De amigo a esclavo, perro y putita
Aun no me queda claro por qué fui elegido pero hasta el día de hoy dice que siempre quiso tenerme con ella. Cuando sucedió nuestro primer encuentro dijo que yo tenía alma de sumiso, que podía notarlo en mis palabras, en mis gestos. Insistió repetidas veces que su sola presencia me intimidaba, que su palabra me sometía y en ese momento yo solo pude pensar en la petulancia que contenía sus afirmaciones. Hubo entre los dos un espasmódico silencio y, aún sin saber si yo estaba dispuesto a respetarlas, decidió romperlo explicándome sus condiciones.
-Tengo algunas condiciones. La primera es que siempre que vayas a dirigirte a mí tienes que tratarme de usted, ama, señora o miss. La segunda y más importante es que jamás se cuestionará nada de lo que yo diga, la tercera es que jamás podrás hablar u opinar sin que yo te dé el permiso para ello y la cuarta aunque no por ello la menos importante es que jamás debes darme la espalda y en la medida de lo posible, siempre que estés conmigo, deberás permanecer arrodillado.
Sin pensarlo dos veces acepté y debo confesar que la forma de exponerme sus condiciones y el saber que tenía que cumplirlas agudizó en mí el deseo por ser su esclavo. Hubo nuevamente un silencio entre los dos aunque esta vez, condicionado como esclavo, opté por el silencio voluntario pero ella lo rompió contándome las dinámicas entre esclavo y amo. En su discurso siempre estuvo el lema de “aunque seas mi esclavo jamás te haré daño”, rúbrica que repitió varias veces y hasta ahora no sé si lo hizo porque aquello hace parte de su protocolo o lo hizo porque pudo sentir en mí el miedo que hasta ese momento me embargaba y aunque con temor de lo que pudiera suceder desde ese instante traté de estar lo más tranquilo posible ya que ella, a través de sus palabras, me generó la suficiente confianza como para querer seguir en nuestro primer encuentro.
Cómo si fuera un ritual medieval Miss Mc tomó asiento en su silla, la cual parecía más un trono dispuesto a procurar reposo a la reina que por una semana entera estuvo fuera de su castillo lidiando batallas contra legiones enemigas. De una manera bastante sutil Miss Mc pidió que me hiciese a su lado. Arrodillado me encontraba frente a ella, mirándole a los ojos, sin quitar un solo momento la mirada de su rostro el cual denotaba fascinación. De una bolsa de tela sacó un collar de cuero el cual ató con cautela alrededor de mi cuello. De este collar prendía una argolla que sujetó a una cadena dorada. Desde ese momento el vínculo esclavo-amo era representado por no más de dos metros de una bruñida cadena.
Miss llevaba puesto un corset de encaje color marfil, una diminuta tanga del mismo color, medias negras que llegaban hasta la mitad de sus muslos y tacones de charol color negro. Como si se tratase de una pasarela, ella supo lucir en todo momento aquellas vestiduras mientras se paseaba por el salón de la casa. Dándole caladas a su cigarrillo, entre paso y paso, iba recitando lo orgullosa y excitada que se sentía al tener un esclavo. Me dijo: - No solo serás mi esclavo, también serás mi putita, la puta que siempre quise tener para satisfacer mis deseos sexuales, porque yo, tu ama, soy una mujer bastante caliente y tú solo serás eso, mi puta, el perro, eso que tengo encadenado solo para deleite de mis caprichos. Yo solo asentí con la cabeza.
Al terminar su cigarrillo la mis se reclinó en el diván. Obligado por el halar de la cadena me hice frente a ella, con la cabeza baja, arrodillado y totalmente desnudo. Empezaban a cumplirse sus condiciones. Estiró su largo y delgado brazo hacia mi verga, la acarició hasta que empezó a sentir que la tenía dura y dándole un pequeño apretón me dijo que es así cómo la quería ver siempre que estuviese con ella, puesto que yo estaba ahí para satisfacerla y el mejor comienzo para hacerlo era ver una verga dura, caliente y a punto de reventar. Yo no pude más que excitarme antes sus diatribas. Insinuó con palabras que deseaba chuparme la verga, exprimirla toda hasta sacar toda la leche contenida por la fuerza de la excitación, yo estaba listo para ello puesto que también lo deseaba, pero esto quedó solo en insinuaciones ya que simplemente ella, manifestando estar un poco cansada, ordenó que me retirara.
Aun no me queda claro por qué fui elegido pero hasta el día de hoy dice que siempre quiso tenerme con ella. Cuando sucedió nuestro primer encuentro dijo que yo tenía alma de sumiso, que podía notarlo en mis palabras, en mis gestos. Insistió repetidas veces que su sola presencia me intimidaba, que su palabra me sometía y en ese momento yo solo pude pensar en la petulancia que contenía sus afirmaciones. Hubo entre los dos un espasmódico silencio y, aún sin saber si yo estaba dispuesto a respetarlas, decidió romperlo explicándome sus condiciones.
-Tengo algunas condiciones. La primera es que siempre que vayas a dirigirte a mí tienes que tratarme de usted, ama, señora o miss. La segunda y más importante es que jamás se cuestionará nada de lo que yo diga, la tercera es que jamás podrás hablar u opinar sin que yo te dé el permiso para ello y la cuarta aunque no por ello la menos importante es que jamás debes darme la espalda y en la medida de lo posible, siempre que estés conmigo, deberás permanecer arrodillado.
Sin pensarlo dos veces acepté y debo confesar que la forma de exponerme sus condiciones y el saber que tenía que cumplirlas agudizó en mí el deseo por ser su esclavo. Hubo nuevamente un silencio entre los dos aunque esta vez, condicionado como esclavo, opté por el silencio voluntario pero ella lo rompió contándome las dinámicas entre esclavo y amo. En su discurso siempre estuvo el lema de “aunque seas mi esclavo jamás te haré daño”, rúbrica que repitió varias veces y hasta ahora no sé si lo hizo porque aquello hace parte de su protocolo o lo hizo porque pudo sentir en mí el miedo que hasta ese momento me embargaba y aunque con temor de lo que pudiera suceder desde ese instante traté de estar lo más tranquilo posible ya que ella, a través de sus palabras, me generó la suficiente confianza como para querer seguir en nuestro primer encuentro.
Cómo si fuera un ritual medieval Miss Mc tomó asiento en su silla, la cual parecía más un trono dispuesto a procurar reposo a la reina que por una semana entera estuvo fuera de su castillo lidiando batallas contra legiones enemigas. De una manera bastante sutil Miss Mc pidió que me hiciese a su lado. Arrodillado me encontraba frente a ella, mirándole a los ojos, sin quitar un solo momento la mirada de su rostro el cual denotaba fascinación. De una bolsa de tela sacó un collar de cuero el cual ató con cautela alrededor de mi cuello. De este collar prendía una argolla que sujetó a una cadena dorada. Desde ese momento el vínculo esclavo-amo era representado por no más de dos metros de una bruñida cadena.
Miss llevaba puesto un corset de encaje color marfil, una diminuta tanga del mismo color, medias negras que llegaban hasta la mitad de sus muslos y tacones de charol color negro. Como si se tratase de una pasarela, ella supo lucir en todo momento aquellas vestiduras mientras se paseaba por el salón de la casa. Dándole caladas a su cigarrillo, entre paso y paso, iba recitando lo orgullosa y excitada que se sentía al tener un esclavo. Me dijo: - No solo serás mi esclavo, también serás mi putita, la puta que siempre quise tener para satisfacer mis deseos sexuales, porque yo, tu ama, soy una mujer bastante caliente y tú solo serás eso, mi puta, el perro, eso que tengo encadenado solo para deleite de mis caprichos. Yo solo asentí con la cabeza.
Al terminar su cigarrillo la mis se reclinó en el diván. Obligado por el halar de la cadena me hice frente a ella, con la cabeza baja, arrodillado y totalmente desnudo. Empezaban a cumplirse sus condiciones. Estiró su largo y delgado brazo hacia mi verga, la acarició hasta que empezó a sentir que la tenía dura y dándole un pequeño apretón me dijo que es así cómo la quería ver siempre que estuviese con ella, puesto que yo estaba ahí para satisfacerla y el mejor comienzo para hacerlo era ver una verga dura, caliente y a punto de reventar. Yo no pude más que excitarme antes sus diatribas. Insinuó con palabras que deseaba chuparme la verga, exprimirla toda hasta sacar toda la leche contenida por la fuerza de la excitación, yo estaba listo para ello puesto que también lo deseaba, pero esto quedó solo en insinuaciones ya que simplemente ella, manifestando estar un poco cansada, ordenó que me retirara.
5 comentarios - De amigo a esclavo, perro y putita
Gracias Siby por tus comentarios. Y claro que continúa!
Flaco, muchas gracias por el comentario y los puntos. Un saludo.
gracias