Quienes sigan mis relatos deben saber que trabajo en una compañía de seguros y que una de mis frases de cabecera siempre fue: “Donde se come no se coge”, o sea que nada de andar metiéndose con compañeros de trabajo o clientes de la empresa, lo cuál pude sostener por bastante tiempo… hasta que caí en la tentación. Primero fue un policía que se queda de custodia después de bajar la persiana, luego el cadete de la compañía, posteriormente un cliente, uno de los tantos taxistas que vienen a diario a asegurar sus vehículos, y hasta mi jefa cayó en la volteada. Con respecto a ellos no voy a dar mayores precisiones, ya que posteriormente pienso escribir un relato acerca de cómo siguió cada una de estas relaciones, en esta ocasión quiero centrarme en David. Así se llama. 45 años, casado, tres hijos, lo sé porque yo misma le tomé los datos para completarle el seguro. Según me dijo tiene una pequeña flota de cuatro unidades, alguien le recomendó nuestra compañía y decidió pasar uno para hacer la prueba.
-Pero ahora me parece que mañana mismo traigo los otros tres- me dijo guiñándome un ojo, seductor, cautivante.
No pude evitar sonreírle.
-Entonces te voy a estar esperando- le dije.
-Esa es la condición, los traigo si vos misma me hacés todos los papeles- repuso.
-Con todo gusto- asentí.
Como no iba a estarlo, a mayor cantidad de seguros, mayor comisión, aunque debo admitir que mi interés en este nuevo socio venía por otro lado. Había algo en él, cierto magnetismo primigenio y animal que me resultaba por demás irresistible. No se trata de un churro bárbaro, como quizás puedan llegar a imaginarse, aunque tampoco esta nada mal. Quienes me conocen saben que cuándo de hombres se trata, por lo menos en lo que a mí respecta, la pinta es lo de menos. Lo que busco en un hombre es que me haga sentir mujer sin siquiera tocarme, tan solo con un gesto, una mirada, las personas como nosotros, tan sexuales, tan pasionales, nos entendemos sin necesidad de palabra alguna, cuándo nos encontramos se establece como una conexión, como algo que flota en el aire y que nos hace sentir que somos animales de la misma entraña. Algo así me pasa con David.
Luego de completar todo lo inherente al seguro, salimos a tomarle las correspondientes fotos al vehículo. Estaba en la esquina, algo alejado de la oficina, por lo que entendí que esa era una buena oportunidad para hacer alguna travesura. Llegamos, le saque la fotos de frente, de atrás, de los laterales, también del motor y cuándo llegó el momento de fotografiar el interior, me metí adentro en una forma digamos… poco convencional, tanto es así que prácticamente quede en cuatro, con la colita apuntando hacia él, mientras le sacaba fotos al tablero. Cuándo salí lo noté algo acalorado, pese a que el día estaba frío y ventoso.
-Bueno, listo, espero a los choferes entonces- le dije al salir.
-Eh… si… mañana mismo pasan, si puedo te mando alguno hoy- repuso tratando de disimular el impacto.
Nos despedimos con un apretón de manos, un beso en la mejilla, y cada cuál a lo suyo, él a su taxi, y yo a la oficina, aunque confieso que a partir de entonces comencé a sentirme algo… inquieta. No sabía por que, hasta que me di cuenta. Era David. No podía dejar de pensar en él. A veces me pasa esto de engancharme con un tipo y no poder sacármelo de la cabeza hasta que consigo coger con él. ¿Pero que podía hacer? No podía llamarlo y decirle que me había dejado impactada. Así que trate de concentrarme en mi trabajo y olvidarme de ese hombre que me había puesto en una posición tan susceptible. A las seis en punto, guardé todas mis cosas, me fui a cambiar, me despedí de mis compañeras y salí de la oficina. Hacía mucho frío. Me subí el cuello del tapado y me dirigí hacia la parada del colectivo. En la esquina espere a que el semáforo cambiara de luz. En eso se detiene un taxi justo en donde yo estoy parada. Pero si yo no llamé a ningún taxi, fue lo primero que pensé, me incline entonces para decirle que se había equivocado, que yo no lo detuve, cuándo… ¿con quién me encuentro?... si… con David.
-¿Qué hacés todavía por acá?- le pregunté sorprendida.
-Tenía algunas cosas que hacer por la zona- me dijo, lo cuál era mentira, claro, pero no se lo hice notar.
-Pero que suerte encontrarte, ni que lo hubiéramos buscado- continua, sonriéndose.
-Lo mismo digo, no me estarás siguiendo, ¿no?- bromeo.
-Jajaja… no, que va, ¿no crees en las casualidades?- se ríe.
-Una vez escuche que la casualidad es un deseo que se hace realidad- le dije, lo inventé en el momento, pero era lo justo para hacerle entender mis intenciones. No fue necesario más.
-¿Te puedo alcanzar hasta tu casa?- me preguntó entonces.
-Con este frío ese es un ofrecimiento que no puedo rechazar- le dije y me subí a su taxi.
Aunque ya nos habíamos visto hacia unas pocas horas, nos volvimos a saludar con un beso en la mejilla, aunque esta vez muy cerca de la comisura de los labios. Sin necesidad de exponer nada, ambos sabíamos muy bien lo que queríamos. Enseguida se puso en marcha y sin siquiera preguntarme por donde vivía tomó un rumbo determinado.
-Todavía no me preguntaste mi dirección- le recordé a las pocas cuadras.
-Los dos sabemos que no vamos a tu casa, por lo menos por ahora, ¿o no?- me dice.
-¿Acaso me estás secuestrando?- le replique con una sonrisa, que más que rechazo implicaba complicidad.
-¿Te gustaría?- me dice.
-Bueno, si el secuestro no me hace llegar a casa más tarde de las nueve, puede llegar a gustarme- le aclaré.
-Te prometo que vas a llegar antes- me aseguro -¿Qué decís?-
Hice como que meditaba mi respuesta por un momento. Finalmente saque mi celular y llamé a mi marido, a la vez que le hacía un gesto a David de que guardara silencio.
-Hola amor, ¿Dónde estás?- salude a mi esposo cuándo me contestó. Me dijo que estaba con unos amigos. –Mandales saludos, si, te llamaba porque tenía ganas de ir a ver a mi tío, ¿no te molesta?, sos un divino, si, no te preocupés, yo llevo algo de comer, besos, te quiero, no tonto, yo mucho más- le mandé un besito con ruidito y corté. David estaba que se moría de la risa.
-¿Qué pasa?- le pregunté.
-No, nada, me encantan las minas como vos, que la tienen así, tan clara- asintió.
-Vos también la tenés bastante clara, ¿Cómo sabías que no te iba a mandar a pasear?- le pregunté.
-Cuando sacabas las fotos, al meterte en el auto… esa colita pedía a gritos una pija- me confió a la vez que con una mano se agarraba el bulto.
No me quede atrás y se lo agarré yo también: -¡Y que pija!- exclamé al sentirla ya palpitante y endurecida.
Cuándo quise darme cuenta ya nos estábamos metiendo en el garaje de un albergue transitorio. Ni bien detuvo el auto, no nos pudimos aguantar y nos besamos con irrefrenable entusiasmo, manoseándonos sin recelo alguno. Al bajar, David apenas podía disimular la prominente carpa que formaba su verga por debajo del pantalón. En la habitación volvimos a trenzarnos en esa forma que revelaba nuestros deseos de comernos el uno al otro. Sus manos se apropiaron rápidamente de mi colita, apretándomela mientras me retenía junto a su cuerpo, sin dejar de besarme con lengua y todo. Al separarnos, subió hasta mis pechos y también me los apretó y mordió bruscamente por encima de la ropa. Me gusta que me chupen las tetas, es una de mis debilidades, por lo que enseguida me saque la blusa, me baje el corpiño y se las ofrecí en bandeja, para que se empalagara a su gusto. Ni bien verlas se lanzó sobre ellas y me las devoró, me mordió los pezones y luego me chupó y lamió todo el resto, haciendo que se me pusieran bien duras y palpitantes.
-¡Así papito… comeme toda… dale…!- le decía mientras le acariciaba la cabeza y lo atraía aún más hacia mí.
Así, entre besos, caricias y chuponeos varios, caímos sobre la cama, enredados, frotándonos el uno contra el otro, y ahí, en cuestión de segundos, terminamos de desnudarnos, mientras yo me sacaba la bombacha, última prenda que impedía mi desnudez completa, observaba de reojo como él terminaba de sacarse el calzoncillo, y cuándo lo hizo… ¡Mamma mía!... la verga se erigió en pleno estado de ebullición, ostentando una pronunciada comba que hacia que la cabeza apuntara hacia arriba… y hablando de cabeza… la tenía casi amoratada, parecía que toda la sangre del cuerpo se había acumulado en esa parte suya, inflándola hasta duplicar prácticamente el diámetro del resto del tronco.
-¡Tomá putita, toda para vos!- me dijo al subirse a la cama y enfilar su potente poronga hacia mí.
Me recosté en la cama y abriendo la boca me dispuse a recibirla. No tardó nada en metérmela, ahogándome casi con su prominente volumen, así y todo cerré mis labios en torno a tan agradable carnosidad y me puse a chupársela con todas mis ganas. Podía sentir la dureza, la pegajosidad, las venas en relieve palpitando con frenesí. Mientras yo se la chupaba, él me acariciaba las tetas y hasta me metía los dedos en la concha, metiéndome el índice y el medio de una de sus manos casi hasta los nudillos, los metía y sacaba a un ritmo feroz, haciéndome saltar el flujo en una forma que evidenciaba la calentura que tenía encima.
Aquella verga era suprema, deliciosa, imponente, de ratos me la sacaba de la boca y la hacía resbalar por mis labios para dedicarme un momento a sus huevos, llenos, calientes, entumecidos, le pasaba la lengua también por el periné, esa zona que resulta tan sensible y que producía en su cuerpo un notable estremecimiento cuándo lo hacía. Tenía ganas también de meterle la lengua en el culo, de hacerle un beso negro, pero me contuve. No sabía como podría llegar a reaccionar, algunos hombres son muy reacios a tales prácticas, así que seguí recorriendo esa zona hasta que volví a subir por sus huevos, siempre hacia arriba, besando y lamiendo todo a mi paso, para llegar a la cima y volver a comerme ese pedazo monumental.
De a poquito e intuyendo quizás mis propias necesidades, se fue ubicando encima de mí, pero al revés, o sea formando un 69, por lo que mientras yo seguía empalagándome con su verga, él empezó a comerme la concha en una forma que revelaba su vasta experiencia en tal oficio. Mi cuerpo todo temblaba y se estremecía ante el avance de esa lengua que describía círculos concéntricos y se introducía entre mis pliegues cada vez más húmedos y calientes. Entonces, de pronto, empezó a mover su pelvis de forma que ahora no era yo la que me comía su verga, sino él quién me la hacía comer, hundiéndomela casi hasta la garganta. Sentía que me llegaba incluso hasta más allá de la campanilla, pero eso no me importaba, estaba tan rica, tan dura, tan calentita, tan jugosa, que no me hubiera importado que me partiera la mandíbula si con eso podía saborear aún más plenamente tan delicioso manjar.
Cuándo me la sacó de la boca, la pija chorreaba una mezcla de fluidos y saliva que se esparció por toda mi cara y parte de mi cuerpo. Me limpié con una mano y me abrí de piernas esperando disfrutar cuanto antes de aquello por lo que estaba ahí. David se puso el correspondiente forro, se acomodo encima de mí y mirándome con una mezcla de lujuria y perversidad me la fue metiendo en forma lenta y paulatina, haciéndomela sentir, me metía un poco, la sacaba, me la frotaba por sobre el clítoris y me volvía a meter un poco más, entonces lo mismo, la sacaba, la refregaba y más adentro todavía, hasta tenerla toda en mi interior, palpitando henchida de orgullo y pasión.
-Desde que te sentaste frente a mí para hacer el seguro supe que vos y yo íbamos a terminar así…- le dije en un susurro, mientras lo abrazaba y lo retenía junto a mi cuerpo, en el preciso instante en que él comenzaba a moverse.
Se sonrió y siguió con sus movimientos, cada vez más rápidos, cada vez más profundos, enérgicos, lacerantes, me la metía y cuándo llegaba al fondo rubricaba cada ensarte con un empujoncito final que me volvía completamente loca.
-¡Si… si… si…siiiiiiiiii…!- bramaba yo en pleno éxtasis, abriéndome toda, entregándome plenamente, sin guardarme nada, moviéndome también con él, sintiendo como mi concha se abría y se dilataba solo para él, deleitándome con los sonidos del sexo, ese PLAF-PLAF que se intensificaba cada vez más.
De a poco se fue alejando de mi cuerpo, hasta quedar prácticamente de rodillas, entonces acomodó mis piernas sobre las suyas y empezó a moverse con mayor fricción. Ahora si sentía que la pija retumbaba en mis entrañas, empujando todo más adentro todavía si ello era posible. Con las piernas bien abiertas y levantadas, mi sexo se abría en todo su esplendor para recibir esa columna de carne que me perforaba hasta lo más íntimo. David me manejaba a su antojo, penetrándome desde distintos ángulos, metiendo y sacando todo ese barrote inmenso, fortalecido, encapuchado que entraba y salía de mi cuerpo como si fuera de su propiedad, sin visa ni restricciones, no había frontera ni obstáculo que lo detuviera, avanzaba sin impedimento alguno y solo se retiraba solo para entrar con más fuerza todavía, llenándome hasta más allá de lo imaginado.
-¿Te gusta mi amor… te gusta mi pija?- me preguntaba él, mirándome siempre a la cara, sin perderse ninguno de mis gestos, los que yo esbozaba entre exaltados suspiros de placer.
-¡Si… me gusta… ahhhhhhhh… me encanta… me encanta como me cogés… mmmmmmm… siiiiiiiiii… dámela… dámela toda… como me gusta tu pija…!- le decía, buscando su boca para comérsela mientras sentía como aceleraba sus movimientos solo para complacerme.
Hay tipos a los que no les gusta que les hables mientras te cogen, solo se conforman con escucharte gemir y suspirar, otros se excitan escuchándote decirles lo bien que te la meten, lo grande que tienen la pija, que nunca te cogieron así… David es de estos últimos, y cuánto más le hablaba más se calentaba. Lo notaba en sus embestidas, en sus jadeos, en el brillo de sus ojos, en la forma en que me besaba… pura calentura… pura excitación…
Mi cuerpo era un manojo agitado y convulsionado, me movía con él, tratando de sentir cada empalada como si fuera la última, como si después de esa no hubiera nada más. Me moría del gusto, deshaciéndome en un océano de roncos y agónicos gemidos, haciendo uso de todos mis sentidos para disfrutar tan hermosa cogida.
En cuatro fue todavía mucho más duro, más brutal, me agarró de los pelos y me dio con alma y vida, sacudiéndome las nalgas a puro embiste, me tiraba la cabeza para atrás sin dejar de darme en esa forma que amenazaba con destrozarme y regar mis vísceras por sobre toda la cama… no me importaba debo decir… si ese era el precio que debía pagar por semejante goce, lo pagaría con gusto.
-Cuándo te vi sentadita en tu escritorio, tan recatadita, ni me imagine que fueras tan buena cogiendo- me dijo luego, en un breve receso. –Sos una bomba… explotás Mari-
Me reí, viniendo de él, que la tenía más que clara a la hora del sexo y la seducción, se trataba de un piropo muy bien recibido. Estábamos recostados el uno al lado del otro, reponiendo energías después de un orgasmo que casi nos deja KO. Me acerque entonces a él y lo bese. Mi beso fue bajando por su cuerpo, hasta llegar a esa nueva erección que atraía mis labios como si de un imán se tratara. La besé, la lamí, se la mordí despacito por los costados.
-¡Que buena pija tenés…!- alcancé a musitar antes de comérmela prácticamente en toda su extensión.
-¡Ahhhhhh… no solo cogés bien Mari, también la chupás como la mejor… ahhhhhhh… que mamada por Dios…!- se estremeció al sentir mis labios, mi lengua, mi paladar, mi cavidad bucal toda al servicio de su verga, la cuál recuperó en pocos segundos aquel esplendor maravilloso que tantos estragos había causado en mi intimidad.
Con la pija ya bien endurecida, palpitando orgullosa, le puse un nuevo preservativo y me le senté encima, lo cabalgué ávida y furiosamente, restregando mis pechos por toda su cara, haciendo que me las chupe, que me las muerda, sintiendo en mi vientre como toda esa energía sexual se acumulaba y concentraba pronta a estallar, aceleré mi montada, gimiendo mucho más fuerte todavía, más exaltada, el sudor me empapaba la cara pero no me importaba, seguí subiendo y bajando, buscando mi horizonte, la meta de mi vida, la razón de mi existir, hasta que… ahhhhhhhhh… ahhhhhhhhh… ahhhhhhhhhh… acabé estruendosamente, exploté en un orgasmo maravilloso que me arrancó por segundos de mi propio cuerpo para llevarme más allá, mucho más allá de mi conciencia terrenal… por ese momento me sentí en comunión con el universo, con la naturaleza, con Dios mismo, me sentí parte de un orden que no podemos entender con la razón pero si con el alma.
Cuándo volví en mí, me derrumbé sobre su cuerpo, y entre complacidos suspiros lo besé en la boca. Nuestras lenguas se unieron en un largo y jugoso agradecimiento. No hacía falta decirlo, pero ambos estábamos completamente satisfechos, complacidos a más no poder, exhaustos de tanto coger.
Lo demás es lo usual, salimos del telo, me dejo a un par de cuadras de mi casa y así nos despedimos… ¿hasta un nuevo encuentro? No sé, no me gusta repetirme, pero la pasé tan bien, lo disfrute tanto que no estaría mas hacerlo una vez más. Como dato extra y anecdótico les cuento que al otro día nomás me mandó a los chóferes para asegurar el resto de su flota, por lo menos cumplió con su palabra.
Besos.
-Pero ahora me parece que mañana mismo traigo los otros tres- me dijo guiñándome un ojo, seductor, cautivante.
No pude evitar sonreírle.
-Entonces te voy a estar esperando- le dije.
-Esa es la condición, los traigo si vos misma me hacés todos los papeles- repuso.
-Con todo gusto- asentí.
Como no iba a estarlo, a mayor cantidad de seguros, mayor comisión, aunque debo admitir que mi interés en este nuevo socio venía por otro lado. Había algo en él, cierto magnetismo primigenio y animal que me resultaba por demás irresistible. No se trata de un churro bárbaro, como quizás puedan llegar a imaginarse, aunque tampoco esta nada mal. Quienes me conocen saben que cuándo de hombres se trata, por lo menos en lo que a mí respecta, la pinta es lo de menos. Lo que busco en un hombre es que me haga sentir mujer sin siquiera tocarme, tan solo con un gesto, una mirada, las personas como nosotros, tan sexuales, tan pasionales, nos entendemos sin necesidad de palabra alguna, cuándo nos encontramos se establece como una conexión, como algo que flota en el aire y que nos hace sentir que somos animales de la misma entraña. Algo así me pasa con David.
Luego de completar todo lo inherente al seguro, salimos a tomarle las correspondientes fotos al vehículo. Estaba en la esquina, algo alejado de la oficina, por lo que entendí que esa era una buena oportunidad para hacer alguna travesura. Llegamos, le saque la fotos de frente, de atrás, de los laterales, también del motor y cuándo llegó el momento de fotografiar el interior, me metí adentro en una forma digamos… poco convencional, tanto es así que prácticamente quede en cuatro, con la colita apuntando hacia él, mientras le sacaba fotos al tablero. Cuándo salí lo noté algo acalorado, pese a que el día estaba frío y ventoso.
-Bueno, listo, espero a los choferes entonces- le dije al salir.
-Eh… si… mañana mismo pasan, si puedo te mando alguno hoy- repuso tratando de disimular el impacto.
Nos despedimos con un apretón de manos, un beso en la mejilla, y cada cuál a lo suyo, él a su taxi, y yo a la oficina, aunque confieso que a partir de entonces comencé a sentirme algo… inquieta. No sabía por que, hasta que me di cuenta. Era David. No podía dejar de pensar en él. A veces me pasa esto de engancharme con un tipo y no poder sacármelo de la cabeza hasta que consigo coger con él. ¿Pero que podía hacer? No podía llamarlo y decirle que me había dejado impactada. Así que trate de concentrarme en mi trabajo y olvidarme de ese hombre que me había puesto en una posición tan susceptible. A las seis en punto, guardé todas mis cosas, me fui a cambiar, me despedí de mis compañeras y salí de la oficina. Hacía mucho frío. Me subí el cuello del tapado y me dirigí hacia la parada del colectivo. En la esquina espere a que el semáforo cambiara de luz. En eso se detiene un taxi justo en donde yo estoy parada. Pero si yo no llamé a ningún taxi, fue lo primero que pensé, me incline entonces para decirle que se había equivocado, que yo no lo detuve, cuándo… ¿con quién me encuentro?... si… con David.
-¿Qué hacés todavía por acá?- le pregunté sorprendida.
-Tenía algunas cosas que hacer por la zona- me dijo, lo cuál era mentira, claro, pero no se lo hice notar.
-Pero que suerte encontrarte, ni que lo hubiéramos buscado- continua, sonriéndose.
-Lo mismo digo, no me estarás siguiendo, ¿no?- bromeo.
-Jajaja… no, que va, ¿no crees en las casualidades?- se ríe.
-Una vez escuche que la casualidad es un deseo que se hace realidad- le dije, lo inventé en el momento, pero era lo justo para hacerle entender mis intenciones. No fue necesario más.
-¿Te puedo alcanzar hasta tu casa?- me preguntó entonces.
-Con este frío ese es un ofrecimiento que no puedo rechazar- le dije y me subí a su taxi.
Aunque ya nos habíamos visto hacia unas pocas horas, nos volvimos a saludar con un beso en la mejilla, aunque esta vez muy cerca de la comisura de los labios. Sin necesidad de exponer nada, ambos sabíamos muy bien lo que queríamos. Enseguida se puso en marcha y sin siquiera preguntarme por donde vivía tomó un rumbo determinado.
-Todavía no me preguntaste mi dirección- le recordé a las pocas cuadras.
-Los dos sabemos que no vamos a tu casa, por lo menos por ahora, ¿o no?- me dice.
-¿Acaso me estás secuestrando?- le replique con una sonrisa, que más que rechazo implicaba complicidad.
-¿Te gustaría?- me dice.
-Bueno, si el secuestro no me hace llegar a casa más tarde de las nueve, puede llegar a gustarme- le aclaré.
-Te prometo que vas a llegar antes- me aseguro -¿Qué decís?-
Hice como que meditaba mi respuesta por un momento. Finalmente saque mi celular y llamé a mi marido, a la vez que le hacía un gesto a David de que guardara silencio.
-Hola amor, ¿Dónde estás?- salude a mi esposo cuándo me contestó. Me dijo que estaba con unos amigos. –Mandales saludos, si, te llamaba porque tenía ganas de ir a ver a mi tío, ¿no te molesta?, sos un divino, si, no te preocupés, yo llevo algo de comer, besos, te quiero, no tonto, yo mucho más- le mandé un besito con ruidito y corté. David estaba que se moría de la risa.
-¿Qué pasa?- le pregunté.
-No, nada, me encantan las minas como vos, que la tienen así, tan clara- asintió.
-Vos también la tenés bastante clara, ¿Cómo sabías que no te iba a mandar a pasear?- le pregunté.
-Cuando sacabas las fotos, al meterte en el auto… esa colita pedía a gritos una pija- me confió a la vez que con una mano se agarraba el bulto.
No me quede atrás y se lo agarré yo también: -¡Y que pija!- exclamé al sentirla ya palpitante y endurecida.
Cuándo quise darme cuenta ya nos estábamos metiendo en el garaje de un albergue transitorio. Ni bien detuvo el auto, no nos pudimos aguantar y nos besamos con irrefrenable entusiasmo, manoseándonos sin recelo alguno. Al bajar, David apenas podía disimular la prominente carpa que formaba su verga por debajo del pantalón. En la habitación volvimos a trenzarnos en esa forma que revelaba nuestros deseos de comernos el uno al otro. Sus manos se apropiaron rápidamente de mi colita, apretándomela mientras me retenía junto a su cuerpo, sin dejar de besarme con lengua y todo. Al separarnos, subió hasta mis pechos y también me los apretó y mordió bruscamente por encima de la ropa. Me gusta que me chupen las tetas, es una de mis debilidades, por lo que enseguida me saque la blusa, me baje el corpiño y se las ofrecí en bandeja, para que se empalagara a su gusto. Ni bien verlas se lanzó sobre ellas y me las devoró, me mordió los pezones y luego me chupó y lamió todo el resto, haciendo que se me pusieran bien duras y palpitantes.
-¡Así papito… comeme toda… dale…!- le decía mientras le acariciaba la cabeza y lo atraía aún más hacia mí.
Así, entre besos, caricias y chuponeos varios, caímos sobre la cama, enredados, frotándonos el uno contra el otro, y ahí, en cuestión de segundos, terminamos de desnudarnos, mientras yo me sacaba la bombacha, última prenda que impedía mi desnudez completa, observaba de reojo como él terminaba de sacarse el calzoncillo, y cuándo lo hizo… ¡Mamma mía!... la verga se erigió en pleno estado de ebullición, ostentando una pronunciada comba que hacia que la cabeza apuntara hacia arriba… y hablando de cabeza… la tenía casi amoratada, parecía que toda la sangre del cuerpo se había acumulado en esa parte suya, inflándola hasta duplicar prácticamente el diámetro del resto del tronco.
-¡Tomá putita, toda para vos!- me dijo al subirse a la cama y enfilar su potente poronga hacia mí.
Me recosté en la cama y abriendo la boca me dispuse a recibirla. No tardó nada en metérmela, ahogándome casi con su prominente volumen, así y todo cerré mis labios en torno a tan agradable carnosidad y me puse a chupársela con todas mis ganas. Podía sentir la dureza, la pegajosidad, las venas en relieve palpitando con frenesí. Mientras yo se la chupaba, él me acariciaba las tetas y hasta me metía los dedos en la concha, metiéndome el índice y el medio de una de sus manos casi hasta los nudillos, los metía y sacaba a un ritmo feroz, haciéndome saltar el flujo en una forma que evidenciaba la calentura que tenía encima.
Aquella verga era suprema, deliciosa, imponente, de ratos me la sacaba de la boca y la hacía resbalar por mis labios para dedicarme un momento a sus huevos, llenos, calientes, entumecidos, le pasaba la lengua también por el periné, esa zona que resulta tan sensible y que producía en su cuerpo un notable estremecimiento cuándo lo hacía. Tenía ganas también de meterle la lengua en el culo, de hacerle un beso negro, pero me contuve. No sabía como podría llegar a reaccionar, algunos hombres son muy reacios a tales prácticas, así que seguí recorriendo esa zona hasta que volví a subir por sus huevos, siempre hacia arriba, besando y lamiendo todo a mi paso, para llegar a la cima y volver a comerme ese pedazo monumental.
De a poquito e intuyendo quizás mis propias necesidades, se fue ubicando encima de mí, pero al revés, o sea formando un 69, por lo que mientras yo seguía empalagándome con su verga, él empezó a comerme la concha en una forma que revelaba su vasta experiencia en tal oficio. Mi cuerpo todo temblaba y se estremecía ante el avance de esa lengua que describía círculos concéntricos y se introducía entre mis pliegues cada vez más húmedos y calientes. Entonces, de pronto, empezó a mover su pelvis de forma que ahora no era yo la que me comía su verga, sino él quién me la hacía comer, hundiéndomela casi hasta la garganta. Sentía que me llegaba incluso hasta más allá de la campanilla, pero eso no me importaba, estaba tan rica, tan dura, tan calentita, tan jugosa, que no me hubiera importado que me partiera la mandíbula si con eso podía saborear aún más plenamente tan delicioso manjar.
Cuándo me la sacó de la boca, la pija chorreaba una mezcla de fluidos y saliva que se esparció por toda mi cara y parte de mi cuerpo. Me limpié con una mano y me abrí de piernas esperando disfrutar cuanto antes de aquello por lo que estaba ahí. David se puso el correspondiente forro, se acomodo encima de mí y mirándome con una mezcla de lujuria y perversidad me la fue metiendo en forma lenta y paulatina, haciéndomela sentir, me metía un poco, la sacaba, me la frotaba por sobre el clítoris y me volvía a meter un poco más, entonces lo mismo, la sacaba, la refregaba y más adentro todavía, hasta tenerla toda en mi interior, palpitando henchida de orgullo y pasión.
-Desde que te sentaste frente a mí para hacer el seguro supe que vos y yo íbamos a terminar así…- le dije en un susurro, mientras lo abrazaba y lo retenía junto a mi cuerpo, en el preciso instante en que él comenzaba a moverse.
Se sonrió y siguió con sus movimientos, cada vez más rápidos, cada vez más profundos, enérgicos, lacerantes, me la metía y cuándo llegaba al fondo rubricaba cada ensarte con un empujoncito final que me volvía completamente loca.
-¡Si… si… si…siiiiiiiiii…!- bramaba yo en pleno éxtasis, abriéndome toda, entregándome plenamente, sin guardarme nada, moviéndome también con él, sintiendo como mi concha se abría y se dilataba solo para él, deleitándome con los sonidos del sexo, ese PLAF-PLAF que se intensificaba cada vez más.
De a poco se fue alejando de mi cuerpo, hasta quedar prácticamente de rodillas, entonces acomodó mis piernas sobre las suyas y empezó a moverse con mayor fricción. Ahora si sentía que la pija retumbaba en mis entrañas, empujando todo más adentro todavía si ello era posible. Con las piernas bien abiertas y levantadas, mi sexo se abría en todo su esplendor para recibir esa columna de carne que me perforaba hasta lo más íntimo. David me manejaba a su antojo, penetrándome desde distintos ángulos, metiendo y sacando todo ese barrote inmenso, fortalecido, encapuchado que entraba y salía de mi cuerpo como si fuera de su propiedad, sin visa ni restricciones, no había frontera ni obstáculo que lo detuviera, avanzaba sin impedimento alguno y solo se retiraba solo para entrar con más fuerza todavía, llenándome hasta más allá de lo imaginado.
-¿Te gusta mi amor… te gusta mi pija?- me preguntaba él, mirándome siempre a la cara, sin perderse ninguno de mis gestos, los que yo esbozaba entre exaltados suspiros de placer.
-¡Si… me gusta… ahhhhhhhh… me encanta… me encanta como me cogés… mmmmmmm… siiiiiiiiii… dámela… dámela toda… como me gusta tu pija…!- le decía, buscando su boca para comérsela mientras sentía como aceleraba sus movimientos solo para complacerme.
Hay tipos a los que no les gusta que les hables mientras te cogen, solo se conforman con escucharte gemir y suspirar, otros se excitan escuchándote decirles lo bien que te la meten, lo grande que tienen la pija, que nunca te cogieron así… David es de estos últimos, y cuánto más le hablaba más se calentaba. Lo notaba en sus embestidas, en sus jadeos, en el brillo de sus ojos, en la forma en que me besaba… pura calentura… pura excitación…
Mi cuerpo era un manojo agitado y convulsionado, me movía con él, tratando de sentir cada empalada como si fuera la última, como si después de esa no hubiera nada más. Me moría del gusto, deshaciéndome en un océano de roncos y agónicos gemidos, haciendo uso de todos mis sentidos para disfrutar tan hermosa cogida.
En cuatro fue todavía mucho más duro, más brutal, me agarró de los pelos y me dio con alma y vida, sacudiéndome las nalgas a puro embiste, me tiraba la cabeza para atrás sin dejar de darme en esa forma que amenazaba con destrozarme y regar mis vísceras por sobre toda la cama… no me importaba debo decir… si ese era el precio que debía pagar por semejante goce, lo pagaría con gusto.
-Cuándo te vi sentadita en tu escritorio, tan recatadita, ni me imagine que fueras tan buena cogiendo- me dijo luego, en un breve receso. –Sos una bomba… explotás Mari-
Me reí, viniendo de él, que la tenía más que clara a la hora del sexo y la seducción, se trataba de un piropo muy bien recibido. Estábamos recostados el uno al lado del otro, reponiendo energías después de un orgasmo que casi nos deja KO. Me acerque entonces a él y lo bese. Mi beso fue bajando por su cuerpo, hasta llegar a esa nueva erección que atraía mis labios como si de un imán se tratara. La besé, la lamí, se la mordí despacito por los costados.
-¡Que buena pija tenés…!- alcancé a musitar antes de comérmela prácticamente en toda su extensión.
-¡Ahhhhhh… no solo cogés bien Mari, también la chupás como la mejor… ahhhhhhh… que mamada por Dios…!- se estremeció al sentir mis labios, mi lengua, mi paladar, mi cavidad bucal toda al servicio de su verga, la cuál recuperó en pocos segundos aquel esplendor maravilloso que tantos estragos había causado en mi intimidad.
Con la pija ya bien endurecida, palpitando orgullosa, le puse un nuevo preservativo y me le senté encima, lo cabalgué ávida y furiosamente, restregando mis pechos por toda su cara, haciendo que me las chupe, que me las muerda, sintiendo en mi vientre como toda esa energía sexual se acumulaba y concentraba pronta a estallar, aceleré mi montada, gimiendo mucho más fuerte todavía, más exaltada, el sudor me empapaba la cara pero no me importaba, seguí subiendo y bajando, buscando mi horizonte, la meta de mi vida, la razón de mi existir, hasta que… ahhhhhhhhh… ahhhhhhhhh… ahhhhhhhhhh… acabé estruendosamente, exploté en un orgasmo maravilloso que me arrancó por segundos de mi propio cuerpo para llevarme más allá, mucho más allá de mi conciencia terrenal… por ese momento me sentí en comunión con el universo, con la naturaleza, con Dios mismo, me sentí parte de un orden que no podemos entender con la razón pero si con el alma.
Cuándo volví en mí, me derrumbé sobre su cuerpo, y entre complacidos suspiros lo besé en la boca. Nuestras lenguas se unieron en un largo y jugoso agradecimiento. No hacía falta decirlo, pero ambos estábamos completamente satisfechos, complacidos a más no poder, exhaustos de tanto coger.
Lo demás es lo usual, salimos del telo, me dejo a un par de cuadras de mi casa y así nos despedimos… ¿hasta un nuevo encuentro? No sé, no me gusta repetirme, pero la pasé tan bien, lo disfrute tanto que no estaría mas hacerlo una vez más. Como dato extra y anecdótico les cuento que al otro día nomás me mandó a los chóferes para asegurar el resto de su flota, por lo menos cumplió con su palabra.
Besos.
5 comentarios - Un nuevo asegurado...