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El laberinto hacia el placer III

III

Cuando llegó al lugar la noche del viernes, se dio cuenta de que era mucho peor de lo que había visto en la casa de estudiantes: lleno de gente y totalmente salvaje. La casa de Vespertina era una mansión increíble, de las que Cándida había visto solo en películas. La música estaba a todo volumen pero a nadie parecía molestarle. Cuando llegó, la recibió Vespertina con un abrazo y le ordenó a una de sus lacayas que le trajera una cerveza a Cándida. Ella trató de excusarse diciendo que no bebía, pero Vespertina no pareció escucharla y le puso la botella en la mano de todos modos. Vespertina vestía ropas muy modernas y ajustadas: llevaba un vestido negro brillante muy corto y grandes pulseras de plata. Usaba zapatos de taco muy alto, aros de argolla gigantes y una cola de caballo muy alta. Claramente, Cándida no estaba bien vestida, y esto impacientó a Vespertina, quien puso los ojos blancos y tomó a la chica de la muñeca para llevarla a su cuarto.

- No puedes estar aquí con esa ropa que llevas siempre… ¿qué no tienes nada más?
- No, lo siento – y Cándida miró al suelo con pudor.
- No te preocupes, te voy a cambiar el look y te voy a regalar algunas de mis prendas. Quítate la ropa.

Había otras tres chicas en la pieza. Cándida dudó un poco pero luego pensó: “son solo chicas” y quedó en ropa interior. Las chicas la contemplaron con malicia. Vespertina estaba revisando el closet pero de pronto la llamaron al celular aparentemente, se excusó y tuvo que irse: “espérame” le dijo a Cándida. Las tres chicas miraron codiciosamente a Cándida, y dos de ellas comenzaron a besarse.
“Somos muy amigas” explicó una de ellas. Una que se presentó como Jazmín, tomó las ropas de Cándida y las lanzó por la ventana inesperadamente. Cándida gritó: “¡por qué haces eso!”. Asustada, vio como Jazmín se le acercaba. No podía salir de la pieza porque estaba semidesnuda, pero huyó de todas maneras como una presa acorralada. Las otras chicas la atraparon y la tomaron de los brazos fuertemente para que no escapara. Jazmín se sacó la ropa y quedó en ropa interior igualmente. Se acercó lentamente a la nerviosa Cándida y la besó en los labios. Besándola y deslizando su mano por los pechos la atrapó Vespertina.

- Jazmín, ¿qué le haces a Cándida? – gritó furiosa.
- Nada, yo solo quería ser cariñosa con ella.

Violentamente, Vespertina jaló a Jazmín del pelo y la tiró a la cama. Les ordenó que salieran de la habitación y que las dejaran solas a ella con Cándida. Cuando las chicas salieron, Vespertina siguió buscando ropa para Cándida. Primero, le pasó unos jeans ajustados y una camisa. Cándida se los probó y le quedaban muy bien.

- Te los regalo, ahora quítatelos.
- ¿Qué? – dijo la confundida Cándida.
- Quítatelos, no vas a salir vestida así abajo.

Cándida volvió a desnudarse. Vespertina le pasó un vestido y una chaqueta. A Cándida también le gustaron mucho y pensaba que estaba bien así para ir a la fiesta, pero Vespertina volvió a decir:

- Okay, son tuyos. Quítatelos.
- Pero Vespertina, no puedo aceptarte todo esto…
- Si, si puedes, no te preocupes. Tengo demasiada ropa y pensaba renovar mi closet de todas maneras – dijo indiferente.

Se probó varias tenidas. A veces Vespertina le decía: “ay, no, esto no… confía en mí, soy una experta en modas”. Cándida terminó con 5 tenidas nuevas que Vespertina puso en un bolso. Luego le pasó lo que se iba a poner en la fiesta.

- ¿Qué? ¿estás loca? ¡esto es muy corto! ¡y muy ajustado! – exclamó Cándida.
- ¿Qué tiene de malo? Si es muy parecido al vestido que estoy usando yo – dijo. Pero Cándida miró a Vespertina y pensó: “bueno, ella es mucho más flaca y sus pechos son muy pequeños. Obviamente no se ve tan exuberante con el vestido”.

No tuvo más remedio que conformarse con él, pues era el deseo de la anfitriona que tan amablemente se había portado. Era un vestido strapless de color rosado con un cinturón negro. Por supuesto, tuvo que usar unos zapatos de tacón bastante altos con él, cosa a la que tampoco estaba acostumbrada; le alegó a la otra chica “Vespertina, me voy a caer” y la chica le respondió “no seas tan llorona”. Le prestó algunas joyas también. Luego la tomó de la mano y la llevó al baño para maquillarla.

Cándida jamás hacía estas cosas. Como había sido criada en un ambiente muy conservador, ella tenía entendido que las chicas que se maquillaban y se arreglaban demasiado, eran las “chicas fáciles” que iban “en busca de hombres”. Como no era muy segura de sí misma y como estaba acostumbrada a vestirse de una manera, se sentía sumamente extraña: como si fuera a convertirse en otra persona.

1 comentarios - El laberinto hacia el placer III

chikabisex
CHICHARITO... QUE PELOTUDO QUE SOS!!!!!!!!!!!!