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El poder de Osvaldo (6: Confesiones de una esclava)

Laura había estado llorando toda la mañana atormentaba por el recuerdo de la noche anterior. Se sentía ultrajada, humillada por sus propios actos y en el fondo se veía a sí misma como un ser despreciable.

No comprendía cómo había podido caer tan bajo. Aquella no era la primera vez que tomaba drogas y nunca había perdido el control de sus actos, no hasta ese punto. Sin embargo los terribles recuerdos seguían fijos en su memoria como una maldición. Y, aunque estaba segura que nadie de su círculo la podía haber visto en aquel antro, a la altiva Laura se le hacía imposible aceptar el haberse degradado hasta ese punto.

Se duchó varias veces aquella mañana, pero aún y así se seguía sintiendo sucia. Algo en su interior se quebraba. Y lentamente empezó a nacer en ella la idea de que todo por lo que había vivido hasta entonces había dejado de tener sentido. Recordaba sus anteriores aspiraciones, sus objetivos y motivaciones, sin embargo los veía ahora como algo carente de sentido. Se sentía ya muy lejos de las que habían sido durante un tiempo sus inseparables compañeras. Nunca podría volver a mirarlas a la cara. Tampoco sus amigas más íntimas debían saber lo que había pasado. Ni siquiera podría contárselo a su novio, David. Tenía que romper con todos ellos.

De pronto comprendió que únicamente podía contar con su familia, con ellos se sentía segura. Ahora era consciente de lo mal que se había comportado con su madre, con su padrastro y, sobretodo, con su hermano Osvaldo. No podía entender cómo pudo estar tan ciega. Y de nuevo se sintió despreciable.

Al fin decidió que debía hablar con ellos, decirles lo que sentía. Le sorprendió que nadie la hubiera avisado para comer. Y aún se sorprendió más al hallar la casa vacía. Tan solo encontró a Osvaldo sentado en el salón estudiando un viejo libro. A Laura le dio la impresión de que la estaba esperando. Osvaldo, al verla, sonrió y con voz dulce le dijo:

“-Ven, Laura, siéntate a mi lado.”

El encontrarse de pronto con su hermano había causado un enorme impacto en el ánimo de Laura. De pronto volvió a sentirse despreciable y las lágrimas brotaron amargamente de sus ojos. Antes no habría permitido que nadie la viera en aquel estado. Sin embargo en ese momento la presencia de su hermano la reconfortaba más de lo que nunca habría creído. Así que Laura se sentó junto a su él tal y cómo le había dicho que hiciera.

“-Laura, tienes que calmarte. Relájate y cuéntamelo todo.”

Y la acongojada muchacha sintió de pronto la necesidad de desahogarse en los atentos oídos de su hermano. Había dejado de llorar y empezaba a sentirse invadida por una gran paz que contrastaba con su reciente inquietud y la impulsaba a dejarse llevar. Una vez se sintió más tranquila empezó a contar la terrible experiencia a su hermano sin entender muy bien de dónde sacaba el valor para hacerlo. Sin embargo no olvidó ni un solo detalle. Se sentía cada vez más relajada a medida que le narraba los terribles acontecimientos de la noche anterior.

Le explicó, algo acongojada, que había tomado drogas y cómo ésta vez se le fue de las manos. Lo primero que recordaba de su locura era estar mirando fijamente la pista de baile, analizando minuciosamente todas las personas que ahí se encontraban. Tras eso perdió completamente el control de sus actos. Empezó a deambular como una zombi por el centro de la pista rozándose de forma muy sensual con todos los que encontraba a su paso. Cuando se quiso dar cuenta le estaba metiendo mano media pista. Y, aunque aquella la horrorizaba, su cuerpo no parecía responderle, exponiéndola cada vez más a los tocamientos.

Laura siempre había sido más bien estrecha. Le gustaba el sexo, pero en pequeñas dosis y de manera “normal”. Además tenía su reputación en muy alta estima. Por eso la situación le resultaba de todo menos excitante. Se veía impotente ofreciéndose ella misma a los roces de aquellos degenerados. Pero de pronto todo cambió. Sintió en su mano el tacto rugoso de unos tejanos y, al palparlo, descubrió bajo ellos la firmeza de un paquete que estaba a punto de estallar. Sin poder evitarlo, llevo su culo hacia ese paquete y lo apretó contra él iniciando un furioso vaivén al ritmo de la música.

Al ver a aquella pija con un cuerpo de infarto rozándose como una posesa contra su poya, el chaval se corrió en sus propios pantalones mientras metía las manos por debajo del vestido para sobar aquellas tetas de niña bonita. Y entonces ocurrió algo que cambió por completo la percepción que de la situación Laura había tenido hasta ese momento. Pues al sentir aquel paquete palpitando entre sus glúteos, comprendió que el chico acababa de correrse y un monumental orgasmo sacudió su cuerpo desprevenido.

Acabó de rodillas en la pista de baile con ambas manos entre las piernas y se dio cuenta que los tirantes de su vestido habían resbalado en sus hombros y tenía los pechos al aire. Todos la estaban mirando. Llegado a éste punto de la narración Osvaldo ya no pudo contenerse y, sacándose la poya del pantalón, empezó a masturbarse suavemente.

“-¡Maldita sea, Osvaldo! ¡¿Qué se supone que estás haciendo?!”

Su hermana había parado en seco su relato, escandalizada por el indigno comportamiento de su hermano. Se sintió traicionada. Él, su hermano, su protector, al que le estaba confesando los más dolorosos secretos, tan solo pretendía vejarla aún más. Quiso escapar, pero algo se lo impedía. Y de pronto la voz de su hermano la arranco de sus pensamientos devolviéndola a la cruda realidad.

“-No te he dado permiso para que pares, niñata. Ahora vas a seguir contando tu historia pero quiero que te encargues de mantenerme excitado en todo momento.”

Laura iba vestida de domingo, con una camiseta ancha de hockey y unos pantalones de chándal. Podría decirse que no se trataba de una vestimenta muy sexi. Pero las curvas que se insinuaban bajo la ropa seguían siendo de lo más excitante. Aunque no lo suficiente en la opinión de Laura que, muy obediente, empezó a desprenderse de ella, primero los pantalones, después la sudadera, dejando a la vista sus preciosos pechos y un apretado tanga en el que se marcaban las formas de su vulva. Tras la operación, miró pícaramente a su hermano y siguió narrándole su experiencia, sintiendo una enorme paz al hacerlo.

“-El siguiente tío que se me acercó lo hizo directamente con la poya fuera. Ni siquiera le vi la cara. Supongo que aquella droga me impedía pensar con claridad y, al ver esa poya tan dura, sentí que debía saciarla. Y me la metí en la boca mientras el fruto de mi reciente orgasmo aún resbalaba por mis piernas. Cada vez me sentía más avergonzada, pero algo en mí me impedía parar. Este chico se corrió aún más rápidamente que el anterior y, al sentir toda aquella leche golpeando mi paladar, volví a correrme de nuevo”

Laura había substituido la mano con la que Osvaldo se acariciaba la poya por la suya propia y, mientras seguía contándole a su hermanito su noche de fiesta, le masturbaba lentamente. A medida que avanzaba en su relato éste se volvió más oscuro.

“-Cuando conseguí levantarme del suelo, mi cuerpo aún se sacudía con aquellas sensaciones brutales. Sentía mi tanga empapado hasta los bordes, goteando sobre mis muslos. Y, antes de que pudiera darme cuenta, me vi rodeada por una avalancha de hombres que metieron sus manos bajo mi vestido sobando sin clemencia cada rincón de mi cuerpo. Me subieron el vestido por encima de la cintura y alguien me arrancó las bragas con un fuerte tirón. Después me llevaron a empujones hasta el lavabo de hombres sin dejar de meterme mano en ningún momento.”

Osvaldo estaba exultante. Su plan no sólo había tenido un éxito rotundo, sino que había superado todas sus expectativas. El muchacho escuchaba satisfecho la narración mientras se entretenía sobando a conciencia las tetas de su hermana. Cuando se hubo hartado de manosear esos dos globos, deslizó su mano hasta el vientre, metiéndola bajo su tanga, y la puso directamente en su monte de Venus. Laura tenía el coño bastante abultado, aunque no había en ella ni rastro de humedad. El chiquillo se entretuvo deleitándose en el suave tacto de su vulva. Pasó sus dedos por la fina piel de los labios externos de su rajita, rasurados prácticamente hasta el borde, mientras su hermana explicaba detalladamente cómo fue llevada hasta el maloliente servicio de “caballeros”. Y entonces a Osvaldo se le ocurrió una idea perversa para darle otra vuelta de tuerca a la situación.

“-Ahora quiero que, conforme cuentas tu historia, tengas las mismas sensaciones que sentías cuando lo estabas viviendo.”

E inmediatamente Osvaldo vio como Laura estiraba sus facciones en una mueca de desconcierto mientras su rostro se enrojecía. En su mirada había una infinita vergüenza. Sus pechos se habían endurecido por la tensión, estirando sus pezones mientras su piel se erizaba. Sin embargo el chico siguió sin hallar ni rastro de humedad en sus bragas.

Una vez dentro de los urinarios, la desvalida chica se había visto rodeada de salidos que empezaron a sacarse ante ella sus duras poyas, obligándola a hacer todo tipo de cosas. A la excitada tropa que la había llevado en volandas hasta el servicio, pronto se unieron los que en él se encontraban. Y, tras someterla a un amplio abanico de vejaciones indignas, empezaron a escupir sus corridas sobre ella. La primera de ellas le alcanzó los muslos y, tras ella, vinieron otras tantas que cayeron sobre sus piernas y tobillos, alcanzándola incluso en los bordes del vestido.

De pronto aquel abultado coñazo empezó a palpitar bajo la mano de Osvaldo escupiendo con fuerza una intensa corrida. Aquello no era un simple orgasmo. Parecía más bien una larga serie que encadenaba una explosión con la siguiente, combinándolas entre ellas hasta multiplicar sus efectos. Laura se retorcía de gusto, levantando sus caderas sobre el sofá, apoyándose en sus tobillos mientras se sujetaba con fuerza al respaldo. Las sacudidas fueron tan violentas que Osvaldo tuvo que acercarse a su hermana para no perder el contacto con aquel ardiente coñito. Antes de dejarla continuar la obligó a desnudarse del todo y ponerse a cuatro patas ofreciéndole el coño a su hermano. Laura obedeció inmediatamente, dejando caer su tanga empapado al suelo, donde pronto dejó un pequeño charquito.

Acto seguido le siguió explicando cómo había seguido haciendo de puta en la pista de baile durante toda la noche. Osvaldo estaba tumbado boca abajo en el sofá, con la barbilla sobre las manos, manteniendo su cara a pocos centímetros de la intimidad de su hermana. A cada orgasmo que sacudía su cuerpo, podía ver su vagina contraerse para expulsar de nuevo una catarata de jugos. A medida que su narración se acercaba al final, Laura enloquecía, saturada por la abundancia de sensaciones, y empezó a frotarse inconscientemente la raja con una furia insospechada.

La avergonzada esclava continuó explicando cómo, tras cerrar el garito, había seguido rondando a varios de los chicos que había visto en la pista. Los cuales terminaron petándola tras unos arbustos, penetrándola por los dos agujeros. Los tres llegaron al clímax simultáneamente creando en Laura una sensación de placer imposible de comparar a nada de lo que pudo sentir anteriormente.

De nuevo Osvaldo se vio contemplando un orgasmo descomunal. Ésta vez no quiso desaprovecharlo y, levantándose sobre sus rodillas, se abalanzó sobre su hermana y la penetró de una estocada a mitad del orgasmo provocando un sonoro gemido. La cascada de flujos que pugnaban aún por salir de aquel cálido coño producía una indescriptible sensación en su poya.

Siguió follándose a su hermana, con cuidado de no correrse, mientras ella confesaba su humillante regreso en taxi. Con su vestido lleno de manchas y un fuerte olor a poya. Su vergüenza era tanta que dio al taxista una falsa dirección y recorrió las últimas calles con cuidado de no ser vista. Cuando terminó con su historia, permaneció en silencio permitiendo a su hermano terminar de follársela. Justo antes de sentir su corrida inundarla por dentro, Laura levantó la mirada, descubriendo a su madre que los miraba en silencio desde la puerta de entrada.

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