Llegaron con el micro a un arroyo que a primera vista no decía nada. Bajaron y les dieron como unos pantalones de goma, para que el agua helada del arroyo no les dañara la circulación. Pedro se quitó los pantalones y quedó en short. Sofía también quedó en short, con una remera blanca, sin corpiño. Ingresaron al agua y se fueron metiendo más y más en el arroyo. Después de unos veinte metros y algunos chapuzones helados, el arroyo pasaba por un cañadón. Los pezones de Sofía ya se marcaban en la remera, y minutos más tarde, todas las tetas se hacían visibles. Caminaron unos 100 metros y llegaron hasta un cartel que deslindaba responsabilidad a quien pasara ese límite. Ellos eran jóvenes y en la excitación de las temperaturas y los ratones de cada uno, decidieron romper la regla. Pasaron el cartel y unos cincuenta metros más arriba por el cañadón entendieron la razón. El río bajaba con mucha velocidad, tanta que les quitó los pantalones de goma. Sintieron el agua helada subirles por el cuerpo. Sus venas y arterias se contrajeron. El pito de Pedro se hizo chiquitito, todo lo contrario a los pezones de Sofía que, como dos puntas de lanza hicieron colgar la remera. Siguieron caminando en el frío arroyo, y pasados otros diez metros de torrente rápido llegaron a una extensión donde el río se hacía más ancho y sobre un costado se recostaba como una playita. Caminaron los cien metros que los separaban de ese páramo, y cuando el agua les volvió a llegar apenas sobre las rodillas, sus venas y arterias se dilataron, sus corazones empezaron a latir en otro ritmo, la verga de Pedro se agrandó y endureció como nunca, sobre todo cada vez que miraba los pechos turgentes de Sofía. Ella notó que bajo el short de Pedro algo había cambiado. Su boca se llenó de saliva, como si estuviera por comer algo. También los labios entre sus piernas se humedecieron, y recordando el dedo mayor de Pedro, su ano empezó a transpirar. Al llegar a la playita, Pedro se tiró boca arriba a disfrutar del sol. Se quitó la remera para secarse, se acomodó el pene bajo el short y cerró los ojos. Sofía quedó de pie a su lado, mirando para todas partes buscando ver si estaban solos. Al confirmar que no había nadie mirándolos se quitó primero la remera, sintiendo como el calor del sol le acariciaba los pechos. Se sacó el short y se recostó con las piernas abiertas al lado de Pedro. El sol caliente de Sicilia le penetraba por todos los poros, calentaba su cuerpo y su mente. Cerró también los ojos, pero solo por treinta segundos. Treinta segundos que fueron los suficientes para que su cabeza imaginara los que en seguida se dispondría a hacer. Se incorporó, pasó una pierna por sobre el cuerpo de Pedro, arrodillándose dándole la espalda, tomó con sus manos el short de Pedro y lentamente se lo quitó. Al volver desde los pies se topó con un terrible vergón al que empezó a acariciar con una de sus manos. Sus nalgas estaban expuestas, abiertas de par en par para la vista y antojo de Pedro. Pedro levantó la cabeza y empezó a besarle los muslos, acercándose cada vez más a la vagina, saltando de uno a otro lentamente. Al llegar cerca de los labios su bigote hizo un cosquilleo en los labios de Sofía que la excitaron tanto que de un solo movimiento se metió todo lo que le entraba en la boca el pene que para ese momento estaba más grande que esa mañana, más húmedo y más rojo. Todo por ese golpe de agua helada. Con sus manos, Pedro comenzó a masajearle el culo con movimientos firmes, acercándose cada vez más al canal del ano. Sobreexcitados no notaron que otra pareja de jóvenes los miraba desde una altura, como a unos treinta metros. El trozo de Pedro, más largo y ancho de todos los que había probado Sofía estaba duro en su interior, pero su piel era tersa, tan tersa que Sofía pasaba lentamente su lengua por todo su cuerpo. Luego, con la piel recogida se divertía lengüeteándole la base de la cabeza, para luego posarse sobre el canal de salida y succionar con los labios formando una boca redonda y chiquita.
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