Gente, me animo a mandarles un relato, a ver qué les parece. Comenten si les gusta. Besos!
Estábamos pasando un otoño formidable. El sol no terminaba de irse y seguía dibujando las calles. Los árboles y las flores parecían negados a retirarse ese año. Pero lo mejor de todo era que las chicas seguían teniendo calor para abrigarse y continuaban con ganas de salir a la calle luciendo escotes despampanantes y sus piernas al viento.
Era un jueves a la tarde y yo estaba esperando el colectivo cerca del Parque Las Heras. Tenía puesto los auriculares mientras escuchaba un tema de Virus en la radio. No había mucha gente en la calle y yo volvía a mi casa después de trabajar toda la mañana. Pasaron unos cinco minutos y el colectivo no llegaba, pero sin embargo llegaría ella. Estaba distraído cuando sin que lo esperase vi de espaldas, a aproximadamente un metro de mi cuerpo, una chica de pelo largo y castaño que tenía puesta una camisa blanca y una pollera muy corta que le recortaba apenas debajo de sus muslos. Tenía una cintura magnífica y las curvaturas que hacían sus caderas daban ganas de dibujarlas con las manos. Desde que llegó no pude dejar de mirarle la colita que se le salía apenas para afuera. Se notaba que esos cachetes estaban trabajados por horas de gimnasio. Después de un rato de verla de espaldas ya estaba con ganas de llamar su atención cuando se dio vuelta para mirar lago hacia atrás. Ahí vi su rostro por primera vez. Tendría unos 23 añitos, los ojos negros y unos labios muy rosados y carnosos. No pude evitar imaginarlos sobre mi cuerpo. La miré fijo a los ojos y ella se dio cuenta cómo la miraba porque deslizo un pequeña sonrisita inocentona que me hizo estremecerme.
Enseguida llegó el colectivo y por supuesto la dejé subir primero. Ella encantada me agradeció. La dejé subir dos escalones para intentar ver por debajo de su pollera, pero esta estaba muy junta a sus piernas por lo que no pude ver nada. Creo que ella se dio cuenta de que yo había intentado mirarla porque enseguida volvió a mirar para atrás, volviéndome a sonreír.
Subimos al colectivo que estaba prácticamente vacío. Sólo viajaban unas ancianas en los asientos de adelante y una pareja que parecía estar discutiendo. El colectivo era de esos que tienen algunos de sus asientos enfrentados. En el fondo había una fila con este tipo de asientos y ella se sentó en uno mirando en la dirección que iba el colectivo. En ese momento pensé “si me siento frente a ella va a pensar que soy un maniático sexual”. Pero inmediatamente no me importó y recordé sus dos sonrisitas. Así que fui directo hacia allí y me puse enfrentado a ella. Me miró y luego miró a su alrededor. En ese momento pensé, “es obvio, se va a cambiar de asiento”. Pero me había equivocado, volvió a mirarme y me guiñó un ojo. En ese momento se me aceleró el corazón. No sabía qué hacer, qué decir. Saqué el celular y fingí que estaba mandando un mensaje. Cada tanto la miraba y ella lo sabía. De repente, empezó a abrir muy despacio sus piernas invitándome a ver lo que había debajo. Sus muslos eran blancos y carnosos pero bien firmes y los despegaba muy lentamente. Yo puse mi celular en función de cámara de fotos y espere a que terminara de abrirse. Saqué una foto y allí la tenía: llevaba una hermosa tanguita de encaje color rojo. Se me estaba haciendo agua la boca y notaba que bajo el pantalón, mi pija comenzaba a querer salirse hacia fuera. Ella siguió un rato con las piernas abiertas mientras miraba por la ventana. De repente bajó una mano hasta la abertura de su pollera y metió la mano dentro pasándola por encima de su tanguita. Yo me estaba volviendo loco y seguía sacando fotos. De repente me miró, yo me quedé helado y me dijo: “¿querés que me la saque y me sacás fotitos?”. Yo sólo atiné a asentir con la cabeza. Ella se levantó apenas la pollera y con las dos manos se sacó la tanguita, la olió y la guardó en su cartera. Yo saqué más fotos. Tenía toda la conchita depilada y rosadita, con los labios apenas abiertos. Ella abría y cerraba las piernas como si estuviera aguantándose las ganas de tocarse hasta que me dijo: “¿te molesta si me toco?”. Yo le dije que por favor lo hiciera. Entonces bajo su mano derecha hasta dentro de su pollera y comenzó a rozar sus labios con el dedo índice. Mientras tanto entrecerraba sus ojos como conteniendo y ahogando las expresiones de placer que le estaban causando ese momento. Su dedo índice jugaba alrededor de sus labios hasta que junto al dedo medio los empezó a abrir. Pasó su dedo desde el nacimiento inferior de su concha, muy cerca de su colita hasta su clítoris y luego lo puso en su boca chupándolo. En ese momento soltó una risita encantadora. Luego volvió a bajar su mano y se metió el dedo índice adentro de su concha, muy suavecito. Estuvo un rato así masajeándose mientras yo para esa altura ya tenía la pija dura como una roca. Llegaba hasta el bolsillo de mi pantalón y por momentos latía. Ella se dio cuenta: “que pija grande, amor”. Mientras seguía metiéndose un dedo, pero ahora agregaba otro. Era un situación increíble, tenía a una desconocida delante de mí metiéndose dos dedos en la concha y yo con la pija como una roca queriendo metérsela entera. De golpe, miró por la ventana y cerró las piernas. Me miró y me dijo: “me tengo que bajar acá bebé… nos vemos”. Se levantó y se fue. Yo me quedé atónito sin poder decir nada, la vi irse revoleando el culo como una diosa del Olimpo. Me acerqué a su asiento y vi allí todo mojado por la transpiración de sus muslos y de su concha toda mojadita. No me aguanté las ganas y pasé el dedo por allí. Tenía el sabor de las ninfas. Intenté calmarme y pensé que algún día la volvería a ver y no se salvaría de una cogida espectacular.
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Estábamos pasando un otoño formidable. El sol no terminaba de irse y seguía dibujando las calles. Los árboles y las flores parecían negados a retirarse ese año. Pero lo mejor de todo era que las chicas seguían teniendo calor para abrigarse y continuaban con ganas de salir a la calle luciendo escotes despampanantes y sus piernas al viento.
Era un jueves a la tarde y yo estaba esperando el colectivo cerca del Parque Las Heras. Tenía puesto los auriculares mientras escuchaba un tema de Virus en la radio. No había mucha gente en la calle y yo volvía a mi casa después de trabajar toda la mañana. Pasaron unos cinco minutos y el colectivo no llegaba, pero sin embargo llegaría ella. Estaba distraído cuando sin que lo esperase vi de espaldas, a aproximadamente un metro de mi cuerpo, una chica de pelo largo y castaño que tenía puesta una camisa blanca y una pollera muy corta que le recortaba apenas debajo de sus muslos. Tenía una cintura magnífica y las curvaturas que hacían sus caderas daban ganas de dibujarlas con las manos. Desde que llegó no pude dejar de mirarle la colita que se le salía apenas para afuera. Se notaba que esos cachetes estaban trabajados por horas de gimnasio. Después de un rato de verla de espaldas ya estaba con ganas de llamar su atención cuando se dio vuelta para mirar lago hacia atrás. Ahí vi su rostro por primera vez. Tendría unos 23 añitos, los ojos negros y unos labios muy rosados y carnosos. No pude evitar imaginarlos sobre mi cuerpo. La miré fijo a los ojos y ella se dio cuenta cómo la miraba porque deslizo un pequeña sonrisita inocentona que me hizo estremecerme.
Enseguida llegó el colectivo y por supuesto la dejé subir primero. Ella encantada me agradeció. La dejé subir dos escalones para intentar ver por debajo de su pollera, pero esta estaba muy junta a sus piernas por lo que no pude ver nada. Creo que ella se dio cuenta de que yo había intentado mirarla porque enseguida volvió a mirar para atrás, volviéndome a sonreír.
Subimos al colectivo que estaba prácticamente vacío. Sólo viajaban unas ancianas en los asientos de adelante y una pareja que parecía estar discutiendo. El colectivo era de esos que tienen algunos de sus asientos enfrentados. En el fondo había una fila con este tipo de asientos y ella se sentó en uno mirando en la dirección que iba el colectivo. En ese momento pensé “si me siento frente a ella va a pensar que soy un maniático sexual”. Pero inmediatamente no me importó y recordé sus dos sonrisitas. Así que fui directo hacia allí y me puse enfrentado a ella. Me miró y luego miró a su alrededor. En ese momento pensé, “es obvio, se va a cambiar de asiento”. Pero me había equivocado, volvió a mirarme y me guiñó un ojo. En ese momento se me aceleró el corazón. No sabía qué hacer, qué decir. Saqué el celular y fingí que estaba mandando un mensaje. Cada tanto la miraba y ella lo sabía. De repente, empezó a abrir muy despacio sus piernas invitándome a ver lo que había debajo. Sus muslos eran blancos y carnosos pero bien firmes y los despegaba muy lentamente. Yo puse mi celular en función de cámara de fotos y espere a que terminara de abrirse. Saqué una foto y allí la tenía: llevaba una hermosa tanguita de encaje color rojo. Se me estaba haciendo agua la boca y notaba que bajo el pantalón, mi pija comenzaba a querer salirse hacia fuera. Ella siguió un rato con las piernas abiertas mientras miraba por la ventana. De repente bajó una mano hasta la abertura de su pollera y metió la mano dentro pasándola por encima de su tanguita. Yo me estaba volviendo loco y seguía sacando fotos. De repente me miró, yo me quedé helado y me dijo: “¿querés que me la saque y me sacás fotitos?”. Yo sólo atiné a asentir con la cabeza. Ella se levantó apenas la pollera y con las dos manos se sacó la tanguita, la olió y la guardó en su cartera. Yo saqué más fotos. Tenía toda la conchita depilada y rosadita, con los labios apenas abiertos. Ella abría y cerraba las piernas como si estuviera aguantándose las ganas de tocarse hasta que me dijo: “¿te molesta si me toco?”. Yo le dije que por favor lo hiciera. Entonces bajo su mano derecha hasta dentro de su pollera y comenzó a rozar sus labios con el dedo índice. Mientras tanto entrecerraba sus ojos como conteniendo y ahogando las expresiones de placer que le estaban causando ese momento. Su dedo índice jugaba alrededor de sus labios hasta que junto al dedo medio los empezó a abrir. Pasó su dedo desde el nacimiento inferior de su concha, muy cerca de su colita hasta su clítoris y luego lo puso en su boca chupándolo. En ese momento soltó una risita encantadora. Luego volvió a bajar su mano y se metió el dedo índice adentro de su concha, muy suavecito. Estuvo un rato así masajeándose mientras yo para esa altura ya tenía la pija dura como una roca. Llegaba hasta el bolsillo de mi pantalón y por momentos latía. Ella se dio cuenta: “que pija grande, amor”. Mientras seguía metiéndose un dedo, pero ahora agregaba otro. Era un situación increíble, tenía a una desconocida delante de mí metiéndose dos dedos en la concha y yo con la pija como una roca queriendo metérsela entera. De golpe, miró por la ventana y cerró las piernas. Me miró y me dijo: “me tengo que bajar acá bebé… nos vemos”. Se levantó y se fue. Yo me quedé atónito sin poder decir nada, la vi irse revoleando el culo como una diosa del Olimpo. Me acerqué a su asiento y vi allí todo mojado por la transpiración de sus muslos y de su concha toda mojadita. No me aguanté las ganas y pasé el dedo por allí. Tenía el sabor de las ninfas. Intenté calmarme y pensé que algún día la volvería a ver y no se salvaría de una cogida espectacular.
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6 comentarios - La chica del colectivo
Muy bueno che....