You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Su primera noche

Hacía dos meses desde la primera salida, y más allá de muchos besos apasionados en la boca, y alguna que otra caricia debajo de las ropas, ninguno de los dos, ni Pedro ni Sofía conocían a pleno la intimidad del otro.
Esa noche, todo sería diferente. Desde el día que se vieron por primera vez, los dos habían soñado con pasar un noche juntos, solos, en la cama. Por las noches, antes de dormir, Sofía tomaba una pequeña almohada que conservaba de su niñez, y vestida solamente con una camisa transformaba esa almohadita en todo el cuerpo de Pedro. Tenía entre sus "trofeos" un perfume que era el mismo que usaba Pedro. Al acostarse pasaba sus carnosos labios por toda la almohadita, quedándose unos minutos ocupada en uno de sus ángulos. Bajaba luego por su cuello, y acariciando sus pechos hasta dejar sus pezones duros seguía bajándola lentamente hasta recibirla entre sus piernas. Las más de las veces, al llegar allí lo disfrutaba unos minutos y se dormía. Otras, la tomaba y, acariciándola la movía entre sus piernas. Los labios de su vagina se relajaban y al poco tiempo humedecían un poco la almohadita. Unas veces, pocas, llevaba la almohada desde su pubis hasta su coxis, sintiendo como la almohadita, caliente y húmeda acariciaba su ano. Por las noches siempre pensaba en Pedro y el momento en que esa almohadita le dejara su lugar. Amaba esa almohada tanto que la ocultaba en su placard, y nadie, ni sus hermanas, ni sus padres tenían permitido tocarla.
Algunas noches, sobre todo en aquellas en que había estado con Sofía, Pedro se acostaba pensando en ella, dejándole un lugar en su cama, como preparándola para cuando eso ocurriera. Como vivía solo en su departamento, dormía totalmente desnudo. Alguna que otra mañana, al despertar, notó que una señorita -vecina del edificio de enfrente- lo miraba atentamente... no precisamente a él, sino a su pene, que como cada mañana, amanecía religiosamente erguido. No podía negar que disfrutaba esa mirada, que lo excitaba pensar que esa chica lo deseaba. Tomándoselo con la mano, lo acariciaba, lo apretaba, lo subía y lo bajaba mostrando su cabeza rojiza. Cuando pensaba en Sofía y el contacto con sus labios, con sus manos, con su cuerpo, soñando lo que harían juntos en esa cama, su miembro crecía.

Ese sábado habían estado juntos desde la tarde, cenaron, y después de ir al cine, Sofía aceptó la invitación que Pedro le había estado haciendo una y mil veces: que subiera a su departamento a tomar un café.
No fue por casualidad la casi autoinvitación. Los padres de Sofía no volverían del campo que habían comprado durante la semana, hasta la tarde del domingo, y sus hermanas, que dormían en otro cuarto habían ido a bailar. Previsora, antes del cine, pasó con Pedro por su casa y dejó una nota avisando que se quedaba a dormir en lo de una amiga, Natalie.

Subiendo en el ascensor sus corazones comenzaron a latir un poco más rápido, un sudor frío recorrió cada centímetro del cuerpo de Sofía al pensar que esa noche, finalmente se quedaría a dormir con su amado. Pedro no imaginaba qué sucedería esa noche.
Prepararon café en la estrecha cocina del dpto. de Pedro, gracias a lo cual, cada pasada de un lado al otro de la cocina producía un roce, un escozor en ambos. Pedro aprovechaba cada pasada para besar -entre los rulos- el cuello de Sofía, apoyándole todo, todo el cuerpo. No pudo, ni quiso, disimular su pene erguido, hinchado y caliente. Lo rozaba con cada beso, entre las nalgas de Sofía. Ella, dura por el momento que vivirían, disfrutaba cada beso, cada cercanía, cada demostración de pasión. Incluso, cada vez que sentía el pene hundirse entre sus nalgas, sufría un escalofrío que, no era otra cosa que la diferencia de temperatura ambiente con la propia.
Tomaron el prometido café, y mientras Pedro iba al baño, Sofía se acostó en la cama, encendió el televisor y empezó a hacer zapping. Se quedó unos minutos mirando un canal erótico-porno cuando sonó su celular. Era equivocado, pero para ese momento Pedro había salido del baño y se encontraron entrando al cuarto. Una enorme pija estaba entrando en una babeada boca justo en el momento en que ambos miraron el televisor. "Cambiá" dijo Sofía, e inmediatamente Pedro pasó a un canal de películas.

Se recostaron, se abrazaron y llegaron justo para ver una película romántica que empezaba. En el corte se besaron, mimaron, toquetearon. Hacía calor, Pedro se quitó la camisa y las medias, desabrochándose el botón del pantalón. Sofía hizo otro tanto.
Pasado el corte, y después de que cada uno pasara por el baño, y lavara sus ardientes sexos, Sofía recostó su espalda contra el pecho, y entre las piernas de Pedro. Él le acariciaba el pelo. Masajeándole la espalda y el cuello, empezó a bajar por delante, hasta rodearle los pechos. Después de unos minutos de mimarlos, comenzó a contornearle los pezones, hasta que se pusieron bien duros.
Cada roce hacía fluir la sangre de ambos calentándolos de manera que, al terminar la película no pasó ni un minuto hasta que quedaron desnudos, piel contra piel, pecho contra pecho, boca contra boca, pene contra vagina. Sofía comenzó a mover su cadera hacia delante y atrás, pasando sus labios vaginales por todo el largo del pene de Pedro, sintiendo como su roce le subía y bajaba la piel. Eso la excitó sobremanera, y empezó a gemir.
Estaban tan húmedos, y el ambiente era tan relajado que ni escucharon cuando por la tele Luis Miguel cantaba "...entonces yo daré mediavuelta..." cuando todo el cuerpo del pene se deslizó dentro de la vagina. Quedaron medio minuto abrazados, con todo el miembro adentro, besándose, acariciándose, suspirando, como si eso sólo hubiera consumado todos sus deseos. Pronto descubrirían cuantos otros deseos tenían ocultos en su interior.
Sofía empezó a moverse en sube y baja. Con cada movimiento sus labios daban como chupadas al pene, enorme a esta altura, acompañándolo con cada entrada y cada salida.
Pedro tomó con sus manos la cola de Sofía, abriéndola de par en par. Entre tantos movimientos y tan lubricados que estaban, su pene escapó de la vagina, haciendo una pasada por toda la raya de Sofía, llegando hasta su cintura. Bajando, húmedo e hirviente, dejó unas gotas en el ano de Sofía. No hubo penetración, solo unos segundos de aproximación, pero Sofía empezó a pensar que algún día debía investigar que sucedía con ese miembro en su cola, qué sensaciones le podría producir, si mojado como había quedado, su grado de excitación subía tanto. ¿Qué sentiría con todo un pene adentro, descargando semen en su canal? Su pensamiento volvió a la realidad cuando sintió como el pene entraba nuevamente, entrando y saliendo rápidamente, con movimientos cortos, para ingresar cada vez más adentro, caliente, húmedo, como su vagina.
Pedro sintió que su miembro era cada vez más grande, que se estiraba y ensanchaba con cada movimiento, hasta que juntos sintieron un fuerte escalofrío, se pusieron duros y dando gemidos de placer sintieron como se mojaba todo dentro de ella, como el pene despedía cada gota de semen que le regalaba. Siguieron moviéndose unos minutos, hasta que rendida, Sofía se recostó al lado de Pedro. Apagaron el televisor, y abrazados se durmieron.

Cerca de las tres de la mañana, Sofía despertó. Sintió como el semen empezaba a salirle entre los labios. Fue al baño. Al regresar encendió la luz y lo vio acostado, boca arriba, el pene semiergüido, como lo había visto tantas veces la vecina. Dejó la luz encendida y empezó a contemplarlo. Se acercó hasta poder contemplar cada detalle del pene. Su piel, aún mojada por el momento de ardiente sexo que le había hecho vivir, era tersa. Su relieve le hizo recordar los músculos de un brazo masculino. Su aroma le despertaba curiosidad. Toda ella se excitaba, y su paladar empezaba a humedecerse.
Pedro estaba semi despierto cuando sintió el aliento de Sofía cerca de su sexo, aliento que cada vez era más cercano y cada vez más caliente. Se hizo el dormido, pero esa cercanía lo excitó. Su miembro hizo un movimiento, irguiéndose como un relámpago, endureciéndose por un instante, haciendo más notorio su relieve, para volver a caer, y permanecer semi erguido.
Sofía no dejaba de mirarlo, no perdía un detalle, seguía cada movimiento, contemplaba su relieve, su forma, su aroma, hasta que acercándole la mano, hizo un nuevo "chicotazo" y lo toco. Posó su mano sobre él. Acarició su piel, tersa como ella lo había imaginado, dura como la había sentido. Caliente y húmeda como le gustaba. Lo rodeó con sus dedos, y volvió a erguirse haciendo con este movimiento que se asomara toda su cabeza. Roja y caliente, como lustrada, vio como salía de la punta un poco de líquido. Empezó a mover la piel, escondiéndole y descubriéndole la cabeza, notando que con cada movimiento el pene crecía, se calentaba y se humedecía.
Pedro empezó a acariciarle el pelo, a pasarle una mano por el cuello, bajando por la espalda. Disfrutaba cada caricia, y con cada salida al aire de la cabeza de su pene, se le producía un suspiro incontenible. Deseaba tener su sexo dentro de la boca de Sofía, pero quería que eso fuera absolutamente voluntario.
Tal vez ese dejar que las cosas transcurran, el no presionarla, decidió a Sofía a un primer beso, con los labios cerrados, la piel del pito cubriéndole la cabeza, unas gotas para gustar. Después de besarlo, abrió su boca, estiró la piel y metió toda la cabeza dentro de su boca. Sintió el sabor del líquido que brotaba de ese pito al tocarla con la lengua. Y le encantó.
Comenzó a rodearle la cabeza con la lengua y ni siquiera notó que Pedro la empezaba a mover hasta quedar con sus entre piernas mirándole la cara. Pensaba cada cosa que le hacía. La disfrutaba, se calentaba.
Pedro tenía frente suyo más sexo del que había creído que iba a tener esa y muchas otras noches. Suavemente acarició los muslos de Sofía con su cara, sintiendo en su barba y con sus labios la suave piel que nunca había sido besada. Despacio, pero decididamente fue acercándose hasta esos labios que ardientes lo llamaban. Estaban rojos de pasión, de sexo, de roce, ansiosos de ser besados. Sobre ellos, un círculo adivinaba un ano virgen, aunque relajado y caliente. Esa imagen, esa cercanía, esos olores hicieron poner más y más duro el pene de Pedro.
Al posar sus labios sobre los de la vagina de Sofía, ella, siguiendo sus instintos más que las imágenes que alguna vez había visto en algún video con sus amigas, metió todo el pene dentro de su boca, lo chupó, lo lamió. Recorría cada milímetro, estaba atenta a cada movimiento, a cada gota que le regalaba a su boca.
Lo amaba, lo deseaba, la excitaba. Lo había visto, lo había tocado, lo había olido, lo había sentido con su boca, y pronto, pronto sentiría todo lo que contenía.
Pedro besaba y lamía su vagina, metía su lengua entre sus labios y le acariciaba la cola. Con sus dedos inició, como una danza mística, un espiral alrededor del ano de Sofía, un círculo concéntrico, que terminaría inevitablemente en el agujerito húmedo, sudado que estaba en el medio. Sofía notó tanto esa danza como los besos en su vagina y el miembro que tenía entre sus labios y su lengua.
Todo se dio en el mismo instante. Al llegar al hoyito los dedos de Pedro, la excitación de ambos era tal, que el orgasmo fue simultáneo. Sofía besaba, chupaba, subía y bajaba sin parar cuando sintió su boca llenarse de ese líquido cuyo sabor no había conocido hasta entonces, pero que a partir de ese momento, nunca más querría dejar de disfrutar. Lo sintió caliente, espeso y sabroso. Se excitaba con cada gota que salía después de cada latigazo. Lo lamió todo para no dejar nada fuera de si.
En ese instante preciso Pedro pasaba sus bigotes por los labios y metía su lengua y -sin querer- tocaba -metía- su nariz en el ano húmedo y calentito de Sofía. El éxtasis, la excitación, el placer, el disfrute fue total, sin esconder nada, sin guardarse nada.
Siguieron así, besándose, chupándose, tocándose, por unos minutos, hasta que Pedro se dio cuenta que estaba preparado para una vez más. Escurriendo su cuerpo por debajo del de Sofía, le hizo un ademán de quedarse en esa posición, se puso detrás y metió despacio, y moviéndose con ritmo, toda su verga en la vagina que lo esperaba, excitada.
Tuvieron sexo tres veces más esa noche. Al despertar no podían ocultar su cara de felicidad por los momentos que habían pasado. Momentos de pasión, de descubrimientos, de disfrutes y de placer mutuo. Momentos que traerían más pasión, más descubrimientos, más disfrutes y más placer.

0 comentarios - Su primera noche