-Si te sigues moviendo acabaré haciendote daño.
Hacía unas dos horas se había despertado en aquella cama con sólo su ropa interior.
Con los ojos vendados.
Atada de pies y manos.
Había gritado y gritado pidiendo ayuda, pero hasta hacía diez minutos nadie había parecido oirla. Sin embargo, en lugar de ayudarla, le habían quitado el tanga. Cuando se revolvió, hasta el punto de lastimarse las muñecas, pensando que la iban a violar, quienquiera que fuese le había humedecido el pubis y sus labios vaginales con agua tibia y algo que parecía espuma. Inmediatamente después, se puso a rasurarla.
Y ahora que le había hablado, estaba segura de que era un hombre.
-¿Por qué me estás haciendo esto? - le preguntó; pero como todas las veces anteriores no obtuvo respuesta.
No tuvo más remedio que quedarse quieta mientras terminaba, lo cual no llevo mucho, dada su escasez de vello. Seguidamente notó la frescura de una toallita al limpiarla del exceso de espuma.
-Precioso - dijo el hombre. A ella casi le pareció un suspiro. Nunca había estado particularmente orgullosa del aspecto externo de su sexo, pero los pocos hombres con los que había mantenido relaciones sexuales se habían mostrado encantados por lo apretada que estaba. Ella, en cambio, siempre había estado más satisfecha por sus tetas. Le encantaba que se las mirasen y aún más que se sentasen encima de suyo para tocárselas.
Como si aquel hombre le hubiese leído el pensamiento, se colocó a horcajadas sobre su estomago, piel sobre piel.
Aún no se había hecho a la idea de que lo tenía desnudo sobre ella cuando le quitaron la venda de los ojos y lo pudo ver. Efectivamente, sin nada de ropa, con su piel morena y depilada brillante, perlada de sudor, y con ojos que parecían devorarla.
La miró directamente a los ojos mientras con un dedo acariciaba la piel de su seno izquierdo al filo de su sosten. Y no dejó de mirarla ni tan siquiera cuando uso la navaja de afeitar para cortar las tiras de los hombros y la unión entre las copas. Entonces pasó a contemplar sus grandes tetas naturales y un escalofrío, medio de miedo medio de excitación, le recorrió la espalda cuando aquel hombre se relamió.
Sin perder un segundo le arrancó por completo el sujetador y lo arrojó al suelo, en tanto que ella por primera vez se fijaba en la polla del hombre que sin duda la iba a violar; no la más larga que había visto pero era de lejos la más gruesa, circuncidada y erecta.
Para confirmar sus sospechas, se bajó de encima suyo y se arrodilló entre sus piernas. Entonces se inclinó hacia delante, apoyando sus manos junto a sus axilas. Durante un instante se revolvió de nuevo, pero en cuanto se dio cuenta de la futilidad de sus movimientos, se resignó. Relajó sus brazos y sus piernas, apretó sus ojos y esperó el doloroso momento de la penetración.
En lugar de eso notó como una boca rodeaba su pezón derecho y succionaba y lamía con ganas. Abrió los ojos y vio a aquel hombre haciendo ruidos húmedos, suspirando cada vez que cambiaba de pezón. Y se sorprendió al darse cuenta de que lo miraba con los ojos semicerrados y con la boca abierta. Apoyando su pecho contra el estómago de ella, usó las manos para coparle las tetas, y mientras se dedicaba con ansia a lamer toda su teta izquierda, empujó con fuerza pero delicadamente su teta derecha hasta poner el pezón al alcance de su boca, mientras la miraba, chupando y mordisqueando. Ella aceptó la invitación de saborear su propio cuerpo con más lujuria de la que se creía capaz y durante un delicioso minuto los dos succionaron ávidamente. Ella se soltó con un gemido ante una chupada particularmente fuerte, pero él le ofreció esta vez la teta izquierda mientras él se dedicaba a la derecha. Cuando al cabo de un par de minutos se soltó nuevamente, fue al sentir la humedad y el calor de un orgasmo creciendo en su bajo vientre. Suave, pero infinitamente más intenso que los que había sentido masturbándose en los dos últimos años. Para ayudarla a completarlo, mientras le seguía chupando, le pellizcó el pezón que ella acababa de soltar. Ahora los tenía marrones y marcadísimos, a diferencia de lo rosados que los tenía normalmente. Gimiendo, vio como se separaba de ella y ponía unos cojines debajo de sus caderas, y sin darle tiempo a recuperar el aliento empezó a explorar su rajita con sus dedos, acariciando primero sus labios externos, y luego entre ellos, abriéndola suavemente y dejando paso a su humedad interior.
Indecisa entre si cerrar las piernas o abrirlas cuanto pudiese, sus ataduras la mantuvieron inmóvil mientras una hábil lengua paladeaba sus jugos y besaba el lado interior de sus muslos. Las manos de aquel hombre no se estaban quietas, acariciaban con frenesí sus caderas y su vientre, sus tetas y sus piernas, pero su lengua se movía con una insoportable lentitud, profundizando apenas, y sin llegar nunca a su clítoris. Gradualmente los movimientos de ella dejaron de ser bruscos y empezó a contonearse, a gemir; hacía años que nadie la comía tan bien y quería que aquello durara todo el tiempo posible, pero a la vez no soportaba aquel ritmo tan suave, quería que se dedicase de una vez a su cl...
Nuevamente, adelantándose a su deseo, las manos abrieron sus recién depilados labios, dejando al descubierto su hinchado clítoris, volviendo a desaparecer al instante en el interior de aquella boca glotona, una boca que le dio el mismo trato que le había dado a sus pezones unos minutos antes. Dada su inmovilidad de piernas, empezó un movimiento giratorio de caderas, movimiento que él acompasó para darle más placer. No transcurrió mucho antes de que un nuevo orgasmo la inundase, haciéndola temblar de placer; Sin embargo, parar en aquel momento no parecía figurar en sus planes; con un ritmo cada vez más enérgico, las lamidas continuaron, y no se detuvieron hasta haber conseguido llevarla al clímax por tercera vez.
Agotada, le pareció ver borrosamente como quitaba los cojines de bajo sus caderas y se hacía de nuevo con la navaja; tranquilamente, la abrió y la usó para cortar las ataduras de sus piernas. Ella cerró y dobló las piernas, pero él se levantó sobre ella y se sentó justo debajo de sus tetas. Mientras acomodaba su polla entre ellas dejó caer un hilillo de saliva sobre su piel, y al mirarla sonrió, dándose cuenta de que ella misma había estado sonriendo boquiabierta aquellos instantes. Él juntó con firmeza sus tetas y comenzó a follárselas con lentitud hipnótica. Apenas podían apartar la mirada el uno del otro, pero cuando lo hacían él miraba sus voluptuosos senos y ella miraba como aquel trozo de carne, duro como una barra de hierro asomaba y se volvía a ocultar. Unos diez minutos más tarde, él se situó sobre su cuello y, empujando hacia abajo la polla desde su base, la puso al alcance de sus labios.
Hace media hora para ella hubiese resultado impensable, pero ahora empezó a besar y luego a lamer el capullo, animada por los suspiros que emitía aquel hombre. Cuando la búsqueda de placer lo hizo inclinarse más sobre ella, engulló hasta más de la mitad aquella gruesa polla, ya tan excitada que apenas si se impresionó por la cantidad que se metía.
Los jadeos fueron en aumento hasta el punto en que la excitación del hombre hizo que acompañara con un movimiento de penetración las succiones y lamidas que ella realizaba. Durante aquellos segundos se le pasaron por la cabeza muchas cosas: lo musculoso y fibrado que era el cuerpo de este macho, la suavidad y a la vez dureza de su miembro viril, el olor almizcleño que inundaba la habitación gracias a sus propios orgasmos...
Sólo una cosa no se le ocurrió: Sacarse la polla de la boca; y entonces ocurrió.
Sintió la rigidez de la eyaculación por dos veces sin llegar a sentir ninguna descarga. A la tercera vez, en vez de notar como salía disparada, fue como si la leche fluyera sobre su lengua, ardiente y espesísima, y se deslizara hasta su garganta. Sin darse cuenta, había hecho lo que nunca antes. Cuando la polla salió de su boca, estaba completamente limpia; y al abrir él su propia boca, ella la abrió también, enseñándole la lengua y mostrándole que no quedaba más rastro que unos escasos hilos entre su lengua y su paladar.
Finalmente cortó las cuerdas de sus brazos y se tumbó a su lado. Durante un momento de duda, ella no supo si huir o si abrazarlo; pero se decidió rápido. Aquel hombre le había dado un placer mayor que el resto de los que había conocido, así que esta vez le tocó a ella sentarse a horcajadas sobre su vientre, inclinarse hacia delante... y besarlo. Se moría de ganas de hacerlo desde el momento en que aquellos labios sensuales comenzaron a chuparle los pezones. Ahora era su turno de jugar con SUS pezones.
Untándose las palmas de la mano de saliva, los frotó superficialmente y luego los lamió uno a uno con la punta de su lengua; Pero el tiempo de la delicadeza duró poco, y recordando como había estado atada hasta hacía unos momentos, chupó y mordió con fuerza, de modo que a él se le escaparon unos quejidos deliciosos. Se sentía tan excitada por su dominio como lo había estado antes por su indefensión. Al echarse hacia atrás notó la polla casi completamente erecta contra sus nalgas, así que se levantó de nuevo y se situó entre las piernas. Allí le lamió los huevos y se los metió en la boca, chupeteandolos; al sacarlos cubiertos de saliva, los amasó hasta ver que su sexo adquiría una dureza considerable.
Para terminar la puesta a punto, se sentó sobre sus piernas, de forma que su pubis quedaba pegado a la base de la polla, dando la impresión que salía de ella. Rodeó el tronco tanto como pudo, con una mano justo encima de la otra y empezó a masturbarle, con sacudidas vigorosas; unas gotitas de semen que habían quedado en el interior asomaron entonces, y cuando ella las recogió con sus dedos, vió la boca abierta del hombre, así que llevó hasta ésta aquella leche que él sorbió con deleite.
Al fin llegó el momento de la verdad; nada de aquel grosor la había penetrado antes, pero tenía la ventaja de estar lubricada como nunca. Se aguantó de rodillas mientras sujetaba con su mano derecha la polla, y usaba la izquierda para apoyarse en el torso de su propietario. Entró con facilidad unos pocos centímetros, pero tuvo que hacer fuerza para que se deslizara más dentro, poco a poco. Cuando casi la mitad había hecho el recorrido, empezó a montarlo con cuidado, introduciéndolo cada vez más en su apretada vagina. Tras una buena cantidad de envites, consiguió que sus labios tocaran sus huevos. A partir de ese momento comenzó a cabalgarlo como si en ello le fuera la vida, y durante todo ese tiempo, lo único que se podía oir en la habitación era el chapoteo al entrechocar sus sexos, y los maullidos de placer de ella. Pese a sus ansias de placer, notaba como sus brazos, apoyados en los hombros del hombre flaqueaban, y hubiera caído hacia delante de no ser por las manos que copaban sus tetas redondas y pesadas. El ritmo se aceleró, y luego menguó mientras ella gozaba de otro orgasmo, crispada y apretando aquella polla, mientras él notaba un gusto indecible al escurrirse los jugos de hembra hasta empapar sus huevos.
Mareada por el éxtasis que la invadía, ella no fue consciente de como se desmontaba y quedaba tumbada boca abajo en la cama; sólo se percató nuevamente del placer cuando, abrazada a un cojín, notó como nuevamente la penetraban con sus rodillas clavadas a la cama. Al principio intentó moverse de forma acompasada, pero debido al cansancio fue ya incapaz de conseguirlo. Tampoco era que importase mucho, ya que después de lo que serían quizás unos cinco minutos empezó a notar unas metidas mucho más fuertes, que sólo podían anunciar la inminente corrida del hombre.
En lugar de eso, notó como su rajita se quedaba vacía, y fue como si le hubieran quitado una golosina de la boca. Al instante la voltearon, de forma que quedó boca arriba y, mientras dos fuertes manos mantenían separadas sus piernas, volvió a ser penetrada, esta vez con mucha más facilidad, pero no con menos placer. Las arremetidas ganaron más aún en dureza y pasaron de ser espaciadas a aceleradas. Un gruñido de gusto y los ojos cerrados con fuerza del macho que la follaba la previnieron por apenas dos segundos de la sensación pegajosa y cálida del semen desparramándose por el interior de su vagina. Durante casi medio minuto las descargas continuaron, pero la follada no finalizó hasta que notó como aquel trozo de carne volvía a quedarse fláccido.
Un beso, tierno y húmedo, de unos labios de seda, la acompañó mientras se sumía en un profundo letargo.
Hacía unas dos horas se había despertado en aquella cama con sólo su ropa interior.
Con los ojos vendados.
Atada de pies y manos.
Había gritado y gritado pidiendo ayuda, pero hasta hacía diez minutos nadie había parecido oirla. Sin embargo, en lugar de ayudarla, le habían quitado el tanga. Cuando se revolvió, hasta el punto de lastimarse las muñecas, pensando que la iban a violar, quienquiera que fuese le había humedecido el pubis y sus labios vaginales con agua tibia y algo que parecía espuma. Inmediatamente después, se puso a rasurarla.
Y ahora que le había hablado, estaba segura de que era un hombre.
-¿Por qué me estás haciendo esto? - le preguntó; pero como todas las veces anteriores no obtuvo respuesta.
No tuvo más remedio que quedarse quieta mientras terminaba, lo cual no llevo mucho, dada su escasez de vello. Seguidamente notó la frescura de una toallita al limpiarla del exceso de espuma.
-Precioso - dijo el hombre. A ella casi le pareció un suspiro. Nunca había estado particularmente orgullosa del aspecto externo de su sexo, pero los pocos hombres con los que había mantenido relaciones sexuales se habían mostrado encantados por lo apretada que estaba. Ella, en cambio, siempre había estado más satisfecha por sus tetas. Le encantaba que se las mirasen y aún más que se sentasen encima de suyo para tocárselas.
Como si aquel hombre le hubiese leído el pensamiento, se colocó a horcajadas sobre su estomago, piel sobre piel.
Aún no se había hecho a la idea de que lo tenía desnudo sobre ella cuando le quitaron la venda de los ojos y lo pudo ver. Efectivamente, sin nada de ropa, con su piel morena y depilada brillante, perlada de sudor, y con ojos que parecían devorarla.
La miró directamente a los ojos mientras con un dedo acariciaba la piel de su seno izquierdo al filo de su sosten. Y no dejó de mirarla ni tan siquiera cuando uso la navaja de afeitar para cortar las tiras de los hombros y la unión entre las copas. Entonces pasó a contemplar sus grandes tetas naturales y un escalofrío, medio de miedo medio de excitación, le recorrió la espalda cuando aquel hombre se relamió.
Sin perder un segundo le arrancó por completo el sujetador y lo arrojó al suelo, en tanto que ella por primera vez se fijaba en la polla del hombre que sin duda la iba a violar; no la más larga que había visto pero era de lejos la más gruesa, circuncidada y erecta.
Para confirmar sus sospechas, se bajó de encima suyo y se arrodilló entre sus piernas. Entonces se inclinó hacia delante, apoyando sus manos junto a sus axilas. Durante un instante se revolvió de nuevo, pero en cuanto se dio cuenta de la futilidad de sus movimientos, se resignó. Relajó sus brazos y sus piernas, apretó sus ojos y esperó el doloroso momento de la penetración.
En lugar de eso notó como una boca rodeaba su pezón derecho y succionaba y lamía con ganas. Abrió los ojos y vio a aquel hombre haciendo ruidos húmedos, suspirando cada vez que cambiaba de pezón. Y se sorprendió al darse cuenta de que lo miraba con los ojos semicerrados y con la boca abierta. Apoyando su pecho contra el estómago de ella, usó las manos para coparle las tetas, y mientras se dedicaba con ansia a lamer toda su teta izquierda, empujó con fuerza pero delicadamente su teta derecha hasta poner el pezón al alcance de su boca, mientras la miraba, chupando y mordisqueando. Ella aceptó la invitación de saborear su propio cuerpo con más lujuria de la que se creía capaz y durante un delicioso minuto los dos succionaron ávidamente. Ella se soltó con un gemido ante una chupada particularmente fuerte, pero él le ofreció esta vez la teta izquierda mientras él se dedicaba a la derecha. Cuando al cabo de un par de minutos se soltó nuevamente, fue al sentir la humedad y el calor de un orgasmo creciendo en su bajo vientre. Suave, pero infinitamente más intenso que los que había sentido masturbándose en los dos últimos años. Para ayudarla a completarlo, mientras le seguía chupando, le pellizcó el pezón que ella acababa de soltar. Ahora los tenía marrones y marcadísimos, a diferencia de lo rosados que los tenía normalmente. Gimiendo, vio como se separaba de ella y ponía unos cojines debajo de sus caderas, y sin darle tiempo a recuperar el aliento empezó a explorar su rajita con sus dedos, acariciando primero sus labios externos, y luego entre ellos, abriéndola suavemente y dejando paso a su humedad interior.
Indecisa entre si cerrar las piernas o abrirlas cuanto pudiese, sus ataduras la mantuvieron inmóvil mientras una hábil lengua paladeaba sus jugos y besaba el lado interior de sus muslos. Las manos de aquel hombre no se estaban quietas, acariciaban con frenesí sus caderas y su vientre, sus tetas y sus piernas, pero su lengua se movía con una insoportable lentitud, profundizando apenas, y sin llegar nunca a su clítoris. Gradualmente los movimientos de ella dejaron de ser bruscos y empezó a contonearse, a gemir; hacía años que nadie la comía tan bien y quería que aquello durara todo el tiempo posible, pero a la vez no soportaba aquel ritmo tan suave, quería que se dedicase de una vez a su cl...
Nuevamente, adelantándose a su deseo, las manos abrieron sus recién depilados labios, dejando al descubierto su hinchado clítoris, volviendo a desaparecer al instante en el interior de aquella boca glotona, una boca que le dio el mismo trato que le había dado a sus pezones unos minutos antes. Dada su inmovilidad de piernas, empezó un movimiento giratorio de caderas, movimiento que él acompasó para darle más placer. No transcurrió mucho antes de que un nuevo orgasmo la inundase, haciéndola temblar de placer; Sin embargo, parar en aquel momento no parecía figurar en sus planes; con un ritmo cada vez más enérgico, las lamidas continuaron, y no se detuvieron hasta haber conseguido llevarla al clímax por tercera vez.
Agotada, le pareció ver borrosamente como quitaba los cojines de bajo sus caderas y se hacía de nuevo con la navaja; tranquilamente, la abrió y la usó para cortar las ataduras de sus piernas. Ella cerró y dobló las piernas, pero él se levantó sobre ella y se sentó justo debajo de sus tetas. Mientras acomodaba su polla entre ellas dejó caer un hilillo de saliva sobre su piel, y al mirarla sonrió, dándose cuenta de que ella misma había estado sonriendo boquiabierta aquellos instantes. Él juntó con firmeza sus tetas y comenzó a follárselas con lentitud hipnótica. Apenas podían apartar la mirada el uno del otro, pero cuando lo hacían él miraba sus voluptuosos senos y ella miraba como aquel trozo de carne, duro como una barra de hierro asomaba y se volvía a ocultar. Unos diez minutos más tarde, él se situó sobre su cuello y, empujando hacia abajo la polla desde su base, la puso al alcance de sus labios.
Hace media hora para ella hubiese resultado impensable, pero ahora empezó a besar y luego a lamer el capullo, animada por los suspiros que emitía aquel hombre. Cuando la búsqueda de placer lo hizo inclinarse más sobre ella, engulló hasta más de la mitad aquella gruesa polla, ya tan excitada que apenas si se impresionó por la cantidad que se metía.
Los jadeos fueron en aumento hasta el punto en que la excitación del hombre hizo que acompañara con un movimiento de penetración las succiones y lamidas que ella realizaba. Durante aquellos segundos se le pasaron por la cabeza muchas cosas: lo musculoso y fibrado que era el cuerpo de este macho, la suavidad y a la vez dureza de su miembro viril, el olor almizcleño que inundaba la habitación gracias a sus propios orgasmos...
Sólo una cosa no se le ocurrió: Sacarse la polla de la boca; y entonces ocurrió.
Sintió la rigidez de la eyaculación por dos veces sin llegar a sentir ninguna descarga. A la tercera vez, en vez de notar como salía disparada, fue como si la leche fluyera sobre su lengua, ardiente y espesísima, y se deslizara hasta su garganta. Sin darse cuenta, había hecho lo que nunca antes. Cuando la polla salió de su boca, estaba completamente limpia; y al abrir él su propia boca, ella la abrió también, enseñándole la lengua y mostrándole que no quedaba más rastro que unos escasos hilos entre su lengua y su paladar.
Finalmente cortó las cuerdas de sus brazos y se tumbó a su lado. Durante un momento de duda, ella no supo si huir o si abrazarlo; pero se decidió rápido. Aquel hombre le había dado un placer mayor que el resto de los que había conocido, así que esta vez le tocó a ella sentarse a horcajadas sobre su vientre, inclinarse hacia delante... y besarlo. Se moría de ganas de hacerlo desde el momento en que aquellos labios sensuales comenzaron a chuparle los pezones. Ahora era su turno de jugar con SUS pezones.
Untándose las palmas de la mano de saliva, los frotó superficialmente y luego los lamió uno a uno con la punta de su lengua; Pero el tiempo de la delicadeza duró poco, y recordando como había estado atada hasta hacía unos momentos, chupó y mordió con fuerza, de modo que a él se le escaparon unos quejidos deliciosos. Se sentía tan excitada por su dominio como lo había estado antes por su indefensión. Al echarse hacia atrás notó la polla casi completamente erecta contra sus nalgas, así que se levantó de nuevo y se situó entre las piernas. Allí le lamió los huevos y se los metió en la boca, chupeteandolos; al sacarlos cubiertos de saliva, los amasó hasta ver que su sexo adquiría una dureza considerable.
Para terminar la puesta a punto, se sentó sobre sus piernas, de forma que su pubis quedaba pegado a la base de la polla, dando la impresión que salía de ella. Rodeó el tronco tanto como pudo, con una mano justo encima de la otra y empezó a masturbarle, con sacudidas vigorosas; unas gotitas de semen que habían quedado en el interior asomaron entonces, y cuando ella las recogió con sus dedos, vió la boca abierta del hombre, así que llevó hasta ésta aquella leche que él sorbió con deleite.
Al fin llegó el momento de la verdad; nada de aquel grosor la había penetrado antes, pero tenía la ventaja de estar lubricada como nunca. Se aguantó de rodillas mientras sujetaba con su mano derecha la polla, y usaba la izquierda para apoyarse en el torso de su propietario. Entró con facilidad unos pocos centímetros, pero tuvo que hacer fuerza para que se deslizara más dentro, poco a poco. Cuando casi la mitad había hecho el recorrido, empezó a montarlo con cuidado, introduciéndolo cada vez más en su apretada vagina. Tras una buena cantidad de envites, consiguió que sus labios tocaran sus huevos. A partir de ese momento comenzó a cabalgarlo como si en ello le fuera la vida, y durante todo ese tiempo, lo único que se podía oir en la habitación era el chapoteo al entrechocar sus sexos, y los maullidos de placer de ella. Pese a sus ansias de placer, notaba como sus brazos, apoyados en los hombros del hombre flaqueaban, y hubiera caído hacia delante de no ser por las manos que copaban sus tetas redondas y pesadas. El ritmo se aceleró, y luego menguó mientras ella gozaba de otro orgasmo, crispada y apretando aquella polla, mientras él notaba un gusto indecible al escurrirse los jugos de hembra hasta empapar sus huevos.
Mareada por el éxtasis que la invadía, ella no fue consciente de como se desmontaba y quedaba tumbada boca abajo en la cama; sólo se percató nuevamente del placer cuando, abrazada a un cojín, notó como nuevamente la penetraban con sus rodillas clavadas a la cama. Al principio intentó moverse de forma acompasada, pero debido al cansancio fue ya incapaz de conseguirlo. Tampoco era que importase mucho, ya que después de lo que serían quizás unos cinco minutos empezó a notar unas metidas mucho más fuertes, que sólo podían anunciar la inminente corrida del hombre.
En lugar de eso, notó como su rajita se quedaba vacía, y fue como si le hubieran quitado una golosina de la boca. Al instante la voltearon, de forma que quedó boca arriba y, mientras dos fuertes manos mantenían separadas sus piernas, volvió a ser penetrada, esta vez con mucha más facilidad, pero no con menos placer. Las arremetidas ganaron más aún en dureza y pasaron de ser espaciadas a aceleradas. Un gruñido de gusto y los ojos cerrados con fuerza del macho que la follaba la previnieron por apenas dos segundos de la sensación pegajosa y cálida del semen desparramándose por el interior de su vagina. Durante casi medio minuto las descargas continuaron, pero la follada no finalizó hasta que notó como aquel trozo de carne volvía a quedarse fláccido.
Un beso, tierno y húmedo, de unos labios de seda, la acompañó mientras se sumía en un profundo letargo.
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