Julio y yo dormíamos en una habitación contigua a la de mi Tía, en una cama matrimonial que había sido de sus padres. Esas noches eran especialmente calurosas y acostumbrábamos a acostarnos desnudos, teníamos confianza y nos encantaba quedarnos charlando a oscuras y fumando a escondidas. Muchas mañanas amanecíamos enredados, abrazados, tanspirados, con nuestros miembros hinchados...
Eran días de calentura extrema, de pasión adolescente, y la puta de mi Tía nos enloquecía.
Una de esas noches, ocurrió algo inusual. Fuera de la casa se oyeron ruidos extraños que alarmaron a mi Tía, asustada entró en la habitación a oscuras y susurrando nos dijo que la ayudáramos a ver qué pasaba. Ni le había dado tiempo a vestirse a la muy putona, sólo llevaba una linterna en la mano, nosotros estábamos completamente desnudos pero al parecer tampoco puso la atención en ello.
Estuvimos recorriendo la casa los tres un largo rato hasta que concluímos que había sido el viento el causante de aquél estruendo.
Al acostarnos nuevamente, la muy zorra nos pidió si podía dormir con nosotros porque sentía miedo e inseguridad. Accedimos de mil amores. Ella se acostó en el medio para sentirse más protejida y estuvimos fumando los tres en penumbras, ya que nos confesó que sabía que fumábamos a sus espaldas, y hasta fue ella la que nos encendió un cigarrillo a cada uno.
Esa noche fue una de las noches más increíbles de nuestras vidas.
A medida que pasaban los minutos fuimos quedándonos en silencio, boca arriba. Imaginaba a Julio con su verga hinchada al igual que la mía y estaba seguro de no equivocarme. Ella poco a poco fue extendiendo las manos y comenzó a acariciarnos el vientre, la pelvis, los pelitos incipientes. Poco a poco fue llegando a nuestros pedazos hinchados y luego de acariciarlos muy suavemente los apretó firmemente y permaneció de esa manera, con una verga en cada mano sin moverse. La presión que ejercía era la justa para volvernos locos, ni muy fuerte ni muy suave.
Entendí que su idea era hacernos acabar así de esa manera, sin otra acción que la presión de sus manos. Nuestras vergas eran rocas húmedas por el líquido transparente y caliente que brotaba de a poco. Permanecimos horas así. Era una sensación alucinante. Ya estábamos a punto de desfallecer de placer, sintiendo el dolor en los huevos y a punto de acabar. Justo en ese momento soltó las pijas a punto de reventar y salió de la habitación. La muy hija de puta nos había dejado enloquecidos y furiosos por acabar.
Nos quedámos en silencio los dos, ahogando los gemidos, empapados de transpiración. Fue un acto inconsciente y espontáneo lo que sucedió.
Sin dudarlo Julio se abalanzó sobre mi verga y empezó a mamarla desesperado, poniendose encima mío y metiéndome su carne en la boca, estábamos haciendo un 69 alucinante. Bombeábamos desesperados, fueron minutos o quizás segundos los que pasaron hasta sentir la leche abundante y caliente desntro de nuestras mandíbulas babeantes, estábamos desesperados, nos incorporámos y nos besamos mezclándo nuestro semen y nuestras lenguas, hasta tragarnos absolutamente todo. Fue hermoso.
Al otro día Tía nos despertó con un tanguita de hilo dental y el café humeante como si no pasara nada...
Eran días de calentura extrema, de pasión adolescente, y la puta de mi Tía nos enloquecía.
Una de esas noches, ocurrió algo inusual. Fuera de la casa se oyeron ruidos extraños que alarmaron a mi Tía, asustada entró en la habitación a oscuras y susurrando nos dijo que la ayudáramos a ver qué pasaba. Ni le había dado tiempo a vestirse a la muy putona, sólo llevaba una linterna en la mano, nosotros estábamos completamente desnudos pero al parecer tampoco puso la atención en ello.
Estuvimos recorriendo la casa los tres un largo rato hasta que concluímos que había sido el viento el causante de aquél estruendo.
Al acostarnos nuevamente, la muy zorra nos pidió si podía dormir con nosotros porque sentía miedo e inseguridad. Accedimos de mil amores. Ella se acostó en el medio para sentirse más protejida y estuvimos fumando los tres en penumbras, ya que nos confesó que sabía que fumábamos a sus espaldas, y hasta fue ella la que nos encendió un cigarrillo a cada uno.
Esa noche fue una de las noches más increíbles de nuestras vidas.
A medida que pasaban los minutos fuimos quedándonos en silencio, boca arriba. Imaginaba a Julio con su verga hinchada al igual que la mía y estaba seguro de no equivocarme. Ella poco a poco fue extendiendo las manos y comenzó a acariciarnos el vientre, la pelvis, los pelitos incipientes. Poco a poco fue llegando a nuestros pedazos hinchados y luego de acariciarlos muy suavemente los apretó firmemente y permaneció de esa manera, con una verga en cada mano sin moverse. La presión que ejercía era la justa para volvernos locos, ni muy fuerte ni muy suave.
Entendí que su idea era hacernos acabar así de esa manera, sin otra acción que la presión de sus manos. Nuestras vergas eran rocas húmedas por el líquido transparente y caliente que brotaba de a poco. Permanecimos horas así. Era una sensación alucinante. Ya estábamos a punto de desfallecer de placer, sintiendo el dolor en los huevos y a punto de acabar. Justo en ese momento soltó las pijas a punto de reventar y salió de la habitación. La muy hija de puta nos había dejado enloquecidos y furiosos por acabar.
Nos quedámos en silencio los dos, ahogando los gemidos, empapados de transpiración. Fue un acto inconsciente y espontáneo lo que sucedió.
Sin dudarlo Julio se abalanzó sobre mi verga y empezó a mamarla desesperado, poniendose encima mío y metiéndome su carne en la boca, estábamos haciendo un 69 alucinante. Bombeábamos desesperados, fueron minutos o quizás segundos los que pasaron hasta sentir la leche abundante y caliente desntro de nuestras mandíbulas babeantes, estábamos desesperados, nos incorporámos y nos besamos mezclándo nuestro semen y nuestras lenguas, hasta tragarnos absolutamente todo. Fue hermoso.
Al otro día Tía nos despertó con un tanguita de hilo dental y el café humeante como si no pasara nada...
2 comentarios - Mi Tía, mi amigo y yo (Episodio 2)