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El eterno solitario

Aunque el estado de mi tío era estacionario, el último parte médico no había sido muy alentador. Más allá de algunos tecnicismos se podía entender que aún estaban comprometidas algunas zonas vitales, por lo que requería una nueva operación, y si bien el equipo que lo atendía trataba de restarle dramatismo al asunto, se notaba que no eran demasiado optimistas respecto al resultado de esta nueva intervención quirúrgica. Pese a que había estado en todo momento junto al lecho agonizante de mi tío, acompañando a mi tía que, supuestamente, era la más afectada por semejante trance, no soporte aquella noticia. De repente me sentía agobiada por todo, las paredes de la clínica me oprimían, si no salía de allí iba a terminar estallando en una crisis nerviosa. Me disculpe con mi tía y salí corriendo, sin mirar atrás. En la calle aspiré una larga bocanada de aire fresco, necesitaba renovar mis pulmones. Empecé a caminar sin ningún rumbo fijo y me metí en un bar. Pedí un café, negro, sin azúcar. Me senté a una mesa junto a la ventana y espere a que el mozo trajera mi pedido. Había poca gente en el lugar aunque alguien atrajo mi atención de inmediato. No sé porque pero me resultaba familiar, ¿lo conocería de algún otro sitio tal vez? Pensaba de donde podía ser cuándo se dio cuenta que lo miraba, entonces me miró y me saludo con un asentimiento de cabeza. Me sonreí. Estaba bebiendo alcohol, eran las once de la mañana aunque el horario no parecía evitar que comenzara desde temprano a intoxicarse el hígado. Agarro su vaso y se acercó a mi mesa.
-¿Puedo sentarme?- preguntó.
Antes de que pudiera responder el mozo le dijo que no me molestara, lo hizo de mal modo, por lo que supuse que sería alguien que ya tenía su historia en el lugar, y que por algo se lo decían, igual no me gustó como se lo dijo, por lo que decidí contradecir tal advertencia.
-No, esta bien, adelante- asentí.
Necesitaba distraerme. El mozo y el que atendía detrás de la barra nos miraban sorprendidos, sin poder creer que hubiera aceptado la intromisión de aquel personaje. Lo miraba y todavía no me daba cuenta de que era lo que me resultaba tan familiar.
-¿Nos conocemos?- me preguntó intrigado quizás también por la forma en que lo miraba y por la facilidad con que había aceptado su compañía.
-No lo creo- repuse recibiendo la taza que me traía el mozo.
-¿Entonces?- inquirió sin saber como seguir la conversación.
Se la hice fácil.
-Podemos conocernos ahora- le dije tomando un sorbo de mi café.
-Me parece bien, me llamo Roberto- se presentó, extendiéndome la mano.
-Mariela- me presente yo, estrechándosela.
Por un momento nuestras miradas se quedaron fijas la una en la otra, hasta que no pudimos evitar reírnos. Se trataba de un hombre de unos 45 años aproximadamente, cabello entrecano, arrugas en el rostro que evidenciaban profundas vivencias, no podía decirse que fuera feo, aunque había en él cierta actitud que delataba que no era de tener suerte con las mujeres, por eso lo sorprendía todavía que hubiese aceptado sin problemas su compañía y más aún que no le rehuyera a su charla. Trataba de acordarme de donde lo conocía pero me era imposible.
-Y decime Roberto, ¿sos casado?- le pregunte entonces, como para ayudarlo a iniciar un tema de conversación.
-No, soy lo que se dice un soltero empedernido- contestó.
Linda forma de decir que las mujeres no le dan pelota, pensé.
-¿Y vos?- me preguntó también.
-Casada y muy feliz- le dije enseñándole mi resplandeciente alianza de matrimonio.
-Eh…- se quedo sorprendido, sin saber que decir.
-No te preocupes, que esté casada no significa que no pueda conocer nuevos amigos, soy una esposa no una esclava- le dije.
-Mira vos, parece que la tenes bastante clara- expresó pidiéndole al mozo otro trago de lo que había estado tomando.
-Muy clara- le asegure –Ante todo soy una mujer-
-Y una muy linda- afirmó.
Me sonreí. Seguimos hablando por un buen rato más, me contó parte de su vida, de cómo estuvo juntado una vez pero la mujer que amaba lo dejo por su mejor amigo, que aunque había pasado ya hacia varios años todavía no podía olvidarla. Que si volvía y le pedía perdón, la perdonaría. Me dio pena aquel hombre, me dio pena su corazón herido, y es por eso mismo que pienso que el amor es una verdadera infamia. Mientras él seguía enumerando sus desengaños amorosos, que no eran pocos, mire la hora en mi reloj pulsera, como si se me estuviera haciendo tarde para algo.
-Perdona, supongo que te debo estar aburriendo- dijo dispuesto ya a emprender la retirada.
-No, en lo absoluto, solo me preguntaba cuándo me ibas a invitar a tomar algo en tu casa- le dije, mirándolo fijamente, decidida a hacer feliz a aquel desengañado hombre por lo menos por un día.
Me miró a los ojos, serio, el ceño fruncido, como preguntándome si no estaba bromeando.
-Me imagino que debes venir todos los días a este lugar, a tomar tu trago, siempre solo, soportando las miradas del mozo y del que atiende el mostrador, ¿te imaginas lo que dirían si salimos de acá tomados del brazo?- le dije, plantando en su mente la imagen de algo que según él siempre le pasaba a los demás.
-Se morirían- expreso con los ojos iluminados.
-Entonces… ¿me pagás el café?- le pregunte.
Llamó al mozo.
-Por favor la cuenta, lo de la señorita también- le dijo.
-Señora- lo corregí.
-Ah, sí, perdón, lo de la señora-
Pagó lo que consumimos, nos levantamos, me aferré de su brazo y riéndonos salimos del bar, dejando boquiabiertos al mozo y al que atendía el mostrador.
-Se deben estar muriendo- aseguró una vez afuera, con esa voz cargada de alcohol y vivencias.
-Se lo merecían, no me gustó como te hablo el tipo ese- le dije.
-Si, es que dicen que les espanto a las clientas- trato de justificar.
-A mí no me espantaste- le hice notar.
-Todavía no, pero decime, ¿es verdad lo ir a tomar algo o solo fue para que te pagara el café?- quiso saber.
-Con eso no se juega- le asegure.
-Te lo digo porque vivo acá a la vuelta , todavía estás a tiempo de espantarte- me advirtió con un dejo de tristeza en la mirada, como esperando que fuera otra hija de puta más como aquella mujer que lo había abandonado.
Lo miraba y todavía no podía saber porque me resultaba tan familiar.
Para convencerlo de que iba en serio no se me ocurrió más que besarlo, impregnándome los labios y el paladar con el fuerte sabor del alcohol que acababa de tomar. Volvimos a mirarnos en esa forma tan intensa y sugestiva, había algo en sus ojos que me tranquilizaba, ya que aunque se trataba de un completo extraño, sentía como que lo conocía de toda la vida. Nos tomamos de las manos y fuimos hacia su casa.
-La última vez que traje una mina a casa creo que fue cuándo Alfonsín ganó las elecciones- se rió.
Abrió la puerta principal, una de metal con la pintura descascarada y accedimos a un pasillo, largo y estrecho, con las paredes derruídas, el silencio del lugar era casi sepulcral, no se escuchaba nada, solo el tráfico de la calle. Juntos avanzamos hasta la última puerta a la izquierda, ahí vivía él. Entramos y prendió la luz. Si el exterior era lúgubre y sombrío, el interior lo era aún más. El evidente refugio de un hombre acabado, de alguien decepcionado con la vida. Casi no había color en aquel ambiente, todo era gris y mustio, como si se tratara de un lugar de paso y no de un hogar.
Deje la cartera sobre una de las dos únicas sillas que había y me acerque sugerente a él, moviéndome con gestos felinos. Lo abracé y lo volví a besar, esta vez mucho más ávida y jugosamente, estrechándome contra su cuerpo, sintiendo contra mi vientre el furioso palpitar de aquello que, según él mismo, no era de utilizar demasiado. Se lo agarré por sobre el pantalón y le dispensé una suave apretada, se estremeció al sentir la firmeza de mis dedos.
Roberto me miraba fascinado, como quién mira algo que todavía no puede creer que este sucediendo. Pero sucedía y habría de sentirlo cuándo me deje caer al suelo y de cuclillas le bajé el cierre del pantalón para pelarle un notable pedazo de verga que no parecía acusar en lo absoluto falta de acción alguna, por el contrario se alzaba imponente y majestuosa, con la cabeza hinchada en una forma que le otorgaba cierta tonalidad amoratada, casi violácea. Se la contuve con una mano y empecé a meneársela, sintiendo el prodigioso endurecimiento. Además de dura, quemaba, soltando ya un persistente líquido por el orificio de la punta. Sin dejar de pajeársela, me la metí en la boca y se la chupe con todas mis ganas, frenéticamente, metiéndola y sacándola una y otra vez de mi boca, chupando, besando, lamiendo y hasta mordiendo cada centímetro de tan contundente baluarte viril.
Para ser un solitario aquel hombre tenía una pija que ya más de una quisiera tener enterrada entre las piernas. Me calentaba ver su cara de goce, los suspiros que exhalaba y sus exclamaciones, me gustaba darme cuenta que por primera vez en mucho tiempo sentía que podía resultarle atractivo a una mujer, y no solo eso, sino complacerla también. Si era capaz de saciarme a mí, podría con cualquiera.
Ya sin ropas, hice que se tendiera de espalda sobre la cama y me eché sobre él, a la altura de sus piernas, y así, en cuatro, con las tetas colgando y la cola bien levantada, como para que se extasiara con todos mis voluptuosos atributos, me puse a lamerlo. Empecé por los huevos, desde más abajo incluso de estos, subiendo despacio, para saborear todo en mi recorrido, sintiéndolos calientes, en plena ebullición, me calentaba todavía más al sentir lo que se estaba gestando allí. Los suspiros por demás exaltados que exhalaba Roberto me incitaban también, subí entonces por el tronco, nervudo y en llamas, poderosamente rígido, con una corona de carne que atraía toda mi irresistible atención. Estaba todo chorreado por ese inagotable fluido que le salía por el agujerito de la punta, así que en mi ascenso a la cima iba saboreando su cálida esencia. Me impregnaba los labios y la lengua con ese juguito que brotaba tan fluidamente, sin detenerme, subiendo y hasta dándole vueltas alrededor, besándolo de un lado y del otro, sintiendo como se estremecía, como se sacudía bajo el influjo de mis labios, como palpitaba, como reaccionaba al fragoroso tratamiento oral que le estaba ofrendando. Mientras mi boca toda se mantenía deliciosamente ocupada, mis manos no se quedaban quietas tampoco, con una lo agarraba por los huevos, y la otra la tenía bien metida entre mis piernas, sobándome el clítoris, Roberto estaba en el Paraíso, sus expresiones eran las de un hombre plenamente feliz, debía de sentir seguramente que alguien allá arriba por fin se había acordado de él.
Cuándo llegué a la punta, con la boca y la barbilla toda empapada con sus jugos preseminales, me la tragué por completo, me la devoré, me la metí casi hasta la mitad, sintiendo como se me llenaba la garganta con semejante cañón, al sentir que le comía la pija Roberto soltó una jubilosa exclamación, y me miro con los ojos desorbitados.
-¡Mmmmmmm… mmmmmmm… mmmmmmmm…!- empecé a chupársela, jugosa y fluidamente, haciendo mucho ruido, incluso ese ruido de taponcito que resulta tan excitante.
Me extasiaba con su sabor, con su textura, con su ardor, con su… todo, me la metía y sacaba de la boca, chupándola y rechupándola, llenándome el paladar de carne, sintiendo como semejante pedazo se me atascaba en la garganta. Me gusta sentirla ahí, palpitando, latiendo como si tuviera vida propia, engordando entre mis amígdalas, proporcionándome esa sensación de calidez que me resulta tan gratificante.
Tengo la concha que me echa humo, necesita calmarse, saciarse con esa manguera de carne que ya estaba enteramente dispuesta a complacerme. Me levante, le puse el preservativo de ocasión, me le subí encima, ubicando mis piernas a ambos lados de su cuerpo, y clavándomela en el sitio exacto, fui bajando de a poco, lentamente, disfrutando el ensarte, saboreando con mi golosa boca inferior cada pedazo. Cuándo empecé a moverme, arriba y abajo, los ojos de Roberto se clavaron en mis pechos que realizaban el mismo movimiento, describiendo por sí mismos una apoteósica danza infernal. En pleno trance amoroso cerré los ojos y mordiéndome el labio inferior, lo cabalgué con todas mis ansias, disfrutando cada clavada, deslizándome con la conchita a lo largo y a lo ancho de tan supremo baluarte viril. Todavía no me daba cuenta de que era lo que me resultaba tan familiar en ese hombre, pero me sentía tan bien, tan regocijada que no podía detenerme, subía y bajaba, con más ímpetu cada vez, sacudiendo las gomas delante de sus voraces ojos. Sus gestos, sus expresiones, todo formaba parte del mismo conjunto que me excitaba si control alguno. Estuve un buen rato montándolo, disfrutando de esa incitante exquisitez que resulta sentirse tan bien cogida, como yo me sentía en ese momento. Luego de una buena y relajante montada, me tumbé hacia un lado y poniéndome en cuatro, espere por más. Enseguida se levanto, se puso tras de mí, y enfilándola con sobrada experiencia me la metió de un solo empujón.
-¡Ahhhhhhhhhhhhh…!- bramé al sentirla dentro en toda su generosa extensión.
Me aferró entonces de la cintura y empezó a bombearme con todo, sacándome chispas con cada combazo, arremetía con todo, metiéndomela hasta lo más profundo, lacerando mi carne íntima con su propia carne, tan maciza y contundente, prodigio de dureza y vigor, adictiva exuberancia de la naturaleza.
-¡Más… más… dame más…!- le pedía con la voz ronca de tanta calentura -¡Más… dámela toda… toda…!- le reclamaba, echándome sobre mi cuerpo y levantando todavía más la cola para que se montara sobre mis ancas y me partiera al medio.
Así lo hizo, me montó y me embistió con suprema eficacia, haciéndome vibrar las nalgas con cada ensarte. Yo gritaba, jadeaba, y hasta lloraba, aunque necesitaba sentirme así, necesitaba sentir que me llenaba la concha, me urgía sentirme completamente ensartada, me hacía falta sentir que me querían. Al rato la saco y se echó a un lado, exhausto, el rostro enrojecido por el esfuerzo que acababa de realizar. Me tendí de espalda y me abrí de piernas.
-Veni- le dije.
Lo necesitaba, me hacía falta su compañía. Vino entonces hacía mí y se me echó encima, metiéndomela con relativa facilidad y es que estaba tan mojada que cualquier cosa que me metieran podría deslizarse sin problemas hasta los abismales confines de mi sexo. Cuándo estuvo todo adentro, enlacé las piernas alrededor de su cuerpo, lo abracé, lo besé por un largo rato mientras sentía como se movía, y… me puse a llorar. Aunque lloraba y moqueaba sin control él me seguía besando, tratando de consolarme.
-¿Qué te pasa chiquita, por que llorás… acaso es porque…?- me pregunto intentando sacármela, creyendo quizás que lloraba porque me sentía culpable o arrepentida de estar ahí.
-No… no… no me la saques, por favor- le dije abrazándolo con todas mis fuerzas, con brazos y piernas, reteniéndolo en mi interior –No es eso, es… algo que me pasa- agregué y no dije nada más, moviéndome ahora con él, continua y gustosamente, dejándome arrasar por un orgasmo demoledor que me sumió por un buen rato en un letargo absoluto e incomparable, como si estuviera de nuevo en el vientre materno, sumergida en la placenta, sintiéndome tan cálida y confortable. No quería que pasara más ese momento, quería sentirme por siempre así, pero de a poco mi cuerpo fue recuperando la conciencia y cuándo abrí los ojos lo vi a él… a mi tío.
-¡Que polvo!- exclamo con una amplia sonrisa que era pura satisfacción.
Le sonreí, lo abracé y lo besé apasionadamente, pero no… no era mi tío, era Roberto, el eterno solitario que me levanto en el bar. Entonces me di cuenta porque me resultaba tan familiar y porque me sentía tan bien con él. Era como mi tío, lo besé más intensamente entonces, disolviéndome con él en una delicia absoluta, imperecedera.
Ninguno de los dos tenía prisa por volver a ese mundo caníbal que nos esperaba afuera, por lo que nos quedamos un rato más en aquel íntimo Santuario que habíamos armado solo para nosotros. Y lo volvimos hacer, más intensamente aún, y esta vez le entregue la cola, le pedí que me la hiciera y me la hizo con gusto, proporcionándome un orgasmo anal absolutamente incomparable. Lamentablemente tras esto llegaba el final de aquel encuentro, nos duchamos, nos vestimos y salimos juntos de su casa, ahora más viva y alegre que antes. Del brazo fuimos al bar en donde nos habíamos encontrado, ya que Roberto quería refregarles en la cara al mozo y al tipo detrás del mostrador su rotundo triunfo de aquel día. Nos paramos en la puerta, y antes de despedirnos nos besamos, tomando entonces cada cuál su propio camino.
-Adiós princesa- me dijo a lo lejos con tono de galán romántico.
Me sonreí.
-Adiós mi Rey- le susurré, aunque con la modulación de mis labios supo entenderme a la perfección.
Le estaba agradecida a aquel hombre por brindarme tanto consuelo en tan difícil situación, aunque no sabía que era lo que me pasaba, supo contenerme y guiarme hacía un cálido y “a-cogedor” refugio del cuál pude salir recién cuándo me sentí preparada para enfrentar a mis propios demonios.
Cuándo regrese a la clínica mi tía todavía estaba allí, puse como pretexto que me había ido a casa a dar una ducha, para así justificar que volvía con el cabello todavía húmedo.
Mi tía parecía desconsolada.
-Lo están llevando a tu tío- me dijo.
Y en efecto, llegue justo para ver como lo trasladaban en camilla al quirófano para practicarle esa operación por la que los médicos no daban muchas esperanzas. De nuevo me puse a llorar, aunque esta vez no tenía a nadie que me consolara de la forma adecuada...

8 comentarios - El eterno solitario

quitokiki +1

¡Impresionante Marita! Nunca pensé que me calentaría tanto con un relato, es perfecto, sublime 🙌
Además me mataste cuando lloraste, no hay nada que me enternezca más que una mina que llora cuando estamos cogiendo.
Ufff. No sé qué decirte. Me dejaste asi 😳
Besotes

El eterno solitario
Fachelo
Marita...pensaste hacerte escritora?...realmente hay un filón de puta madre en tu prosa eh?... 😉
adonisarg
marita, sos infiel mediante sexo telefonico? te espero con el tubo ardiendo... jejeje
jorge18avell
Es un placer leer tus relatos, me sacan de la realidad. me llevan con vos. Gracias
srshishio
excelente relato
gracias por este aporte estupendo
😉 😉 😉 😉 😉 😉 😉 😉 😉
relatos
srshishio
pase a dejarte 10 porotos
este relato los merece
😉 😉 😉 😉 😉

cuernos
badboy
Marita.... no desis nada de tu marido... espero q nos digas algo pronto.... a la distancia te acompaño en tu dolor... se q el camino q andas en estos momentos es tenebroso y deslador.... se q eres muy fuerte....
gise_pet
La pucha Marita, estuve unos dias ausente y cuando vuelvo me encuentro con dos eximios relatos tuyos, mas alla de la calidad de los mismos espero que tu tío se mejore y puedan seguir pasandola bien juntos como hasta ahora. Mil besotes.

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