Un chequeo médico me proporcionó la primera mamada de mi vida y mi primera experiencia con una madurita muy experta.
Hola a todos. Este va a ser mi primer relato, y espero que no el último. Voy a contaros mi primera experiencia oral, y que fue además mi primera experiencia con una mujer madurita. Espero que os guste.
En aquella época yo tenía casi 19 años (ahora tengo 31) y no hacía mucho que había perdido la virginidad. En esto del sexo yo siempre fui un poco por detrás de mis amigos y de la gente de mi edad pues, por cosas que fui descubriendo, por ejemplo descubrí la masturbación relativamente tarde (con unos 13) y fui creo que el último de mi grupo de amigos estar con una chica.
Como os contaba, tenía casi 19 y estaba en la universidad, y Llegada la mitad del curso nos comunicaron que por cortesía del hospital universitario, todos los alumnos de primer curso iban a pasar un chequeo completo y gratuito. Esto generó el consabido cachondeo entre los tíos: que si las enfermeras esto, que si las enfermeras lo otro…. Hay que reconocer que la figura de la enfermera desinhibida siempre ha tenido tirón como icono sexual, y amén de numerosas escenas de cine porno, han protagonizado las fantasías de más de uno y más de dos, entre los que me incluyo.
Fuimos pasando por las distintas fases del chequeo, y por cuestiones de orden alfabético, cada vez quedábamos menos para las últimas pruebas. Estaba atardeciendo y al haber menos gente había menos conversación, así que mientras esperaba turno para el electrocardiograma, me ensimismé recordando una escenita de cine X en la que un médico y una enfermera calentorra se aprovechaban de una paciente no menos maciza pensando que la habían anestesiado, aunque al final la muy guarra le guiñaba el ojo a la cámara, dejando claro que se había hecho la dormida para que los otros dos se pusieran las botas con toda su anatomía y todos sus agujeros.
Estaba, digo, evocando este numerito cuando alguien dijo mi nombre desde una de las consultas, lo que me sacó de golpe del atontamiento. Me encaminé hacia la sala del electro y allí me recibió una enfermera ya veterana, pero no por ello menos atractiva. Lo que primero llamó mi atención fueron sus ojos, de un verde muy intenso. Tendría unos 40 años, era morena, no muy alta la verdad, como 1.60 o poco más. Pese a ello se le adivinada una silueta cuidada, y lo que más destacaba eran sus tetas. No eran enormes, pero sí para el conjunto de su cuerpo. Eran llamativas, porque se notaban enhiestas y turgentes. Esto hacía que la bata del uniforme le quedase un poco justa precisamente a causa de sus peras, cuya presión hacía sufrir el primer botón del ya de por sí generoso escote de la batita de marras, que no se me iba de la cabeza.
- Hola. Mira, vamos a hacer el electro ¿vale? Voy a cerrar la puerta, porque no nos tienen que molestar, para que estés tranquilo y salga bien.
- De acuerdo, como usted diga.
- Ahí hay un perchero. Necesito que te quites la camisa, los pantalones, los calcetines y los zapatos. Y luego te tumbas en la camilla para que hagamos la prueba.
- ¿Los pantalones también?
- Sí, así es más fácil, porque tengo que ponerte unos sensores en las pantorrillas y tobillos
Así que obedecí. Mientras me desvestía la miraba de reojo, y la sorprendí también a ella mirándome a hurtadillas mientras preparaba la máquina. La verdad es que me mosqueaba un poco, porque yo no soy un chico que físicamente llame la atención. Me quedé con el slip, y ella terminaba de preparar la camilla. Cada vez que se inclinaba sobre esta, de espaldas a mí, la bata le ceñía las caderas y el trasero, obsequiándome con bonitas vistas de su buen culo. En ese momento comprendí que bajo la bata llevaba, como mucho, sujetador y tanga, porque no se le marcaba nada.
Yo, que minutos antes ya había estado empalmado fantaseando con la peli porno, y que al entrar había disfrutado de una buena panorámica de su escotazo gracias a nuestra diferencia de altura, pues yo paso del 1.80, (lo que reactivó mi verga), había conseguido volver a un estado morcillón debido a mi natural timidez mientras me desvestía. Ahora, las vistas de aquel culo ceñido por la tela de la bata, me hacían sentir un amenazador cosquilleo en la entrepierna. En ese momento se giró y realmente se puede decir que me pilló de lleno mirándole el culo. Me sentí un poco incómodo, pues ya os digo que yo nunca he sido un hacha en estas situaciones. Ella me sonrió como quitando importancia a la pillada, y me indicó con un gesto que me podía tumbar. “Cuántas cosas – pensé – habrá visto esta mujer”.
Me tumbé boca arriba, más o menos tranquilo porque notaba que mi entrepierna volvía a estar bajo control y ella empezó a ponerme los cables.
Desde el principio noté algo…. raro. Veréis, entre que ella no era muy alta, pero la camilla sí lo era, tenía que inclinar su cuerpo por encima del mío para alcanzar los conectores que estaban todos en el otro lado, junto a la máquina que pendía de la pared. Al hacerlo la primera vez apoyó sus tetas en mi torso. Solo fue un instante, pero yo le miré como intentando adivinar. Ella no dijo nada. Me sonrió, y me conectó el cable.
Repitió la operación con el segundo cable, y volvió a apoyar aquel par de bombas sobre mi torso, pero haciendo más presión y dejándolas allí un segundo más de lo que cualquier bienintencionado hubiese considerado inoportuno. También me conectó el cable sonriéndome de nuevo, sin dejar de mirarme. Algo chispeaba en sus ojos. Yo estaba muy azorado, lo que no impedía que el cosquilleo me regresara al paquete, y se me empezaba a poner morcillota. Repitió una vez más la operación, y mientras conectaba el cable y me sonreía, se irguió como lanzando un suspiro, lo que me permitió notar sus pezones tiesos luchando contra la tela. ¡No llevaba sujetador! Pese a mi nerviosismo, no podía dejar de pensar que aquello se empezaba a parecer peligrosamente a una de esas escenas X con las que me la sacudía, y la polla se me empezó a levantar de verdad.
Ella seguía conectando cables, esta vez ya en mis piernas, y mi erección continuaba creciendo contra la tela del slip, y si bien no era completa, ya era imposible de disimular. Ella conectaba los sensores y miraba de reojo mi creciente tienda de campaña. Cuanto fue a coger el último cable, y sin dejar de mirarme, me sobó el paquete con el codo como sin querer. Aquello ya me puso a mil, y cuando levantó la cabeza después de conectarlo, yo ya tenía una empalmada de campeonato y no dejaba de comerme sus tetas con la vista.
Puso la máquina en marcha, y en seguida empezó a salir mal la lectura porque, como comprenderéis, con una empalmada como aquella, el corazón me latía a mil por hora:
- Desde luego – me dijo mientras me miraba alternativamente a los ojos y al paquete – así no hay quien haga un electro.
- Disculpe – acerté a contestarle – Lo siento.
- No te preocupes guapo, es normal. El vigor de la edad. Algo… habrá que hacer – me dijo señalando el bulto – para que te relajes.
No había terminado de hablar y ya me estaba sobando el rabo por encima del calzoncillo, en el que se notaba una mancha incipiente debida a mi brutal erección. Me la palpaba suavemente, con delicadeza, sin dejar de mirarme. Yo abrí un poco las piernas, permitiendo que ella pudiese también atender a mis huevos, que también querían su parte. Yo lo estaba disfrutando de lo lindo, ya no me acordaba de mi vergüenza innata, y con mi mano derecha empecé a palparle su duro y apetitoso culo, confirmando entonces que era un tanga lo que llevaba.
Ella por su parte, ya me había retirado hábilmente el gayumbo hacia abajo, y mi polla apuntaba al techo en toda su extensión. Tiene un tamaño de lo más normal, pero debido a la excitación que tenía estaba tan empalmado que hasta me parecía diferente. Se puso saliva en la mano y empezó a cascarme un pajote en toda regla, como nunca lo había hecho nadie: suavemente, como con ternura, arriba y abajo, y a la vez haciendo girar su muñeca, buffffff, cómo me estaba poniendo. Yo ya le había levantado la bata lo suficiente como para maniobrar mejor, le había apartado el tanga, y empezaba a tantear su raja, que estaba mucho más húmeda de lo que yo esperaba, y a lo que ella reaccionaba con contenidos suspiros.
Continuaba regalándome aquella paja con suavidad, como no queriendo forzar, con destreza, lubricando mi rabo regularmente con saliva. Mientras tanto, se había colocado mejor para poder masajearme los huevos con la otra mano. Ahora yo no tenía tanto acceso a su coño, que me había empapado los dedos, así que me dirigí a los botones superiores de su bata intentando ayudar a aquel fabuloso par de peras que pugnaba por liberarse. Conseguí soltarle los suficientes para que se asomaran aquellas tetas, y eran como me las imaginaba: suaves, duritas, y con unos deliciosos pezones que pese a estar tiesos, seguían siendo grandes y apetitosos. Empecé a sobárselos como podía. Ella abandonó el masaje de huevos, para poder acercarse más a mí, pero sin soltarme el rabo y aumentando el ritmo. Yo me medio incorporé para poder acercar mi boca a la suya. Fui recibido por su lengua juguetona, y después bajé la cabeza para comerme aquellos pezones que tanta guerra pedían. Mientras, conseguí desabrocharle la bata por completo aunque no me dejó quitársela del todo. Sin dejar de comerle las tetas empecé a atacar su clítoris, lo que hizo que ella aflojara bastante la paja, cosa que me vino bien porque veía llegar el final si seguía como hasta ese momento.
Me incorporé aún más, y ya sentado y entre apagados jadeos le susurré:
- Voy a quitarme los cables – y empecé a hacerlo -, quiero metértela.
- Espera, no…. No tenemos el tiempo que yo quiero para echar un polvo. No quieras tenerlo siempre todo. Tú déjame hacer a mí.
- Tranquila, al nivel que llevo no duraré mucho y será rápido - le contesté en un débil esfuerzo de convencerla de que me dejara endiñársela, y de que aunque tuviésemos todo el tiempo del mundo a mí no me serviría de nada.
- Por eso mismo. Tú espera y verás. - Y soltándome los conectores de las piernas añadió: ponte en pie.
Obedecí, pues tampoco podía oponer resistencia y que aquello terminase de golpe. Me quedé de pie, con el culo apoyado en la camilla. Ella se arrodilló y me bajó el slip hasta los tobillos, y mirándome con cara de vicio desde ahí abajo, me agarró el rabo y me dijo:
- No sé si te la han mamado ya alguna vez, pero esta no la vas a olvidar.
Y empezó a darme unos suaves lametones en el capullo y en los huevos, mientras me masajeaba la polla delicadamente. Cierto era, como ella imaginaba, que nunca me la habían chupado, porque las pocas chicas con las que había estado tenían tan poca experiencia como yo, y no se habían animado. Cubrió mi verga de saliva, dejándola brillante, y con un movimiento delicado pero firme se la metió en la boca. Empezó un mete-saca rítmico, sin dejar de masajearme las pelotas, que a aquellas alturas estaban cargadas y a punto de reventar. Yo tenía que esforzarme por ahogar mis gemidos de placer, porque pese a estar en un cuarto cerrado y no haber prácticamente nadie por los pasillos, no quería que el resto del hospital captara la “retransmisión” de lo que allí sucedía. Cada vez que miraba para abajo veía mi polla entrando y saliendo suavemente de su boca, y desde arriba también veía de fondo su bata abierta y sus tetas bamboleantes. Se aplicaba con expertos movimientos de lengua a mi capullo, sin que sus labios lo soltaran, y cuando hacía eso me miraba directamente a los ojos. ¡Como había visto en las pelis porno! La verdad es que siempre había imaginado que una buena mamada tenía que ser algo como lo que estaba experimentando. Aquello sí que me puso a tope de tal manera que enseguida supe que mi corrida era inminente.
Empecé a apretar el culo, a intentar tensar músculos, para retrasar lo inevitable, pues no quería que aquel placer que sentía terminase. Con todo y con ello no conseguía contenerme:
-Me voy a correr… No aguanto más.... – le dije.
Os confieso que yo esperaba que se la sacara de la boca, ya que las chicas a las que había propuesto sexo oral se habían negado diciendo que tenían miedo de que me corriese en su boca, porque les daba asco. Pero cuál fue mi sorpresa cuando noté que ella, al contrario, aceleraba el ritmo, y me miraba de nuevo a los ojos como diciendo: “adelante, córrete”. Continuaba el masaje de huevos, presionándolos cada vez más, como si los quisiera exprimir, como si quisiera sacar hasta la última gota de mi joven leche; y entonces me percaté de que hacía rato que ya no sujetaba mi polla con la otra mano, si no que, en cuclillas como estaba, la aplicaba sin piedad contra su clítoris y su chorreante coño, metiéndola por dentro del tanga. Hice un esfuerzo por apretar mi boca para no gritar de placer y me corrí dentro de la suya en uno de los orgasmos más brutales que recuerdo.
Notaba cómo mi semen salía a chorros dentro de aquella experta boca, inundándola toda, llegando directamente hasta su garganta. Ella no paraba de chupar, tragándose mi descarga tal y como salía. En ese momento noté cómo ella también se estremecía cerrando más los ojos. Un gemido sordo me llegaba desde su boca repleta de mi carne y de mi lefa. Ella también se había corrido, pues su experta mano había castigado su clítoris con la debida eficacia. Siguió chupando, aunque más despacio ya, como limpiándomela, dejándola brillante y sin restos. Empezaba a bajar mi erección, y a mí me temblaban las piernas por la impresión y por la bestial corrida, pues aquello no me lo habría imaginado ni en mis más calientes fantasías.
Cuando me la dejó limpita, me subió los calzoncillos, se incorporó frente a mí y empezó a abrocharse la bata. Yo miraba hipnotizado sus hermosas tetas, y ella abrochaba sus botones de abajo a arriba, mirándome a su vez como queriendo decir “aprovecha niño y échales el último vistazo”. Abrochada la bata, se puso de puntillas y me dio un largo y ardiente beso en la boca, y me dijo:
- Bueno, ¿relajado?, pues ahora túmbate para que te ponga los cables otra vez y vamos a hacer ese electrocardiograma.
Hola a todos. Este va a ser mi primer relato, y espero que no el último. Voy a contaros mi primera experiencia oral, y que fue además mi primera experiencia con una mujer madurita. Espero que os guste.
En aquella época yo tenía casi 19 años (ahora tengo 31) y no hacía mucho que había perdido la virginidad. En esto del sexo yo siempre fui un poco por detrás de mis amigos y de la gente de mi edad pues, por cosas que fui descubriendo, por ejemplo descubrí la masturbación relativamente tarde (con unos 13) y fui creo que el último de mi grupo de amigos estar con una chica.
Como os contaba, tenía casi 19 y estaba en la universidad, y Llegada la mitad del curso nos comunicaron que por cortesía del hospital universitario, todos los alumnos de primer curso iban a pasar un chequeo completo y gratuito. Esto generó el consabido cachondeo entre los tíos: que si las enfermeras esto, que si las enfermeras lo otro…. Hay que reconocer que la figura de la enfermera desinhibida siempre ha tenido tirón como icono sexual, y amén de numerosas escenas de cine porno, han protagonizado las fantasías de más de uno y más de dos, entre los que me incluyo.
Fuimos pasando por las distintas fases del chequeo, y por cuestiones de orden alfabético, cada vez quedábamos menos para las últimas pruebas. Estaba atardeciendo y al haber menos gente había menos conversación, así que mientras esperaba turno para el electrocardiograma, me ensimismé recordando una escenita de cine X en la que un médico y una enfermera calentorra se aprovechaban de una paciente no menos maciza pensando que la habían anestesiado, aunque al final la muy guarra le guiñaba el ojo a la cámara, dejando claro que se había hecho la dormida para que los otros dos se pusieran las botas con toda su anatomía y todos sus agujeros.
Estaba, digo, evocando este numerito cuando alguien dijo mi nombre desde una de las consultas, lo que me sacó de golpe del atontamiento. Me encaminé hacia la sala del electro y allí me recibió una enfermera ya veterana, pero no por ello menos atractiva. Lo que primero llamó mi atención fueron sus ojos, de un verde muy intenso. Tendría unos 40 años, era morena, no muy alta la verdad, como 1.60 o poco más. Pese a ello se le adivinada una silueta cuidada, y lo que más destacaba eran sus tetas. No eran enormes, pero sí para el conjunto de su cuerpo. Eran llamativas, porque se notaban enhiestas y turgentes. Esto hacía que la bata del uniforme le quedase un poco justa precisamente a causa de sus peras, cuya presión hacía sufrir el primer botón del ya de por sí generoso escote de la batita de marras, que no se me iba de la cabeza.
- Hola. Mira, vamos a hacer el electro ¿vale? Voy a cerrar la puerta, porque no nos tienen que molestar, para que estés tranquilo y salga bien.
- De acuerdo, como usted diga.
- Ahí hay un perchero. Necesito que te quites la camisa, los pantalones, los calcetines y los zapatos. Y luego te tumbas en la camilla para que hagamos la prueba.
- ¿Los pantalones también?
- Sí, así es más fácil, porque tengo que ponerte unos sensores en las pantorrillas y tobillos
Así que obedecí. Mientras me desvestía la miraba de reojo, y la sorprendí también a ella mirándome a hurtadillas mientras preparaba la máquina. La verdad es que me mosqueaba un poco, porque yo no soy un chico que físicamente llame la atención. Me quedé con el slip, y ella terminaba de preparar la camilla. Cada vez que se inclinaba sobre esta, de espaldas a mí, la bata le ceñía las caderas y el trasero, obsequiándome con bonitas vistas de su buen culo. En ese momento comprendí que bajo la bata llevaba, como mucho, sujetador y tanga, porque no se le marcaba nada.
Yo, que minutos antes ya había estado empalmado fantaseando con la peli porno, y que al entrar había disfrutado de una buena panorámica de su escotazo gracias a nuestra diferencia de altura, pues yo paso del 1.80, (lo que reactivó mi verga), había conseguido volver a un estado morcillón debido a mi natural timidez mientras me desvestía. Ahora, las vistas de aquel culo ceñido por la tela de la bata, me hacían sentir un amenazador cosquilleo en la entrepierna. En ese momento se giró y realmente se puede decir que me pilló de lleno mirándole el culo. Me sentí un poco incómodo, pues ya os digo que yo nunca he sido un hacha en estas situaciones. Ella me sonrió como quitando importancia a la pillada, y me indicó con un gesto que me podía tumbar. “Cuántas cosas – pensé – habrá visto esta mujer”.
Me tumbé boca arriba, más o menos tranquilo porque notaba que mi entrepierna volvía a estar bajo control y ella empezó a ponerme los cables.
Desde el principio noté algo…. raro. Veréis, entre que ella no era muy alta, pero la camilla sí lo era, tenía que inclinar su cuerpo por encima del mío para alcanzar los conectores que estaban todos en el otro lado, junto a la máquina que pendía de la pared. Al hacerlo la primera vez apoyó sus tetas en mi torso. Solo fue un instante, pero yo le miré como intentando adivinar. Ella no dijo nada. Me sonrió, y me conectó el cable.
Repitió la operación con el segundo cable, y volvió a apoyar aquel par de bombas sobre mi torso, pero haciendo más presión y dejándolas allí un segundo más de lo que cualquier bienintencionado hubiese considerado inoportuno. También me conectó el cable sonriéndome de nuevo, sin dejar de mirarme. Algo chispeaba en sus ojos. Yo estaba muy azorado, lo que no impedía que el cosquilleo me regresara al paquete, y se me empezaba a poner morcillota. Repitió una vez más la operación, y mientras conectaba el cable y me sonreía, se irguió como lanzando un suspiro, lo que me permitió notar sus pezones tiesos luchando contra la tela. ¡No llevaba sujetador! Pese a mi nerviosismo, no podía dejar de pensar que aquello se empezaba a parecer peligrosamente a una de esas escenas X con las que me la sacudía, y la polla se me empezó a levantar de verdad.
Ella seguía conectando cables, esta vez ya en mis piernas, y mi erección continuaba creciendo contra la tela del slip, y si bien no era completa, ya era imposible de disimular. Ella conectaba los sensores y miraba de reojo mi creciente tienda de campaña. Cuanto fue a coger el último cable, y sin dejar de mirarme, me sobó el paquete con el codo como sin querer. Aquello ya me puso a mil, y cuando levantó la cabeza después de conectarlo, yo ya tenía una empalmada de campeonato y no dejaba de comerme sus tetas con la vista.
Puso la máquina en marcha, y en seguida empezó a salir mal la lectura porque, como comprenderéis, con una empalmada como aquella, el corazón me latía a mil por hora:
- Desde luego – me dijo mientras me miraba alternativamente a los ojos y al paquete – así no hay quien haga un electro.
- Disculpe – acerté a contestarle – Lo siento.
- No te preocupes guapo, es normal. El vigor de la edad. Algo… habrá que hacer – me dijo señalando el bulto – para que te relajes.
No había terminado de hablar y ya me estaba sobando el rabo por encima del calzoncillo, en el que se notaba una mancha incipiente debida a mi brutal erección. Me la palpaba suavemente, con delicadeza, sin dejar de mirarme. Yo abrí un poco las piernas, permitiendo que ella pudiese también atender a mis huevos, que también querían su parte. Yo lo estaba disfrutando de lo lindo, ya no me acordaba de mi vergüenza innata, y con mi mano derecha empecé a palparle su duro y apetitoso culo, confirmando entonces que era un tanga lo que llevaba.
Ella por su parte, ya me había retirado hábilmente el gayumbo hacia abajo, y mi polla apuntaba al techo en toda su extensión. Tiene un tamaño de lo más normal, pero debido a la excitación que tenía estaba tan empalmado que hasta me parecía diferente. Se puso saliva en la mano y empezó a cascarme un pajote en toda regla, como nunca lo había hecho nadie: suavemente, como con ternura, arriba y abajo, y a la vez haciendo girar su muñeca, buffffff, cómo me estaba poniendo. Yo ya le había levantado la bata lo suficiente como para maniobrar mejor, le había apartado el tanga, y empezaba a tantear su raja, que estaba mucho más húmeda de lo que yo esperaba, y a lo que ella reaccionaba con contenidos suspiros.
Continuaba regalándome aquella paja con suavidad, como no queriendo forzar, con destreza, lubricando mi rabo regularmente con saliva. Mientras tanto, se había colocado mejor para poder masajearme los huevos con la otra mano. Ahora yo no tenía tanto acceso a su coño, que me había empapado los dedos, así que me dirigí a los botones superiores de su bata intentando ayudar a aquel fabuloso par de peras que pugnaba por liberarse. Conseguí soltarle los suficientes para que se asomaran aquellas tetas, y eran como me las imaginaba: suaves, duritas, y con unos deliciosos pezones que pese a estar tiesos, seguían siendo grandes y apetitosos. Empecé a sobárselos como podía. Ella abandonó el masaje de huevos, para poder acercarse más a mí, pero sin soltarme el rabo y aumentando el ritmo. Yo me medio incorporé para poder acercar mi boca a la suya. Fui recibido por su lengua juguetona, y después bajé la cabeza para comerme aquellos pezones que tanta guerra pedían. Mientras, conseguí desabrocharle la bata por completo aunque no me dejó quitársela del todo. Sin dejar de comerle las tetas empecé a atacar su clítoris, lo que hizo que ella aflojara bastante la paja, cosa que me vino bien porque veía llegar el final si seguía como hasta ese momento.
Me incorporé aún más, y ya sentado y entre apagados jadeos le susurré:
- Voy a quitarme los cables – y empecé a hacerlo -, quiero metértela.
- Espera, no…. No tenemos el tiempo que yo quiero para echar un polvo. No quieras tenerlo siempre todo. Tú déjame hacer a mí.
- Tranquila, al nivel que llevo no duraré mucho y será rápido - le contesté en un débil esfuerzo de convencerla de que me dejara endiñársela, y de que aunque tuviésemos todo el tiempo del mundo a mí no me serviría de nada.
- Por eso mismo. Tú espera y verás. - Y soltándome los conectores de las piernas añadió: ponte en pie.
Obedecí, pues tampoco podía oponer resistencia y que aquello terminase de golpe. Me quedé de pie, con el culo apoyado en la camilla. Ella se arrodilló y me bajó el slip hasta los tobillos, y mirándome con cara de vicio desde ahí abajo, me agarró el rabo y me dijo:
- No sé si te la han mamado ya alguna vez, pero esta no la vas a olvidar.
Y empezó a darme unos suaves lametones en el capullo y en los huevos, mientras me masajeaba la polla delicadamente. Cierto era, como ella imaginaba, que nunca me la habían chupado, porque las pocas chicas con las que había estado tenían tan poca experiencia como yo, y no se habían animado. Cubrió mi verga de saliva, dejándola brillante, y con un movimiento delicado pero firme se la metió en la boca. Empezó un mete-saca rítmico, sin dejar de masajearme las pelotas, que a aquellas alturas estaban cargadas y a punto de reventar. Yo tenía que esforzarme por ahogar mis gemidos de placer, porque pese a estar en un cuarto cerrado y no haber prácticamente nadie por los pasillos, no quería que el resto del hospital captara la “retransmisión” de lo que allí sucedía. Cada vez que miraba para abajo veía mi polla entrando y saliendo suavemente de su boca, y desde arriba también veía de fondo su bata abierta y sus tetas bamboleantes. Se aplicaba con expertos movimientos de lengua a mi capullo, sin que sus labios lo soltaran, y cuando hacía eso me miraba directamente a los ojos. ¡Como había visto en las pelis porno! La verdad es que siempre había imaginado que una buena mamada tenía que ser algo como lo que estaba experimentando. Aquello sí que me puso a tope de tal manera que enseguida supe que mi corrida era inminente.
Empecé a apretar el culo, a intentar tensar músculos, para retrasar lo inevitable, pues no quería que aquel placer que sentía terminase. Con todo y con ello no conseguía contenerme:
-Me voy a correr… No aguanto más.... – le dije.
Os confieso que yo esperaba que se la sacara de la boca, ya que las chicas a las que había propuesto sexo oral se habían negado diciendo que tenían miedo de que me corriese en su boca, porque les daba asco. Pero cuál fue mi sorpresa cuando noté que ella, al contrario, aceleraba el ritmo, y me miraba de nuevo a los ojos como diciendo: “adelante, córrete”. Continuaba el masaje de huevos, presionándolos cada vez más, como si los quisiera exprimir, como si quisiera sacar hasta la última gota de mi joven leche; y entonces me percaté de que hacía rato que ya no sujetaba mi polla con la otra mano, si no que, en cuclillas como estaba, la aplicaba sin piedad contra su clítoris y su chorreante coño, metiéndola por dentro del tanga. Hice un esfuerzo por apretar mi boca para no gritar de placer y me corrí dentro de la suya en uno de los orgasmos más brutales que recuerdo.
Notaba cómo mi semen salía a chorros dentro de aquella experta boca, inundándola toda, llegando directamente hasta su garganta. Ella no paraba de chupar, tragándose mi descarga tal y como salía. En ese momento noté cómo ella también se estremecía cerrando más los ojos. Un gemido sordo me llegaba desde su boca repleta de mi carne y de mi lefa. Ella también se había corrido, pues su experta mano había castigado su clítoris con la debida eficacia. Siguió chupando, aunque más despacio ya, como limpiándomela, dejándola brillante y sin restos. Empezaba a bajar mi erección, y a mí me temblaban las piernas por la impresión y por la bestial corrida, pues aquello no me lo habría imaginado ni en mis más calientes fantasías.
Cuando me la dejó limpita, me subió los calzoncillos, se incorporó frente a mí y empezó a abrocharse la bata. Yo miraba hipnotizado sus hermosas tetas, y ella abrochaba sus botones de abajo a arriba, mirándome a su vez como queriendo decir “aprovecha niño y échales el último vistazo”. Abrochada la bata, se puso de puntillas y me dio un largo y ardiente beso en la boca, y me dijo:
- Bueno, ¿relajado?, pues ahora túmbate para que te ponga los cables otra vez y vamos a hacer ese electrocardiograma.
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