Mil perdones por no estar escribiendo tanto como me gustaría, pero… la verdad es que resulta difícil escribir algo cuándo no se tiene que contar o cuándo no se esta de ánimos. Después de aquel incidente que tuve con Raúl, el que conté en mi post anterior, el que a muchos no les gustó, la relación se enfrió. De la calentura más extrema pasamos de repente a estar como en un freezer. Y todo por mi culpa, lo sé, no debí mandar ese maldito mensaje, pero ya está, no puedo hacer nada para volver el tiempo atrás y no presionar el dichoso botoncito de “send”. Hice de todo para disculparme con él, pero no hay caso, ya no me da bolilla, apenas me mira y a veces hasta ni me saluda. Y yo que me muero de ganas por sentir una vez más su pija dentro de mí… aunque solo sea una última vez.
La cuestión es que también me había peleado con mi novio, y teniendo a Raúl alejado, como que me había quedado sin el pan y sin la torta, lo cuál resulta fatal cuándo tenés encima unas ganas terribles de coger como yo en esos días.
Ese día en particular creo que estuve mojada toda la mañana. Al mediodía, cerca de la hora de almuerzo, no aguanté más y le mandé un mensaje, estaba dispuesta a rogarle si era necesario: “Quiero que me cojas, porfis”. No me respondió, ni entonces ni después. No le volví a escribir.
A la hora de salida me fui lo más rápido que pude, para no cruzármelo. Seguía tan mojada como antes. En el colectivo ya pensaba que lo único que me quedaba era hacerme una buena paja, pero a esta altura ya ni la paja me satisface, lo único que puede dejarme tranquila en tales circunstancias es una muy buena poronga, pero… entonces me acordé de Emilio. Ya en algún relato les conté que la primera vez que le puse los cuernos a mi novio fue con un colectivero. Bueno, este colectivero se llama Emilio, es chofer de la línea 6 que hace el recorrido Soldati – Retiro. Lo conocí de manera casual, viajando. Al volver del laburo, casi siempre viajaba con él, fue así que empezamos a hablar, hasta que dejo de cobrarme el pasaje. Yo chochísima, porque por lo menos ahorraba algo. Ingenua de mí no me había dado cuenta que lo hacía con un fin, invitarme a salir.
-Pero, ¿Qué edad tenés?- le pregunté cuándo lo hizo, ya que se veía algo mayor.
-42- me respondió.
Tiempo después me enteraría que en realidad tenía en ese momento 48 años. Yo recién había cumplido los 21 por lo que la diferencia me parecía abismal. Y se lo dije.
-No te preocupes por eso, te prometo estar a la altura- me dijo y la verdad es que si lo estuvo.
Me cogió divinamente, razón por la cuál, ahora y en ese febril estado en el que me encontraba, Emilio volvía a parecerme una opción más que valedera. Después de que cogimos esa primera vez, nos volvimos a cruzar un par de veces, siempre de forma casual.
-¿Cuándo nos vamos a volver a ver, bonita?- me preguntaba guiñándome un ojo.
-Ahora estoy de novia- le decía a modo de rechazo.
Si bien cuándo estuvimos juntos también estaba de novia, le había mentido que no tenía a nadie, no sé porque, me dio algo de vergüenza que se diera cuenta que le estaba poniendo los cuernos a mi novio.
Bueno, la cosa es que me bajé del colectivo y me fui hasta la avenida Caseros a esperar que pasara. Por supuesto que no sabía si seguía estando en la misma línea o si seguía teniendo el mismo recorrido. Lo había visto por última vez hacía como un año, cuándo yo cruzaba por Solís, él también me vio y me tocó la bocina como saludo, después de eso nunca más… hasta ahora. Habré esperado como media hora, cuándo lo veo llegar. Subieron un par de personas y por detrás subí yo. Cuándo me vio se le iluminó la cara con una sonrisa. Se lo veía un poco más avejentado, con más canas, pero de solo pensar en la poderosa verga que portaba me hacía olvidar la diferencia de edad.
-Hola, ¿Cómo estás? ¡Tanto tiempo!-
Como siempre, no me cobro el boleto. Así que lo saludé con un beso y me quede detrás de su asiento, charlando con él.
-¿Y? me imagino que ya estarás de novia- quiso saber mientras se ponía en marcha.
-Todavía no encontré a mi media naranja- le dije.
No daba para contarle todos los entretelones de mi reciente ruptura y de la indiferencia de mi amante. Durante el resto del trayecto fuimos hablando, hasta que llegamos donde usualmente solía bajarme.
-¿No te bajás acá?- se sorprendió.
-Sigo unas cuadras más- respondí.
-Entonces ya que no estás de novia y nadie te vigila, ¿Qué te parece si termino el recorrido y vamos a tomar algo?- me propuso.
Lo de “ir a tomar algo” no me resultaba muy tentador que digamos, así que fui yo misma la que dobló la apuesta. Aún detrás de su asiento, me acerque un poquito más como para hablarle y le susurré al oído:
-La verdad es que me gustaría mucho ir a tomar algo con vos-
Obvio que captó al vuelo la indirecta. Me miro a través de los espejos con los ojos bien abiertos, sorprendido quizás por mi actitud tan desafiante.
-Pensé que era muy viejo para vos- me dijo.
Eso le había dicho aquella vez después del tremendo polvo que nos echamos, cuándo me dijo de seguir viéndonos. “La pasé bien, pero aunque me cogiste bárbaro, la verdad es que sos muy viejo para mí…”, palabras más, palabras menos, eso fue lo que le había dicho. Y ahora me estaba pasando factura.
-Dicen que los hombres son como los vinos… mejoran con la edad- le retruqué.
Se rió. Ya faltaba poco para llegar al final del recorrido, el colectivo estaba prácticamente vacío. Me dejo entonces una parada antes de la terminal, sobre Fernández de la Cruz, para volver a buscarme en un rato. Obviamente no me iba a llevar para que me vieran todos los chóferes.
-Apurate porque acá me violan de parada- le dije al bajar.
Por suerte no demoro mucho, dejo la unidad, hizo lo que tenía que hacer y en veinte minutos ya estaba de vuelta.
-¿Así que estuviste extrañando mi palanca de cambios?- me dijo al abrazarme y besarme en una forma por demás apasionada. Olía a sudor, aunque con la calentura que yo tenía encima eso me parecía lo de menos.
Me respuesta fue abrir la boca y dejar que su lengua explorara toda mi cavidad bucal.
-¿Me llevás a un telo?- más que una pregunta era un ruego.
Tomamos otro colectivo hasta Caseros y Boedo, para ir al mismo telo que habíamos ocupado aquella vez. Ya en la habitación no se aguantó las ganas y se me tiró encima como un ave de presa sobre su víctima. De nuevo los besos de lengua y el manoseo, especialmente en mi cola, el que era su punto débil. Por un momento se me ocurrió pedirle que se duchara (por el olor a chivo, vió) pero no quise cortar la magia de ese reencuentro, por lo que me quede callada.
Parados como estábamos, me deje caer ante él y comencé a desabrocharle el pantalón. Me acordaba que le gustaba que se la chupara en esa posición, él parado y yo de rodillas, como adorándolo, sometida a su virilidad. Una fuerte oleada de aroma viril me golpeó ni bien le bajé el slip. La pija de Emilio estaba tal cuál la recordaba, gorda, venosa, oscura… él es bien morocho, así que su parte íntima poseía la misma tonalidad. Se levantó enseguida cuándo se la aprisioné con una mano, endureciéndose en una forma por demás demoledora. Me la metí en la boca de inmediato, no estaba como para andar con exquisiteces, por lo que me puse a chupársela con todas mis ganas.
-¡Ahhhhhh… como extrañaba esa boquita…!- exclamaba Emilio como en estado de trance.
Aunque solo se la había chupado una sola vez, parece ser que Emilio guardaba un muy buen recuerdo de tal evento. Yo también debo admitir, su pija tenía (y aún tiene) un sabor muy particular. De hecho me hubiera quedado toda la noche ahí haciéndole un pete, pero mi conchita ya reclamaba también algo de atención. Así que luego de una buena mamada, me levanté y empecé a desvestirme. Prontamente la ropa quedó esparcida por el suelo, tanto la suya como la mía. Ya desnudos volvió a tomarme entre sus brazos y me besó con furor, comiéndome la boca en una forma por demás desesperada, mientras sus dedos buscaban, encontraban y se internaban en mi camino hacia la felicidad. Estaba mojada, empapadísima, tenía la parte interna de mis muslos completamente empapadas de flujo, de ganas, de calentura. Hizo entonces que me recostara de espalda en la cama, me abrió de piernas y se dedicó a comerme la conchita. Relajándome lo más que podía, me entregué por completo a ese ávido comensal que me hacía estremecer ante cada mordida o lengüetazo.
-¡Mmmm… parece que a esta conchita le hace falta mucha pija!- exclamó luego de un rato.
Se incorporó, se puso uno de los forros que regala el telo, y empezó a frotarme la punta de la chota por todo el largo de la concha, de arriba abajo, yo me desesperaba porque quería sentirla de una vez adentro.
-¡Metémela hijo de puta… no me hagas de rogar… quiero que me cojas… cogeme…!- le reclamaba, al borde del delirio, se la buscaba yo misma con una mano, se la agarraba y me la ponía en la concha, pero él enseguida la sacaba, torturándome con ese perverso jueguito, haciéndomela desear cada vez más.
-¡Dale puto… metémela… cogeme… reventame… sino te juro que me voy y me hago garchar por el primero que…- no pude terminar la oración.
De un solo ensarte me la mandó a guardar hasta lo más hondo, nublándome los sentidos con esas sensaciones que se expandían por todos los rincones de mi cuerpo.
-¡Ahhhhhhhhhh…!- fue lo siguiente que llegué a pronunciar. Un exaltado suspiro, que fue seguido por muchos más, gemidos, jadeos y exclamaciones que traducían a la perfección lo que la pija de ese colectivero me hacía sentir.
Se tiró entonces sobre mí y comenzó a cogerme con un ritmo bestial, haciendo que toda la cama se moviera en torno nuestro. Emilio no es un tipo flaco, tampoco gordo, pero tiene algo de panza, por lo que en cierto momento su peso se me hizo difícil de soportar. Por suerte enseguida decidió cambiar posición, y poniéndome ahora en cuatro, empezó a embestirme por detrás, haciendo chasquear su pelvis contra mis nalgas. El sonido de esos chasquidos llenaba toda la habitación, mezclándose con nuestros propios gemidos y jadeos. La sentía bien adentro, tan profundamente que parecía formar ya parte de mis entrañas, cada embestida me llegaba al centro, ahí en donde el disfrute se hacía más intenso.
-¡Más… más… dame más…!- le pedía con la voz quebrada por esos fuertes cimbronazos que me pegaba, uno detrás del otro, sin pausa ni respiro.
-¡Más… más… dame más…!- volvía a pedirle una y otra vez, llorando prácticamente ante la emoción de cada embiste.
Emilio, el chofer de la línea 6, me aferraba de la cintura y me complacía, me daba con el gusto, dándome a quemarropa, cogiéndome con un ritmo brutal y alevoso.
-No puedo creer que una chica como vos no tenga novio- dijo luego, estando ya sobre él, montándolo con frenesí.
-¿Y como soy yo?- le pregunté, sin dejar de moverme, subiendo y bajando, haciendo que esa deliciosa verga madura recorriera todo mi interior.
-Sexy, caliente, cogedora…-
-…puta…- completé por él.
-¡Si… muy puta!- reafirmó, apretándome bien fuerte las tetas, como si quisiera hacerme saltar leche de los pezones.
Entonces, para ratificárselo, hice que la pija se saliera de mi concha, se la agarré con una mano y la sostuve firmemente mientras me iba acomodando sobre ella, de modo que ahora me entrara por el culo. Unos pocos empujoncitos y me entró casi hasta la mitad, la verga de Emilio es una de las más gordas que haya probado, y si ya era gorda en estado normal, ahora lo era aún más estando así toda llena de leche y calentura, por lo que el ojete se me abrió de par en par para recibirla. Me dolió un poquito cuándo quise meterme el resto, un quejido, alguna lagrimita, pero logré mi cometido, llegando a albergar toda su poronga en mi retaguardia. La primera vez que cogimos todavía tenía el culito medio sensible, por lo que solo lo hicimos por adelante, así que esto fue toda una novedad para él.
-Veo que no estuviste perdiendo el tiempo- bromeó mientras comenzaba a impulsarse hacia arriba.
-Es una pena dejarlo sin uso, ¿no te parece?- le dije, acoplándome a sus movimientos.
Poniendo mis manos en su pecho me movía arriba y abajo, hacia los costados, rotando hacia un lado y hacia el otro, sintiendo como se hinchaba y endurecía en mi interior. Por un momento mantuvimos ese ritmo, preciso, sostenido, hasta que en mutua concordancia llegamos al tan anhelado orgasmo. Mi explosión de placer debió de escucharse en todo el telo, arqueando la espalda, eché la cabeza hacia atrás y me entregué mansamente a tan delicioso disfrute.
-¡Ahhhhhhhhh… ahhhhhhhh… ahhhhhhhh…!-
Cuánto necesitaba un polvo así. Maravilloso, desbordante, absoluto. Caí rendida sobre su cuerpo y entre agotados jadeos busqué su boca y lo besé. Nos lengüeteamos por un buen rato, mientras dejábamos que las sensaciones del placer se fueran desvaneciendo. Luego me eché a su lado, recuperando de a poco el ritmo normal de mi respiración.
-Sigo sin poder creer que no tengas novio- me dijo entonces.
-Bueno… novio, novio, no… pero picoteo aquí y allá cuándo tengo ganas-
-Como ahora- observó.
-Si, como ahora- asentí.
-¿Y, como estuvo el viejito?- quiso saber.
-Para decirte la verdad, me cogiste bárbaro, me diste la biava del año- le aseguré volviéndolo a abrazar para besarlo.
Y mientras lo besaba, mi mano se deslizó por sobre sus piernas, llegando al centro estratégico de su cuerpo. Lo que toqué me sorprendió. Estaba al palo de nuevo, y más gordo que nunca.
-Mmmmm… me parece que alguien tomó viagra a escondidas- bromeé mientras se la agarraba y comenzaba a meneársela.
-Por suerte todavía no necesito viagra para cogerte como te merecés, guachita- me aseguró.
-¿Si? ¿Estás como para una segunda vuelta?- lo desafié entonces.
No me contestó hablando, sino actuando. Me puso de costado, se tomó unos segundos para forrarse la chota con otro preservativo gentileza del telo, me separó las nalgas con los dedos y me la embocó por la concha, iniciando enseguida un bombeo por demás acelerado y efectivo. A puro pijazo me llevo hacia un nuevo estallido. Me la dejó clavada bien adentro y acabó entre plácidos y exultantes suspiros, apretándome las tetas desde atrás, retorciéndome brutalmente los pezones, mordiéndome la oreja, diciéndome entre roncos jadeos lo buena puta que soy.
-¿Te gustó?- le pregunté en un susurro, frotándome contra su cuerpo todavía caliente.
-Me encantó, sos una guachita divina, impresionante como cogés- nos dimos un beso y nos fuimos a duchar.
Salimos del telo, y me acompaño hasta la parada del colectivo. Algunos besos más y la despedida final. Prometimos volver a vernos, pero al igual que aquella vez, hacia ya un par de años, no le di mi número de celular. Y es que… ya lo saben, es muy viejo para mí.
La cuestión es que también me había peleado con mi novio, y teniendo a Raúl alejado, como que me había quedado sin el pan y sin la torta, lo cuál resulta fatal cuándo tenés encima unas ganas terribles de coger como yo en esos días.
Ese día en particular creo que estuve mojada toda la mañana. Al mediodía, cerca de la hora de almuerzo, no aguanté más y le mandé un mensaje, estaba dispuesta a rogarle si era necesario: “Quiero que me cojas, porfis”. No me respondió, ni entonces ni después. No le volví a escribir.
A la hora de salida me fui lo más rápido que pude, para no cruzármelo. Seguía tan mojada como antes. En el colectivo ya pensaba que lo único que me quedaba era hacerme una buena paja, pero a esta altura ya ni la paja me satisface, lo único que puede dejarme tranquila en tales circunstancias es una muy buena poronga, pero… entonces me acordé de Emilio. Ya en algún relato les conté que la primera vez que le puse los cuernos a mi novio fue con un colectivero. Bueno, este colectivero se llama Emilio, es chofer de la línea 6 que hace el recorrido Soldati – Retiro. Lo conocí de manera casual, viajando. Al volver del laburo, casi siempre viajaba con él, fue así que empezamos a hablar, hasta que dejo de cobrarme el pasaje. Yo chochísima, porque por lo menos ahorraba algo. Ingenua de mí no me había dado cuenta que lo hacía con un fin, invitarme a salir.
-Pero, ¿Qué edad tenés?- le pregunté cuándo lo hizo, ya que se veía algo mayor.
-42- me respondió.
Tiempo después me enteraría que en realidad tenía en ese momento 48 años. Yo recién había cumplido los 21 por lo que la diferencia me parecía abismal. Y se lo dije.
-No te preocupes por eso, te prometo estar a la altura- me dijo y la verdad es que si lo estuvo.
Me cogió divinamente, razón por la cuál, ahora y en ese febril estado en el que me encontraba, Emilio volvía a parecerme una opción más que valedera. Después de que cogimos esa primera vez, nos volvimos a cruzar un par de veces, siempre de forma casual.
-¿Cuándo nos vamos a volver a ver, bonita?- me preguntaba guiñándome un ojo.
-Ahora estoy de novia- le decía a modo de rechazo.
Si bien cuándo estuvimos juntos también estaba de novia, le había mentido que no tenía a nadie, no sé porque, me dio algo de vergüenza que se diera cuenta que le estaba poniendo los cuernos a mi novio.
Bueno, la cosa es que me bajé del colectivo y me fui hasta la avenida Caseros a esperar que pasara. Por supuesto que no sabía si seguía estando en la misma línea o si seguía teniendo el mismo recorrido. Lo había visto por última vez hacía como un año, cuándo yo cruzaba por Solís, él también me vio y me tocó la bocina como saludo, después de eso nunca más… hasta ahora. Habré esperado como media hora, cuándo lo veo llegar. Subieron un par de personas y por detrás subí yo. Cuándo me vio se le iluminó la cara con una sonrisa. Se lo veía un poco más avejentado, con más canas, pero de solo pensar en la poderosa verga que portaba me hacía olvidar la diferencia de edad.
-Hola, ¿Cómo estás? ¡Tanto tiempo!-
Como siempre, no me cobro el boleto. Así que lo saludé con un beso y me quede detrás de su asiento, charlando con él.
-¿Y? me imagino que ya estarás de novia- quiso saber mientras se ponía en marcha.
-Todavía no encontré a mi media naranja- le dije.
No daba para contarle todos los entretelones de mi reciente ruptura y de la indiferencia de mi amante. Durante el resto del trayecto fuimos hablando, hasta que llegamos donde usualmente solía bajarme.
-¿No te bajás acá?- se sorprendió.
-Sigo unas cuadras más- respondí.
-Entonces ya que no estás de novia y nadie te vigila, ¿Qué te parece si termino el recorrido y vamos a tomar algo?- me propuso.
Lo de “ir a tomar algo” no me resultaba muy tentador que digamos, así que fui yo misma la que dobló la apuesta. Aún detrás de su asiento, me acerque un poquito más como para hablarle y le susurré al oído:
-La verdad es que me gustaría mucho ir a tomar algo con vos-
Obvio que captó al vuelo la indirecta. Me miro a través de los espejos con los ojos bien abiertos, sorprendido quizás por mi actitud tan desafiante.
-Pensé que era muy viejo para vos- me dijo.
Eso le había dicho aquella vez después del tremendo polvo que nos echamos, cuándo me dijo de seguir viéndonos. “La pasé bien, pero aunque me cogiste bárbaro, la verdad es que sos muy viejo para mí…”, palabras más, palabras menos, eso fue lo que le había dicho. Y ahora me estaba pasando factura.
-Dicen que los hombres son como los vinos… mejoran con la edad- le retruqué.
Se rió. Ya faltaba poco para llegar al final del recorrido, el colectivo estaba prácticamente vacío. Me dejo entonces una parada antes de la terminal, sobre Fernández de la Cruz, para volver a buscarme en un rato. Obviamente no me iba a llevar para que me vieran todos los chóferes.
-Apurate porque acá me violan de parada- le dije al bajar.
Por suerte no demoro mucho, dejo la unidad, hizo lo que tenía que hacer y en veinte minutos ya estaba de vuelta.
-¿Así que estuviste extrañando mi palanca de cambios?- me dijo al abrazarme y besarme en una forma por demás apasionada. Olía a sudor, aunque con la calentura que yo tenía encima eso me parecía lo de menos.
Me respuesta fue abrir la boca y dejar que su lengua explorara toda mi cavidad bucal.
-¿Me llevás a un telo?- más que una pregunta era un ruego.
Tomamos otro colectivo hasta Caseros y Boedo, para ir al mismo telo que habíamos ocupado aquella vez. Ya en la habitación no se aguantó las ganas y se me tiró encima como un ave de presa sobre su víctima. De nuevo los besos de lengua y el manoseo, especialmente en mi cola, el que era su punto débil. Por un momento se me ocurrió pedirle que se duchara (por el olor a chivo, vió) pero no quise cortar la magia de ese reencuentro, por lo que me quede callada.
Parados como estábamos, me deje caer ante él y comencé a desabrocharle el pantalón. Me acordaba que le gustaba que se la chupara en esa posición, él parado y yo de rodillas, como adorándolo, sometida a su virilidad. Una fuerte oleada de aroma viril me golpeó ni bien le bajé el slip. La pija de Emilio estaba tal cuál la recordaba, gorda, venosa, oscura… él es bien morocho, así que su parte íntima poseía la misma tonalidad. Se levantó enseguida cuándo se la aprisioné con una mano, endureciéndose en una forma por demás demoledora. Me la metí en la boca de inmediato, no estaba como para andar con exquisiteces, por lo que me puse a chupársela con todas mis ganas.
-¡Ahhhhhh… como extrañaba esa boquita…!- exclamaba Emilio como en estado de trance.
Aunque solo se la había chupado una sola vez, parece ser que Emilio guardaba un muy buen recuerdo de tal evento. Yo también debo admitir, su pija tenía (y aún tiene) un sabor muy particular. De hecho me hubiera quedado toda la noche ahí haciéndole un pete, pero mi conchita ya reclamaba también algo de atención. Así que luego de una buena mamada, me levanté y empecé a desvestirme. Prontamente la ropa quedó esparcida por el suelo, tanto la suya como la mía. Ya desnudos volvió a tomarme entre sus brazos y me besó con furor, comiéndome la boca en una forma por demás desesperada, mientras sus dedos buscaban, encontraban y se internaban en mi camino hacia la felicidad. Estaba mojada, empapadísima, tenía la parte interna de mis muslos completamente empapadas de flujo, de ganas, de calentura. Hizo entonces que me recostara de espalda en la cama, me abrió de piernas y se dedicó a comerme la conchita. Relajándome lo más que podía, me entregué por completo a ese ávido comensal que me hacía estremecer ante cada mordida o lengüetazo.
-¡Mmmm… parece que a esta conchita le hace falta mucha pija!- exclamó luego de un rato.
Se incorporó, se puso uno de los forros que regala el telo, y empezó a frotarme la punta de la chota por todo el largo de la concha, de arriba abajo, yo me desesperaba porque quería sentirla de una vez adentro.
-¡Metémela hijo de puta… no me hagas de rogar… quiero que me cojas… cogeme…!- le reclamaba, al borde del delirio, se la buscaba yo misma con una mano, se la agarraba y me la ponía en la concha, pero él enseguida la sacaba, torturándome con ese perverso jueguito, haciéndomela desear cada vez más.
-¡Dale puto… metémela… cogeme… reventame… sino te juro que me voy y me hago garchar por el primero que…- no pude terminar la oración.
De un solo ensarte me la mandó a guardar hasta lo más hondo, nublándome los sentidos con esas sensaciones que se expandían por todos los rincones de mi cuerpo.
-¡Ahhhhhhhhhh…!- fue lo siguiente que llegué a pronunciar. Un exaltado suspiro, que fue seguido por muchos más, gemidos, jadeos y exclamaciones que traducían a la perfección lo que la pija de ese colectivero me hacía sentir.
Se tiró entonces sobre mí y comenzó a cogerme con un ritmo bestial, haciendo que toda la cama se moviera en torno nuestro. Emilio no es un tipo flaco, tampoco gordo, pero tiene algo de panza, por lo que en cierto momento su peso se me hizo difícil de soportar. Por suerte enseguida decidió cambiar posición, y poniéndome ahora en cuatro, empezó a embestirme por detrás, haciendo chasquear su pelvis contra mis nalgas. El sonido de esos chasquidos llenaba toda la habitación, mezclándose con nuestros propios gemidos y jadeos. La sentía bien adentro, tan profundamente que parecía formar ya parte de mis entrañas, cada embestida me llegaba al centro, ahí en donde el disfrute se hacía más intenso.
-¡Más… más… dame más…!- le pedía con la voz quebrada por esos fuertes cimbronazos que me pegaba, uno detrás del otro, sin pausa ni respiro.
-¡Más… más… dame más…!- volvía a pedirle una y otra vez, llorando prácticamente ante la emoción de cada embiste.
Emilio, el chofer de la línea 6, me aferraba de la cintura y me complacía, me daba con el gusto, dándome a quemarropa, cogiéndome con un ritmo brutal y alevoso.
-No puedo creer que una chica como vos no tenga novio- dijo luego, estando ya sobre él, montándolo con frenesí.
-¿Y como soy yo?- le pregunté, sin dejar de moverme, subiendo y bajando, haciendo que esa deliciosa verga madura recorriera todo mi interior.
-Sexy, caliente, cogedora…-
-…puta…- completé por él.
-¡Si… muy puta!- reafirmó, apretándome bien fuerte las tetas, como si quisiera hacerme saltar leche de los pezones.
Entonces, para ratificárselo, hice que la pija se saliera de mi concha, se la agarré con una mano y la sostuve firmemente mientras me iba acomodando sobre ella, de modo que ahora me entrara por el culo. Unos pocos empujoncitos y me entró casi hasta la mitad, la verga de Emilio es una de las más gordas que haya probado, y si ya era gorda en estado normal, ahora lo era aún más estando así toda llena de leche y calentura, por lo que el ojete se me abrió de par en par para recibirla. Me dolió un poquito cuándo quise meterme el resto, un quejido, alguna lagrimita, pero logré mi cometido, llegando a albergar toda su poronga en mi retaguardia. La primera vez que cogimos todavía tenía el culito medio sensible, por lo que solo lo hicimos por adelante, así que esto fue toda una novedad para él.
-Veo que no estuviste perdiendo el tiempo- bromeó mientras comenzaba a impulsarse hacia arriba.
-Es una pena dejarlo sin uso, ¿no te parece?- le dije, acoplándome a sus movimientos.
Poniendo mis manos en su pecho me movía arriba y abajo, hacia los costados, rotando hacia un lado y hacia el otro, sintiendo como se hinchaba y endurecía en mi interior. Por un momento mantuvimos ese ritmo, preciso, sostenido, hasta que en mutua concordancia llegamos al tan anhelado orgasmo. Mi explosión de placer debió de escucharse en todo el telo, arqueando la espalda, eché la cabeza hacia atrás y me entregué mansamente a tan delicioso disfrute.
-¡Ahhhhhhhhh… ahhhhhhhh… ahhhhhhhh…!-
Cuánto necesitaba un polvo así. Maravilloso, desbordante, absoluto. Caí rendida sobre su cuerpo y entre agotados jadeos busqué su boca y lo besé. Nos lengüeteamos por un buen rato, mientras dejábamos que las sensaciones del placer se fueran desvaneciendo. Luego me eché a su lado, recuperando de a poco el ritmo normal de mi respiración.
-Sigo sin poder creer que no tengas novio- me dijo entonces.
-Bueno… novio, novio, no… pero picoteo aquí y allá cuándo tengo ganas-
-Como ahora- observó.
-Si, como ahora- asentí.
-¿Y, como estuvo el viejito?- quiso saber.
-Para decirte la verdad, me cogiste bárbaro, me diste la biava del año- le aseguré volviéndolo a abrazar para besarlo.
Y mientras lo besaba, mi mano se deslizó por sobre sus piernas, llegando al centro estratégico de su cuerpo. Lo que toqué me sorprendió. Estaba al palo de nuevo, y más gordo que nunca.
-Mmmmm… me parece que alguien tomó viagra a escondidas- bromeé mientras se la agarraba y comenzaba a meneársela.
-Por suerte todavía no necesito viagra para cogerte como te merecés, guachita- me aseguró.
-¿Si? ¿Estás como para una segunda vuelta?- lo desafié entonces.
No me contestó hablando, sino actuando. Me puso de costado, se tomó unos segundos para forrarse la chota con otro preservativo gentileza del telo, me separó las nalgas con los dedos y me la embocó por la concha, iniciando enseguida un bombeo por demás acelerado y efectivo. A puro pijazo me llevo hacia un nuevo estallido. Me la dejó clavada bien adentro y acabó entre plácidos y exultantes suspiros, apretándome las tetas desde atrás, retorciéndome brutalmente los pezones, mordiéndome la oreja, diciéndome entre roncos jadeos lo buena puta que soy.
-¿Te gustó?- le pregunté en un susurro, frotándome contra su cuerpo todavía caliente.
-Me encantó, sos una guachita divina, impresionante como cogés- nos dimos un beso y nos fuimos a duchar.
Salimos del telo, y me acompaño hasta la parada del colectivo. Algunos besos más y la despedida final. Prometimos volver a vernos, pero al igual que aquella vez, hacia ya un par de años, no le di mi número de celular. Y es que… ya lo saben, es muy viejo para mí.
12 comentarios - Muy viejo para mi
recomiendo y dejo puntitos y besos :love:
tu foto de los comentarios sos vos?
jajajaj que hdp le decis viejo pero te cave jajajaa sos completa gise eh hasta por la colita 😉 😉
que hermosa putita que sos como me gustaría darte amor sin parar