Esta es la primera historia erótica que publico y quiero ver qué tal resulta. Tenía una idea al principio de hacerlo más humorístico, como una parodia; comienza así por lo menos. No tengo idea cuál será el final de esta historia, pero la iré publicando por capítulos cortos. También me gustaría recibir algún feedback.
I
Esta es la historia de Cándida, una inocente joven estudiante de intercambio que viajó de México a Miami con una maleta llena de sueños y muchas recomendaciones de todos sus profesores, con quienes la chica había sido muy solícita y abnegada. Todos ellos todavía suspiran cuando la recuerdan: tan inocente, con su cuerpo curvilíneo y despampanante, imposible de ignorar incluso bajo las faldas largas y los chalecos anchos que usaban, que la hacían parecer una monja o una mujer de otra época. Sus curvas se hacían notar inevitablemente debajo de toda esa ropa a pesar de ella, y mientras estaba distraída, recibía las descaradas miradas de los hombres que fantaseaban con ella. Una vez, Cándida atrapó al profesor Gutiérrez mirándole los pechos como si estuviera hipnotizado. La pobre chica se puso muy nerviosa, se sonrojó y preguntó: “profesor, ¿le pasa algo?”. Él despertó, se dio cuenta de que se había quedado pegado mirándola y le respondió: “ay, si, lo siento, señorita. Es que estoy muy cansado y cuando estoy así, la vista se me queda fija”.
Cándida era muy aplicada y se había esforzado mucho para conseguir una beca para estudiar; también luchaba por mantenerla, ya que su carrera era muy difícil. Casi no tenía amigos porque pasaba todo el tiempo metida en la biblioteca; además, siempre estaba muy ocupada como ayudante de varias asignaturas. Su excelencia académica hizo que se ganara el repudio, en especial de las chicas, y también porque sus novios deseaban a Cándida aunque lo ocultaran haciéndole la vida imposible. Cándida siempre era víctima de los abusos de sus coetáneos.
En verano, por ejemplo, los chicos le lanzaban bombas de agua. Esa era la estación en que ella, inevitablemente, debía vestir menos ropa, así que las blusas que usaba se le marcaban en los pechos, y sus pezones obviamente se endurecían, lo que ponía a los chicos como locos. Cuando ella iba al baño para secarse, los chicos la espiaban: ella se sacaba toda la ropa y quedaba solo en ropa interior. Intentaba secar las prendas y secarse ella con el secador de manos, lo cual le tomaba mucho tiempo y era prácticamente inútil. Por la ventana, los chicos miraban e incluso había algunos que se masturbaban descaradamente. A ellos esto les provocaba un gran conflicto interno, pues por un lado estaba la presión social que ejercían las otras chicas pero, por otro lado, lo lamentaban por Cándida que se ponía muy triste. A veces ella lloraba de frustración cuando creía que nadie la veía, y ahí los jóvenes sentían un fuerte deseo de ir a consolarla: abrazarla y lamer las lágrimas que caían sobre sus pechos.
Este tipo de cosas hacían que Cándida llegara atrasada a sus clases. Coincidentemente, había una clase a la que siempre la hacían llegar tarde. Era la de la profesora Brígida, una señora muy estricta que no perdonaba las faltas de sus alumnos. Había sido más condescendiente con Cándida por sus notas, pero ahora estaba muy molesta con ella. Un día le dijo lisa y llanamente que pensaba reprobarla, porque estaba harta de que tuviera tantos retrasos y algunas ausencias. La profesora le preguntó qué pasaba, pero Cándida no quiso delatar a sus compañeros y guardó silencio. Cuando Brígida le dijo que el porcentaje de asistencia no le alcanzaba para pasar el ramo, Cándida se puso a llorar y dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Cándida siempre tenía miedo de perder su beca y siempre pensaba en sus padres que habían sacrificado tanto para que ella llegara donde estaba, por eso era muy consciente de no cometer ningún error que los deshonrara.
Impacientemente, Brígida hizo que se calmara y le pidió que se pusiera de pie. Cerró la puerta de la sala de clases con llave y apagó las luces. Cándida sintió unas manos deslizándose lentamente por sus pechos, y unos labios pegados en su cuello. La profesora olía el aroma del pelo de la chica. Cándida no se atrevió a moverse ni a decir palabra: se puso a temblar. Brígida solo decía: “tranquila, disfruta, no te va a pasar nada. Vas a ver que después de esto no voy a tener cómo reprobarte”. Como sabía que esto era verdad, a pesar de su conflicto interno, Cándida se dejó. La profesora abrió la blusa de Cándida de un tirón haciendo volar algunos botones, y empezó a pasarle la lengua por el cuello. Luego, introdujo su lengua en la boca de Cándida y la besó con experticia.
No era la primera mujer que besaba a Cándida. Al menos, se consoló a si misma Cándida en su mente, esta profesora no era tan vieja y era muy guapa: también recibía las miradas y estaba en los sueños húmedos de los alumnos. Solo pensó esto por un segundo, pues su moral intervino y la reprendió por su conformismo: están aprovechándose de ti, te están usando con fines sexuales, ¿acaso no tienes ni un respeto por ti misma? Las notas no lo son todo, ¡primero está la integridad!
Alguien tocó la puerta para volver a entrar a clases, y eso salvó a Cándida. Se trató de abotonar la blusa como pudo y se puso de espaldas mientras la profesora abría la puerta. “Estábamos resolviendo unos temas con la señorita Valente, pero ya estamos listas, ¿no es cierto?” dijo la profesora muy normal, sin perder la calma. Cándida salió corriendo al baño, avergonzada y con las lágrimas a punto de brotar de sus ojos.
Se preguntaba por qué le ocurrían siempre ese tipo de cosas. Se sentía débil y sin ningún poder para cambiar lo que ocurría a su alrededor.
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Esta es la historia de Cándida, una inocente joven estudiante de intercambio que viajó de México a Miami con una maleta llena de sueños y muchas recomendaciones de todos sus profesores, con quienes la chica había sido muy solícita y abnegada. Todos ellos todavía suspiran cuando la recuerdan: tan inocente, con su cuerpo curvilíneo y despampanante, imposible de ignorar incluso bajo las faldas largas y los chalecos anchos que usaban, que la hacían parecer una monja o una mujer de otra época. Sus curvas se hacían notar inevitablemente debajo de toda esa ropa a pesar de ella, y mientras estaba distraída, recibía las descaradas miradas de los hombres que fantaseaban con ella. Una vez, Cándida atrapó al profesor Gutiérrez mirándole los pechos como si estuviera hipnotizado. La pobre chica se puso muy nerviosa, se sonrojó y preguntó: “profesor, ¿le pasa algo?”. Él despertó, se dio cuenta de que se había quedado pegado mirándola y le respondió: “ay, si, lo siento, señorita. Es que estoy muy cansado y cuando estoy así, la vista se me queda fija”.
Cándida era muy aplicada y se había esforzado mucho para conseguir una beca para estudiar; también luchaba por mantenerla, ya que su carrera era muy difícil. Casi no tenía amigos porque pasaba todo el tiempo metida en la biblioteca; además, siempre estaba muy ocupada como ayudante de varias asignaturas. Su excelencia académica hizo que se ganara el repudio, en especial de las chicas, y también porque sus novios deseaban a Cándida aunque lo ocultaran haciéndole la vida imposible. Cándida siempre era víctima de los abusos de sus coetáneos.
En verano, por ejemplo, los chicos le lanzaban bombas de agua. Esa era la estación en que ella, inevitablemente, debía vestir menos ropa, así que las blusas que usaba se le marcaban en los pechos, y sus pezones obviamente se endurecían, lo que ponía a los chicos como locos. Cuando ella iba al baño para secarse, los chicos la espiaban: ella se sacaba toda la ropa y quedaba solo en ropa interior. Intentaba secar las prendas y secarse ella con el secador de manos, lo cual le tomaba mucho tiempo y era prácticamente inútil. Por la ventana, los chicos miraban e incluso había algunos que se masturbaban descaradamente. A ellos esto les provocaba un gran conflicto interno, pues por un lado estaba la presión social que ejercían las otras chicas pero, por otro lado, lo lamentaban por Cándida que se ponía muy triste. A veces ella lloraba de frustración cuando creía que nadie la veía, y ahí los jóvenes sentían un fuerte deseo de ir a consolarla: abrazarla y lamer las lágrimas que caían sobre sus pechos.
Este tipo de cosas hacían que Cándida llegara atrasada a sus clases. Coincidentemente, había una clase a la que siempre la hacían llegar tarde. Era la de la profesora Brígida, una señora muy estricta que no perdonaba las faltas de sus alumnos. Había sido más condescendiente con Cándida por sus notas, pero ahora estaba muy molesta con ella. Un día le dijo lisa y llanamente que pensaba reprobarla, porque estaba harta de que tuviera tantos retrasos y algunas ausencias. La profesora le preguntó qué pasaba, pero Cándida no quiso delatar a sus compañeros y guardó silencio. Cuando Brígida le dijo que el porcentaje de asistencia no le alcanzaba para pasar el ramo, Cándida se puso a llorar y dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Cándida siempre tenía miedo de perder su beca y siempre pensaba en sus padres que habían sacrificado tanto para que ella llegara donde estaba, por eso era muy consciente de no cometer ningún error que los deshonrara.
Impacientemente, Brígida hizo que se calmara y le pidió que se pusiera de pie. Cerró la puerta de la sala de clases con llave y apagó las luces. Cándida sintió unas manos deslizándose lentamente por sus pechos, y unos labios pegados en su cuello. La profesora olía el aroma del pelo de la chica. Cándida no se atrevió a moverse ni a decir palabra: se puso a temblar. Brígida solo decía: “tranquila, disfruta, no te va a pasar nada. Vas a ver que después de esto no voy a tener cómo reprobarte”. Como sabía que esto era verdad, a pesar de su conflicto interno, Cándida se dejó. La profesora abrió la blusa de Cándida de un tirón haciendo volar algunos botones, y empezó a pasarle la lengua por el cuello. Luego, introdujo su lengua en la boca de Cándida y la besó con experticia.
No era la primera mujer que besaba a Cándida. Al menos, se consoló a si misma Cándida en su mente, esta profesora no era tan vieja y era muy guapa: también recibía las miradas y estaba en los sueños húmedos de los alumnos. Solo pensó esto por un segundo, pues su moral intervino y la reprendió por su conformismo: están aprovechándose de ti, te están usando con fines sexuales, ¿acaso no tienes ni un respeto por ti misma? Las notas no lo son todo, ¡primero está la integridad!
Alguien tocó la puerta para volver a entrar a clases, y eso salvó a Cándida. Se trató de abotonar la blusa como pudo y se puso de espaldas mientras la profesora abría la puerta. “Estábamos resolviendo unos temas con la señorita Valente, pero ya estamos listas, ¿no es cierto?” dijo la profesora muy normal, sin perder la calma. Cándida salió corriendo al baño, avergonzada y con las lágrimas a punto de brotar de sus ojos.
Se preguntaba por qué le ocurrían siempre ese tipo de cosas. Se sentía débil y sin ningún poder para cambiar lo que ocurría a su alrededor.
1 comentarios - El laberinto hacia el placer I