturbarse? ¿Y sabía hacerlo? -se interesó con gran curiosidad Lucía, que acordándose de la paja que le hizo cayó en la cuenta de que el chico había aprendido la lección y la estaba poniendo en práctica.
- No se hija, el caso es que se tocaba la punta con los dedos pulgar e índice y se la movía suavemente arriba y abajo. Yo me quedé pasmada y bueno... me acerqué a ver lo que hacía. No sé ni en qué estaba pensando, ¿sabes? Pero lo hice, entonces más de cerca, me agaché y cogí su mano, quería enseñarlo a masturbarse, ¡se me ocurrió de repente! -exclamó Ángeles un tanto impresionada recordándolo.
Lucía esperó a que Ángeles se recompusiera, pues al confesarle esto se puso visiblemente nerviosa y ella tampoco supo qué decirle.
- Pues nada le cogí la mano y se la puse en la base y con la mía encima le expliqué eso... cómo tenía que movérsela, y se lo hice arriba y abajo para que él comprendiera.
- ¿Si, y aprendió? -preguntó Lucía interesada por la excitante confesión.
- Más o menos, le costaba trabajo pero seguía bien mis instrucciones. El caso es que... ¡nunca antes me había fijado en lo gorda que tenía la polla mi niño! -exclamó Ángeles tapándose la boca al final cuando dijo "polla", mostrándose escandalizada por su desliz.
- No te avergüences mujer, te entiendo perfectamente, después de todo fui yo la que te sugerí que a lo mejor tú podías ayudarlo en este aspecto.
- Si ya, es que no puedo evitarlo. Pues después de un rato meneándosela y viendo lo gorda que la tenía... me puse cachonda, entre los nervios y la situación. Total que se me fue la cabeza y le aparté la mano que tan torpemente movía él, se la cogí directamente con mis propias manos manos y comencé a meneársela yo misma, pero con ganas vamos -le espetó Ángeles.
- ¿En serio? ¡Qué valiente fuiste, por fin te decidiste a masturbarlo! -exclamó Lucía animándola en su confesión.
- Pues eso hija, que se la meneé a toda velocidad. Acabé arrodillándome ante él y moviéndosela con las dos manos, hasta que sin esperármelo estalló como una fuente y los chorros de leche comenzaron a salir por todos lados y acabaron por salpicarme.
Lucía terminó por reírse y su risa contagió a Ángeles que acabó relajándose mientras lo contaba.
- No te quiero contar como me puso el condenado, me calló leche en el pelo, en el vestido, en los brazos, ¡hasta en las tetas y se me coló por el canalillo!
- Me lo imagino, ¡debió ser cómico! -siguió riéndose Lucía-. Entonces bien, ¿no?
- Bueno si, él pobre se ve que disfrutó mucho aunque al verme manchada le dio un poco de reparo, pero le dije que no pasaba nada. Lo sequé con la toalla y le dije que fuese a vestirse y se sentara para cenar.
- Y tu aprovechaste para limpiarte, ¿no? -le preguntó Lucía.
- Pues si, qué iba ha hacer ya. El caso es que cuando me quité la ropa y tenía tanta leche en el pelo que decidí lavármelo y ducharme. Y mientras lo hacía.... -hizo una pausa en el relato que ya contaba acelerádamente-, me noté tan cachonda Lucía que me dio mucho cargo de conciencia sentirme así por masturbar a mi hijo.
- Mujer, no te tortures por eso es comprensible y yo creo que actuaste bien. Después de todo desde cuando no echas un polvo.
- ¡Uy, pues ya no recuerdo lo que era eso! -exclamó Ángeles riéndose-. Bueno yo me masturbo, ¿sabes? Tengo un consolador de esos y me va bien con él.
- Si claro, haces bien -asintió Lucía.
- Pues al final lo hice -dijo rotundamente-, me masturbé en la ducha hasta que me corrí y eso luego me dio más cargos de conciencia todavía ya por la noche.
- No tienes que pensar en eso mujer, tú hijo te necesitaba y tú le ayudaste, ya está. Y de paso por el camino también te diste tú un "gustito".
- Tú lo pintas tan bien, que parece de lo más natural hija -admitió Ángeles escandalizada por contarle aquellas cosas.
- Pues es así como debes pensar -continuó animándola Lucía-. Entonces ya no te ha vuelto a molestar, ¿no?
- Desde ayer no, luego cenamos y tan ricamente. La verdad es que necesitaba desahogarme contigo y contártelo, para no llevar yo sola esta carga sobre mi conciencia.
- Gracias por confiar en mi -le dijo Lucía y acercándose a ella le dio un beso en la mejilla y la abrazó.
Después de todo ambas eran mujeres solitarias y se necesitaban la una a la otra, por eso tal vez habían congeniado tan bien.
Cuando la despidió Lucía se quedó un rato más viendo la tele en el salón y estuvo recapacitando sobre lo que le había contado Ángeles, se la imaginó allí arrodillada frente al pollón de su hijo, cómo este se corría literalmente en su cara y cómo ella luego se masturbaba en la ducha y le excitó tanto la idea que terminó masturbándose en el sofá. Después de todo era bueno mantenerse en forma también en ese aspecto...
12
Ya era jueves, y Lucía, que era un animal de costumbres se levantó tarde y como siempre salió ha hacer algo de deporte, tras devorar un cuenco con leche y cereales. Correr la hacía sentirse bien consigo misma y las mañanas de aquella primavera también invitaban a salir y tomar el sol.
Llegó asta el parque y se sentó en un banco, allí descubrió que estaba siendo observada por un viejo en un banco contiguo, el hombre la miraba de reojo y al parecer le gustaba, que veía pues no paraba de echarle miradas. Ella decidió seguirle el juego y adoptó poses un tanto forzadas en el banco, deslizando sus manos sensualmente por sus muslos y por sus pechos. En el fondo le divertía excitar a aquel viejo, hasta se preguntó si conseguiría provocarle una erección. Pues sabía que con la edad la masculinidad "decrece".
El hombre, que rondaría los sesenta años no se amedrentó y ni corto ni perezoso se levantó y con su periódico se cambió de banco, sentándose al lado de aquella provocativa y sudorosa jovencita.
- Buenos días -la saludó.
- Buenos días "abuelo" -contestó ella un poco irónicamente.
- Hace un tiempo estupendo, ¿verdad? -siguió el hombre sin achantarse.
- ¡Oh si, aquí se está super bien! Hace mucho calorcito -agregó Lucía divertida por la situación.
- Si se ve que has corrido mucho, ¿verdad?
- Bastante, salgo a correr todos los días, eso me relaja mucho.
- Yo ya no corro, las únicas corridas que hago son leyendo el periódico -se jactó el anciano picaronamente.
- Eso será porque no entrena diariamente -contestó Lucía.
- Pues si, va a ser la falta de costumbre. A lo mejor con un poco de ayuda me podía volver a poner en forma. Desde luego con tu ayuda ya tendría suficiente motivación para toda la jubilación... je je -se rió el viejo.
- ¡Oh, pues si! Aunque me daría miedo marcarle un ritmo demasiado alto para usted.
Lucía se retrepó en el banco descaradamente mostrando su busto como si de un trofeo se tratase, arqueando su espalda como un arco a punto de disparar su flecha.
- Hombre hija, en ese caso tendrías que tener cuidado conmigo que ya no soy lo que era.
- Bueno, eso lo tendrá que ver usted, porque yo estoy llena de energía.
- Eso se ve a la legua chiquilla, se nota que te cuidas. Yo creo que tú estás fuera del alcance de este pobre prejubilado, qué mas me gustaría a mi poder "entrenar" con una jovencita como tú.
- Pues quien sabe, todo depende de lo que estuviese dispuesto a sacrificarse por conseguir este cuerpecito, ¿hasta donde estaría dispuesto a llegar?
- No se, no tengo mucha idea de esos temas la verdad, aunque desde luego sería la mejor inversión de los últimos tiempos para mi.
- Eso está bien, lo veo con espíritu aventurero, hágame una oferta generosa que no me insulte y seguiremos hablando.
- Desde luego una paga sería un precio muy alto para mi, y no se si podría permitírmelo.
- Bueno, hágame una oferta y sea generoso a ver lo que se puede hacer -le propuso la joven con descaro.
El viejo se acercó a su oído y pronunció una cifra entre susurros.
- ¡Vamos abuelo, con eso no tiene ni para un entrenamiento suave! -exclamó la chica molesta por la oferta.
- No, si yo con el entrenamiento creo que ya iría servido de sobra je je -se rió el viejo.
- Pues entonces que sea el doble y trato hecho.
El viejo se lo pensó unos momentos y entonces concluyó...
- Está bien, pero tengo que ir un momento al cajero entonces -le confesó.
- Vale, no hay problema, vaya usted sólo, yo esperaré cinco minutos, si no vuelve me marcharé "desilusionada" a casa. ¡Ah y pase por la farmacia, que no llevo "gomitas" encima también, por favor!
- ¡En seguida vuelvo! -replicó.
El viejo se levantó y puso pies el polvorosa, como es de suponer ofertas de jovencitas como Lucía no se las hacían todos los días. En el fondo le cayó bien a Lucía y le dio morbo tirarse a aquel viejo. Mientras esperaba siguió tomando el sol en aquel banco del parque, respirando el aire puro y fresco de la mañana.
Cuando volvió observó que su respiración estaba entrecortada, sin duda se había pegado una buena carrera.
- ¡Vaya cariño, qué rápido has venido! -le dijo sonriéndole con todas sus perlas blancas.
- Pues si hija, ya te he dicho que necesito entrenamiento, ya estoy mayor para estas cosas -dijo el hombre entre jadeos.
- ¿Tienes la pasta y las gomitas? -preguntó sin cortarse un pelo.
- Claro que sí, aquí mismo, dijo el señor señalándose el bolsillo interior de su americana. Lo único que me inquieta es dónde lo vamos ha hacer, en mi casa no puede ser, mi mujer podría llegar de la compra en cualquier momento -le explicó.
- Bueno para una mamadita, yo creo que podemos apañárnoslas en algún rincón del parque, ¿no te parece? -le propuso morbosamente la chiquilla.
- Bueno, espero que no nos vea ninguna vecina, vamos a ver si encontramos algún sitio.
- ¡Vale! -exclamó Lucía levantándose de un brinco.
Se cogió al brazo del anciano y comenzaron un agradable paseo por el parque, como si fuera su nietecita que había salido con su anciano abuelito a pasear. Algunos viejos se quedaban mirándolos con los ojos como platos, incluso alguno lo saludó con la mano, no siendo capaz de articular palabra, se veía que lo conocían y el hombre los saludó, igualmente con la mano sin decirles nada tampoco, pero con una sonrisa de oreja a oreja. Sin duda estaba orgulloso de llevar a aquel bellezón de su brazo, ya tendría conversación para los próximos seis meses en la partida de dominó matutina.
Llegaron cerca de la circunvalación, había un puente por donde pasaban las aguas que bajaban de un barranco cercano, allí buscaron la intimidad que requerían. Los coches pasaban por encima por la transitada autovía, cuando la chica y el anciano se pegaron a una pared de hormigón decorada con pintadas y grafitis un tanto obscenos, que dada la situación acompañaban bastante bien en la escena.
Allí Lucía se tomó la libertad de meterle la mano al viejo en la americana y sacó la caja de condones de 3 unidades y el fajo de billetes. Este se sorprendió un poco pero dejó hacer a la muchacha.
- Vaya abuelo, sólo tres, realmente no piensas gastar muchos, ¿no? Le dijo mientras se guardaba el dinero en el escote bajo su sujetador.
- Bueno hija, ¿para qué quería más? -respondió el hombre encogiéndose de hombros.
- La verdad es que si, con uno nos bastará... y los otros 2 para su parienta -le dijo Lucía mientras se arrodillaba ante él y le sonreía de oreja a oreja.
Desabrochó su bragueta y metiendo la mano extrajo su pene, algo flácido la verdad, no como ella esperaba, entonces lo tomó en sus manos y escupiéndose en ellas lo cogió y comenzó a frotarlo con su saliva. Esto último podía parecer algo un poco asqueroso, pero en aquellas circunstancias Lucía sabía que era el lubricante más eficaz. Lo descapulló y frotó con las palmas, hasta que mágicamente revitalizó el oxidado miembro viril.
Finalmente tomó el condón que se había guardado junto al dinero y extrajo el lubricado preservativo de su envoltorio, colocándolo en su boca se aproximó a su glande y apretando con fuerza con sus labios lo desenrolló con con ella sobre la polla del anciano, que extasiado miraba a la joven y bella muchacha arrodillada a sus pies, contempló atónito la pericia que demostró aquella joven descarada al poner el condón de forma tan sensual.
- Abuelo, esto te va a gustar, espero que mucho.
- ¡Oh si hija, creo que me va a encantar! -le confesó el anciano que aún sólo había visto el principio-. Pero hija antes de seguir, me podrías enseñar tu coño un poco, ¿no? Aunque no vayamos a follar -le propuso.
- ¿Enseñártelo, te contentas sólo con eso?
- ¡Claro, claro, sólo quiero vértelo y bueno ya que estás si me enseñas las tetitas, ¡pues también me gustarían mucho mujer! -exclamó el anciano a modo de ruego.
- Ves ya decía yo que esto no me iba a ser rentable -dijo sonriendo-, está bien abuelo, esto es "por cuenta de la casa".
Y tras decir esto la chica se incorporó, se subió la fina camiseta amarilla con una estampación de las "super nenas" y se bajó su sujetador, mostrando sus tetas limoneras al anciano y seguidamente se bajó su pantaloncito corto de color rosa, mostrando su coño depilado cuidadosamente.
El viejo se quedó extasiado mirándola mientras Lucía le mostraba sus encantos juveniles y le sonreía con sus dientes blancos nacarados.
- ¿Qué te parece abuelo, "valgo lo que cuesto"? -le preguntó con descaro.
- ¡Ya lo creo hija! Qué tetitas tan deliciosas y que coñito tan precioso, si pareces una niña, mi nietecita querida... -afirmó el anciano, quien instintivamente llevó sus manos a los pechos de la joven.
- ¡No te pases! -exclamó juguetona-. Has dicho sólo mirar -agregó.
- Pero hija es que estás tan buena, ¿no podrías dejarme tocar un poco el género? Después de todo no vamos a follar, ¿no?
- Bueno, ya sabía yo que me querrías tocar el coño, pero que conste que no te llega para follar -añadió socarronamente.
El viejo llevó primero sus manos a los pechos de Lucía, palpando ambos a la vez, recorriendo con sus gordos dedos sus aureolas sonrosadas y excitando sus pezoncillos ocultos bajo la piel, que florecieron como los cuernos del caracol cuando sale el sol. A Lucía le hizo cosquillas y le sonrió mientras lo hacía, mostrando una cara de sensual excitación sobreactuada.
Luego, tembloroso, bajó una mano hasta contactar con su monte de venus, tan depilado como el coñito de una adolescente. Palpó levemente, rozándolo con sus yemas únicamente. Luego bajó y palpó sus labios externos hasta meterle su dedo corazón cerca de su ano, atravesando su rajita de parte a parte. Apoyado la palma de su mano sobre sus labios, que sobresalían levemente de su piel, dibujando un chochito delicioso en palabras del anciano.
- Tienes un coñito delicioso hija. No querrás hacer pipí, verdad, me encantaría ver cómo lo haces.
Aquello era el colmo, el tío ahora quería verla mear allí mismo. Y lo cierto es que Lucía, con tanta carrera y con el tiempo que llevaba en la calle cayó en la cuenta de que tenía ganas.
- Jo tío, pues sí que me pides cosas, mira porque me has caído bien y porque me hago piss, te voy a complacer.
La chica se puso en cuclillas y el viejo se agachó para no perderse detalle. Cuando el chorrito rubio comenzó a caer con el arco característico, el viejo sonrió al verlo aparecer.
- ¡Que bonito, qué precioso! -exclamó al verlo.
- Eres rarito, ¿eh? -contestó Lucía divertida.
- Pues si hija, a mi edad ya nos excitan pocas cosas, ¡pero esto siempre! Ahora no me dejarías tocártelo de nuevo, ¿verdad?
- ¡Pero tío, eso es una guarrada!
- Si ya lo se, soy un viejo sucio y guarro, pero eso me haría muy feliz, ¿puedo si?
Lucía ya estaba un poco harta pero hasta cierto punto le sorprendía aquel hombre mayor, las cosas que le estaba pidiendo no eran habituales y lo cierto es que el viejo cogió carrerilla y adelantándose a su respuesta le colocó la mano con la palma hacia arriba justo bajo sus labios vaginales, así que se dejó hacer...
Palpo su coño aún mojado por el pipí y moviéndole suavemente sus labios lubricados por el caldo caliente que había salido de allí.
- ¡Um qué suave que lo tienes hija, qué maravilla! ¿Puedes chupármela ahora? Pero me gustaría que lo hicieras así destapada, si no te importa.
- Bueno, está bien, pero que conste que esto no era lo pactado, ¡anda y acabemos ya! -le espetó Lucía volviendo a su posición inicial a los pies del anciano.
El hombre se incorporó y Lucía tuvo que recuperar parcialmente la erección del viejo que había desaparecido, quedando su polla flácida medio enfundada en el condón. Se la chupó y meneó así hasta que volvió a conseguir una erección más decente, una vez aquí continuó con el juego de boca, manos y lengua en un juego que ya conocía de magistral ejecución.
Mientras lo hacía miraba al viejo desde abajo y este cerraba los ojos y de vez en cuando la miraba a ella. Algo que le dio más asco que cuando descubrió que aquel hombre se chupó los dedos de la mano con que le tocó el coño mojando por el pipí antes, sin duda éstos aún conservaban el pipí derramado por su coñito sobre ellos.
Aunque esta fue la primera impresión, luego pensó que el viejo era todo un cachondo y que tenía que estar realmente caliente para hacer aquello, en el fondo se sintió, en cierta medida alagada por aquel tío que se había lamido su pipí. Sin duda para él todo un manjar.
El viejo fue duro de pelar, aquella polla no terminaba de empalmarse del todo y tubo que emplearse a fondo con ambas manos y boca, hasta que consiguió que se corriese, echando unos tímidos chorritos de leche en el condón. Después de todo le costó trabajo conseguir sacar el orgasmo a aquel abuelo. Le apuró la corrida, mientras este literalmente temblaba de placer y finalmente la hizo salir de su boca.
Se vistió y mientras el señor hacía lo propio, quitándose el condón antes, le agradeció los servicios prestados y le preguntó si otro día podía "repetir". Ella le dijo que si, que ya se encontrarían por el parque, ya que solía correr por allí. Y tal como se conocieron, Lucía emprendió de nuevo su footing de vuelta a casa y se despidieron.
El viejo se quedó mirándole el culo, ciertamente respingón, y satisfecho con la inversión se fue caminando tranquilamente tras ella.
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