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Convirtiendome en Mujer - Engañada y vendida por diversión

El verano había transcurrido con total y absoluta normalidad. Fueron tres meses de lo más relajados: No teníamos que estudiar pues habíamos terminado el curso bien y por tanto no arrastrábamos asignaturas pendientes para septiembre. A pesar de todo añoraba pasar un mes de vacaciones con mis padres, visitando lugares que por mi nueva vida no podía permitirme económicamente. Apenas podíamos escaparnos unos cuantos fines de semana a un pueblo llamado Almuñécar, muy cercano a mi ciudad. Los padres de Pablo tenían allí una casita para relajarse y estar tranquilos de vez en cuando.

Almuñécar es un pueblo precioso, bañado por el mar Mediterráneo y que apenas tiene población residente. Gran parte de las viviendas están vacías durante muchos meses del año. Pero en verano es un hervidero de gentes de todas partes, edades, condiciones y ganas de divertirse.

Como era el último fin de semana de septiembre, el tiempo iba empeorando pero seguía siendo muy agradable. Es por esto que, Pablo y yo, decidimos despedirnos del mar por ese verano y pasar allí esos días. Su hermano llevaba allí casi dos semanas, desde que su novia se encerró a estudiar en casa y no quiso saber nada del mundo.

Toda la tarde del viernes la pasamos en la playa, disfrutando del agua. De la playa poco se podía disfrutar: La arena brillaba por su ausencia y en su lugar había unas molestas y abrasadoras piedras; había que caminar con calzado para evitar visitar la caseta de primeros auxilios. Pero bueno, el mar compensaba todas las incomodidades. El agua era pura y cristalina y muy fresquita.

Sobre las ocho de la tarde regresamos a casa. Cogimos unas cervezas de la nevera y no sentamos en la pequeña terraza, a relajarnos con el rumor del mar que teníamos enfrente. El aire era limpio y puro, los niños en la playa gritaban como locos, como queriendo soltar la tensión de pensar en el colegio que les aguardaba el lunes próximo.

Durante un rato permanecimos relajados, tomando bocanadas de brisa marina, en silencio. Fue Pablo quien rompió la calma del momento al hablarme:

-. Luz, ¿Por qué no te cae bien mi hermano? Nunca me has dado una respuesta clara.

-. Has tenido tantas respuestas claras como veces me lo has preguntado – respondí enojada por su insistencia. – Te he dicho muchas veces que no me desagrada, es solo que me mira como si me desnudara. Más desde aquel día que me propusiste hacer un trío con él. Como chico está muy bien, pero es tu hermano, nunca tendría sexo con él – añadí con intención de terminar con el tema.

Él no dijo nada, realmente recordaba las tantas veces que le di la misma respuesta. Reconozco que de no ser su hermano me lo hubiera pensado muy seriamente, pero desgraciadamente lo era y no me interesaba en ese sentido.

Esa tarde su hermano no fue por la casa. Tampoco lo hizo por la noche. Según me contó Pablo, se había citado con una amiga que había conocido en una discoteca. Para ambos era una completa desconocida y a mí, personalmente me daba igual.

Esa noche me acosté pronto pues quería madrugar. Por las mañanas era el único momento del día en que podía salir a correr una o dos horas por la playa, aprovechando la ausencia de calor. A partir de las diez de la mañana se hacía muy pegajoso y molesto.

El día transcurrió de lo más normal, no sucedieron cosas dignas de mención. Por la noche, sobre las diez, salimos de casa para ir a cenar a un pequeño restaurante situado en la placita del pueblo. Fuimos andando pues me gustaba recorrer sus estrechas y blancas callecitas, empinadas pero llenas de vida, lo que compensaba el cansancio de subirlas a pie.

Después de cenar decidimos dar un paseo, yo me sentía romántica y con ganas de ver gente alegre. Paseamos durante dos o tres horas, cogidos de la mano como dos recién casados. Al pasar por una taberna típica escuchamos una música bien alegre de gente cantando. Me asomé por la única ventana que comunicaba con la calle, a través de unos grandes barrotes de hierro algo oxidados. Pude ver una cuadrilla de gitanos que cantaban y bailaban al son de un par de guitarras. Me sentí de repente alegre y divertida y pedí a Pablo que entráramos a tomar un vasito de vino.

Cuando entramos nos dirigimos a una pequeña mesa de madera, algo destartalada, que había en un rincón. Pasamos por delante de los gitanos con cuidado de no ser embestidos por los que bailaban.

-. ¡Ole las shchicas guapas! – decía uno de ellos.

-. ¡Ole con ole! – replicaba otro.

-. ¡Zi er Niño Jezú me diera a mí en zuerte zemejante jhembra, no querría más na pa viví! (traducido: Si el Niño Jesús me diera en suerte semejante hembra no querría nada más para vivir) - Añadió otro con un salero que me hizo sonreír.

-. ¡Grasias jhermanos, mucshas grasias! ¡Que viva muscho año y que tengan uztede muschozs churumbele! (Traducido: Gracias hermanos, que vivan muchos años y que tengan ustedes muchos hijos) – les respondí correspondiendo a sus galanteos con el mismo acento entre andaluz y calé (Gitano) y levantando mi vasito de vino a modo de brindis -. ¡Camarero! – Gritó uno de ellos dejando de cantar – ¡A eza pareja no la cobre, que Zebaztián paga! (Traducido: a esa pareja no la cobres que paga Sebastián) – respondió cuando el camarero preguntó

Yo no dejaba de sonreír halagada y con sofoco por la vergüenza. Aun así, me animé y comencé a cantar, acompañando con palmas. Pablo me miraba entre enfadado y celoso. Solo se calmó después de explicarle que habían sido galantes y educados y que no tenía por qué hacerles el feo de no responder con la misma cortesía.

Durante un par de horas no dejaron de dedicarme canciones y coplillas, que compartí con varias chicas extranjeras o “Guiris” que decían ellos. Cualquier chica joven les bastaba como inspiración para cambiar la letra de las canciones y acomodarlas a nosotras. Mientras tanto, Pablo no dejó de vaciar en su garganta infinidad de vasitos de vino: Parecía que quería secar la taberna porque los celos le corroían por dentro. Pero nada tenía que temer, yo solo estaba alegre y quería corresponder a la simpatía de aquellos jubilosos gitanos, que con coplas y picardías me agasajaban, al igual que a las demás chicas.

Poco antes de irnos sonó el teléfono de Pablo. Era su hermano que debía preguntar dónde estábamos y cuando nos íbamos. Lo supuse por la respuesta: “En una taberna de gitanos y en cinco minutos”. Efectivamente tardamos ese tiempo en irnos. Tuve que salir corriendo porque todos me pedían matrimonio. Querían cambiarme por cabras, por caballos, por la mujer e incluso uno ofreció a su suegra en el canje. Obviamente me lo tomé como parte de su forma de ser, alegre y desenfadada.

Durante el camino de vuelta a casa Pablo me dijo que era su hermano quien llamó. Que le había dicho que esa noche tampoco iría a dormir. Estaba muy animada y feliz y esa noticia me alegró mucho más. Aquellos peculiares hombres de la taberna me habían subido la moral pero la noticia más aun. Me sentía deseosa de llegar y hacer el amor con mi chico, sin temor o reparos a que su hermano nos escuchara desde su habitación. Pablo se fue animando por el camino y por fin esbozó una sonrisa que hacía rato yo extrañaba.

Al llegar a casa fuimos directos al dormitorio, dejé mi teléfono sobre la mesita, el bolso sobre una silla y nos desnudamos ansiosos e hicimos los preliminares de costumbre. Durante un rato nos dimos placer oral el uno al otro, casi de forma mecánica. Ambos queríamos llegar a lo importante: el coito.

Llegado este momento, él propuso atar mis manos al cabecero de la cama y follar con la luz apagada y las cortinas cerradas, sin un solo rayo de luz. No es que fuera algo habitual, pero en algunas ocasiones lo habíamos hecho de esta forma. Me solía atar con las manos juntas para poder girar mi cuerpo cuando lo creyéramos oportuno. De esta forma era fácil acceder a cualquier orificio de mi cuerpo.

Sin pensarlo demasiado noté que me ataba con más fuerza de lo habitual. Antes de comenzar me dijo:

-. Luz, hagamos algo especial esta noche. Durante el tiempo que estemos haciéndolo ninguno debe hablar, de esta forma el morbo y el placer serán más intensos.

Me pareció algo absurdo pero acepté por curiosidad. A mí siempre me ha gustado intercambiar palabras cariñosas o guarronas. Lo considero un aliciente más para entregarme de forma más intensa. Ya poco importaba esto, había aceptado y no podía desdecirme.

Una vez todo estuvo a su gusto, apagó la luz, realmente no se veía nada. Solo podía sentir su aliento recorriendo mi cuerpo. El calor que despedía de su boca me estremecía. El tacto de sus manos avivaba mi deseo de sentirlo dentro de mí.

¡Por fin llega el momento! Pensé al notar que me abría las piernas con ambas manos. Tras pocos segundos sentí algo duro y suave paseando por mi entrepierna. Sin duda se trataba de su glande que buscaba la entrada a mi coñito caliente y húmedo. Era tanto el deseo que sentía, que no dejaba de lubricar internamente. Cuando finalmente encontró la entrada, ya había pasado por todos mis puntos de placer: El clítoris, los labios. No sé si fue por torpeza o premeditado, pero el caso es que lo tenía a la puerta y no necesitaba llamar.

Su miembro viril fue entrando con calma y suavidad. En mi interior, yo lo abraza y recibía con alegría. Era fantástico tenerlo dentro por fin. Sin saber por qué noté que se detenía y salía de mí. Se apartó y salió de la habitación con cierta prisa. Le pregunté que dónde iba, no obtuve respuesta. Estaba confundida y atada, sin poder averiguar. Finalmente me calmé al escuchar el sonido de un chorro de líquido. ¡Pobrecito! Le ha venido un apuro y ha ido a descargar antes de hacerlo sin querer dentro de mí, - pensé. Esto me tranquilizó.

Al poco escuché el sonido de la cisterna y unos pasos que se acercaban. Subió a la cama y palpando fue buscando el coñito para seguir con lo que, de forma imprevista, había dejado a medio hacer. Volvió a colocarse en posición entre mis piernas y tras encontrar de nuevo la entrada, me la hundió sin piedad. No me lo esperaba y grité muy fuerte por la impresión. Sin duda esta no era la delicadeza con la que había actuado en la primera penetración.

En este momento todo se precipitó y el ritmo que imponía era demoledor. Aquel misil no dejaba de bombardearme la vagina. Entraba y salía de una forma desconocida para mí. Yo era consciente de que cuando un hombre tiene la vejiga a rebosar, el pene se le pone totalmente erecto y duro, muy duro. Pensé que incluso le doliera y querría desfogarse y calmar ese dolor o molestia.

Me estaba matando de placer. Mis gemidos eran muy evidentes e incesantes. Su respiración alocada y discontinua. Noté que en esta ocasión no prestaba atención a mis pechos, como solía hacer siempre. Él sabía que me volvía loca que me los besara o mordisqueara mientras me follaba. No lo tomé muy en cuenta por las circunstancias que mi mente trataba de justificar. No quise decir nada por no romper el pacto. De todas formas estaba gozando tanto que ese detalle carecía de importancia.

No tardó más de cinco minutos en llegar mi primer orgasmo. El no dejaba de entrar y salir, de destrozarme por dentro e incrementar mi placer. Realmente fue glorioso el orgasmo. Durante bastantes segundos no dejé de gemir y gritar levemente. Cuando terminó, mi cuerpo se movía sin rumbo fijo. Él lo desplazaba de un lado a otro con sus movimientos buscos y desenfrenados.

Apenas pasaron un par de minutos cuando sentí como su cuerpo temblaba por la fatiga y la excitación. Sin duda se estaba corriendo dentro de mí. Notaba como el calor de mi interior se incrementaba con aquel semen caliente y lechoso. Su respiración no daba tregua y los jadeos parecían ahogados por el cansancio. Sin duda había sido una sesión muy intensa.

Cuando hubo terminado se sentó a mis pies tembloroso y exhausto. Me moría por consolarlo con palabras de amor y agradecimiento. Sin duda me había dado un rato de gozo intenso. Cuando noté que se movía a mis pies pensé que volvía a por más. Efectivamente, parecía querer más. Comenzó a girar mi cuerpo para ponerlo boca abajo. Yo colaboré de buena gana; Presentía lo que estaba por llegar. Cuando estuve en posición se levantó de la cama. Me tomó por los pies y me hizo desplazar hasta colocarme en el borde de la cama, con las piernas colgando y formando un ángulo de noventa grados.

Mi posición era algo incómoda, pero no demasiado. Pensé que sin duda se lo había tomado muy enserio y que la situación realmente le excitaba. No me importó, solo deseaba que me hiciera gozar, presumiblemente por detrás. Podía escuchar como detrás de mí parecía masturbarse o al menos acariciarse. Seguramente estaba dando alegría de nuevo a su fatigada verga.

Al notar sus manos sobre mis nalgas presentí que llegaba el momento y me mordí los labios. Al entrar por el ano casi siempre me dolía un poco y esta era mi forma de mitigarlo. Notaba como buscaba la entrada, como tanteaba por la hendidura de mi culito complaciente. Cuando por fin encontró el orificio anal titubeó, descendió de forma incomprensible para mí y me volvió a perforar el coñito escocido que no dejaba de escurrir su leche y mis jugos.

Comenzó a follarme por ahí con energías renovadas. Sin duda tenía un aguante desconocido. Mis labios seguían siendo mordidos fuertemente por mis dientes. El placer volvía a ser intenso y demoledor. Durante un rato más o menos corto no dejó de penetrarme. Finalmente paró, debía ser una especie de nuevo precalentamiento. Salió de mí y sin buscar demasiado encontró el otro orificio, el pequeñito y estrecho. Tenía el pene lubricado por los jugos que lo habían impregnado en el coñito.

Apuntó bien y fue penetrando, ni deprisa ni despacio, a un ritmo que me complacía pues no provocaba dolor. Los dientes dejaron de devorarme los labios, el ano se relajó y fue dilatando, acodándose al tamaño de su ariete. Una vez dentro del todo, comenzó a entrar y salir, cada vez más rápido. No podía creer que aun la tuviera tan dura y gruesa. No me importaba, me estaba dando placer y de forma muy intensa. Sin esperarlo me vino un segundo orgasmo, mucho más suave que el anterior pero placentero. Puede que la postura forzada me impidiera concentrarme plenamente.

No debió notarlo pues seguía con su intención de destrozarme por detrás. En un momento dado, apoyo sus manos en mi espalda, presionándome contra la cama, oprimiendo mis menuditos y excitados pechos. Presentía que estaba a punto de correrse de nuevo. No fue así por el momento. Continuó dándome por detrás. Sin dejar de penetrarme, embestida tras embestida, me tomó del pelo con una de las manos y tiró de él. ¿Qué estaba pasando? No recordaba que me lo hiciera en alguna otra ocasión. Los celos acudieron a mi mente y aceleraron mi corazón. ¿Habría estado con otra a la que le gustaba que se lo hicieran? ¡Contente Luz! Me dije a mi misma, seguramente todo tiene una explicación.

No puede seguir pensando ni maquinando historias raras. Él detuvo mis pensamientos al dejar de infringirme placer deteniéndose. Sacó la polla de mi culito y con las manos me dio indicaciones táctiles para que me girara. Realmente no podía hacerlo con agilidad. Decidí volver sobre la cama, girarme de nuevo y ayudada por él, volver al extremo de la cama donde él permanecía.

Ya en posición, levanto mis piernas y apoyó mis pies sobre su pecho. Tiró un poco de mi cuerpo contra el suyo y cuando mi culo chocó con su vientre volvió a buscar el agujerito y entró de nuevo. Esta vez iba a por todas a juzgar por la violencia empleada. Apenas pasaron tres o cuatro minutos cuando descargó dentro del recto. El chorro lanzado me llenó casi por completo. A este le siguió una segunda descarga menos abundante. Su ritmo era más lento y acompasado con el mío. Finalmente terminó de descargar y temí que parase dejándome a medias.

-. Sigue amor, no pares por favor, quiero sentir otro orgasmo – le supliqué rompiendo el silencio pactado.

No dijo nada, comenzó de nuevo a penetrar para complacerme. El ritmo era mucho más suave pero placentero. De repente un estridente ruido comenzó a sonar. Me asusté mucho y no sabía cómo reaccionar. Puede ver una luz que se había encendido donde debía estar la mesita de noche. Me tranquilicé al saber que el ruido era el de mi teléfono que también se encendía al recibir una llamada.

-. Es muy tarde, ¿Quién llama a estas horas? – pensé mientras me tranquilizaba.

La luz del aparato era bastante brillante y al mirar hacía la dirección donde se encontraba Pablo, muy cerca del teléfono, una sensación aterradora invadió mi mente. El corazón se aceleró de forma alarmante. Sin apenas poder pensar puede ver algo muy raro, desconcertante. En el pecho de Pablo pude adivinar pelo. La luz no iluminaba demasiado pero sí lo suficiente.

-. ¿QUIÉN COÑO ERES? – Grité confusa.

La respuesta que recibí fue notar cómo salía de mí y se alejaba corriendo, saliendo del dormitorio.

-. ¡PABLOOOOO! ¡Ven! No me dejes así, ¡DESÁTAMEEEE! – volví a gritar desesperada por la confusión.

No recibí tampoco respuesta alguna. Podía escuchar con cierta claridad ruidos, como tropezones que procedían del exterior del dormitorio. Al mismo tiempo podía percibir susurros, voces que hablaban de forma casi inaudible. Volví a gritar llamando a Pablo. No tardó en entrar y llegar hasta mí.

-. ¿Qué pasa cielo? ¿Por quégritas? – preguntó con la voz alterada y respirando aceleradamente.

-. ¡Desátame ya! Por favor te lo pido ¡DESATAMEEEEE! – le respondí gritando de nuevo.

Sin demorarse demasiado obedeció y me soltó las ligaduras como pudo, con la luz apagada. El teléfono ya había dejado de sonar. Cuando me vi libre encendí la luz de la lámpara de la mesita. Lo miré y ordené que encendiera la luz principal. Así lo hizo.

-. ¿Quién me estaba follando cabrón? – Le pregunté fuera de mí.

-. No entiendo amor. No sé a qué vienen esos gritos. – Me respondió nervioso.

-. Cuando se ha encendido la luz del teléfono he visto que tenías pelo en el pecho, no de forma clara pero sí lo suficiente. – Respondí muy segura de no haberlo imaginado. – tú no tienes pelo en el pecho, los pocos que te crecen los eliminas con la afeitadora. – Añadí sin dejar de gesticular descontrolada y fuera de mí, sentada sobre la cama.

-. No sé, ha debido ser alguna sombra o algo. No sé qué decirte para que te tranquilices. – respondió nervioso en un infructuoso intento por calmarme.

Sin pensármelo dos veces me incorporé acercándome a su pene. Acerqué la cara y lo recorrí con una mano. Acto seguido lo lamí ligeramente y olfateé. Estaba muy flácido pero llegué a una conclusión: Aquello no había estado dentro de mi ano, el olor sería más que evidente y no era el caso.

Comenzando de nuevo a gritar, muy alterada, le lancé un bombardeo de preguntas: ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué tanto misterio con la luz apagada? ¿Por qué fuiste a orinar al empezar a follarme y no antes como haría cualquier persona juiciosa? ¿Por qué saliste corriendo al sonar el teléfono? ¿Qué eran esos ruidos que escuché y los murmullos?... Como podéis imaginar las respuestas fueron a cada cual más absurda y delirante. No las relataré por evitar, en cierto modo, dar idea de lo estúpida que de sentí. Incluso ahora me cuesta escribirlo sin sentirme una boba, una idiota, una estúpida.

Durante más de tres horas estuvimos discutiendo, gritando. Sus respuestas me indignaban: Me dolía mucho que me tomara por idiota y me tratara como a una cría de cinco años. Ya poco me importaba lo que sospechaba en comparación con la humillación de sentirme así.

Al final no pude contener la rabia y la frustración y comencé a llorar desconsoladamente. No podía creer lo que veía y oía. Miles de pensamientos atroces y desoladores invadían mi mente. Apenas podía pensar y me desahogaba llorando. De pronto dejé de llorar, pensé en algo que me diera un consuelo o que corroborase todo lo que mi cerebro se resistía a creer.

Me levanté de la cama y descalza fui hasta el dormitorio de su hermano que estaba frente al nuestro. Había recordado que, antes de salir de casa para ir cenar, pasé por delante. Al pasar había notado que la cama estaba sin hacer. A pesar de sentirme como una criada no puede evitar hacerla, me desagradaba mucho ver una cama deshecha. Iba con la intención de descubrir algo o tranquilizarme si no lo hacía.

Cuando llegué, el llanto y la rabia volvieron con más intensidad y desesperación. Puede comprobar cómo la cama estaba muy alborotada, sin llegar a estar desecha. Eso era una clara respuesta a mis miedos y dudas.

-. Pablo, ¿Quién estaba en casa con nosotros? ¿Dime de una puta vez que ha pasado? – pregunté de forma enérgica pero más serena.

Finalmente se vio acorralado y sin respuestas sensatas. Terminó confesando que habían estado su hermano y un amigo de éste. Ya no necesité seguir escuchando. Todo cuadraba de forma perfecta en mi cabeza: Habían maquinado todo un plan para que me follaran su hermano y el amigo y para colmo este último era un perfecto desconocido.

En la mente solo tenía el pensamiento de lavarme bien, de librarme de cualquier resto de ellos, por insignificante que fuera. Me fui al baño sin dejar de llorar y cerré la puerta con el cerrojo. Durante más de una hora no dejé de enjabonarme y restregarme. Fue como si me quisiera quitar la suciedad del alma. Finalmente me quedé sentada en el fondo de la bañera, con las rodillas pegadas al pecho y abrazando las piernas muy fuerte con los brazos. Miraba al frente y mi mente no sabía que pensar. Solo tenía una idea clara: Marcharme de allí.

Durante ese tiempo Pablo no dejó de aporrear la puerta y suplicar perdón con todo tipo de explicaciones absurdas y denigrantes para mi inteligencia. Terminé por salir, sin decir o musitar palabra alguna. Fui al dormitorio, me vestí, recogí el teléfono y el bolso y me dispuse a marcharme. A mitad del pasillo me agarró fuertemente del antebrazo, suplicando que me quedara y lo habláramos. No respondí, me giré hacía él y con la mirada le dije todo. Finalmente terminé saliendo por la puerta con la clara intención de no volverlo a ver mientras viviera.

En el portal me senté en el escalón que accedía a la calle y de nuevo las lágrimas volvieron a inundar mis enrojecidos y escocidos ojos. Esta vez sentía que eran de desconsuelo. Podía notar como el interior del pecho forcejaba por salirse del cuerpo. El corazón dejó de ser el órgano que bombeaba mi sangre por las venas para convertirse en una locomotora.

Tuve la suerte de que fuera muy temprano y no pasara nadie por la calle: No hubiera sabido que decir o responder si me preguntaban. Sin pensarlo me levanté y comencé a caminar. Crucé la calle y me vi frente al mar, donde un señor mayor paseaba por la playa con un perro. Traté de alejarme, no quería que nadie me hablara y estallar.

Mientras caminaba, miles de preguntas y pensamientos me atormentaban: No podía ir a la policía, tampoco desahogarme con nadie, no sabía qué hacer… simplemente seguí caminado sin rumbo fijo. Cuando quise darme cuenta estaba fuera de los límites del pueblo, en una playa también de piedras, pero con algunas zonas de arena.

Me senté en la arena, agotada y abatida. Durante mucho tiempo pensé en todo lo que había pasado y por qué Pablo, el amor de mi vida, me había engañado y vendió de esa manera.

-. ¿POR QUÉ? - Esa pregunta no dejaba de tronar en mi cabeza como una tormenta de verano.

-. ¿Por qué? ¿A caso lo he merecido? - Volvía a cuestionarme envuelta en un mar de dudas descorazonador.

Pasado un rato creí encontrar respuestas.

-. Seguramente ha sido un juego cruel en el que su hermano le ha embaucado y él, como un tonto, ha caído. – pensaba buscando una explicación lógica y racional.

-. Pero en este caso ¿Por qué ha accedido? No lo entiendo. ¿Por qué arriesgarlo todo de forma inconsciente? – volví a cuestionarme atormentándome de nuevo.

Después de tanto pensar, sólo una idea me quedó clara: lo habría hecho por imbécil, por débil, por inconsciente, como un juego de moda, cobarde y mezquino. Al fin lo veía cristalino… ¡Me había engañado y vendido por mera DIVERSIÓN!

Tomé el teléfono y llamé a mi madre a pesar de la hora.

-. ¡Mamá, te quiero! – colgué el teléfono sin decir más.

Acto seguido volví a marcar otro número, el de mi padre. Cuando contestó le dije lo mismo.

-. ¡Papá, te quiero! –y volví a colgar como la vez anterior y me puse a caminar.

En ese momento nuevas y renovadas lágrimas brotaron de mis ojos. Lo que ocurrió después no sabría expresarlo ahora con la intensidad con que lo hubiera hecho entonces. Desde aquel día surgió en mí la necesidad de escribir, de expresar mis sentimientos con palabras que no quebrasen mi voz. No me atrevía a confesárselo a nadie por vergüenza o dignidad, lo mismo daba, escribiendo me desahogaba.

Apenas un mes después escribí algo que resume lo que sucedió donde ahora termino de relatar. En el último momento y en un arrebato repentino, he decidió publicarlo en la categoría “Confesiones”. El motivo es simple: No quiero desvirtuar y mezclar algo que surgió del corazón y no de la memoria, de donde sale este relato. Su título es «Aires de Cambio: “El Grito”». Allí lo podéis encontrar, lo he publicado al mismo tiempo que este, pero tranquilos, no cuenta para los diez que he prometido. ☺

Siento haber terminado este relato de forma triste y poco erótica, pero, desgraciadamente, no todo en la vida tiene un final feliz. ¡Lo lamento profundamente! Desde aquel día lo sé por experiencia. Puede que la categoría donde lo he publicado no sea la más acertada: Debería haber una para “TONTAS”, esa sería la adecuada. ¡BESOS!

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7 comentarios - Convirtiendome en Mujer - Engañada y vendida por diversión

irembrc
Si un final un poco triste
yeap
que feo.... es una traicion grande al amor....
lorenys_sexo
Muy bueno como relato. pero entiendo que no siempre las cosas son como queramos 🤔
jorgevica
Bueno sólo quería decir lo mucho que lo siento. Es la primera vez que escribo a alguien. Te deseo lo mejor x sí alguna vez formas otra pareja. Aunque se te haga difícil.
garrote2373
Un relato tan caliente como triste.
tato4x4
muy buen relato. Como experiencia es triste.
Beso.-