Era una mañana otoñal.
El tono grisáceo que reinaba en el cielo, obligaba a suponer que nada importante habría de suceder; excepto permanecer echado en la cama, viendo televisión de modo intermitente, sabiendo que empezaría películas que jamás terminaría de ver, gracias a los lapsos de sueño, contagiados por el contexto.
Era el segundo día de una larga semana, en la cual mis padres no estarían en casa, pues se permitieron aquel viaje que parecía no llegar nunca.
La economía hogareña no era frondosa, lo cual permitía tener un solo televisor (con videograbadora), en la cocina. Pero, ante la ausencia de mis padres, mi hermana y yo aprovechamos para trasladarlo a nuestra habitación, la cual compartíamos.
Era la primera vez que quedábamos solos por tanto tiempo.
Con mis 20 años, me correspondía hacerme cargo de la casa y, por si fuera poco, también de mi hermana, 2 años menor que yo.
Nuestra relación era un sube y baja constante, que iba del amor al odio, con una oscilación que, en ocasiones, resultaba incomprensible.
La noche anterior, dadas las bajas temperaturas, habíamos optado por encender una estufa eléctrica que había en casa. Por ese motivo, cuando despertamos, los vidrios se hallaban empañados, corrompiendo la visión del exterior.
Por otro lado, el interior del cuarto había adquirido el tono anaranjado, típico de la estufa descripta.
Mi hermana se había levantado para ir al baño, y yo me encontraba recostado, vestido con una remera de mangas largas, y un slip de flojos elásticos, que hacía las veces de pijama.
Ella, una vez desocupada, y presa del frío reinante en el baño, volvió corriendo a su cama. Llevaba puesto un camisón blanco, que permitía descubrir lo que el choque de temperaturas había causado en su pecho adolescente. Fue un instante, pero que en mi mente duró lo suficiente como para corromperla.
Acto seguido, fui yo quien se dirigió al baño.
Sabía que, en ese momento, era portador de una erección indisimulable. Pero lo cierto es que no tenía intenciones de ocultarla.
Mi hermana, en total desconocimiento de mis ideas, no pudo encubrir su mirada, que se dirigió impulsivamente hacia mi entrepierna.
Yo era consciente de que la flojedad del slip ponía en evidencia, no solo la dureza de mi miembro sino que, por el costado, podía vislumbrarse parte de mis testículos.
Cuando mi hermana levantó la vista, se encontró con mis ojos, que la veían de un modo casi desinteresado. Más, ella, no podía esconder una cierta cuota de curiosidad y asombro.
Sin más, fui al baño.
Ella quedó en la habitación, y prefirió encender la tele.
Atendí mis necesidades y, mientras lavaba mi rostro, mi vista se encontró con mis propios ojos, que le devolvían una mirada inquisidora, espejo mediante.
Una extraña sensación sentí correr por mi cuerpo. Algo de temor, de culpa, de inconciencia, pero con una certeza total y absoluta: cuando atravesara la puerta del cuarto, haría todo lo posible por poseer a mi hermana.
No estaba en mis cálculos que el destino me ayudara.
La tarde anterior había estado viendo una película condicionada, la cual había quedado dentro de la video-reproductora.
Desde la puerta del baño pude oír el audio inconfundible de la misma.
Para cuando regresé a mi habitación, el paisaje no podía ser más prometedor.
El ambiente se hallaba teñido del color anaranjado mencionado anteriormente que, ahora, se confundía con la tenue luz que surgía del televisor. Los vidrios empañados. Los gemidos que emergían desde los parlantes y, ante éstos, mi hermana atenta (aunque extrañada), ante el panorama que devolvía la pantalla.
Desconozco si fue el calor de la estufa, o el que le producían las imágenes, pero ya no estaba cubierta de sus frazadas. Solo se encontraba envuelta en su camisón.
Sin decir absolutamente nada, regresé a mi cama, observándola detenidamente.
Sus ojos fijos, su boca entreabierta. Sus pechos…..esos voluminosos pechos turgentes, su abdomen, sus caderas, y sus interminables piernas.
Me acomodé adrede, aunque con gesto desinteresado, de manera que le resultase imposible no verme. Acomodé mi calzoncillo como para alimentar su intriga, y me abandoné al azar.
La posición y los gestos de su rostro se modificaban, conforme avanzabas las escenas. Supuse que, si no aprovechaba el favor que me estaba haciendo el destino, mi oportunidad habría de desvanecerse.
Calculando cada uno de mis movimientos, elegí comenzar a tocarme por encima del calzoncillo. Como mi hermana no quitaba los ojos de la pantalla, opté por esbozar un pequeñísimo gemido, casi inaudible.
Ella giró su cabeza, y le resultó imposible no ver lo que estaba sucediendo.
Me miró de arriba hacia abajo.
Le retribuí la mirada sin dejar de tocarme.
Le dije: “No te reprimas, si tenés ganas, tocate vos también”
No sin cierta vergüenza, ocultó su cuerpo debajo de las sábanas, y comenzó a masturbarse. Yo sabía lo que estaba sucediendo, y sentía que estaba a punto de explotar.
En una movida estratégica, le dije que la iba a dejar sola un rato, para que estuviese más cómoda.
Eso hice.
Fui al baño y, para evitar inconvenientes indeseados, me mojé con agua helada los genitales, y toda su periferia, en un acto sumamente veloz. Ello sirvió para calmar mi ansiedad.
Cuando salí, no hice otra cosa que permanecer de pie junto a la puerta de la habitación.
Mi hermana mordía su labio inferior, y había cerrado sus ojos, mientras emitía cierto cautivante jadeo.
Imperceptiblemente, me acerqué a su cama, bajé mis calzoncillos, y comencé a masturbarme yo también.
Inmediatamente, posé cálidamente mi mano derecha sobre su hombro y, simultáneamente, me senté a su lado.
Abrió los ojos, y estaba completamente desencajada, como nunca la había visto. Pero no detenía su autosatisfacción.
De un solo movimiento me introduje entre las sábanas. En sus ojos percibía cierta indecisión; de modo que, antes de que pudiese ella hacer nada, con mi mano derecha comencé a masturbarla.
Parecía explotar.
Mientras, comencé a lamer su oreja, y ello derribó las últimas barreras que parecían quedar en pie.
Me miró fijo a los ojos, y entrecerró los suyos, como convidándome a besarla. No lo dudé un solo instante. Nuestros labios se fundieron para, luego, dar paso a nuestras lenguas.
Con mi mano restante comencé a acariciar su nuca, su espalda, su abdomen, para terminar en sus pechos….esos voluminosos pechos turgentes, plagados de adolescencia.
Me separé repentinamente.
Quedó mirándome, extrañada. Asombrada.
Le dije que era una de las situaciones más maravillosas de mi vida y, por respuesta, solo atinó a asentir con su cabeza, pues se hallaba demasiado jadeante como para emitir palabra alguna.
La ayudé a recostarse, y comencé a besarla. Sus labios, su cuello y me detuve en sus pechos. Sus pezones parecían querer escaparse de su cuerpo. Uno y otro fueron sometidos a la vehemencia de mi lengua.
Como sin querer, comencé a descender por su abdomen, su ombligo. Y fue ahí cuando posó ambas manos sobre mi cabeza, exigiendo que besara su sexo.
No pude negarme.
Me dirigí, en primera instancia, a sus muslos, a sus íngles. Con mis manos la obligué amablemente a separar sus piernas y, sin mediar ningún gesto, capturé su clítoris con mis labios. Lo succioné, lo lamí. Recorrí sus labios vaginales con mi lengua, al tiempo que la friccionaba con mis dedos.
Introduje toda mi lengua en las profundidades de sus jugos, y la sentí estallar en las más impresionantes contracciones que haya tenido antes, al tiempo que gemía como si nunca hubiese sentido extremo placer.
Quedó tendida sobre las sábanas, exhausta.
La sonrisa en su rostro me expresó su gratitud. Aún acariciaba su clítoris. Ahora, más suavemente.
Inmediatamente, la ayudé a sentarse en el medio de la cama, con las piernas entrecruzadas.
Hice exactamente lo mismo, de modo tal que quedamos enfrentados. Mirándonos ambos. Desnudos ambos.
La recorrí con la vista, y ella copió el gesto, deteniéndose en mi miembro.
Sin decir palabra, con mi mano derecha comencé a acariciar sus pechos, su abdomen, para morir, nuevamente, en sus vellos y, luego, en su clítoris.
La respiración de ambos aumentaba el ritmo nuevamente.
A sabiendas de lo que estaba por suceder, con mi mano izquierda tomé la suya y, muy lentamente, comencé a acercarla hacia mi.
Noté cierta resistencia.
Empecé, entonces, a acariciarla más vigorosamente, y mis labios se acercaron a los suyos. Fue determinante.
Se aferró a mi pija como un náufrago se aferra a un tronco en la inmensidad del océano, y comenzó a masturbarme frenéticamente. Me sentía de un modo indescriptible.
La abracé, rasguñé su espalda y la tomé de sus nalgas.
En un solo movimiento la alcé, de modo tal que nuestros genitales podían rozarse. Parecíamos estallar.
La detuve y, muy suavemente apoyé mi glande en la entrada de su vagina. Comencé a penetrarla muy lentamente, con movimientos casi imperceptibles. No podía creerlo….estaba a punto de cogerme a mi hermana.
Cuando menos se dio cuenta, ya estaba totalmente dentro suyo. Nos tomamos un segundo, y comenzamos a movernos ferozmente. Parecía que, en ello, se nos iba la vida.
Con ambas piernas comenzó a presionarme en la cintura, y pude advertir su segundo orgasmo. Empezó a gritar como si la estuviese matando, y eso me hizo calentar a niveles impensados.
Me separé, y la hice poner en cuatro patas. Podía ver el color rojizo de su vagina, típico de hembra en celo. La penetre de un envión, y empecé a moverme como loco.
Con ambas manos la sujetaba de sus caderas, para atraerla cada vez más hacia mi. Hasta que sentí que mi orgasmo sería irreversible.
Me pidió que le acabara adentro, pero me rehusé.
Me senté en el borde de la cama, y la invité a arrodillarse en el suelo.
Mi sueño recurrente….
Allí quedaba mi verga, presa de sus dos enormes tetas.
La atrapó entre ambas, y comenzó a balancearse. Hacia arriba y hacia abajo. Hacia arriba y hacia abajo.
“No doy más”, grité.
Sacó mi poronga de entre sus pechos, y la metió en su boca, cual sediento al ver una manguera de agua, en medio del desierto.
Al mismo tiempo, me masturbaba con ambas manos.
Alcanzó a decir; “Dale bebé”. Y no pudo decir nada más.
Mi leche inundó boca, revistiendo su paladar y su lengua, que no detenían su movimiento. Y no se detuvieron hasta extraer la última gota.
Quedamos extenuados, ambos, tirados sobre la cama. Sin nada que decir. Estaba todo dicho.
Sabiendo que, aún, quedaban varios días de esa larga semana….
El tono grisáceo que reinaba en el cielo, obligaba a suponer que nada importante habría de suceder; excepto permanecer echado en la cama, viendo televisión de modo intermitente, sabiendo que empezaría películas que jamás terminaría de ver, gracias a los lapsos de sueño, contagiados por el contexto.
Era el segundo día de una larga semana, en la cual mis padres no estarían en casa, pues se permitieron aquel viaje que parecía no llegar nunca.
La economía hogareña no era frondosa, lo cual permitía tener un solo televisor (con videograbadora), en la cocina. Pero, ante la ausencia de mis padres, mi hermana y yo aprovechamos para trasladarlo a nuestra habitación, la cual compartíamos.
Era la primera vez que quedábamos solos por tanto tiempo.
Con mis 20 años, me correspondía hacerme cargo de la casa y, por si fuera poco, también de mi hermana, 2 años menor que yo.
Nuestra relación era un sube y baja constante, que iba del amor al odio, con una oscilación que, en ocasiones, resultaba incomprensible.
La noche anterior, dadas las bajas temperaturas, habíamos optado por encender una estufa eléctrica que había en casa. Por ese motivo, cuando despertamos, los vidrios se hallaban empañados, corrompiendo la visión del exterior.
Por otro lado, el interior del cuarto había adquirido el tono anaranjado, típico de la estufa descripta.
Mi hermana se había levantado para ir al baño, y yo me encontraba recostado, vestido con una remera de mangas largas, y un slip de flojos elásticos, que hacía las veces de pijama.
Ella, una vez desocupada, y presa del frío reinante en el baño, volvió corriendo a su cama. Llevaba puesto un camisón blanco, que permitía descubrir lo que el choque de temperaturas había causado en su pecho adolescente. Fue un instante, pero que en mi mente duró lo suficiente como para corromperla.
Acto seguido, fui yo quien se dirigió al baño.
Sabía que, en ese momento, era portador de una erección indisimulable. Pero lo cierto es que no tenía intenciones de ocultarla.
Mi hermana, en total desconocimiento de mis ideas, no pudo encubrir su mirada, que se dirigió impulsivamente hacia mi entrepierna.
Yo era consciente de que la flojedad del slip ponía en evidencia, no solo la dureza de mi miembro sino que, por el costado, podía vislumbrarse parte de mis testículos.
Cuando mi hermana levantó la vista, se encontró con mis ojos, que la veían de un modo casi desinteresado. Más, ella, no podía esconder una cierta cuota de curiosidad y asombro.
Sin más, fui al baño.
Ella quedó en la habitación, y prefirió encender la tele.
Atendí mis necesidades y, mientras lavaba mi rostro, mi vista se encontró con mis propios ojos, que le devolvían una mirada inquisidora, espejo mediante.
Una extraña sensación sentí correr por mi cuerpo. Algo de temor, de culpa, de inconciencia, pero con una certeza total y absoluta: cuando atravesara la puerta del cuarto, haría todo lo posible por poseer a mi hermana.
No estaba en mis cálculos que el destino me ayudara.
La tarde anterior había estado viendo una película condicionada, la cual había quedado dentro de la video-reproductora.
Desde la puerta del baño pude oír el audio inconfundible de la misma.
Para cuando regresé a mi habitación, el paisaje no podía ser más prometedor.
El ambiente se hallaba teñido del color anaranjado mencionado anteriormente que, ahora, se confundía con la tenue luz que surgía del televisor. Los vidrios empañados. Los gemidos que emergían desde los parlantes y, ante éstos, mi hermana atenta (aunque extrañada), ante el panorama que devolvía la pantalla.
Desconozco si fue el calor de la estufa, o el que le producían las imágenes, pero ya no estaba cubierta de sus frazadas. Solo se encontraba envuelta en su camisón.
Sin decir absolutamente nada, regresé a mi cama, observándola detenidamente.
Sus ojos fijos, su boca entreabierta. Sus pechos…..esos voluminosos pechos turgentes, su abdomen, sus caderas, y sus interminables piernas.
Me acomodé adrede, aunque con gesto desinteresado, de manera que le resultase imposible no verme. Acomodé mi calzoncillo como para alimentar su intriga, y me abandoné al azar.
La posición y los gestos de su rostro se modificaban, conforme avanzabas las escenas. Supuse que, si no aprovechaba el favor que me estaba haciendo el destino, mi oportunidad habría de desvanecerse.
Calculando cada uno de mis movimientos, elegí comenzar a tocarme por encima del calzoncillo. Como mi hermana no quitaba los ojos de la pantalla, opté por esbozar un pequeñísimo gemido, casi inaudible.
Ella giró su cabeza, y le resultó imposible no ver lo que estaba sucediendo.
Me miró de arriba hacia abajo.
Le retribuí la mirada sin dejar de tocarme.
Le dije: “No te reprimas, si tenés ganas, tocate vos también”
No sin cierta vergüenza, ocultó su cuerpo debajo de las sábanas, y comenzó a masturbarse. Yo sabía lo que estaba sucediendo, y sentía que estaba a punto de explotar.
En una movida estratégica, le dije que la iba a dejar sola un rato, para que estuviese más cómoda.
Eso hice.
Fui al baño y, para evitar inconvenientes indeseados, me mojé con agua helada los genitales, y toda su periferia, en un acto sumamente veloz. Ello sirvió para calmar mi ansiedad.
Cuando salí, no hice otra cosa que permanecer de pie junto a la puerta de la habitación.
Mi hermana mordía su labio inferior, y había cerrado sus ojos, mientras emitía cierto cautivante jadeo.
Imperceptiblemente, me acerqué a su cama, bajé mis calzoncillos, y comencé a masturbarme yo también.
Inmediatamente, posé cálidamente mi mano derecha sobre su hombro y, simultáneamente, me senté a su lado.
Abrió los ojos, y estaba completamente desencajada, como nunca la había visto. Pero no detenía su autosatisfacción.
De un solo movimiento me introduje entre las sábanas. En sus ojos percibía cierta indecisión; de modo que, antes de que pudiese ella hacer nada, con mi mano derecha comencé a masturbarla.
Parecía explotar.
Mientras, comencé a lamer su oreja, y ello derribó las últimas barreras que parecían quedar en pie.
Me miró fijo a los ojos, y entrecerró los suyos, como convidándome a besarla. No lo dudé un solo instante. Nuestros labios se fundieron para, luego, dar paso a nuestras lenguas.
Con mi mano restante comencé a acariciar su nuca, su espalda, su abdomen, para terminar en sus pechos….esos voluminosos pechos turgentes, plagados de adolescencia.
Me separé repentinamente.
Quedó mirándome, extrañada. Asombrada.
Le dije que era una de las situaciones más maravillosas de mi vida y, por respuesta, solo atinó a asentir con su cabeza, pues se hallaba demasiado jadeante como para emitir palabra alguna.
La ayudé a recostarse, y comencé a besarla. Sus labios, su cuello y me detuve en sus pechos. Sus pezones parecían querer escaparse de su cuerpo. Uno y otro fueron sometidos a la vehemencia de mi lengua.
Como sin querer, comencé a descender por su abdomen, su ombligo. Y fue ahí cuando posó ambas manos sobre mi cabeza, exigiendo que besara su sexo.
No pude negarme.
Me dirigí, en primera instancia, a sus muslos, a sus íngles. Con mis manos la obligué amablemente a separar sus piernas y, sin mediar ningún gesto, capturé su clítoris con mis labios. Lo succioné, lo lamí. Recorrí sus labios vaginales con mi lengua, al tiempo que la friccionaba con mis dedos.
Introduje toda mi lengua en las profundidades de sus jugos, y la sentí estallar en las más impresionantes contracciones que haya tenido antes, al tiempo que gemía como si nunca hubiese sentido extremo placer.
Quedó tendida sobre las sábanas, exhausta.
La sonrisa en su rostro me expresó su gratitud. Aún acariciaba su clítoris. Ahora, más suavemente.
Inmediatamente, la ayudé a sentarse en el medio de la cama, con las piernas entrecruzadas.
Hice exactamente lo mismo, de modo tal que quedamos enfrentados. Mirándonos ambos. Desnudos ambos.
La recorrí con la vista, y ella copió el gesto, deteniéndose en mi miembro.
Sin decir palabra, con mi mano derecha comencé a acariciar sus pechos, su abdomen, para morir, nuevamente, en sus vellos y, luego, en su clítoris.
La respiración de ambos aumentaba el ritmo nuevamente.
A sabiendas de lo que estaba por suceder, con mi mano izquierda tomé la suya y, muy lentamente, comencé a acercarla hacia mi.
Noté cierta resistencia.
Empecé, entonces, a acariciarla más vigorosamente, y mis labios se acercaron a los suyos. Fue determinante.
Se aferró a mi pija como un náufrago se aferra a un tronco en la inmensidad del océano, y comenzó a masturbarme frenéticamente. Me sentía de un modo indescriptible.
La abracé, rasguñé su espalda y la tomé de sus nalgas.
En un solo movimiento la alcé, de modo tal que nuestros genitales podían rozarse. Parecíamos estallar.
La detuve y, muy suavemente apoyé mi glande en la entrada de su vagina. Comencé a penetrarla muy lentamente, con movimientos casi imperceptibles. No podía creerlo….estaba a punto de cogerme a mi hermana.
Cuando menos se dio cuenta, ya estaba totalmente dentro suyo. Nos tomamos un segundo, y comenzamos a movernos ferozmente. Parecía que, en ello, se nos iba la vida.
Con ambas piernas comenzó a presionarme en la cintura, y pude advertir su segundo orgasmo. Empezó a gritar como si la estuviese matando, y eso me hizo calentar a niveles impensados.
Me separé, y la hice poner en cuatro patas. Podía ver el color rojizo de su vagina, típico de hembra en celo. La penetre de un envión, y empecé a moverme como loco.
Con ambas manos la sujetaba de sus caderas, para atraerla cada vez más hacia mi. Hasta que sentí que mi orgasmo sería irreversible.
Me pidió que le acabara adentro, pero me rehusé.
Me senté en el borde de la cama, y la invité a arrodillarse en el suelo.
Mi sueño recurrente….
Allí quedaba mi verga, presa de sus dos enormes tetas.
La atrapó entre ambas, y comenzó a balancearse. Hacia arriba y hacia abajo. Hacia arriba y hacia abajo.
“No doy más”, grité.
Sacó mi poronga de entre sus pechos, y la metió en su boca, cual sediento al ver una manguera de agua, en medio del desierto.
Al mismo tiempo, me masturbaba con ambas manos.
Alcanzó a decir; “Dale bebé”. Y no pudo decir nada más.
Mi leche inundó boca, revistiendo su paladar y su lengua, que no detenían su movimiento. Y no se detuvieron hasta extraer la última gota.
Quedamos extenuados, ambos, tirados sobre la cama. Sin nada que decir. Estaba todo dicho.
Sabiendo que, aún, quedaban varios días de esa larga semana….
9 comentarios - Mi hermana y yo
En cuanto a la fuente, el texto es íntegramente mío.
Me gusta que les guste. Gracias por hacérmelo saber!!