Ya lo peor pasó. Por fin, después de varios días en los que vivimos inmersos en la angustia más atroz, podemos estar más tranquilos, y esperanzados en una recuperación que promete ser incluso mucho mejor que las expectativas que teníamos en un primer momento. Mi tío ya se alimenta por sí solo, sin ayuda de sustancias externas y lo más importante, se comunica con nosotros, los que estamos a su alrededor en todo momento. El pobre no se acuerda de nada de lo que pasó, solo sabe que estaba cruzando una calle, y se despertó en el hospital, por una parte es mejor que no recuerde lo sucedido, todavía no sabe que estuvo a un paso de la muerte, pero gracias a que es un hombre fuerte y vital, pudo salvarse pese a que ya tiene sus años. Cuándo me vio parada al lado de su cama, tomándole la mano y rezando como suelo hacer desde que ocurrió el accidente, se le llenaron los ojos de lágrimas y aunque no pudo decirme nada en ese momento, supe que estaba agradecido por mi presencia. Yo también lloré al saber de su recuperación, aunque esta vez fue un llanto de alegría, lágrimas de alivio después de tanta noticia nefasta. Después de varios días mi tía Edith por fin sonreía y eso me alegraba inmensamente, sufrió mucho la pobre, y si hay una persona en el mundo que no se merece tal sufrimiento es ella. Todos estábamos felices, el accidente ya era un mal recuerdo si bien la investigación respecto al mismo continuaba sin que se pudiera encontrar todavía al responsable, a ese grandísimo hijo de puta que lo había atropellado, dejándolo abandonado en la calle como si la vida de mi tío no valiera nada. Al principio hubiera querido matar a ese infeliz con mis propias manos, pero ahora, sintiéndome más cerca de Dios como lo estoy desde que paso el accidente, solo espero que tenga su merecido castigo y que no encuentre descanso para su conciencia. No soy rencorosa ni tampoco vengativa, pero cuándo suceden estas cosas como que miramos las cosas con un cristal diferente. Sin embargo mi tío se recuperaba a pasos agigantados, y lo que en cierto momento constituyó una verdadera tragedia, pasaba a ser tan solo una pesadilla de la que deseábamos despertar cuánto antes.
-¿Estuviste acá todo el tiempo?- me pregunto mi tío en cierto momento, conciente de que ya llevaba varios días internado.
-Si tío… en las noches…- le contesté tratando de contener las lágrimas.
-Gracias- alcanzó a decir apretándome más fuerte la mano.
Aunque ya estaba mejor quise seguir acompañándolo durante las noches, ya sabía que no era necesario, pero no podía dejarlo solo, no todavía.
Esa noche estuvimos hablando hasta tarde, hablamos de todo, y como siempre, después de escuchar su voz, sus palabras, me sentía mucho mejor, era increíble escucharlo tan alegre, tan vivaz, tan optimista después de lo que le había pasado.
-Soy como Bruce Willis- bromeaba –Duro de matar-
De a poco se fue quedando dormido, soltándole recién la mano cuándo me aseguré que ya no se despertaría. Me quede un rato más con él, solo mirándolo, acariciándole la frente, tras lo cuál decidí salir a respirar un poco. Estuve un rato dando vueltas por el pasillo, yendo y viniendo, me gustaba la tranquilidad de la clínica a esa hora, ya pasada la medianoche. Terminé varios libros en esos días, escuché bastante música y sobre todo tomé mucho café. Luego de estar un rato sentada cerca de aquella ventana por la que me gustaba mirar la ciudad de madrugada, volví a la habitación para buscar unas monedas y tomar algo de la máquina expendedora. Me serví un capuccino y me volví a sentar en ese lugar que durante aquellos días me había servido de cálido refugio.
En eso aparece un camillero, me saluda y se sirve un café de la misma máquina. Por un momento nos miramos y nos sonreímos. Con el café en la mano atraviesa el pasillo y entra a una habitación con un letrero en la puerta que dice: “Privado”. Antes de cerrar me vuelve a mirar y volvemos a sonreírnos en forma cómplice. Termino mi Capuccino, tiro el vaso en el cesto, espero unos instantes y me levanto. Voy a la habitación de mi tío, me aseguro de que este todo bien, y regreso de inmediato a ese mismo pasillo. Me acerco a la puerta con el cartel de “Privado” y la golpeó suavemente.
-Adelante- dice alguien desde el interior.
Abro la puerta con precaución y me asomo a través de ella. El camillero, el mismo que me había cruzado un rato antes, esta recostado en una camilla. Pese a haber interrumpido su descanso no evidencia molestia alguna. Por el contario su rostro se ilumina al verme.
-Pasa- me dice.
Entro.
-Yo… estoy cuidando a mi tío, esta en la otra sala- le digo como si necesitara justificar mi presencia allí.
Sin embargo a él no parece interesarle tal comentario.
-Cerrá la puerta y ponele la traba- me dice.
Lo hago. Se sienta en la camilla y palmea el lugar libre que quedo a su lado, invitándome a sentarme con él. No lo dudo, me acerco y me siento bien pegadita a su cuerpo.
El camillero es un tipo morocho, de unos treinta años, no precisamente atractivo, pero si con una pinta de vicioso que me seduce irresistiblemente.
-Hiciste bien en venir, una chica tan linda no merece estar sola- me dice, acomodándome el cabello por encima de la oreja, mirándome con unos ojos que prácticamente me cogen sin necesidad de metérmela.
-No estoy buscando solo compañía- le digo con una incitante sonrisa.
Pese a la fiera que llevó dentro de mí, en esos momentos soy especialmente tímida, me pongo colorada y en ocasiones se me traba la lengua, pero al parecer eso los calienta más todavía.
-¿Y… que estas buscando?- pregunta sin dejar de acariciarme el cabello, mirándome con esos penetrantes ojos negros.
No le contesto, a modo de respuesta deslizo una mano por sobre una de sus piernas, muy cerca de aquel provocativo abultamiento que parece llamarme a los gritos. Se ríe, entonces me agarra la mano y la coloca encima de tan portentoso paquete.
-Me gustan las chicas rápidas y decididas- me dice, presionando mi mano con la suya para hacerme sentir aún más nítidamente tan prometedora dureza.
No me dejo intimidar. Por el contrario se la acaricio y aprieto a través de la delgada tela del pantalón del ambo color verde que tiene puesto. Él tampoco se queda atrás y me acaricia las tetas, poniéndome tan solo con unos pocos toqueteos los pezones bien duritos. Sin dejar de manosearme se acerca y me besa, mis labios se abren sin renuencia alguna recibiendo su lengua, la cuál se entrelaza con la mía, enredándose ávidamente por un largo rato, fluyendo, mezclándose, jugando su propio juego. Aunque se trate de desconocidos, siempre me gustó besar a los hombres, sentir su aliento, el sabor de su saliva, de su lengua, saborearlos y dejarme saborear, hacerles el amor con mis labios.
Luego del beso, el camillero se recuesta en la camilla, dejando aquel prepotente bulto a mi entera disposición. Le refriego por un momento la pija por encima del pantalón, para luego bajárselo y descubrir en todo su radiante esplendor una erección superlativa, firme y concisa, de esas que tanto nos gratifican. La cabeza ya esta empapada con el denso fluido que precede al semen, el cuál me puse a lamer con suma avidez, empapándome los labios y la lengua con su deliciosa esencia íntima. Mientras se la lamía se la agarraba con una mano, firmemente, sintiendo en mi dedos esa agradable vibración que solo un buen macho puede ostentar.
Me gusta aferrarme a esos bastiones de vigor y virilidad que me sostienen y evitan que caiga en el abismo, que me llevan en su lomo hacia los confines del universo, a lugares a los cuáles solo se puede acceder a través de un orgasmo, pero no cualquier orgasmo, eh, sino aquellos que consigo gracias a mis infidelidades. Gracias a mis amantes, sin los cuáles mi vida sería por demás triste y aburrida, como la de cualquier otra mujer.
De a poco me la fui metiendo en la boca, sin dejar de lamérsela, presionando con la punta de la lengua en esa ranura de la cima por la cuál fluía sin parar el jugo de la vida, el cuál utilizó para lubricar mi garganta y hacer aún más fluido el deslizamiento de aquel tubo de carme por mi boca. Mientras se la chupo lo miro a los ojos, registrando cada detalle de sus gestos, de sus expresiones, me gusta darme cuenta que soy yo, que es mi boca la que lo pone así, al borde de la locura, y que gracias a mí cada vez la tiene más dura y caliente, irradiando esa generosa excitación que en sintonía con la mía logra una combinación letal y explosiva. Ya con la pija bien clavada entre mis amígdalas empiezo una mamada de aquellas, empapándola con mi saliva, formando un espeso caldito entre mi saliva y sus propios fluidos. Sus gemidos se complementan con mis movimientos bucales, y con los ruiditos de la mamada, conformando una misma melodía, la cuál seguía nota por nota.
-¡Ahhhhhhhh… que bien chupás!- me decía entre suspiros, y aunque no se lo dije el mérito no era todo mío, con semejante pija cualquiera se esforzaría por hacérselo tan bien como yo en ese momento.
De a ratos me la sacaba de la boca y le sonreía, deslizaba el trozo por sobre mis dientes, chupándolo por los lados, mordiéndolo suavemente, para luego volver a comérmelo con mayor entusiasmo todavía. Entonces bajé hasta sus bolas, que ricas estaban, bien llenitas, gordas y apelmazadas, se las chupé con esmerada fruición, comiéndome primero una y después las dos juntas, me las metía en la boca y las sorbía con avidez, como si quisiera arrancarles ferozmente todo lo que tenían adentro. Frotaba mis labios contra esos dos glóbulos hinchados y turgentes que ya estaban en plena ebullición. Baje incluso hasta por debajo de los huevos, hasta ese oscuro sendero que queda entre estos y el agujerito del culo, lamiendo y besando ese breve trayecto, llegando enseguida a ese fruncido y apretado orificio, la consecuencia lógica de tal despliegue fue un beso negro que lo hizo temblar de excitación. Besé y lamí los alrededores de aquel apretado orificio, y hasta lo punteé en el centro del mismo con la lengua, provocándole plácidos estremecimientos, todo esto mientras me mantenía bien sujeta a ese mango de carne que no cedía ni un ápice de su prodigiosa dureza, masturbándolo lentamente, a la vez que yo me dedicaba a explorar los rincones más ocultos de su cuerpo.
Al rato volví al acto principal, volviéndome a comer toda esa contundente verga que parecía haberse hinchado todavía mucho más, se la chupe otro rato y ya estuve preparada para que él hiciera lo mismo conmigo. Hizo entonces que me tendiera de espalda en la camilla, me desnudó lentamente, y acomodándose entre mis piernas, atacó con su lengua en donde precisamente lo esperaba, aunque debo decir que pese a estar preparada para el ataque acusé el impacto y me rendí a sus encantos sin oponer demasiada resistencia. Que lengua por Dios, sabía donde presionar, donde meterla y que puntos tocar para producir en mi la tan deseada escisión, esa deliciosa fractura en la que tu cuerpo parece partirse en dos, desdoblándose sobre sí mismo, alejándose por completo de tus sentidos. Besaba, chupaba, y lamía cada rincón de mi concha, provocándome esos estremecimientos que me hacían jadear exaltadamente, sorbía los labios con sus labios y los estiraba, chupándolos, sacudiéndome el clítoris con la punta de su lengua, situándome tan solo con su boca al borde mismo del estallido. Entonces, dejándome en pleno trance hipnótico, se levantó, abrió uno de los casilleros y sacó de entre sus ropas un preservativo. Abrió el sobre, enfundó su verga con el látex y se volvió a acomodar entre mis piernas, aunque ahora con su mortífera arma viril apuntándome. Apoyó la punta entre mis labios húmedos y abiertos, y me la frotó de arriba abajo, por toda la ranura, presionando con el glande justo sobre mi clítoris, lo cuál me producía una desesperación por demás irresistible. Quería que me la metiera ya mismo, no quería esperar más, la quería toda, quería que me cogiera, que me diera a morir, que me reventara a puro pijazo y así se lo hice saber.
-¡Cogeme… no seas hijo de puta… metémela de una vez!- le pedía con la más aviesa ansiedad impregnando cada una de mis palabras.
Pero a él parecía gustarle mi desesperación, ese hambre de pija que demostraba, por lo que seguía frotando su verga a lo largo de toda mi cajeta, arriba y abajo, haciendo que me mojara cada vez más, hasta que ya no pudo más él tampoco, e insertándose entre mis labios me la fue guardando de a poco, sin apurarse, pero yo la quería sentir toda de una sola vez, así que arqueé mi espalda y empujé mis caderas hacia delante, guardándola por mí misma en mi interior, exhalando un efusivo suspiro a medida que la sentía deslizándose, llenando todo con su portentoso volumen, adhiriéndose a mis carnes, iniciando entonces ese recorrido que tanto nos complace, dentro y fuera, dentro y fuera, aunque sin sacarla del todo, cada vez más rápido, cada vez más fuerte, chapoteando entre el abundante flujo que derramaba.
-¡Ahhhhhhhhh… siiiiiiiiii… siiiiiiiiii… ahhhhhhhhh…!- gemía absolutamente complacida, entregándome por completo a ese ritual ancestral que nos proporciona la máxima satisfacción desde el mismo inicio de los tiempos.
Bien acomodado sobre mí me cogía con un ritmo demoledor, aplicándome unos plácidos golpes cada vez que llegaba hasta lo más profundo, arrancándome unos jadeos que atestiguaban fielmente lo mucho que me estaba haciendo gozar.
-¡Más… más… dame más…!- le pedía, abrazándolo y enlazando mis piernas alrededor de su cuerpo, moviéndome con él, sintiendo que cada estocada se me clavaba en el centro del corazón.
Un buen rato después, y cuándo ya tenía la concha como un colador de tantas metidas y sacadas, cambiamos de posición, nos levantamos y yo me quede de pie, aunque apoyada contra la camilla, un pie sobre la misma, él se puso tras de mí y me la mandó desde atrás, cogiéndome de parada, sacudiéndome hasta el último hueso del cuerpo con esas furiosas arremetidas que parecían estar a punto de desmembrarme en cualquier momento.
Sin dejar de metérmela, me acariciaba las tetas desde atrás, me las apretaba mientras se fundía con mi carne, embistiéndome una y otra vez, sin pausa ni descanso, sin darme tregua alguna, reventándome a puro pijazo, tal cuál lo había deseado desde el principio.
-¡Puta… puta hermosa!- me decía, abrazado a mí, moviéndose, fluyendo en mi interior, permitiéndome disfrutar de un garche memorable, antológico, de esos que te dejan la cabeza dando vueltas por unos cuántos días.
Entonces, intuyendo quizás que no era una puta a medias, me la sacó de la concha y sin dilación alguna me la mandó por el culo. Si bien por más roto que una lo tenga a veces es necesario algo de lubricación, esta vez eran tantas las ganas que tenía, tanta la calentura que me absorbía, que mi culito se abrió como un pimpollo en primavera cuándo sintió la vigorosa presión de esa verga de ensueño, y avanzó sin problemas yéndose a guardar en lo más hondo de mi apretadito estuche anal. El camillero soltó un extático suspiro, y enseguida comenzó a moverse con la misma cadencia con que lo había hecho por adelante. No sé, quizás me este repitiendo, pero la dicha de sentir una buena pija traspasándome el culo siempre me resulta inigualable, y si a la vez se acompaña esa culeada con un apropiado masaje a mi clítoris, como él me daba, entonces la gloria es completa, trascendiendo absolutamente todos mis sentidos.
El polvo nos llegó a ambos con una fuerza inusitada, sumiéndonos al mismo tiempo en un desmayo compartido, del cuál emergimos para estallar en exaltados y agónicos jadeos, sentía el forro hinchándose en el interior de mi culo debido a la leche que acumulaba, y como el orgasmo provocaba un nuevo derrame en mi entrepierna, empapando mis muslos con ese denso e incontenible flujo que brotaba como si del agua de un manantial se tratara.
Entonces volvimos a ser extraños.
Me la sacó del culo, se sacó el forro cuidando de no derramar nada en el suelo, le hizo un nudo y lo tiro en un cesto que había por ahí. En tanto yo ya había empezado a vestirme. Cuándo termine le di un beso y me despedí.
-Espero que tu tío se mejor- me dijo antes de que saliera, todavía desnudo, recostado en la camilla.
-Ya está mejor, gracias- le dijo y me fui.
Volví a la habitación de mi tío, me senté y dormité un poco, sintiendo todavía en mi culito esas agradables pulsaciones que siempre persisten luego de una buena sesión de sexo anal. Una muestra más de que todo estaba mejorando, por fin después de varios días parecía que Dios volvía a acordarse de nosotros. Por ahora el Cielo podía esperar.
-¿Estuviste acá todo el tiempo?- me pregunto mi tío en cierto momento, conciente de que ya llevaba varios días internado.
-Si tío… en las noches…- le contesté tratando de contener las lágrimas.
-Gracias- alcanzó a decir apretándome más fuerte la mano.
Aunque ya estaba mejor quise seguir acompañándolo durante las noches, ya sabía que no era necesario, pero no podía dejarlo solo, no todavía.
Esa noche estuvimos hablando hasta tarde, hablamos de todo, y como siempre, después de escuchar su voz, sus palabras, me sentía mucho mejor, era increíble escucharlo tan alegre, tan vivaz, tan optimista después de lo que le había pasado.
-Soy como Bruce Willis- bromeaba –Duro de matar-
De a poco se fue quedando dormido, soltándole recién la mano cuándo me aseguré que ya no se despertaría. Me quede un rato más con él, solo mirándolo, acariciándole la frente, tras lo cuál decidí salir a respirar un poco. Estuve un rato dando vueltas por el pasillo, yendo y viniendo, me gustaba la tranquilidad de la clínica a esa hora, ya pasada la medianoche. Terminé varios libros en esos días, escuché bastante música y sobre todo tomé mucho café. Luego de estar un rato sentada cerca de aquella ventana por la que me gustaba mirar la ciudad de madrugada, volví a la habitación para buscar unas monedas y tomar algo de la máquina expendedora. Me serví un capuccino y me volví a sentar en ese lugar que durante aquellos días me había servido de cálido refugio.
En eso aparece un camillero, me saluda y se sirve un café de la misma máquina. Por un momento nos miramos y nos sonreímos. Con el café en la mano atraviesa el pasillo y entra a una habitación con un letrero en la puerta que dice: “Privado”. Antes de cerrar me vuelve a mirar y volvemos a sonreírnos en forma cómplice. Termino mi Capuccino, tiro el vaso en el cesto, espero unos instantes y me levanto. Voy a la habitación de mi tío, me aseguro de que este todo bien, y regreso de inmediato a ese mismo pasillo. Me acerco a la puerta con el cartel de “Privado” y la golpeó suavemente.
-Adelante- dice alguien desde el interior.
Abro la puerta con precaución y me asomo a través de ella. El camillero, el mismo que me había cruzado un rato antes, esta recostado en una camilla. Pese a haber interrumpido su descanso no evidencia molestia alguna. Por el contario su rostro se ilumina al verme.
-Pasa- me dice.
Entro.
-Yo… estoy cuidando a mi tío, esta en la otra sala- le digo como si necesitara justificar mi presencia allí.
Sin embargo a él no parece interesarle tal comentario.
-Cerrá la puerta y ponele la traba- me dice.
Lo hago. Se sienta en la camilla y palmea el lugar libre que quedo a su lado, invitándome a sentarme con él. No lo dudo, me acerco y me siento bien pegadita a su cuerpo.
El camillero es un tipo morocho, de unos treinta años, no precisamente atractivo, pero si con una pinta de vicioso que me seduce irresistiblemente.
-Hiciste bien en venir, una chica tan linda no merece estar sola- me dice, acomodándome el cabello por encima de la oreja, mirándome con unos ojos que prácticamente me cogen sin necesidad de metérmela.
-No estoy buscando solo compañía- le digo con una incitante sonrisa.
Pese a la fiera que llevó dentro de mí, en esos momentos soy especialmente tímida, me pongo colorada y en ocasiones se me traba la lengua, pero al parecer eso los calienta más todavía.
-¿Y… que estas buscando?- pregunta sin dejar de acariciarme el cabello, mirándome con esos penetrantes ojos negros.
No le contesto, a modo de respuesta deslizo una mano por sobre una de sus piernas, muy cerca de aquel provocativo abultamiento que parece llamarme a los gritos. Se ríe, entonces me agarra la mano y la coloca encima de tan portentoso paquete.
-Me gustan las chicas rápidas y decididas- me dice, presionando mi mano con la suya para hacerme sentir aún más nítidamente tan prometedora dureza.
No me dejo intimidar. Por el contrario se la acaricio y aprieto a través de la delgada tela del pantalón del ambo color verde que tiene puesto. Él tampoco se queda atrás y me acaricia las tetas, poniéndome tan solo con unos pocos toqueteos los pezones bien duritos. Sin dejar de manosearme se acerca y me besa, mis labios se abren sin renuencia alguna recibiendo su lengua, la cuál se entrelaza con la mía, enredándose ávidamente por un largo rato, fluyendo, mezclándose, jugando su propio juego. Aunque se trate de desconocidos, siempre me gustó besar a los hombres, sentir su aliento, el sabor de su saliva, de su lengua, saborearlos y dejarme saborear, hacerles el amor con mis labios.
Luego del beso, el camillero se recuesta en la camilla, dejando aquel prepotente bulto a mi entera disposición. Le refriego por un momento la pija por encima del pantalón, para luego bajárselo y descubrir en todo su radiante esplendor una erección superlativa, firme y concisa, de esas que tanto nos gratifican. La cabeza ya esta empapada con el denso fluido que precede al semen, el cuál me puse a lamer con suma avidez, empapándome los labios y la lengua con su deliciosa esencia íntima. Mientras se la lamía se la agarraba con una mano, firmemente, sintiendo en mi dedos esa agradable vibración que solo un buen macho puede ostentar.
Me gusta aferrarme a esos bastiones de vigor y virilidad que me sostienen y evitan que caiga en el abismo, que me llevan en su lomo hacia los confines del universo, a lugares a los cuáles solo se puede acceder a través de un orgasmo, pero no cualquier orgasmo, eh, sino aquellos que consigo gracias a mis infidelidades. Gracias a mis amantes, sin los cuáles mi vida sería por demás triste y aburrida, como la de cualquier otra mujer.
De a poco me la fui metiendo en la boca, sin dejar de lamérsela, presionando con la punta de la lengua en esa ranura de la cima por la cuál fluía sin parar el jugo de la vida, el cuál utilizó para lubricar mi garganta y hacer aún más fluido el deslizamiento de aquel tubo de carme por mi boca. Mientras se la chupo lo miro a los ojos, registrando cada detalle de sus gestos, de sus expresiones, me gusta darme cuenta que soy yo, que es mi boca la que lo pone así, al borde de la locura, y que gracias a mí cada vez la tiene más dura y caliente, irradiando esa generosa excitación que en sintonía con la mía logra una combinación letal y explosiva. Ya con la pija bien clavada entre mis amígdalas empiezo una mamada de aquellas, empapándola con mi saliva, formando un espeso caldito entre mi saliva y sus propios fluidos. Sus gemidos se complementan con mis movimientos bucales, y con los ruiditos de la mamada, conformando una misma melodía, la cuál seguía nota por nota.
-¡Ahhhhhhhh… que bien chupás!- me decía entre suspiros, y aunque no se lo dije el mérito no era todo mío, con semejante pija cualquiera se esforzaría por hacérselo tan bien como yo en ese momento.
De a ratos me la sacaba de la boca y le sonreía, deslizaba el trozo por sobre mis dientes, chupándolo por los lados, mordiéndolo suavemente, para luego volver a comérmelo con mayor entusiasmo todavía. Entonces bajé hasta sus bolas, que ricas estaban, bien llenitas, gordas y apelmazadas, se las chupé con esmerada fruición, comiéndome primero una y después las dos juntas, me las metía en la boca y las sorbía con avidez, como si quisiera arrancarles ferozmente todo lo que tenían adentro. Frotaba mis labios contra esos dos glóbulos hinchados y turgentes que ya estaban en plena ebullición. Baje incluso hasta por debajo de los huevos, hasta ese oscuro sendero que queda entre estos y el agujerito del culo, lamiendo y besando ese breve trayecto, llegando enseguida a ese fruncido y apretado orificio, la consecuencia lógica de tal despliegue fue un beso negro que lo hizo temblar de excitación. Besé y lamí los alrededores de aquel apretado orificio, y hasta lo punteé en el centro del mismo con la lengua, provocándole plácidos estremecimientos, todo esto mientras me mantenía bien sujeta a ese mango de carne que no cedía ni un ápice de su prodigiosa dureza, masturbándolo lentamente, a la vez que yo me dedicaba a explorar los rincones más ocultos de su cuerpo.
Al rato volví al acto principal, volviéndome a comer toda esa contundente verga que parecía haberse hinchado todavía mucho más, se la chupe otro rato y ya estuve preparada para que él hiciera lo mismo conmigo. Hizo entonces que me tendiera de espalda en la camilla, me desnudó lentamente, y acomodándose entre mis piernas, atacó con su lengua en donde precisamente lo esperaba, aunque debo decir que pese a estar preparada para el ataque acusé el impacto y me rendí a sus encantos sin oponer demasiada resistencia. Que lengua por Dios, sabía donde presionar, donde meterla y que puntos tocar para producir en mi la tan deseada escisión, esa deliciosa fractura en la que tu cuerpo parece partirse en dos, desdoblándose sobre sí mismo, alejándose por completo de tus sentidos. Besaba, chupaba, y lamía cada rincón de mi concha, provocándome esos estremecimientos que me hacían jadear exaltadamente, sorbía los labios con sus labios y los estiraba, chupándolos, sacudiéndome el clítoris con la punta de su lengua, situándome tan solo con su boca al borde mismo del estallido. Entonces, dejándome en pleno trance hipnótico, se levantó, abrió uno de los casilleros y sacó de entre sus ropas un preservativo. Abrió el sobre, enfundó su verga con el látex y se volvió a acomodar entre mis piernas, aunque ahora con su mortífera arma viril apuntándome. Apoyó la punta entre mis labios húmedos y abiertos, y me la frotó de arriba abajo, por toda la ranura, presionando con el glande justo sobre mi clítoris, lo cuál me producía una desesperación por demás irresistible. Quería que me la metiera ya mismo, no quería esperar más, la quería toda, quería que me cogiera, que me diera a morir, que me reventara a puro pijazo y así se lo hice saber.
-¡Cogeme… no seas hijo de puta… metémela de una vez!- le pedía con la más aviesa ansiedad impregnando cada una de mis palabras.
Pero a él parecía gustarle mi desesperación, ese hambre de pija que demostraba, por lo que seguía frotando su verga a lo largo de toda mi cajeta, arriba y abajo, haciendo que me mojara cada vez más, hasta que ya no pudo más él tampoco, e insertándose entre mis labios me la fue guardando de a poco, sin apurarse, pero yo la quería sentir toda de una sola vez, así que arqueé mi espalda y empujé mis caderas hacia delante, guardándola por mí misma en mi interior, exhalando un efusivo suspiro a medida que la sentía deslizándose, llenando todo con su portentoso volumen, adhiriéndose a mis carnes, iniciando entonces ese recorrido que tanto nos complace, dentro y fuera, dentro y fuera, aunque sin sacarla del todo, cada vez más rápido, cada vez más fuerte, chapoteando entre el abundante flujo que derramaba.
-¡Ahhhhhhhhh… siiiiiiiiii… siiiiiiiiii… ahhhhhhhhh…!- gemía absolutamente complacida, entregándome por completo a ese ritual ancestral que nos proporciona la máxima satisfacción desde el mismo inicio de los tiempos.
Bien acomodado sobre mí me cogía con un ritmo demoledor, aplicándome unos plácidos golpes cada vez que llegaba hasta lo más profundo, arrancándome unos jadeos que atestiguaban fielmente lo mucho que me estaba haciendo gozar.
-¡Más… más… dame más…!- le pedía, abrazándolo y enlazando mis piernas alrededor de su cuerpo, moviéndome con él, sintiendo que cada estocada se me clavaba en el centro del corazón.
Un buen rato después, y cuándo ya tenía la concha como un colador de tantas metidas y sacadas, cambiamos de posición, nos levantamos y yo me quede de pie, aunque apoyada contra la camilla, un pie sobre la misma, él se puso tras de mí y me la mandó desde atrás, cogiéndome de parada, sacudiéndome hasta el último hueso del cuerpo con esas furiosas arremetidas que parecían estar a punto de desmembrarme en cualquier momento.
Sin dejar de metérmela, me acariciaba las tetas desde atrás, me las apretaba mientras se fundía con mi carne, embistiéndome una y otra vez, sin pausa ni descanso, sin darme tregua alguna, reventándome a puro pijazo, tal cuál lo había deseado desde el principio.
-¡Puta… puta hermosa!- me decía, abrazado a mí, moviéndose, fluyendo en mi interior, permitiéndome disfrutar de un garche memorable, antológico, de esos que te dejan la cabeza dando vueltas por unos cuántos días.
Entonces, intuyendo quizás que no era una puta a medias, me la sacó de la concha y sin dilación alguna me la mandó por el culo. Si bien por más roto que una lo tenga a veces es necesario algo de lubricación, esta vez eran tantas las ganas que tenía, tanta la calentura que me absorbía, que mi culito se abrió como un pimpollo en primavera cuándo sintió la vigorosa presión de esa verga de ensueño, y avanzó sin problemas yéndose a guardar en lo más hondo de mi apretadito estuche anal. El camillero soltó un extático suspiro, y enseguida comenzó a moverse con la misma cadencia con que lo había hecho por adelante. No sé, quizás me este repitiendo, pero la dicha de sentir una buena pija traspasándome el culo siempre me resulta inigualable, y si a la vez se acompaña esa culeada con un apropiado masaje a mi clítoris, como él me daba, entonces la gloria es completa, trascendiendo absolutamente todos mis sentidos.
El polvo nos llegó a ambos con una fuerza inusitada, sumiéndonos al mismo tiempo en un desmayo compartido, del cuál emergimos para estallar en exaltados y agónicos jadeos, sentía el forro hinchándose en el interior de mi culo debido a la leche que acumulaba, y como el orgasmo provocaba un nuevo derrame en mi entrepierna, empapando mis muslos con ese denso e incontenible flujo que brotaba como si del agua de un manantial se tratara.
Entonces volvimos a ser extraños.
Me la sacó del culo, se sacó el forro cuidando de no derramar nada en el suelo, le hizo un nudo y lo tiro en un cesto que había por ahí. En tanto yo ya había empezado a vestirme. Cuándo termine le di un beso y me despedí.
-Espero que tu tío se mejor- me dijo antes de que saliera, todavía desnudo, recostado en la camilla.
-Ya está mejor, gracias- le dijo y me fui.
Volví a la habitación de mi tío, me senté y dormité un poco, sintiendo todavía en mi culito esas agradables pulsaciones que siempre persisten luego de una buena sesión de sexo anal. Una muestra más de que todo estaba mejorando, por fin después de varios días parecía que Dios volvía a acordarse de nosotros. Por ahora el Cielo podía esperar.
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