Sexo con el mejor amigo de mi hijo (mayor de 18)

Recién cuando la puerta se cierra pienso que quizá podría estar cometiendo un error.
La habitación es como todas en esos hoteles: pequeña, alfombrada, con una enorme cama, un televisor en la que pasan una película porno y espejos en las paredes y en el techo. Más allá, un baño.
Él está nervioso aunque trata de disimularlo. Yo también. Lo conozco desde que nació, y es el mejor amigo de mi hijo. Un chico adorable por donde se lo mire. Ya es mayor de edad, la madurez lo favorece.
Hace un tiempo me dí cuenta de que está interesado en mí. Entonces empecé con él un juego de seducción un poquitín perverso. Frases con doble sentido, miradas cómplices, algún roce de piel a piel que parecía casual.
Hasta que caí en mi propia trampa y empecé a fantasear con este muchacho. Así como él fantaseaba conmigo, una señora madura. Que nos conociéramos, que él sea amigo de mi hijo, le agregaba una cuota de morbo adicional. Algo de relación imposible. Prohibida.
Hoy más temprano nos encontramos en un paseo de compras. Yo estaba mirando vidrieras, con toda la tarde por delante, él caminaba con unos amigos.
Cuando me vio vino a saludarme, hablamos dos pavadas. Yo sentí un súbito ataque de deseo. Deseo de él.
-¿Vas a algún lado? –le pregunté.
-No.
-Bueno, te llevo.
Sonreímos los dos. Se despidió de sus amigos, fuimos hasta el estacionamiento y subimos a mi coche.
No hablamos en todo el viaje. Yo sacaba cuentas mentalmente: son las tres de la tarde, tengo por lo menos dos horas libres por delante …
Llegamos al hotel, metí el auto directamente en la cochera y caminamos unos metros hasta la habitación.
Y aquí estamos.
De pronto parece que él no sabe bien qué hacer. Se sienta en la cama, me mira, sonríe.
-Está buena –dice refiriéndose a la cama.
Yo estoy expectante. Tengo muchas ganas de sentirlo, pero sigo preguntándome si no será un error.
Él mira el televisor, pasan obviamente una película porno, en una escena se ve a una mujer en cuatro, dos hombres se turnan para hacerle anal. El volumen está bajo pero alcanzan a escuchar sus gemidos.
Parece que se decide a tomar la iniciativa. Baja las luces, se quita la camisa.
Camina hacia mí. Tiene un bello cuerpo, fuerte, joven. Y un indisimulable bulto en el pantalón que marca la potencia de su excitación. Me desea, y eso me gusta.
Extiende sus brazos, me abraza torpe, tímidamente. Yo aún tengo la cartera colgando del hombro, la situación es un poco ridícula, sonreímos los dos.
Dejo la cartera, vuelve a abrazarme, me besa el cuello, la oreja, la cara. Finalmente, nuestras bocas se encuentran.
Nos damos un hermoso beso, intenso, profundo, húmedo.
Es raro besar así a alguien que conozco desde que nació, que he visto jugar a la par de mi hijo, que he visto crecer.
Desabrocho los primeros botones de mi blusa, él me ayuda a quitármela por sobre la cabeza.
Mira fascinado mis pechos libres de corpiño.
-Oh… qué hermosos –suspira, jadea.
Se lanza a chuparme los pezones con pasión. Los muerde, como si supiera que eso me enloquece.
Giro sobre mí misma, le doy la espalda pero con el rostro hacia atrás, nos seguimos besando, él amasa mis tetas.
Ahora es todo urgencia. Me quito la falda, él se baja los pantalones, todo sin dejar de besarnos. Busco su miembro con la mano, a ciegas. Lo aprieto. Es formidable, duro, grueso. Lo aprieto más fuerte, lo froto contra mis nalgas. Gemimos.
Me quita la tanga de un tirón, soba mis nalgas, las abre, las cierra, las vuelve a abrir, sus manos suben a mis pechos, baja a mi entrepierna húmeda, me mete dos dedos… quiere tener todo mi cuerpo a la vez.
Giro nuevamente para quedar de frente a él, nos besamos, bajo con mis labios por su mentón, su cuello, su pecho, su vientre… me voy agachando hasta quedar en cuclillas frente a su miembro maravilloso. Le tiro todo el cuero hacia atrás y me lo meto en la boca.
Él se estremece. Tanto, que temo que acabe en mi boca de inmediato. Le hago una mamada lenta, suave, profunda, hasta asegurarme que aguantará. Y entonces sí me empleo a fondo, la devoro como a mí me gusta.
Mi entusiasmo es tan grande que me olvido de que estoy con un joven prácticamente inexperto, hasta que lo escucho jadear:
-Señora… no aguanto… voy a acabar.
No hace cinco minutos que empezamos. ¿Cómo es posible?
Por suerte, aguanta.
Me pongo de pie, nos abrazamos y besamos otra vez. Me manosea todo el cuerpo, apasionado. Levanto una pierna, quiero sentirlo ya mismo.
Pero él me hace girar para que otra vez le dé la espalda. Con una mano en mi hombro, me empuja suavemente para que me incline hacia delante, apoyo las palmas sobre la cama.
Me abre las nalgas y apoya su miembro en mi ano. Quiere empezar directamente por ahí.
-Esperá, esperá un segundo –le digo.
Recojo mi cartera del suelo, saco un frasco de crema para manos que siempre llevo conmigo, se lo alcanzo. Servirá para esta ocasión.
-Poneme un poco –le susurro.
Vuelvo a la posición anterior, con las manos sobre la cama, el torso inclinado hacia delante, las piernas abiertas. Él es más alto que yo, no tendrá problemas para hacer lo que quiere hacer.
Se embadurna los dedos con crema y los pasa por mi hueco. Un dedo se desliza en mi interior hasta el fondo sin problemas. Lo mete y lo saca, deleitado con mi dilatación.
Luego vuelve a la carga. Con una mano abre mis nalgas, con la otra apunta hacia mi ano su miembro erecto.
Empuja, yo gimo, empuja más, gimo más. A pesar de que estoy acostumbrada al sexo anal, lo siento enorme y me cuesta aguantarlo.
-Ah... por favor… de a poco –le ruego.
Me hace caso a medias. Creo que está tan emocionado de estar metiéndomela en el culo que no se puede aguantar y embiste con fuerza.
Es siempre igual: la primera mitad me entra con dificultad, pero el resto se desliza sin problema. Me la mete hasta el fondo, hasta la raíz, hasta los pelos. Siento que me la engullo.
Me bombea sin piedad, con salvajismo. Grita, excitado. También yo grito, frotándome el clítoris con una mano.
Subo el torso, mi espalda queda pegada a su pecho, nos besamos, nuestras lenguas se buscan enloquecidas, le lamo todo el rostro.
Él se agacha un poco y sigue sus embestidas hacia arriba. Su pelvis rebota contra mis nalgas con tanta fuerza que me obliga a ponerme en puntas de pie.
Luego caemos en la cama, me aplasta con su cuerpo, jadea, me muerde el cuello. Es hermoso sentir su pasión, su virilidad desbordante.
Saca todo su miembro, mira mi hoyo completamente abierto, me lo vuelve a meter.
Los espejos de las paredes multiplican nuestro placer. Miramos nuestras imágenes reflejadas, nos excitamos.
Tengo un orgasmo. Involuntariamente contraigo el esfínter, le aprieto el miembro, y él acaba torrentes de semen directo a mi intestino. Gritamos los dos.
Nos quedamos inmóviles, escuchando nuestra propia respiración agitada. Su miembro, aún plantado dentro de mí, se va deshinchando poco a poco.
Ya está. Lo hicimos. He estado con un chico joven. Y él se ha cojido a la madre de su mejor amigo. Ambos hemos cumplido nuestras fantasías.
Cuando su miembro se ablanda por completo y se sale solo, se baja de encima de mí y se acuesta boca arriba a mi lado. Yo sigo boca abajo. Luego del orgasmo necesito unos minutos para mí, para saborear todo el placer que he sentido.
Pero él no sabe de mis costumbres, se preocupa por mis silencio. Lo noto en el tono de su voz cuando me pregunta:
-¿Está bien?
Sonrío suavemente, hago que sí con la cabeza. Me causa gracia que me siga tratando de usted.
No puedo bajar de las alturas del placer. Busco sus labios con los míos, mi mano va hacia su miembro, ahora tan vulnerable.
Apuesto a que se recuperará rápidamente, y gano. A fuerza de besos y caricias, siento que su dureza crece en mi mano.
Me deslizo en la cama hacia el centro de su cuerpo. Me paso su miembro por los pechos, los pezones, la cara, y me lo meto en la boca. Es exquisito.
Le hago una mamada fuerte, intensa. Cada tanto me tomo un respiro, vuelvo a pasármelo por las tetas y la cara, le pego golpecitos con la lengua y otra vez a mi boca.
Él delira de placer. Estira su brazo, me mete dos dedos en la vagina. Tengo la entrepierna empapada, entre mis jugos y los suyos, que están brotando del hueco entre mis nalgas.
Siento su tensión, el momento se acerca. Voy a sacarle hasta la última gota.
El estallido me sorprende cuando me estoy pasando su miembro por los pechos. Me salpica hasta la cara. Me apuro a meterlo otra vez en mi boca, me trago su savia espesa, abundante.
Caigo de espaldas sobre la cama, otra vez en trance.
Cuando abro los ojos, él me está mirando. Sonríe.
-Fue… fue grandioso… -dice.
Le acaricio el rostro, también yo sonrío.
Tengo las tetas llenas de leche, también las nalgas porque suavemente estoy despidiendo toda la que me metió adentro.
-Voy a darme un baño –le digo.
Nos besamos otra vez. Me pregunta:
-¿Se siente bien?
-Sí, muy bien.
-Usted es… uf… no pensé que fuera así.
-¿Así cómo? –le pregunto con una sonrisa.
-Así tan… genial.
Es muy lindo recibir eligios así.
Nos besamos un rato más, hasta que miro la hora. Es tiempo de irme.
Nos bañamos juntos y bajo la ducha me penetra otra vez, ahora de pie. Es un chico incansable.
Después, mientras nos estamos vistiendo, le digo:
-Sería conveniente que no digas nada sobre esto que pasó, en especial a mi hijo.
-Por supuesto, quédese tranquila.
En el viaje de regreso conversamos sobre la escuela, su entrenamiento con el equipo de rugby… tonterías. Lo dejo a una distancia conveniente de su casa para que no nos vean juntos.
Luego llego a casa. A la noche preparo la cena para mi hijo con una frialdad que me sorprende a mí misma. Ningún gesto me delata. Me voy a dormir temprano con el pretexto de un dolor de cabeza.