V
Las cosas se complicaron más tarde. La fiesta crecía en grado de salvajismo y ella ya no podía escuchar nada por el ruido. Se fue a la barra porque estaba más tranquila. Había tomado tres piñas coladas y se sentía un poco mareada. Estaba sentada allí pensativa cuando de pronto vio un Cosmopolitan aparecer frente a ella.
- Te invito a un trago – le dijo un joven.
- Este… yo… ¿qué tiene?
- A ver… vodka, cassis, jugo de limón…
- Triple Sec – dijo el barman
- Sí, eso. ¡Salud! – y chocó el vaso de lo que él estaba tomando con ella. – ¿Cómo te llamas?
- Cándida, ¿y tú?
- Roberto.
No supo por cuánto tiempo estuvo conversando con Roberto. Se dio cuenta de que el alcohol había hecho su efecto y que estaba mucho más conversadora y animada. Desconfiaba de él, pero se había relajado. Se pidió otro Cosmopolitan. Después de tomárselo, Roberto la invitó a bailar. No tenía recuerdos de la última vez que había bailado con un chico. Roberto estaba alarmantemente cerca de ella. Era bastante guapo, moreno y de buen cuerpo: eso sí, estaba oscuro, así que no estaba segura respecto a su cara. La proximidad la incomodaba, pero al mismo tiempo, el alcohol le había arrebatado la fuerza para negarse.
Al segundo tema, él puso las manos en la cintura de ella. Eso se sintió bien. Ella puso las manos en su pecho pero luego alrededor de su cuello. Acabaron besándose. Sus besos se sintieron muy bien: él tenía los labios muy suaves y no era tan brusco, por lo menos al principio. Se besaron por mucho tiempo, y él le pasaba las manos por la espalda y por el cuello, cosa que a ella le agradaba y la hacía olvidar su sentimiento natural de culpa. Luego la apretó contra sí y ella pudo sentir que él tenía una erección.
Pensó que perdería la virginidad esa noche. No era la forma en que lo había soñado. Pero ella también comenzó a sentirse… ardiente. El alcohol la liberó un poco e hizo que no sintiera deseos de evitarlo. Bebió otra copa para relajarse aún más porque repentinamente se puso muy nerviosa, mientras él la esperaba sentado tocando la parte baja de su espalda. Cuando ella se lo bebió todo, él le preguntó: ¿vamos a un lugar más tranquilo?
Por supuesto. Ella lo siguió adentro de la casa. En un pasillo oscuro, subiendo la escalera, Roberto la agarró de la cintura y la atrajo hacia él. Sus manos bajaron hasta su trasero. La besó sin ninguna suavidad esta vez, y ella dejó que su lengua entrara en su boca sin más. Sin dejar de besarse, estuvieron a punto de caer al suelo mientras subían la escalera. Una vez arriba, Roberto empezó a golpear las puertas.
Detrás de las tres primeras de ellas, alguien gritó “¡está ocupado!” entre risas y gemidos. Racionalmente eso espantó un poco a Cándida, pero en realidad no le importó demasiado: no venía al caso ponerse moralista. Había una puerta que estaba abierta. La habitación estaba vacía.
Las cosas se complicaron más tarde. La fiesta crecía en grado de salvajismo y ella ya no podía escuchar nada por el ruido. Se fue a la barra porque estaba más tranquila. Había tomado tres piñas coladas y se sentía un poco mareada. Estaba sentada allí pensativa cuando de pronto vio un Cosmopolitan aparecer frente a ella.
- Te invito a un trago – le dijo un joven.
- Este… yo… ¿qué tiene?
- A ver… vodka, cassis, jugo de limón…
- Triple Sec – dijo el barman
- Sí, eso. ¡Salud! – y chocó el vaso de lo que él estaba tomando con ella. – ¿Cómo te llamas?
- Cándida, ¿y tú?
- Roberto.
No supo por cuánto tiempo estuvo conversando con Roberto. Se dio cuenta de que el alcohol había hecho su efecto y que estaba mucho más conversadora y animada. Desconfiaba de él, pero se había relajado. Se pidió otro Cosmopolitan. Después de tomárselo, Roberto la invitó a bailar. No tenía recuerdos de la última vez que había bailado con un chico. Roberto estaba alarmantemente cerca de ella. Era bastante guapo, moreno y de buen cuerpo: eso sí, estaba oscuro, así que no estaba segura respecto a su cara. La proximidad la incomodaba, pero al mismo tiempo, el alcohol le había arrebatado la fuerza para negarse.
Al segundo tema, él puso las manos en la cintura de ella. Eso se sintió bien. Ella puso las manos en su pecho pero luego alrededor de su cuello. Acabaron besándose. Sus besos se sintieron muy bien: él tenía los labios muy suaves y no era tan brusco, por lo menos al principio. Se besaron por mucho tiempo, y él le pasaba las manos por la espalda y por el cuello, cosa que a ella le agradaba y la hacía olvidar su sentimiento natural de culpa. Luego la apretó contra sí y ella pudo sentir que él tenía una erección.
Pensó que perdería la virginidad esa noche. No era la forma en que lo había soñado. Pero ella también comenzó a sentirse… ardiente. El alcohol la liberó un poco e hizo que no sintiera deseos de evitarlo. Bebió otra copa para relajarse aún más porque repentinamente se puso muy nerviosa, mientras él la esperaba sentado tocando la parte baja de su espalda. Cuando ella se lo bebió todo, él le preguntó: ¿vamos a un lugar más tranquilo?
Por supuesto. Ella lo siguió adentro de la casa. En un pasillo oscuro, subiendo la escalera, Roberto la agarró de la cintura y la atrajo hacia él. Sus manos bajaron hasta su trasero. La besó sin ninguna suavidad esta vez, y ella dejó que su lengua entrara en su boca sin más. Sin dejar de besarse, estuvieron a punto de caer al suelo mientras subían la escalera. Una vez arriba, Roberto empezó a golpear las puertas.
Detrás de las tres primeras de ellas, alguien gritó “¡está ocupado!” entre risas y gemidos. Racionalmente eso espantó un poco a Cándida, pero en realidad no le importó demasiado: no venía al caso ponerse moralista. Había una puerta que estaba abierta. La habitación estaba vacía.
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