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Historia de la bibliotecaria...

La conocí en una biblioteca. Nadie diría que una biblioteca es un lugar donde encontrar a alguien con quien acabarías teniendo sexo, pero así fue.
Yo estaba allí buscando información para una asignatura de la universidad y no tenía intención de quedarme mucho tiempo, pero mis planes cambiaron drásticamente al verla.
Dio la casualidad de que yo estaba en una sección cercana a la puerta, cuando ella entró en la sala.
En lo primero que me fije, pese al poco romanticismo del acto, fue en sus generosos pechos, embutidos perfectamente bajo una camiseta blanca con un escote más que interesante. Siempre he pensado que es muy descortés mirar fijamente a las tetas a una chica, asique me recuperé pronto del shock erótico y aparte la vista con cierta desgana. Levanté mis ojos y contemplé sus ojos castaños, rodeados de una cantidad casi infinita de pestañas largas y seductoras. Su pelo liso, de un color rojizo muy oscuro le caía por la espalda, suelto y sedoso, con la excepción de un mechón que le colgaba por encima de su pecho izquierdo.
Tenía una boca ancha y unos labios carnosos que invitaban a besarlos y a morderlos suavemente. Mi libido crecía por momentos. Me fijé en unas pocas pecas que decoraban su nariz redonda y ligeramente ancha. Era preciosa, y mi deseo ardió con fuerza en mi interior cuando pude verle el cuerpo completo.
Llevaba una cazadora vaquera de color gris oscuro, debajo de la cual llevaba la susodicha camiseta blanca (de tirantes, por lo que supe después), que aprisionaba esos maravillosos pechos.

Ay madre, que pechos, relájate.

Lo interesante estaba bajo su vientre plano y firme. Un cinturón negro con una gran hebilla metálica adornaba más que sujetaba, una minifalda que le llegaba un palmo por encima de las rodillas, dejando al descubierto kilómetros y kilómetros de unas deliciosas, torneadas y evidentemente ejercitadas (y depiladas) piernas. Levaba como calzado unas botas negras de montaña, que le daban un toque deliciosamente rudo.
Me lanzó una mirada fugaz cuando paso por mi lado y dejó tras de sí un delicioso olor a vainilla y estrógenos (o eso me pareció a mi) que me volvió totalmente loco.
Quizá fue la divina providencia, o que la biblioteca estaba bastante atestada de gente, pero la cuestión es que fue a sentarse en la misma mesa en la que estaban mis trastos, con una separación de un par de sillas.
–Oh, tío- pensé.
Mi intención inicial, era ir a la biblioteca, buscar unas líneas de un libro que ya conocía, copiarlas en mi portátil y volver a casa. Pero siempre hay tiempo para unos retoques en el plan, ¿no?
Tomé el libro, y me volví a mi mesa, sin perderla de vista. Cuando me acerqué, vi de reojo que ella levantaba la vista y me miraba.

Si querida, la mercancía está a su disposición.

Me senté, abrí el libro, sin recordar si quiera que había ido a buscar. Tenia que pensar en algo que poder decirle. “Hola guapa, ¿quieres que te ayude con los deberes?” Va a ser que no.
Lo admito, no tenía ni idea de que decirle a una semidiosa con olor a vainilla como ella. El grandioso arte de la seducción nunca ha sido lo mío.
Al cabo de un rato, aún tratando de dar con una frase ingeniosa con la cual cayera enamorada de mi al instante, sentí unos toques en mi hombro que me sacaron de mi ensimismamiento.
Me giré con irritación. Era ella, estaba inclinada hacia mí. La miré de arriba abajo sin poder evitarlo. Ojos, boca, cuello. Tetas. Tetas. “Aparta la vista y di algo”.

Tetas. Y un estrecho y prometedor canalillo. “¡Por el amor de Dios, reacciona!”

Traté de poner cara de interesante y levantar una ceja, indicándole que tenía mi atención. Teniendo en cuenta que aún tenia la boca medio abierta, debí dar la impresión de ser un poco tonto. Estaba seguro de que ella había escuchado todos mis pensamientos.
-Perdona- Me susurró, tan cerca que se me puso la piel de gallina- ¿puedo pedirte ese libro?
-Eh… ¿el libro? - ¿Libros? ¿Biblioteca? ¿No estábamos en el Cielo? ¿Entonces por que tenía un ángel de pechos generosos delante de mí?- Oh, sí, claro. Toma.
Le ofrecí el libro sin dejar de mirarle y se me cayó al suelo. Inmediatamente me agaché a recogerlo y acabé a los pies de aquel avatar de la sensualidad y el erotismo.

"Madre del amor... que piernas...¿se molestará si pruebo un mordisquito?"

Levante la mirada y vi que sonreía divertida. Jamás me había sentido tan patoso y estúpido.
Cuando se lo ofrecí por segunda vez al sentarme de nuevo, lo cogió y se me quedó mirando.
- Estabas usándolo ¿Verdad? Me sabría mal interrumpirte.
- Oh, no te preocupes, si quieres puedes invitarme a una cerveza a cambio.- Solo cuando salieron de mi boca entendí las palabras que había dicho.

“Dios. Dios. Dios. Pon cara de que no te importa cuando te rechace” pensé.

- Eso me parece muy justo – Me contestó – No voy a tardar mucho, si quieres luego te vienes conmigo y nos hacemos esa cerveza. Raquel.
Dijo esto último extendiendo su mano hacia mí. Tarde 5 segundos en entender que me había dicho su nombre y que esperaba el mío. Tardé 15 segundos en comprender que había aceptado mi oferta.
- Fran – Dije estrechándole la mano.
Sin dejar de sonreír se fue un par de sillas más allá y se enfrascó en la lectura del libro. Yo solo pude hacer una cosa. Esperar sentadito intentando no echarme a reír salvajemente y cantar la canción “We are the champions”. Por lo poco que tardó en avisarme para irnos, yo diría que el libro fue una mera excusa para hablar conmigo, pero eso solo lo pensé días después. En aquel momento solo pensaba en las múltiples posibilidades que me ofrecía el futuro próximo.

Cuando salimos de la biblioteca, caminamos uno al lado del otro. Me preguntó por mi carrera y el motivo de mi visita a la biblioteca. Y aunque le estaba contestando, yo estaba deseando girarme y mirarla. Y besarla. Y arrancarle esa camiseta que…
Pero ella se me adelantó. Interrumpiéndome, me tomó de la mano y me guió hasta un callejón situado entre dos fincas.
Con cierta violencia me empujó contra la pared, aplastándome con su voluptuoso cuerpo y puso sus brazos a mi alrededor, como impidiéndome la huída.

"No sufras, no tengo intencion de escapar."

Estábamos tan cerca que sentía el calor de su bien formado cuerpo a través de la ropa. El tenue olor que desprendía era como una droga que anulaba por completo mi razón. Vainilla y esencia pura de mujer. Sublime.
Sentí su respiración acelerada. Estaba… ¿ansiosa?
Recorrió con su cabeza los pocos centímetros que nos separan, con el fuego del deseo brillando en sus ojos. Al principio me besó en los labios con suavidad. Un beso… se separaba apenas unos milímetros… otro beso… Excitante y delicado al mismo tiempo.
Luego empezó a encenderse más, sacó su lengua y recorrió mis labios con ella, humedeciéndolos. Cuando terminó, se separó solo un poquito, y luego introdujo su lengua en mi boca. Me estremecí de placer puro. Sentía como nuestras lenguas se peleaban por entrar en la boca del otro, una deliciosa lucha en la que ninguno tomaba ventaja. Deslizó sus manos y me agarró de la cabeza, al mismo tiempo que tomaba mi lengua con sus labios y la succionaba y lamia con pasión.

Noté como mi corazón quería salirse por mi boca, y como mi entrepierna quería salirse por mis pantalones.

Sacó mi lengua de su boca y comenzó a besarme el cuello, a mordisquear mi oreja, me dijo unas palabras al oído, pero no os mentiré: no me entere de nada. Estaba demasiado ocupado no desmayándome del placer.
Volvió a besarme con lujuria mientras una de sus manos me soltó y recorrió mi espalda con las uñas hacia abajo, hasta llegar a mi trasero. Lo apretó con firmeza y me mordisqueó y succiono el labio inferior. Gemí. No pude evitarlo.
Ella se entretuvo durante un rato con mi trasero y mis labios, y a mí, que estaba excitado y bloqueado, me acudieron miles de pensamientos a la cabeza que no pude desechar. “¿Qué le parecerá? ¿Pensara que tengo un buen culo?” “¿Le sentará mal si se lo toco yo?” “Ay, menos mal que me he duchado antes de salir y no apesto a oso…” "Lo está haciendo todo ella.. ¿que me está pasando?"
Mientras se me ocurrían todas aquellas chorradas, que me impedían disfrutar por completo del momento, Raquel soltó mi trasero y colocó la palma de su mano en mi bragueta y volvió a explorar mi boca con su juguetona lengua. Desapareció de mi mente todo pensamiento o idea que hubiera podido tener.
Percibí el calor intenso de su mano en mi pene, totalmente duro y listo para la acción, y sentí como una descarga de placer me recorría la espalda hasta llegar a la nuca, poniéndome absolutamente todos los pelos del cuerpo de punta.
Apretó solo un poquito mi abultado paquete y el placer me obligó a gemir otra vez, sin poder reprimirme. Noté como sonreía mientras nos besábamos acaloradamente.
Entonces, con la habilidad de un carterista profesional, desabrochó el pantalón y bajó la bragueta con una sola mano. El alivio de la presión de los pantalones fue todo un gozo. Luego caí en la cuenta de lo que había hecho. “¿No irá de verdad a…? ¿En serio me va a…?” Pensé. Mi excitación alcanzó cotas insospechadas, y sentí como mi ropa interior se había manchado de líquido preseminal. Oh, qué vergüenza.
Sin perder tiempo, introdujo la mano bajo la ropa, y con la yema del dedo acarició mi glande lubricado con mi propio fluido. Qué placer más intenso y caliente. Sentí que me temblaban las piernas. Se separó un poco y me miró a los ojos. Ambos respirábamos con rapidez, excitados. Tomó en su mano mi pene y lo apretó con algo de fuerza. Sentí la presión de la sangre acumulándose en mi miembro y pensé que me moría de placer.
Subió y bajo un par de veces su mano, masturbándome sin dejar de mirarme con aquellos ojos castaños, cargados de lujuria y promesas de placer.
Cerré los ojos instintivamente, disfrutando del tacto de su mano en mi pene, saboreando el momento.
Liberó mi cabeza de su otra mano y me bajó el calzoncillo un poco, dejandolo totalmente al aire. Bajé la mirada. Nunca había tenido un monstruo de polla, pero lo cierto es que estaba satisfecho con su tamaño y grosor. Mire a ambos lados por si había alguien. Estábamos solos. Observé como sujetaba mi polla con sus manos, hinchada, durísima, suave, brillante y depilada. No estaba mal.
Aún jadeante, mi lujuriosa compañera expresó una media sonrisa sin dejar de mirarme, e inició un lento descenso, besándome y mordisqueándome a través de la ropa hasta quedar a la altura de mi palpitante sexo. No podía creer que fuera a hacerlo. La zona responsable de mi cerebro intentaba gritarme acerca del riesgo de lo que estaba haciendo, pero en aquel momento no pude escucharla.

Con deliberada parsimonia, acerco sus labios a la punta de mi aparato y la besó muy suavemente, provocándome un pequeño espasmo de placer. Cerró los ojos, creo que disfrutando del momento, sacó la lengua y empezó a recorrer mi glande con ella.
El placer que me estaba provocando era suave y continuo, delicioso, perfecto. Sentía mi corazón desbocado, la boca seca, su lengua suave y caliente, su aliento rápido y entrecortado saliendo de su boca y rozando la sensible piel de esa zona. Se entretuvo así un ratito.
Entonces colocó sus labios cerrados de nuevo en la punta y comenzó a introducírsela muy lentamente en la boca.

"¡Oh, Dioses del Olimpo! ¿Puede morir uno por exceso de placer?"

Llegado un momento sentí que tocaba fondo, pero ella inclinó un poco la cabeza hacia adelante y continuó tragando sin contemplaciones. Cuando ya no quedaba más carne que introducir en la boca, comenzó un lento retroceso para sacarla. Repitió la operación una vez… y otra… con cada movimiento lo hacia un poquito más rápido.
Llegó un momento en que mi cabeza perdió por completo la razón, y se abandonó al placer de aquellos labios carnosos deslizándose suavemente por la piel mi miembro. Perdí la noción del tiempo ¿Cuánto tiempo pasaría? ¿5 minutos? ¿Media hora? ¿Tal vez más, tal vez menos?
De pronto, en mi cabeza surgió una duda que me ató un nudo en el estómago. “¿Lo hará hasta el final?” Por su actitud parecía que sí. Pero estaba muy equivocado.
A los pocos segundos de surgirme aquella duda, sacó mi pene ensalivado de su boca, lo lamió de arriba a abajo y lo cubrió de nuevo con mi ropa.
Se levantó y sonriendo con picardia, me dijo:
- Creo que mejor pasamos del bar y continuamos en mi casa. ¿Te parece?
- Me parece una idea muy buena. – Dije de manera automática.
Se secó las comisuras de los labios, me besó en la boca y salimos del callejón en silencio de camino a su casa. Me tenia exactamente donde y como quería, y yo no imaginaba lo que tenia pensado hacer conmigo.

Salutes!

Donnor OuT...

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